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Psicoauditación - Jorge B.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 24/08/2015
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Jorge B.

En su familia se cometieron crímenes y quedó marcado en su entorno. Vagó mucho tiempo por lugares hasta que encontró amparo con una joven dejando al final una fundación para niños. Quedó con varios engramas.

Sesión en MP3 (1.979 KB)

 

Entidad: En una vida anterior nací en un pequeño pueblo de Alemania, muy cercano a Dinamarca, en Kiel. Mi familia era de pescadores, pescaban en el mar Báltico. Era una familia numerosa, mi padre tenía cuatro hermanos. Mi nombre era Fritz, Fritz Kiebel.

Había una empresa que era inmensa comparada con nosotros pero quería el monopolio de toda la pesca al punto tal de que cuando yo cumplí 18 años, no sé si era una trampa, uno de sus obreros murió ahogado. Pusieron sus papeles a nombre nuestro. Al cadáver le pusieron ropa de la nuestra, no teníamos uniforme pero teníamos una ropa que nos distinguía, unas capas para aguacero bastante, bastante gruesas, rústicas, económicas pero que cumplían su cometido y nos acusaron de dejar morir a un empleado cuando nunca tuvimos empleados, trabajaba padre y mis tíos y, obviamente, un servidor, Fritz.

Los aldeanos dejaron de comprarnos la mercadería. Uno de mis tíos se mató. Papá y los otros hermanos, con lo que hoy llamáis mente reactiva, fueron a las oficinas de la empresa, mataron a los dos hermanos. Algo injustificable, por supuesto.

 

El único que quedó vivo fue papá que fue condenado pero antes de llegar a prisión varios manifestantes lo ajusticiaron en el camino. A los dos meses mamá murió de pena y yo quedé marcado como el hijo y sobrino de los asesinos. Había juntado un poco de dinero, malvendí la propiedad y viajé para el sudeste, para Lubeck. Pero a pesar de la distancia, que en aquella era mucha para recorrerla, sabían lo que había ocurrido en Kiel. No quise ir para Hamburgo, a orillas del río Elba, me marché al este para Schüring.

Me quedé trabajando. Mi dinero lo tenía dentro de mi ropa interior, no confiaba en nadie. Desamparado, solo, con engramas de desprotección, de injusticia. Por supuesto que condenaba lo que había hecho padre y mis tíos pero... No puedo decir que los de la empresa se lo merecían, no creo en las venganzas pero me doy cuenta que tampoco creí en la justicia. Me quedé año y medio allá en Schüring y en julio cuando llegó el verano fui más al sur. Evité lo que hoy es Berlín y llegué a un poblado pequeño llamado Potsdam. También me quedé dos o tres meses hasta que bajé a Dessau, también a orillas del río. No era un pueblo agradable para montar un negocio, la gente era muy desconfiada. Me preguntaban de dónde venía.

Deambulaba de un lado para el otro. Viajé para el sudeste, Halle, Erfurt. Atravesé una zona salvaje, una zona selvática, había aldeas pero la zona era muy hostil. Atravesé la selva, llegué a un pequeño pueblo perdido llamado Kassel casi desmayado de altísima fiebre, de picaduras de insectos. Ya era septiembre, ya estaba llegando el otoño, unos aldeanos me tuvieron en su casa. Les di un més, no la quisieron aceptar.

 

Hasta que seguí en marcha, caminando. Llegué a otro pequeño poblado donde compré un caballo pinto. Siempre me costó montar. De pequeño había montado un caballo, me había derribado. Casi me desnuco. Y ahí también cogí engramas que luego en esa vida traté de cobrar el coraje hasta que conseguí encariñarme con mi caballo. Hice un pequeño viaje, siempre bordeando ríos, hasta llegar a una localidad llamada Heidelberg.

Los pueblerinos eran muy supersticiosos:

-Quédate aquí joven, no vayas más al sur, hay zonas selváticas que habitan seres irreales. Hay gente que se ha internado en esas oscuras selvas y no ha salido viva.

Cosas en las que, obviamente, no creía.

 

Con el dinero que tenía me instalé, me puse un pequeño negocio. Un rubro que desconocía pero era audaz, venta de lo que hoy llamáis embutidos, quesos, fiambres, algo que nunca había hecho pero que tomé un ayudante, un joven apenas dos menor que yo, llamado Elmund, muy honesto, muy confiable, de una familia pobre pero honrada. Y me establecí allí.

 

Nunca, nunca borré los engramas de desamparo que tuve en Kiel. Conocí a Helga dos años más tarde, una joven que había venido de lo que hoy se conoce como Stuttgart. Al año nos casamos.

Lo que hoy llamarías karma o qué, ella no podía tener hijos pero nuestra unión era indisoluble, nos amábamos. Ella no me ayudaba en la tienda pero en casa enseñaba a pequeños a leer y a escribir y ayudaba con el poco o mucho dinero que ganaba como maestra. Nos complementábamos.

Su vida tampoco fue dichosa. Sus padres eran buenos pero tenían una forma distinta de pensar, demasiado religiosos quizás.

 

Viví bastante para la expectativa de la época, sesenta y seis años. Mi esposa vivió cuatro años más. En aquella época hicimos lo más parecido a lo que hoy sería una fundación para niños carenciados, hicimos un testamento que nuestro dinero y propiedad lo dejábamos para hacer una escuela. Ya desencarnado pude comprobar conceptualmente que se logró, esa vida mía no fue en vano. Sí, obviamente, me quedaron engramas de desamparo a pesar del amor de Helga. Hay cosas que de joven se arraigan tanto, tanto, tanto que por más que tengas décadas de felicidad siempre te queda esa mancha, esa muesca, esa grieta en tu alma.

Pero tenía voluntad, era el rol de Fritz. Logré hacer cosas que aprendí a la fuerza. Logré quitarme el engrama del temor a montar un caballo. Logré quitarme el engrama de no encontrar un lugar de pertenencia porque lo encontré viviendo décadas feliz con Helga. Sí, me quedaron, quizás, muy inconscientemente, muy en mi interior la desconfianza de tratar con desconocidos pensando que ellos sospecharían que yo sería el hijo de aquella familia criminal de Kiel. Pero los engramas se ocultan, te condicionan, te manipulan.

 

El haber relatado esta vida en lo que es Alemania me ha hecho descargar muchísimo. Espero que mi 10%, Jorge, se sienta menos condicionado aun sabiendo que también los roles del ego hacen su parte negativa.

 

Gracias por escucharme.