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Psicoauditación - Facundo F.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 04/03/2019 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 21/05/2019 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 24/09/2019 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 13/11/2019 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 26/03/2020 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 27/04/2020 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 19/05/2020 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 22/06/2020 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 29/06/2020 Aldebarán IV, Edmundo

Sesión del 30/07/2020 Aldebarán IV, Edmundo

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Sesión 04/03/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Tenía muchas inseguridades con él mismo y le producían vulnerabilidad al punto de que entidades suprafísicas le acosaban. No quería comentarlo con nadir por no ser entendido. Encontró a alguien que le dijo porque le ocurría esto, y que le ayudaría.

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Entidad: Muchas veces he tenido situaciones repetidas en distintas circunstancias, como que inconscientemente sin darnos cuenta intentamos repetir situaciones conflictivas para quizá, tal vez, aprender de ellas y no volver a cometer los mismos errores, pero como es algo inconsciente volvemos a hacer hincapié en lo mismo una y otra y otra vez.

 

Mi nombre era Edmundo vivía con mis padres en la zona ecuatorial, ellos tenían un almacén de ramos generales. Vivíamos bien, como se dice comúnmente no nos sobraba los metales pero tampoco nos faltaba. Fui criado con amor, quizá de parte de mi madre un poco sobreprotegido y eso en lugar de hacerme bien me hizo mal porque por momentos me sentía vulnerable, falto de carácter, inseguro, de alguna manera.

En el momento del relato había tenido tres fracasos afectivos, la última relación se había alejado de mí sin darme ninguna explicación y la anteúltima buscando motivos para discutir, para pelear, y haciéndose la ofendida se alejó. Era inseguro, lo reconozco, pero nada tonto, entendía que la anteúltima había buscado una situación de conflicto para tener la excusa de alejarse y me preguntaba a mí mismo por qué se alejaban, qué era lo que no les gustaba. A la primera de las tres se lo pregunté:

-¿Qué es lo que no te conforma de mí? -Su respuesta era muy ambigua.

-Nada, soy yo.

 

El soy yo, era algo que me molestaba, pero sobremanera. ¿Qué significa soy yo? O sea, si era ella la que tenía el problema, ¿para qué comenzó a salir conmigo?, ¿quería llenar un vacío?, ¿un vacío que yo no podía llenar? No podía armar el rompecabezas.

Recuerdo que en mi habitación a veces escuchaba voces, ¿estaban en mi cabeza o las escuchaba de verdad? Lo comenté con un conocido, que era un señor grande, serio. Con los jóvenes no lo comentaba porque eran propensos a burlarse y para mí eso era intolerable. amén de que yo no era un joven predispuesto a la pelea. ¿Si sabía manejar una espada? Sí, pero la misma inseguridad que me daban las jóvenes me la daba el manejar una espada, entonces no era una persona que buscaba conflictos, todo lo contrario trataba de tener perfil bajo.

Le comenté mis experiencias a ese señor mayor y me dijo:

-¿Qué es lo que sientes?

-Como una energía en mi cuerpo, como si alguien me tocara. ¿Puede ser aquel que está más allá de las estrellas que se dirige a mí?

El hombre me respondió:

-No, Edmundo, está justamente más allá de las estrellas, nos ve, está con nosotros pero a su vez está tan lejos... Consulta con Astor.

-No, no me animo. -Astor tenía una especie de templo donde se hacían oraciones para agradar a aquel que está más allá de las estrellas.

-No pierdes nada, das un pequeño óvolo, una moneda de cobre, y es suficiente.

-Pero después él cobra para atenderte.

-No, no, está dedicado a la Luz.

-¡Ah!

 

Y esa tarde fui y estaba dando una especie de sermón. Astor tenía voz grave.

-Vosotros, cuyos pensamientos son oscuros, sois esclavos de esas pasiones que os impulsan a traicionar, a ser desleales, a cometer errores. Entregad vuestro ser a aquel que está más allá de las estrellas, todo lo que depositáis adelante en metales va para él, -Dejé de escucharlo y en ese momento me pregunté a mí mismo "Todo lo que la gente deposita va a aquel que está más allá de las estrellas... ¿Y cómo?". Es un embaucador, va a los bolsillos de Astor. Esperé a que terminara el sermón y cuando todos se marcharon le pregunté si podía contarle mi experiencia, le dije que escuchaba voces y que a veces sentía como que incluso me tocaban.

Me dijo:

-Estás poseído por el mal.

-¿Cómo voy a estar poseído por el mal si evito confrontar, evito las peleas, ayudo a mis padres en el negocio?

-Sí, pero hay algo negativo que te posee, algo muy oscuro que anda de noche. ¿De día tienes esos arrebatos en tu mente?

-No, de día no.

-Ves los tienes de noche porque el señor oscuro te posee y te va a obligar a hacer mal. -Me asusté.

-¿Y cómo salgo de eso?

-Tienes que conseguir metales dorados.

-¡Dorados! A mis padres les cuesta muchísimo ganar un metal dorado por día.

-¿Quieres que te ayude? Deposita en el templo un metal dorado para aquel que está más allá de las estrellas.

-Eso le quería preguntar, Astor, ¿y cómo le llega a aquel que está más allá de las estrellas? Disculpe si lo ofendo, pero cómo sabemos que no va a parar a sus bolsillos.

-No me ofendes y te doy la explicación, con esos metales construiré otro templo y un ayudante mío se hará cargo. Pero ven, ven...

 

Asentí con la cabeza y me marché, no estaba para nada convencido. Honestamente no creía en Astor, sus feligreses eran no adeptos, adictos a sus sermones, yo no.

En el camino me crucé con un personaje extraño, en mi mano llevaba un metal cobreado. El personaje vestido de una manera extraña y portando una espada rara, redonda de punta, me dijo:

-¿Para qué llevas esa moneda, quieres apostarla?

-No, no apuesto.

-¿Ni siquiera sobre seguro?

-¿Cómo apostar sobre seguro?

-Claro, de repente ves muchas nubes en el cielo oscuras y tú apuestas que va a llover, ¿no es sobre seguro?

-Sí, pero ahora no puedo perder tiempo, estoy en otro tema.

-¿Cómo ves el cielo?

-Oscuro y va a llover, de eso estoy seguro.

-Bien, te apuesto otro metal a que no llueve por lo menos hasta el anochecer.

-No -negué-, no quiero quitarle un metal, en instantes va a llover, no va a esperar hasta el anochecer.

-Bien, hoy tengo ganas de perder un metal, apostemos. Dejo aquí el mío, arriba de la roca. Deja el tuyo. Mientras tanto conversemos.

-Nos vamos a mojar, me quiero marchar a casa.

-Sé que un metal cobreado no vale mucho, pero apenas caen las primera gotas lo tomas, tomas el tuyo y te marchas, si no llueve tomo tu metal y me marcho.

-¡Ah! Acepto.

-¿Cuál es tu nombre? -preguntó el personaje.

-Edmundo.

-El mío Figaret.

-¡Qué espada rara que tienes!

-Es liviana -me respondió-, es mejor que las espadas grandes.

-Pero es débil, es débil, te la pueden partir en dos con una espada de guerrero.

-Bueno, es tú opinión, nunca lo han hecho. ¿Qué es lo que te aflige, Edmundo?

-Me siento con mucha inseguridad, siento como que hay como sombras que me tocan y me hablan.

-¡Ajá! Entidades.

-No conozco esa palabra.

-Entidades invisibles -agregó Figaret.

-Sí, digamos que sí. Fui a consultar a un sacerdote que se llama Astor.

-¡Ja, ja, ja! ¡Ay Edmundo, Edmundo! Ese Astor no cree en sí mismo y la gente lo sigue.

-¿Tú dices que es un embaucador? -Figaret se encogió de hombros.

-No digo que sea un embaucador, digo que ni él mismo... ni él mismo entiende porque lo dice, capaz que lo crea, pero le depositan bastantes metales.

-Bueno, dijo que va a construir otro templo.

-Está bien, créelo, créelo cuando lo veas.

-¿Y con respecto a esas entidades?

-Estás pasando por muchas situaciones de estrés.

-¿Cómo lo sabe?

-Porque el estrés te vuelve vulnerable.

-¿Pero tú, Figaret, crees que hay como entidades invisibles?

-Sí, por supuesto que creo, por supuesto.

-Pero entonces Astor tiene razón, son entidades oscuras, son entidades que me pueden transformar.

-No, no, no, Edmundo, no, nadie tiene potestad sobre ti si tú no quieres.

-¿Pero no se pueden apoderar de uno? A veces siento como que me hablan, como que me tocan.

-No. Estás vulnerable debido al estrés. ¿Por qué tienes el estrés?

-Primero, ¿cómo sabes, Figaret, que tengo estrés?

-Bien, ¿lo tienes o no lo tienes?

-Sí -admití-, tuve continuados fracasos afectivos, siento inseguridad, apenas se manejar una espada, no les cuento cosas a mis compañeros porque se burlarían y temo enfrentarlos porque me lastimarían.

-¿Te das cuenta?, tu inseguridad, tu miedo a pelear... las jóvenes que salen contigo luego te dejan; eso te produce estrés y te hace vulnerable.

-¿Vulnerable?, ¿hablamos de que me vuelven débil por dentro?

-Sí, totalmente, Edmundo, totalmente, y eso hace que esas entidades se acerquen.

-¿Con qué fin, de poseerme?

-Ya te dije Edmundo, no te pueden poseer si tú no las dejas, pero te quitan energía, se aprovechan de ti.

-Es cierto, me ha pasado que a veces me levanto por la mañana y es como que hubiera dormido una hora nada más, cansado, débil. ¿Cómo las enfrento, cómo las contrarresto?

-Primero y principal no dándoles importancia. Segundo, dándote importancia a ti y tercero, no te molestes por los fracasos, todos tenemos fracasos. Yo también tengo fracasos y sin embargo sigo adelante. Ocúpate de ti, de tu persona, eres importante. Si alguna joven te deja el problema es de ella, no sabe lo que se pierde.

-Pero Figaret, yo no me siento importante, la última joven me gustaba muchísimo y me dejó sin darme explicaciones. La anterior inventó una pelea para alejarse.

-No te merecen, les das demasiada importancia. Primero tienes que ganar tú en seguridad, trabajar tu propio interior, pulir tu propio interior.

-¿Cómo hago eso? No sé hacer nada, me gustaría saber manejar la espada.

-Puedo enseñarte.

-¿Con eso?, eso no es una espada, ¿qué es eso?

-Es un florete.

-Pero es débil, se dobla.

-Sí, pero te puedo traspasar con eso. Además, también se manejar una espada. ¿Quieres aprender?, ¿sientes que manejando una espada te sentirás más seguro?

-Totalmente, conseguiré el respeto de los demás.

-No, primero tienes que conseguir tu propio respeto.

-No entiendo, Figaret.

-Claro, ¿qué piensas de ti mismo?

-Que soy un fracaso.

-¿Qué haces de tu vida?

-Ayudo a mis padres en el almacén de ramos generales.

-¿Los quieres?

-Por supuesto.

-¿Te aman?

-Más que a nada en la vida.

-¿Eres bueno ayudándolos?

-Totalmente, la gente del pueblo quiere atenderse conmigo porque soy expeditivo.

-Ahí tienes, eres bueno, eres expeditivo, la gente del pueblo quiere atenderse contigo.

-Sí, pero no; quiero la aprobación de mis amigos, la aprobación de las relaciones de pareja.

-Todo va de a poco, pero ¿te das cuenta que te respetas?

-No valgo nada.

-¿Cómo no? Los que vienen a comprar quieren atenderse contigo, tus padres te aman, obviamente sabes leer y escribir y sabes hacer cuentas.

-Claro.

-Y bueno, Edmundo, sabes más que la mayoría de gente de todo Umbro. ¿Te parece que no veamos mañana a la tarde aquí en el mismo lugar en las rocas? Trae dos espadas.

-Las traeré. Ya está casi anocheciendo.

-Bueno, falló tu seguridad no ha llovido todavía te he ganado legalmente la moneda, ¿no?

-Si -asentí. Figaret cogió su moneda y cogió la mía y se las guardó en un bolsillo.

-Una apuesta es una apuesta.

-¿Siempre haces apuestas?

-Soy bueno jugando a las barajas.

-¿Y haces trampa?

-Jamás, ¿acaso hice trampa con el tiempo? Tú estabas seguro que iba a llover y no llovió. Nos vemos mañana. -El personaje se marchó y yo me fui para casa. En ese momento las primeras gotas cayeron sobre mi cabeza.

 

La asignatura pendiente era respetarme para que me respeten, pero si aprendía el arte de la espada me sentiría más seguro todavía. Paso a paso, paso a paso.

Si me sentía seguro de mí mismo ni siquiera esas entidades invisibles me molestarían, pero no podía ser todo, todo de golpe, esto me llevaría tiempo, y Figaret me ayudaría.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión 21/05/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Volvió a encontrarlo, pero no se fiaba de él, tenía mala reputación. Dialogando un rato empezó a confiarle temas personales en la confianza que le ayudaría a resolverlos.

Sesión en MP3 (2.840 KB)

 

Entidad: Estaba muy molesto, es como que la vida me jugaba malas pasadas. Yo no tenía frustraciones, la vida era una frustración, era una continuidad de la misma manera que una sucesión de puntos forman una línea, pero cuando tú ves una línea no ves la sucesión de puntos, ves un trazo. Mi vida era un trazo de frustraciones.

 

No podía quejarme, mis padres no me criaron mal, me decían "Edmundo, aquí tienes todo. Tenemos un almacén de ramos generales, vivimos bien". Pero había sufrido fracasos afectivos, muchas inseguridades.

Recuerdo que conocí a Astor, el sacerdote, y me dijo "Todos somos parte de aquel que está más allá de las estrellas. Tú eres uno de tantos, por ende importante". Pero no me sentía importante.

Recuerdo que después se me cruzó por mi camino un personaje estrambótico, extraño, ridículo en su vestimenta: Figaret. Y habré sido una de las tantas víctimas a las que les ha quitado metales.

 

Recuerdo que esa tarde caminaba por un sendero pensando. Padre me dice:

-Si vas por el lado del bosque llévate un hoyuman.

-No, quiero estirar las piernas, caminar, pensar. -Como si pensar me diera la solución. Era una manera de escapar de lo cotidiano, de lo común, de la rutina, de las circunstancias, de la monotonía, de la frustración y bla, bla, bla, bla.

 

Sentado en el borde del camino, en una roca Figaret. Estaba enojado y lo primero que le dije sin saludarlo:

-Yo sé que tú eres un pillo. -Figaret me dijo:

-¿En qué sentido?

-Embaucas a la gente.

-No, la gente se deja embaucar.

-¡Ah, pero tú te aprovechas de ello!

-El problema no es mío, el problema es de la gente.

-También me he enterado de cosas -argumenté.

-¿Por ejemplo?

-De que te subes a los balcones de las mujeres casadas.

-Pero estamos hablando de lo mismo, es un problema de ellas, no mío. Ellas me dejan pasar cuando sus esposos no están.

-Y como dije antes -repetí-, te aprovechas de las circunstancias.

-A ver, define que es aprovecharse. -Le dije:

-Te aprovechas del más débil.

-Vaya. -Comentó el arlequín-. O sea, que a ti esas mujeres te parecen débiles. -Me encogí de hombres.

-No sé, siempre fracasé afectivamente. Entiendo que quizás estas mujeres estén necesitadas de amor.

-Entonces no me aprovecho -argumentó Figaret-, simplemente le doy lo que no le dan sus esposos. A propósito, ¿y tú por qué estás mal afectivamente?

-¡Puf! No quiero hablar contigo.

-Sigue tu camino.

-Está bien. Tengo inseguridades, pienso que no valgo tanto.

-Lo que yo creo es que el polvo del camino te secó la garganta.

-¿Te estás burlando de mí, Figaret?

-No. ¿Edmundo, te llamabas, no?

-Te acuerdas de mi nombre, te estás burlando de mí.

-Para nada, veo como que estás a punto de toser. Tengo una cantimplora con bebida espumante, ¿quieres tomar un poco?

-No soy de tomar bebidas fuertes.

-Es bebida espumante suave, no te preocupes, no hay puesto ningún zumo de arbustos que te envenene o te maree. En mi bolsa -y se tocó-, tengo muchísimos metales, ¿o piensas que te voy a robar? -Me encogí de hombros.

-Alcánzame entonces. -Tomé la cantimplora y bebí-. Gracias.

-Bueno, cuéntame más.

-¿Ahora eres un confesor? ¿Me cobrarás por esto?

-¿Debería?

-Eres un caradura. No, no deberías. Es un comentario entre... -Figaret sonrió y dijo:

-¿Ahora somos amigos?

-Amigo tuyo, jamás.

-Pero estamos conversando, me estás contando tus secretos.

-Tienes una manera tan fácil de sacar a la gente de las casillas.

-Mira, vamos a apostar. Si tú me cuentas tus cosas, pero que sean ciertas, te doy una moneda de oro. -Abrí los ojos.

-¿Y si no?

-Tú me das una cobreada. O sea, yo tengo mucho más que perder, vale cien veces más la dorada.

-Está bien, diré la verdad. Pregunta.

