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Psicoauditación - Lacruz D.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 30/04/2018

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Lacruz D.

La entidad relata pasajes de una vida en que disfrutó de lo que hizo. Vivió a su gusto sin preocuparse de las habladurías de los demás.

Sesión en MP3 (3.243 KB)

 

Entidad: A mí siempre me criticaron, me criticaron porque en distintas vidas he logrado metas que otros no han logrado. Casi nadie ha logrado las metas que yo he logrado.

Como thetán, Filo-El, estoy en el 3.1. Me tiene sin cuidado porque lo importante, las metas que yo voy a lograr como las que he logrado en distintas vidas, nadie, nadie me puede reprochar nada de lo que he hecho y de lo que seguiré haciendo.

 

Recuerdo la vida como Dionisio, era campesino que trabajaba para un patrón. Yo siempre le decía don o patrón.

La demás gente me decía:

-Dionisio, no es don, no es patrón, es el monarca de toda la región.

-¡Ah! Yo le digo don o le digo patrón, y está todo bien conmigo.

 

Desde que murió mi papá que yo prácticamente trabajo para él, con los animales y con todo lo que es el pasto ese. Con mi señora le llevamos todo tipo de legumbres.

¡¡Qué patio feudal ni patio feudal!! Conmigo es con el que el don tiene la confianza, sabe que yo no lo voy a engañar, no lo voy a mentir. "Mire, don, esta cosecha no salió bien. Mire, don, este animal tiene carne dura, es animal viejo".

Todos se extrañaban porque recurría a mí habiendo una feria feudal tan grande.

 

Después murió mi mujer, yo ya tenía como cuarenta ciclos de los de ustedes, murió de un invierno muy frío, que me quedé con los dos críos. ¡Va! ¿Críos...? ¡Vagos! No querían ordeñar a los vacunos, no querían arar, no querían sembrar... Después, claro, la cosecha sí porque la cosecha traía metales. Yo me rompía sólo el cuerpo ahí, igual que juntaba metales, ¿eh?, bastantes metales juntaba.

 

-¡Hey! ¿Que pasa que no se vuelve a casar o a buscar una pareja?

-¡Ah! Déjenme tranquilo a mí, déjenme tranquilo. Espero que los hijos sean un poco más grandes, si no trabajan conmigo directamente que vayan al poblado o que trabajen en la feria feudal. Yo me arreglo, yo voy a contrataciones y listo.

 

Pero che, por alguna razón el patrón me tenía una simpatía tremenda, el hijo no; el hijo me miraba así con cara como..., el hijo era re-recreído, llevaba la corona pequeña y ya se creía que mandaba, mandaba todo. ¡No mandaba nada, era un parásito! El patrón sí que se rompía. El monarca, el rey, como le decían en la zona, para mí era el patrón. Punto. Y hago lo que yo quiero.

Pero le agarró una enfermedad. ¿Pero será posible?, le agarró una enfermedad. Yo digo "Luego eso. Falta que se me muera este... Y el hijo... el hijo es un mezquino y un... ¡Va! No quiero decir lo que...

 

Y me mandan a llamar a palacio. Yo digo chao, se murió. Pero no, no se había muerto.

-Acércate, Dionisio.

-Sí, patrón. -Los soldados me miraban pero con un gesto de mitad odio mitad estupor. ¡Este tipo que le dice patrón al rey! ¿Qué le voy a decir mi rey?, patrón. Es mi patrón él me pagaba, me pagaba las cosechas, los quesos, la leche.

Había malas lenguas que decían "Este Dionisio le echó un hechizo al rey para que le compre sólo a él". ¿Qué hechizo, pero de qué están hablando? Esas cosas no existen, ¡ja, ja, ja!

 

¡Y no va y me da una bolsa enorme!

-Ábrela -me dice. ¡Ahhh, aquel que está más allá de las estrellas!, llena de metales dorados..., pero cada metal dorado era como veinte amaneceres de trabajo.

-Pero ¿y esto, mi patroncito?

-Para ti, porque has sido leal. Prácticamente yo soy más grande que tú y tu padre me ha servido, pero tú me has servido mucho más. Y estoy pronto a las puertas de la muerte y mi hijo tiene otro temperamento, él es más de hacer negocios con todos los de la feria y sé que hay más variedad, pero los vacunos que criabas, espectaculares...

-¡Pero van a decir que me las robé! ¡Cómo tantos metales acá!

-Y esto. -Me dio una especie de pergamino.

 

¡Ojo, eh! Aclaro que yo sabía leer y escribir. A mí no me van a estafar, a mí no me van a embromar, ojo. Miré el papel -bueno, pergamino, lo que sea-, ¡che! Era la orden de este hombre, del patrón, diciendo que era un pago por servicios prestados y bla, bla, bla y bla y sellado y lacrado, y que lo lleve conmigo para que vean que yo no robé nada. ¡Ah, jarito! Y después se murió y no me compraron más nada.

