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Psicoauditación - Valeria

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 23/07/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidades que se presentarón a dialogar: Valeria

Aunque joven no estaba de acuerdo con la vida que levaba como hija de labriegos, quería conocer otras cosas. Pero necesitaba aumentar su autoestima.

Sesión en MP3 (3.333 KB)

 

Entidad: De pequeña siempre tuve complejos, no solamente baja estima, quería ser alguien más. Mis padres eran aldeanos y yo anhelaba con vivir aventuras, conocer otras tierras. Padre no me prestaba mucha atención, él quizá no me prestaba atención porque hubiera querido tener un varón para que trabajara la tierra con él. Y madre decía que yo era una soñadora.

 

A veces me quedaba como colgada en mis pensamientos mirando al horizonte. Madre, suavemente me golpeaba la cabeza.

-Merela, otra vez dormida despierta.

-No, madre. No dormida, pensando.

-Hija, ayúdame en las tareas, sola no puedo lavar, cocinar, limpiar la casa. Ayúdame por lo menos arreglando el establo, dale de comer a los animales.

-Sí, madre. -Iba. Y las lágrimas me caían por la mejilla y me sentía insatisfecha. ¿Esta va ser mi vida de grande, arreglar el establo, vivir aburrida?

Mi madre me abrazaba.

-Merela... Merela... El día de mañana vas a conocer un joven trabajador, quizás un carpintero, un herrero... -¡Je, je! Por dentro me reía. Anhelaba conocer un noble, vivir otra vida.

Recuerdo que ya siendo más grande, casi adolescente le dije:

-Anhelo otra cosa.

-Hija, si no vives tu realidad, si no disfrutas lo que tienes vas a ser infeliz.

 

Y aún siendo más grande, ya de adolescente de más de dieciséis años le dije:

-O sea, amar la rutina, adorar el hastío, disfrutar que las horas pasen sin que nada nuevo ocurra, ¿eso me va a hacer feliz?

-Merela, eres buena en la ironía, pero con eso no ganas dinero, el establo sigue sin arreglar... ¿Por qué no te quieres a ti misma?

-¡Ay!, madre. Tengo amigas en el poblado, me aprecian, las aprecio yo también, pero las veo tan... tan normales. -Madre puso un rostro serio preocupado.

-O sea, que tú, Merela, ¿no te sientes normal? ¿Estás enferma o algo?

-No madre, me siento poca cosa.

 

De niña jamás me había pegado madre. En ese momento, ¡plaf!, Me dio una bofetada en la mejilla y luego se puso a llorar. ¿Si sentí pena porque se puso a llorar? No, sentí rabia porque me había pegado una bofetada.

Y la increpé.

-¿Y esto por qué?

-¿Te sientes poca cosa? ¿Nosotros somos poca cosa? Tu padre trabaja desde el amanecer hasta el atardecer para que tengamos para comer, para que tengamos ropa y podamos vestirnos. Nunca te faltó nada. ¿Te faltó amor?

-No -le dije.

-¿Entonces qué?

-¿Vosotros sois felices? -pregunté.

-Papá y yo nos amamos.

-Sí, pero padre ya es grande.

-Tu padre no es grande, tu padre es un hombre joven todavía. Tú lo ves desde tu perspectiva de niña.

-Ya no soy una niña.

-Para mí sí. ¿Pero cuál es tu interrogante, Merela?

-¿Padre es feliz?

-Claro que es feliz.

-¿No tiene más aspiraciones?

-No entiendo. ¿Qué aspiraciones? ¿Qué pretendes? No es un noble, pero trabaja, tiene salud, nos amamos, somos buenos vecinos, en el poblado nos quieren, a veces nos reunimos con otros vecinos, festejamos...

-¿Y qué más?

-Merela, ¿qué es lo que te falta?, ¿qué es lo que quieres?

-No sé, me gustaría vestir ropa de cuero, aprender a tirar con el arco, tener un espadín como veo en algunos varones.

-Merela, eres una mujer, no está bien visto que estés con ropa de cuero y con espadín.

-¿Por qué? ¿Quién pone las leyes? ¿Dios pone las leyes o los aldeanos atrasados? -Amagó con pegarme de vuelta, como tiempo atrás.

-No, madre, lo mío no es un insulto, lo mío es una realidad en lo que veo a diario: se levantan, comen, hacen su trabajo, comen de vuelta, hacen su trabajo, se acuestan, tienen hijos, los crían, envejecen y mueren.

-Merela, ¿lo has hablado con padre?

-Padre no me presta atención, él quería un varón.

-Bueno, pero esas inquietudes que tienes... ¿Todavía te sigues sintiendo menos?

-No sé, quiero otra cosa.