-¿Crees en aquel que está más allá de las estrellas?

-Sí. Absolutamente creo.

-¿Crees que eres especial? No dudes. ¿Crees que eres especial?

-No, no lo creo.

-¿Crees que afectivamente tienes fracasos porque te ven una persona del montón?

-Sí, supongo que sí.

-¿Crees que tienes mala suerte?

-¡Uff! Creo que sí, que tengo mala suerte. ¿Qué más?

-Has perdido.

-No he perdido, te he dicho la verdad. Así que me debes una moneda de oro.

-No, has perdido Edmundo. Primero: Eres especial porque no hay otro como tú. Si tienes fracasos es porque tú mismo fomentas ese fracaso, no porque las demás te consideren menos. En cuanto a la mala suerte... no existe, hay casualidades y hay causalidades, pero no mala suerte. Así que lo que has dicho es falso.

-No te debo nada -argumenté-, porque yo te he dicho que yo te iba a decir lo que yo pensaba, lo que yo sentía, lo que yo creía.

-No, dijimos que me ibas a decir la verdad. Me debes una moneda cobreada.

-Con una moneda cobreada apenas puedes comprar una bebida pequeña y dices que tienes la alforja llena de monedas. ¿De qué te sirve mi moneda?

-Satisfacción de mostrarte que soy más listo que tú.

-¡Ah! ¡Ja, ja, ja! Me debes una moneda de oro.

-¿Por qué?

-Porque si tú me demuestras que yo no soy tan listo como tú, me consideras menos.

-¿Entonces?

-Entonces una cosa de las que dije fue cierta, tú me consideras menos. Puede haber jóvenes que me consideren menos. -Figaret me miró.

-¿Ves Edmundo que no eres tan tonto? -Metió la mano en la alforja y con el dedo pulgar sobre el índice revoleó una moneda en el aire que la cacé al vuelo. La abrí: una moneda dorada.

-¿Te he ganado? ¿De verdad te he ganado, Figaret? -Se encogió de hombros.

-Considéralo así. -La guardé orgulloso.

-¿De verdad que piensas que soy menos listo que tú?

-No.

-¿Entonces por qué me has dado la moneda?

-Porque tu misma inseguridad hace que las afirmaciones de otros tú te las creas, tú creas que es cierto. Tú eres listo, eres importante, eres especial porque eres único. ¿Mejor, peor?, eso depende de cada óptica. He conocido hombres que no saben siquiera tomar una espada, pero quizá salven vidas porque con un pequeño filo pueden sacar cosas negativas del cuerpo, ponerles un zumo de una planta que evita infección y volver a coserlos con hilos de liana, y un guerrero eso no lo sabe hacer. Mientras un guerrero mata, ese médico salva vidas. ¿Quién es más especial?

-El médico -argumenté.

-¿Y en una batalla?

-El guerrero.

-Y en invierno, en el norte, ¿un abrigo o una cantimplora con agua?

-Seguramente si hace mucho frío puedo derretir la nieve y tomar de allí el agua... Me va a ser más fácil elegir el abrigo.

-¿Y en verano en pleno desierto?

-Obviamente el agua. Pero no entiendo a qué vas, Figaret.

-A que en cada caso, en cada región, en cada época, en cada circunstancia, en cada momento tanto las personas como los objetos podemos ser importantes o no, de acuerdo a cómo se dé la cosa.

-Hablas medio difícil, Figaret.

-¿Pero más o menos me entiendes?

-Sí, obviamente en el desierto el agua, en el invierno del norte el abrigo, en la batalla el guerrero, en las heridas el médico. Y volviendo a mí, ¿en qué momento puedo ser útil?

-Depende. Te encuentras con una persona que precisa ayuda, le puede tender una mano. Te encuentras con alguien que precise auxilio y lo auxilias.

-¡Ja, ja!, apenas sé manejar una espada.

-Puedo enseñarte.

-¿Acaso tú sabes manejar una espada?

-Muy bien, la manejo muy bien. -Miré su costado.

-¡Pero eso es una espada pequeña, es un espadín!, nada que ver con las que portan los guerreros, que son casi el doble de tamaño. ¿Podrías vencer a un guerrero?

-Ya me ha pasado. Sí, he vencido guerreros maleantes.

-¿Y dónde consigo otro espadín?

-Tus padres, ¿qué tienen?

-Qué tienen, ¿cómo?

-¿Qué negocio tienen?

-Ramos generales.

-¿No hay un lugar donde tengan armas?

-Sí, por supuesto.

-¿Y deben tener espadines?

-Sí. Y de no, hay un herrero a cuarenta líneas de distancia de nuestro almacén que fabrica espadas.

-Bueno, hazte hacer un espadín y yo te enseñaré.

-¿Y dónde te encuentro?

-Por ahora no. En un par de amaneceres pasaré por tu pueblo. ¿Estás contento?

-No.

-¿Y ahora por qué no?

-Está bien. Supongamos que el aprender espada contigo me quitara la inseguridad, ¿pero y la parte afectiva, la seguridad con las damas?

-Eso se va solo.

-¿Cómo?

-Te daré clases.

-No, no me interesa, sigo insistiendo que eres un pillo. Yo creo en el amor, yo creo en la verdadera conquista. Tú no amas a las mujeres con las que sales.

-¡Tampoco les hago daño!, las satisfago.

-Satisfaces tu propio deseo.

-No las lastimo.

-Pero no es lo que yo anhelo, yo quiero un amor de verdad.

-Conversando conmigo puedo volverte más seguro también en ese aspecto.

-¿Cómo?

-¡Es fácil! ¿Qué has dicho que deseas?

-Una pareja, un hogar, sentirme importante ante la persona.

-¿Y qué piensas que desea la mujer?

-¿Cómo?

-Claro. A ver, Edmundo, ¿qué piensas que desea esa mujer ideal? -Me encogí de hombros.

-Pienso que lo mismo, alguien que le sea sincero, alguien que no le mienta, alguien que la quiera.

-Bueno, ahí tienes la respuesta.

-Pero yo veo muchas mujeres que son soberbias.

-Descártalas, encontrarás quien no sea soberbia.

-¿Alguna parecida a mi manera de ser?

-No, no, Edmundo, no necesariamente, no necesariamente. Hay distintos tipos de amores, distintos tipos de afectos, distintos tipos de verdades, distintos tipos de lealtades...

-Te voy a pedir ahora, antes de irme, otro trago de tu cantimplora, tenías razón en lo del polvo. No eres tan pillo, eres un poco pillo y un poco aprovechador, pero no pareces mal tipo.

-¿Ves? -dijo Figaret-, ahora me estás halagado y cuando me viste estabas molestísimo, muy molesto y tuvimos una pequeña charla nada más. En un par de amaneceres te veo. Encarga apenas puedas el espadín. -Me tendió la mano y le estreché la mano. Me alejé tres pasos de él. Y por cábala, por suerte quería tocarme la moneda y puse la mano en el bolsillo y no estaba.

-¡Pero sí serás...! -Y me doy vuelta y lo veo a Figaret riéndose. Y me lanza la moneda, la cojo en el aire, la miro: la moneda dorada. Y la guardo en mi bolsillo-. ¿En qué momento me la sacaste? Eres, eres...

-¡Ja, ja!

-¿Y qué hubiera pasado si no me hubiera tanteado el bolsillo y llegaba al pueblo?

-En dos amaneceres te la devolvía. Pero tienes que ser más cuidadoso.

-No, el problema eres tú, que eres rápido de mano. Por eso ganas con las cartas, por eso desvalijas a la gente.

-Nunca hice trampas.

-¡Cómo creerte! -Estaba ya como a seis líneas de él y volví a tocar el bolsillo. Y sí, tenía la moneda. Me di vuelta y me dijo, como adivinándome el pensamiento:

-No, no hago magia, pero me gustaría. -Lanzó una carcajada.

 

Y me marché para el poblado. En dos días me enseñaría esgrima con el espadín.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión 24/09/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

El conocido le enseñó a usar el espadín. para defenderse solamente. También le enseñó otras cosas. Quedó conforme, pero...

Sesión en MP3 (2.754 KB)

 

Entidad: Estaba bastante entusiasmado.

 

Había discutido con padre. Había un hermoso espadín en la parte de atrás del almacén, y padre me dice:

-¿Para qué? ¿Qué piensas hacer, buscar pleitos?

-No, padre. Tengo un conocido que me va enseñar a usarlo, simplemente como defensa. A veces voy a hacer recados a otro poblado y nunca de está de más aprender a usar un arma.

 

Estuvimos dos días discutiendo. Le dije:

-A cuarenta líneas hay un herrero, me encargo uno si no quieres. Aparte, mira. -Le mostré el metal dorado que me había dado Figaret.

-¿Y eso?, ¿tienes idea de lo que cuesta eso?

-Sí, pero te lo dejo a cambio del espadín, para que no tengas pérdidas.

-Edmundo, eres mi hijo, no tengo porque venderte algo. Es tuyo. Sencillamente ten cuidado, fíjate donde te metes.

-Padre, quizá no sea tan maduro, pero tampoco soy un niño. -Tenía una cinta de cuero y puse el espadín, era muy similar al de Figaret.

 

Al día siguiente anhelos, ansias, nervios esperando al arlequín, pero no vino. Me sentí molesto como engañado, como traicionado. ¿Pero por qué habría de hacerlo?, al fin y al cabo me gané un metal dorado.

Esa noche comí frugalmente, tenía como un malestar en la garganta, seguramente provocado por la angustia, a nadie le gusta que le mientan.

A la mañana siguiente me pegan un silbido. Miro para la posada: En la puerta, Figaret. Sentí como un alivio, pero a su vez deseos de recriminarle.

 

Me acerqué y le dije:

-Te esperaba ayer...

-Buenos días, Edmundo.

-Buenos días, Figaret. ¿Qué sucedió?

-Tuve que hacer cosas.

-¡Cosas!

-Estaba en un pueblo vecino y había una moza que me provocaba.

-O sea, ¿que te enredaste con otra mujer casada?

-No, no, esta era soltera, pero me miraba de una manera muy provocadora. ¡Ay!, si tú estuvieras en mi lugar, Edmundo... No tengo voluntad, me siento mal, no pude decirle que no.

-Te estás burlando de mí -le dije.

-Te estoy relatando lo que pasó, por eso no pude venir ayer. En la casa estaban los padres, así que me tomó de la mano y me llevó al corral. Quise soltarme pero la joven me apretaba la mano y me llevaba. ¿Qué podía hacer?

-Pobre Figaret -dije, irónico-, no pudiste resistirte a los encantos de la dama. Bueno, por lo menos esta no era casada, no engañaste a nadie.

-Bueno... A ver cómo te lo explico. Tenía novio y a la mañana el novio vio que salíamos de corral llenos de paja, heno en las ropas y sacó su espada y me quiso enfrentar... Y no tuve más remedio... ¡Ay, Edmundo!

-No me digas que encima que te acostaste con la novia mataste al muchacho.

-No, no te apresures, lo herí en la mano. Monté a caballo y aquí estoy.

-Eres… eres un personaje. Y a veces me pregunto si estás impostando o eres todo el tiempo así.

El arlequín se rascó la cabeza.

-No entiendo, ¿cómo impostando?

-Claro, estás actuando, estás interpretando un rol.

-No, soy así, me toman o me dejan, me aceptan o no me aceptan. ¿Has tomado algo?

-No, no tenía hambre.

-¡Ay, Edmundo! Ven, te pido un vaso de leche de cabra y come una hogaza de pan, acuérdate que tenemos que practicar. ¿A ver eso que tienes ahí al costado? -Saqué mi espadín y se lo alcancé del lado del mango. Tomó la empuñadura, lo miró-. Es bueno, ¿eh?, bastante bueno. -Lo movió en el aire haciendo figuras-. Es bastante pesado. Está bien, te servirá. -En lugar de dármelo en la mano lo puso directamente en mi funda, era impresionante la rapidez de manos de Figaret. Y finalmente fuimos a practicar.

 

¡Ah! ¡Qué mal, qué mal! Me sentía mal conmigo mismo de lo lento que era, comparado con Figaret. Las veces que me hacía practicar un movimiento y otro y otro caía de rodillas, otra vez de espalda en el barro.

-Me humillas, me haces sentir menos.

-¿Te acuerdas lo que te dije la vez pasada? -inquirió Figaret-, tú pones en las palabras tuyas lo que crees que el otro piensa. No eres menos, eres un aprendiz y vas a mejorar. -Estuvimos practicando hasta pasado mediodía. Me dolía todo el cuerpo, la cintura, las piernas, el cuello.

-Por hoy lo dejamos. -Lo admiraba, estaba fresco como si recién se hubiera levantado, yo apenas podía caminar. No veía el momento de llegar a casa y sacarme las botas.

-¿Nos vemos a la tarde?

-A la tarde descansaré. Tenía que ayudar a mi padre en el almacén pero no voy a poder.

-¿Tú padre te dijo algo?

-Sí. Me dijo que quería aprender a usar la espada para buscar pleitos.

-¡Je, je! ¡Ay!, no te preocupes, mucha gente mayor piensa igual, piensa que vosotros, los jóvenes, sois todos buscapleitos.

-Bueno, tú no eres tan grande.

-No, apenas un poco mayor que tú, pero tengo muchísima más experiencia de la vida, de…

-Ya sé, de las damas.

-¡Ay! Qué puedo decirte de las damas, ellas me conquistan a mí y yo soy un pobre hombre. -Se tocó con el puño en la frente como lamentándose-. Soy un pobre hombre que no tiene voluntad para resistirse.

Sacudí la cabeza y le dije:

-Te sigues burlando, me tomas por tonto.

-No me burlo, no me burlo, para nada.

-Hubiéramos venido con los hoyumans, me cuesta llegar a casa caminando.

-¿Hoyumans?

-Claro, los equinos.

-Al mío le digo caballo.

-Está bien. ¿Por qué le llamas así?

-Porque en mi región se le conoce como caballo.

-¿De dónde eres? -Señaló para atrás pero moviendo la mano.

-De allí, de por ahí.

-Muy claro lo tuyo, muy específico lo tuyo. -Caminaba rengueando.

-Hay una planta verde que tiene como una especie de líquido verdoso, aplícatelo en los pies, te aliviará el malestar.

-Lo haré.

 

Al día siguiente me levanté todavía dolorido, el malestar no se me había ido. Y se lo comenté a Figaret.

Me dijo:

-Obvio, y hoy seguramente te va a doler más.

-¡Qué alegría que me das!

-Y mañana también.

-Qué maravilla.

-Pero pasado ya no, y al día siguiente menos, tu cuerpo se irá acostumbrando al trajín.

-¿Te quedarás aquí?

-Por ahora sí -me respondió el arlequín.

-¿Y no trabajas?

-No quiero que en este poblado piensen mal de ti, porque nos han visto juntos muchas veces y si le gano a los lugareños a las barajas muchos se enojarán, y luego cuando yo me vaya querrán desquitarse contigo. Aquí me portaré bien.

-¡Aaah! Entonces asumes que te portas mal cuando les ganas a los otros.

El arlequín se tocó el mentón.

-A ver, no es algo literal, portarme bien significa que evitaré conflictos para que no tengas tú luego problemas, pero siempre me porto bien, principalmente con las damas. ¡Ja, ja, ja!

-¡Ay! Quién tuviera tu facilidad de palabra. A mí me cuesta mucho entablar conversación.

-Pero en el poblado anterior, de donde vine, la moza esa, que tiene novio pero se ve que el novio no la satisface mucho, tiene una amiga que está impresionante. Ven.

-No. No es que no me interese una intimidad, claro que me interesa, pero mi ilusión es encontrar una dama que nunca se haya enamorado de nadie, que me quiera como soy.

-¿Qué te impide, mientras tanto, divertirte? -preguntó Figaret.

-Nada me impide divertirme, pero no sé, no me gusta estar con una joven que... que está conmigo simplemente por un acto fisiológico.

-¿Un qué?

-Eres bueno con las cartas, pero bruto con las palabras. Una necesidad física.

-¡Ah! Edmundo, Edmundo, Edmundo..., déjate de hacerte problemas por todo, déjate de hacerte problemas.

 

Estuvimos treinta días practicando, había ganado muchísimo en agilidad. Reconozco que no tenía la agilidad de Figaret, pero me sentía bien, con fuerzas, con ganas y manejaba el espadín muy muy bien.

-Pasado mañana me voy -me dijo el arlequín. Sentí como que me quedaba sin un amigo de verdad.

Me miró y me dijo:

-Dame el gusto.

-¿Qué? -pregunté.

-Ven esta tarde conmigo al otro poblado.

-Está bien.

-Espero que no te invada la timidez.

-¡Está bien!, -dije. Lo acompañé.

 

Se encontró con la moza, era mucho más linda de lo que yo pensaba. Y la amiga de cabello castaño. Las dos mujeres se abrazaron a él.

La de cabello castaño me miró:

-¿Este es tu amigo?, ¿es divertido cómo tú? -hablé en voz alta.

¡Estoy aquí, eh!, ¡están hablando como si yo no estuviera! -Se acercó la joven y me abrazó, me besó largo en la boca, me sentí como petrificado.

-¿Qué haces? -Me miró y lanzó una carcajada.

