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Psicoauditación - Alfonso S.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 21/05/2014 Aldebarán IV, Darko

Sesión del 25/04/2016 Ámbar V, Awado

 


Sesión 21/05/2014
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Alfonso S.

Encontró un monje y aprendió de él. Tiempo más tarde supo que sufrían por sucesos parecidos, por haber quitado una vida aunque había sido en defensa propia. La entidad reconoce que recuerdos y engramas de vidas anteriores nos condicionan las siguientes. Sólo quedan recuerdos neutros a través de la psicoauditación a la entidad suprafísica.

Sesión en MP3 (2.813 KB)

 

Entidad: Muchas veces las vivencias quedan grabadas a fuego en nuestro interior y pueden pasar muchas vidas pero a la conciencia espiritual es como que le cuesta dejar un recuerdo neutro, libre de condicionamientos, de dolor, de pesar y eso logra que en las distintas vidas haya situaciones que uno no pueda confrontar, en las que a veces no nos atrevemos a cambiar, modificar el camino con la excusa de que ese destino ya está trazado, ya está marcado. Y es válida la excusa porque entonces es como que depositamos nuestra suerte en ese destino y no nos hacemos responsables de lo que pueda suceder pensando que es lo que tenía que ser y no vamos a admitir que es una excusa.

 

Recuerdo una vida en Umbro, mi nombre era Darko. Había sido un joven feliz.

Un padre bonachón, dadivoso. Su tesoro más preciado era la comida.

Ya eran grandes cuando yo nací. Mamá se comportaba indiferente con padre. Padre era muy trabajador en la labranza pero es como que solamente se fijara en un objetivo: en el trabajo y en la comida. A veces era cariñoso con madre pero madre no lo aceptaba.

A medida que fui creciendo, que fui elucubrando, que fui teniendo el discernimiento para darme cuenta de las cosas entendí que esa persona de la que una vez madre se había enamorado ya no estaba porque todos los seres humanos cambiamos en vida para mejor, para peor, o quizá no… o quizá es la mirada del otro.

 

Recuerdo que el tío Lucor -que de pequeño no podría decir que me caía bien o mal pero a medida que fui dándome cuenta de que era una persona fría, hosca, distante y que sonreía forzadamente y se le notaba- no era como aquellos actores de la zona ecuatorial que tú los veías y simulaban ser guerreros y uno sabía que no pero es como que comparabas el personaje. Con el tío no: el tío no era hermano de padre, era hermanastro, el abuelo había tenido alguna querida por allí. No se parecía para nada a padre, padre era más bajito que yo, bastante bastante obeso, una panza prominente. El tío era delgado, la cara pálida, tenía como una faz cadavérica y una mirada que incomodaba. Sin embargo, para madre era la luz que brillaba, es como que él llegaba de visita y ella se encandilaba con su mirada. Padre ni miraba. Padre es como que tenía los ojos puestos en el guisado y en un vaso de bebida espumante y luego se echaba a dormitar y más tarde volvía al trabajo.

Más de una vez los pesqué al tío y a madre besándose y algo más. Mi primer impulso fue decirle a padre pero era tan buena persona...

Finalmente se lo dije a madre.

-¿Qué quieres, Darko? Hace muchísimo tiempo que padre no me toca y en esta aldea si te separas, si no eres viuda, quedas marcada.

 

¿Quién soy yo para juzgar? Recuerdo que me encontré con Badazor. Badazor era un hombre raro, hacía trucos. De repente tenía sus manos desnudas y de repente en su mano aparecía un puñal o una espada. A veces me quedaba cerca de los montes, conversando tiempo y tiempo con Badazor y aprendí sus trucos. Además, practicaba tardes enteras con la espada.

 

Recuerdo que un atardecer, en un arroyo cercano, se acerca el tío y me dice:

-Lamento decirte esto, Darko, pero han asaltado a padre.

 

Fui corriendo desesperado y donde estaban los hoyumans, en la cuadra, encontré a padre malherido.

-¡Está vivo! -le dije al tío.

El tío estaba más pálido que nunca:

-Qué suerte -dijo-. Pensé que había muerto.

Pero su rostro no reflejaba sonrisa.

 

Le habían clavado un puñal por la espalda cerca de la parte renal. Las últimas palabras que dijo fue "Él, él". Señaló al tío y murió en mis brazos.

 

-Darko, ¿no pensarás que yo...?

 

Tal como me había enseñado el anciano Badazor, una espada apareció en mi mano. El tío tomó una horquilla, una horquilla grande que acumulaba barbas de heno y me dijo:

-No te acerques.