-Te damos libertad... A veces vas con otras jóvenes al bosque, al camino, obviamente sin alejarse demasiado del poblado porque en los caminos también hay asaltantes.

 

Recuerdo que una tarde fui sola por el camino.

Madre me decía:

-Llévate un caballo.

-No, quiero caminar, quiero descargar esa energía que me come por dentro y que me lastima hasta el pecho.

 

Me crucé con un hombre bastante joven, pero tenía barba. Vestía de la manera que a mí me gustaba, de cuero.

Me saludó. Me preguntó:

-¿Eres de aquí?

-Sí.

-Seguramente me quedaré unos días en el poblado. Mi nombre es Nurmen.

-¿De dónde eres?

-De aquí, de allá, de más allá. Soy un viajero.

-¿Y qué haces de la vida?

-Sé hacer de todo.

-No, no pregunté eso, Nurmen, ¿qué haces de tu vida?

-Conozco gente. Y aprendo artesanías, sé de herrería, de carpintería, sé de cueros.

-Veo. Tienes una ropa buenísima.

-¿Y tú quién eres?

-Mi nombre es Merela, pero mi vida es muy rutinaria. -Le conté que estaba con mis padres, que quería conocer mundo, que me hubiera gustado vestir como él.

-Tengo en mis alforjas ropa incluso para gente más menuda. A ti, mujer, te serviría.

-Pero no tengo dinero.

-No te preocupes.

-No, no. Espera, no acepto regalos de nadie. Aparte, nadie da regalos a cambio de nada.

Nurmen dijo:

-No me prejuzgues, no me prejuzgues. Eres una niña bonita pero no tengo intenciones de faltarte al respeto. Al contrario, debato con gente. He conocido nobles, he conocido filósofos, he conocido mendigos, he conocido ancianos sabios, he conocido jóvenes que querían aprender.

-¿Aprender qué?

-De la vida. Por ejemplo, tú. Me doy cuenta que tienes baja estima, no te quieres a ti misma.

-Está bien. ¿Y acaso tienes la solución?

-Mira, Merela -dijo Nurmen-, la solución es primero el aceptarte a ti misma, luego el aprender cosas, aparte de las que haces. ¿Sabes leer y escribir?

-Sí, madre me enseñó.

-Bueno, eso es un avance, son muy pocas jóvenes las que saben leer y escribir, eso queda para los varones. -Me molesté.

-¿Por qué? ¿Vosotros os sentís superiores?

-¿Ves?, por un lado tienes baja estima, por otro lado tienes ese orgullo mal entendido. Para mí no existe que un género sea superior al otro, cada uno tiene sus méritos. -Me tranquilicé.

-¿Te quedarás un tiempo en el poblado?

-Sí, en tanto y en cuanto no me aburra y tenga con quien conversar. ¿Hay gente interesante? -Me encogí de hombros.

-Mira, Nurmen, en la posada hay gente que lo único que le interesa es conversar de lo que han hecho durante el día y beber cerveza y reírse de chistes estúpidos.

-Entonces conversaré contigo, si me permites.

-Está bien.

Y a cambio te regalaré ropa de cuero y botas.

-Y algo más...

-A ver, explícate, Merela.

-¿Me enseñarías a disparar con el arco? ¿Me enseñarías a usar el espadín que tengo?

-¿Tienes un espadín?

-Sí, lo guardo en casa.

-¿Puedo acompañarte?

-No sé si a mi madre le gustaría, no le gustan los extraños.

-Niña, uno es extraño hasta que deja de serlo.

 

Permití que me acompañara. A padre le cayó bien e inmediatamente Nurmen conversó con padre. Le dijo que le interesaba también la labranza, si quería que lo ayudara. Padre es como que se sintió intimidado con el joven.

-Pero tú estás así con ropa de cuero, no... Es una ropa de lujo para trabajar acá.

-No te preocupes, en las alforjas tengo otro tipo de ropa. Puedo ayudarte unos días.

-No tengo para pagarte.

-No te preocupes, tengo dinero. He trabajado en otros pueblos de herrero, de carpintero... Puedo ayudaros. Veo que tenéis el techo con agujeros, puedo repararlo.

-Insisto, no tenemos para pagarte. -Nurmen se encogió de hombros.

-No hace falta, lo ayudo simplemente por hecho de hacerlo. Me encanta conversar.

 

A madre también le cayó bien, se quedó a comer con nosotros, hablaba de mil temas de regiones que había conocido, de gente con la que había conversado.

 

Dije:

-Eres muy instruido, enséñame cosas. -Padre se molestó únicamente cuando se enteró de que me había regalado una ropa de cuero y botas.

-Mira, Nurmen, nuestra niña es inocente, ella tiene ansias de conocer mundo pero no me gustaría que la utilizaras o que te abusaras. -Nurmen se puso serio.