Pero había como mala... mala cosa en el lugar, ya los demás no me dirigían la palabra porque no era el favorito del rey, ahora el rey era el mocoso este, el chiquito.

 

Vendí así los malos animales menos un hoyuman muy lindo, bien negro con algunas manchitas, pero no era un pinto, no era un pinto, ¿eh?, era así con unas manchitas blancas, dócil. Vendí el terreno, la casa y me fui.

-¿A dónde vamos, que allí estábamos bien, qué a dónde nos llevas?

¡Ah! ¡Dios! ¡Dios! Me volvían loco los chicos -que ya no eran tan chicos-, eran semejantes grandotes, semejantes grandotes...

Y no fui al poblado más cerca, no, fui a otros más cerca de la zona ecuatorial, un lugar donde llovía poco, donde había buen clima. Averigüé si había bandidos por la zona. No, un lugar tranquilo.

 

Los chicos no se acostumbraron, se fueron a trabajar los dos a lo del herrero, se pensaban que yo me iba a quedar solo. ¡Ja! Se corrió la voz en el poblado cuando había una especie de tienda grande que manejaban dinero y yo cambié tres o cuatro metales dorados por bastantes metales plateados y un montón de metales cobreados. Decían "Este hombre es rico". Pero yo tenía mi espada, no es que la manejara con arte pero ¡me iban a venir a robar y todo!

Aparte, no era ningún tonto, la casa que compré estaba al lado de este hombre de la ley, el que cuidaba que en el pueblo no hubiera problemas, y era un tipo muy... cascarrabias le decís vosotros, así como medio loquito, alguno se hacía el loco y le rebanaba el cuello. Era muy bueno, yo traté de caerle en gracia porque uno se tiene que acomodar, ¿no?, con el que es fuerte. No me ignoró pero tampoco es que me prestó mucha atención. Yo le decía don, él me llamaba Dionisio directamente. Me preguntaba por los hijos, ¿eh?

-¡Ah! Ellos que se arreglen con el herrero, que trabajen. -Y no quisieron vivir conmigo.

 

El herrero tenía una pieza atrás, otra para él. Era un hombre solitario, medio también... medio loquito. Y mis hijos vivían ahí, en la otra habitación, no molestaban ni nada. Por un lado sentía como una especie de rencor en la garganta. Digo: "Pero qué, conmigo podrían estar bien".

 

Y no es que no hice nada, me dediqué a la curtiembre; curtía cuero. O sea, ojo, que no era ningún tonto, ¡eh!, a pesar de los metales que tenía que no los iba a gastar en toda mi vida seguía trabajando porque el trabajar hace bien, trabajar hace bien.

Pero en la posada había una moza de trenzas largas, morena, muy buena y me prestaba atención -porque ojo, que yo todavía tenía lo mío, ¿eh?-. Ella no le hacía caso a nadie, se fijaba en mí, ¡en mí!

Y un día la invité a casa. ¿Para qué? ¿Pensaran que yo me quise hacer el vivo y ella me rechazó? Al revés, ella me empezó a acariciar y a todas esas cosas. Y bueno, pasó lo que tenía que pasar y venía seguido.

Y mis hijos, y mis hijos que son una pesadilla:

-¿Sabes cuánto ganamos, papá, cada uno? Dos metales de plata cada siete amaneceres. Y sabemos que a esa morena cada vez que viene de visita le das un metal dorado.

-Bueno, pobre... A ustedes qué les importa, ustedes tienen su trabajo y yo tengo un montón acá de metales dorados. ¿Cuál es?

-¿Te piensas que te quiere?

-¡Ay! A ustedes les falta experiencia, ex-pe-rien-cia. Si supieran cómo me tiene, este cuerpito todavía puede más que el de ustedes que son jóvenes. ¡Ah, ja, ja! Y no es por los metales. ¿Por qué no se van y no vengan más? Quédense en lo del herrero. ¿Cómo por los metales, cómo por los metales? Yo no soy un viejo, ¿eh? Yo todavía puedo. ¿Cómo por los metales? Vayan a lo del herrero. ¿Que el herrero les comenta algo? ¿Les llena la cabeza?

-Al herrero no le importa nada fuera de su trabajo -me respondieron.

-Mejor. Que nadie se meta conmigo. Don Conde, el que manda acá, el de la ley, mira, tampoco me comenta nada, me respeta. Ustedes no me respetan.

