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Psicoauditación del 26/12/2011
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
De joven su padre le obligó a aprender a defenderse con las armas. Tiempo más tarde a la vuelta de un viaje encontró abusada y muerta a su esposa encinta. Aunque era pacífico su meta consistiría en hallar al asesino. Se preguntaba si las víctimas y sus asesinos irían al mismo sitio.
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Entidad: Dicen que en las distintas encarnaciones tienes diversas vivencias: algunas te traen engramas, en otras sumas experiencia. Pero tienes un obstáculo muy importante que son los roles del ego en cada vida. No necesariamente un rol del ego tiene que ser vanidad, pedantería, narcicismo -como decís vosotros en vuestro siglo XXI de Sol III-, tiene que ver también con cuestionarnos actitudes, con rememorar circunstancias y ver, entender si lo que hicimos estuvo bien o no. Hay entidades Maestras que dicen que somos falibles estando encarnados, somos falibles aun no estando encarnados.
Hace siglos y siglos de vuestra era había encarnado en un mundo donde la vida era similar a vuestra edad antigua de Sol III. Mi nombre era Netrel y mi padre había sido un gran guerrero. A mí, si bien viví en un planeta salvaje, me gustaba más la labranza.
Soñaba con el día de mañana tener una mujer, hijos, estar feliz, lejos de las batallas pero padre estaba orgulloso de su persona y se hubiese sentido humillado si su hijo no hubiese aprendido el arte de la espada. A los cinco de vuestros años ya con una espada de madera me enseñaba cómo manejarla, cómo empuñarla, cómo moverme y bueno, era un niño. Si bien soñaba con ser un labriego lo tomaba como un juego aunque mi padre no. Me molestaba que cuando a veces hacía un movimiento desafortunado mi padre me castigara. Su castigo era no hablarme, despreciarme, haciéndome sentir inseguro y no se daba cuenta con su estrecha mentalidad de que cuanto más inseguro estaba menos podía aprender el arte de la espada.
Y fueron pasando los amaneceres. Aprendía, aprendía y aprendía. Por lo que vosotros llamáis genética heredé el cuerpo de él: medía casi 1,90 metros de los vuestros y pesaba cerca de 100 kilos, era todo músculos a los 17 de vuestros años. Mi padre todavía se mantenía joven.
Practicábamos ya con espadas metálicas y no había manera que me venciese. Al contrario, me miraba con orgullo pero a su vez sabía mi determinación de no combatir.
-¿Y qué sucede, Netrel, si un día viene una horda de maleantes a saquear las aldeas?
-Los enfrentaré, padre, pero no es algo que me gratifique. Sé que hay mercenarios que les pagan metales para formar ejércitos e invadir aldeas repartiéndose luego los botines. No es una vida que me agrade.
A los 22 de vuestros años formé pareja, formé pareja con Salura. Salura era una joven de carácter pero dulce, nos establecimos en una granja y fuimos felices. Es cierto que como ritual por costumbre o, como decís vosotros, inconscientemente por las mañanas practicaba. Me levantaba apenas amanecía, bebía un poco de líquido y estaba un tiempo practicando con la espada. Luego trazaba mi físico, mis músculos sobresalían, los bíceps y tríceps hinchados, los pectorales dorsales y el estómago marcado y luego a las tareas cotidianas sembrando la tierra. Fui juntando metales, también comerciaba con algunas pieles.
Mi gran alegría fue cuando Salura quedó embarazada, iba a tener un vástago.
Las alegrías vienen acompañadas de tristezas. Madre estaba muy mal de salud, alguna enfermedad de los pulmones. Murió pocos amaneceres después. Al poco tiempo observaba que padre no venía y montando mi cabalgadura voy hasta su vivienda y estaba su cuerpo exánime en su viejo catre. Le toco el costado del cuello y veo que su corazón no latía, sus pupilas estaban dilatadas.
Era joven todavía pero los designios de aquel que está más allá de las estrellas sólo los sabe Él, por qué a una persona sana le puede haber fallado el corazón. Busqué obviamente en su cuerpo señales de heridas o algo pero no, no, había sido una muerte natural.
Cada siete amaneceres iba a un poblado vecino. Había un comerciante Asmael que pagaba bien, con bastantes metales dorados, las pieles.
Habían pasado 4 de vuestros meses, regreso con mi cabalgadura a mi hogar. Soy muy detallista, muy observador y encuentro el lugar distinto me doy cuenta de que las cosas no estaban como yo las había dejado. La puerta de la vivienda abierta y mi mujer sin ropa, ultrajada, sin vida. Me quedé petrificado mirándola. No entraba en mi mente, no digería, no entendía el momento, no captaba con mi mente la situación; la captaba con mis ojos, no con mi mente, no concebía lo que había pasado. Jerezo, un viejo vecino que renqueaba, pues de joven un guerrero casi le había cercenado la pierna izquierda, me dijo:
-Te buscamos Netrel y no quisimos tocar nada adentro por si tú podías observar algún rastro o algo pero vimos salir a un jinete canoso.
Me arrodillé y salvo cuando era niño -y a veces lloraba por los castigos de mi padre- es la primera vez que lloré de mayor. No cuando murió madre, no cuando murió padre porque entendí que eran designios de aquel que está más allá de las estrellas. ¿Pero esto? Esto no era un designio, esto era una muerte que no debía haber sido. Dos, un bebé dentro. La enterré en el pequeño campo, puse un madero clavado en su tumba.
No me olvidaría de Salura: su sonrisa franca a pesar de su carácter duro, su cabello rubio, sus ojos celestes, su figura fuerte pero delgada. Ella odiaba las armas y en ese momento le agradecí a padre, le agradecí y le agradecí a padre el haberme enseñado el arte de la espada. Nunca me consideré hipócrita ni modesto, me consideraba muy bueno.
Vendí el lugar, ya no trabajé más de labrador ni comercializando pieles. Tenía suficientemente dinero para vivir una vida entera en mis alforjas. Si me mataban ya no lo precisaría yendo con aquel que está más allá de las estrellas. Lo llevaba siempre conmigo cuando dejaba mi cabalgadura en el corral, los metales los llevaba conmigo. Encontraría al asesino violador, esa era mi meta. Yo tenía sus señas.
Me alejé en mi cabalgadura del lugar, saludé a mis vecinos. Estaba un poco al sur de la zona ecuatorial, marché para la zona ecuatorial, mi rumbo era el norte.
Me acordaba de mis amigos de la infancia, de Tasco, de Heberson y de Rauro. Rauro era el que más había practicado con su espada de madera conmigo. Rauro era como un hermano si bien yo nunca tuve hermanos. Sus padres, a mi edad de 12 de vuestros años, lo llevaron al norte pero lo reconocería. Quisiera encontrar a Rauro, quizás el único amigo en este mundo al que podía contar de mis pesares, quizás el único amigo al que podía hacerle entender por qué un pacífico labriego estaba transmutando y se estaba transformando en alguien vengativo no solamente con aquel que había ultrajado a Salura matándola a ella y a mi hijo sino también para tener a alguien con quien hablar y desahogar mis penas. La vida en ese mundo era ruda y para la mayoría la vida de los demás no valía nada.
Tenía una dualidad en mi mente. En el fondo era un ser pacífico, en el fondo era un ser tranquilo, todavía amaba la armonía, la paz. ¿Pero con quién? Salura no existía. Aquello que la animaba estaba con quien está más allá de la estrellas y los asesinos, los que saquean aldeas, los que se apoderan de pueblos, ¿cuando los matamos también van con aquel que está más allá de las estrellas o van a un fuego eterno? Muchos dicen eso. A veces dudo de que exista aquel que está más allá de las estrellas porque, ¿cómo permite tantas injusticias, enfermedades, muertes, saqueos? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué objeto?
El instinto de cada niño es coger una espada de madera y luchar como un gran guerrero. Yo no tuve ese instinto, me lo implantó mi padre pero no voy a mentir, le tomé el gusto y hoy le agradezco. Mi niñez fue animada por los juegos y nuestras invenciones, hacíamos que éramos exploradores. Padre una vez me dio una zurra porque llegué con Rauro al anochecer. Padre me dio una zurra pensando que nos habían matado pero con Rauro siempre imaginábamos que éramos exploradores, no guerreros, exploradores. ¿Qué habría sido de él? ¿Habrá aprendido, también, el arte de la espada como yo? ¿Estará en pareja? ¿Será buena persona? No lo sé, no lo sé. No espero encontrarlo en un mundo tan duro, salvaje. Tener un amigo en quien confiar vale más que cien metales dorados y más en esta soledad eterna, en esta noche oscura que estaba pasando, viviendo, digiriendo, extrañando el hogar, la calidez. ¿Por qué la injusticia? Ni el más sabio de los seres creo que es capaz de responderme el por qué.
Hasta todo momento.
Psicoauditación del 27/12/2011
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
Relató una vida en Aldebarán, donde mataron a su esposa, hecho que no pudo superar. Marchó en busca del asesino para vengarse. Trabó amistad con Riordan, un guerrero que, a pesar de su fuerza y habilidad con la espada, sentía miedo en los combates, cosa que remediaba tomando un brebaje de hierbas alucinógenas. Finalmente habló sobre los miedos, los cuales nos condicionan y hacen que no estemos a gusto con nosotros mismos.
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Entidad: Cuántas veces pensamos en cada encarnación sobre la conducta del ser humano encarnado. Si bien el espíritu tiene decenas o cientos de vivencias el hecho de protagonizar un rol en el plano físico de alguna manera te condiciona.
Muchas veces he sido protagonista de sinsabores, de dolores, de agonías y otras he sido testigo directo de las mismas.
Iba cabalgando en mi hoyuman, de pueblo en pueblo y de comarca en comarca, pensando siempre en Salura, en cómo había sido violentada. Una pérdida que no olvidaría.
Dejé mi cabalgadura en un establo. Le di un par de metales al que cuidaba y marché a la posada. Había varias personas. Rápidamente, en segundos, recorrí el semblante de cada uno de ellos. Había dos que eran guerreros pero no parecían peligrosos. Se me acercó una joven bastante bella, quizás algo entrada en edad. Me preguntó mi nombre.
-Netrel. ¿Y tú?
-Alaza. ¿Vas a tomar algo?
-Una bebida espumante.
-Arriba tengo mi habitación. Por dos metales cobrizos puedes estar conmigo.
Me negué.
Le dije: -No es por despreciarte. Eres muy atractiva pero mi mente está fija en el pasado.
-¿Has sufrido una pérdida?
-No deseo hablar de ello. No deseo hablar de ello.
La mujer se marchó. Luego de servirme la bebida -que la vacié en dos tragos- me quedé pensativo. En ese momento se escucha un grito de afuera.
-Riordan, eres un cobarde.
Fruncí el ceño. Vi a un hombre quizás algo mayor que yo, con el rostro gastado. En ese momento lanzó una carcajada y vació de un trago su bebida espumante.
-¡Aquí estoy!
Salió de la posada.
Vi que todos salían también. Evidentemente había un desafío. Me quedé adentro y escuché el ruido de metales, exclamaciones y un grito de dolor. La gente entraba otra vez a la posada.
Es increíble. Qué facilidad para manejar la espada. Nada menos que a Cajarda, que era uno de los más diestros con el sable. Cajarda era casi invencible y Riordan lo venció como si fuera un principiante.
Entró Riordan, sonriente, guardando su espada y pidió otra bebida espumante.
-Os invito a todos. ¡Eh, tú, el nuevo! Comparte la mesa con nosotros.
Me acerqué y me senté. Brindé con ellos.
-¿De dónde eres? -me preguntó Riordan.
-De más al sur. Si preguntas qué soy en este momento simplemente un caminante. O mejor dicho, un viajante, porque voy en mi hoyuman. No tengo un destino fijo. Sí ando en busca de un asesino.
-En lo que te podamos ayudar... ¿Cuál es tu nombre?
-Netrel. Hace tiempo atrás violentaron y mataron a mi esposa. Tengo medianamente la descripción del asesino y no pararé hasta encontrarlo.
Me quedé varios amaneceres en el poblado. Prácticamente me hice amigo de Riordan.
Le comenté: -Dicen que eres bueno con la espada.
-Mira, Netrel, va pasando el tiempo y uno está cansado. Pero no me mal entiendas. Estoy harto de desafíos. Todos quieren probarse y vivo matando gente. La vez pasada era un joven que recién aprendía a manejar la espada. Lo herí para que ya tuviera bastante, pues no quería acabar con su vida. Cambió la espada de mano y volvió a atacarme. Volví a herirle, dejándole casi incapacitado. A los dos días viene con su hermano mayor y peleamos dentro de la posada. Lamentablemente los tuve que matar a los dos. No suelo ser un ratero de sacar metales de los cadáveres pero lo hice para pagar los gastos en la posada. Y no te voy a mentir: me quedé con el resto de los metales.
