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Curiosidades |
Química curiosa: Un elemento que no aparece en la tabla periódica
¿Qué produce el ruido de un trueno?
A continuación transcribo dos explicaciones a la pregunta anterior aparecidas con 150 años de diferencia en dos libros con las mismas pretensiones : hacer llegar el conocimiento científico al hombre de la calle. Explicación 1libro : Science in everyday life libro : Definiciones y Elementos de todas Las Ciencias
Estudio de una universidad inglesa Sgeun un etsduio de una uivenrsdiad ignlsea, no ipmotra el odren en el que las ltears etsan ersciats, la uicna csoa ipormtnate es que la pmrirea y la utlima ltera esten ecsritas en la psiocion cocrrtea. El rsteo peuden estar ttaolmntee mal y aun así pordas lerelo sin pobrleams. Etso es pquore no lemeos cada ltera por si msima snio la paalbra cmoo un tdoo. Pesornamelnte me preace icrneilbe...".
Algunas curiosidades sobre el número Pi ()
Juicios de Dios en la Edad Media europea Extractado del libro "Usos y costumbres en la historia", escrito por Carlos Fisas. Se llaman «ordalías» o «juicios de Dios» a aquellas pruebas que, especialmente en la Edad Media occidental, se hacían a los acusados para probar su inocencia. El origen de las ordalías se pierde en la noche de los tiempos, y era corriente en los pueblos primitivos, pero fue en la Edad Media cuando tomó importancia en nuestra civilización. En el lento camino de la sociedad hacia una justicia ideal la ordalía representa el balbuceo jurídico de hombres que se esfuerzan por regular sus conflictos mediante otro camino que no sea el recurso de la fuerza bruta, y en la historia del derecho es un importante paso hacia adelante. Hasta entonces lo que imperaba era la ley del más fuerte, y si bien con la ordalía la prueba de la fuerza continúa, se coloca bajo el signo de potencias superiores a los hombres. Varios eran los sistemas que se usaban en las ordalías. En Occidente se preferían las pruebas a base del combate y del duelo, en los que cada parte elegía un campeón que, con la fuerza, debía hacer triunfar su buen derecho. La ley germánica precisaba que esta forma de combate era consentida si la disputa se refería a campos, viñas o dinero, estaba prohibido insultarse y era necesario nombrar dos personas encargadas de decidir la causa con un duelo. La ordalía por medio del veneno era poco conocida en Europa, probablemente por la falta de un buen tóxico adecuado a este tipo de justicia, pero se utilizaba a veces la curiosa prueba del pan y el queso, que ya se practicaba en el siglo IIen algunos lugares del Imperio romano. El acusado, ante el altar, debía comer cierta cantidad de pan y de queso, y los jueces retenían que, si el acusado era culpable, Dios enviaría a uno de sus ángeles para apretarle el gaznate de modo que no pudiese tragar aquello que comía. La prueba del hierro candente, en cambio, era muy practicada. El acusado debía coger con las manos un hierro al rojo por cierto tiempo. En algunas ordalías se prescribía que se debía llevar en la mano este hierro el tiempo necesario para cumplir siete pasos y luego se examinaban las manos para descubrir si en ellas había signos de quemaduras que acusaban al culpable. El hierro candente era muchas veces sustituido por agua o aceite hirviendo, o incluso por plomo fundido. En el primer caso la ordalía consistía en coger con la mano un objeto pesado que se encontraba en el fondo de una olla de agua hirviendo; en el caso de que la mano quedara indemne, el acusado era considerado inocente. En 1215, en Estrasburgo, numerosas personas sospechosas de herejía fueron condenadas a ser quemadas después de una ordalía con hierro candente de la que habían resultado culpables. Mientras iban siendo conducidas