por el Prof. JORGE RAÚL OLGUÍN
Cuando nace un niño sus padres le ponen un nombre determinado. A veces ese nombre es sugerido conceptualmente por entidades de Luz, que orientan como tiene que llamarse el recién nacido.
Este nombre, que todo ser humano posee, es importante porque define por numerología lo que está escrito en su origen.
Cuando yo nací, un 10% de mi espíritu habitó en el cuerpo destinado para albergarlo. Viví en un hogar muy carenciado y esa fue la primera señal: el criarme en la humildad. Todavía no sabía que ese era el primero de tantos destinos.
Me pusieron de nombre Jorge, el que labra la tierra. De pequeño fui un niño alegre, pero reservado. No tenía muchos amigos, pero sabía valorar la amistad de aquellos con los que compartía mis horas de juego.
Una de las cosas que más me gustaba era mirar las estrellas. Pasé mucho tiempo observando el movimiento de los astros y aprendiendo a ver en ellos, mediante imágenes que mis ojos captaban, diversas historias que mi mente iba elaborando.
Al cumplir ocho años conocí a una joven de 18, que era estudiante de astronomía. Ella me despertó aún más la curiosidad por esos puntos luminosos que embellecían la noche. A partir de ahí nunca dejé de interesarme por lo que solo mi mente podía alcanzar.
Fue una infancia sencilla y bonita, donde reemplazaba juegos por dibujos en el papel. Cuando transitaba la adolescencia, algo cambió dentro de mí.
Una noche, mientras dormía, una imagen luminosa me despertó de repente, llegando a remover mi interior.
Su voz llegaba en forma conceptual a mi mente. Me habló de que era la proyección suprafísica de un hombre que había vivido en el Tíbet, en un poblado lejano. Se describió como un hombre que había enseñado una nueva forma de vida.
Obviamente, me despertó una enorme curiosidad. Cuando intenté responder a su mensaje conceptual con palabras, la imagen desapareció.
Pasó algún tiempo hasta que nuevamente la imagen suprafísica apareció en mi habitación. En ella se percibía el ser que había sido en su vida pasada. Lo primero que recuerdo y que más me sorprendió fue que en el rostro del hombre se percibía una sabiduría milenaria y en su mirada había decisión, confianza y mucha seguridad. "¿Cómo podía tener el ‘don’ de comunicarse desde un plano espiritual?", pensé. Me contacté conceptualmente y le pregunté cómo podía hacer yo para tener el poder de percibir el Universo Suprafísico. Me miró comprensivamente y me dijo algo que nunca olvidé: -"Son los seres humanos los únicos seres vivos que tratan de tener poder para alimentar su ego en lugar de elevarse hacia adentro. Buscan ávidamente poseer la vida y cuanto más tratan de encadenarla, más lejos de ella están.
Todos tenemos que renacer muchas veces antes de encontrarnos a nosotros mismos. Tú has empezado un nuevo camino, por ello te digo que mires a la naturaleza y que veas como en ella nada permanece fijo, todo cambia. Algún día todos los seres humanos se darán cuenta que necesitan renacer para evolucionar. Para ello deberán dejar de lado las viejas tradiciones y vivir libres sin intentar poseer, porque sólo el que se une a la vida espiritual, vivirá; aquel que quiera retener algo para sí, morirá".
Luego se quedó en silencio, mientras yo digería su mensaje. Sentí que su concepto había llenado mi corazón, había saciado mi necesidad. Después él me preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Jorge -contesté.
-Y ¿sabes lo que significa? -preguntó.
-Sí, pero no lo interpreto -respondí.
-Pues debes buscar la interpretación, porque un ser humano que vive sin saber quién es y qué debe hacer, no es nadie.
Y con estas palabras su imagen se desdibujó.
Durante mucho tiempo pensé en lo que él me había dicho. Empecé a vivir una nueva forma de vida que no supuso para mí ninguna dificultad. Escribía poemas de amor en una carpeta, soñaba que era un gurú que enseñaba a muchos discípulos, me imaginaba un mundo donde todo era paz y felicidad.
Era como que estaba todo bien, pero algo me preocupaba interiormente, aunque no sabía en forma consciente qué era.
Estaba inquieto, no lograba encontrar la respuesta al planteo que él me había hecho.
Una noche intencioné mucho para ver la imagen espiritual del hombre que había vivido en el Tíbet y al final, logré que apareciera.
Me acerqué a él para pedirle consejo, exclamando:
-Gracias por recibir mi mensaje conceptual, necesito tu ayuda.
Le dije que por mucho que pensaba en ello, por mucha meditación que hacía, no era capaz de encontrar la interpretación del significado de mi nombre.
Él me miró con su profunda mirada y dijo así:
-¿Quién es más útil, aquel que le consigue comida al desvalido o el que le enseña a conseguirla? ¿Quién es más poderoso, aquel que es jefe y ordena o los que trabajan sirviendo para que todos estemos mejor? ¿Qué es más importante, que tú sepas quien eres o que sepas lo que los demás necesitan de ti? Has buscado en tu interior, pero no has encontrado la respuesta, porque ésta se encuentra en los demás.
Si no dices lo que realmente piensas, si no llevas a cabo lo que dices, si no estás dispuesto a que los demás se asomen a tu corazón, entonces no estás preparado para saber quién eres tú.
Conocerse a uno mismo implica mucho valor, porque una cosa es lo que tú crees ser y otra muy distinta lo que eres para los demás. Si de verdad quieres encontrarte, acude a los que te rodean, vuélvete como un niño y mira tu interior en los ojos de los otros. Si detectas cosas que puedes cambiar, debes estar dispuesto a hacerlo.
-Pero yo soy como soy -le dije.
-No -contestó- tú eres lo que quieres ser, pero debes serlo en función de servir a los otros. Piensa que eres tu propio sueño hecho realidad, y si miras a tu alrededor podrás ver que cada día todo se renueva, cada día la naturaleza y la vida que está a tu lado renace, y si ella lo hace ¿por qué no puedes hacerlo tú? Sólo el que está dispuesto a no retener nada para sí, puede renacer cada día.
Ahora vuelve a dormir y por la mañana busca en los demás quién eres tú, y si estás dispuesto te descubrirás en la mirada de tu semejante.
El tiempo fue pasando e hice lo que él me dijo. Mi condicionamiento me impidió darme cuenta. Hasta que comencé a fijarme en el dolor de aquel que reflejaba mi imagen y un día comprendí quién era yo y lo que significa ser "el que labra la tierra".
La tierra es la simiente, la tierra es el fruto y también es el final de un ciclo. Labrar la tierra es quitar de en medio todo lo que no te permita comenzar nuevas etapas, es trabajar el infinito, es eterno movimiento. Es descubrir que nada muere, que todo se transforma.
Esa es la gran verdad y esa verdad se encuentra en el interior de cada uno de nosotros. El ego la mantiene oculta y encerrada. Cuando se superan las barreras, las limitaciones y los prejuicios, la coraza que encadena nuestro fuego interno se rompe y entonces éste sale y quema todo aquello que no es útil, y en su movimiento nos hace más libres y nos conduce a la unión con uno mismo, porque igual que el río llega al mar y se funde en él, el destino de cada ser humano es evolucionar en la Luz para fundirse con el Absoluto y ser Uno con Él.
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