A veces veía a Riordan, cuando nadie lo miraba, como triste, apesadumbrado, con el rostro pensando. Y aquella posadera que se me había ofrecido por un par de metales le traía una bebida pero no era una bebida espumante. Si bien yo no tenía tanta confianza con Riordan para preguntarle sí le pregunté a la posadera.
-¿Qué está tomando?
La posadera me dice: -Es un té de hierbas que consigue él, pero no sé de dónde. No las tomo porque tienen un olor nauseabundo pero deben ser curativas o algo.
Me intrigaba. Al octavo amanecer que estuve en ese poblado hubo otro desafío. Era un hombre imponente que venía del norte, con el cabello totalmente blanco y casi una cabeza más alta que yo. Despertó mi curiosidad y salí de la posada.
Riordan vació otro té de hierbas y salió. A pesar de que no era joven era bastante ágil y esquivaba los mandobles del gigante del norte. Lo hincó con su espada en el estómago pero el guerrero del norte no era un hombre común. Le pegó con su maza en la frente a Riordan, haciéndolo trastabillar y cayó de rodillas.
Entendí que Riordan estaba en apuros. Pero había una ley o ética del guerrero que decía que no debíamos intervenir en un duelo aun que el que esté perdiendo sea tu amigo.
No contaba con la agilidad de Riordan y la torpeza, quizá, del guerrero del norte. Se le echó encima para acabarlo. Riordan se tiró de espaldas y levantó su espada atravesándole el cuerpo desde el pecho a la espalda. Y ahí, sí, acabó el combate.
Esa noche no quiso hablar con nadie salvo conmigo. Ahí sí me atreví a preguntarle qué era ese té de hierbas.
-Son hierbas que me consiguen los lomantes.
-¿Lomantes? ¡Ah! Unos seres que están en el desierto y que montan gromodans. He visto alguna vez alguno de ellos. ¿Y qué tienes en el cuerpo que precisas esas hierbas? Y disculpa mi curiosidad.
Me miró a los ojos y me dijo: -Te hacen irte de la realidad.
Él se refería a que eran hierbas alucinógenas.
-Te hacen irte de la realidad y te hacen olvidar el momento. Te ponen eufórico.
-Está bien. ¿Pero por qué las tomas?
-Porque hace mucho tiempo atrás he perdido el empuje, el valor. Netrel, he perdido el valor.
-Te conozco hace poco tiempo pero eres un excelente guerrero. Obviamente que lamentas que vengan a desafiarte y que tú tengas que quitar vidas.
-Pienso que cada duelo va a ser el último. Quisiera esconderme en algún poblado de las montañas y que me conozcan con otro nombre, o sea, desaparecer, tener una familia. No soy tan anciano pero si bien no soy joven todavía tengo vitalidad. Pero tengo miedo, Netrel, tengo miedo a que me maten.
Era tan difícil entender el interior de cada persona... Cada ser es un mundo. Mi objetivo era buscar a alguien. Mi horizonte era acabar con el asesino de Salura. El horizonte de Riordan era desaparecer, que nadie lo conozca. Un excelente guerrero que tenía miedo a la muerte y tomaba hierbas para darse valor.
Creo que ni siquiera el hombre más sabio de Umbro podía entender esas conductas tan raras. Pero entendí que todos tenemos miedos. Tenemos miedos a envejecer, al abandono, a no agradar más a nadie, a perder la compostura, la gallardía. Siempre nos estamos midiendo con nosotros mismos entendiendo que el tiempo pasa inexorable y que él es nuestro verdadero enemigo.
Los sabios dicen que hay que saber envejecer. Y aunque nuestro interior esté fuerte va a haber mañanas que nos levantemos depresivos o noches en las que pensemos y no podamos dormir.
Y así como Riordan tenía miedo a combatir muchos de nosotros tenemos miedo a vivir. Seguramente que no en todo momento. Nos cogen ramalazos de temor o quizá están muy adentro esos temores que nos condicionan, pero están. Y a veces se hace difícil estar en armonía.
Psicoauditación del 30/12/2011
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
En un pueblo de Aldebarán ayudó a Tirso, joven con problemas familiares que necesitaba la aprobación de su padre, que lo tenía de menos. Un día acabó matando a un empleado de su padre para demostrarle su valía y tuvo que marchar del pueblo.
Netrel le enseñó que única aprobación es la de uno mismo y que la dependencia y la crítica debe hacer que le resbalen.
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Entidad: Cuántas veces en nuestra vida buscamos la aprobación del otro, que puede ser un familiar, un amigo, una pareja, alguien donde estamos trabajando, para caerle bien, en lugar de buscar nuestra propia aprobación que, como dicen los Maestros de Luz, es la única manera de integrar los roles del ego.
Cuántas veces buscamos la aprobación de alguien que nos haga sentir bien y no nos damos cuenta que, de esa manera, creamos una dependencia.
Hay un relato en un mundo siglos y siglos atrás.
¿Qué puedo decir de Tirso? Tirso, en algún momento, buscando la aprobación consciente o inconsciente, en aquella vida era consciente.
Andaba con mi cabalgadura por las distintas comarcas con un dolor inmenso en mi pecho. No dolor físico sino dolor espiritual, un dolor espiritual que no podía sostenerlo, un dolor espiritual que me agobiaba. No había aprendido a luchar contra ese dolor. Había un rencor dentro que me carcomía.
Era inteligente. Sabía que ese dolor me carcomía y que me causaba engramas y que al único que le afectaba era a mí, a mi propio ser.
Recuerdo que llegué a un poblado y, como siempre, dejé mi cabalgadura en el establo y fui a la posada más cercana. Siempre observo el rostro de quienes están allí, algunos habituales y otros, al igual que yo, están de paso.
Me sorprendió que una de las mesas, en un rincón, había un joven que ya llevaba consumidas tres jarras grandes de bebida espumante. Me pedí en el mostrador mi jarra y la consumí en dos tragos. Dejé un par de metales sobre la mesa. El joven se quiso incorporar y cayó al piso. Todos se rieron.
Me levanté, lo cogí de las axilas y lo saqué del local. Lo sumergí en el abrevadero.
Se rebeló.
-¿Qué haces?
-Simplemente busco despejarte, despabilarte. Evidentemente, la bebida te ha caído mal.
-No me interesa estar bien- me respondió.
-¿Cómo te llamas?
-Tirso.
-Mi nombre es Netrel. ¿Qué te ha sucedido?
-Lo que te pueda contar no tiene importancia porque no va a arreglar mi situación. Mi padre me odia.
-¿Quieres contarme? Sin ningún compromiso...
Fuimos caminando a un costado del poblado. Nos sentamos en una roca y me contó.
"De pequeño nunca me gustó el juego de espadas. Veía que otros amigos practicaban con espadas de madera y a mí me gustaba más actuar, como hacen en la zona ecuatorial. Mi padre me llegaba a castigar -incluso golpeándome-, diciendo que eso era para niñas, no para varones.
Le comenté que ganaban muchos metales aquellos que estaban en la zona ecuatorial, pero era imposible razonar con padre.
Padre tenía una enorme propiedad. Criaba distintos animales y tenía muchos peones, la mayoría expertos en el arte de la espada.
Turik, el hijo de uno de los peones, ya de corta edad manejaba la espada como nadie.
Padre ni siquiera se molestaba en enseñarme porque decía que yo era un caso perdido.
Visité a un vecino que había sido criado por los orientales y, día tras día, amanecer tras amanecer, me enseñó el arte de la espada. Y al día de hoy la manejo como nadie".
-Y, ¿cuál es tu idea?- le pregunté.
-Quisiera que mi padre me amara; necesito la aprobación de él. Este joven, Turik, que sabía tanto, hoy es el favorito del viejo.
-¿Y qué deseas hacer?
Tirso me miró. Y me dijo: -Desafiarlo. Mostrar a mi padre que yo verdaderamente soy un hombre.
-¿Pero tan bueno eres?
-Si no lo tomas como un desafío. Veo que tú también tienes una espada.
Asentí con la cabeza y fuimos lejos del poblado e hicimos un combate de práctica. Verdaderamente era muy bueno. Él dijo lo mismo de mí.
Lo acompañé hasta su casa. Me presentó a su padre, que no me recibió de muy buena manera.
-Aquí ya tenemos peones. Y tampoco buscamos a nadie. Ni siquiera buscapleitos.
-No, señor. Estoy de paso. Simplemente acompañé a Tirso porque no se sentía bien.
-Sí me siento bien-dijo el joven-. Nada más quería que fuera testigo.
Gritó en voz alta, citando a todos, a los peones y al joven que tenía la misma edad de Tirso, que para el padre de él era el mejor espadachín.
-¿Qué quieres hacer ahora?-le dice el padre.
-Mostrarte a ti y a todos que soy el mejor con la espada.
-Veo que has bebido.
-Sí, he bebido. ¿Y qué?
El otro joven no era vanidoso ni pedante como yo había pensado.
Le dijo a Tirso: -No es necesario combatir. Está bien. Si tú dices que eres bueno yo te creo.
-Pero mi padre no me cree.
Y sacó su espada.
-¿Qué haces? ¿Qué estupidez estás cometiendo ahora?
Tirso ignoró las palabras del padre.
-A ver, ¡tú! Saca tu espada; muéstrame qué tan bueno eres.
El otro miró al padre de Tirso, a su propio padre y ambos tenían el rostro impávido. Sacó su arma y empezaron a combatir. Pero no era un simulacro, era de verdad.
Tirso estaba nervioso. Recibió un corte en el brazo izquierdo. Arremetió con todo y su contrincante lo esquivó y dio de bruces contra el barro. Todos lanzaron la carcajada.
Tirso quedó unos momentos en silencio -como meditando quizá las palabras de su vecino, aquel criado por los orientales- y en ese momento fue otro: dejó de lado sus impulsos y mostró su maestría. En pocos instantes el combate terminó cuando Tirso le hincó la espada en el costado, acabando con la vida de su contrincante.
-¿Veis? ¿Veis que soy el mejor?
El rostro del padre de Tirso se llenó de cólera.
-¿Qué has hecho? Siempre dije que no servías para nada.
-¿Qué dices? Te acabo de demostrar que soy el mejor.
-Pero qué necesidad había de matar a alguien que se crió con nosotros, que era tu amigo. Quiero que te vayas de aquí.
-¿Querías un favorito? Yo soy tu favorito. Yo soy tu hijo.
-Tú no eres digno de nada. No entiendes nada. Nada.
Tirso se abalanzó contra su propio padre y lo sujeté.
Y le dije: -Vamos.
Montó su cabalgadura y yo la mía y marchamos de allí.
-¿Qué hice mal?-me preguntó.
-Quizá... quizá, porque no conozco vuestra historia, la aprobación de tu padre pasaba por otro lado. Quizá la aprobación de tu padre pasara por carácter, conducta, temperamento, no por el manejo de un arma.
-Pero, Netrel, cuando yo era pequeño él decía que el arma hacía el hombre y que el teatro hacía a la niña. ¿Qué cambió?
-Quizá de niño te pedía eso, de adolescente pero ya de adulto, siendo un hombre, pretendía otras cosas: madurez en el trabajo, ayudar a criar los animales, poner las cercas, sembrar, cosechar…, no guerrear. Estáis en una zona pacífica. Has matado a alguien que jamás te ha provocado y has dejado a su padre sin un hijo. Y si no te tomo la mano querías matar a tu propio padre.
-No entiendo, entonces, de qué manera ganar la aprobación de los demás.
-Los actos que uno comete son imposibles de borrar. Creo que has cometido un acto hostil. Has desafiado a alguien y con herirlo era suficiente.
-Netrel, cuando caí al barro se rieron todos; es una humillación, es como que se burlaban de mí.
-Sí, eso es cierto, eso es verdad. ¿Pero por qué te tiene que doler la burla de los demás? Respóndeme: ¿por qué te tiene que doler la burla de los demás?
-¿A quién no le afecta?
-A mí no me afecta. Si te afecta la burla de los demás es porque tu importancia te la están dando los demás.
-Bueno, pero todos necesitamos que nos reconozcan.
-¿Por qué, Tirso? ¿Por qué? No entiendo porqué no te reconoces primero tú. Estuviste toda la vida buscando la aprobación de tu padre. ¿Para qué? El día de mañana tu padre no va a estar. ¿Y a quién vas a recurrir que te dé la aprobación? ¿A una esposa, a un jefe? ¿A quién?
-Mi padre ya murió para mí. No pienso volver. Nunca me quiso.
-Supongamos que así fuera, es un problema de él, no tuyo. A mí me mataron a mi esposa, la violaron, la mataron y no encuentro al asesino pero no dejo de vivir, aunque pienso todo el día en ello. Siempre uno piensa que lo de uno es peor porque es uno el que lo sufre pero hay cosas peores. A veces, nuestro propio egoismo nos hace pensar que las desgracias nuestras son las peores.
-¿Y qué debo hacer ahora, Netrel?
