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Psicoauditación - Walter

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

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Sesión 13/03/2015 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán)

Sesión 27/05/2015 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán)

Sesión 23/09/2015 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán)

Sesión 11/01/2016 Gaela, Hebelio

Sesión 24/02/2016 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán)

Sesión 29/04/2016 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán)

Sesión 17/06/2016 Aldebarán IV, Gualterio (Rey Anán)

Sesión 21/10/2016 Términus, Séptimo

Sesión 03/11/2016 Términus, Séptimo

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Sesión 20/02/2015
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

Es difícil ir contra corriente cuando las cosas siempre han sido así, cuando todos piensan igual. No pudo evitar una batalla para salvar vidas ya que todos estaban de acuerdo en que había que haber muertos. El ser humano no razona más allá que un animal.

 

Sesión en MP3 (3.062 KB)

 

 

Entidad: El ser humano no lucha solamente contra sus egos, lucha contra su tontería, su ineptitud, sus ambiciones, sus necesidades de apoderarse de cosas materiales que luego no le van a servir de nada. Ambiciones que si las miras desapasionadamente piensas ¿Hasta qué punto el ser humano razona más que el animal que sólo puede matar para comer o para defenderse? El ser humano es un inconformista y a veces cuando -es irónico ¿no?- a veces cuando sientes o crees o te imaginas que estás en tu mejor momento, en plenitud, con amor, en una posición que no te imaginabas y entiendes que por terceros no va a durar, entiendes que el ser humano es casi una bestia, entiendes que crees tener no sólo el dominio de ti mismo sino también el dominio sobre los demás hasta que cuando llega el momento de demostrarlo te das cuenta de que no, que no lo tienes.

 

Ya estaba felizmente casado, mi esposa embarazada, sentía paz, plenitud. Si bien mi esposa era una mujer difícil a veces me hubiera gustado que tuviera el carácter de mi madre. Mi madre era intransigente pero entendía, entendía. Mi esposa es como que se encaprichaba con algo y no había manera de hacerla entender que no era así. Ella te decía:

-Fíjate el Sol que nos alumbra, que tiene un tono verdoso.

-No, no, no, tiene un tono rojizo.

Y te discutía desde el amanecer hasta el anochecer que no era así. Entonces es como que ese diálogo que al comienzo teníamos se había perdido porque te buscaba el detalle en todo lo que hicieras.

A diferencia de otras madres -y suegra para ella- mi madre no se metía y padre estaba en sus asuntos de palacio.

 

Amaneceres, amaneceres, más amaneceres. Los vigías ven a lo lejos una formación de cincuenta hombres viniendo del rey de la comarca vecina. Quedaron afuera en el patio de armas. A los dos principales enviados padre los recibió. Yo estaba allí.

-Su Majestad, venimos de parte del monarca Tribun. Se han quejado en la aldea Goyen de que os pagan impuestos.

-Sí, -dijo mi padre, -está en nuestra comarca, es la aldea que más nos reditúa, pero los tenemos bien, no están esclavizados, comen bien.

-Sí, monarca, lo entendemos. Sé que son felices pero durante miles de amaneceres atrás, la aldea Goyen perteneció a nuestro monarca.

Padre contestó:

-No recuerdo cuanto hace que el rey, quien fuera mi padre, se fue con aquel que está más allá de las estrellas, pero siempre me dijo que Goyen era nuestra y así lo reconocen los pobladores.

-Es que nuestras aldeas son muy pobres y dan poco impuestos y nuestro monarca dice que, consultando con una adivina, que muchos siglos atrás era nuestra, Goyen.

-Pues dile a tu monarca que está equivocado y no es mi responsabilidad que vuestras aldeas tengan poco para ofrecer, quizás el error es de vuestro monarca que no los tiene bien cuidados a sus plebeyos. Por eso sus campos no son productivos, por eso sus animales no se multiplican, por eso pagan pocos impuestos.

 

La comitiva se marchó. Amaneceres, amaneceres, más amaneceres. Padre tenía razón, el monarca vecino cobraba buenos impuestos, lo gastaba todo en armamento, en preparar soldados, en caballería. Era una región más pequeña que la nuestra, les ganábamos en número pero no estábamos tan preparados. Tiempo después vino otra comitiva, eran menos, solamente diez. Los dos principales fueron recibidos y mi padre les dijo:

-¿Y ahora qué?

-Lamento informarle, Su Majestad, que nuestro monarca os exige la aldea o atacaremos. Lo lamento por la amistad de las dos regiones.

Mi padre con aires de suficiencia les dijo:

-¿Por qué queréis perder vuestros mejores soldados?

El hombre no supo disimular una mirada de furia.

-Si es lo que disponéis...

