Índice

Psicoauditación - David R.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 27/09/2021


Sesión 27/09/2021
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de David R.

Relata una vida en Ran II, en la que su autoestima no era muy alta y por ello sufría soledad. No se atrevía a relacionarse con otros por temor a no ser aceptado, pues no se aceptaba él mismo. Una buena amistad lo empujaba a ver otra cosa que su apartamento y finalmente aceptó. Iría.

 

Sesión en MP3 (3.278 KB)

 

Entidad: Me decían Orlando René, el bibliotecario, hacía varias funciones en Ciudad Central de Ran II, anotaba los libros que se llevaban con los datos de la persona, los libros que devolvían en el ordenador digital holográfico.

 

Pero por alguna razón había miles de libros de papel y me preguntaba por qué si en los holoordenadores personales podían tener miles y miles de libros para leer en superpantalla. He visto gente que olía el papel como si fuera un tesoro perdido. Yo digo: "Viven en el siglo... dos siglos atrás, viven". Y mi tarea era subirme por las escaleras, acomodar por orden alfabético los libros en los estantes. ¿Por qué no se llevaban todos, directamente, libros digitales? Me diréis: "Obvio, los podían copiar y se los quedaban". No, tenían un sello anticopia.

Pero bueno, no era el único trabajo. A veces me quedaba después de hora, gente que leía y no acomodaba los libros en los estantes, iba mesa tras mesa guardando libros. No me quejaba, no ganaba un sueldo bajo, tampoco algo elevado.

Y si pensáis que en esa enorme biblioteca de uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis pisos con treinta y seis pasillos, seis por piso, me sentía solo daríais en el blanco.

 

Pero esa soledad no era nada comparada con la soledad que tenía en mi apartamento, una soledad tremenda. No me llevaba bien con mi familia, no me visitaban, yo tampoco iba, me discutían por un montón de cosas.

Una vez nos reunimos en una fiesta, ¡je, je! Uno de mis primos me dijo:

-Orlando, ¿cómo andas?

-Bien. -Por cortesía le dije, porque no estaba bien.

-¡Ja, ja! Así que bien, o sea, fracasado como siempre. -Forcé una sonrisa.

 

Quizá no tenía carácter para responderle de una manera grosera o tal vez sería por educación, pero no, no era por eso, era porque tenía una tremenda inestabilidad emocional. Pero esa inestabilidad emocional no me... no me hacía nacer impulsos, no, escondía todo adentro, y esa inestabilidad emocional me quemaba el pecho como lava hirviendo, y me quemaba las entrañas, figurativamente hablando, pero por fuera sonreía tímidamente.

Las veces que he pensado qué hago aquí, no con mi familia, no en la biblioteca, no en Ran II, qué hago en este universo. Tiene que haber algo más allá después de que uno deje de estar aquí.

Pero por otro lado tenía temores, incertidumbres, incertidumbres de a cientos, cientos de incertidumbres, incertidumbres de la vida después de la vida, incertidumbre a nivel afectivo, incertidumbre a nivel económico, incertidumbre a nivel familiar, ¡incertidumbre de mí, de toda mi persona! ¡Por favor!

 

Había una persona a la que amaba verdaderamente, pero tenía otro carácter, un carácter más divertido, más alegre, más social, con otras amistades, pero yo no decía nada por miedo a perder ese amor, un amor que no sabía si era correspondido. Nos veíamos a veces y me recriminaba:

-¡Ay!, Orlando, Orlando, ¿para qué vengo? No quiero que me cuentes nada de tu trabajo, no quiero que me cuentes nada de tu familia. Vamos a tomar una copa, vamos a disfrutar, que después me tengo que ir.

-¿Cómo, no te quedas hasta mañana?

-¿Qué? ¿Para qué?...

-¿Como para qué?, para que estemos juntos -exclamé.

-¡Ay, ay, ay! Cuando vas a crecer.

-¿En qué sentido lo dices? -pregunté.

-Nada, nada, déjalo así. A ver esa copa. -Y serví un par de copas.

 

Ansiaba ese abrazo, ansiaba terminar la copa ya y sentir ese abrazo, ese calor, ese cuerpo, pero no, es como que saboreaba la copa despacio. Tenía ganas de decirle "¿Pero a qué vienes, a tomar una copa o a tomarme a mí?". Pero no me atrevía. Y obviamente no le iba a hablar de mi trabajo, seguramente se iba a aburrir porque su carácter era otro. Hablaba, ¿eh?, hablaba de mil temas, de lo que pasó en su trabajo, de las amistades, de dónde fue, de donde dejó de ir, de donde irá mañana, de donde irá pasado, de donde irá la semana que viene o de donde no irá. Y yo qué voy a contar: "En el piso cuarto, en el quinto pasillo me subí a la escalera para acomodar un tomo". Se echaría a reír. ¡Je!