-Inicia una nueva vida. ¿Qué sabes hacer?
-Bueno, aparte de trabajar en el campo con animales y sembrar, también sé combatir.
-Dedícate a trabajar en el campo, empléate donde te precisen. Y, por sobre todas las cosas, busca sentirte útil contigo mismo. Sabemos que cada encarnación es distinta a la otra.
La vida en ese mundo llamado Umbro era difícil. Pero aquí, en este mundo al que llamáis la Tierra, también es difícil. Es otra la época, son otras las circunstancias, son otras las vivencias. La aprobación ya no dependerá de un padre sino del entorno. Habrá quien te prejuzgue, quien te critique pero, al fin y al cabo, es lo mismo.
Y depende de uno el que la crítica le impacte como una flecha o que le resbale. Depende de uno. Sólo de uno.
Gracias por escucharme.
Psicoauditación del 30/3/2012
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
Habló de que no se debe prejuzgar sin conocer. Fue tomado por uno de los saqueadores de una aldea donde varios gerreros mataron y robaron, pero pudo demostrar que no fue él. Siguió su camino en busca del asesino de su esposa.
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Entidad: La vida... La vida te pone en situaciones tan difíciles, pero tan difíciles...
Podríamos decir que era un errante que viajaba de aldea en aldea, de poblado en poblado, de región en región por todo Umbro tratando de encontrar a quien había violado y matado a mí esposa Salura. Mi nombre era Netrel.
Llegué a una aldea pacífica, en la zona ecuatorial. Era una aldea protegida por montañas, lejos de saqueadores. Me gustó el lugar, sus habitantes amables. Podía vivir allí eternamente si lo hubiese querido, pero no era mi destino ese. La gente me convidaba con bebida espumante, contaban cuentos, tenía bastantes metales para alquilar un cuarto en la posada. Me sentía muy a gusto.
Me gustaba mucho caminar, a pie, dejando mi hoyuman en el establo. Tenía muy buena vista.
Una mañana descubro una silueta en una de las cumbres de las montañas bajas y había otro hombre hablando con esa silueta. Me acerco de costado, sin que me vieran. Era un granjero hablando con un guerrero imponente, con una más aún imponente espada, y veo que el guerrero saca un par de metales y se los da al granjero. Este mira hacía todos los lados, me oculto y baja hacia el poblado. Lo sigo y entra en una casa. Espero que sea de noche y miro por una ventana y estaba el granjero y una mujer, que sería su esposa.
Al día siguiente varios guerreros bajan de las montañas y saquean varias granjas. No se llevan ganado ni cosechas sino los metales de los inofensivos granjeros. Al que se oponía le cortaban el cuello directamente.
Durante varios amaneceres el pueblo estuvo inundado por la infelicidad ¿De dónde había salido esa pequeña banda? ¿Quién les había avisado que allí había una aldea débil? Y entendí que seguramente ese soplón avisó a uno de los guerreros que allí había posibilidades de saquear distintas granjas y por eso el guerrero le correspondió el favor dándole metales. Me sentí impotente porque podía matar algunos con mi espada, pero eran varios.
Esa mañana estaba de muy mal humor y en la posada no quise beber con los otros. Estaba solo, allí en el mostrador. Nunca me afectaba la bebida espumante pero de todas maneras tomaba lo suficiente para seguir lúcido. Y apareció el soplón pidiendo una pequeña bebida fuerte. De verdad, estaba reactivo y lo encaré.
-Tú, ¿cómo te llamas?
-Samero, señor.
-La vez pasada te he visto.
-¿Me has visto?
-Te he visto; tú eres un soplón. Tú has hablado con uno de los guerreros que han saqueado alguna de las granjas y he visto que te dio unos metales.
Sacó un pequeño puñal de entre sus ropas. No tuvo tiempo de nada porque mi espada le atravesó su pecho y cayó ahí mismo, en el piso de la posada, sin vida. Algunos de los habituales al lugar se quedaron sentados, paralizados, y dos de ellos salieron corriendo.
Al poco rato, se escucharon gritos de mujer y vino la viuda gritándome "¡Asesino, asesino!" y golpeando mi pecho.
La empujé y me marché del lugar. Me sentía incómodo, incómodo por temor a haberme equivocado.
Los lugareños son como las veletas de vuestras casas: a la veleta la mueve el viento y a la opinión de los lugareños otra opinión, y muchos dudaron de que ese granjero que maté había sido el responsable. Algunos lugareños evitaban mirarme pero no vivía de la aprobación de los demás.
Esa tarde, cuando ya se ponía la estrella, vi que la viuda dejaba su hogar. Allí no existía la ceremonia del velorio ni nada religioso, si bien tenían respeto por aquel que está más allá de las estrellas. La seguí en la distancia a pie; ella iba montada en un pequeño hoyuman.
Mi vista no me engañaba: la viuda se encontró con ese guerrero, ese guerrero al que su esposo muerto le había comentado que allí había riquezas de las cuales uno podía apoderarse fácilmente. Me asombró más ver que se besaron apasionadamente y, luego, despojándose de algunas de sus ropas, comenzaron los juegos para intimar. Así que la viuda que me culpaba delante de toda la aldea era la amante de uno de los guerreros que había saqueado algunas de las granjas.
Me acerqué sigilosamente, pero nunca hay que menospreciar al enemigo. El guerrero tenía buena vista y buen oído. Apartó con un movimiento del brazo a la viuda y la hizo rodar en las rocas y se paró con su espada en mano. Saqué la mía y combatimos. Me era difícil porque no quería matarlo. Recibí una pequeña estocada en el hombro izquierdo y me molestaba porque no me ponía a fondo, no quería matarlo. Lo herí en el muslo izquierdo, en el hombro derecho, en el brazo derecho, una pequeña herida en el abdomen, o sea, le fui quitando fuerzas. Una enorme herida en el antebrazo derecho y soltó la espada; yo tenía la mía.
-Venid conmigo-. Y fuimos los tres caminando hacia la aldea.
-¡Eh, vosotros!- llamé. Y me encaminé con los dos amantes hacia la posada. No me digáis cómo, porque yo no lo sé, pero de repente había como cien personas, cien, reunidas.
-Aquí tenéis a la viuda del soplón y al guerrero que es el amante de la viuda.
Le apoyé la espada en la garganta al guerrero y le dije:
-Confiesa.
Dudó. Le hice un pequeño tajo y empezó a manar sangre.
-Confiesa.
Y confesó que eran una pandilla de seis proscritos y que se dedicaban a saquear aldeas y que siempre en alguna aldea encontraban un soplón al que le pagaban con metales y una vez que no lo precisaban lo mataban. O sea, que a este soplón seguramente lo hubiera matado este guerrero y quizá a la viuda también para no dejar testigos. La gente volvió a mirarme a los ojos. Algunos sonreían, otros me miraban con agradecimiento.
Les dije:
-Esto no termina aquí. Haced lo que queráis con este guerrero, con la viuda, pero estad alertas porque quedan cinco más allá en las colinas. Pero aprended a no prejuzgar; aprended a esperar antes de emitir un juicio. Para muchos de vosotros yo había cometido un asesinato con ese soplón y teníais compasión por la pobre viuda. Mirad ahora: ella lo sabía todo, ella era cómplice. Lo que no sabía el soplón, el muerto, era que su esposa lo engañaba con el guerrero. Quizá de los tres -y paradójicamente- el guerrero sea el más inocente porque era lo que sabía hacer, era su trabajo, su tarea engañar y saquear. Pero cuando hablamos de nobleza sabemos que la nobleza es 100% nobleza y no existe una nobleza sucia, no existen porcentajes de nobleza, como no existen porcentajes de bondad. Pero puedo decir que el guerrero, paradójicamente, es más noble que los otros dos, que el soplón y su viuda, por lo menos no traiciona a los suyos. El soplón traicionó a todos vosotros; la viuda también, aparte de a su marido. Y yo aprendí que un extraño -porque para vosotros soy un extraño- si no es con hechos o con pruebas es difícil convenceros de que hacía las cosas a vuestro favor.
Y así pasa en la vida. A veces te encuentras con gente que no comprende que, de alguna manera, haces las cosas a favor del otro pero no te lo entienden. Y no se trata de prejuzgar y caer en la misma que la de que aquellos lugareños de aquella remota aldea de la zona ecuatorial de Umbro porque hay situaciones distintas en cada lugar, en cada vida, en cada momento, en cada región, en cada mundo, a cada instante, y cada instante es único como cada persona es única, como cada situación es única. Y, a veces, miles de años de experiencias en distintas vidas no te sirven de nada para un imprevisto, de nada.
Les habló Netrel, aquel que sigue buscando al asesino de su esposa Salura. Y lo va a encontrar y lo va a hacer sufrir como sufrió mi amada.
No tengáis duda de ello. ¡No tengáis ninguna duda de ello!
Psicoauditación del 18/4/2012
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
Recuerda su vida como Netrel en un mundo salvaje donde vivía dolido por los afectos, por la soledad y por un amor perdido. Habla de la diferencia entre ser culpable y ser responsable, sobre involucrarse o inhibirse, pero que debemos involucrarnos cuando algo está mal.
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Entidad: Me gusta el nombre "Jos" porque suena como el viento: "flussssssss", libertad, nada de condicionamientos, nada de dogmas, nada de doctrinas, plenitud en todos los aspectos donde nada nos oprima, ni física ni emocionalmente.
Recuerdo mi vida, como Netrel, en un mundo salvaje, donde vivía dolido por las pérdidas, por los afectos, por la soledad, por un amor que ya no estaba. Había noches en las cuales hasta el silencio tenía ruido en mis oídos y ahí sí sentía una opresión, una tremenda opresión. Por la mañana, apenas amanecía bebía bastante agua de algún arroyo y practicaba con mi espada contra un rival invisible.
A lo lejos diviso un valle. Había bastantes casas, como en todos lados. Lo primero que hago es dejar mi cabalgadura y dejar un par de metales para que le den bebida y forraje. Como algo en la posada y me tomo una bebida espumante.
Escucho detrás de mí carcajadas. Me doy vuelta sin buscar pleitos, como mirando en forma disimulada. Había cuatro jóvenes que se burlaban de un hombre ya grande con canas en su cabello. El hombre se levanta tambaleándose y uno de los jóvenes le pone el pie. Miro al hombre para advertirle y veo que inmediatamente el hombre, mareado y todo por el alcohol de la bebida espumante, se da cuenta y le pega un bofetón de revés al joven y lo tira a una línea de la mesa. Los otros inmediatamente se paran tratando de coger sus espadas, cuando intervengo yo. Ya con mi espada y con el brillo del metal apuntándoles se vuelven a sentar. El viejo me mira con agradecimiento. Yo ya había comido y bebido la jarra completa. Dejé un par de metales en el mostrador y salí con el hombre.
Me contó parte de su vida. Había sido un gran guerrero. Habían matado a su esposa.
-Conozco de eso-le dije-, conozco de pérdidas.
Buscó venganza, hasta que encontró al asesino en un pueblo vecino y luchó con él lealmente hasta atravesarle el pecho con su espada. A partir de ahí me contó que se volvió frío y, cada vez que lo buscaban, él sacaba su espada y se enfrentaba, matando al oponente. Cobró fama. Lo venían a buscar de pueblos vecinos hasta que se gastó. Se sintió como gastado conceptualmente, como que ya no quería más. Se sentía deprimido porque esa tampoco era vida. Al fin y al cabo había vengado la muerte de su esposa y no le interesaba batirse con todo guerrero que lo desafiara sino cambiar de comarca y desaparecer.
Y fueron pasando los amaneceres. También dentro del cansancio que tenía me contó que había otra cosa peor: lo dominaba su ego, se creía invencible y a veces es como que jugaba con sus oponentes. Un par de veces por distraerse lo hirieron, pero fueron heridas menores, por supuesto. Hasta que vino Karsacan, un guerrero del norte que medía cabeza más alto que él. No vino a desafiarlo. Entró en la posada en esa aldea y, como no le gustó lo que le habían servido, atravesó el corazón del posadero, dejando viuda a la posadera. Me contó que fue él quien lo desafió a ese gigante del norte y lucharon. No se confió, obviamente. Lo hirió en dos partes y se desanimó al ver que heridas que hubieran sido muy considerables para otros a él no le hacían nada. Se enardecía más. Sintió una punzada en el estómago, otra en la pierna izquierda, otra en el brazo izquierdo y sabía que tenía la batalla perdida cuando, en ese momento, una flecha le atraviesa el brazo izquierdo al gigantesco guerrero. Era la viuda del posadero, que aparentemente sabía usar bien el arco y las flechas. No lo inutilizó al hombre, por supuesto. Partió la flecha en dos y se la arrancó por ambos lados, pero manaba demasiada sangre. Montó a su cabalgadura y se marchó.
