Índice

Psicoauditación - Luís B.

Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 31/10/2019


Sesión 31/10/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidades que se presentarón a dialogar: Luís B.

En Aerandor III tuvo una vida en que era muy activo, trabajador. En casa esperaban que fuera así, para holgazanear. Pero enfermó y perdió todo. Le encontró un viajero por un camino.

Sesión en MP3 (3.168 KB)

 

Entidad: Mi nombre espiritual es Decas, plano 3 subnivel 9. ¿Si tengo muchos toles del ego? Sí, absolutamente. ¿Si tengo engramas? No puedo negarlo. ¿Si deseo justificarme? No, para nada. Entendí por los maestro de Luz que hacer rol de víctima no ayuda. Pero sí voy a relatar una vida de muchísimo tiempo atrás, en un mundo llamado Aerandor III.

 

Mi nombre era Elmer. Prácticamente no conocí a mis padres, me crié con unos tíos granjeros y salí adelante. Me gustaba estudiar, me gustaba aprender las letras, los números. Ayudaba a tío en la granja y me sentía agradecido a Dios por sobre todas las cosas.

Pensaréis "¿Pero cómo, huérfano, les dice tíos a los granjeros?, no eran su verdadera familia". Sí que eran mi verdadera familia, porque me criaron, y yo como agradecido les ayudé mucho. Pude incluso juntar dinero. No llegaba a lo dieciocho años cuando me instalé un pequeño comercio en el centro del pueblo, no era un poblado muy grande. La zona, por suerte, no era salvaje como otras regiones, y prosperé.

Lamenté tiempo más tarde la muerte de quienes me criaron, pero prosperaba en el trabajo.

 

Conocí a Dora, una joven soñadora, diríamos. Nos enamoramos y nos casamos. Tuvimos dos hijos, Xavier y Cunio. Ellos eran distintos a mí, querían divertirse, lo cual, por supuesto, no me parecía mal, ningún infante debe perder su niñez, para nada. Pero eso no significa que no sean responsables, y ellos eran bastante irresponsables, dejaban las cosas tiradas, no eran ordenados.

Mi esposa Dora no les decía nada, ella se quedaba en la casa, no me ayudaba en el negocio para nada, venía únicamente para ver cuánto habíamos hecho en el día. Pero lo más importante, lo más importante... ¡Ay! Hay cosas que me recuerdo y me ponen muy mal...

 

Voy a adelantarme un poquito en la historia.

Tanto mi esposa Dora, que sólo estaba interesada en lo que... en lo que ganaba en el comercio, mis hijos Xavier y Cunio, cuando fueron adolescentes prácticamente siempre estaba de jolgorio, no me ayudaban. Me recuerdo cuando yo tenía la edad de ellos, con la gente que me crió, horas y horas en el campo sembrando, cavando tierra, ayudando con los animales. Sé que todos somos distintos pero...

Hasta que me agarró como una enfermedad, me contagié de algo, nunca supe de qué, si es algo que tomé, algo que comí, pero me sentía más demacrado, más débil, más flojo por así decirlo. Tosía permanentemente.

Y le dije a Dora:

-Ocúpate del negocio.

-¡Ocuparme del negocio, Elmer! Discúlpame, pero yo no sé hacer nada, tú le pagas a los que te abastecen de mercadería, llevas las cuentas.

-¿Y para qué les enseñamos a los niños Xavier y Cunio a leer, a escribir, a llevar cuentas?

-¡Ay! Pero son muy pequeños.

-¿Cómo van a ser pequeños?, a la edad de ellos yo ya tenía las manos endurecidas de callos de trabajar en la tierra.

-¿Pero qué pretendes, que ellos también lo hagan?

-Disculpa, ¿por qué no habrían de hacerlo?

 

Pero no voy a dar más vueltas. Prácticamente yo yacía en cama y a espaldas mías mi esposa Dora vendió el negocio con todo lo que contenía adentro. No era tonta, no era tonta negociando, le dieron muchísimo, pero como administradora y con mis hijos dilapidando la plata no iba a durar mucho.