Y haciendo una leve cortesía marchando hacia atrás se retiraron.

 

A mí, a mí fue el primero que miró padre.

-Ya sabes lo que debes hacer, debes prepararte para la lucha.

-Pero padre, ¿no es más fácil repartir la aldea de Goyen entre los dos?

-Eso es signo de debilidad.

Llamó a Curbain, que era el jefe de guardia, un hombre alto me llevaba casi una cabeza. Se frotaba las manos como si fuera a comer una sabrosa pata cocida de algún animal del desierto.

 

Odiaba la violencia, odiaba las guerras, ¡basta! Todavía recuerdo cuando era pequeño, no quería más guerras ni aldeas desoladas que no tenían nada que ver. Lo comenté con mi esposa.

-Tú venías del sur, de Krakoa. ¿Qué te enseñaron allí? Te has acostumbrado a vestir como un señor, te has acostumbrado a los perfumes. ¿Te has amanerado?

-No me interesa la violencia, no me interesa que haya muertes, no tiene sentido. Por ganar unos impuestos van a morir cientos o miles. ¿Para qué?

-¿Para qué me casé contigo? -me respondió.

 

Sentí como un dolor en el estómago. Era ego, odio. Sentía como un rencor por un momento.

Dije:

-Me voy, abandono todo.

Golpearon la puerta ferozmente.

-¿Sí? -Esa figura imponente de Curbain.

-Su Alteza, vamos a preparar a los soldados.

Yo, ¿qué podía hacer? Todavía ni siquiera estaba diestro con la espada.

 

Y pasaron amaneceres, amaneceres y amaneceres. Mandamos vigías a cientos de líneas de distancia. Hasta que un atardecer veo la tropa de la región vecina.

Habíamos acampado lejos de palacio. Los miraba, había pocos que sabían pelear de verdad. No era tranquilidad que les ganásemos en número, no era tranquilidad.

Y llegó el día de la batalla. Se cruzó hierro contra hierro, cabalgadura contra cabalgadura. Sangre, huesos, cabezas cortadas, gritos, nada tenía sentido. Retrocedimos, retrocedieron.

Le dije a Curbain:

-Tenían que haber venido mujeres de palacio para que curaran las heridas.

-Los heridos está muertos.

-Los heridos no están muertos, quizá no sirvan para seguir luchando pero pueden regresar a la casa.

-No, están heridos. Habría que matarlos por piedad.

 

No me reconocía como Su Alteza, él comandaba, él decidía. Hubo decenas que murieron por desatención. Me sentía mal, me sentía molesto. Hubo una segunda acometida de parte de los soldados vecinos, no hubo ganador. Una tercera acometida. Una cuarta acometida y era como yo decía, había cientos de muertos de ambos lados para nada y los heridos quedaban ahí. Les dije a algunos soldados.

-Hagan pequeñas camillas, aten los palos a los hoyumans, llévenlos arrastrando.

-No, no -dijo Curbain-, están heridos, nos van a retrasar.

Me impuse, dije:

-Hablaré con el rey. Quiero llevar a los heridos.

 

Había más de 40 heridos que podían recuperar su vida. Íbamos volviendo hacia palacio cuando nos atacaron y al llevar los heridos nos tomaron de sorpresa y esta vez hubo más víctimas de nuestro lado, cientos contra apenas decenas de ellos.

-¡Inútil! -me dijo Curbain.

 Eligió los mejores soldados que a él le parecían y atacó a los que replegaban del bando vecino causando infinidad de bajas. Quedó como un héroe. Ya no vendrían a molestar pero encima ordenó matar, sacrificar a los heridos que quedaban y no pude hacer nada.

Volvimos victoriosos, según Curbain. Yo no lo veía así, yo veía como que era una masacre de ambos lados. Mi padre no escuchó mi versión, escuchó la versión de Curbain que yo huía para proteger a los heridos y entregarle al enemigo nuestro palacio.

-No padre -le dije-, no era así, ignoraba que nos iban a atacar, quería salvar a los heridos. Ahora solamente hay viudas, cientos de viudas y los que no están casados, sus madres sin sus hijos.

 

El rey me dio vuelta la cara. Obviamente mi esposa escuchó la versión oficial, no la mía:

-Así que te retirabas, así que querías perder.

¿Qué le podía responder? Iba a escuchar lo que quisiese escuchar. Me caían las lágrimas.

 

A la noche, en el patio de armas, una mano me toca el hombro y me doy vuelta sobresaltado y era madre. Madre era racional, me lo iba a entender. Le conté.

-Está bien, es correcta tu forma de pensar.

Me sentí tranquilo, por fin alguien me entendía.

-Es correcta pero no atinada.

Me envaré:

-¿Cómo no atinada?