-¿Es nuevito? -le preguntó a Figaret. El arlequín hizo un gesto como diciendo "Qué le vamos a hacer". La otra joven tenía una pequeña casa y fuimos los cuatro.

Miré el lugar.

-¿Hay otra habitación?

-Sí -dijo Figaret-, ¿pero para qué?

-Pensé que...

-Pensaste bien. Vamos a intimar. -Lo dijo muy abiertamente. Me daba vergüenza hasta de la forma que hablaba el arlequín, pero las jóvenes como si nada, se reían.

-Lo que pasa es que quiero privacidad. -La de cabello castaño me tomó de la mano y me llevó a una pequeña habitación, y bueno, no voy a entrar en detalles pero fue mucho mejor de lo que yo esperaba.

 

Salimos.

Y le dije a Figaret:

-Se hace tarde, yo me voy a ir para mi poblado.

-Yo directamente ya no vuelvo para tu poblado.

-Quisiera volver a verla, siento como algo dentro mío...

-No, no, no, no.

-No entiendo, Figaret, ¿qué significa no?

-La que estuvo contigo tiene marido.

-¿Cómo tiene marido y no me has avisado?

-Tú ya te estabas enamorando.

-Para nada -negué.

-Di la verdad.

-Para nada. Sentía nada más como...

-Te estaba gustando, te estabas enamorando. No es así, no es así, si te vas a enamorar de la primera mujer con la que te acuestas, no te veo futuro.

-Me siento usado.

-¡Déjate de tonterías, Edmundo!, déjate de tonterías. Te he enseñado a usar el espadín, te he presentado a una joven que debe ser lo mejor que has visto en tu vida.

-Sí, pero está casada, no me sirve. La quería volver a ver...

-Hay otras en este poblado. ¿Y en tu poblado qué pasa?, ¿tan aburrido es tu poblado?

-No, lo que pasa que me conocen y soy como... como un objeto, paso inadvertido.

-Nadie pasa inadvertido si no quiere pasar inadvertido. Como conmigo, todo el mundo se da vuelta.

-¡Je, je! ¿Y cómo no se van a dar vuelta?, mira como está vestido, eres un arlequín como estás vestido- -Lanzó una carcajada.

 

Era imposible ofenderlo a Figaret, imposible, se reía de todo, pero principalmente, sabía reírse de él mismo, algo que yo tenía que aprender. Pero me costaría, lo lograría pero me costaría.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión 13/11/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Tenía unas inseguridades pendientes. Tuvo que encontrarse con una hermosa mujer y unos forajidos para recobrar su dignidad y el respeto del pueblo.

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Entidad: Cuantas veces los roles del ego nos engañan, en el sentido de que se esconden tan profundamente dentro nuestro que pensamos que ya no están, que pensamos que ya no tenemos vulnerabilidades ni impulsos destructivos ni buscamos escondernos tras un caparazón. Pero no nos damos cuenta que el creernos cambiados para mejor de un día para el otro también pueden ser roles  del ego que se disfrazan de tal manera que no los conocemos.

 

Hacía sesenta amaneceres que me había cruzado por última vez con Figaret. Había aprendido a manejar la espada de una manera notable. Pero eso era lo de menos, ya no sentía inseguridades, me sentía pleno de confianza. Me cruzaba con amigos que me decían "¡Edmundo, te noto tan distinto...!".

Me faltaba un paso, el paso afectivo, por así decirlo.

 

Hasta que me cruce con Rosa. Era de otra aldea pero hacía días que venía a nuestro poblado porque se había hecho amiga de las jóvenes que yo conocía. Y vi que me miraba y me miraba y me miraba.

 

Hay valentías y valentías. Había aprendido a usar la espada de tal manera que me sentía confiado, me podía enfrentar a quien fuese, aunque jamás provocaría a nadie, no era mi carácter, pero con las chicas me costaba un poco más, ¡je! Quizá bastante más.

 

Recuerdo que salí del almacén de ramos generales de mis padres y casi choco con Rosa, que traía una canasta:

-Discúlpame, estaba sumido en mis pensamientos y no te vi. -Pensé que iba a seguir de largo, pero se frenó y me dijo:

-Daría una moneda de oro por tus pensamientos. -Me sorprendió tanto que me quedé mudo, mirándola pero mudo, y me dijo:

-¿No me vas a responder?

-No tengo secretos -le respondí-, no hace falta que me pagues ninguna moneda. -Me dijo:

-Era una manera de decir. -Y volvió a descolocarme.

-¿Disculpa? -le dije.

-¿Por qué -inquirió-, acaso me has ofendido?

-Pues... Pues no, no... Buena mañana y que la pases bien -le dije.

-¡Espera! -Me di vuelta-. ¿No me vas a invitar a tomar algo? -Me sentí paralizado.

-Por supuesto, lo que desees.

-Acompáñame hasta donde vivo, que dejo la canasta en casa de mis padres. -La acompañé.

 

Algunos nos miraban, o por lo menos eso sentía yo. Como que... como que percibía en mi espalda las miradas, pero era idea mía seguramente, Rosa era muy bella.

Me extrañó porque nos cruzamos con alguna de sus amigas, amigas que yo conocía de años y nos miraban pero seguían de largo, no nos hablaban. Me animé y le dije:

-¿No saludas a tus amigas?

-Ahora no, ahora estoy contigo. -Y fuimos a una posada.

Le dije:

-¿Qué tomas?

-Una bebida espumante.

-¡Vaya!, pensé que ibas a tomar un zumo de frutas. -Me miró sonriendo, no enojada, ¿eh?, sonriendo, y me preguntó:

-¿Tú dices porque soy mujer no puedo tomar bebida espumante?

-¡Oh, no, no! Me pareció extraño nada más.

-Me subestimas.

-No, para nada.

-Recuérdame tu nombre -inquirió.

-No, no te lo dije, me llamo Edmundo. ¿Y tú?

-Mi nombre es Rosa, pero no me digas que no lo sabías. -Me encogí de hombros y titubeando le dije:

-Sí, lo he escuchado por ahí.

 

Y conversamos, conversamos toda la tarde. Su conversación era agradable, culta, sabía de muchas cosas... ¿Y yo qué podía contarle? Le conté de mi vida, le conté que hace poco había aprendido con un joven el arte de la espada.

Me dijo:

-Así que eres un guerrero.

-¡Je!, no te burles, Rosa, soy hijo de comerciantes. Nada de guerrero, simplemente me gusta como ejercicio.

-Veo que la llevas contigo. -La saqué y se la mostré-. ¡Pero es una espada pequeña, es un espadín!

-Sí. Mira, quien me enseñó también usa espadín y te puedo asegurar que es muy muy habilidoso. Lo importante es el metal, es un metal muy fuerte.

-¡Qué interesante. Cuéntame más! -pidió Rosa.

 

Bueno, tenía un tema para conversar. Le hablé de herrería, de cómo se puede templar una espada, de cómo manejarla, de cómo poner el cuerpo al tener un arma en la mano... Cuando nos despedimos me dijo:

-¿Te veré mañana? -De nuevo me descoloqué, y le dije:

-Sí, totalmente. ¿En el horario de hoy te parece? -Se encogió de hombros.

-¿Me pasas a buscar por casa?

 

Y la pasé a buscar al día siguiente y al otro y al cuarto día y al quinto. Nos hicimos amigos. Pero yo sentía como que no me animaba a dar un paso más, no sabía cómo hablar. Hasta que ella me dijo:

-Me gustaría dar un paseo por el bosque, ¿tienes una calesa?

-¿Una calesa, qué es una calesa? -Me miró y me dijo:

-Un sulky, un sulky tirado por un hoyuman.

-¡Ah! Sí.

 

Y salimos a pasear en sulky. Nos quedamos en el bosque toda la tarde conversando. Y ella había llevado un par de frutos, y comimos. De repente me tomó del cuello y me dio un beso largo, largo... y nos besamos profundamente. No me atreví a avanzar más, ella tampoco.

Cuando la dejé en la casa me sentía más que pleno, ahora no sólo tenía confianza con la espada si no que había logrado vencer mis inseguridades, mis fracasos afectivos, todo.

Recuerdo que al día siguiente la fui a buscar a la casa y me dijeron que había ido a la de una amiga. Agradecí y me fui al almacén de padre a ayudarlo. Pero me extrañó que al día siguiente tampoco estaba en la casa. Hasta que al día siguiente me crucé con Bárbara, no tenía confianza con ella pero mi curiosidad podía más que mi inseguridad que volvía a mí.

La saludé y le pregunté:

-¿Sabes algo se Rosa? -Me miró como... como si fuera un mendigo.

-¿De Rosa, para qué?

-Porque somos amigos, porque empezamos a salir.

-¡Je, je, je! Discúlpame, no te escuché bien, Edmundo. -Mi cara estaba pálida.

-Lo que no entiendo es tu risa, empezamos a salir...

-¿A qué le llamas salir? -No podía decirle que nos habíamos besado apasionadamente en el bosque.

-Bueno, te puedo decir que estamos saliendo, no te voy a dar detalles.

-Muy bien, muy bien. -Apareció en ese momento otra joven-. ¡Lere, Lere, ven!

-¿Qué pasa, Bárbara?

-Tenía razón, tenía razón Rosa. Nos ganó la apuesta.

-Les digo:

-Disculpad, ¿qué apuesta?

-Nada, Rosa se ha quedado en el poblado solamente unos días con sus padres porque tenían que hacer trámites aquí. Mañana se vuelve para su poblado.

-¿Qué apuesta? -insistí.

-Todos sabemos quién eres, el tímido, el perdedor. Y mira... ¡je, je, je! Ella dijo que le sería fácil conquistarte. -Me sentí tan humillado, tan pero tan humillado... Tenía un rostro de furia, de desconcierto, de desprecio...

 

Ellas se dieron vuelta y se marcharon. Se encontraron con dos amigas más en mitad de la calle, me señalaron y se rieron entre las cuatro. Al día siguiente, a la mañana estaba parado al lado a la puerta del almacén de ramos generales y vi que subían a una calesa Rosa y sus padres. Miraba con una cara de amargura, me sentí como estafado moralmente.

Pensaréis "Bueno, la has besado, has sacado provecho, qué importa". Pero no pasaba por ahí, era mi orgullo.

Pensaréis "No, el orgullo es ego". No. Entonces mi dignidad. Me sentí humillado en mi dignidad.

 

El padre de ella bajó del carro, lo había llamado un señor. En ese momento entraron dos jinetes a la otra orilla del poblado, muy mal entrazados. Uno corpulento, el otro se reía, no montaba bien, parecía un poco bebido, como que hubieran tomado bastante bebida por el camino. El corpulento no parecía afectado por la bebida, bajó de su cabalgadura y miró hacia la calesa y la vio a Rosa. Hablaba en voz muy alta:

-¡Ja! Mirad la flor que tenemos aquí. -El otro más bajo se tambaleaba, muy bebido.

 

En ese momento salió de hablar con otro señor el padre de la joven. Iba a subir a la calesa pero se molestó que el hombre fuera tan mal educado y lo encaró. El hombre le dio un bofetón muy fuerte y lo tiró al piso (suelo). Todas las amigas de Rosa miraban la escena.

Me acerqué y le dije al hombre:

-¿Por qué no te metes con alguien que se sepa defender? -El hombre era media cabeza más alta que yo. Me miró, miró para todos lados, se encogió de hombros y dijo:

-¡Es que no encuentro a nadie que se sepa defender! -Saqué mi espadín, lo miró-. ¡ja, ja, ja! Creo que tu espada se ha partido en dos -me dijo, burlándose.

-Quiero que le pidas disculpas a la gente, principalmente al señor que has abofeteado. -Se acercó el otro, el más joven y más bajo que estaba alcoholizado. Con mi puño izquierdo le di un golpe en la cara y lo dejé inconsciente. Ahí sí me prestó atención el hombretón, y sacó su espada bastante más grande que la mía.

-Bueno, hoy pensaba divertirme, no derramar sangre.

 

No aparté la vista del hombre, pero al ver que habían salido todos a la calle, todo el poblado, el hombre arremetió contra mí. Me fue fácil evitarlo y lo corté en un costado. Se puso más furioso, más reactivo, arremetió de nuevo contra mí: lo volví a cortar, manaba más sangre. Arremetió por tercera vez: lo corté en una pierna. Estaba más que furioso, arremetió por cuarta vez: paré con mi espada firmemente la suya y le hice un tajo en la garganta que fue mortal: cayó sin vida. Guardé mi espadín.

El padre de Rosa me dijo:

-Joven, no sé cómo agradecerte.

-No es necesario que me agradezca, hice lo que tenía que hacer. Seguramente si no lo frenaba hubiera pasado algo más grave.

-Lo sé. Te agradezco, hijo, por todo.

Rosa bajó de la calesa y me dijo:

-Eres..., eres fantástico. -Me quiso abrazar y le toqué las manos, apartándolas de mi cuello.

-No puedo decir lo mismo de ti. -Todas las amigas de Rosa miraban la escena.

-Quiero volver a verte.

-Lamentablemente yo no -le dije.

-Me has salvado, podía haberme lastimado o abusado de mí.

-Hice lo que tenía que hacer. Pero no me interesa tu gratitud, en realidad no me interesa nada de ti. En realidad no me interesa la gente hipócrita, la gente que miente. Por otro lado te felicito, has ganado una apuesta con las hipócritas de tus amigas. -En voz muy alta lo dije-. Te felicito.

 

Se acercaron las autoridades del poblado. Los miré firmemente a los dos, que estaban a cargo de la seguridad y les dije:

-El padre de la joven, seguramente, les va a dar unos metales para que el sepulturero entierre a este hombre, y al otro téngalo en una celda un par de días hasta que se le pase la borrachera. Ahora dejadme paso. -Abrieron paso.

 

Mis padres estaban en la puerta del negocio, pálidos, mirándome, como no reconociéndome. Entré, tomé un jarro, me serví un poco de líquido y bebí.

Y me quedé pensando. Había matado a un hombre. No me sentía bien, honestamente no me sentía bien, no me sentía un héroe, no me sentía importante, no me sentía nada, sentía un dolor interno. Cuando cuentan las historias de aquellos guerreros que quitan vidas, que asolan aldeas... La vida real no es así. No me sentía bien, al contrario, hasta tenía ganas de vomitar.

Lo único que había quedado a salvo era mi dignidad, me había ganado el respeto de Rosa y de las amigas, ¿pero a qué precio?

Si pensáis que ahora me sentía con una vanidad... No, me sentía con un tremendo dolor. ¿Vanidad? Para nada.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión 26/03/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Tenía que seguir trabajando sus inseguridades interiores. En casa no lo conseguiría y marchó a conocer pueblos. También conocería gente.

Sesión en MP3 (3.611 KB)

 

Entidad: Habían pasado treinta amaneceres desde que le salvé la vida al padre de Rosa. Sentía como cierto rencor con ella porque había hecho una apuesta con sus amigas Bárbara y Lere, de que salía con el tímido del pueblo. Cuando salvé a su padre de un guerrero que lo iba a matar quiso agradecerme y rechacé su agradecimiento adelante de sus amigas, adelante de todo el pueblo.

 

Me sentía muy seguro con el espadín similar al de Figaret, me faltaba seguramente esa rapidez de conversación que tenía Figaret.

No... no había perdido mi timidez para poder confrontar con una joven, pero el rencor que tuve aquella vez pesó más que mi timidez. Y ahora, treinta amaneceres después, quise despejar un poco mi mente y les dije a mis padres que iba a ir a un par de poblados a conocer gente.

Me dijeron: No te metas en problemas. -¡Je, je, je! ¿Meterme en problemas?... Por un lado pasaba inadvertido, y es lo que buscaba, pero por el otro me sentía como asfixiado, como si me estuviera por venir un ataque de pánico, me sentía encerrado en pleno espacio abierto. Cómo explicarlo en palabras..., era difícil.

 

Cogí un hoyuman, puse un par de cantimploras en cada alforja y marché. Tenía metales en distintos bolsillos por las dudas.

Madre me dijo:

-¿Dónde dormirás de noche, Edmundo?

-En alguna posada.

 

Me acordaba de Figaret, sus chanzas, su conversación irónica rozando el sarcasmo. Al comienzo me había caído tan mal, y me di cuenta que era una persona querible, ¡je!, aunque no confiable del todo.

 

Anduve por distintos poblados dentro de la zona ecuatorial y marché rumbo al este, un poblado bastante grande. Pero aprendí a conocer el semblante de la gente; había muchos tramposos, se notaba en sus rostros, algunos con cicatrices, otros llevando una copa con bebida espumante en la mano en plena calle, también se veían familias... Una mezcla peculiar.

Fui a una posada en la mitad del poblado, había habitaciones arriba, y abajo estaba el bar. Me pedí algo de comer y una bebida espumante.

En el mostrador había una joven muy hermosa, con su cabello dividido en dos pequeñas colas hacia los costados, toda vestida de cuero. Me sorprendió que llevaba una espada y vi también en su bota izquierda un puñal. Me miró y enseguida desvió la vista. Yo tenía que hacer un esfuerzo para dejar de mirarla porque de verdad que era muy bonita.