Me mantuvo a distancia.

-Lo has hecho para quedarte con madre, con la casa, con el campo y con todo.

 

Tropecé y me caí. El tío aprovecho para intentar clavarme la horquilla y rodé sobre mí mismo y de costado le clavé la espada quitándole la vida.

Entró madre. Inmediatamente gritó:

-¡Maldito! ¡Para que te parí!

-¡Mató a papá!

-¿Y qué? ¡Si no servía para nada!

 

Fui hasta la casa, tenía unos pequeños ahorros. Cargué mis alforjas, tomé una cabalgadura.

-¿Qué haces?

-Me voy, madre. A ti te acompañará tu soledad, como toda la vida. ¿De verdad piensas que el tío te quería? ¡Qué ingenua! ¡Qué pobre infeliz eres!

-¡Maldito! -me gritaba.

 

No me dañaba, no me dañaba.

Cogí un carro y lo até al caballo y puse el cuerpo de padre. Lo llevé al cementerio y le di sepultura. Le di al sepulturero dos monedas plateadas.

Vendí el carro en los almacenes generales del poblado y me dio más metales de los que yo pensaba. Y me marché.

 

Por dentro me sentía como vacío. Siempre me gustó vestirme de oscuro pero ahora sentía como que era el color que más se asemejaba a mi interior; mi interior era oscuro, algo que la gente no entendería porque piensan que lo oscuro es malo.

 

Cabalgué amaneceres y amaneceres parando en distintas posadas hasta que en una región extraña entre montañas había un pequeño templo. Me recibieron unos monjes, me hospedaron, me dieron comida caliente y agua. No tomaban nada con alcohol. Tenían túnicas negras.

Me dijeron que podía quedarme allí el tiempo que quisiera. Les dije que no sé si era digno de estar allí puesto que había matado a alguien.

Les conté la historia y el maestro principal me dijo:

-Sólo te has defendido. Ahora sientes un vacío y sientes que en tu interior hay una inmensidad insondable, un abismo.

-Sí, posiblemente -respondí-. Y no sé cómo llenarlo.

-No lo llenarás con cosas externas.

-Entonces no entiendo cómo.

-Todo tiene que salir de ti. Si dependes de lo externo serás dependiente. Tus logros, tus proyectos, todo lo que planifiques tiene que venir de adentro.

-No tengo adentro, sólo oscuridad.

-Eres muy joven.

 

Esperaba las respuestas pero allí me sentía cómodo; te miraban de frente y sus ojos eran de mirada transparente. Podías ver su interior pero no sé si ellos podrían ver el mío, de tan denso, de tan dolorido o de tan inestable.

Recuerdo que una noche, antes de acostarme, el maestro principal me dijo:

-Cada amanecer es distinto y quizás un amanecer te encuentres con la grata sorpresa de que te despiertas como nuevo.

 

Yo veía que por las tardes ellos se encerraban en un gran cuarto y se escuchaban cánticos. Pregunté si podía participar.

-Aún no. Mientras adentro sientas esa aprensión extraña que te aprieta, no. Aún no estás preparado para ello.

 

Estaba intrigado pero era paciente, sabría esperar. Les conté que conocía a un anciano llamado Badazor. Fue la primera vez que vi sorpresa en el rostro de ellos, de los monjes.

El maestro principal me dijo:

-Era uno de los nuestros pero le pasó algo parecido que a ti. Un compañero nuestro nos traicionó y por defender su vida Badazor acabó con él y se sintió poco noble y dejó nuestra orden. Es alguien muy valioso que esperemos que retorne pero la decisión es suya.

 

Yo también me sorprendí de que el anciano Badazor, que estaba a tantos amaneceres de distancia, hubiera pertenecido a esta orden.

 

Gracias por escucharme.

 


 

Sesión 25/04/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Alfonso S.

De un momento a otro, su entorno pasó de organizado a la barbarie por causas desconocidas. Se aisló la ciudad con altos muros, quedando la gente dividida, a su destino, que era sobrevivir sin nada o morir por los soldados si escapaban. La entidad relata cómo desapareció todo lo conseguido en siglos, milenios.

Sesión en MP3 (3.100 KB)

 

Entidad: Generalmente, y esto desde mi punto de vista es irrebatible, dependemos de terceros. No para ser felices, sencillamente para estar en serenidad, para lograr lo indispensable, para tener lo mínimo necesario para poder subsistir.