-Señor, si piensa eso, les agradezco la comida, les agradezco su hospitalidad y me retiro. No me gusta que desconfíen de mí, hago todo de buena fe.

Padre se disculpó, pero dijo:

-Entiéndanos, somos labradores, nuestra hija para nosotros sigue siendo pequeña. Viene una persona que no conocemos y de repente se ofrece a arreglar la casa, a ayudarme en la labranza, a regalarle ropa de cuero a mi hija y...

-Y eso no es nada, también se ofreció a ayudarme a aprender a disparar con arco. Y mirad -Entré a mi habitación y saqué mi espadín-. Mira. -Nurmen lo miró.

-Buenísimo. ¿Lo has comprado?

-No, lo encontré en el bosque.

-¿De verdad?

-De verdad, cualquier cosa menos mentir.

Padre lo miró a Nurmen.

-Tienes una cara noble, tienes un rostro y unos ojos que no parecen mentir. No nos decepciones. Nuestra niña siempre nos dijo que quería aprender con el espadín y a disparar con arco y flecha. Pero no nos decepciones, entiende lo que quiero decir.

-Querida gente, he estado en decenas y decenas de poblados, he estado en decenas de posadas donde hay mujeres gentiles, si se entiende la expresión, no preciso engañar a ninguna chiquilla. No lo hago por eso, mi paga es conversar y aprender.

-¿Y de nosotros qué puedes aprender? -dijo mi padre-, no somos cultos como puedes ser tú.

-No os menospreciéis, porque si vosotros os menospreciáis, vuestra hija eso es lo que va a aprender, y su estima va a estar por el piso. Podemos aprender de todo. ¿Pensáis que el conocimiento es solamente conocer lugares o hablar de filosofía? Con eso no se gana dinero -exclamó Nurmen-. También se gana dinero haciendo lo que hacéis vosotros. Tu noble esposa trabajando en la casa, tú trabajando en la tierra y por lo que dices, Merela, ayudando en los establos, ayudando a cuidar los animales, aunque sé que a ella ese trabajo no le gusta.

 

Se alojó en la posada. Por la mañana temprano me enseñaba a disparar con el arco, a usar el espadín. La ropa que me regaló me quedaba perfecta, quizás un poco grande, pero Nurmen me dijo:

-Está bien que te quede holgada, vas a seguir creciendo.

 

Se quedó varios meses finalmente en el poblado, le cayó bien a todo el mundo.

 

Hasta que un día dijo: -Me marcho a conocer otras regiones.

 

Se despidió de nosotros. De verdad que me había encariñado con él. Jamás, jamás me faltó al respeto.

 

Le dije:

-¿Te volveremos a ver?

-Seguramente que sí, Merela -dijo Nurmen. Se abrazó con mi padre y le estrechó cálidamente la mano a madre-. Como veis, fui tal cual me describí: respetuoso, honesto, trabajador.

Lo único que dijo padre:

-Lamento no retribuirlo.

-¡Cómo no! Me has retribuido con vuestra compañía, con vuestra conversación humilde, como decís vosotros, pero para mí valiosa. Me he divertido enseñándole a vuestra niña la arquería, el practicar con su espadín. He conocido otra gente en el poblado, interesante. Me voy pleno, como en cada región que conozco.

-Qué raro -dijo mi padre-, que no llevas caballo.

-Me gusta caminar.

-Pero hay distancias muy muy largas.

-No tengo apuro, disfruto de la vida. No se trata de llegar a algún lado, se trata de disfrutar el recorrido. -Y se marchó.

 

Y entendí lo que decía Nurmen, se trata de disfrutar el recorrido. Pero para eso tenía que haber un recorrido. Esperaría a ser un poco más grande y no abandonaría, por supuesto a mis padres, pero haría como Nurmen, conocería otras regiones, lugares. Quería sentirme importante, pero para ello debería dar el primer paso, porque de eso se trataba.

 

La baja estima crece de dos maneras. Una, aceptándonos, venciendo esa ansiedad que nos carcome, y la única manera de vencerla era haciendo, porque la única manera de poder ser es hacer y aceptar lo que hacemos, ya sea un trabajo, el aprender una artesanía, el estudiar, porque si no nos aceptamos a nosotros mismos nunca nos vamos a terminar de querer.

Aceptarnos haciendo y queriendo lo que hacemos, y por transferencia nos queremos a nosotros mismos, nos aceptamos a nosotros mismos. Porque de eso se trata en la vida.

Nadie no nos va a querer si no nos queremos nosotros, nadie nos va a aceptar si no nos aceptamos primero nosotros. De eso se trata. Nada más ni nada menos.