A partir de ese momento el hombre se sintió como que ya no era invencible. Tuvo un desafío con un joven al que no mató pero le costó muchísimo vencerlo, quizá falta de confianza o que ya no tenía fuerzas. Le expliqué que no era así, que todavía era joven, que las canas no significan nada, que tenía que ganar confianza pero no con la bebida. Tenía que estar bien alimentado tomando solamente agua y caminando, no montando en su cabalgadura.
Me quedé allí bastantes amaneceres. Practicó la espada conmigo. Noté que al cabo de varios días estaba tan ágil como yo y me dijo: -Netrel, me has devuelto mi vida. Tengo pocos metales pero si quieres te los doy.
-No -le dije-, no era por eso.
Y me sentí contento de haber ayudado a alguien a que vuelva a recuperar su confianza pero que me tenía que ir porque yo también buscaba a alguien que había cometido un acto hostil conmigo -sin explicarle qué- y que volvería a la brevedad.
Cogí mi cabalgadura y, tres amaneceres después, llegué a un pueblo vecino pero no había ninguna pista de la persona que yo buscaba, la que había matado a mi amor, mi gran amor. Me quedé un par de amaneceres y volví. Retrocedí al pueblo anterior a ver qué había pasado con el anciano al que le había vuelto de nuevo el deseo de vivir y en la posada me contaron que había vuelto ese guerrero gigantesco y había combatido con este anciano.
Pero la vida no es un cuento donde hay finales felices: el anciano recibió una estocada en el corazón y murió inmediatamente. La viuda se vengó. Tenía metales ahorrados y había contratado a algunos mercenarios y lo mataron a flechazos al guerrero. Quizá si yo no me hubiera metido a tratar de recuperar la estima de ese hombre la viuda hubiera matado al guerrero gigantesco pero el anciano hubiera seguido viviendo. ¿O no?
Sé reconocer la diferencia entre ser culpable y ser responsable y lo que hice no lo hice a propósito sino que lo hice en beneficio de esta persona, a quien sin querer lo mandé a la muerte. Quizá si hubiera estado yo hubiera muerto también a manos de ese guerrero. Me considero muy bueno pero nadie es invencible. No existe eso, siempre hay alguien mejor.
Cené en la posada y al día siguiente me marché. Por el camino pensaba: ¿qué está bien en la vida? ¿Qué está mal en la vida? ¿Qué está bien en nuestras decisiones? ¿Qué está mal en nuestras decisiones? Si nos involucramos, aun para ayudar, siempre hay gente que nos prejuzga -y ahora no me refiero a esa vida sino en general- y cuando no nos involucramos pecamos de indiferentes, o sea, como que las cosas no nos importan, como que el otro no nos importa. Pero no somos infalibles. A veces accionamos porque creemos que es lo mejor y algo nos sale mal y escuchamos reproches. Y seguramente nuestro ego se enoja, se ofusca, se ofende, se molesta y el ego nos dicta: "no nos metamos nunca más, aislémonos", hasta que pasado el momento otra vez analíticos decimos: "no, hicimos bien". Hicimos bien porque nuestro deber moral es involucrarnos cuando algo está mal. Porque así somos, porque así tenemos que ser. Siempre va a haber necios o imberbes que nos señalen con el dedo y no podemos acusar recibo a la necedad porque seríamos un espejo de la necedad, reflejándola. Porque la vida no es justa, porque a veces daría la impresión -y esto es irónico- como que triunfa lo injusto, el que nada le preocupa, el que no se juega, el que no se arriesga, el que puede ayudar y no le importa. Es irónico porque hay benefactores pero no de esos de tirar metales sobre un mostrador. Son benefactores del participar, el ayudar, el planificar en pos de unos y en pos de otros o el apuntalar a aquel que tiene la posibilidad de prestar más ayuda. Pero sientes ese gusto amargo y es imposible evitarlo cuando el destino no es como tú lo esperas. Pero como ser espiritual soy absolutamente optimista.
Gracias por escucharme.
Psicoauditación del 26/4/2012
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
Relata una vida en una aldea de la zona ecuatorial de Umbro, donde había un justiciero. Los hombres muertos, unos eran ladrones, asesinos y otros habían ultrajado a varias jóvenes. Netrel conoce a una joven que también había sido ultrajada.Aprendió que la justicia del hombre no es válida.
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Entidad: Así como para vosotros el viento suena "ssshhh" a veces siento que las emociones del plano físico me superan; emociones encontradas, dualidades, conductas. Parafraseando palabras del plano físico, apuestas a algo y te defraudas o te asombras o no digieres conceptualmente lo que esperabas de tal o cual persona, de tal o cual situación, de tal o cual proyecto y te preguntas: ¿por qué las expectativas? Pero, bueno, al fin y al cabo, como dijo aquel sabio del plano 5 encarnado tiempo atrás: "somos entidades suprafísicas viviendo una experiencia humana".
Me acuerdo, como Netrel, que viajaba en mi cabalgadura recordando momentos amargos, pérdidas, un amor que ya no estaba más conmigo. Llegué a un poblado tranquilo, por encima de la zona ecuatorial. Y, como en distintos viajes, dejé mi cabalgadura en la cuadra, dándole un par de metales al cuidador para que le dé forraje y bebida y me dirigí a la taberna. Pedí una bebida espumante y noté como caras adustas, severas. No soy de andar peguntando, y menos un forastero para ellos, pero en una de las mesas había dos jóvenes hablando y me miraron y me hicieron señas de que fuera a sentarme con ellos, de modo que cogí mi jarra de metal y me senté a su mesa. Me dijeron que en los últimos amaneceres había habido nueve muertes en el poblado y lo sorprendente es que la mayoría de ellos -los muertos- se lo merecían. Algunos eran estafadores, a otros se los relacionaba con una horda de guerreros que había asolado una aldea vecina y dos de ellos habían abusado de pequeñas, ya no de jóvenes sino de pequeñas.
En ese momento una joven morena de ojos celestes muy, muy bella entró al lugar. Vi la sonrisa del posadero, pero no una sonrisa como de atracción hacia la joven sino una sonrisa paternal. Los jóvenes que estaban conmigo en la mesa me dijeron "es Sakia" -luego supe que en Sol III se escribiría con la 'k': Sakia-, una joven que tiempo atrás también había sido ultrajada. Había pasado con mi gran amor por una experiencia así, que había sido ultrajada, pero terminó mucho más trágico y sentí que mi pecho me dolía, me dolía y mucho.
Más tarde me crucé, camino a la cuadra para buscar mi cabalgadura a ver como estaba, con la joven. Me sonrió y la saludé.
Me pregunto de dónde era. Le digo: -Vengo del sur, no de tan al sur, pero vengo cabalgando desde hace muchos amaneceres.
Me preguntó si iba en busca de algo y, si bien yo soy reservado -y más con desconocidos, porque no la conocía a la joven- le dije que andaba en busca de un asesino, alguien que había acabado con la mitad de mi vida.
Ella me contó: -Bueno, yo, también, de alguna manera, ando en busca de un hombre que, si bien no es un asesino, creo que es alguien que ultraja a mujeres jóvenes.
Sin contar lo que había hablado con los jóvenes en la taberna, le dije: -Es evidente que a ti te pasó algo así.
Sus lágrimas rodaron por la mejilla y asintió con la cabeza.
Le pregunté qué hacía. Dijo que no tenía sus padres, que habían muerto por asaltantes del camino, que le quedaba algo de metales para sobrevivir y que a veces hacía limpieza en las casas. En el pueblo la querían mucho y le pagaban y le daban comida. Era muy querida en la aldea.
Al final no me fui; me quedé varios amaneceres en el poblado y me hice amigo de Sakia. Una tarde vi que había alboroto. Habían encontrado el cadáver de un tal Zacaz -las dos veces se pronunciaría con 'z'-, que era alguien que había mancillado a una joven en una aldea vecina y le habían abierto la garganta con un objeto filoso. En realidad, a nadie le dio pena. En la multitud también estaba Sakia y vi que le caían las lágrimas.
Ya tenía con ella cierta confianza y le pregunté: -¿Por qué lloras? Tengo entendido que se merecía lo que le pasó.
-Lloro porque entiendo que cada ser humano, cuando está perdido, merece una oportunidad de rehabilitarse y una vez que se pierde la vida no hay manera de recuperarla si bien es cierto que todos la tenemos dentro, eso que nos mueve, eso que nos da vida, cuando morimos, esa fuerza interna se va con aquel que está más allá de las estrellas.
La miraba con el ceño fruncido a Sakia y me di cuenta de que tenía como una sabiduría con su corta edad. Una tarde fuimos hasta un arroyo cercano a la aldea y por primera vez nos besamos. Intenté profundizar el vínculo y me frenó. Me dijo: -No me siento preparada para ello.
Y respeté su decisión. Y estaba molesto conmigo, no porque no haya podido avanzar con ella sino por mí, por mis sentimientos encontrados, porque yo no me podía olvidar de mi amor y ahora es como que en mi interior se estaba gestando algo, llamémosle sentimiento, emoción, deslumbramiento, no sé, algo por Sakia. Y me molestaba -quizá como dirías vosotros en el plano físico aquí en Sol III- se me gestaban complejos de culpa por olvidarme de quién había sido mi gran amor y ahora estaba muerta ¿Pero acaso no tenéis una frase que dice "la vida continúa"?
Mi otro problema era que yo seguía buscando al asesino de mi gran amor y capaz que si me enamorara de Sakia esa fuerza de venganza -como diríais vosotros-, fruto de la mente reactiva, se iría diluyendo y yo no quería eso. No quería instalarme y tener un nuevo amor y olvidarme de todo, ¡no! Mi idea era hacer justicia pero, ¿por qué no vivir mientras tanto? ¿Por qué no disfrutar mientras tanto? ¿Por qué cuestionarnos tanto todo en la vida? Todo el mundo se cuestiona todo lo que hace, se vive cuestionando cada detalle, cada situación, cada momento. Yo no digo de disfrutar y olvidarnos de todo y de los demás, no, pero, ¿por qué ser tan quisquillosos con nosotros mismos? Todo eso me lo planteaba en mi mismo, no es que tuviera dos sentimientos encontrados: ¡cien, sentimientos encontrados tenia!, porque tenemos esa costumbre de cada cosa que hacemos la cuestionamos: ¿estará bien? ¿Estará mal? ¿Habré hecho lo correcto? Al no haber hecho eso, ¿estará bien? Si lo hacemos está mal y si no lo hacemos está mal ¿Por qué nos cuestionamos todo?
Finalmente profundicé la relación con Sakia y se dio la intimidad. La traté con una ternura inmensa, con caricias, con abrazos, algo que hacía mucho tiempo lo tenía olvidado en mi corazón y vi que lloraba y lloraba. Era un llanto que no podía reprimir y me sentí congojado porque entendí que, si bien ella consintió la intimidad, luego se sintió mal. ¡Se lo dije!
-No quise hacerte daño; te traté con la mayor de las dulzuras.
-Netrel, no lloro por eso. En mi mente hay mucha confusión. He sufrido mucho y me han pasado cosas que no puedo contar; no es por ti, no es por ti, de verdad, nadie me ha tratado como tú.
¡Bufff! Me sentí más tranquilo, me sentí como que me sacaba un peso de encima porque pensé que sin querer la había lastimado.
Hubo dos muertes más: un joven y su padre, ya un anciano. Muertes que no entendí. El joven era un joven que varias mujeres gustaban de él; era como una especie de conquistador en la aldea. Adalar se llamaba. Era querido por la gente. Tengo entendido por lo que me contaron que nunca había abusado de nadie y, sin embargo, también apareció con la garganta destrozada y su padre, el anciano, también degollado. La esposa del anciano, la madre del joven, había muerto hace dos años de una penosa enfermedad. Es lo que me contaron. Y le hicieron un homenaje y, en lo que sería el equivalente al velorio de Sol III, se juntó casi toda la aldea.
Sakia lloraba y lloraba. Le pregunto a Sakia: -¿Por qué lloras tanto?
-Porque me duele la vida y me duele la muerte.
Me costaba entenderla pero trataba de ser directo: -Te duele la muerte, lo entiendo. Significa que te duele que alguien muera. Pero te duele la vida, no lo entiendo.
-Doler la vida significa como que a veces duele vivir, duele ver la injusticia, duele ver lo problemas. Este joven no había hecho nada, ¿Por qué lo mataron?
-Bueno, Sakia, es lo que me pregunto yo.
Y entiendo que la vida tiene sus injusticias y el supuesto justiciero no dejaba huellas pero, como suele pasar, aquellos que se creen justicieros terminan siendo injustos porque Adalar y su padre no habían cometido ningún error, ninguna tropelía.
Y de mí, ¿qué puedo decir? Cada día sentía algo más profundo por Sakia.
Un día no me quiso recibir. Me dice: -No quiero enamorarme.
Le digo: -Pero, ¿qué hay de malo que vivamos el momento? No hagamos proyectos, no hagamos proyectos de ningún tipo; vivamos el momento y después...