A Dora le gustaban las telas y entonces pagaron a alguien que en la misma casa, al costado, armara un gran galpón y se dedicó a comerciar con telas. Entraba dinero pero menos de la cuarta parte de lo que ganaba yo con el comercio. A veces me sentía como un poco más fuerte y me levantaba de la cama, a veces me cruzaba con Xavier o con Cunio y me decían:

-Padre, estorbas en el paso, ¿te puedes correr (apartar) cuando estamos trabajando?

Los miraba y les decía:

-¿Estáis ayudando a mamá?

-Sí, le llevamos las cuentas.

-¿Los dos?, ¿los dos hace falta que le lleven las cuentas? ¿Uno no puede ayudarla a cortar las telas?

-Esta no es nuestra tarea. Y córrete (apártate) del paso, que estorbas.

 

O de repente iba caminando, y caminaba tan lentamente que Cunio me decía:

-¿Por qué no te quedas a un costado, no ves que estorbas, no ves que molestas?

 

Y cada vez me sentía más débil y a veces me arrodillaba en un rincón y mentalmente le decía a Dios "Tengo tantas cosas para hacer, tanto anhelo por elucubrar proyectos y este cuerpo no me lo permite, es como que me siento prisionero, es como que me siento que quisiera volar como un ave y ni siquiera puedo caminar como un hombre".

 

Recuerdo los primeros tiempos cuando los niños eran muy pequeños, la ternura, el amor con que me miraba Dora. Ahora me miraba con ojos vidriosos, como pasando la mirada a través de mí, como que yo fuera un cristal y la mirada lo atravesara, como la luz lo atraviesa. Les tenía que pedir a veces que me trajeran un plato de comida calienta a la cama.

-¡Ay, Elmer, las excusas que pones para no levantarte!

-Si no puedes tú, porque vas a ir con las telas, dile a algunos de los jóvenes, de los niños, de los hijos queridos...

-¡Ay, Elmer ahora eres irónico! Llámalos por su nombre, no les digas los muchachos, los niños, no uses ese sarcasmo, nosotros tendríamos que hacer el sarcasmo contigo, que pones excusas para no hacer nada. Tuvimos que vender tu almacén porque no lo atendías.

-Mujer, y cómo quieres que lo atienda.

 

Es cierto me habían visto dos médicos en distintos pueblos, ninguno sabía que tenía. "Un mal en la sangre" decía uno. "No, en los pulmones" decía otro, pero ninguno daba con la tecla. Me sentía como... como que no sabía para qué estaba vivo, con el desprecio que sentían por mí.

Había como cierto odio, no hacia Dora ni hacia Xavier ni hacia Cunio, no, no, no; a las circunstancias, por así llamarlo.

 

Recuerdo que un día me sentí un poco mejor y a duras penas logré caminar. Era una tarde calurosa, corría una pequeña brisa y me alejé. Mi mente divagaba, soñaba hasta que perdí la noción del tiempo y me di cuente de lo agotado, lo tremendamente agotado que estaba, y al borde del camino me senté en una roca, ¡Aaah, aaah!, respirando agotado, agotadísimo. Hasta que vi a un hombre de piel indefinida como cobriza, como blancuzca, sin cabello y unos ojos también indefinidos como su piel, grises, celestes..., no sabría decirlo.

-Te veo mal -me dijo el hombre.

-Estoy agotadísimo.

-¿Cómo te llamas?

-Mi nombre es Elmer.

-Eres una persona joven.

-No tanto, la verdad que no tanto. -Tenía cuarenta y seis de vuestros años, pero sí, no era una persona anciana, por así decirlo.

-¿Y tú quién eres? -pregunté.

-Mi nombre es Jano. -Lo miraba, andaba con una especie de toga, con sandalias, con un báculo que a veces lo usaba de bastón, pero lo veía con una tremenda energía, edad indefinida, no sabría decirlo.

El hombre buscó en su alforja, sacó una pequeña cantimplora.

-No tengo sed, a pesar de estar agotado no quiero tomar agua.

-No, no es agua -dijo Jano. -Bebí un sorbo, tenía un gusto amargo y a su vez mentolado, indefinido.

-¿Qué es esto? No parece el jugo de algún fruto.

-Bébelo, te va a hacer bien.

-¿Cómo me puede hacer bien si no sabes lo qué tengo?