 

Tenía un amigo, un amigo muy bueno, un amigo muy bueno en Ran II que era todo lo opuesto, todo lo opuesto a lo que podía ser yo; fuerte, aguerrido. Había sido campeón de artes marciales mixtas, se llamaba Bruno. Y nunca entendí cómo podía ser amigo mío.

Un día le dije:

-¿Qué ves en mí?

-¡Je, je, je! Pues Orlando, ¿tú te piensas que nada más me interesa el gimnasio?, sí tú supieras las cosas que yo sé, si tú supieras que hay otros mundos... Pero no, no, no.

-No, no, continúa, continúa, Bruno, ¿cómo otros mundos?

-Sí, otros lugares.

-¡Ah!, te refieres a regiones.

-Sí, sí me refiero a regiones.

-Está bien. Pero qué puedes aprender de un bibliotecario.

-¿Por qué te menosprecias, Orlando?, tú sabes mucho.

-¡Je, je, je, mucho! Estoy desde la mañana hasta la noche atendiendo gente, cuando la gente se va guardo lo que dejaron...

Bruno me miraba y me decía:

-¿Pero cómo puede ser que todavía existan libros de papel?

Lo miré y le dije:

-¿Sabes las veces que me lo pregunté? ¿Te conté que la gente los huele?

-Me lo has contado mil veces.

-Disculpa.

-¿Te olvidas de lo que me cuentas?

-No, no, estaba distraído pensando en... en una persona que me viene a ver, una persona que quiero con todas mis fuerzas, y no sé si soy correspondido. ¿Me estás examinando?, -Porque Bruno ponía su mano en el mentón y me observaba-. Te pregunto de vuelta, ¿me estás examinando?

-¡Ay, Orlando, Orlando!, ¿por qué tienes tanta baja estima?

-Yo no tengo baja estima. Está bien que no me llevo bien con mi familia, económicamente no me va ni bien ni mal, pero a veces me pregunto qué hago aquí.

-¡Pero Orlando, porque no te dejas de tonterías!

-Me recriminas.

-No.

-Me retas.

-No, simplemente te quiero hacer reaccionar. Nunca has querido venir al gimnasio.

-No, no soy de... de practicar esas cosas, la gente se lastima.

-¿Quién te habla de practicar? Te puedes sentar en el estrado y mirar como practicamos, tengo un montón de alumnos, no me digas que te aburrirías. Yo creo que es mucho más divertido que la biblioteca.

-Claro, claro, ahora me echas en cara que mi trabajo es aburrido.

-Orlando -Bruno se paró-, ¿será posible que no se te pueda decir nada, que te tomas todo a pecho?, ¡te ofendes por cualquier cosa, reacciona!

-Sí, disculpa. Podría ir un fin de semana a la noche.

-Claro. Luego vamos con los muchachos a tomar unos tragos.

-Lo que pasa que a veces el fin de semana espero a esa persona.

-¡Ajá! ¿Y esa persona te viene a ver todos los fines de semana?

-No, por ahí me llama por el holomóvil y me dice "Discúlpame, me surgió un compromiso", "No, lo que pasa que...", y 'clac' y me corta.

-O sea, que no te permites ir a tomar una copa con nosotros porque esperas el llamado para ver a qué hora va y después no va, y te quedas acompañado de tu soledad.

-¿Y qué quieres que haga?

-¡Je, je! ¿Qué quiero que hagas?, yo no quiero que hagas nada, tú eres el que tiene que querer, tú eres el que te tienes que respetar.

-Claro, tú tienes todo servido en bandeja, has sido el campeón, la gente te admira.

-Orlando, estuve al borde de la muerte, estaba mal entrenado y me tocó una supuesta exhibición con una bestia. Estuve tan mal que no sabía si vivía o no vivía. No te pienses que mi vida es toda diversión, he estado en lugares que no te imaginarías.

-Cuéntame.

-No puedo.

-¿Pero qué eres, algún agente secreto?

-Eso no existe, eso lo ves en las holopelículas, ¡je, je! No, no, no puedo porque di mi palabra de que no podía contar por ahora.

-Me dejas con la intriga.

-Bueno, te quedas con esa intriga, pero este fin de semana ven, deja de estar esclavo de una llamada, deja de estar esclavo de una venida que después la persona no viene. ¿Y tú qué haces?, miras el holotelevisor.