-Curbain tenía razón, a veces el enemigo en batalla es lastre. Fíjate que en la embestida final ganaron pero no ganaste tú gano él. Si tú no hubieras querido salvar a los heridos hubiera habido menos muertos.

-Pero lo mío era ser humanitario.

-No se trata de ser humanitario, se trata de ser práctico.

-Madre, ¿tú también estás en contra mía?

-No hijo, no, porque entiendo tu sentir, tu pensar. Lo entiendo. Pero en palacio, entre la tropa, en la misma corte, tu concepto quedó por el piso.

Mi mente reactiva afloraba por todos mis poros enojado, molesto. Yo quería salvar a los que estaban heridos y que regresaran bien.

 

Mi vieja ropa la habían quemado pero vi unas botas de montar viejas pero cómodas, las cambié por mis botas brillantes y conseguí en el cuarto de campaña una ropa más de viajero.

Tiré todo lo que me identificara con ser el hijo del monarca y sí, cogí un buen hoyuman, un hoyuman negro y en medio de la noche me marché.

Aquel que está más allá de las estrellas me guiaría. La famosa felicidad, la corte, el comer comida sabrosa todos los días, una cama mullida alejado de los viejos catres de paja que durante tanto tiempo dormí...

Y me fui alejando de palacio viendo a lo lejos las luces, porque quedaban velas encendidas. Lo que ignoraba es que Curbain me seguía porque para él, el enemigo era yo, y yo ignoraba en mi pesadumbre, en mi distracción que mi destino estaba sellado, que un invencible asesino estaba a pocas millas cabalgando sin hacer ruido con intenciones aviesas.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 13/03/2015
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

Gualterio no habría sobrevivido al ataque de quien lo seguía. Su amigo le salvó y le ayudó a potenciar su autoestima dedicándole tiempo a prepararlo hasta que recuperó la confianza en sí mismo.

 

Sesión en MP3 (3.481 KB)

 

 

Entidad: Nosotros creemos que somos dueños de nuestro destino. Para muchos pareceré algo tonto, torpe. Para otros alguien callado, quizá tímido. Para otros, de poco carácter pero yo pienso mucho, mucho y sé que aquel que está más allá de las estrellas nos da libertad. Nosotros podemos elegir u optar por retirarnos de tal o cual ofrecimiento.

 

Pero no siempre es así porque nos olvidamos de terceros, de que tú vas caminando y asaltantes te matan para quitarte tu bolsa con metales o de repente vas a las montañas del noroeste y te atacan los dracons, o de repente vas muy al sur -que algún día iré- y descubres el misterio de los apartados pero quizás en el camino hay una avalancha y quedas sepultado bajo las rocas. ¿Qué decides entonces? ¿Qué decides de tu vida? ¿Qué decides? Decides ser humillado, decides irte de donde estabas porque te desprecian, porque no eres un guerrero pero tampoco eres un príncipe y cuando no sabes qué rótulo ponerte, que título ponerte, es cruel lo que voy a decir, pero sientes como que no eres nada, como que no le representas nada a nadie, como que estás solo, como que la felicidad no existe porque existe la traición, existe el desprecio, la burla y los poquitos amigos que puedes tener no están porque también tienen derecho a hacer su vida, no los puedes atar porque ellos también tienen su libertad que les da aquel que está más allá de las estrellas. Pero tampoco me gusta ser manoseado, si se entiende manoseado como que se burlan de ti, que te miran con desprecio, como que tú no vales nada para ellos. Y por eso opté por irme.

 

Opté por irme y mientras cabalgaba me sentí enojado, muy enojado y muy adentrado en mis pensamientos al punto tal de que no escuchaba que atrás mío alguien cabalgaba hasta que se acercó y es como si mis ojos se desviaran y vieran dos figuras. Me doy vuelta hacia mi izquierda mirando hacia atrás y veo la imponente figura de Curbain con su espada, con una actitud donde yo pensé "Aquí termina mi vida. Lo tienen que haber mandado", porque yo no le hacía daño. Y por otro lado veo otra imponente figura por el camino, había un camino superior a pocas líneas, que descendía a toda velocidad, era otro hoyuman. ¡Aranet!

 

Aranet me hace señas de que me detenga y que me aparte y se enfrenta a Curbain. Desmontan y cruzan sus espadas. No era fácil vencer a Curbain, al contario, Aranet llevaba una venda en el hombro izquierdo como que estaba lastimado. No estaba tan ágil con la misma herida que tenía y le cortó parte del brazo izquierdo con la espada a Curbain hasta que finalmente Aranet lo atravesó una, dos veces.

Estaba tan impresionado que veía las figuras luchando y a Curbain sin vida en el camino. Traía en mi alforja paños que los rompí, los mojé con un poco de licor y le vendé fuertemente el brazo.

