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Del vivir el presente |
De Hugo Alejandro Valencia Rivas
DEL VIVIR EL PRESENTE
Para abordar el concepto de “vivir el presente”, comenzaré el recorrido apuntando al concepto, podríamos decir, contrario, esto es, el no vivir el presente. ¿A cuántos de vosotros os preguntaron “qué quieres ser cuando grandes”, a de aquellos que emanan gran autoestima, “qué serás cuando grande”? Ambas hipótesis, con sutiles diferencias, te desplazan del presente, del “ahora” hacia “el mañana”, hacia el devenir, comúnmente muy alejado, en medida de años, del momento presente. Esa dinámica en el interactuar, en el lenguaje que se ocupa en la cotidianeidad y en los conceptos que a cada momento se vierten a través del lenguaje, dan cuenta de esa falta de vinculación entre el ser y hacer cotidiano y ese “tiempo presente” en el que se apoya y descansa aquel. De pequeño nos enseñan proyectarnos al futuro, lo que en sí mismo no es negativo, sólo que lo hacen sin siquiera considerar la monumental magnitud que posee el poner atención al “tiempo presente” y los beneficios concretos que ello conlleva. Cuando pequeño casi la mayoría de las cosas que piden de ti, o que te exigen, tus padres son cuestiones que apuntan a sucesos o metas que han de ocurrir en el futuro, ya sea a largo plazo o a corto plazo, caso este último de mayores beneficios que el anterior. Sabemos que el futuro, para nosotros que somos seres temporales, no existe aún, y, es más, al no existir aún abre la posibilidad de que existan múltiples “futuros posibles” y por lo tanto cualquier intento de alcanzarlo choca inevitablemente con el muro de la imposibilidad de saber el futuro, pues solamente el absoluto lo sabe porque Él también es ese futuro y para Él ya existe y también todos los que para nosotros son futuros posibles. Por todo lo anterior se puede afirmar sin temor a equívoco que el futuro es una ilusión, y vivir en torno al futuro también lo es. Respecto de vivir “en el pasado” trae consigo una serie de otros conceptos como condicionamientos, aprendizajes, traumas o engramas, que exceden con creces mis pretensiones. Entonces, al habérsenos enseñado a vivir el futuro (o el pasado) sin considerar, para nada, el momento presente, nos hace, en la mayoría de los casos, no comprender (pues no tenemos en nuestra “base de datos” información al respecto) que es posible vivir a la manera de “vivir el presente” sin que se caiga en la anarquía, el dolor, el sufrimiento o en el caos, considerando a éste con características negativas. No imaginamos que sea posible entender la existencia, partiendo de la propia, de una manera distinta de aquella que nos enseñaron, camufladamente pero enseñanza al fin y al cabo. Y si llegamos a pensar de que es posible dejar de pensar la existencia a la manera que lo hacemos habitualmente, de inmediato nos imaginamos escenas terribles de la vida, las que es mejor no mirar con detalle. Dar el salto en el vacío, que significa dejar a un lado las cosmovisiones que gobiernan nuestra sociedad para indagar en la posibilidad de la existencia de otras cosmovisiones que, en su aplicación, permitan vivir y relacionarse con el entorno de una manera más amistosa, de manera que las piezas o partes que conforman la existencia, como en un gigantesco rompecabezas, calcen y se unan de manera más natural y sin necesidad de realizar extenuantes esfuerzos para que calce y la realidad “se mantenga” unida y coherente. Ese salto en el vacío es de una hermosura inconmensurable, de una energía que moviliza a todo el ser, tanto su parte encarnada como aquella que no lo está. A través de este salto se representa la “única” manera de encontrarnos a nosotros mismos y con ello “este tiempo presente”. Apegándonos a ideas antiguas (aprendidas en el pasado remoto o reciente) no podemos concretar aquel salto en el vacío, pues cada intento será sólo un aparente avance en el conocimiento de sí mismo. AL respecto existen muchos conceptos errados de ciertos tópicos, como que el desapego consiste en desechar, dejar a un lado o incluso alejarse de todo concepto o idea, pero no es menester que sea así pues se puede estar en compañía de muchas ideas, sólo que no se les atrapa ni amordaza ni retiene, y entonces se puede vivir con pasión por aquellas ideas, pero cuando alguna otra toma contacto con nosotros, las ideas antiguas no intentan mantener el poder ni el control del modo de entender el mundo (es una manera de decir), sino que se transforman en servidoras de las nuevas ideas o nuevos datos que el devenir nos trae, y que siempre nos traerá, y entonces se conforma una nueva idea, que será mejor pues contiene más datos que permitirán encajar el rompecabezas con mayor sencillez y naturalidad, aunque temporalmente puede ocasionar un desequilibrio o inestabilidad. El vivir apegado al futuro, y su búsqueda y concreción también impide aquel salto pues el futuro