-No, pongo música, y la música me hace peor porque me hace recordar y me caen lágrimas.

-¿Es en serio lo que me estás contando? -preguntó Bruno-, ¡por favor, hombre, por favor!

-(Tose) Tú sabes que encima tengo algunos problemas pulmonares.

-Pero hombre, ¿con la tecnología médica actual problemas pulmonares?...

-Te piensas que todo se arregla fácil.

-Dímelo a mí, estuve prácticamente en coma y me sacaron adelante. ¡Vamos Orlando! Deja de pensar en las enfermedades físicas, hay cosas que pueden revertirse, la medicina está avanzada.

-Está bien.

-Está bien, ¿qué?, ¿vas hacerte ver?

-Está bien, iré al gimnasio el fin de semana. Llámame primero para asegurarme que irás.

-No, no, Orlando, yo tengo palabra, te paso a tu holomóvil la dirección y vas tipo siete de la tarde. Dos horas y media después nos vamos a comer con otros amigos y a tomar un par de copas, a divertirnos, a contar cuentos.

-Yo voy a desentonar -exclamé-, ¿qué voy a contar?

-Obvio, no vas andar contando cosas de la biblioteca.

-¿Ves, ves Bruno?, ¿entonces a qué voy?

-Pero no hace falta, Orlando, que cuentes nada, no hace falta que cuentes nada. Escucha, diviértete, ríete, pero no una risa fingida, los muchachos tienen miles de anécdotas cómicas y algunas que no son cómicas pero son interesantes. Lo mismo yo. Aparte, es una cena de varones, mi novia no va.

-¿Y no se pone celosa?

-¿Por qué, celosa por qué? Yo le digo voy a tal lado con tal persona y punto, no tengo que aclarar más nada. Si ella dudara de mí o yo dudara de ella no habría relación, en una relación no se duda.

-¡Je, je, je!

-¿Y ahora de que te ríes, Orlando?

-Yo vivo dudando de que se aburre conmigo y no quiero perder esa relación.

-Basta, no vuelvas otra vez con ese tema. ¿Sabes lo que pasa contigo?, que no te respetas, que no te haces valer.

-¿Y te piensas que de un día para el otro voy a hacer un giro y voy a cambiar?

-No, obvio que no, Orlando, obvio que no, empieza este fin de semana. No esperes la llamada, igual llevas el holomóvil contigo, supón que te llame.

-Claro, si me llama que me disculpen ustedes, pero me voy en un coche rápidamente para casa y...

-¡No, no!, le dices "Discúlpame, hoy no puedo verte porque estoy divirtiéndome con unos muchachos del gimnasio, me invitó el excampeón de artes marciales mixtas".

-Si le digo así no la veo nunca más.

-No sé qué decirte. O sea, que si dices que estás con otras personas no ves nunca más a esta persona, ¡qué bárbaro! Me da la impresión como que te tuviera dominado, como que te tuviera en un puño. O sea, que no te respeta. -Me encogí de hombros-. Ahora te hago una pregunta: ¿Te respetas, tú, Orlando?

-¡Je, qué pregunta que me haces!

-¿Te respetas, te aceptas, te miras al espejo? ¿Te gusta lo que ves?

-No.

-¿No te gusta lo que ves?

-No.

-¿Qué parte de ti no te gusta, el aspecto físico?

-No, no estoy diciendo eso, mi vida no me gusta.

-Cámbiala. Esto del fin de semana lo puedes hacer seguido.

-Claro, y pierdo mi relación.

-Pon tú los días, pon tú los horarios. ¡Pero Orlando, por Dios, vaya que tipo que eres!

-Me desprecias.

-Orlando, deja de perseguirte, ¿cómo te voy a despreciar? Te tengo aprecio, sino no estaría aquí hablando contigo, pero basándome en la amistad que creo que tenemos, tengo derecho a decirte las cosas, ¿o no?

-Sí, por supuesto.

-Entonces entiende que no es desprecio, simplemente te digo qué haría yo en tu lugar. Bueno, me marcho.

-Me llamas.

-No, ya te dije que no, te voy a pasar a tu holomóvil la dirección. Nos vemos a las siete de la tarde. -Me estrechó la mano fuertemente, una mano fuertísima. Y se marchó.

 

Pero ya no estaba con mi soledad, ahora estaba con mis pensamientos.

Y me había entrado curiosidad del gimnasio, de tomar un par de copas en ese bar. Sí, haría eso, haría eso.

 

Gracias por escucharme.