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Psicoauditación - Jaime M.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 11/09/2015
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Jaime M.

Fue revolucionario en Portugal, en tiempos de la invasión. Con otros planificaba una revolución pero mataron uno de ellos y todo se retrasó. La entidad quedó con engramas por lo que hicieron sus mejores amigos, casi hermanos. Reconoce que lo que nos marca son los momentos negativos, que la experiencia se adquiere en los malos momentos.

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Entidad: Había nacido en Portugal, a fines del siglo XVIII. Siempre sentí que amaba a mi tierra. Era leal a mis amigos, a mi familia, a mi región. Y fui creciendo con esa forma de pensar, ideología liberal, a pesar de que mi familia era conservadora.

 

En 1815, con veinticinco años éramos un grupo de rebeldes que buscábamos fomentar una revolución, estábamos cansados de la burguesía pero se ejecutaba a muchos rebeldes. Mi nombre era Breno de Oliveira. Mis dos amigos, mis grandes amigos casi hermanos, Pedro Madeira y Joao Uribal, eran parte de mi ser, parte de mi corazón y tenían mi misma forma de pensar. Habíamos sufrido mucho cuando las tropas franco-españolas invadieron nuestro territorio obligando a los reyes a huir a Brasil. Fue una sorpresa cuando los ingleses nos ayudaron. Obviamente siempre habría que pagar un tributo a cambio pero no podíamos dejar de estar agradecidos.

 

Nunca me llevé bien con padre y madre en varios aspectos: eran estrictamente religiosos. Yo era creyente pero no creía en confesiones, en castigos divinos, en recompensas sin sentido, no necesitaba de esas amenazas del cielo para ser leal, justo a lo que yo entendía lo que era la justicia. Mis primos, mis tíos eran un raro espécimen, como que solamente me unía un lazo de sangre, nada más que eso. Por un lado me sentía dolido porque con ellos me había criado. A pesar de que ya de pequeño había conocido a Pedro y a Joao, es irónico pero me sentía más cerca de mis amigos que de mi familia. Nunca supieron que yo estaba en la resistencia, nunca. Envidiaba la memoria de Joao Uribal porque sabía que muchos de los supuestamente represores en realidad estaban a favor de la revolución pero no era el momento todavía, éramos pocos, demasiado pocos, demasiado pocos pero lo lograríamos. Lo lograríamos.

 

Con mi familia hablaba de cosas triviales, del trabajo, de saber administrar la tienda, de ver que el día de mañana consiga una buena mujer con la cual contraer enlace y tener hijos en un ambiente burgués, como debe ser. Mi ideal de mujer era otro: una mujer luchadora, emprendedora, liberal, liberal políticamente hablando. Pero era todo tan difícil, todo tan difícil...

 

Recuerdo que nos juntábamos en una pequeña taberna, bebíamos lo mínimo, fingíamos beber más de la cuenta. Los parroquianos, los habituales del lugar nos consideraban unos jóvenes algo insolentes pero inofensivos mientras en voz baja planificábamos estrategias. Por dentro me dolía el pecho, sentía engramas de desamparo de parte de mi familia. Mis amigos eran mi consuelo pero por otro lado me sentía solo. Cuando llegaba a casa encendía una vela y leía algún libro. En la cena prácticamente no hablaba, pensaban que era una persona callada, refugiada en su ostracismo pero mi mente, mi mente hervía de pasión por mi tierra, por mi región. Odiaba la opresión en la vida, en la política, en la familia, en la amistad, en los amores. El ser humano no debía estar oprimido, la opresión causaba más engramas, dolor, angustia, pesares.

 

Recuerdo que una tarde fuimos camino a Oporto y en el camino nos encontramos con tres hombres, por su uniforme nos dimos cuenta de que eran represores. Non preguntaban dónde íbamos, les dijimos:

-A Oporto.

-Ustedes parecen revolucionarios.

-Somos estudiosos nada más, no nos interesa...