-Es que no quiero que vivamos el momento y tampoco quiero hacer proyectos porque luego, ¿cómo manejo mis sentimientos? Mis sentimientos me dominan.
Le digo: -No, lo que nos domina no son los sentimientos, son las emociones, y podemos vencer nuestras emociones.
Ella lo negó: -No, Netrel, no podemos, porque nos vuelve débiles y yo no quiero ser débil.
-¿Desde cuándo el amor debilita?
-Desde que tiene dependencia.
-¡Pero si yo no te exijo nada, Sakia! Yo no te pido nada. Si quieres irte mañana, vete.
-Quiero irme ahora; no quiero lastimarte.
-Me lastimas al irte.
-¿Ves? De alguna manera ya estás demandando.
No me interesaba presionarla, no me interesaba insistir, pero su conducta me parecía absolutamente extraña e hice algo que normalmente me avergonzaría: la seguí.
Una tarde la seguí y no fue para el arroyo sino que fue para el lado de las rocas y vi que llevaba un arco colgado al hombro y flechas. Ignoraba que supiera manejar eso.
Allá a lo lejos veía a un hombre montado en un hoyuman y ella agazapada sacó una de las flechas y le apuntó. Me quedé como paralizado viendo la escena y la flecha le dio en la garganta al hombre. Ella se escurrió entre las rocas y desapareció.
Tiempo después, cuando regreso al poblado, ya se sabía la noticia. Había muerto un joven por una flecha, un joven sospechoso de abusar de un joven más pequeño, de otro varón, y el justiciero había actuado de nuevo.
Me dirigí a la precaria vivienda de Sakia y me preguntó: -¿Qué haces aquí? Ya habíamos quedado en que lo nuestro no podía ser.
-No vengo por eso. Te vi.
-¿Me viste?
-Te vi. Te vi en las rocas. Vi lo que pasó.
Se quedo como pálida, mirándome, y le dije: -¿Con todos has hecho esto? ¿Por qué el joven? ¿Por qué el anciano?
Cambió su gesto, su mirada, puso cara de odio.
-El anciano fue uno de los que abusó de mí y al hijo lo maté porque fue testigo. Yo soy muy buena con los cuchillos, con la espada, con el arco. Me estuve entrenando.
-Pero, ¿todos te han lastimado a ti?
-No, pero es como la plaga de insectos que come las cosechas. Bueno, esa gente es una plaga.
-Lo lamento pero no puedo callarme; tengo que contarlo.
Sacó una espada y me dijo: -Lo lamento por ti, Netrel, pero no puedo dejar que hables.
Retrocedí un par de pasos y saqué mi espada. Estuvimos instantes cruzando los metales hasta que le herí el brazo de una forma bastante profunda. Soltó su arma y la llevé amarrada hasta la taberna y les conté a todos lo que había pasado.
Ella no lo negó. Con su rostro de odio gritando dijo:
-¡Todos se lo merecían!
El pueblo quedó sorprendido tanto como yo. Mi corazón destrozado otra vez. Pero no podía dejar que siguiera haciendo eso. Es verdad que a veces la justicia del hombre no es válida pero tomar la justicia por mano propia no sé hasta qué punto es válido también. Y no podía ser cómplice porque ya lo había visto.
Al final admitió que todos, todos los que habían muerto habían sido a manos de ella. Y me di cuenta de que su mente no funcionaba bien. Al haber sido ultrajada algo le cambió por dentro, pero eso no le quitaba culpabilidad.
El pueblo no sabía qué hacer con ella y ella les ahorró trabajo. La desataron y ella aprovechó para sacar un pequeño puñal que tenía entre sus ropas y se lo clavó en el pecho y, entre estertores, entre sacudidas, entre espasmos, su vida se fue escapando.
Esa tarde dejé el poblado, cabizbajo, pensando en que la vida no sabes cómo va a venir y uno debe ser fuerte debe tener la capacidad de improvisar. La capacidad de que cuando un proyecto no se da buscar otro proyecto. Cuando un afecto se frustra tratar de encontrar otro horizonte y tratar de lastimar lo menos posible a los seres que nos rodean, lastimar en cualquier aspecto, en todos los aspectos. Y entender que cada día aprendemos.
Muchísimas gracias por escucharme, muchísimas gracias.
Psicoauditación del 24/5/2012
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
Relata que en un pueblo del norte, en Umbro, se esperaba un ataque de las hordas de Borius. A pesar de que había en el pueblo los mejores guerreros y que los parroquianos contaban con que les defenderían, Borius y los suyos arrasaron y mataron a casi todos. Netrel salvó la vida. Aquellos grandes guerreros, por su gran ego, casi se matan entre sí antes que lo hiciera Borius.
Entidad: Tengo una pregunta y, aunque quizá tenga la respuesta, la pregunta sería tratar de entender cómo los roles del ego afectan hasta las propias misiones en cada época, en cada vida, en cada mundo, en cada situación, en cada circunstancia y a cada momento.
¿Cómo, a veces, un rol del ego puede actuar, aun en contra de la propia persona? En ese caso actúa la mente reactiva. Pero hay roles de ego donde va más allá; no son egos sutiles, obviamente que no, y yo los llamaría egos infantiles.
Se trata de un relato en Umbro, al que conocéis como Aldebarán IV. Mi nombre era Netrel. Iba por distintas comarcas, atravesé la zona ecuatorial, estaba cerca de la zona norte buscando y buscando al asesino de mi amada y a veces es como buscar en blanco, mucho más allá de una aguja en un pajar, porque, ¿a quién buscas? ¿Qué buscas? ¿Qué pistas tienes? Es una eterna búsqueda y, en realidad, la vida se transforma en monótona porque llega un momento que tú dices "¿estoy buscando a una persona o mi vida se transformó en una búsqueda?". Pero esa búsqueda no me deja vivir, no me deja gozar porque no tengo el nombre de quién busco, una descripción, y es como que hay algo que me impulsa a buscar pero no me permite -como diría un excelso Maestro- gozar el “mientras tanto”.
Llegué a una aldea del norte que percibía que sus habitantes estaban como temerosos. Como en cada aldea que llego me acerco a la posada y se impresionaron por mi vestidura -porque con el correr de los amaneceres encima de mi hoyuman fui cambiando distintas vestiduras- y en distintas aldeas me compraba distintas ropas con los metales que ganaba a veces haciendo pequeños trabajos porque no es que tenía un caudal inagotable de metales, y la ropa que tenía era ropa más bien de tribus del norte y es como que muchos me miraban con recelo.
Le pregunté al posadero qué sucedía y me dijo:
-Corre un rumor que Borius, un sanguinario guerrero del norte, que está asolando distintas aldeas, va a venir aquí.
Le respondí:
-Yo vengo del sur y mi tarea no es meterme en problemas; sólo vengo por una bebida espumante y sentarme en una mesa, tranquilo, o quedarme aquí en el mostrador sin molestar a nadie.
Había muchos parroquianos alcoholizados, otros gritando "¡van a acabar con todos nosotros!", había jóvenes meseras que se regalaban por un metal de cobre. El ambiente olía a un aroma rancio, a sudor, a alcohol, a bebida espumante.
En un momento determinado se armó una trifulca, se golpearon dos hombres en una mesa hasta que la batalla se hizo generalizada -el posadero se tomaba la cabeza- y volaban sillas. Uno tomó una jarra y se la golpeó en la cabeza a otro abriéndole la frente y la sangre estaba chorreando por el piso. Había botella por otro lado, mujeres cogiéndose de los cabellos, hombres dando bofetadas a mujeres y yo impávido, ahí sentado, tomándome mi bebida. No sé por qué razón o si fue causalidad, pero nadie me tocó.
En un momento la trifulca paró; estaban todos agotados. El posadero, desesperado, preguntaba: "¿Quién va a pagar todos los destrozos?". En ese momento entró una figura imponente. El posadero abrió los ojos y dijo:
-¡Katrán!
En ese momento, hasta las mujeres miraron. Todos:
-¡Katrán!
Le pregunté al posadero:
-¿Quién es Katrán?
Me miró como si yo fuera de una región oriental:
-¿No conoces a Katrán?
-Os he dicho que vengo del sur.
-Es uno de los mejores guerreros de Umbro.
Katrán se acercó a barra y me hizo un gesto. Le saludé. Pidió una bebida espumante y sacó unos metales.
-¡Oh! No, no, es un honor tenerlo aquí; la casa invita.
Sonrió y dejó un metal dorado, de los más valiosos. Al posadero le brillaron los ojos y lo guardó en su bolsa.
Esa tarde dormí en un cuarto de la posada, luego de haber comido un guisado y pregunté a los lugareños:
-¿Qué hay de cierto en eso de que las hordas de Borius van a atacar?
-Es verdad, pero ahora tenemos a Katrán.
-No entiendo.
-¿Cómo que no entiendes, forastero? Se cuenta que Katrán con su espada ha vencido a más de veinte guerreros.
A lo lejos se ve a un hoyuman negro con una figura y todos se agrupan y aplauden.
Le pregunto a uno de los lugareños:
-¿Quién es?
-¿De dónde eres tú?
-Del sur.
-Es Lizur.
-¿Quién es Lizur?
-Uno de los mejores guerreros que se conocen.
-Disculpa, me dijeron que era Katrán.
-Pero Lizur, con sus dos sables, ha abatido hordas enteras.
Aparentemente, Lizur y Katrán se conocían porque se estrecharon los brazos, como en el antiguo saludo romano de Sol III.
Al amanecer del día siguiente una tercera figura aparece: Olaf. Olaf era un gigante rubio con una barba larga pero recortada. Medía aproximadamente dos metros terrestres. La gente se agolpó: "¡Olaf!".
Olaf portaba un gigantesco garrote.
Voy al posadero:
-Hay un tal Olaf -se le cayó la jarra de los nervios-. ¿Es uno de las hordas de Borius?
-¡No! Es un héroe; ha liberado a más de cien aldeas.
-Hombre... ¿cien aldeas? Me parece mucho. O sea, que ahora, en el pueblo, hay tres guerreros invencibles.
En ese momento, los tres entran a la posada. El posadero, servil, les limpia una mesa y les trae bebidas espumantes:
-La casa invita, la casa invita.
Olaf, con un vozarrón, dice:
-A vosotros, parroquianos, no os preocupéis. Vienen las hordas de Borius. ¡Yo solo puedo con Borius y con todos sus soldados!
Pero los otros dos no se quedaron atrás.
-Dejádmelos a mí. Con mi espada puedo acabar con Borius y cualquier otro guerrero del norte.
El tercero dice:
-Ni siquiera preciso las espadas; lo cojo del cuello con mi mano derecha y con mi mano izquierda el cuello del hoyuman y los levanto a los dos.
Yo, obviamente, con el rostro serio, los miraba y no opinaba; al contrario, bajaba la vista, no quería cruzar la vista con ellos, que no lo tomen como un desafío. Me consideraba muy bueno con la espada pero no quería meterme con los supuestamente invencibles. Uno había vencido a veinte guerreros, el otro liberado a cien aldeas...
Esa tarde vi un espectáculo que me pareció deplorable: los tres supuestos héroes se pusieron a discutir en plena calle, frente a la posada -los aldeanos estaban mirando alrededor- quién había liberado más aldeas, quién había matado más salteadores de las rocas, hasta que cada uno sacó su arma e intercambiaron golpes entre ellos. Me pareció tan absurdo que -dejando de lado mi sentido común porque no tenía por qué meterme- me metí en el medio, obviamente sin desenfundar mi espada.
-¡Parad! Entiendo que cada uno es valioso en lo suyo. Si es verdad que va a venir Borius con sus hordas, con sus guerreros, con sus salvajes, tenéis que estar unidos.
Olaf, el más grandote, el más morrudo, me dice:
-Y tú, ¿quién eres?
-Nadie. Soy un humilde forastero del sur. Simplemente quise decir que no tienen sentido que entre ustedes se peleen porque...
-Y tú, ¿tú no crees puedo vencer a los otros dos?
Saltó otro y dijo: -Yo puedo venceros a vosotros y también al forastero.
Y el tercero lo mismo.
-Yo no soy rival para vosotros-dije-. Apenas sé manejar mi espada.
Lo que no era cierto pero, ¿qué les iba a decir? Y logré que pararan de discutir. ¿Qué hicieron? Fueron a la taberna a beber y bebían contándose sus anécdotas:
-¿No sabéis? Estuve en el sur, llegué hasta el extremo sur, a un mundo subterráneo donde había figuras de ojos luminosos, los cogí con mis manos y los trituré uno por uno.
El otro:
-Peor fue lo mío: llegué hasta la tierra de los “bebe sangre”, les arranqué los colmillos con mis manos y les arranqué luego la cabeza.
El tercero:
-Arrasé yo solo, con mi hoyuman, una aldea turania.
Y pedían otra jarra espumante, similar a la cerveza terrestre.