Terminé de comer y bebía despacio mi bebida espumante. La joven del mostrador se dio vuelta y me miró otra vez, esta vez le sostuve la mirada.

Se acercó a mí con su copa vacía.

-Me quedé con sed, ¿me invitas? -Me encogí de hombros.

-¡Por qué no! -Habló con el posadero y me señaló, le sirvió bebida espumante y vino a mi mesa.

-¿Qué haces?

-Visito el poblado.

-Claro, pero qué haces...

-Soy un viajante.

-¿Formas parte de alguna banda?

-¡Banda! No, ando solo. ¿Y tú? -Se encogió de hombros.

-Soy una buscavidas.

-No entiendo la palabra.

-Hago esto y aquello.

-Si no me explicas qué es esto y aquello tampoco voy a entender.

-Bueno, a veces voy al salón central donde se juega a las barajas y juego... -En ese momento me acordé de Figaret.

La miré y le dije:

-¿Y te ganas la vida con eso? -Se encogió de hombros.

-Entre otras cosas. ¿Cómo te llamas?

-Edmundo. ¿Y tú?

-Chelsea.

-¡Chelsea!

-¿Sabes leer y escribir?

-Sí -afirmé.

-Se escribe Chelsea pero se pronuncia 'Chelsi'.

 -Qué nombre raro.

-¿Qué haces de tu vida? -Abrí mis manos y me encogí de hombros.

-Nada, estoy paseando, conociendo lugares.

-¿Pero de dónde eres oriundo?

-De un poblado a varios amaneceres de aquí, mis padres tienen un negocio de ramos generales.

-¡Ah! Así que vives con tus padres.

-Como muchos. -Se acercó a mí.

-Mírame.

-Sí...

-¿Eres un niño de mamá?

-¿Niño de mamá, te refieres a malcriado?

-Supongo que no eres malcriado, me refiero a consentido.

Le dije:

-Mis padres me aman, los amo, me sacrifico, trabajo... ¿Consentido? Los metales que tengo los gano trabajando.

Y me arrepentí porque ella inmediatamente dijo:

-A diferencia mía, ¿no?, que los gano jugando a las barajas.

-No quise ofenderte.

-¡Ja, ja, ja! -Chelsea se rio-. ¡Ofenderme!, nadie me ofende, soy quien soy y punto.

-¿Y te alcanza para vivir jugar a las barajas?

-No, también hago otras cosas.

Me imaginé otras cosas y no le quise preguntar, pero como adivinando mis pensamientos dijo:

-No, no hago favores por dinero, si te refieres a eso.

-No dije nada -exclamé.

-Pero lo has pensado. A veces espío gente -me dijo-, espío lo que hacen y me pagan para espiar. Mira, vi un hombre con una galera, evidentemente ere una persona de dinero pero atrás llevaba dos hombres mal entrazados que serían sus escoltas, o mejor dicho, sus guardaespaldas. Ese hombre tiene una esposa y su esposa lo traiciona, y él me dio cinco monedas de oro. -Abrí los ojos.

-¡Cinco monedas de oro!

-Para que espíe a la mujer!

-¿Y?

-¿Y por qué te habría de contar?

-¿Pues por qué has empezado a contarme?

-¿Y cómo sé que no me traicionarás?

-¿Por qué habría de traicionarte, Chelsea, si no te conozco y es la primera vez que vengo a este poblado?

-Está bien. Y la pesqué a la mujer con un trabajador, con un carpintero, revolcados, gimiendo uno arriba del otro.

-Y obviamente le contaste al hombre.

-No; ¿por qué habría que contarle?, ya me había pagado los cinco metales.

-Entonces no entiendo.

-La paré a la mujer y le conté lo del esposo, le dije que me había dado cinco metales, y cuánto me daba ella para no contarle al marido que había estado con el carpintero.

-¿Y qué hizo?

-Me dijo que esperara hasta el día siguiente y me dio diez metales dorados. Entonces le dije al hombre que la esposa iba de compra en compra. Se enojó "Pero mi mujer siempre gastando en telas, en zapatos nuevos...", pero quedó conforme. A veces sí cuento cuando son cosas más dramáticas, de alguien que estafó a otro, o si sé quién mató a alguien. Pero en este caso ves al hombre que apenas puede subir a su calesa, lo ayudan los guardaespaldas a subir.... ¿cómo va a conformar a la mujer, pobre! -La miré y sonreí.

-Eres muy atrevida, te llevarías tan bien con un amigo que conozco... -Se encogió de hombros.

-Si es como yo no creo que me lleve bien. Soy ambiciosa, bromista y estaríamos compitiendo todo el tiempo. No, no, no me llevaría bien. ¿Y tú, cómo andas?

-¿Puedes hablar más claro? -le pedí.

-Claro, alguna noviecita, o eres casado o algo.

-No, no, para nada.

-¿Tienes amoríos?

-¡Vaya que eres concienzuda! ¿Y tú tienes amoríos? -Se encogió de hombros.

-Los he tenido. He tenido de todo.

-Tradúceme el de todo.

-Sí, también he tenido una historia con una joven. -La miré.

-¡Cómo con una joven, tú eres mujer!

-No entiendo -me dijo ella.

-Claro, me estás diciendo que has salido con otra joven.

-Sí.

-¿Pero te interesan las mujeres?

-Me gustan los hombres, pero a veces por aburrimiento uno busca otra cosa.

-Vaya que eres descarada.

-Y tú me parece que eres un santurrón. ¿Has tenido alguna relación?

-Claro que he tenido.

-¿Ah, sí?

-Sí y encima con una mujer casada. -Me miró y lanzó una carcajada.

-No entiendo de qué te ríes.

-Claro, has dicho con una mujer casada, no con mujeres casadas. O sea, que has salido sólo con una mujer casada. ¿Y con mujeres solteras, con cuantas? -Me quedé en silencio-. En realidad eres... eres atractivo, seguramente que si estuvieras conmigo te daría vergüenza. -Me sentí humillado, pero a su vez mi orgullo pudo más.

-¿Vergüenza por qué, te piensas que no te puedo hacer disfrutar?

-¿Lo harías? ¿Tienes una habitación arriba?

-Sí.

-¿Me invitas?

-¿Así como así?

-¡Ah! Entiendo -dijo Chelsea-, tenemos que conocernos primero.

-Te estás burlando de mí.

-¿Yo burlarme de ti?, ¿cómo piensas eso, Edmundo?

-Te estás burlando de mí.

-Y sí, en realidad, sí. Entonces qué hacemos, ¿subimos o me voy?

-Subamos. -Me tiró despaldas al catre.

-Encendamos el farol, aquí hay una vela.

-Se ve bastante por la ventana.

 

Me estaba por sacar la campera y la ropa que tenía abajo y me empezó a besar en el cuello, me empezó a acariciar por encima de la ropa, me besó en la boca, me tocaba mis partes... mis partes, y me seguía besando. En ese momento sentí como un volcán dentro mío y... ¡Ahhh!

Chelsea paró de besarme, me miró, encendió el mechero y me miró a los ojos:

-No me digas que... no me digas que ya está. -Estaba rojo de vergüenza. Lanzó una carcajada-. ¡Te has corrido sólo porque te he besado! ¡Ah! Te podría extorsionar.

-Por favor, Chelsea.

-Te podría pedir monedas para no contar en el poblado que te has corrido con un par de caricias.

-Chelsea, basta, no te burles. Lo que pasa que me atraes mucho y... -Me puso un dedo índice en la boca.

-No hables. Supongo que tendrás que cambiarte, te espero abajo. -Me sentía tan mal...

 

Tenía una muda de ropa y me cambié. Cuando bajé Chelsea no estaba. Me sentía frustrado, completamente frustrado, me sentía mal. En ese momento se acercó un hombre de mediana edad.

-¡Tú eres Edmundo!

-Sí, ¿quién eres?

-Me llamo Rafael, mi hermana dijo que la has deshonrado.

-¿Tu hermana?, no conozco... ¿De quien hablas?

-De Chelsea. -Empalidecí.

-¡Chelsea! No... no la he deshonrado, no he hecho nada.

-Vino llorando a casa diciendo que tú le prometiste unas monedas, que la hiciste tomar de más y que ya estando alcoholizada la llevaste a tu habitación y abusaste de ella.

-¿Qué yo hice qué? Pero llámala, que lo diga delante mío.

-Cobarde -Sacó su espada-, quiero que salgas a la calle, hay que lavar esta ofensa y la lavaré con tu sangre.

-No quiero pelear.

-Cobarde.

-No soy cobarde, pero no quiero pelear. No es cómo te ha contado tu hermana.

-Tú eres Edmundo.

-Sí.

-Tú alquilas aquí una habitación.

-Sí.

-Eres tú. -Salió a la calle y salí tras él.

-Por favor, Rafael, no quiero pelear. -Me lanzó un golpe y sacando rápido mi espadín lo frené, frené el otro, frené el otro. De verdad que no quería lastimarlo. Se lanzó con toda la furia: uno, dos, tres, paré cuatro golpes. Hasta que me cansé y dije-: Basta, si seguimos así verdaderamente te tendré que matar. -En eso me miró y guardó su espada.

-Eres un buen tío.

-¿Cómo un buen tío? Habías dicho que mancillé a tu hermana. -En ese momento, detrás de un edificio apareció Chelsea y lanzó una carcajada-. ¿Qué es esto? Te has burlado de mí, Chelsea, ¿qué le has contado a tu hermano?

-No es mi hermano, es un amigo. Simplemente es una broma lo que íbamos a hacer. -Estaba muy furioso, pero muy furioso.

-¿Y qué hubiera pasado si lo lastimaba?, no soy mal espadachín.

-Rafael es muy bueno, si hubiera querido lastimarte te hubiera lastimado, se hizo el torpe. -En ese momento no razonaba.

-¿Así que se hizo el torpe? -Saqué mi espadín y lo ataqué con toda la furia: frenó mis estocadas una tras otra, una tras otra, y en un momento dado sentí como un ardor en el hombro izquierdo, me había cortado Rafael.

-¿Ves?, soy mejor que tú. -Y en ese momento tuve como un complejo de inferioridad. Lo que había aprendido con Figaret no sirvió para vencer a Rafael.

El hombre me dijo:

-No, no eres malo, pero has combatido con furia, y cuando combates con furia no piensas. Estabas obnubilado, ciego. ¿Quién te ha enseñado?

-Alguien muy bueno me ha enseñado.

-Y seguramente te enseñó bien, pero no te terminó de explicar que no puedes combatir con la espada obnubilado y enojado.

 

Chelsea me tomó del brazo.

-Ven, es un pequeño raspón lo que tienes, ni siquiera hay que coserte. -Fuimos otra vez para la posada, una mano se posó sobre mi hombro derecho. Me di vuelta, Rafael me tendió la mano.

-¿En paz?

-¡Ah! -Le di la mano-. En paz. -Y antes de ir a la posada de nuevo, me dijo:

-Si te parece bien, no sé cuánto te quedarás aquí, podremos practicar sin lastimarnos, para ver qué tan bueno eres.

-Está bien. Me quedaré unos días, Rafael, y practicaremos. -Entré nuevamente con Chelsea.

-Invito yo -dijo. Pidió dos bebidas espumantes, la tomé prácticamente toda la jarra de un sorbo, todavía estaba como temblando.

-Cálmate, cálmate.

Le dije enojado:

-¿Quieres subir ahora, de nuevo, para mostrarte que puedo?

-No, ahora no, sigues obnubilado, yo quiero un hombre despejado. -Me cogió el rostro, acercó su boca a la mía y me dio un beso-.  Nos vemos mañana.

 

Me sentía más tonto que nunca, más tonto que nunca. Pero por otro lado Chelsea era lo más extraño que había visto en todo Umbro; rara, inescrutable..., creo que ni el mayor de los sabios podía entenderla.

 

Tenía mucho por delante para aprender, mucho por delante; el no estar obnubilado, el perder mi temor, el no excitarme tan de golpe, el... Una enciclopedia de vida tenía por delante para aprender.

Y a la noche prácticamente no pude dormir; dormía, me despertaba, me dormía, me despertaba, pensaba en Chelsea, me ardía el raspón... ¡Ah!

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión 27/04/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Todavía no entendía las relaciones entre las personas, le faltaba conocer mundo, le faltaba madurar.

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Entidad: Debo decir la verdad, para mí todo esto era un mundo nuevo. En el poblado que conocí a Chelsea había un grupo tan heterogéneo de personas...

Ya me había encontrado varias veces con Chelsea y ella me decía:

-Te noto un poco más suelto, Edmundo, te noto más... desinhibido.

 

Sí, había adquirido más confianza. Nos habíamos quedado toda la noche en el piso alto de la posada y era distinto, Chelsea era como un néctar para mí. De día no la veía y me sentía como vacío por dentro. A veces iba por el almacén y le preguntaba a Sanler si la había visto: -No, no sé dónde anda.

 

 Una tarde fui a tomar algo a la posada y me pareció verla de espaldas, vestida de cuero, pero su peinado era distinto. Me acerqué.

-¡Chelsea! -Se dio vuelta.

-¿Quién eres?

-Disculpa, te confundí.

-¿Quién eres?

-Mi nombre es Edmundo.

-El mío es Caselda. -Era más grande en edad que Chelsea pero muy parecida en la forma de vestirse, más seria quizá de cara-. Siéntate.

-¿Me invitas?

-No, tú me vas a invitar. -Le dije al posadero que traiga dos bebidas espumantes-. ¿Quién eres?

-Yo vivo con mis padres en otro poblado y me sentía como encerrado y quise conocer mundo.

-¡Ah, sí? Y has conocido bastante mundo?

-Bueno, conocí a Everet, un experto en cimitarra. A Aniceto, un tramposo en general. Y ayer conocí a Juergue, un aventurero y mujeriego.

-¡Ja, ja, ja!

-¿De qué te ríes? -le pregunté a Caselda.

- Juergue no es buena compañía para ti.

-¿Qué sabes de mí? -le pregunté-, acabamos de conocernos.

-Me doy cuenta. Cuando hablas de conocer mundo me hablas de dos o tres tramposos, un almacenero y Chelsea. ¿Para qué la buscas a Chelsea?

-Estamos saliendo.

-¡Ja, ja, ja!

-Vuelves a reírte, te estás burlando de mí.

-No me burlo. Chelsea no se compromete con nadie y tú dices que están saliendo.

-Antes no se comprometía, hemos salido varias veces. Incluso...

-Continúa.

-No, soy un caballero no tengo porque contarte detalles.

-O sea que han intimado -afirmó Caselda-. Me encogí de hombros.

-Y sí. Si estamos saliendo, ¿cuál es el problema?

-¿Cómo te llamas, me has dicho?

-Edmundo.

-Mira Edmundo, ¿qué puedo decirte? La vida no es tan sencilla, y conocer mundo no es que conozcas a cuatro rufianes. Conocer mundo es entender a la gente. Por ejemplo, me ves a mí: ¿Qué opinas de mí?

-Eres atractiva, llamativa, vistes ropa de cuero y veo que tienes una espada, así que sabes defenderte.

-Está bien, pero qué opinas de mí, como mujer.

-Te lo he dicho, eres atractiva.

-Eso no es conocer gente. No tienes idea si he sufrido, si mi manera de ser es una postura...

-No entiendo.

-¿No sabes lo que es una postura?

-Sí, de repente descansas, te pones de pié.

-No, te estoy hablando de representar un papel, como que a veces tu vida está guionada por lo que aparentas ser y no por lo que eres en realidad.

-Vaya. O sea, que... Entiendo. Por fuera pareces una aventurera y por dentro eres una filósofa.

-Soy las dos cosas y también lo que quieres que sea.

-Vaya. O sea, si yo quiero que seas...

-Continúa... Tu amante por unas horas...

-No dije eso, no quiero ofenderte.

-No me ofendes. Aparte, lo dije yo, no tú. No tengo problemas en serlo siempre y cuando tengas metales.

-O sea que tú cobras por...

-¿Te pones pálido? ¿Chelsea no...

-¡Por supuesto que no!, nosotros estamos teniendo una relación.

-¡Ajá! -En ese momento entró Chelsea. La miró a Caselda, me miró a mí, se colgó de mi cuello y me dio un beso interminable.

-Edmundo, ¿qué haces?

-Buscándote.

-¿Para qué?

-Te extrañaba.

-¿Por qué?

-Porque... porque te extrañaba. -Le hizo una seña al posadero que quería una jarra de bebida espumante y se sentó con nosotros. Se desentendió de mí y habló con Caselda.

-¿Cómo andas?

-Bien, siempre ando bien. ¿Y tú?

-Yo, perfecta.

-Tu novio te estaba buscando.

-¡Ja, ja, ja! -Ahora la que se rió fue Caselda y Chelsea le hizo coro.

-¿De qué os reís ambas?

Chelsea me miró y me dijo:

-Me causó gracia lo que dijo Caselda, que éramos novios.

-Bueno, le dije que teníamos una relación -exclamé.

-¿A qué le llamas relación?

-Eeeh...

-No tengas miedo, estamos nosotras nada más.

-En que hemos estado juntos.

-Eso no es una relación.

-¿Y qué es estar juntos?