-Me imagino lo que tienes.

Lo miré y le dije:

-Unos dijeron algo en el pulmón, otros en la sangre.

Jano me miró y me dijo:

-Seguro que has cogido una bacteria, y esto te está infectando el cuerpo y puede incluso con tus anticuerpos.

Lo miraba.

-No entiendo tu lenguaje, tengo un cuerpo... ¿cómo anticuerpos? ¿Qué es una bacteria?

-Es un microorganismo que te infecta. Toma esto.

-¿Todo?

-Tómalo todo, Elmer. -Me tomé toda la cantimplora, de a sorbos.

-¿Y esto me va a sanar?

-Esto te va a curar.

-¿Pero no hay más? ¿Con esto es suficiente?

-Con esto te será suficiente.

-¿Quién eres?, ¿qué eres?

-Un viajero -me respondió Jano.

-¿De qué región vienes?

-De muy lejos, me encanta recorrer lugares. Es un bello mundo. -Le agradecí, le agradecí de verdad. Se quedó un rato conmigo y le conté parte de mi historia.

Me dijo:

-No puedo prejuzgar sin conocer a la gente, pero interpreto que no te han tratado bien, tú no eres responsable de haber cogido ese microorganismo.

-¿Y por qué yo?

-Tendrías bajas las defensas.

-Eeeh... Me sé defender, pero nadie me atacó.

-Las defensas de tu cuerpo.

-¿Cómo defensas de mi cuerpo? -Yo era fuerte, no entendía el lenguaje de este ser llamado Jano, tan extraño.

-Te pondrás bien.

-Dios lo permita.

Me respondió:

-Todos somos herramientas de dios, en su medida. -Me paré (levanté) para saludarlo y me dio un abrazo firme pero sin apretarme, sabía que estaba frágil-. Quédate un rato descansando y luego vuelve a tu hogar. Y toma. -Extendí la mano y me dio una moneda dorada.

-¿Por qué esto?

-Te servirá. -Y el viajero se marchó.

 

No pasó mucho tiempo y me sentía como con más ánimo. Es más, el recorrido de regreso lo hice en la cuarta parte de tiempo que el viaje de ida. Tenía hambre, ni siquiera tenía deseos de acostarme, me sentí mucho más fuerte.

 

Pasaron uno, dos, tres, cuatro, cinco días y estaba en perfecto estado. Honestamente, no sé qué me dio este hombre, Jano, pero me sentía fuertísimo.

Lo que me había dado no era una moneda, era como un disco.

Cuando mi esposa Dora lo vio, me dijo:

-¡Pero esto es oro!

-Y lo utilizaré -exclamé-. Me pondré de vuelta el almacén.

 

Ese disco gigantesco, mucho más grande que una moneda, era muy valioso. Y recuperé el almacén y trabajé con todas las fuerzas.

Tanto Dora como Xavier y Cunio estaban empalagosos, en el sentido de que me alababan:

-¡Bravo padre! Has vuelto a ser tú.

Dora me acariciaba la cabeza.

-Querido, nunca dudé de ti.

Y les respondí a los tres:

-Ni yo de vosotros. Ni yo de vosotros, porque ahora sé quiénes sois. No hace falta que vengáis a ayudarme al almacén. Quédate con tus telas y vosotros ayudad a madre. Honestamente, yo no volveré a casa, me quedaré aquí en el almacén.

Dora se molestó y me dijo:

-Claro, ahora que te has recuperado seguro que tienes otra persona.

-Claro que tengo otra persona, por supuesto que tengo otra persona.

-Lo sabíamos -dijeron mis hijos. Y los tres se marcharon.

 

¿Les había mentido? Para nada. Tenía otra persona: mi nuevo yo, mi nuevo ser, aquel que ya no se sentía más prisionero de su cuerpo, aquel que había vuelto a respetarse a sí mismo, aquel que de a poco iba no a arrancarse la piel, a arrancarse de a poco sus engramas, esos engramas que lo hacían sentir menos, esos engramas que lo hacían sentir despreciado, porque peor que te desprecien los demás es que tú, tú, te desprecies a ti mismo.

 

Gracias por escucharme.