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Condicionamiento |
Habló sobre el condicionamiento, de cómo nos habituamos a las costumbres del entorno y perdemos la orientación, la dirección de nuestra vida. Una vez condicionados, ya es tarde para recordar cuál era nuestro proyecto.
Jorge Raúl Olguín: Toda la mejor onda. Esta anécdota ya la he contado muchas veces.
Estaba estudiando y, para tener algo de dinero, trabajaba con mi padre. Él era contratista en la construcción y yo trabajaba de pintor de casas. Tenía dieciséis años.
Pintamos en un departamento, en una calle de Buenos Aires llamada Ecuador. Era un piso alto. Y yo, como curioso que era, miraba por la ventana. Había una casa antigua con una terraza y había un perrito, un cachorrito que estaba atado con un collar a una cadena y la cadena a un palo de hierro, pero el perro podía girar. Y daba vueltas, vueltas, vueltas, vueltas, vueltas porque era lo único que podía hacer siempre estando sujeto.
Recuerdo que terminamos el trabajo -diez días- y todas las mañanas y a la tarde miraba por la ventana y el perro daba vueltas, vueltas, vueltas.
Pasaron como cuatro años -yo ya tenía veinte- y me dice mi padre: -Jorge, hay que ir a hacer algunos retoques en el departamento de tal persona.
-¡Ah! ¿En la calle Ecuador?
-Sí.
Cuando fuimos lo primero que hago es mirar por la ventana el perro. Ya era un perro grande, un perro de un poquito más de cuatro años, y daba vueltas y vueltas y vueltas. Es increíble.
Trabajamos poquito, tres o cuatro días. Hicimos los retoques y pasó.
Yo ya dejé de trabajar con mi padre. Ya estaba a nivel terciario, estudiando, y ya tenía veinticuatro años.
Mi padre me dice: -Habría que pintar un par de cielos rasos en la calle Ecuador.
Le digo: -Bueno, los días sábado te puedo dar una mano.
Bueno. Y fuimos. Obviamente que lo primero que hago es mirar por la ventana. El perro seguía dando vueltas y vueltas y vueltas atado del collar. La imagen se me ha quedado grabada.
Pasó el tiempo. Yo ya tenía veintiocho años. Habían pasado cuatro de la última vez que estuve en la calle Ecuador y mi padre dice: -Se casa una de las hijas de la señora y quiere reaprovechar una habitación.
-Bueno, un fin de semana te puedo dar una mano.
-Fantástico.
Miro por la ventana y estaba el perro echado. Ya era bastante grande y me fijo que no tenía la cadena. Me fijo por la tarde y veo que el perro se para y empieza a andar. Y, sin cadena ni collar, se pone a dar vueltas.
Mi padre me dijo: -¿Qué piensas?
-No, nada, nada. Me quedé pensando algo que te lo cuento a la hora del almuerzo.
El perro había quedado condicionado de estar prácticamente casi trece años con una cadena atada a un pequeño mástil, girando. Cuando esa cadena se cortó el perro siguió dando vueltas.
E hilé finito y fui más allá. Y pienso que, a veces, el ser humano está tan condicionado a situaciones, a relaciones, a circunstancias perniciosas que aún a veces cortando una cadena ese ser humano sigue habituado a esa costumbre perniciosa. Porque los roles del ego, a veces, producen acostumbramiento y nos acostumbramos a situaciones perniciosas, nos acostumbramos a situaciones sin sentido y aunque nos saquen el collar y nos corten la cadena, en lugar de buscar el horizonte, seguimos dando vueltas y vueltas y vueltas.
Por suerte esto se puede revertir.
Toda la Luz.
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