Caselda intervino y dijo:

-Yo lo llamaría sexo, sexo esporádico. -Pensé que Chelsea la iba a mirar mal a Caselda y se abrazó con ella y adelante mío la besó. Y Caselda la correspondió.

-¿Qué hacéis, qué estáis haciendo? -Me miró Chelsea.

-¿No tienes ojos?

-Sí.

-¿Qué has visto?

-¡Que os besabais!

-Y entonces por qué preguntas.

-A ver, no sé cómo expresarme -exclamé-, vi que se besaban... ¿Pero por qué se besaban?

-Porque me gusta, y Caselda gusta de mi. ¿O no?

Caselda dijo:

-En realidad me gusta más Juergue, es un mujeriego pero es encantador y hace el amor como nadie. Tendrías que conocerlo.

-¡Espera! -intervine yo-, está saliendo conmigo, ¿cómo va a salir con Juergue? -Chelsea me miró.

-¿Acaso piensas que soy de tu propiedad? O sea, ¿y esta es una época de esclavitud?

-No -exclamé-, pero interpreto como que si estamos saliendo no salimos con otros.

-¿Por qué?

-Por respeto.

-¿Respeto a qué? -preguntó Chelsea.

-A la relación de pareja.

-¿No la has escuchado a Caselda? ¿Qué dijo Caselda?, tener sexo de vez en cuando no es una relación. ¿O acordamos una relación? -Me quedé pálido, no sabía qué decir. Aparte, me sentía como avergonzado porque estaba hablando delante de Caselda, que no la conocía.

-O sea, que si quieres, el día de mañana podrías estar con Juergue.

-Momentito -saltó Caselda-, Juergue por ahora está conmigo, estamos teniendo una relación y no le perdonaría que me fuera infiel. ¡Ja, ja, ja! -Se rieron las dos.

-Os estáis burlando de mí, os estáis burlando de mí. -Me sentía como vacío, como desencantado, como... Había apostado todo por Chelsea y de repente ella me tomaba como una persona más, y yo me había ilusionado.

 

El posadero la llamó a Chelsea. Iba a ir tras ella y me cogió del brazo Caselda.

¿Entiendes ahora lo que es conocer mundo?

-No.

-Conocer mundo es conocer actitudes, es entender. ¿De verdad te habías ilusionado con Chelsea?

-Me gusta.

-Sí, seguramente ella también gusta de ti, pero es libre, es libre, totalmente libre. Cuídate de Aniceto si te invita a jugar a las barajas, te va a desplumar.

-Por qué, no soy un ave, ¿cómo desplumar?

-Desplumar significa que te va a sacar dinero.

-¿Hace trampas?

-A veces sí y a veces no. Juega bien.

-Si hace trampas saco mi espada y hago que me devuelva el dinero.

-A ver, esto es una comunidad, nos defendemos los unos a los otros. Tú eres un extraño.

-No soy un extraño, hace muchos amaneceres que estoy aquí. Pregúntale a Chelsea si no.

-Está bien, pero eres nuevo, no te metas con los nuestros. Podemos pelearnos entre nosotros, y si tengo que cortarle la cabeza a alguien le corto, pero no que venga uno de afuera...

-Gracias -le dije-, gracias por lo que me toca. ¿Y qué sucede si quiero instalarme aquí?

-¿Tienes algún trabajo?

-¿Y tú tienes algún trabajo? ¿Qué haces, eres aventurera? ¿Cobras por amor? -Sentí un filo en mi garganta, me había apoyado un puñal.

-Me estás molestando. Si no fueras amigo de Chelsea te hubiera degollado. -Guardó su puñal.

-¿Pero por qué te molestas?, tú misma habías dicho antes que hay personas que te recompensan con metales por...

-Está bien. No me molestó eso, me molestó el tono, como un tono despreciativo.

-¿Chelsea hace lo mismo?

-No, no -dijo Caselda-. A Chelsea... Chelsea es una fisgona; ella va, investiga gente y después chantajea a maridos engañados, a esposas engañadas, a gente que de repente le robó a alguien de plata.

-Este es un pueblo de tramposos.

-¡Oooh! Habló Edmundo, el puritano.

-No sé si soy puritano, pero creo que en mi vida estafé a nadie, creo que no soy tramposo y no conozco gente que haga trampas, ni mujeriegos como Juergue, como conoces tú.

-Así que eres un inmaculado. -En ese momento hubo un algarabío en la calle, la gente gritaba.

-Vaya, ¿algún personaje famoso? -Chelsea dejó de hablar con el posadero y salió a la calle, atrás Caselda, atrás yo. Y quedé pálido: montado a caballo una especie de boina con pluma y un espadín.

-¡Figaret! -Desmontó el personaje y se abrazó conmigo. La primera vez que vi a Caselda y a Chelsea con la boca abierta.

Caselda me dijo:

-Hace instantes me dijiste que no conocías a nadie, ni tramposo, ni mujeriego. Juergue es un monaguillo comparado con Figaret, las mujeres se desviven por él. -Las miré.

-¿Y vosotras habéis tenido algo con él?

-No, no nos presta atención, pero es... Yo creo que Aniceto es un aprendiz al lado de Figaret.

-[Figaret] ¿De qué estáis hablando?

-De ti, de tus mañas, de tus cosas.

-No les hagáis caso, son dos niñas reprimidas.

-¡Ja, ja, ja! -Chelsea dice-, ¿yo reprimida?, te podría enseñar muchas cosas.

Figaret dijo:

-Niña, niña, ¿sabes lo qué te falta por recorrer para enseñarme a mí? -Puso cara de compungida. Caselda lo miraba con los ojos entrecerrados.

-Tampoco te la creas -le dijo a Figaret-. Te crees que eres un maestro y... -Figaret levantó la mano y la interrumpió.

-Sé lo que vas a decir, que nadie es maestro del amor, que cada mujer es distinta, y el que dice que conoce a todas las mujeres es un imbécil porque cada una tiene su manera, su punto débil, su punto fuerte, su punto de ebullición. -Caselda asintió.

-Entonces sí sabes.

-No entiendo.

Caselda me miró y dijo:

-El que comenta que no lo sabe todo, ese, ese es un maestro.

-¡Bah! Ahora Figaret es un maestro. ¿Sabes cómo lo conocí? Esquilmándome, es su tarea.

-¿Su tarea?

-Es un pillo, -Pero me abracé-, pero para mí es como un hermano.

-Me vais a hacer llorar -dijo Figaret-. Bueno. A ver, Edmundo, ¿qué me invitas?

-¿Quieres una bebida espumante?

-Vengo con un hambre impresionante, me comería media cabra. ¡Posadero, algún guisado bien picante!

-A la orden.

-Y una jarra. No, esa jarrita no, una jarra grande.

-¿Nos invitas con algo? -preguntaron Chelsea y Caselda a la vez.

-¿Por qué habría de invitarlas? ¿A cambio de qué? -Moví la cabeza como diciendo "Es impresionante este Figaret". Sin embargo a mí me había enseñado con el espadín sin pedirme nada a cambio. Es, como dijo Caselda, hay personas que adoptan un rol. ¿Pero cómo era Figaret, él representaba un rol de amante? ¡Pero él se colaba en los balcones de verdad con mujeres casadas cuando los maridos no estaban! ¿Era un rol?, ¿era él?, ¡era auténtico! A veces uno quisiera ser distinto, pero yo tenía una moral que no me permitía, pero capaz que yo era hipócrita porque por un lado lo envidiaba a Figaret, todas las mujeres detrás de él. Por otro lado decía "No, yo tengo que comportarme". Y me sentía fastidioso.

 

Mientras pensaba me sobresalté porque Figaret tenía su mirada puesta en mi.

-Saliste con la niña.

-¿Cómo sabes?

-Porque vi como la mirabas.

-¿Y está mal?

-Es una niña, no sabe nada del amor.

-No te creas -le dije-, ella... -Y me callé porque no podía revelar intimidades.

-No me entiendes, Edmundo, no te hablo de que no sepa besarte, te hablo de que le falta madurar, no sabe de... del otro tipo de amor.

-Por qué no te callas -le dijo Chelsea.

-Pequeña, quizá dentro de trescientos amaneceres te pueda prestar algo de atención. Ahora voy a comer, podéis quedaros conmigo, tomad la bebida espumante en silencio, pero cuando como no quiero que me molesten hablando de cosas superfluas, ¡yo soy muy profundo!

-¡Ja, ja! -Caselda se reía-. Si tú eres profundo..., creo que eres la persona más superficial que conozco.

Hizo un gento compungido, Figaret:

-Me siento mal, me prejuzgas. Vas a bajar mi autoestima, y si bajo mi autoestima las mujeres se van a dar cuenta de que ya estoy grande, vetusto, acabado.

Caselda le dijo:

-Tu actuación es la peor que he visto, ni siquiera en el teatro ecuatorial más básico hay actores así tan malos. -Figaret lanzó una carcajada. Cogió el plato de guisado caliente y empezó a comer con su chara de madera, bebió la jarra de bebida espumante y lanzó un tremendo eructo.

-¡Figaret, están las mujeres! -Se encogió de hombros. Otro eructo y siguió comiendo. No entiendo cómo le caía bien a todos siendo tan grosero.

Como adivinando mi pensamiento, Figaret me miró y me dijo:

-Estás como esos trajes que cuelgan de una percha, duro, frígido. Suéltate, diviértete, disfruta de la vida.

-Pero la vida no es solo disfrutar, hay que trabajar.

-Basta. Dejadme terminar de comer.

 

Pensaréis que estaba perdiendo el tiempo en ese pueblo y que me sentía defraudado. Me sentía totalmente defraudado con Chelsea, pero todo era aprendizaje. Quizá yo mismo no lo sabía todavía, pero todo, todo era aprendizaje.

 


Sesión 19/05/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Su autoestima necesitaba de acercarse a alguien notable para seguir adelante. Estudiaba los comportamientos como referencia, para seguir aprendiendo.

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Entidad: Tenía en mi cabeza un torbellino, me sentía inseguro en cuanto a no conocer en profundidad el carácter de las personas.

 

Recuerdo cuando conocí a Rosa. Salí con ella y me enteré de que ella había apostado con sus amigas para burlarse de mí. De todas maneras fui como magnánimo conmigo mismo porque no tuve rencor, porque entiendo que el rencor termina agotando a uno mismo, el rencor te consume, el rencor te agota.

 

Recuerdo que le dije a mis padres que iba a conocer otro lugar. Y llegué a un poblado distinto, un poblado que formaba parte de... de la parte norte de la zona ecuatorial. Y ahí conocí a una joven, una joven agradable pero a su vez, ¡ja!, demasiado desenvuelta, es como que te... como que te quitaba energía, como que te encerraba en sus palabras, pero yo estaba tan ávido de afecto que mi mente analítica no razonaba, y es como que me deslumbré y ésta joven, Chelsea, me envolvió con sus tentáculos.

 

Recuerdo que la primera vez que estuvimos juntos, no sé si por ansiedad o por nervios o por una suma de factores, apenas me abracé a ella volqué toda mi energía inmediatamente. Me sentí humillado, como que... como que Chelsea se iba a burlar. Pero no. Y luego vi que no es que fuera desenvuelta, era más que desinhibida porque adelante mío sin tapujos se paseaba con otros y se besaba con otros. Llegué a reclamarle y su respuesta fue "No soy propiedad de nadie".

 

Conocí a su amiga Caselda, quizá más desinhibida que ella todavía. Me sentí como en otro mundo cuando vi que se besaban entre ellas. Había tantas cosas que no sabía, tantas cosas que no conocía, tantas cosas para aprender... Me veían como si yo fuera un pollo salido del cascarón que no conocía el mundo, que no conocía la vida. ¿Y quién apareció?, apareció un personaje que todos admiraban, el más fullero, el más tramposo, el más mujeriego: Figaret.

Cuando me saludó y se abrazó conmigo, tanto Chelsea como Caselda, como otras y otros no lo podían creer. Se acercaban a mí y me decían:

-¿Conoces a Figaret? -Me sentí como con el pecho inflado.

-Sí, por supuesto que lo conozco, somos amigos.

-¿Tú, amigo de Figaret?

-Sí, yo soy amigo de Figaret.

 

Después en soledad me dije "No puedo ser más tonto. Honestamente, no puedo ser más tonto". O sea, ponerme vanidoso por conocer a alguien que yo no querría imitar, porque si bien para mí era una muy buena persona, su forma de vida no era la mía, pero en ese momento me sirvió. -'Me sirvió' es una manera de decir-; me sirvió, me fue a útil para mostrarle principalmente a Chelsea que yo era amigo de alguien que todo el poblado admiraba. El poblado no, ¡la región admiraba!

Y eso también me puso mal porque me di cuenta que la gente admira al malo. En este caso "malo", la gente admira al pillo, al pícaro, al que vive haciendo trampas, al que es como una boya que siempre sale a flote. Al que trabaja, al que labra la tierra, al que ayuda, al que tiende una mano ese pasa desapercibido.

 

Una tarde siento una mano sobre mi hombro y me doy vuelta: el, Figaret.

Y me dice:

-¿Sabes cuál es tu problema, Edmundo? Tu problema, valga la redundancia, es que te haces problema por todo.

-¿Y qué debo hacer? -le respondí.

-Aceptar las cosas como son. Lo que no puedes cambiar lo aceptas o te alejas. ¿Pero qué es para ti una buena persona? -Me encogí de hombros.

-Una buena persona es alguien que ayuda a otros. -Sonrió con esa sonrisa descarada y me dijo:

-Como amigo te lo digo, ¿sabes que he ayudado a mucha más gente que tú? -Me molestó y le dije:

-Claro, pero tú te cuelas por los balcones.

-No, no sabes debatir, te vas por las ramas.

-No entiendo.

-Claro, evades la respuesta, no me respondes directamente, buscas otra cosa, en lugar de responder buscas atacar. Tienes que aprender primero a debatir. Entonces, de vuelta, ¿sabes que he ayudado mucha más gente que tú? ¿Por qué yo sería el malo de la obra de teatro?

-Porque eres pillo, porque vives de apuestas, porque eres más mujeriego que Juergue y Juergue es el más mujeriego de este poblado. -Sonrió. Lo que tenía Figaret es que no lo podías ofender, le podías decir descarado y lo aceptaba, se te ríe en la cara. Fullero, tramposo y se te reía en la cara, no se enojaba. Y eso sí lo admiraba porque era imposible hacerlo enojar.

 

Hasta que un día lo vi molesto, lo vi molesto con esta situación, esta situación que le había pasado a una joven, y me sorprendió verlo tan molesto. La joven era Elisa, que con su madre, Sunilda, trabajaban en un teatro y ella se había enamorado de Atrepán que hacía trucos en el mismo teatro. Atrepán la engañó con otra mujer. Ella lo increpó. La discusión pasó a mayores y ambos sacaron la espada. Ella lo lastimó en la mano y los representantes de la ley la querían encerrar por haberlo herido. El dueño del teatro la echó a ella y a la madre porque Atrepán ya no podía hacer trucos por lo menos por veinte amaneceres.

Y ahí lo vi enojado a Figaret. Sacó la cara por ella diciendo que era inocente y que no iba a permitir que la encerrasen. No pudo impedir que la echaran del teatro pero sí que la encerrasen.

Se apiadó de Elisa y de la madre un almacenero que les dio trabajo.

 

Me di cuenta de que Figaret no era como un metal de dos caras, yo creo que Figaret tenía varias facetas: el pícaro, el bueno, el justiciero, el tahúr. Nunca pendenciero, no, pendenciero no. Lo admiraba pero por otro lado no era el prototipo de persona a lo que yo aspiraría a ser el día de mañana.

 

Y empecé a comprar en ese almacén. Empecé a comprar y empecé a tratar con Elisa. Me atreví a invitarla a tomar algo en la posada y nos hicimos amigos, ella hacía poco que había quedado desengañada de la relación con Atrepán. Y sin que yo dijera nada me dijo:

-Si tu intención, Edmundo, es llegar a algo más que una amistad, no pierdas el tiempo, no me siento preparada. -Y yo soy tan tonto que me ofendí. Es más, potencié mi torpeza diciéndole:

-Quizá soy poco para ti o quizá no te atraigo porque no soy pillo como lo era Atrepán. -Se levantó de su banco y me dijo:

-Ahora me estás ofendiendo. Me voy. -La tomé del brazo.

-Por favor, disculpa mi torpeza.

Me dijo:

-No sabes tratar a las mujeres.

-Honestamente, no.

-Pero Chelsea ha comentado que ha salido contigo. -Negué con la cabeza.

-No, no ha salido conmigo, ha jugado conmigo, se ha divertido conmigo. Chelsea es... es Chelsea, pero yo conozco tan poco de la vida que me imaginé otra cosa.

Elisa me dijo:

-Y tú qué sabes como soy yo, qué sabes si no soy igual.

-Porque lo veo en tu manera de ser, de hablar que eres recatada.

-No, no soy recatada para nada, soy desenvuelta. Así que pregunto de vuelta: ¿Qué sabes que no soy como Chelsea?, ¿en qué lo afirmas?, o sea, ¿bajo qué base?, ¿bajo que fundamento lo afirmas? -Me encogí de hombros.

-Será intuición.

-¿La intuición que tuviste con Chelsea? -me preguntó.