 

Sacaron sus sables, no lo pensamos ni un segundo combatimos contra ellos. Los matamos a los tres. Era la primera vez que causaba una muerte. Pedro me dijo que ya había matado a dos represores, Joao en una reyerta en una posada a la salida de un callejón también había matado a uno. Joao había quedado herido en una pierna, era una herida bastante bastante grave. Había un médico, Toriño, que era de nuestra confianza, le cosió la herida.

-Pueden quedarse por esta noche, a la mañana se van. No quiero que me relacionen con revoltosos.

 

Le agradecimos, le quisimos pagar.

-No, no, pero váyanse por la mañana.

 

Nos marchamos. Joao renqueaba pero lo disimulaba bastante, no queríamos que nadie preguntase qué había pasado. Cuando encontraron los tres hombres muertos jamás los relacionaron con nosotros, aparte estuvimos quince días sin relacionarnos entre nosotros. Joao seguía recolectando nombre de supuestos represores pero que en realidad estaban a favor nuestro, aún no era tiempo de contactarlos. Dos jóvenes más se unieron a nuestra causa, un tal Silvero, simpático, honesto pero obviamente con Pedro y Joao dijimos "No nos abramos ante los recién llegados hasta tanto profundizar en ellos". Quizá nuestra desconfianza era parte de un engrama que teníamos en común, el engrama de la traición, de las mentiras, de las envidias, de los celos. Estábamos cansados de ver muertes, no hablo de las muertes justificadas hablo de las represiones en masa, que las hubo y bastantes. Sé que toda muerte es negativa pero cuando está en riesgo tu vida no puedes hacer otra cosa que defenderte pero los engramas se suman, quedan, te arrastran, te debilitan, te condicionan mucho, muchísimo.

 

¿Hasta qué punto la lealtad es real? ¿Hasta qué punto la mentira puede sobre la verdad? ¿Hasta qué punto la amistad puede sobre los ideales y hasta qué punto los ideales son reales o son solamente oropel?

 

Festejábamos la llegada de 1820 en Lisboa, Portugal. Mi nombre era Breno de Oliveira, mis dos amigos del alma Pedro Madeira y Joao Uribal. Se nos podría tomar como liberales aunque los burgueses nos llamaban revolucionarios, pero claro, no sabían nada de nosotros. A la causa se nos había juntado Amaral Silvero y Leau Duarte y una joven que coincidía con mi ideal de mujer, Dalva, con la "v", Dalva Osoria. Me sentí flechado, si se entiende la expresión, por ella y creo que fue recíproco. Compartíamos ideales y también el amor. Empezamos a salir, con Dalva, sin que ello interrumpiera nuestro camino para lograr esa revolución liberal. La Familia Osoria era también burguesa, conservadora, por lo cual Dalva le cayó bien a mi familia.

Ella me decía:

-Breno, a veces tenemos que ser hipócritas.

-¿En qué sentido?

-Ahora lo verás.

 

Era invitada en casa y ella hablaba bien de todo lo que era el ser conservador, los liberales no tenían futuro. El rostro de padre era de orgullo hacia la que podría ser mi futura esposa.

Cuando salíamos de casa le decía:

-Eres una caradura.

-¿Por qué, por fingir? A veces es necesario.

 

Me tomó el rostro y me dijo:

-Lo único que no voy a fingir es mi amor hacia ti y mi lealtad.

-Lo mismo digo.

-Pero tienes que aprender -me dijo- a disfrazarte.

-¿En qué sentido?

-Aparenta ser más conservador, disimula más. No está mal si es por defender tus ideales.

 

Me sentía extraño porque pensaba que uno tenía que mostrar su verdad ante el mundo. Ella me decía:

-Eso es suicida.

 

Los últimos días a Pedro lo veía raro. Se juntó conmigo a solas sin Dalva, sin Amaral y sin Leau y me dijo:

-Joao es un peligro.

-Joao es nuestro hermano.