al lugar del suplicio, en compañía de un sacerdote que les exhortaba a convertirse, la mano de un condenado curó de improviso, y como los restos de la quemadura hubiesen desaparecido completamente en el momento en que el cortejo llegaba al lugar del suplicio, el hombre curado fue liberado inmediatamente porque, sin ninguna duda posible, Dios había hablado en su favor. En algunos sitios se hacía pasar al acusado caminando con los pies descalzos sobre rejas de arado generalmente en número impar. Fue el suplicio impuesto a la madre del rey de Inglaterra Eduardo el Confesor, que superó la prueba. La ordalia por el agua era muy practicada en Europa para absolver o condenar a los acusados. El procedimiento era muy simple: bastaba con atar al imputado de modo que no pudiese mover ni brazos ni piernas y después se le echaba al agua de un río, un estanque o el mar. Se consideraba que si flotaba era culpable, y si, por el contrario, se hundía, era inocente, porque se pensaba que el agua siempre estaba dispuesta a acoger en su seno a un inocente mientras rechazaba al culpable. Claro que existía el peligro de que el inocente se ahogase, pero esto no preocupaba a los jueces. Por ello, en el siglo IX Hincmaro de Reims, arzobispo de la ciudad, recomendó mitigar la prueba atando con una cuerda a cada uno de los que fuesen sometidos a esta ordalía para evitar, si se hundían, que «bebiesen durante demasiado tiempo». Esta prueba se usó mucho en Europa con las personas acusadas de brujería. En todas las civilizaciones, las ordalías que tuvieron un origen mágico estaban encargadas a los sacerdotes, como comunicadores escogidos entre el hombre y la divinidad, y cuando la Iglesia asumió junto a su poder espiritual parcelas del poder temporal, tuvo que pechar con la responsabilidad de una costumbre que era difícil de hacer desaparecer rápidamente, y no pudiendo prohibiría bruscamente se esforzó en modificar progresivamente su uso para hacerle perder el aspecto mágico que la Iglesia consideraba demasiado vecino a la brujería. La ordalía fue, pues, practicada como una apelación a la divina providencia para que ésta pesase sobre los combates o las pruebas en general, y los obispos se esforzaron en humanizar todo lo que en ella había de cruel y arbitrario. Durante la segunda mitad del siglo XII el papa Alejandro III prohibió los juicios del agua hirviendo, del hierro candente e incluso los «duelos de Dios», y el cuarto concilio Luterano, bajo el pontificado de Inocencio III, prohibió toda forma de ordalía a excepción de los combates: "Nadie puede bendecir, consagrar una prueba con agua hirviente o fría o con el hierro candente.» Pero, no obstante estas prohibiciones, la ordalía continuó practicándose durante la Edad Media, por lo que doce años después, durante un concilio en Tréveris, tuvo que renovarse la prohibición. Los defensores de la ordalía basaban su actividad en ciertos versículos del Ahtiguo Testamento, en los que algunos sospechosos de culpabilidad eran sometidos a una prueba consistente en beber una pócima preparada por los sacerdotes y de cuyo resultado se dictaminaba si el acusado era culpable o no. Las ordalías a base de ingerir sustancias venenosas eran poco usadas en Europa debido a la dificultad de encontrar pócimas adecuadas debido a la escasez de sustancias venenosas, pero en pueblos de Asia o Africa, especialmente en este último continente, se usaron con profusión hasta nuestros días. Muchas veces las autoridades coloniales tuvieron que intervenir prohibiendo este tipo de actuaciones, pero sin gran resultado. Ignoro si hoy, con la independencia de las antiguas colonias y la subsiguiente de los tribunales coloniales, continúan practicándose ordalías con el veneno, tan frecuentes en otro tiempo.