es ilusorio y también lo es todo aquello que en él se sostenga. Es una ilusión que te promete felicidad pero que nunca te la entrega, y nunca lo hará (al menos por sí sola). El vivir el presente no significa desconocer ni el pasado ni el futuro (posible) pues trasciende a ambos y los abarca dentro de sí, acogiéndolos como un padre o madre abraza a su amado/a hijo/a. El vivir el presente los contiene a ambos por lo que queda claro que no se pierde nada sino que al contrario, se gana eternidad. El vivir el presente está estrechamente vinculado con el pasado, por lo que es menester poder mirarlo directamente, incluidos todos los sucesos acaecidos en él ya sea que tengan o hayan tenido una “connotación negativa” y también aquellos que tengan una connotación positiva. También mirar con claridad todas aquellas influencias y condicionamientos que nos configuran en el hoy, aquellas cuestiones que han derivado en que desarrollemos precisamente los roles de ego que tenemos y no otros, ya que en definitiva sólo viviendo el presente se puede elegir y ejercer acabadamente el libre albedrío. A su vez, el vivir el presente también está íntimamente vinculado al devenir, pero no se vive en función de él pues se percibe con claridad de que existen múltiples futuros posibles y es una ilusión el apegarse a uno de ellos, desechando o no queriendo ver o percibir los restantes. Es por eso que el vivir el presente es incompatible con el apego a los deseos, pues es de la esencia de éstos la dualidad entre el sujeto que desea y el objeto deseado, y al existir como dos “entes” separados se genera una distancia entre ellos, y el querer recorrer tal distancia supone un elemento temporal que ha de ser transcurrido, y por ende ya no se vive en el presente ni en el aquí y ahora. Ahora bien, el vivir el presente tampoco significa que no se experimente el goce, de los placeres de los sentido ni de que se puedan proyectar metas que se han de llevar a cabo más adelante, pero ellas siempre se realizarán en algún momento presente, en otro aquí y ahora, y sin o muy poco apego. No se vive el presente, esto es el aquí y ahora, si los actos van encaminados (solamente) a concretar un futuro deseado, y tampoco se vive en el presente cuando los actos se realizan por una imposición, ya sea familiar (que abundan y de las cuales la mayoría de las veces no somos conscientes, y donde aprendimos muchas veces a plasmar los roles delego que muchas veces nos gobiernan), social o moral o religiosa. En efecto, aún cuando yo realice una acto porque “está bien”, al hacer tales actos no vivo en el presente pues existe la dualidad mencionada precedentemente, ya que mi objetivo es hacer precisamente aquello que “está bien”, y entonces no estoy fluyendo en el presente. Tener como objetivo o meta el hacer el bien o servir, y apegarse a tal objetivo no es lo más adecuado porque todo apego es negativo e impide tener una perspectiva y claridad mayor que permita adoptar las mejores decisiones. Por supuesto que esto no significa que el vivir y el amar no está bien sino que el obstáculo radica en realizar tales actos “por el deber” de hacerlos. Al vivir el tiempo presente se percibe con mayor claridad el modo en que la existencia se desenvuelve, o la forma en que se organiza, si se pudiera decir, y se va comprendiendo cada vez más las sutiles trenzas que tejen y van construyendo la realidad, pues ya no se es esclavo de perspectivas temporalmente limitadas y limitantes, y se roza entonces la atemporalidad y eternidad. Entre estos modos de desenvolverse la realidad está aquel que señala que el universo es un espejo que refleja todo aquello que hacemos e intencionamos. La comprensión de este principio nos hará comprender, a su vez, que el modo más natural y adecuado de comportarse es a través del amor, pues éste une y armoniza, y para ello se vale de la obra concreta que viene dada por el servicio. Ningún ser quiere, no mediando roles del ego o engramas, en su esencia padecer sufrimientos por lo que es natural, al despojarse de dichos roles, optar por lo positivo, que a su vez generará, por reflejo, más consecuencias positivas y bienestar. Esto tampoco garantiza no cometer errores, pues sólo Eón es “perfecto”, considerando sobre todo jamás dejaremos de tener a nuestro alcance la posibilidad de aprender algo nuevo. El amor se vuelve entonces en algo natural, sea cual sea el contexto en el que os encontréis, y cualquiera las circunstancias pues siempre será posible prestar servicio de alguna manera. Y lo natural no cansa pues ¿a alguien le cansa respirar? Entonces se fluye con la creación, con el universo de manera más armónica, incrementándose las herramientas para servir y amar cada vez de mejor manera. El vivir “el presente” te permite conectarte contigo mismo y así desenvolverte más adecuadamente en el devenir de la vida y sus circunstancias.
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