Hablé con los lugareños:
-Si estáis seguros de que va a venir Borius con sus guerreros os aconsejo agarrar vuestras pertenencias más valiosas y dejar el poblado.
Me miraban como si yo fuera un alienado:
-Tenemos a los tres mejores guerreros de Umbro y nos dices que abandonemos el poblado. ¿De dónde vienes?
-Del sur- repetí una y mil veces.
En un momento dado, no sé, me acuesto sobre la calle principal y pongo el oído derecho sobre la tierra y escucho galopes. Fui a donde estaba el corral y cogí mi hoyuman. Le di un par de monedas cobreadas al del corral y llené mis alforjas de alimentos y mi cantimplora de agua y marché para las rocas.
Me alejé del poblado y desde mucha distancia vi una horda de guerreros que arrasaron con el poblado. No tenía sentido meterme y morir en el intento.
A la noche acampé entre las rocas sin prender fuego. Comí un pedazo de ave frío, sin calentar, y tomé un poco de agua. Saqué una manta que tenía en la alforja de mi hoyuman y me cubrí.
Al amanecer siguiente bajé a la aldea: estaba llena de cadáveres. Al frente de ellos los tres héroes con flechas clavadas en el pecho de cada uno. Seguramente fueron los primeros en morir. Los que arrasaron a los semihumanos, de ojos de fuego en un túnel subterráneo, los que arrasaron a los turanios, acabaron con los “chupa sangre”, allí tirados. Los pocos supervivientes me miraban y bajaban la vista.
Comprendí que el ego compite, pero no compite para mejorar, compite por competir, por querer sobresalir, y se ilusiona y se va de la realidad, se evade de la realidad.
Entré a la posada y me llevé la sorpresa de que el posadero estaba con vida. Tomé una bebida espumante y le dejé una moneda plateada. Me miró y se encogió de hombros. Lo miré y me encogí de hombros. Y antes de irme le dije:
-Agradécele a aquel que está más allá de las estrellas que estás con vida. Por lo menos no has perdido la vida; lo demás lo puedes rehacer. La aldea se volverá a poblar pero no creas en héroes. Algún día alguien acabará con Borius, pero no ellos.
Me marché y me olvidé del incidente. Y seguí buscando al asesino de mi amada.
Gracias por escucharme.
Psicoauditación del 26/07/2012
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
En su viajar en busca del asesino de su esposa liberó a un pueblo de un salteador de caminos que los tenía atemorizados. Repartió entre ellos lo que el malvado les había ido robando.
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Entidad: Cabalgando entre las montañas mirando hacia el cielo. Muy a lo lejos la estrella roja, muy cerca mío la presunción de los hombres, lo que vosotros llamáis ego. A veces pienso que el ego es inconsciencia, no estar alerta, no darse cuenta de lo que va a suceder. Me acuerdo de Katrán, Lizur, Olaf, supuestamente formidables guerreros que podían acabar con 100 rivales cada uno. Fueron los primeros en morir ante el ataque de Borius. Y los pobladores, los pobladores se creen todo lo que una supuesta leyenda les dice porque da la impresión que en cada región, que en cada aldea cuando se corre un rumor lo aceptan porque sí, porque les da hálito de vida, porque los hace seguros. Y si bien mi mente estaba con esa venganza que dudaba si se llevaría a cabo por la muerte de mi esposa también tenía tiempo para estudiar la conducta de algunas personas que porque muchos afirman algo lo dan por hecho, lo dan por cierto, lo dan por supuesto y si alguien se anima, se atreve a afirmar algo distinto son capaces de quemarlo en una hoguera.
Los rumores, las leyendas son como el agua de un río que corre y es muy difícil remar contra la corriente y te acostumbras a catalogar, se dice tal cosa de tal persona y es así para bien o para mal.
Lizur, Katrán, Olaf eran invencibles. Cuanto más invencibles más serviles eran aquellos que los atendían. Porque eso también es cierto: hay seres humanos que buscan sacar ventajas u obtener réditos a través del servilismo y no se dan cuenta que de la misma manera que aquellos supuestos invencibles, que no eran tales, no se daban cuenta que iban a ser los primero blancos de las flechas de Borius. Aquellos que son serviles no se dan cuenta de que son los más despreciados por sus supuestos jefes, amos, lo que fuese pero es así, es así la conducta del ser humano. En cada región que he ido, en cada región que he visitado, en cada aldea en la que he pernoctado he visto lo mismo: vanidad por un lado, servilismo por el otro.
Sumido en mis pensamientos seguía galopando en mi hoyuman buscando pistas, señales. Prácticamente no vivía, sobrevivía, duraba, estaba. Mi meta era encontrar al maldito, estrangularlo con mis propias manos o atravesarlo con mi espada lentamente saboreando ese momento. Por momentos no me reconocía, había cambiado. Mi alma estaba dura, inconmovible, insensible. Buscaba el dolor en el otro, el dolor en aquel que hacía daño. Pero lo más importante: lo que no soportaba, lo que menos paciencia tenía era a la vanidad tonta. Y lo explicaré. En ese momento se escuchó un ruido entre las rocas y vi un guerrero en el camino, desmontado, alto como aquellos tres Katrán, Lizur, Olaf, también con mirada arrogante. Le hice una inclinación de cabeza y seguí marchando lentamente con mi hoyuman pero con la mano izquierda hizo una señal de alto.
-Desmonta -me pidió-.
-Dime qué sucede.
-Este es el paso de Borgo.
-¿Quién es Borgo?
-Aquí me tienes. Yo. Yo soy Borgo.
-Pues dime qué deseas. Yo me llamo Netrel.
-Dos monedas cobreadas.
-A ver si lo entiendo, tú vives de los caminantes.
-No, los caminantes viven porque yo los dejo pasar.
Me sentí risueño, estaba por coger de la bolsa dos monedas cobreadas y tirárselas a su mano cuando me dice:
-Te veo muy seguro, a ti te cobraré tres monedas.
A eso me refería yo con esa vanidad arrogante, estúpida. Me llevaba media cabeza. Descendí de mi cabalgadura y desenfundé mi espada exclamando:
-Tómalos. Tengo más de dos, de tres, más de veinte. Puedes cogerlas luego de matarme.
Su rostro cambió, sus ojos se pusieron rojos. Levantó la espada con las dos manos blandiéndola, buscando partirme en dos. Me moví hacia la izquierda, me moví rápidamente a la izquierda y con la derecha le incrusté mi espada en su corazón. Sus ojos fueron perdiendo el brillo, perdieron rápidamente su brillo.
Cogí su bolsa, un cadáver para qué la querría. Tomé las riendas de su hoyuman y marché hacia la aldea. Una aldea muy pobre, mucha más pobre que la anterior, gente famélica. Llegué a la posada y el tabernero comentaba que un tal Borgo les cobraba impuestos. De no ser así venía con su horda, que eran todos como él.
-No hay ninguna horda y ya no hay ningún Borgo. Convocad a toda la gente, ¡ya!
El tabernero salió corriendo. Vinieron gente inválida sosteniéndose con muletas improvisadas, algunos que apenas veían, niños famélicos. Repartí la bolsa de Borgo entre todos. Me quedé solamente con un metal para comer un guisado y tomar una bebida espumante. Les dejé también el hoyuman.
-A pocas millas -me dijo el tabernero- tenemos una feria, podremos compras algunas verduras y unos animales. Tú eres un dios.
-¡No! ¡Qué dios! El único Dios es aquel que está más allá de las estrellas. Sólo soy un hombre, ni siquiera héroe. No me prejuzguéis, no soy bueno, ni siquiera sé si soy justo.
Comí el guisado y me tomé la bebida espumante y me marché. No me quedé a pernoctar allí, no, prefería dormir en el camino lejos de las debilidades humanas, el servilismo, la vanidad y la tontería. Principalmente de la tontería, que era una de las cosas que más abundaba.
Gracias por escucharme.
Psicoauditación del 28/09/2012
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
De nuevo encontró alguien y pensó que debía ayudarle. Era una persona que aceptaba una mala vida porque era lo que conocía. Trató de rescatarla pero prefirió la esclavitud a la libertad que le ofrecía. Siguió el camino en busca del asesino de su esposa.
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Entidad: ¡Qué circunstancias que tiene la vida! A veces es como que somos aquellos títeres que usan para divertir a los niños en la zona ecuatorial por aquel que está más allá de las estrellas. Títeres porque la misma vida nos muestra lo ingenuos o lo necesitados que estamos y es como que depositamos esa confianza porque hasta el más duro a veces necesita.
¡La angustia tremenda que tenía en mi garganta que no me permitía tragar alimento porque mi mente trabajaba y trabajaba y trabajaba! Y me recordaba de mi esposa ultrajada y muerta y tenía afilada mi espada para encontrar al asesino. Jamás había apartado de mi mente esa venganza, no importa lo que viviera mientras tanto. Y andaba de aldea en aldea, a veces un poblado más grande, a veces otro más pequeño, a veces poblados que tenían una segunda planta sus edificios, incluso sus pisos no eran de tierra sino que tenían un mejorado de piedra. ¡Vaya!
Ahí conocí a Timea. Cabello pelirrojo, ojos verdes. La encontré llorando en una taberna, nadie se metía con ella. Le pregunté al posadero:
-¿Qué le sucede?
-Mejor no preguntar. Es la pareja de Tomatrón.
Me acerqué a su mesa, levantó su vista y me preguntó extrañada ella:
-Qué raro. Te acercas a esta mesa. Todos tienen temor de mi esposo.
-Bueno, no vengo a provocar a nadie -le dije-, pero te veo con esa angustia...
Rompió en llanto y salió de la posada. La seguí. Me dijo que se llamaba Timea y que su esposo la maltrataba permanentemente. Incluso una vez la había golpeado y ella había sangrado y había perdido un niño.
-¿Por qué sigues con él?
-Porque no tengo donde ir.
Sé que el mundo duro, salvaje pero alguna vez en alguna vida perdida había escuchado esa frase: "Lo soporto porque no tengo donde ir".
-Eres sana -le dije-, puedes trabajar en cualquier otra aldea de posadera.
-¿Para qué? -me dijo-. ¿Para que los hombres me miren como un objeto y alguno pretenda...?
-¿Qué más te puede pasar? Lo que me has contado.
Me quedé unos días en el poblado y siempre la veía triste y solitaria en la posada.
Como no quería ser indiscreto e insistente con ella le pregunté al posadero:
-¿Dónde está su esposo?
-Afuera por suerte. Tiene familia en otro poblado y a veces golpean a gente en los caminos para pedir impuestos.
-¡Ah! Alguna vez conocí una persona así. Por lo que me cuentas no es buena persona y espero que se quede varios amaneceres con su familia o en los caminos, así no perturba el lugar.
No suelo hablar. Al contrario, tengo mi mente tan metida en la venganza por todas las cosas que pasan… Soy más bien callado pero quizá me despertaba ella curiosidad y le preguntaba al posadero.
-¿De qué trabaja él?
-De nada. En el poblado dicen que asalta los caminos o que cobra impuestos de pasaje.
Nos encontramos varias veces con ella fuera del pueblo. Me dijo que yo era distinto, bueno, me besó en la mejilla y no suelo ser impulsivo, suelo ser más bien ser frío pero la tomé con ambas manos y la besé en la boca. Me miró con ojos de furia, se le crisparon las manos, si me daba una bofetada no hubiera hecho nada por pararla pero su rostro se amansó y sonrió y me devolvió el beso.
Nunca me jacté de ser un caballero, nunca me jacté de ser respetuoso pero una tarde casi noche los besos ganaron en intensidad y ella se apretujó contra mí pero...
-No -le dije-, tú estás con alguien.
-Ese alguien no me interesa.
Se apretujo más contra mí y la naturaleza dio lugar a la pasión. Me quedé dormido y al amanecer me dijo:
-Debo irme.
Me sentí como transportado, distinto. Era la primera vez desde la muerte de mi esposa que mi primer pensamiento no era la venganza -si bien no lo dejaba de lado-, mi primer pensamiento era la esperanza.
Ese mediodía con un voraz apetito voy a la posada y me pido un plato doble de guisado y me pido una bebida espumante. Aparece ella y tapándose el rostro va a la mesa del fondo y la miro. Estaba con todo el rostro amoratado, el ojo tan inflamado que casi no podía ver, su ojo izquierdo.
-¿Qué te ha pasado?
Llorando me dice:
-Ya estaba en casa cuando yo volví.
-¿Dónde has estado ramera?
Me dijo de todo y me ha golpeado. Se levantó parte de la ropa y tenía morada la parte baja de las costillas derechas.
-Hay que poner fin a esto -dije-.
-Está bien. -Me cogió de la mano y me dijo:- Está bien.
-No está bien.
En ese momento entró en la posada una figura imponente.
-Válgame señor -mirando hacia arriba dijo el posadero-.