¿Quién escribió la Biblia? Dios, no. Investigación y elaboración por Martín A. Cagliani, estudiante de Historia y Antropología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Argentina
Desde la perspectiva de la fe, los libros del Antiguo Testamento de la Biblia, son atribuidos a Dios, con la ayuda manuscrita de aquellos autores que los firman. Pero los datos científicos e históricos modernos nos llevan hacia otras conclusiones, diferentes a las de la Iglesia. El análisis objetivo de los textos bíblicos fue proscrito o al menos gravemente dificultado por la Iglesia católica durante casi dos milenios. Pero a mediados de este siglo, el papa Pío XII proclamo la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943), en la cual animaba a los científicos y expertos a profundizar sobre las circunstancias de los redactores de la Biblia. Anteriormente, a la Biblia la interpretaban exclusivamente la jerarquía católica, que promulgo penas de excomunión y prisión perpetua para quien la tradujese a una lengua vulgar. Las versiones griega (de los Setenta, traducida del hebreo hacia el siglo III ac) y latina (Vulgata, traducida por san Jerónimo en el siglo IV dc), únicas aceptadas, aseguraban que la masa de los creyentes, que no hablaban ni leían latín ni griego, permaneciesen ajenos al contenido real de los textos bíblicos, pero la situación dio un giro capital cuando Martín Lutero, en su pelea con el Vaticano que desemboco en la reforma protestante, arriesgó su libertad al traducir al alemán el Nuevo Testamento, en 1522, y luego el Antiguo Testamento, en 1534. A la traducción de Lutero siguió, en 1611, una versión inglesa (la utorized Versión o Biblia del rey Jacobo). La primera versión en castellano llegó de la mano del protestante Casiodoro de Reina, que publicó una traducción de la Biblia en Basilea (1567-69); esta edición fue corregida posteriormente por Cipriano de Valera e impresa en Amsterdam en 1602. La edición de Valera era una versión textual de la Biblia (o sea sin añadidos de la Iglesia). En 1791 el padre esculapio, a pedido de la Iglesia española traduce la Vulgata al español pero con tantas interpretaciones y modificaciones que ni los propios redactores de la Biblia se habrían reconocido. Los libros mas antiguos de la Biblia, que son el Génesis, Exodo, Levítico y Números se remontan al reinado de Salomón (hacia 970-930 ac). Los escribas son de dos tradiciones diferentes, están los y ahvistas y los elohístas. El Pentateuco o los cinco primeros libros de la Biblia tienen a Moisés como supuesto autor, pero en realidad son dos corrientes de escribas, ya que hay muchas historias que se duplican y contradicen al relatar los mismos hechos, usando estructuras de lenguaje distintas como el nombre dado a Dios: uno lo llama Yahve y el otro El o Elohim, de ahí el nombre que se dio a las dos fuentes. Los expertos creen que el autor yahvista vivió en Judá mientras que el elohísta los hizo en Israel. En algún punto de la historia ambas tradiciones se juntan y funden en una sola. Lo mas aceptado por los expertos actualmente, es que hubo tres compiladores (yahvistas, elohístas y sacerdotal) que redactaron los cuatro primeros libros del Pentateuco y una cuarta fuentes, bautizada como deuteronomista, redactó el quinto libro. Queda así demostrado, por las grandes diferencias entre los autores, que Moisés no escribió la parte más fundamental de la Biblia. El Deuteronomio y los seis libros que le siguen en la Biblia, los de los denominados Profetas Anteriores (Josué, Jueces, I y II Samuel y I y II Reyes) fueron escritos en Judá, probablemente en Jerusalén, durante el siglo VII ac, por la mano de un recopilador que se basó en tradiciones y documentos ya existentes para narrar las peripecias del pueblo judío desde su llegada a Palestina hasta la toma de Jerusalén por Nabucodonosor de Babilonia hacia el año 587. O sea que el Deuteronomio no fue encontrado por el sacerdote Jilquías bajo los cimientos del templo de Jerusalén en el año 622 ac. Según los expertos estos escritos fueron redactados para proporcionarle al rey Josías una base de autoridad en la que fundamentar su reforma religiosa, que centralizo la religión alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén. Los dos últimos capítulos del libro Reyes fueron añadidos para actualizar el relato inspirado en Yahve, se intercalaron algunos párrafos para poder configurar profecías en un momento en que ya se habían producido los hechos, y se interpolaron textos con tal de readaptar el hilo conductor de la historia y el destino de Israel. Se cree que el recopilador y autor de la literatura deuteronomista pudo ser el profeta Jeremías, colaborador de la reforma religiosa que el rey Josías emprendió en el año 621 ac. Los textos de origen sacerdotal que es detectable en Génesis, Exodo, Levítico y Números, fueron escritos, según el profesor R. E. Friedman, como una alternativa crítica a los textos reunidos del recopilador yahvista y el elohísta. Estas fuentes difieren en su concepción de Dios, es misericordioso y clemente para las dos primeras, mientras que para la otra Dios es "justo" no misericordioso o fiel, y principalmente, la fuente sacerdotal dice que únicamente se puede obtener el perdón de Dios a través de los sacerdotes, canal que no se utiliza en las otras dos fuentes (yahvista y elohísta). Muchos autores creen que la fuente sacerdotal se escribió hacia el año 538 ac. (regreso del exilio en Egipto). Pero Friedman cree que fue un sacerdote aarónida que escribió después del año 722 y antes del 609 ac, durante el reinado de Ezequíaz, monarca que emprendió una reforma religiosa centralizadora. Se instauro al sacerdote como intermediario y el poder perdonar las culpas mediante el recurso de la liturgia y el pago. Por muy poco critico que uno sea es muy difícil ver la inspiración o autoría de Dios en textos que no son mas que la prueba de duros enfrentamientos por el poder, entre fracciones sacerdotales rivales que intentaban asegurarse los máximos beneficios posibles. No tuvieron escrúpulos en usar el nombre de Moisés o de Dios para dar autoridad a meros intereses personalistas, cuando no a claras mentiras, en relatar profecías sobre hechos ya ocurridos.