-Sí -dijo Pedro-, pero conoce las direcciones y nombres de todos los rebeldes. Si lo llegan a apresar lo van a torturar y va a decir todos nuestros nombres y se va a acabar la revolución.

-¿Por qué lo van a atrapar a él? ¿Por qué no a ti? ¿Por qué no a Amaral? ¿Por qué no a mí?

Y Pedro me respondió:

-Porque Joao es muy abierto.

-Él lo finge.

-Tú has aprendido a fingir un poco gracias a Dalva. Te muestras más centrado, apoyas con la mirada a los represores, eres amigo de algunos. Joao no, Joao muestra cara de desprecio, no sabe fingir, es una amenaza para nosotros.

 

Sentía mi corazón destruido porque los tres nos habíamos conocido desde pequeños. Que Pedro hablara así de Joao...

A los pocos días me reuní con Joao y le dije:

-No muestres toda esa antipatía con los represores porque de verdad sabes mucho.

-No pienso huir.

-No, no se trata de huir.

-Sé lo de Pedro, no sólo lo habló contigo, lo habló con Amaral, con Leau Duarte. Me quieren ver muerto, piensan que voy a traicionar a la causa. ¿Y tú qué dices?

-Eres mi hermano -le dije-, jamás haría nada contra ti. -Me dio un abrazo.

 

Fue la última vez que le vi con vida. Al día siguiente lo hallaron muerto en el camino con una herida fatal en la espalda, a la altura del corazón. Nadie se hizo cargo de la muerte, ni Pedro, ni Amaral, ni Leau.

Lo hablé con Dalva. Ella me dijo:

-No fueron los represores, fue alguien de los nuestros que le tendieron una emboscada.

 

La muerte de Joao retrasó la revolución porque nadie tenía los nombres de todos los que nos acompañarían y nos apoyarían. Pensábamos en mayo comenzar la liberación y no pudo ser. Ignorábamos que había otros bandos y en agosto de 1820, en Oporto, estalló una revuelta. No hubo oposición, liberales de Lisboa también se sumaron a la revuelta. Se formó una junta provisional, eligieron Cortes para redactar una constitución. Habíamos triunfado, por lo menos provisoriamente.

 

En 1821 me casé con Dalva. Me sentí herido por la muerte de Joao, nunca se supo quien lo había matado pero fueron, de eso no tengo ninguna duda, o Pedro o Amaral Silvero o Leau Duarte. No, era algo que no podía soportar, algo que me hacía sentir mal, algo que...

 

Tenía mi propio dinero, Dalva tenía el suyo, nos fuimos al sur. No llegamos a Lisboa, nos quedamos a mitad de camino en un pequeño poblado llamado Aveiro. Nos alejamos de nuestros ex-amigos, yo ya no podía confiar en ninguno de ellos. Sentía como un resentimiento y pensaba "A Amaral, a Leau no los conocía tanto, no me provocaban dolor pero Pedro Madeira, él fue el primero que me dijo que Joao Uribal era un peligro". Estoy convencido de que él lo mató o lo mandó matar por egoísmo porque Joao, por más que le sacaran lo ojos nunca iba a hablar de nosotros ni de sus contactos, se haría matar primero. Entonces, la amistad de dos décadas, la lealtad, ese amor fraterno, esa hermandad de corazón que era más fuerte que los lazos sanguíneos, ¿qué pasó con todo eso? Y ahí me quedaron engramas de desconfianza, de dudas, de recelos.

 

Durante largos años Dalva me compensó con su amor, su comprensión, su lealtad, la que retribuí por supuesto. Nos contactamos con nuestras familias varias veces pero mi familia verdadera era Dalva y nuestros dos hijos a los que criamos bien para que sean un hombre y una mujer de bien.

 

Esa vida me marcó porque lo que te marca son los momentos negativos, los momentos buenos los gozas, te aflojas, te sientes bien pero la experiencia la adquieres en los malos momentos, porque así es la vida del ser humano.

 

Gracias por escucharme.