 

Sí, sí. Cuando de pequeños, estudiamos. Cuando somos más grandes nos especializamos. Pero dependemos de terceros en dos sentidos: En el sentido próximo, donde a veces personas toman decisiones por nosotros en nuestro entorno personal, en nuestro trabajo. Y en el caso más general en la región donde vivimos; la economía, la política, etcétera.

 

En el mundo en el que yo vivía, el país donde yo estaba era un ejemplo de democracia. Vosotros le diríais un capitalismo próspero.

 

Vivía con mis padres. Mi nombre era Awado, con la 'w'.

Ellos estaban casados de la rutina, el amontonamiento de gente en la ciudad.

Nos mudamos a una zona rural, casas de una sola planta, jardín, árboles. Te despertabas con el aroma de las flores.

Recuerdo que un día, a la mañana, enciendo el aparato visor para ver las noticias y solamente se transmitían películas viejas. Cambio de canal: lo mismo.

En las calles se escuchaban ruidos, había soldados uniformados con uniformes extraños de color negro. En las avenidas pasaban tanques, tiraban panfletos, lo que vosotros llamáis volantes, diciendo que por disposición general todos debían quedarse en sus casas. Los trabajos estaban provisoriamente suspendidos.

Yo ya había terminado los estudios, había conseguido un empleo en una oficina importante. Padre aún trabajaba, no entendíamos qué sucedía.

 

Al tercer día vino un señor a visitarnos.

-Lo único que puedo decirles -comentó-, es que hubo un cambio de gobierno. Provisoriamente va a haber ley marcial.

Padre dice:

-Bueno, por lo menos permitidme ir al banco, necesito sacar depósito para comprar alimentos y algunas prendas, que ahora viene el invierno.

-No os preocupéis. -Nos dieron provisoriamente una tarjeta a cada uno-. Con esto podéis comprar lo que queréis.

-Pero, ¿y los depósitos?

El hombre dijo:

-No, ya no. El dinero no tiene ninguna utilidad. -De un momento para el otro se había igualado al rico, al pobre, al poderoso, al débil, al desamparado.

 

Tiempo después vimos que en la gran urbe, donde yo había vivido de chico, estaban levantando murallas. Me cogió un ataque de pánico.

Le dije a padre:

-Vamos a quedar afuera.

-Está perfecto. ¿Por qué estar encerrados?

 

Con el tiempo el señor que nos visitaba, Elmer, dejó de venir.

-Me extraña todo esto, padre.

-Quédate tranquilo, Awado. Acompáñame, que tenemos que ir a comprar unos víveres.

 

Fuimos con el coche. Íbamos a cargar combustible y la estación de servicio estaba vacía. Padre cogió la manguera la puso en el tanque del coche y no había combustible. Lo que nos quedaba era el mínimo para volver.

Llegamos a la tienda y estaba cerrada, había varias personas que habían roto la entrada y estaban saqueando el lugar llevándose los pocos comestibles. Recorrimos distintos lugares y estaba todo desierto.

 

Volvimos hasta casa. Mamá no se sentía bien, tenía puntadas en el estómago. La llevamos al hospital, nadie atendía. Un enfermero conocido, Ivane, nos contó que se habían trasladado todos a la ciudad. Era un largo trecho el coche ya no había combustible y no había donde cargar.

Fuimos marchando para la ciudad. A medida que nos acercábamos, con lo puesto y con unas mochilas en la espalda, vimos que se iba formando una caravana de caminantes. Nos llegamos. Kilómetros antes, puestos de soldados en los distintos caminos decían: "Retornen, la ciudad ya no tiene cupo".

Vi horrorizado que algunos quisieron traspasar el puesto y dos soldados los ametrallaron, los mataron instantáneamente.

 

No me amilané. Fui despacio levantando ambas manos.

El soldado, viendo que mi intención no era pasar el puesto, me preguntó:

-¿Qué deseas?

-Mi madre está muy mal, precisa atención.

-No hay manera, es imposible. Los que estáis aquí deberéis buscar sus propios medios para alimentarse, vestirse y atenderse. -Y mostró su arma amenazante.

 

Pocos meses después murió mamá. La muralla en la gran urbe ya estaba levantada, veía bandas aisladas que atacaban a algunas personas que estaban solas y llevaban víveres.

Estábamos indefensos, padre puso un cerrojo más grande en casa. Yo salía al atardecer a ver si encontraba comida. El visor había dejado de transmitir.