La Atlántida Es entonces cuando se piensa en Occidente en otra tierra habitable, ajena a los tres continentes de los mapamundis y a las aguas navegables del hemisferio que se considera más o menos conocido. Los griegos, y Homero entre tantos otros, hablaban de esas "islas afortunadas" que se levantan en el corazón del océano y que son fruto de una imaginación aferrada a los relatos de los primeros fenicios que se aventuraron por el Atlántico. En el siglo VI, la leyenda irlandesa hace viajar a San Brandán hacia el Oeste hasta unas islas donde empieza un Paraíso terrenal del que nadie podría decir si es el Paraíso perdido de Adán y Eva o si es la Morada de los bienaventurados en espera del Juicio Final. En el lugar de la Morada, los navegantes del siglo XVI descubrirán las Canarias, y un infante de España no vacilará en hacerse reconocer por el papa como "Príncipe de la Fortuna". Los Padres de la Iglesia están menos seguros que Homero, pero miran a veces en la misma dirección. San Jerónimo en el siglo v, Beda el Venerable en el VIII, se inclinan por una Morada de los bienaventurados en una tierra "otra" y muy alejada. En una palabra, se mira más allá del horizonte atlántico. Se recuerda también el cuarto continente que deja entrever Platón en el Timeo, un continente que daría oportunamente a las tierras emergidas una apariencia de simetría en latitud como en longitud. Claro que Platón no hizo obra de geógrafo. Coherente en su percepción del mundo como un conjunto de imágenes inmateriales y de la realidad como una fabricación del espíritu, el filósofo no para de dar a la ficción los colores de la historia y tiene buen cuidado de no trazar él mismo la demarcación entre la fábula significante y lo real significado. El cuento tiene los colores de esos combates míticos que oponen fuera de las edades a los hombres y a los gigantes, a los seres de la tierra y los del mar, a las fuerzas del Bien y las del Mal. Es un viejo sacerdote de la diosa Neith -la Gran Diosa de Saís- el que, según Critias, quien relata el asunto a Sócrates, pone en guardia en el siglo VI al legislador de Atenas, Solón. Grecia, dice, no conoce nada de su propia historia, sino los tiempos recientes de que informan los relatos de los propios griegos. Todo empieza, para el ateniense, con Homero. "No tenéis ninguna opinión antigua que provenga de una vieja tradición, ni ninguna ciencia lavada por el tiempo." En eso, el ateniense se porta como un niño para quien el mundo empieza el día de su nacimiento. Pero el Egipto de los sabios tiene la custodia de una tradición aún mis antigua, y posee así la clave de la historia antigua de Atenas. Solón se entera pues de que nueve mil años antes, Atenas fue la dudad por excelencia -la excelencia aristocrática según Platón- y que confundía entonces sus orillas con las del mundo mediterráneo. Atenea le había "dado en heredad esa organización". Pero había otra potencia, opuesta en todo: una "potencia insolente". Su mundo estaba en el Oeste, su espacio era una isla más allá de las Columnas de Hércules, más grande que Asia y África reunidas: un continente, rodeado por el Océano. Afuera está ese mar verdadero, y la tierra que lo rodea y que puede llamarse verdaderamente, en el sentido propio del término, un continente. Ahora bien, en esa isla Atlántida los reyes habían formado un grande y maravilloso imperio. La ciudad según Solón debía su nacimiento y su vida a la diosa Atenea. La isla del Oeste los debía al dios de las aguas profundas, a Poseidón. Los hijos de Poseidón invadieron el mundo de Atenea. Las fuerzas de la devastación, las flotas del Océano traspasaron los límites del mundo ateniense. Trasponiendo las Columnas de Hércules, llegaron al Mediterráneo. "Por su fuerza de alma y por el arte militar", las fuerzas de la sabiduría -los atenienses- los rechazaron hasta