Se referiría a aquel que está más allá de las estrellas y se escondió. Supe que era el esposo de ella.
-Me imagino que era con este con el que estuviste.
Me miró y dijo: -Si no sales ahora ya te mato aquí mismo.
Me sentí indignado. Pero era buen combatiente, no me dejaba ganar por la emociones, quien se deja ganar por la emociones pierde.
Esquivé todos los mandobles. Tenía una espada gruesa, grande, de doble mano capaz de atravesar un duro metal. Si me hubiera tocado me partía en dos. Mi espada era más corta, de una sola mano pero más fácil de manejar. Lo llegué a tocar un par de veces, en el estómago, en el pecho le brotó sangre. Finalmente coge la espada con sus dos manos, me quiere dar un golpe certero y clava la espada contra el piso y muevo mi espada y un chorro de sangre me salpica la cara: le había cortado la mano derecha íntegra desde la muñeca. Pegó un alarido tremendo y se tiró al piso vencido. Salió ella, me miró con una cara de odio.
-¡Qué has hecho! ¡Eres una bestia!
Le vendó la herida. Fue corriendo a la posada, trajo una pequeña bolsa de sal, le tiró sal a la herida y la vendó, la apretó fuertemente con una cuerda. Lo levantó, se dio vuelta y me escupió.
-¡Bestia! -me dijo-. Y se llevó al hombretón que tanto la maltrataba al médico del poblado.
No entendía nada. Atrás mío me fijé y estaba la figura del posadero y le dije:
-Explícame esto, por favor.
-Es imposible que te pueda explicar algo, las pasiones no tienen explicación.
-Pero la va a terminar matando, hoy, mañana, dentro de 30 amaneceres.
-Ella elige.
-¡Lo odiaba!
-¿Te lo dijo ella?
-Lo odiaba.
-Ya ves que no.
Le di un par de monedas cobreadas al posadero, cogí mi cabalgadura, puse en mi mochila un par de hogazas de pan, cargué la cantimplora y me marché.
Somos títeres de aquel que está más allá de las estrellas y sentía una ira tremenda contra mi propia persona por ser tan inocente. Estaba por olvidar la memoria de mi esposa por alguien que no se quería ni a ella misma porque cuando tú permites que te maltraten no te quieres a ti mismo y cuando no dejas que te ayuden o bien te encanta sufrir o bien tu cabeza tiene golpes de más.
Lo peor es que esa noche no dormí. Mi cabalgadura estaba descansada, así que cabalgué toda la noche tranquilo, al paso, pensando. Y no era bueno lo que pensaba, no era bueno porque la esperanza se había ido y otra vez en mi mente anidaba la venganza, venganza. Lo que pasa es que la venganza me cegaba y lo que no sabía o todavía no me percataba era que esa venganza me desgastaba, me carcomía, me quitaba energía pero no me daba cuenta. Pero era mi viento de cola, era mi empuje esa venganza.
Gracias por escucharme.
Psicoauditación del 29/03/2013
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
Seguía su viaje en pos de la venganza soñada. En un pueblo donde deseó establecerse, donde encontró a un amigo de la infancia, también encontró a quien conocía al que les quitó la vida a su mujer y a su hija. Había llegado al final de su largo viaje.
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Entidad: Voy cabalgando en mi hoyuman recordándome de Salura, su ultraje, su muerte. Culpándome porque dos veces había quedado hechizado por otra mujer, una vez una supuesta justiciera que era más asesina que justiciera, la segunda alguien que justificaba el mal y que no permitía ser salvada. Y uno aprende, uno aprende que puede ayudar a quien le tiende la mano de verdad, no puedes imponer tu ayuda si la otra persona no se deja, no quiere o le gusta estar así en estado de indefensión, de dolor porque su elección es su libre albedrío. Es independiente si tú le puedes hacer bien; debes respetar su elección.
Me sorprendí porque bajando las montañas veo una aldea bastante más grande que las otras. Era un poblado con calles de piedra distintas a las demás. En las paredes exteriores tenían faroles que de noche se encendían con aceite. Solamente una vez había visto un poblado tan grande y me iba a encontrar varias sorpresas. Me sentía cansado, cansado mental y físicamente. Amaneceres, anocheceres andando y andando.
Dejé mi cabalgadura en el corral y le di al encargado algunos metales cobreados para que le diera agua y comida y marché hacia la posada. La posada estaba semivacía y me pedí un guisado y una bebida espumante, obviamente no era innovador. Le di unas monedas cobreadas y una plateada y alquilé una habitación arriba. Antes de subir a descansar miro a un rincón y veo a un hombre de espaldas, cabello largo canoso. Me parecía conocerlo pero no quería acercarme pues algunos lo pueden tomar como una provocación.
El hombre se dio vuelta y: -¡Netrel!
Lo miré y: -¡Riordan!
Se levantó y nos abrazamos.
-¿Qué haces aquí? -le pregunté-.
-¿Te piensas que tú sólo recorres lugares?
-Bueno, te he contado que busco a un asesino y no pararé hasta encontrarlo. Y tú, ¿qué buscas?
Riordan me contestó: -No busco a nadie, escapo.
-Tengo entendido que eres muy bueno con la espada. ¿De quién escapas?
-De mí mismo -me respondió-.
¡Claro! Me recordaba de Riordan, un guerrero de fama de invencible que tenía miedo a morir. Siempre pedía, en las posadas, agua caliente y preparaba de su bolsa una infusión de hierbas alucinógenas que lo evadía de la realidad para poder enfrentar los peligros. Él también se alojaba allí.
Le dije: -Discúlpame pero descansaré un poco y luego bajaré.
Dormí tanto que se había puesto la estrella y había amanecido nuevamente cuando abrí los ojos. Me desperté con apetito, me pedí una bebida caliente y un poco de pan fui hasta el corral a ver cómo estaba mi caballo y el hombre lo estaba cepillando.
-Buen trabajo.
Le di un par de monedas cobreadas más y me lo agradeció el peón.
Me encontré con Riordan. Hablamos, hablamos.
Recuerdo que le dije: -No podemos escapar de nosotros mismos porque sería como escapar de nuestra sombra. Tenemos dos opciones: aceptarnos o intentar cambiar. Quizá no podemos cambiar nuestra base, nuestra manera pero tenemos una mente que piensa y podemos razonar, entender qué nos produce el miedo. Al fin y al cabo un desenlace fatal sería ir con aquel que está más allá de las estrellas y tengo entendido por lo que cuentan algunos ancianos que es algo maravilloso, extraordinario.
Riordan me miró y me dijo: -¿Cómo lo sabes? ¿Has estado muerto? ¿Los ancianos han estado muertos? Hay muchas leyendas también. ¿Tenemos que creer en ellas?
-No -respondí-, no necesariamente. Se trata de que el miedo nos paraliza.
Me dijo: -¿Tú piensas que no debemos tener miedo?
-No, al contrario -le respondí-. El miedo es bueno, hace que no seamos inconscientes, que no nos arriesguemos donde no podemos ganar. Se trata de enfrentarlo, se trata de confrontar las situaciones y tener la mente fría, lúcida.
Riordan inquirió: -¿Cómo puedes tener la mente lúcida con el miedo de por medio?
-No, no es sencillo. Sé que es muy fácil hablarlo y que es difícil llevar a cabo ese diálogo.
-¿Te quedarás?
-Solamente un par de amaneceres, Riordan, y luego marcharé.
Mi sorpresa, mi gran sorpresa es cuando en una de las casas había un hombre cortando leña, algo canoso, parecía algo desgastado. Al lado tendiendo ropa se veía una mujer joven, una niña a su lado y con un incipiente estado de gravidez, me dio ternura la situación. Un hombre, una mujer, una criatura, un embarazo. Me acerco y el hombre primero se envara atento. Claro, mi ropa, mi espada no me daban un aspecto pacífico. El hombre me mira y sonríe y no entiendo su sonrisa.
-¡Netrel! -grita-.
Lo miro y me costaba reconocerlo. ¿Era alguien de algún otro pueblo? ¿Alguien que yo había conocido? Se acerca y veo su rostro gastado pero no era una persona grande.
-¿No te acuerdas de mí, Netrel? ¿Te acuerdas cuando espadeábamos con las espadas de madera?
-¡Rauro! ¡Querido Rauro!
Nos abrazamos, nos habíamos criado de pequeños. Rauro había sido parte de mi vida. Le tenía tanto amor como le había tenido a Salura, mi esposa muerta.
-Rauro, cuéntame de ti.
-Mi vida no fue fácil. He recorrido muchas comarcas y he andado por muchas regiones. Conocí a esta mujer con la que convivo, tengo una niña y ahora espero tener un varón. Hace cuatro temporadas que estoy aquí.
Me invitó a su casa, modesta. Él trabajaba de granjero, también vendía leña. Nadie se metía con él. El pueblo parecía tranquilo. Como estaba entre las montañas muy rara vez venían saqueadores u hordas. Verdaderamente parecía un pueblo similar al que pintaban los ancianos allá en el cielo, un pueblo celestial.
No, no quise hablarle de Salura. Le conté de mis andanzas de los pueblos que he recorrido, anécdotas y que me había encontrado con un compañero, Riordan.
Comimos, dialogamos.
-¿Sabes, Netrel, quién vive al otro lado del poblado?
-No.
-Jerezo, un anciano que nos conoce de pequeños.
Mi rostro empalideció. Jerezo. Mi mente pensó "Me acuerdo de Jerezo". Era el anciano que renqueaba, el anciano que cojeaba, él había sido testigo del ultraje, del asesinato de Salura. No quise contar cosas negativas en una familia tan linda. Sé que la envidia es negativa pero sentía envida por Rauro: una esposa a la que quería, una hija, un hijo por llegar, paz, tranquilidad, lejos de batallas.
Lo abracé nuevamente y le dije que volvería.
-Quédate un tiempo -me dijo-.
-Quizás -le dije-.
Obvié comentarle que debería seguir mi búsqueda de venganza, debería encontrar a Jerezo para que me diera una descripción más grande.
En el camino de vuelta me encontré a Riordan. Le comenté a grandes rasgos que había un anciano que había visto el rostro del asesino de mi esposa. Me acompañó.
Llegamos del otro lado del poblado. Había un hombre muy, muy mayor.
-Jerezo.
Levantó la vista, que apenas veía, y me dijo: -¿Quién eres?
-Soy Netrel, Netrel. ¿Te acuerdas de mí? Salura, mi esposa ultrajada, muerta.
Abrió más los ojos y me dijo: -Eres tú. Señor, aquel que está más allá de las estrellas une los caminos.
-¿Cómo has venido a parar aquí?
-¿Cómo has venido tú?
-Andando, buscando un hogar. Y lo encontré en este poblado.
-¿Quién es tu amigo?
-Riordan, nos conocimos en otra aldea.
Lo saludó.
-Así que has encontrado al asesino de tu esposa. ¿Por eso has venido?
-No entiendo -le respondí a Jerezo-.
El anciano me miró y me dice: -Pero cómo, ¿no lo sabes?
-¿Qué tengo que saber?
-El asesino de tu esposa vive aquí, mis ojos no se equivocan.
Sentí como un mareo, sentí como que mis piernas se aflojaban. Y no miento, el propio Riordan tuvo que sostenerme. Me senté en un tronco, mi mente daba vueltas y vueltas.
-Querido anciano, ¿cómo que el asesino vive aquí?
-Sí, lo he reconocido. Pero yo solo, ¿qué iba hacer? ¿Acusarlo? ¿Decir algo para que me mate?
-Señálamelo, señálamelo y mi venganza habrá terminado. Y mi andar sin rumbo habrá terminado.
Psicoauditación del 14/06/2013
Médium: Jorge Olguín.
Interlocutor: Karina.
Entidad que se presentó: Netrel.
Seguía defendiendo a la gente del poblado de guerreros y malhechores que se acercaron para robarles y abusar de las que podían. Con su amigo consiguió haciéndoles frente acabar con ellos. Le produjo sufrimiento tener que hacerlo pero era por un bien mayor, como cuando un cirujano debe cortar por lo sano.
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Interlocutor: Bienvenido...
Entidad: Mira, es tanto lo que tengo para contar...
Hay una vida muy lejana de la que vengo arrastrando incertidumbres, dolores, penas. Muchísimo tiempo atrás ultrajaron y mataron a mi esposa y fui de pueblo en pueblo y de aldea en aldea, de región en región buscando al asesino. Tuve muchísimas experiencias positivas, negativas hasta que finalmente llegué a una aldea bastante grande incluso con las calles centrales hechas con piedras y me encontré con un compañero de aventuras llamado Riordan pero la mayor alegría fue cuando me encontré con mi gran amigo de la infancia, mi gran amigo de la infancia que nos criamos juntos prácticamente.
Interlocutor: ¿Pudiste encontrar al asesino de tu esposa, de quien fuera tu esposa?