Un hombre nos comentó que en todas las grandes urbes había murallas y los que habíamos quedado afuera estábamos desamparados. No entendíamos qué había pasado.

 

Pasaron meses. El ser humano tiene un gran poder de adaptación, ¿pero puedes adaptarte a la vida salvaje? Yo miraba horrorizado como vecinos amables, atentos que te saludaban a diario con gestos corteses, educados se atacaban entre ellos con cuchillos, con puñales simplemente porque habían visto un objeto que les interesaba. Con el agravante de que papá también se enfermó y el segundo invierno no lo resistió, tuvo un problema pulmonar y al poco tiempo falleció.

 

Me quedé solo intentando adaptarme, intentando a esa vida salvaje fuera de esas murallas. Intentando entender, aparte, qué había pasado con el gobierno. No tenía noticias de otros países.

A veces veíamos en la carretera principal un desfile de tanques, había gente que intentaba pararlos simplemente para averiguar qué pasaba. Nada. Y si se metían en el medio eran arrollados. El mundo que conocíamos no estaba más.

 

Tenía un engrama de impotencia, de incertidumbre, gran incertidumbre, de intranquilidad, de dolor por la pérdida de mis padres, de malestar, porque quienes eran tus conocidos, tus vecinos, directamente no te hablaban porque si tú te acercabas ellos te consideraban una amenaza, como que tú tenías intenciones ocultas, traviesas. ¿Qué intenciones traviesas podía tener? Nadie era tu amigo y uno tampoco podía tener confianza en el otro.

Me molestaba que mucha gente joven se juntaba en bandas organizadas para saquear. Nada, los pocos lugares que podía haber algún alimento no perecedero. Las armerías estaban vacías, habían sido saqueadas por bandas armadas que las usaban para defenderse, para asaltar a otros, para saquear lugares o para cazar algunos animales que quedaban en el campo. La mortaldad se había elevado, no había médicos, no había hospitales y no se podía llegar a la gran urbe.

 

Sentía como que de un momento para el otro mi vida había cambiado, y entendí que cuántas veces, anteriormente, me había quejado porque el trabajo en la oficina era agotador o anteriormente que mis estudios eran muy complejos o que llegaba a casa y mamá me decía: "Tienes tareas por hacer", y yo me quejaba. Hoy todo eso me parecía mínimo, me parecía irrisorio.

 

Y entendí que a veces, y esto es una frase que no todos la usan, "A veces nos quejamos de lleno", porque estamos insatisfechos por costumbre, porque cuando tenemos todo servido en bandeja nos quejamos porque no nos dan de comer en la boca. Y cuando nos dan de comer en la boca porque el alimento quizá le falte un poco de sal o está demasiado sazonado.

Somos hipócritas, vemos alguien desaparecer y decimos "Me pongo en lugar de él". Y no es cierto, porque jamás vas a comprender lo que le pasa al otro.

 

Una tarde me crucé con Romy, la hija de una vecina.

-¡Awado! -Nos abrazamos-. ¿Tus padres?

-Fallecieron. ¿Los tuyos, Romy?

-Papá estaba en la gran urbe haciendo unos trámites y no pudo salir. Y mamá falleció. -Me di cuenta de que el problema de Romy era peor que el mío, una mujer sola aparentemente era presa fácil. Y se lo comenté. Se levantó una de sus prendas y me mostró en la cintura un revólver.

Le digo:

-¿Y eso?

-Ya sabes, es para protegerme. Tengo más en casa, si tú quieres.

-Te agradezco tu confianza y acepto.

Y agregó:

-Y tengo bastantes proyectiles, ya más de una vez intentaron... no asaltarme, si no tú sabes, tú entiendes, soy mujer. -Me sentí más que horrorizado.

 

No es cierto que la gente se adapta. La gente se había vuelto salvaje, es decir, a su estado original. Porque cuando hay adelantos, civilización es como un maquillaje. Sí, es un maquillaje, es una capa que te ponen encima. Cuando todo esto desaparece muestras tu verdadero ser.

Por eso en cada mundo hay guerras, incomprensión, donde el dinero y el poder son los verdaderos dioses.

 

Rescato lo bueno, de que Romy y yo depositamos la confianza el uno en el otro. Era una joven que me gustaba, pero no era momento de hablar de afectos, lo importante era la supervivencia.

En una región, en un mundo donde el maquillaje había caído y todos mostraban su verdadero rostro cual fieras salvajes en la selva, esta era una selva de cemento, no un cemento tan frío como el de las urbes, pero cemento al fin.

 

Gracias por escucharme.