-¡Ah! Está bien. No lo sé, quise aparentar que lo sabía. Entonces dímelo tú: ¿Cómo eres? -Su rostro cambió, se aflojó y me dijo:

-Soy una persona normal, soy una persona sufrida. Cuando era niña vivía en un clan. El jefe del clan, Karlen, mató a mi padre pero no porque eran rivales si no porque quería poseer a mi madre, Sunilda.

-¿Y qué hicieron?

-Yo era niña, no podía hacer nada. Madre accedió a estar con él, incluso intimaron y ella se mostró afectiva, cariñosa, pero luego cuando él durmió lo degolló, salió de la carpa y cogimos víveres, ropa y algunos metales y huimos de la tribu. O sea, que no tuve una infancia feliz, pero mi madre me apoyó mucho. Fui instruida de pequeña en el arte de las espada, aprendí también a cazar en los bosques para comer, incluso cuando llegamos a este poblado nos miraban con recelo por nuestras ropas norteñas. Y pudimos conseguir trabajo después en el teatro. Quemamos las ropas que teníamos, nos cambiamos con ropas de aldeanas. O sea, tuve una vida bastante bastante sufrida. Y a pesar de -posiblemente, porque yo no prejuzgo-, de conocer un poco más de mundo que tú, con Atrepán me pasó lo mismo que a ti con Chelsea. Lo que pasa que lo mío fue más grave porque con Atrepán estuvimos mucho más tiempo. Lo tuyo con Chelsea fue algo fugaz, ella enseguida mostró sus cartas.

-No entiendo, ¿cómo mostró sus cartas?

-Claro, enseguida mostró su jugada, enseguida mostró como era, que no pertenecía a nadie.

Le pregunté:

-¿Y tú crees que en una pareja uno se pertenece al otro?

-No -dijo Elisa-, nadie es dueño de nadie. Nadie es dueño del otro, pero hay una especie de lealtad, de respeto, eso quiero decir. Chelsea fue honesta contigo, mostró sus cartas, mostró como era de entrada. Atrepán no, Atrepán prometía amor eterno, prometía bajarme las estrellas. ¿Se entiende la diferencia, Edmundo?

-Sí -respondí-, la entiendo, yo jamás te haría eso. Pero espera, espera; no lo tomes como que soy un atrevido de... Aparte no quiero llenar tu vacío conmigo porque no me sentiría bien yo.

-Explícate -dijo Elisa.

-Claro, supón que todavía Atrepán sigue estando en tu mente, en tu corazón y entonces sales conmigo para olvidarlo. A mí eso no me serviría porque me sentiría como que soy un suplente de un titular, y eso tampoco me gusta, tengo mi dignidad, no es amor propio, es dignidad. -Me miró y dijo:

-Como te dije al comienzo, aún no estoy preparada para salir con nadie, pero si hipotéticamente el día de mañana saliera contigo, tú no serías remplazo de nadie.

 

La admiré por su manera de pensar y entendí que hay gente que es noble aunque haya tenido una infancia desastrosa, donde de pequeña le hayan matado al padre para estar íntimamente con la madre. Por capricho, quitar una vida por capricho.

Aprendí a entender también a Figaret. Tahúr, fullero, mujeriego. Y es cierto había ayudado a muchísima gente, más de la que yo sabía, porque eso también se comentaba en la región. Y yo que me jactaba de ser noble, de no engañar a nadie, ¿a quién había ayudado?, a los padres de Rosa, sí, cuando un guerrero abofeteó a su padre e iba a abusar de ella. ¿A quién más ayudé? Y me di cuenta de que es tan fácil prejuzgar, es tan fácil decir "Este es bueno, este es malo, aquel no sé, aquella es una loca, aquella es decente". ¿Qué sabemos? Si ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Yo todavía no sé cómo soy, qué quiero, qué anhelo. En algunas cosas todavía me siento inseguro.

 

A Figaret lo admiraba más que a ninguna otra persona, y a veces hasta soñaba con Figaret y al día siguiente me levantaba mal: "¿Qué es esto, pensaba, soñando con un varón? ¡De qué estamos hablando!". ¿Qué mezcolanza había en mi cabeza, qué pasaba por mi mente, qué pasaba por mi corazón? Y me daba cuenta que cuanto más aprendía y más conversaba con gente y más entendía de la vida me daba cuenta que era apenas una pequeña gota lo que había aprendido y que me era muy difícil comprender al mar en su totalidad, si se entiende el concepto. ¿Entonces qué iba a hacer, bajar los brazos, decir la vida es mucho para mí para entenderla? No, no. ¿Abandonar?, jamás. Tenía que seguir viviendo para seguir entendiendo, para seguir comprendiendo, para seguir adquiriendo conocimiento. ¿En función de qué?, en función de que así es la vida, y mientras se camina en ese recorrido se va entendiendo. Y entendiendo que así uno puede ayudar a otros sin jactarse, sin jactarse en absoluto.

Y eso es lo que admiraba de Figaret. Jamás echó en cara a nadie "Ayudé a este, ayudé al otro", jamás. Él siempre bromeaba, nunca se ofendía, nunca se molestaba, pero cuando tenía que tender una mano, la tendía.

 

A seguir aprendiendo, manos a la obra.

 


Sesión 22/06/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Seguía reflexionando interiormente acerca del entorno, de las personas y de su comportamiento. Le quedaba mucho todavía. Afortunadamente tenía de quien aprender cómo funcionaba la vida. Tenía dos buenos amigos.

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Entidad: Hay muchas cosas en mi mente; el conocer a la gente..., pero también el entenderme a mí mismo, el sentirme seguro de cada paso que voy a dar. Pero sentirme seguro en el sentido de no titubear. Mas tampoco estar en una alerta permanente porque por lo menos a mí me desgasta mucho, muchísimo, más de lo que yo calculaba, o quizás es la misma expectativa de pensar, ¿podré, no podré?, ¿sabré, no sabré?, ¿cómo enfrento tal situación, cómo confronto tal otra? Y eso, a veces, por lo menos a mí, me desgasta más que el mismo problema a confrontar. Quizá no sea muy explicito pero es así.

 

La gente me trataba mucho mejor en el poblado, me saludaban todos: "Cómo andas Edmundo, cómo estás". Pero quizá no lo hacían por mí, quizás era porque era el amigo de Figaret. Entonces era por una especie de conectar con el otro: "Soy amigo del amigo de", no era por mí. La propia Chelsea, la propia Caselda me trataba de una manera distinta, más cortés, menos burlona.

Y me sentía..., no sé cómo explicarlo. Chelsea muchas veces -pero en serio, sin burlarse-, me dijo: "Tengamos una nueva oportunidad de estar juntos". Y no sé, me salió de adentro como decirle: "Déjame pensarlo, déjame tomar un tiempo". ¡A Chelsea! Pero Chelsea era una joven tan hermosa... "¡Déjame pensarlo!"... ¿Pero qué te pasa, Edmundo?.

Hasta que una voz me dijo:

-¿En qué piensas? -Me doy vuelta y era ella, Elisa.

 

Elisa, que arrastraba sobre sus hombros una enorme historia, escapó de un clan donde el jefe del mismo había matado a su padre, llegando al poblado de Ardeña. Ahora, por suerte, tenían un nuevo trabajo en el almacén después de que las despidieran del teatro.

Pero era distinta, tenía un trato educado pero no fingido, auténtico. No trataba tampoco de aparentar -he visto nobles que aparentan-, Elisa era todo menos noble, en el sentido de títulos, pero era noble en su porte, en sus maneras, en sus modales, la forma de expresarse: medida, justa. Y sin embargo sabía defenderse tan bien con la espada...

Hacer comparaciones es molesto y ofensivo, no puedo prejuzgar a Caselda ni a Chelsea; eran pillas, vividoras, pero eso no las catalogaba de malas. Cada una tendrá su historia. ¿Quién soy yo para decir esto es así, esto no? Yo también tenía mi historia.

Pero la historia de Elisa era mucho más cruda y sin embargo mantenía su dignidad, su mirada alta pero no pedante, sabía cuando decir sí, cuando decir no.

 

Y empezamos a tener una amistad. Ella venía de, no sé si llamarle fracaso, cuando conoció al artenio Atrepán, que hacía trucos en el teatro y comenzaron una relación cuando ella tenía diecisiete años y luego él la defraudó siendo que ella había apostado todo por él. Apostar todo significa jugarse su amor por él.

Y me gustaba, me gustaba. De verdad me gustaba, pero trataba de no apresurarme porque no sé si hubiera podido resistir un no. Y ella no era tonta, ella lo entendía. Aparte, me conocía porque yo no tenía secretos, yo contaba las cosas, quizás ocultaba que no me sentía seguro de mí mismo en algunos temas. Pero sin que yo se lo dijera me decía:

-Edmundo, tú no tienes en cuenta quien eres.

-Explícamelo, explícamelo, Elisa, porque no entiendo esa parte.

-Claro, tú eres más de lo que crees que eres.

-¿Más qué?

-Más rico, más pobre, más atento, más persona.

-¡Je! -Sonreí, pero ni descaradamente ni mal educadamente, fue una sonrisa espontánea. Y sí, le dije quizá en tono de burla-: Explícame, Elisa, qué significa ser más persona.

-Ser más tú.

Quizá no estaba acostumbrado a hablar de una manera tan enrollada, tan complicada, y le decía:

-Bueno, trataré de ser más yo. -Y quedábamos ahí, quedábamos ahí.

 

A la mañana siguiente me encuentro con este querido arlequín y me dice:

-¿Cómo estás con tu espadín, has practicado?

-No.

-¡Vamos!

 

Caminamos y caminamos y caminamos. Le digo:

-¿Por qué tenemos que caminar? ¿Por qué no llevamos hoyumans?

-Hace bien el ejercicio. ¿Qué cuentas?

Lo miré a Figaret y le dije:

-Elisa me dijo que no me conozco a mí mismo, como que tengo que ser más yo, más persona.

-Y está bien.

-¿Está bien? Si me lo puedes explicar yo te diré si está bien o no está bien.

-Quiso decir que aún no te has encontrado a ti mismo. -Yo digo "¿Pero será posible, este que se cuela por los balcones de las mujeres casadas, que tiene fama de una persona inconsciente, que no se preocupa por nada y termina entendiendo todo? ¿Será posible?".

Lo miré y le dije:

-¿Lo puedes traducir a un idioma entendible?

-¿Qué es ser una persona? -me dijo.

-Lo que soy, lo que eres tú, lo que somos todos, todos somos personas.

-Claro. ¿En qué se diferencia una persona de un individuo?

-Quizás un individuo forma parte de la masa.

-Bueno, ahora estás entendiendo -me dijo Figaret.

-¿Las personas no formamos parte de una masa, de una muchedumbre?

-Sí, y también somos individuos, pero cada persona es única.

-Los individuos también -le dije.

-Cuando están mezclados en la masa no, no se diferencian.

-A ver; ¿qué quiso decir Elisa entonces, que yo no me he encontrado a mí mismo?, ¿que tengo que sobresalir como persona?

-Quizá no... quizá no lo dijo en forma de que tengas que sobresalir sino que te encuentres a ti mismo como persona, que no seas parte de la muchedumbre. Cuando de repente el can lleva todas las ovejas, las va dirigiendo hacia un corral, ¿cómo distingues una oveja de la otra?, van todas juntas. El can se distingue de las ovejas.

-Entiendo. Yo tengo que distinguirme de la muchedumbre.

-No, tienes que distinguirte de la rutina, de la monotonía. De ser tú, de no dejarte llevar, como algunos vacunos, por un aro que tiene enganchado de la nariz.

-¿Y tú piensas que yo soy un domesticado que me dejo llevar como perro amaestrado en el teatro ecuatorial?

-Bueno, en algún momento supongo que así te trató Chelsea, ¿no?

-Quizá no sea un experto como tú -le dije-, quizá no entienda a las mujeres como las entiendes tú.

-Ya te estás ofendiendo.

-No -negué-, no me estoy ofendiendo, pero piensas que soy un tonto, un tarado que cualquier mujer me engatusa. ¿Acaso a Elisa, Atrepán no la engatusó?

-No.

-¿No?

-No -dijo Figaret-, ella directamente apostó al amor y se equivocó. Como cualquier ser humano puede equivocarse.

-¿Y por qué piensas que a mí no me pasó lo mismo con Chelsea?

-Porque no eres un ser de mundo. Porque Chelsea, por su manera de ser burlona, de tratar con la gente te das cuenta que ella no es amiga del compromiso estable. -Me sentía molesto porque Figaret me estaba dando consejos, pero yo me sentía como un niño al que corregían. Y el arlequín, adivinando mis pensamientos me dijo-: Ya no eres un niño, eres un hombre y debes entender.

-Y tú eres perfecto -le dije.

-Sigues ofendido, Edmundo, tu ego te domina. -Y agregó-: No soy perfecto, ni mucho menos, me equivoqué mil veces.

-¿Tú, equivocarte? ¡Ja, ja, ja! -Largué una risa burlona, lo hacía a propósito para ver el semblante de Figaret, quería hacerlo enojar, molestar.

Y Figaret:

-¡Ja, ja, ja! Me gusta eso, me gusta que tengas esa forma de ser. -O sea, que en lugar de molestarse me seguía el juego. Era imposible hacerlo enojar a Figaret, él todo se lo tomaba bien. En realidad todo no; cuando había una injusticia su semblante cambiaba, se ponía duro, firme, hosco.

 

Y nos pusimos a practicar los primeros lances con la espada. Enseguida sacó mi espadín de la mano,

-¿Qué pasa, hace mucho que no practicas o estás con la mente en otro lado?

-Lo segundo -le dije.

-Bueno, en un combate real, si estás con la mente en otro lado te ponen seis pies bajo tierra, así que presta atención. Ahora vamos a practicar, después seguiremos con otro tema.

-Está bien, haremos eso.

 

Y practicamos intensamente el doble de tiempo del que habíamos pensado. Me dolían las piernas, el hombro, el cuello, la cintura; ni hablar del brazo derecho.

Lo miré y le dije:

-¿Cómo te sientes?

-Perfecto.

-¿Cómo haces para sentirte perfecto?

-Porque esto que hice contigo lo hago todos los días.

-¿Con quién?

-Solo. Voy a alguna montaña o en algún bosque donde nadie me vea y practico lances conmigo mismo, contra un enemigo invisible. Hago ejercicios, troto, me mantengo en forma.

Me burlé:

-Claro que te mantienes en forma cuando trepas en los balcones.

-También. Eso también te da entrenamiento, un entrenamiento placentero.

Hice como diciendo que no con la cabeza y agregué:

-Eres imposible, eres imposible.

-¿Quieres que arreglemos una cita doble? ¡Me escuchas Edmundo? -Me cortó mis pensamientos, me había quedado como tildado.

-¿Me traduces cita doble?

-Tú y yo, Caselda, Chelsea. Elije la compañera que quieras.

-¿Elije?, ¡ellas son las que elijen!

-En general sí, con los demás.

-¿Sabes una cosa?, eres un creído.

-Supongo que soy un creído porque puedo, no porque quiera, sino porque puedo.

-Pero tú mismo me has dicho que son chicas que no se comprometen.

-¿Yo te hablé de compromisos?

-No.

-¿De qué te hablé, Edmundo?

-De una cita doble.

-¡Bien!, me has entendido.

-Una cita doble de ir a la posada...

-Sí. Vamos a la posada tomamos unos tragos, comemos algo y luego vamos a las habitaciones superiores.

-¿Y tendremos una habitación una al lado de la otra?

-¿Para qué gastar el doble de metales?, los cuatro en una habitación.

-No, no, no podría.

-¿En qué sentido?

-Mi pudor no me lo permitiría.

-¿Pero de dónde vienes?, ¿de dónde vienes? Estamos en otra época, tienes que ser más desinhibido.

-No, a ese extremo no puedo, a ese extremo no puedo. F  alta que me digas de cambiar de jóvenes luego.

-Si te aburres con una, coges la mía y yo tomo la tuya.

-¡Así, tan frívolo! ¿Y el amor?

-Edmundo, el amor lo puedes encontrar en Elisa en el momento en que ella esté preparada y que ya no le duelan las cicatrices que le dejó Atrepán. Mientras tanto disfruta.

-¿Y no la estaría traicionando? -Figaret se tomó la cabeza.

-Edmundo, ¿a quién se traiciona? -Me encogí de hombros.

-No sé, a una amistad, a una pareja.

-¿Cómo se traiciona a una amistad?

-Bueno, develando sus secretos.

-¿Y si hacemos una cita doble vas a develar secretos de Elisa?

-No.

-¿Eres pareja de Elisa?

-No.

-¿De qué traición me hablas? -Qué difícil que era debatir con este arlequín tan loco pero tan sabio.

-Aceptaría, pero lo de las habitaciones separadas me atrae más.

-Está bien -Se encogió de hombros el arlequín-, pero luego si te cansas de una, me golpeas la puerta y cambiamos, ¿eh?

-Lo dices tan... tan naturalmente que te voy a creer.

-¿Acaso piensas que te estoy hablando en broma? Vamos al poblado, ¿quieres que hablemos con ellas y le preguntemos?

-No, no, no, arregla tú.

-No, arreglemos los dos.