Entidad: Del otro lado del pueblo vivía un anciano llamado Jerezo que me conocía también de pequeño y fíjate que él me dijo:
-Sé dónde está tu asesino.
-¿Cómo mi asesino? -le dije-.
-Porque prácticamente al asesinar a tu esposa, con el amor que tú le tenías, asesinó también tu interior.
Una frase muy sabia, una frase muy profunda porque es verdad, por momentos me sentía vacío, me sentía con el pecho oprimido y en honor a la verdad -y lo he reconocido anteriormente- a lo largo de mi trayecto me encontré con una joven que me deslumbró y por momentos me hizo olvidar a Salura, mi esposa muerta, y luego me encontré con otra joven que también es como que había encendido una esperanza. Ambas eran solamente destellos, cada una tenía una manera de ser, de pensar absolutamente distinta a la mía. Le digo a Jerezo:
-¿Conoces al asesino?
-Sí, lo conozco.
En el momento que va a hablar se escucha tremendo griterío. Se ve a lo lejos una tremenda polvareda. Venían unos saqueadores a un pueblo que en cientos de amaneceres nadie habían entrado. Le digo a Riordan:
-Ven, veamos qué sucede, ya tendremos tiempo de ocuparnos de lo mío.
Riordan, uno de los guerreros más hábiles con la espada, se sienta en una roca y me dice:
-Discúlpame, no puedo.
Riordan arrastraba una historia de guerrero invencible y él necesitaba tomar un té de hierbas que le alucinaban la mente para darle coraje. Lo miré a los ojos y le dije:
-El té no te da fuerzas, el té no te hace invencible. Eres tú y lo tienes que asumir.
Pero no hacía caso, se quedó sentado incluso temblando. Lo sacudí por el hombro y le dije:
-Hazlo por mí. Necesitamos sobrevivir a esto, necesito completar mí venganza.
Con los ojos perdidos en el vacío Riordan se puso de pie y fuimos caminando hacia la parte céntrica. Los cascos de los caballos en la zona céntrica golpeaban contra las piedras. Parecían muchos jinetes, eran solamente siete. Llegaron a la taberna central, pidieron de comer. Había cuatro o cinco comensales, los cogieron del cuello y los echaron a la calle. Miro a Riordan y le digo:
-No podemos permitir esto. Sé lo que va a pasar después, van a saquear la aldea, van a ir al puesto de frutos. Quizá alguna niña también caiga, la ultrajen y quizá la maten como hicieron con mi esposa.
Riordan bajó la vista y me dijo:
-Netrel, tienes toda la razón.
Entramos al establecimiento, los hombres bebían volcándose la bebida en el pecho. En ese momento nos miraron, dos de ellos dijeron:
-Vosotros estáis de más.
Sacamos nuestras espadas y los invitamos a que salgan a la calle. No voy a comentar la batalla. Sufrí tres cortes, otros tres Riordan y acabamos con todos ellos.
Interlocutor: ¿Qué sentiste en ese momento?
Entidad: Por sobre todas las cosas angustia porque no me gusta quitar vidas. Sucede que sé cómo actúan estos salteadores: se meten con los pobres, con la gente indefensa, ultrajan a niñas, a muchachas jóvenes... Es como cuando tú tienes un brazo o una pierna herida en combate y te tienen que cortar la pierna para que la infección no acabe contigo. En este caso, a veces acabar con este tipo de gente es como cortar un brazo para que se salve el cuerpo, en este caso el cuerpo es el poblado.
Se juntó muchísima gente, nos miraban como asombrados por la destreza que teníamos con nuestras espadas.
Les dije:
-Simplemente ellos estaban bebidos y pudimos vencerlos.
Y aparte estaban confiados, demasiado confiados en su cantidad numérica, siete contra dos.
Se ocuparon de los cadáveres y entramos a beber. El tabernero nos obsequió las bebidas. Riordan estaba como ido con sus ojos mirando hacia el vacío, con su mente en blanco. Le toco el brazo y le digo:
-Tomémonos rápido esta bebida y vayamos al médico. Hay alguna heridas para coser. Si bien no son heridas graves pero sangramos.
Interlocutor: Ahora con respecto a la venganza que tenías entre manos...
Entidad: Que tengo, que tengo…
Interlocutor: ...y que luego en batalla pudiste darte el gusto. Por un lado querías darte el gusto y por el otro lado te sentías mal por matar aquella gente. Sinceramente, ha pasado ya mucho tiempo y hoy por hoy tú como thetán, ¿cómo te sientes al respecto? Y en todo caso si ha quedado algún engrama en tu parte encarnada actualmente en esta vida.
Entidad: Lo que yo pienso como ser espiritual es distinto a lo que pensaba mi rol en esa época.
Interlocutor: Obviamente.
Entidad: Mi rol como Netrel pensaba que no se había dado el gusto. Primero era acabar con un mal antes de que ese mal se esparza por todo el poblado y murieran inocentes. Con respecto a la venganza no es lo mismo matar a un asesino que había ultrajado y violado y luego matado a mi esposa, a estos hombres que vivían ultrajando mujeres por distintos pueblos porque si bien a ellos no los conocía sí conocía a gente de su calaña, sabía cómo eran. Entonces no comparto la frase "Darme el gusto", no, No me he dado el gusto, he sufrido haciendo esto pero era necesario hacerlo como alguien debe cortar, como dije antes, un brazo para que la infección no acabe contigo.
Interlocutor: De todas maneras, obviamente que era otro tiempo, tiempos más violentos, tiempos de combates permanentes posiblemente y bueno, evidentemente no es lo mismo que en la actualidad, ¿no es cierto?, donde podemos resolver los conflictos de otra forma.
Entidad: Lo importante es que conversé mucho con mi compañero Riordan, al que hacía tiempo que no veía y había compartido con él un tiempo en otro poblado.
-¿Ves? -le dije-, tú miedo no tenía sentido.
Y él me dijo:
-No, Netrel. Es al revés, el miedo es útil, te ayuda a sobrevivir. Quien no tiene miedo no tiene bien su cabeza. El miedo es útil, el miedo es importante. Lo que pasa es que a mí el miedo me superaba y no podía confrontarlo. Necesitaba tomar un alucinógeno para evadirme de la realidad y cuando combatía, combatía ido.
Interlocutor: Actualmente, ¿qué te sucede con respecto al miedo? ¿Hay momentos en que sientes temor o no? Y en caso de que así sea, hazme el comentario por favor.
Entidad: Mi rol como Netrel no era igual como el de mi compañero Riordan. Yo no precisaba tomar una bebida espumante o un alucinógeno para enfrentarme a alguien en batalla. Quizá la misma venganza que todavía llevaba como una tremenda angustia en mi pecho no me permitía sentir ese miedo, mi mente estaba ocupada en que llegara ese momento. No me permitía vivir, no me permitía compartir momentos agradables, no me permitía ser, no me permitía nada. Mi mente estaba dedicada exclusivamente a acabar con el asesino de mi esposa y al que he buscado poblado tras poblado, aldea tras aldea. La gran alegría es que me encontré con mi amigo Rauro y en ese momento dejé a Riordan descansando en la posada y lo fui a ver. Me invitó a comer un guisado y me dice:
-Cómo me hubiera gustado ayudarte.
Yo le digo:
-¿Te acuerdas que de chico espadeábamos con espadas de madera? ¿Qué te ha pasado?
Rauro me dice:
-He estado muy enfermo de los pulmones.
Es cierto. Se lo veía demacrado, flaco, ojeroso.
Sin embargo, como ya he dicho anteriormente, sentía como cierta envidia de ver a su esposa, su niña, un incipiente embarazo que seguramente sería un varón y yo me imaginaba a Salura viva con críos, yo trabajando sin necesidad de ir de poblado en poblado con una espada. En ese momento mi rostro se puso triste y me cayeron unas lágrimas. Rauro me abrazó y se puso a llorar conmigo.
-Está bien -le digo-, tranquilízate. Disculpa, he perdido el control momentáneamente.
Pero Rauro seguía llorando. Era tal el aprecio que me tenía que mi dolor era su dolor, no podía parar de llorar. Su esposa lo cogió del hombro y se lo llevó al dormitorio y me dijo:
-Dejémoslo descansar.
-Sí -le dije-.
Y en ese momento me marché. Iba en busca de Jerezo, el anciano, a que por fin me diga, ahora sin ninguna interferencia, quién era y dónde estaba el asesino de mi esposa. Mi arma estaba preparada.
Gracias por escucharme.
Interlocutor: Gracias a ti por estar aquí. Te mando toda la Luz a ti como thetán y a tu parte encarnada. Hasta todo momento.
Psicoauditación del 14/02/2014
Médium: Jorge Olguín.
Entidad que se presentó: Netrel.
Lo que le había mantenido con vida era la venganza, ajusticiar a quien mató a su esposa y el ser que venía. Ahora que encontró al culpable no podía saborear la venganza porque también tenía una familia. Dio la vuelta. Abandonó el lastre del pasado para seguir adelante en Umbro, Aldebarán.
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Entidad: A veces, a veces me pongo a pensar que la vida física es tragicómica, tragicómica porque las circunstancias la hacen así. Amaneceres, atardeceres, anocheceres con mi mente fija en acabar con el asesino de Salura y finalmente pude hablar con Jerezo, aquel anciano que andaba con muletas pues cojeaba, ese anciano que a Rauro y a mí nos había visto crecer y que después de muchísimo tiempo nos encontrábamos todos cual personajes en una aldea aparentemente pacífica y que hace apenas un amanecer atrás siete nefastos asaltantes casi acaban con ella.
Fui al anciano y le pregunté:
-Ha llegado el momento, señálame dónde está la casa del asesino. ¿Adónde vive?
Me dijo:
-Del otro lado del poblado, querido Netrel. Es un hombre delgado con el cabello algo blanco por la edad.
Para que no camine lo monté en mi hoyuman, cogí al animal de las riendas y lo llevé al paso. Marchábamos hacia la casa de Rauro, él me acompañaría, él sería testigo pero Jerezo me señalaba esa casa.
-Querido anciano -le digo-, ¿cómo esa casa? Allí vive mi amigo Rauro, nos criamos juntos. No acabo de entender.
-A él, hijo, a él fue al que vi huir.
Sentí como un mareo, sentí como un malestar en mi cuerpo, como un fuego en la boca del estómago. ¡Ah! Un tremendo dolor en mi pecho.
Golpeo la puerta de Rauro y su esposa me sonríe y me hace pasar. Rauro estaba acomodando unos muebles. Se da vuelta sonriéndome y me dice:
-¡Netrel, qué alegría verte de nuevo por aquí! Y de nuevo te agradezco lo que has hecho con Riordan, que nos has librado de esos maleantes.
Mi rostro era de piedra, no sonreía. Me senté, no tenía fuerzas. Y le pregunté:
-¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho?
Rauro seguía sonriendo con una sonrisa y una expresión como que no entendía nada y repreguntó.
-¿Qué he hecho qué?
-Salura, mi esposa. Ultrajada, muerta.
Rauro se sentó y se puso a sollozar en silencio. Luego gimió exclamando:
-Era otro yo, era otra persona. Sentía envidia por ti y atracción por ella y se me resistió. Amaneceres y amaneceres arrepintiéndome del hecho, sé que no merezco vivir.
Le apoyé mi espada en su pecho. Soñé mucho tiempo con esto.
Atrás de mí un alarido.
-¡No! -la esposa de Rauro-.
Me doy vuelta y veo a la pequeña y a su esposa embarazada. Lo vuelvo a mirar a quien fuera mi amigo y me dice:
-Soy otro, de verdad que soy otro. Me pongo en tu lugar y sé que merezco morir pero, ¿y ellas desamparadas y yo y mi desventura?
Rauro agachó la cabeza.
-Tienes razón. Que sea lo que aquel que está más allá de las estrella desee.
Pasaron instantes, instantes, instantes. Cuando Rauro levantó la cabeza yo me había ido.
No sé lo que pasó dentro pero seguro que se abrazó sollozando a su esposa y su niña. Cogí las riendas de mi hoyuman y volví con Jerezo para su casa.
El anciano me preguntó:
-¿Le has matado?
Negué con la cabeza.
-Tiene una familia, su esposa está embarazada. Debo ser un tonto. Tantos amaneceres con ese dolor en la garganta, con ese ardor en mi pecho...
Abracé al anciano y regresé a la posada. Allí estaba Riordan. Le conté lo sucedido con todo detalle. Me tomó del brazo y me propuso irnos.
-Dejemos el pasado atrás, el pasado es un pesado lastre. Has perdonado a un asesino y no enseguida pero verás que en pocos amaneceres ese dolor de angustia ya no lo sentirás.
Cogimos ambas cabalgaduras y nos alejamos de esa aldea. Junto con la aldea, atrás quedó mi venganza. Hacia adelante lo incierto. Me faltaba cortar con esa cadena de dolor pero lo lograría. No tengo dudas que lo lograría.
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