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Psicoauditación - Andrés M.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 14/03/2014
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Andrés M.

Dejar de pensar en yo y en mí para pensar en el otro, eleva. Pensar que los demás son la causa de nuestros infortunios, desciende. Sobre todo cuando la causa es uno mismo. Pero es difícil reconocerlo.

Sesión en MP3 (1.874 KB)

 

Entidad: Es a la vez una inquietud y un gozo el poder estar comunicado con el plano físico. Gozo porque automáticamente con solo estar contactado es como una descarga a tierra. Inquietud porque es una responsabilidad como 90% el poder vivenciar ciertas vidas.

 

Mi 10% encarnado no es el único que quiere saber su misión en la vida. Es extraño encontrar un 10% que no desee saber por qué encarnó, para qué, de dónde vino y a dónde va. Hay una generalidad, una real generalidad en todas las misiones que es intentar elevarnos en planos y en sub-planos ayudando a los demás en beneficio de nosotros mismos.

 

Estoy en el plano 3 subnivel 3. Entiendo tener una buena esencia pero como dijo una un excelso Maestro, el plano físico es un pozo gravitatorio que te jala y te jala hacia abajo permanentemente.

No tuve muchas vidas pasadas comparando mi antigüedad como espíritu. Setenta y nueve vidas pasadas, setenta como masculino, nueve como femenino.

 

Recuerdo una vida en Valencia, en la península Ibérica. Una vida bastante distinta de lo que podía haber sido, no sé de qué otra manera la podría describir. Me llamaba Carlos, Carlos Salazar Villarreal. Me crié en una familia de tenderos, mi padre tenía una tienda, mi madre le ayudaba. No tenía un buen pasar pero tampoco lo opuesto. Como era hijo único, de pequeño mi madre me consentía demasiado y quizá me ha criado en esa vida un poco mezquino con mis cosas.

 

Tenía un amigo llamado Héctor. Héctor vivía en la zona céntrica. Su madre había sido sirvienta en una casa, había quedado viuda muy joven. Cuando su patrón enviudó ella hacía diez años que trabajaba allí. Se ve que el hombre sentía algo por ella y se casó. Como ambos eran viudos la Iglesia no puso reparos.

 

Héctor pasó a tener un buen pasar. Recuerdo que un día vino a casa y había un cuadro que él siempre admiraba, que había pintado un tío mío ya fallecido. Una tarde se tuvo que ir más temprano y el cuadro no estaba, el cuadro había desaparecido. ¡Ah! Yo era muy directo. Al día siguiente lo encaré y le dije:

-Tú te has llevado mi cuadro.

-Pero, Carlos, ¿qué dices? Somos amigos desde pequeños.

-Justamente por eso. Has faltado a tu amistad, a tu palabra, a tu nobleza, a todo, has faltado a todo.

 

Le corrieron lágrimas en los ojos y me dijo:

-Puedes jugar en casa.

Despreciándole le dije:

-No, no es tu casa, es la casa del amante de tu madre.

Me dio un puñetazo y me dijo:

-Es el esposo de mi madre.

 

No se lo devolví, lo despreciaba tanto que no me interesó devolvérselo.

Cuando a los tres días viene la tía Isabel a casa viene con mi primito Ramiro y trae algo envuelto que se lo da a mamá.

-Gracias por prestarme el cuadro. Quería mostrarlo en mi poblado.

 

Empalidecí. Había acusado a mi amigo, me había peleado con mi amigo. Prejuzgué, condené sin haber averiguado primero.

Pero era frontal. Lo fui a ver y le pedí disculpas. Me las aceptó pero ya no nos veíamos tan seguido. Él había conseguido otros amigos. ¡Qué rápido se había conformado, qué rápido! Ahí me di cuenta de que él no era buena persona.

 

Siendo más grande conocí a Cristina. Cristina era una joven tan buena... Me enamoré inmediatamente y ella también de mí. Su amigo Álvaro también se hizo amigo mío pero a veces me ponía celoso porque a veces ella no venía y yo investigaba e investigaba y veía que pasaba tardes en la casa de Álvaro y lo que más furia me daba es que Álvaro ya no venía tanto a casa.

Una tarde la seguí y ella se quedó en lo de Álvaro y la esperé, pasó media noche y se quedó. Lloré por el engaño.

Al día siguiente le dije de todo: -Eres una cualquiera.

Lloró y me dio una bofetada. Es como que repitiera las cosas. Tuve el impulso de salivarla al rostro. ¡Ahhh!

 

Días más tarde vino la madre de ella a hablar con mi madre. Yo escuchaba desde mi cuarto.

-Mi hija está agotada. Se ha quedado muchísimas noches con Álvaro pues tenía una enfermedad terminal y ella lo cuidaba. Este amanecer Álvaro acaba de fallecer.

 

Empalidecí. O sea, que ella no me engañaba y Álvaro no venía porque yacía en cama. La enfrenté a la que había sido mi novia y le pedí disculpas. Me las aceptó pero ya no me quiso ver más y ahí me di cuenta la poca cosa que era ella, que no entendió mi manera de pensar, me prejuzgó igual que mi ex-amigo. Me prejuzgaron, todos me prejuzgaron. ¡Se apresuraron en prejuzgarme a mí!

 

Recuerdo a Pancho el lechero, que venía siempre a traer la leche. Una mañana vi que no la había dejado. Le dije:

-¿Qué pasó, don Pancho?

-Pues nada hijo, a las siete de la mañana he traído vuestra leche.

-Aquí no ha traído nada.

 

Como no cejó en su empeño de mentirme le dije que no viniera más, que íbamos a otro lechero. Mi madre me dijo que por qué me apresuré. Hace años, ¡años! que él traía la leche, era como de la familia.

-Para qué quieres, madre, una persona mentirosa.

 

Conseguí a otra persona pero obviamente que no era lo mismo. Hasta que una tarde descubrí que una pandilla de niños de las afueras, pobres, robaban la leche que don Pancho dejaba en las casas.

Y empalidecí porque lo prejuzgué. Pero siempre doy la cara porque lo encaré y le dije que me perdone.

-Por supuesto, todos nos equivocamos. Menos Dios todos nos equivocamos. Pero, bueno, vosotros tenéis nuevo lechero así que ya no me precisáis.

¡Je! Pensé para mí: "Huye como las ratas". Se ve que Pancho no era buena persona.

 

En esa vida desencarné joven, a los 36 años, un problema pulmonar. Todavía mis padres vivían.

 

Me quedé con un engrama de incomprensión de parte de los demás, como que nunca me entendieron, como que todo el mundo me prejuzgaba, como que me acusaban sin razón y yo no entendía por qué.

Siempre he dado todo. ¿Por qué no estoy en un plano 4, un plano Maestro? ¿Por qué en el plano 3 subnivel 3?

 

Tengo otras vidas que contar pero me interesaba esta porque mi misión en la vida es crecer pero para crecer necesito que me entiendan a mí. ¡A mí!

 

Muchas gracias por escucharme. Y como dicen muchos, hasta todo momento.