-Dejémoslo para otro día.

-Te estás achicando.

 

La lucha era conmigo mismo, de verdad que tenía una falta total de seguridad. Y eso que aprendí mucho de todo, no solamente del uso con el espadín, aprendí  de todo con este arlequín, pero me faltaba llevarlo a la práctica. Porque la teoría es la teoría. En la teoría uno puede ser el mejor pero luego en la práctica... Es como aquellos soldados que hacen con una rama un trazado en la tierra: "Ponemos tropas aquí. Ponemos tropas acá. Los encerramos aquí, atacamos por aquel lado. El ejército rebelde no está acostumbrado al barro, los atacamos en el barro". Y luego cuando llega el combate: los que estaban acostumbrados son masacrados. Y esa es la práctica. Y yo creo que así pasa en todo, en las batallas, en el amor, en el juego...

 

Y por el camino le dije:

-¿Nunca has perdido en el juego?

-No.

-¿Y en el amor?

-¡Menos!

-Porque nunca te has enamorado. -Se encogió de hombros y me miró. Y es la primera vez que lo vi serio-. ¡Sí, te has enamorado, arlequín!

Figaret me dijo:

-No podría decir que me he enamorado. Te puedo decir que me ha interesado más de una mujer, y justamente me ha interesado una que era casada y que quería abandonar al marido. Y era la mejor mujer que conocí en mi vida. Había perdido un hijo, se sentía mal. Su esposo no estaba nunca y cuando estaba la trataba mal. Y se quiso escapar conmigo.

-¿Y?

-Y nada, me negué.

-¿Tienes moral? -El arlequín se encogió de hombros.

-No sé si moral, simplemente que no me gustan las cosas así, si empiezo algo tiene que ser de cero.

-¡Ah! Buscas una doncella.

-No, no, no -me interrumpió-; el amor no pasa por encontrar la pureza, el amor pasa por encontrar la pureza 'interna'. No importa si antes esa persona tuvo otros amores, yo también los tuve. Lo que pasa que la relación no hubiera empezado bien, yo no empiezo una historia de amor con alguien con alguien con el que me tengo que escapar.

-Tienes moral. -Se encogió de hombros.

-No sé si es moral, quizá son principios. -Y me di cuenta que cada vez que conocía más a Figaret más me desconcertaba su manera de ser. Pero iba aprendiendo, iba aprendiendo.

 

Ese día pasó. A la mañana siguiente me encuentro con Elisa cuando voy a comprar al almacén. Me mira:

-¿Cómo estás?

-Bien, bien. Ahora que te veo. -Me miró y sonrió y luego bajó la mirada-. ¿Te molesta que por la noche te invite a cenar?

-No, no me molesta -dijo Elisa-. Pero cuando invites a cenar a alguien no empieces con la palabra "Te molesta", porque predispones a la persona a decir "Sí, me molesta". Hubieras obviado esa frase.

-Está bien, empecemos de vuelta. ¿Cómo estás?

-Yo bien. ¿Y tú?

-Bien. ¿Te gustaría ir a cenar conmigo? -Pensé que me iba a corregir el "gustaría", porque ahí también estoy con una frase dudosa. Pero respondió:

-Sí, me gustaría, podemos conversar de mil cosas.

-Bien, te paso a buscar. -Y me marché.

 

Hablaríamos de mil cosas, pero yo me iba con mil pensamientos. Seguía con mis dudas. De verdad no me sentía todavía seguro pero me quedé con esa frase del arlequín: "La diferencia entre persona e individuo", según la interpretación de él. Yo, honestamente, no quería formar parte de la muchedumbre, pero tampoco me sentía alguien especial, que tampoco era lo que me pedía Elisa. No se trataba que formara parte de la muchedumbre, tampoco que fuera alguien especial; que fuera yo, Edmundo.

 

Recuerdo que alguna vez este arlequín me dijo:

-¿Sabes en lo que no tienes en cuenta tú?

-¿Qué?

-Que eres único. -Lo miré y le dije:

-¡Vaya! ¿Me estás diciendo que soy especial? Porque no lo soy.

El arlequín se encogió de hombros y me dijo:

-En ningún momento te dije que eras especial y nunca te lo diré, simplemente que eres único.

-¿Pero por qué me lo dices?

-¿Hay otro Edmundo?

-Habrá muchísimos Edmundo en todo Umbro.

-¿Otros como tú, con tus deseos, con tus anhelos, con tus miedos, con tus inseguridades?

-No.

-¿Qué tienen tus padres, el trato con tu entorno?

-No.

-Ahí tienes, eres único.

-¡Ah! Pero eso es una frase trillada, todos somos únicos entonces.

-Y sí. Y sí. -Y lo entendí.

 

Muchísimos amaneceres después lo entendí: Cada uno es único. Y seguramente eso es lo que me dio a entender Elisa, que acepte quien soy porque no hay otro como yo. Como tampoco hay otra como Elisa.

 

Y de eso se trata, de que cada ser es único, de que cada ser es importante.

Pero hay una cosa que tenía que tener en claro para no caer en la vanidad ni en la estupidez, que tenía mucho mucho mucho por delante para caminar, porque ser único no significa haber llegado a la meta, porque la meta es como el horizonte, caminas, caminas, caminas y el horizonte siempre allá. Pero se trata de caminar, de caminar en la vida. Y no se trata de mover los pies, hay muchísimas maneras de caminar en la vida, muchas que aún aún no tenía en claro.

 


Sesión 29/06/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Ella no le daba pié porque no quería un compromiso, pero él seguía pendiente de ella. Él quería que lo mirara más que como amigo. Y hablaron en profundidad.

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Entidad: A veces es como que cuanto más queremos aclarar las cosas más las oscurecemos, más las enturbiamos y uno se siente impotente. Dicen que la vida es aprendizaje, pero diciéndolo en tono de chanza, en tono de burla, es como que nunca pasamos de primer grado. O por lo menos esa es la impresión que daba mi vida como Edmundo.

 

Recuerdo que me volví a cruzar con Chelsea.

-¿Edmundo, no me saludas más?

-Cómo estás...

-¡Vaya, qué frío!

-Frío no, normal, somos amigos.

-Hola, tu rostro no refleja eso, estás como distante.

-Y creo que tú estás como burlona.

-¿Qué te hice, Edmundo, para que me ataques?

-¿Atacarte?, te dije burlona, siempre lo eres.

-¿Qué tienes que hacer esta tarde? -Me encogí de hombros.

-Iba a practicar un poco con la espada.

-¿Por qué no prácticas conmigo?

-¡Ah! Empezamos con las burlas.

-No, de verdad que quiero estar contigo.

-¿Para qué? ¿No es que tú no quieres compromisos?

¿Te incomoda que te diga que quiero estar contigo? ¿Prefieres ir a practicar con la espada, ve.

-Sabes que me atraes, sabes que me atraes mucho, no quiero que juegues.

-¿Te parece que estoy jugando? -Me tomó de la mano-. Ven.

 

Me llevó a una habitación y me empezó a besar, desatándome los cordones de la ropa hasta que quedaron nuestros cuerpos unidos con pasión, con besos, con caricias. Fue... fue quizá muy poco o quizá la obra terminó rápido, entre prólogo y epílogo fue muy poco la pasión.

-¿Estás bien? -me preguntó Chelsea.

-No, hubiera querido amarte toda la tarde.

-¡Amarme! Estar conmigo querrás decir.

-Bueno, yo me expreso de otra manera.

-Bueno, seguiré con mis cosas. -Fruncí el ceño.

-¿Tus cosas?

-Sí, ya está terminando el atardecer y me espera el señor del banco.

-El señor del banco.

-Sí, parece que su esposa lo engaña. Y tú sabes que yo soy fisgona y sospecha con quien la puede estar engañando, y si la descubre se separa y no le deja ningún bien, queda con las patitas en la calle. Y a mí me paga diez metales dorados solamente por fisgonear.

-¡Vaya! Me parece bien, no tengo nada que decir. -Nos vestimos. Antes de despedirnos le dije-: ¿Y ahora qué? ¡Perdón!, ¿cuándo nos vemos? -Se encogió de hombros.

-¡No sé! Cuando tenga deseos de ti.

-¡Ja, ja, ja!

-¿Ahora sonríes? -me preguntó.

-Me olvidaba que tú desprecias el compromiso.

-No sabes nada de mí.

-No, pero eso me lo dijiste tú.

-Me voy, ahora no quiero discutir. -Y se marchó.

 

La vi yéndose y a pesar de haber estado recién con ella me consumía la pasión. ¡Ah! Era algo que era más fuerte que yo, era más fuerte que yo. Podía pensar en Elisa, podía pensar en otras mujeres, ¿pero por qué Chelsea?, ¿por qué una persona tan... tan como pájaro que va de rama en rama?

Y eso pasó al día siguiente, que la vi coqueteando, incluso se besaba con uno que se llamaba Juergue que tenía fama de mujeriego.

Me vio y se acercó a mí.

-¿Cómo estás?

-¿Ves que tenía razón?, ayer estuviste conmigo, ahora te vi besándote con ese que lo único que puede prometerte es una moneda de cobre.

-¿A qué te refieres, a que yo cobro en favores?

-No, no, no, fue una manera de decir; no te interesa el compromiso, no te interesa nada. ¿De qué me sirve estar contigo, de quitarme el deseo en un momento de pasión? ¿Y lo de adentro?

-¿Adentro? -Me miró dentro de la casaca-, adentro tienes tu pecho.

-No te burles, sabes que hablo de mi interior, hablo del amor.

-¡Amor! ¿Yo te prometí amor? Yo quería estar contigo.

-Me da la impresión que eres promiscua. ¡Plaf! -En ese momento sonó una cachetada en mi rostro.

-Te ofendí. ¿Y por qué te ofendes?, estás conmigo, te besas con Juergue y con cuántos más.

-¿Qué sabes de mí, por qué me prejuzgas, qué sabes cómo fue mi vida?

-Cuéntamela.

-¿Por qué tendría que contártela?, cuántas veces nos vimos, no somos amigos. -Estaba muy molesta.

-Está bien, pero creo que da la ocasión para que me cuentes por qué piensas que yo te prejuzgo.

-Tú piensas que yo conozco la vida, conozco los hombres, conozco las situaciones porque soy fisgona, porque soy tramposa, pero nunca te preguntaste cómo llegué a esto.

-Yo también pasé por cosas. Elisa también pasó por cosas quizá más graves que las tuyas, no la veo fisgona la veo trabajadora, no la veo que está con uno y con otro.

-No somos todos iguales -me dijo Chelsea-. Fui ultrajada de pequeña por un familiar. Y de bastante pequeña. Le conté a mis padres, no me creían:

-El tío es una persona íntegra, amante del señor que está más allá de las estrellas, ¿por qué lo difamas?

-No lo difamo, cuando vosotros no estáis y me dejáis al cuidado de él, me toquetea, me besa, me toca mis partes íntimas. -Y no me creían. Y pasaron un par de años hasta que ya siendo un poco más grande y tenía más fuerza en mis manos cogí una navaja y lo degollé. Por supuesto que no le dije a mis padres; me corté un brazo, manó bastante sangre, pero cuando llegaron encontraron al tío muerto, y a mí en el piso sangrando.

-¿Qué pasó?

-Un... un hombre enmascarado con una espada me cortó y lo mató al tío, escuchó ruidos. Me salvé de que me ultrajara.

-¿Y esa navaja con sangre? -preguntó mi padre.

-Me defendí, me defendí y lo corté". -Se acercó al tío y miró su cadáver.

-No soy guerrero, soy campesino, pero ese tajo en la garganta es de esa navaja, y ese corte te lo hiciste tú. Te entregaremos a las autoridades.

Cogí la navaja:

-No me entregaréis a nadie, ¡cómplices!

 

Yo ya había cogido una bolsa con bastantes metales, la había guardado en la alforja y había ensillado mi hoyuman, porque me imaginaba que no me iban a cree. Padre intentó acercarse a mí para golpearme con un látigo.

-Trata de golpearme bien porque si no me golpeas bien te corto con la navaja que tengo en la mano. -Padre no se acobardó, se acercó, me golpeó con el látigo en la cara y con mi brazo derecho le corté el muslo, lanzó un tremendo quejido y le corté el estómago, sangraba efusivamente. La miré a madre, madre se arrinconó contra la pared. -Puedes curarle y coserle la herida, no va a morir por eso, pero a mí no me veréis más. Tiré la navaja, cogí un puñal, me vestí con la mejor ropa de cuero, las mejores botas, cogí el mejor hoyuman, dos alforjas, cargué comida y dos cantimploras y en mi ropa los metales y me marché.

 

Eduardo:

-Lamento mucho lo que te pasó, lamento de verdad.

Chelsea me dijo:

-Lo que te conté no es nada, lo que te conté es una parte. Antes de llegar a este poblado pasé por un montón de situaciones repugnantes. Conocí hombres de toda calaña buenos, malos, traidores, cobardes, perversos. Aquellos que te miran y les cae la saliva de la boca como si tú fueras una carne que están asando y la están por comer, esa mirada turbia que te miran como botín de guerra. ¿Te piensas que mi tío fue el único que degollé? No. Y con mi puñal me sé defender, y también manejo la espada.

-¿Y lo de tu tío te marcó tanto -pregunté-, para que no quieras un compromiso? Yo no soy como ellos.

-No sé, no te conozco.

-Chelsea, por más que no me conozcas soy un libro abierto, no tengo malicia y creo que soy un estúpido por ser tan enamoradizo. -Me miró y me tomó del mentón y me dijo:

-Tampoco quiero hacerte daño.

-¡Daño! ¿Me degollarías?

-No seas tonto, hablo de otro tipo de daño. Podría salir contigo, luego me acobardaría del compromiso estable y me iría y te dejaría roto el corazón. O sea, si no te tomo en serio es por tu beneficio, no por el mío.

-¿Te gusta Juergue?

-No, es un estúpido, se cree un conquistador de mujeres y va solamente con las posaderas más baratas, y esas sí le quitan metales.

-¿Y entonces por qué lo besas?

-Para divertirme, qué mal hace.

-Te vi besándote con Caselda varias veces.

-Sí.

-O sea, que te gustan los varones, te gustan las mujeres.

-Me gusta lo que me haga bien. Caselda es buena tipa.

-¡Buena tipa! ¡Je! más de uno le habrá dado la espalda y le habrá clavado un puñal.

-Si es así es porque se lo merecería. Caselda va de frente, le haces algo y te lo devuelve, le haces bien te hace bien, le haces mal... ¡Ja, ja! Y cuídate después, por favor, es más peligrosa que yo,. Es más grande que yo, sabe más que yo.

-¿Y hasta cuando vas a seguir así, Chelsea?

-Tú te llevas bien... tú te llevas bien con Elisa, ha pasado por mucho y sin embargo ha conservado su manera de ser, honesta, decente.

-Es cierto. Y eso que le engañó Atrepán y la dejó destruida. -Chelsea se puso muy furiosa.

-¿Y tú que sabes, Edmundo, qué sabes cuántos Atrepán me engañaron a mí?

-¡Ah! ¿O sea, que más de una vez te has enamorado?

-No sé si enamorado, pero más de una vez deposité mi confianza en gente y luego me traicionaron, me engañaron. Incluso uno, uno, al que tardé mucho tiempo en matarlo, me conquistó el corazón. Me llevó con su gente, pude escaparme. Dos de sus amigos alcanzaron a violarme, los maté y él escapó. Tardé amaneceres, amaneceres y amaneceres en cazarlo. Estaba con una espada: "¿Vienes a vengarte?", me dijo. Pude fingir que no estaba molesta, al contrario, fui llorosa explicando que en otro pueblo me asaltaron y me sacaron todos los metales y que no tenía donde ir. Y hay hombres que se sienten tan seguros por su propio ego que me dijo: "Te daré una oportunidad de que "vuelvas" a estar conmigo". ¡Je! Se abrazó a mí... En segundos le enterré seis veces el puñal en el estómago, y cuando se agachó un tremendo tajo en su garganta.

-Vaya, que eres peligrosa.

-Pero no lo oculto, no soy hipócrita. Y las veces que estuve contigo, para que sepas, lo disfruté, pero estoy muy quemada por dentro para que me nazca un sentimiento.

-Te doy tiempo.

-No, porque no te puedo prometer nada. Elisa sé que te mira, sé que sois compatibles. -Negué con la cabeza.

-Ella sigue con la mente en Atrepán.

-Insiste.

-Tampoco quiero hacerle mal a Elisa -confesé-, me pongo de novio con ella y te veo a ti y se me van los ojos.

-¡Ah, eres como los demás! Eso no es amor, me miras el cuerpo, me miras la cola cuando me voy porque tengo el pantalón de cuero bien apretado.

-Y sí, también es pasión, también te deseo, me consumo de deseo, no puedo dormir por las noches. Estuvimos juntos y cuando fuiste a fisgonear a la mujer del banquero te seguía viendo y te seguía deseando, y eso que habíamos estado juntos hacía un rato. A propósito, ¿cómo te fue?

-Bien. -Sacó una bolsa-. Aquí tengo las diez monedas de oro.

-¿Y la mujer?

-La echó. Adelante de todos la hizo firmar un pergamino que renunciaba a todo.