 

¡Y vaya si valgo! Trajo una compañerita, la mocita, la rubia, la que tenía pelo suelto. Me dio un poco de pudor porque estaban las dos... ¡El pudor se me fue, che!

No tenía bebida espumante, tenía una bebida que parecía alcohol puro pero te quemaba todo, me tomaba tres o cuatro copas y no podía con dos, ¡con diez!, ¡con diez podía!

En el pueblo se decía que me usaban, que me sacaban los metales y que no le iba a dejar nada a mis hijos, a ninguno de los dos. Mis hijos eran grandes, tenían su trabajo, no me molesten. A ver. ¿Y si me usaban, qué? ¿Cuánto iba a vivir? No me iba a alcanzar la vida para gastar los metales que me dio el patroncito que había muerto. ¿Y si la pasaba bien, qué?, ¿a quién le tenía que reclamar algo? No robaba a nadie, no mataba a nadie. ¿Por qué no me dejaban de molestar la vida, tranquilo? Eso sí, me cuidaba, me cuidaba. Si no entiendes lo que quiere decir es problema de ustedes, che.

 

¡Y no viene la rubia y dice que está embarazada! Y en el poblado dice:

-Fue don Dionisio. -No, no, no; yo no iba a mantener hijos de otros.

 

Hablé con don Conde. Lo invité a casa a comer. No. No quiso.

-¿Quiere tomar una copa? -No. No quiso. ¡Ah!, estirado, estirado el hombre.

-No, le vengo a decir que... Bueno, tenemos cosas con las niñas, pero yo me cuido. Y ahora dice que está... Usted me entiende, don Conde, está... Pero no es mío.

 

Don Conde era un buen tipo, me dijo que iba a investigar. Pasaron como tres amaneceres y averiguó que se veía ¡con el hijo del enterrador! ¡Habría que enterrarle a él la cabeza! Se iban al pajonal, qué sé yo, por ahí... y eso. Ustedes me entienden eso. En el pajonal, la rubia y el hijo del enterrador. Se ve que sabía muy bien de enterrar, ustedes me entienden, y si no me entienden no es mi problema.

 

Bueno, zafé. Pero es como que no le tuve confianza, no la quise más. Pero mis hijos me hacía la guerra, decían:

-Pero si no es ésta, va a ser otra. Alguna te va hacer caer.

Le dije a don Conde:

-Vigíleme a la morena, no sea que se vea con alguien y después me encaje a mí un hijo, otro más. -Pero se me retobó.

-Yo no trabajo para usted.

-Espere, espere -Agarré un metal dorado-, esto para usted.

-¿Me está comprando?

-No, es por la atención y la delicadeza que ha tenido para conmigo, no, no. ¿Una copa?

-No. -No quiso-. Voy a averiguar.

-¡Ah! Pero yo, comprar no, yo se lo di como una atención.

 

Y sí, la morena no se veía con el hijo del enterrador, se veía con los dos hijos del dueño de las grandes tiendas, con el hijo del dueño de la posada pero desde hace tiempo, y con media aldea. Le conté a mi hijo.

-¿Ves, ves papá? ¿Ves que era por tus metales?

-¿Por qué por mis metales? Puede estar con este, con ese, con aquel pero después vienen a mí porque saben que yo... yo puedo.

-Sí claro, tú puedes pagarles.

-Hagamos una cosa, ustedes viven su vida, yo vivo la mía.

 

Me hacía de amigos en la posada porque pagaba las vueltas para todos, y mi hijo me decía:

-En la posada también te están usando.

-¡Usando! Tengo como veinte amigos.

-Claro, veinte amigos a los que les pagas copas. Seguramente también algún guisado.

-¿Y? Es una atención que tengo. ¿Cuánto más voy a vivir? Déjenme de molestar.

 

Y me fue bien. Serán amigos por interés pero yo la pasaba bien, jugábamos con una baraja, apostábamos. Al comienzo ganaba, tenía un montón de metales pero el hecho de ganar me hacía sentir bien, Y después empecé a perder, había uno que tenía manos mágicas o no sé que hacía las cartas que me empezó a ganar a ganar a ganar  y quería apostar alto. Cuando ya había perdido como veinte metales "dorados" dije "No, no, no, no".

 

Y viví cuatro o cinco ciclos más. Mis hijos ya tenían veinticinco ciclos el más chico y veintisiete ciclos el más grande.

 

Después ya, como fuera de la vida física, vi que ellos se quedaron con los metales que yo tenía y se fueron a otro pueblo, y de lo que habían aprendido del herrero se pusieron una enorme herrería que atendían incluso hasta a ejércitos.

Los dos tuvieron pareja, varios hijos.

Después dejé de percibir, porque ya era la vida de ellos, ya no me interesaba.

 

Ya está. Me voy.