ese mismo Océano donde el choque de los elementos lo sepultó todo en un terremoto y en espantosos cataclismos. El cuarto continente abismado así en las aguas era la Atlántida. Al hundirse, dejó un nombre al Océano. "Ese océano de allá es difícil e inexplorable por el obstáculo de los fondos limosos y muy bajos que, al hundirse, depositó la isla." Platón volverá a ello en Critias, el Atlántico presenta a los navegantes el obstáculo infranqueable de un fondo lodoso, vestigio del continente sumergido donde Poseidón había establecido a los hijos que había tenido de una mortal E inventará para ese imperio de las aguas y para sus dueños una genealogía, una geografía y una historia cuya precisión basta para denunciar su ironía. Observemos que Platón en cambio no se azora en absoluto con la contradicción que crea con una isla que rodea el mar. El modelo mediterráneo se le impone aquí. La isla es una manera de hablar. Del mismo modo, el filósofo no explica cómo los fondos lodosos impiden navegar: sin duda quiere hablar de bajos fondos. Lo esencial no está en la anécdota. Del relato fundamental, nadie sabrá nunca lo que proviene de una tradición y lo que concibió el autor del Timeo. Es evidente de todos modos que Platón construyó, más que una descripción de las tierras emergidas, una filosofía de los espacios políticos. La Atlántida es una Asia del Oeste, una Asia de las Aguas, una Asia d el Mal. Se inclina al oeste por un peligro vencido -y un asalto castigado-, el peligro oriental al que en el Ágora, desde las guerras médicas, saben dar un nombre: Persia. Platón no nos engaña al hacer del relato del enfrentamiento un eco de un relato célebre: el que Esquilo, en el siglo precedente, confía, en LDS persas, al mensajero de Atenas. La Atlántida es la Persia del Oeste. Da a la ciudad colonizadora la buena conciencia ideológica de una ciudad liberadora. Todo eso podría no ser más que un mito o una parábola. Pero la Atlántida no dejará ya de torturar a los espíritus, siempre en el trasfondo de todas las incomprensiones de un mundo rodeado de lo desconocido. El espíritu se conforma difícilmente con el vado que parece ser para el mundo de los hombres ese océano sin tierras. La gente se preguntará durante dos milenios si no queda de veras nada de la Atlántida. Desde la Antigüedad se han hecho preguntas. Atenas se divide. Aristóteles y Eratóstenes niegan la Atlántida y no ven más que una fábula en la historia narrada por Platón. Si hemos de creer a Estrabón, Posidonio es menos categórico: "La tradición relativa a esa isla bien podría no ser sino una simple ficción." En Alejandría, se verá en la Atlántida una realidad tomada por alegoría. Su herencia bíblica lleva a la Edad Media a otras suputaciones. Al inscribir a Platón en la posteridad espiritual de Moisés, los primeros Padres de la Iglesia dejaron la vía libre a todas las interpretaciones. La Atlántida víctima del Diluvio toma su lugar en la Historia Sagrada. ¿Ha terminado de refluir el Diluvio? ¿No tiene Cristo "otras ovejas, que no son de este redil?" ¿No es la tierra perdida aquella de donde vendrá el Anticristo? ¿No es la Atlántida, al Oeste, la contrapartida de ese Paraíso terrenal que se sigue buscando al este del mundo conocido? ¿No está ligada a ese reino de Preste Juan que parece ser la posteridad de un mundo mucho tiempo cortado de ese que ha acabado de hacer su propio inventario alrededor del Mediterráneo? Oriente y Occidente se mezclan hasta tal punto en la investigación, que el griego Cosmas Indicopleustes niega en el siglo VI una Atlántida del Oesteque no tenga su lugar en la Salvación del mundo, sin descartarla por ello de un Oriente donde la integra bien que mal en la herencia de Moisés. "Los grandes descubrimientos", Jean Favier. Fondo de Cultura Económico.
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