-¡Pero estás haciendo el mal! Eres una fisgona.

-Sí, pero no creo hacer el mal. No hablemos de Elisa, hablemos de mí. El día de mañana estás en pareja con alguien y yo o cualquier persona te dice: "Ten cuidado, Edmundo, tu pareja está saliendo con tal y cual". O no querrías que te lo cuenten o querrías ser un estúpido inconsciente como muchos otros.

-No, tienes razón, tienes razón, me gustaría que sí que me lo cuenten.

-Entonces, si quieres, mañana tengo la tarde libre, nos vemos de nuevo.

-¡Ay! Cómo explicarte, Chelsea, cómo explicarte, contigo disfruto como nunca en mi vida, pero luego cuando te vas es una agonía, es como que me acaricias y me apuñalas, me acaricias y me apuñalas.

-¡Ja, ja, ja!

-Te ríes.

-Edmundo, parece que estuvieras trabajando en un drama del teatro ecuatorial. A propósito, le falta gente al hombre, voy y le digo que te contrate.

-No te burles, no me interesa trabajar en teatro. Es verdad lo que te digo, me sube la fiebre cuando estoy contigo.

-¿Entonces no te busco más?

-No, no dije eso.

-Entonces ponte de acuerdo. No te busco más, te hace mal. Estoy contigo, disfrutas y después te hace mal. Vete del pueblo, te he visto conversando con Figaret, él no te explica las cosas.

-Él... él es una buena persona, ha ayudado a mucha gente.

-Pero no tiene alma, nunca lo he visto sufrir.

-Quizá sí, pero entiendo que Figaret, como muchos otros, no cuenta sus debilidades.

-Es así, Edmundo. ¿Quieres estar conmigo?, me dices. ¿No quieres que te vea más?, me dices. Eso sí; si acordamos vernos de vuelta e intimar de vuelta no me reclames nada porque al primer reclamo me alejo de ti definitivamente. ¿Quieres la caricia y la agonía o quieres la indiferencia?, tú eres el dueño de tu vida. Tú, Edmundo, eres el que decides lo que quieres.

-Me gustaría una tercera alternativa, el amor.

-No de parte mía, no por ahora.

-Está bien.

-Dime, no tengo todo el tiempo.

-Elijo verte, elijo la pasión y la agonía.

-Eres débil.

-¡Ahora me dices débil! Si me hacía el fuerte y te decía "No, prefiero tu indiferencia", ¿de qué me sirve hacerme el fuerte si no te tengo más conmigo?

-Está bien. Pero te lo aclaro, si me ves paseando con otro, si me ves estando con otro cierras la boca. No eres mi dueño, yo no soy tu dueña, no somos pareja. No sé siquiera si somos amigos. Lo tomas o lo dejas. Pero si lo tomas, ninguna escena de celos. Tú elijes: Te templas o te quiebras.

-Creo... creo, Chelsea, que ya estoy quebrado.

-Ni siquiera has estado en el fuego para poder templarte.

-Tú eres fuego.

-No, no me entiendes, no has pasado por dramas, todavía eres un crío. Ya pasarás por dramas, ya te templarás.

-Así que te gustan los hombres duros.

-Vuelves otra vez a prejuzgarme. Es cierto pero no duros, me gustan los hombres maduros y tú no lo eres. Crees que lo eres pero no lo eres. Júntate más con tu amigo, el arlequín, él sabe mucho de la vida.

-Pregunto de curiosidad: Tú y Caselda siempre coquetean con gente, ¿por qué no con Figaret?

-Porque a Figaret no le interesamos, Figaret busca lo prohibido, las mujeres casadas.

-Mira si un día te encuentras -le dije-, con una situación donde al que tienes que denunciar es a Figaret...

-Imposible -dijo Chelsea-, es imposible pescarlo. Si él saliera con alguien del poblado nadie se enteraría, ni siquiera yo. Es muy listo, muy escurridizo.

-¿Pero si lo vieras, lo denunciarías si te pagaran metales?

-Por supuesto que sí -Se encogió de hombros-, es mi trabajo.

-¿Y las consecuencias?

-No entiendo.

-Claro, Figaret es un buen espadachín y te buscaría.

-¿Tú piensas que él me atacaría?

-No, no es su manera de ser, sabe perder.

-¿Alguna vez ha perdido?

-No, pero sé la clase de tipo que es, se reiría y me daría la mano por haberlo pescado con alguien y haberlo denunciado con el esposo.

-Vaya.

 

Cada día sabía más y cada día entendía menos a la gente. ¡Oh! Lo qué me faltaba por recorrer todavía. Dios, ser que está más allá de las estrellas, ilumíname, ilumíname.

 


Sesión 30/07/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Facundo F.

Se le presentaba una duda y tenía que tomar una decisión. Tenía que ayudar a dos pueblos que estaban encontrados entre ellos. Y los dos tenían sus razones.

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Entidad: Tenía un tremendo torbellino en mi cabeza. Había pasado toda la noche con Chelsea, me contó cosas que no le había contado a nadie, su vida, su historia, sus sufrimientos. Probé mi fuerza de voluntad callando, escuchándola sin meter bocado, porque estuve tentado de preguntarle "¿Acaso lo que has sufrido justifica que luego te comportes de una manera tan descarada?". Pero veía a través de la luz de la lámpara de aceita su rostro compungido y por primera vez me di cuenta que no estaba en pose, que no llevaba puesta una máscara de desfachatez como llevan muchos y muchas. Pero a la mañana se levantó como siempre descarada, sonriente. Preguntándome:

-¿Qué te ha parecido la noche?

-Excelente -le dije-, ¿y a ti?

-Normal, regular. -Lanzó una carcajada. Se puso las botas, se calzó la espada al costado y se marchó. Estaba otra vez con la máscara. Sentía, ¡je!, sentía algo, pero no me animaba a más porque Chelsea era Chelsea y yo buscaba..., no sé, la mujer.

 

Cogí un hoyuman y me marché a andar por los caminos para despejar mi mente. Había desayunado en la posada y llevaba en las alforjas un par de cantimploras y en el camino veo una joven que me mira y es como que se esconde detrás de un árbol.

-¡No me harás nada, no?

-¿Perdón? -le respondo-, estoy de paso. Vengo de un poblado y estoy paseando, nada más.

-¡Ah! Me quedo tranquila, pensé que estabas con complicidad con los lomantes.

-¡Lomantes! ¿Qué son los lomantes? -La joven se puso a llorar. Descendí del caballo e intenté acercarme-. No, no te acerques, tú eres de ellos.

-¿De ellos quién?, ¡no entiendo!

-Los lomantes y algunos humanos saquearon varias aldeas, vejaron a las mujeres y luego las mataron. Y yo me salvé, pero mira, -Abrió su chaqueta de cuero y tenía como arañazos en la parte del hombro.

-No te conozco, no sé de qué me estás hablando. ¿Quiénes son esos hombres y quiénes son los lomantes?

-Los lomantes son una raza de seres más grandes que nosotros con mucho vello en el cuerpo, pero feroces, salvajes que no se conforman con sus mujeres, vejan a las mujeres humanas para hacerlas sufrir y luego las degüellan.

-¡Vaya lo que me cuentas! ¿Cómo te llamas?

-Greta.

-¿Y tú familia?

-No tengo familia, los han matado los lomantes, pero no ahora hace mucho tiempo atrás. Trabajo de lo que puedo; lavo ropa, cocino..., en el poblado me conocen.

-¿Pero por qué piensas que yo te iba a atacar, acaso me ves cara de bandido o algo?

-Sé como fingen algunos humanos. Nunca tuve una pareja, nunca tuve quien me quisiera. -Y yo la miraba y era bonita, hermosa, cabello rubio. Veía que llevaba una espada.

-Pero tú te sabes defender.

-Me puedo defender con un humano, pero los lomantes son enormes y tienen la piel dura como un cerdeño, esos cerdeños con cuernos que tienen una piel durísima y que apenas le entra un cuchillo en el cuerpo. Así son estos hombres, estos hombres con ese vello marrón y ese rostro tan feroz.

-Me asustas mujer. ¿Y qué haces aquí sin un hoyuman?

-Me había escapado de una partida de humanos que buscaban mujeres jóvenes para llevar a los lomantes, es una manera de pagar tributo para que dejen a esa aldea tranquila.

-A ver, a ver, ¿Greta me dijiste?, mi nombre es Edmundo. O sea que esos lomantes saquean varias aldeas, roban, matan, ultrajan mujeres y luego las matan, pero hay una aldea que está en complicidad con los lomantes llevándoles mujeres para que a esa aldea no la toquen.

-Exacto, exacto. Y son enemigos de mi aldea.

-Si no te incomoda, ¿quieres subir atrás mío en mi equino, te llevo hasta tu aldea? -Se encogió de hombros.

-Confío en ti. -Montó en mi hoyuman y me abrazó. Sentí como una calidez en mi cuerpo, un estremecimiento. De rostro era parecida a Chelsea pero su mirada era genuina, dulce, una mirada inocente.

 

Pasado mediodía llegamos a un poblado, varios aldeanos se acercaron:

-¿Greta, dónde estabas?

-Este joven me rescató. -La ayudé a bajar y luego descendí yo de mi hoyuman.

-Gracias -me dijeron los aldeanos.

-No, en realidad no la rescaté, ella escapó de una partida de la aldea enemiga de ustedes y simplemente me ofrecí a traerla.

-Has hecho más que muchos, que son indiferentes. Es más, algunos aprovechan que hay una joven sola y la violan.

-No, por favor, yo no soy noble pero me considero un caballero. Contadme.

 

Me invitaron a comer, tomé una bebida espumante. Me contaron que los lomantes vivían atrás de las montañas y que a veces salían por las tardes a saquear otras aldeas en complicidad con la misma aldea de humanos que les llevaba víctimas para satisfacer sus instintos bajos. Sentí como rabia, sentí como odio.

Le dije a Greta:

-Tengo amigos, tengo amigos y buenos, espadachines, incluso mujeres que son muy buenas con la espada.

-Eres ingenuo -me dijo Greta-, son más de mil lomantes, y en la aldea hay como mil hombres. ¿Cuántos sois vosotros?

-Pero podemos conseguir gente que os ayude para acabar con esa... esa gente, con esos depredadores.

-Confiamos en ti -dijeron los hombres.

Miré el cielo y vi que en poco tiempo el sol ya se pondría y le digo:

-Debo marchar a mi poblado pero prometo, prometo que volveré. Mientras tanto cuidaros. Yo me llamo Edmundo, tenedme en cuenta, cuando doy mi palabra la cumplo. -Greta se abrazó a mí, unió su mejilla contra la mía y sentí como un escalofrío en mi cuerpo, una piel tan suave como un perfume a flores.

Me miro y me dijo:

-Gracias.

-No me des las gracias, aún no he hecho nada.

-Has dado tu palabra, y para nosotros eso es mucho. -Monté mi hoyuman y me marché. Me dolía el pecho de la impotencia.

 

Fui por otra ruta, cruzando el bosque, prestando atención a todo cuando más adelante escuché un quejido. ¡Ah, ah! Se veía una pierna, veía una pierna detrás de un árbol con una flecha clavada. Me acerqué. Un personaje enorme, altísimo, estaba semiacostado, respaldado contra el árbol.

-Ayúdame por favor. -Lo miré bien y empalidecí.

-¡Tú eres un lomante! -Me miró.

-Sí, ¿conoces nuestra raza?

-No, pero pasé por un poblado donde me dijeron lo que hacéis vosotros.

-¿Y qué te han contado?

Saqué mi espada.

-¿Qué me impide que te mate?

Me miró y me dijo:

-La compasión. No juzgues a la gente por las apariencias. Tú me ves distinto, no soy lampiño como tú, ni pequeño como tú, pero soy tan o más instruido que tú. No somos bestias, sabemos leer, escribir, sumar, restar; sabemos la posición de las estrellas. Tenemos nuestra cultura de paz, nos dedicamos a sembrar y a cultivar, a cosechar y a tener ganado.

-No es lo que me han contado.

-Por compasión, ¿me vas a ayudar? -Guardé mi espada.

-Esto te va a doler. -Pero aprendí que no debía arrancar la flecha porque iba a desgarrar más la herida. Con toda mi fuerza la partí en dos. Saqué la parte de arriba y la parte de abajo la saqué por abajo. La herida quedó limpia, le puse unos polvos cicatrizantes y lo vendé.

-Gracias. Me llamo Somor.

-Mi nombre es Edmundo.

Somor me dijo:

-¿Qué te han contado?

-Lo que hacéis, que saqueáis aldeas, que violáis mujeres humanas.

-¿Qué? ¡Con razón...!

-Explícate.

-Fueron doce hermanos nuestros montando en drómedans, que son un poco más grandes que los hoyumans, y una turba de granjeros con antorchas los atacaron a flechazos, mataron a cinco, los otros siete sobrevivientes huyeron y tuvieron que esconderse en las montañas mientras la turba de granjeros les gritaban "Asesinos, asesinos". -Miraba sus ojos, sus ojos eran sinceros. Tenía un choque de ideas.

-Encontré una joven, Greta, que me dijo otra cosa.

-No sé quien sería esa tal Greta -me dijo Somor-, pero muchos hablan habladurías de nosotros con el fin de sacar ventaja porque muchos quieren nuestras tierras de detrás de las montañas, que es una de las pocas partes que no es desértica, es un valle muy fértil. Y quieren acabar con nosotros, quedamos pocos, apenas un poco más de mil.

-¿Y quién te atacó?

-Una partida, y pude escaparme pero no daba más. -En ese momento vi un animal extraño pero dócil-. Ese es mi drómedan, no está acostumbrado a estar por los bosques, es un animal del desierto pero está domesticado. -Se acercó a mí y me dio un lengüetazo en la cara. Me dio como asco y me limpié.

-¿Qué hace?

-Te lamió como si te diera un beso, son animales inofensivos. Ayúdame a montar, iré para ver a mi gente evitando las aldeas. Quiero que entiendas mi razonamiento. ¿Cuál es tu nombre?

-Edmundo.

-Supón que tú ves una mujer lomante, ¿tú te aparearías con ella?

-No, no me atrae, me atrae una mujer humana.

-Bueno. ¿Por qué tendría que ser distinto con nosotros?

-Porque las mujeres humanas son bellas...

-¿Para quién? Para ti. Para nosotros las mujeres lomantes son lo más hermoso de Umbro. Jamás nos atreveríamos a yacer con una mujer humana, nos daría asco. Y discúlpame que lo diga de esa manera.

-¿Y cómo creerte?

-¿Y por qué no usas el sentido común? Quieren acabar con nosotros para quedarse con nuestro valle. Ayúdanos. -Me dio un mapa-. Confío en ti, nuestra vida está en tus manos. Puedes hablar con la partida que nos busca y con este mapa llegan a dónde estamos y nos exterminan o bien pedir ayuda y aclarar las cosas.

Me aparté un poco y le dije:

-Somor, ¿y cómo confías en mí?, puedo ser uno de la partida que está fingiendo.

-No, vistes distinto, tienes otro porte.

-No soy noble -dije-, si a eso te refieres.

-No, no, no; noble o no noble es un título. Me refiero a tu manera, a tus modales, a tus formas. No eres un bruto salvaje como esos granjeros.

-Lo mismo dijeron de vosotros en la aldea que acompañé a la joven, me mostró incluso que tenía un arañazo en su hombro.

-¿Y tú te crees todo lo que ves?

-También estoy creyendo lo que vi en ti.

-Confío en tu razonamiento, en tu sentido común, en tu coherencia. Al darte el mapa te estoy dando parte de, no de mi vida, de la vida de mi pueblo. -Se levantó a duras penas y lo ayudé a montar con todo mi esfuerzo. Pesaba casi el doble. Un hoyuman no lo hubiera soportado. Evidentemente un drómedan era mucho más corpulento, el drómedan era un camélido, el hoyuman un equino-. Gracias -me dijo.

-No he hecho nada todavía y no te he dado mi palabra.

-Igual confío en ti y en aquel que está más allá de las estrellas.

-¿Vosotros, los lomantes, creéis en aquel que está más allá de las estrellas?

-Claro que sí, y no creo que pienses que un creyente pudiera hacer semejante atrocidad. Pero como dije antes no nos atraen las mujeres humanas. Es más; aunque así fuera somos civilizados. No te fijes en nuestro aspecto. ¿Nunca habías visto a uno de nuestra raza?

-No.

-Por dentro somos iguales; sentimos, sufrimos, gozamos. No te fijes en lo de afuera, para vosotros podemos parecer fieras. Sentimos, amamos, respetamos... No podemos decir lo mismo de muchos humanos. -Asentí con la cabeza y marché con mi hoyuman.

 

Tendría que hablar con Figaret y comentarle el tema porque esto tenía que resolverse. Greta me pareció una persona tan dulce, tan sufrida, y la gente que me presentó tan amable... Y luego veo a este ser con unos ojos de una mirada límpida, genuina, y me había dado un plano. O sea, conmigo llevaba el acabar con una raza de gente que ultrajaba mujeres o defender a una raza inocente que querían apoderarse de sus campos. Creo que nadie en todo Umbro tuvo esa responsabilidad.

 

Gracias por escucharme.