 

-Eso es de niñas -me dijo Aranet-. Se lo sacó, buscó en su alforja y tenía una enorme aguja con un hilo de cuero.

-¿Qué haces? -Y comenzó a coserse la herida. Ni un pestañeo. Y me pidió el licor.

-¿Te vas a echar en la herida? -Me miró sonriendo y le pegó un trago que casi me vacía la botella.

-Cuéntame que pasó -me dijo.

Le conté que me sentía despreciado, que me acusaban de haber errado en la estrategia de una batalla, quería salvar a los heridos, Curbain no quería. Pero Aranet, mi amigo, reconocía que yo tenía razón.

-Para nada. Si verdaderamente hay tropas que se abalanzan contra vosotros no tiene sentido rescatar a nadie.

 

Lo miré pero no me lo dijo con mirada acusadora, me lo dijo con mirada neutra como si me dijera -Mira, acampemos allí que hay unos árboles. No me lo dijo con acusación me lo dijo como si tuviéramos un pergamino y en ese pergamino hubiera dibujado un campo de batalla y esto es así, así y así y es lo que tienes que hacer. Y lo acepté. Acepté que yo quizá estaba equivocado pero de una manera neutra. Y me reí por dentro porque cuando se cosía la herida del brazo me dolía a mí, no a él, me dolía mentalmente, si se entiende.

 

Le pregunté: -¿Qué te pasó en el hombro?

Me dijo: -Me encontré con un guerrero llamado Ligor.

-He escuchado hablar de Ligor. ¿Te has enfrentado a él?

-Para nada, al contrario. Estaba con Guilmo y se puso a jugar con Ligor de la misma manera que se puso a jugar conmigo en palacio, lo aceptó. Al contrario, nos entendíamos perfectamente, nos atacaron diez salteadores y nos hicimos cargo cada uno de cinco y los vencimos a los diez.

-Y de ahí la herida.

-No, al contrario, nos estábamos jactando, ¡El gran Ligor y el gran Aranet vencimos a 10 salteadores, solamente dos contra diez!, cuando en ese momento una flecha cayó en mi hombro, otra flecha en el hombro de Ligor y ambos, por el pequeño veneno que tenían caímos desmayados a merced de quienes lanzaron las flechas.

-¿Y qué les hicieron?

-Afortunadamente nada. Una joven, una joven oriental quizá la más experta en flechas de todo Umbro los liquidó a todos. Nos dio un antídoto y nos salvó la vida. Le pregunté en qué zona iba a estar porque me interesa esa oriental, joven pero tan experta en flechas... una buena arquera. Después nos reíamos con el gran Ligor: Dos guerreros imponentes salvados por una pequeña mujer oriental. Dentro de la tragedia resultó cómico.

 

Le pregunté: -¿Y Guilmo?

-Tenía un mínimo de tres flechas y yacía exánime. Me sentí como si hubiese perdido a un hermano. En ese momento quería que todos los que lanzaron las flechas revivieran y se enfrentaran contra mí y poder arrancarlos tomándolos del cuello y arrancarles la cabeza con mi fuerza, porque sé que lo puedo hacer, uno por uno. Pero sé que es ilógico porque eso no iba a revivir a Guilmo y además la joven oriental los había matado a todos. Me despedí de Ligor que se iba para la costa otra vez en busca de nuevas aventuras, como siempre, porque ¿quién no ha escuchado hablar de Ligor? Y algo me dijo que viniera por el camino superior no por el camino bajo hasta que vi que alguien te acechaba. No me imaginé que habrías abandonado el palacio. Y como no me gustan los traidores, porque alguien te seguía de atrás...

 

Lo corté y le dije:

-Mira, aunque me hubiera atacado de frente yo no hubiera podido con él.

-¿Por qué? -me preguntó.

-Mírate tú y mírame a mí. Soy más delgado, más endeble.

-¿Por qué?

-Porque es mi naturaleza.

-¿Por qué?

-Dile a un pequeño roedor que venza a un guilmo, no al tuyo, a cualquier guilmo. No podría.

-¿Por qué?

-Porque el guilmo es uno de los más altos en la cadena alimenticia. ¿Quién lo vence?, puede tranquilamente matar a un hoyuman.

-¿Por qué?

-No sé, dime tú porqué.

-Porque nadie entrenó a ese roedor a que lo ataque de abajo y le corroa las entrañas. Porque nadie te enseñó a ti a pelear de verdad.

-Pero hemos practicado.

-Sí, hemos practicado, para palacio.

-Tengo otra espada, cógela. -Y me la lanzó.

La cogí con mis manos y vi que era mucho más pesada que las que yo usaba en palacio.

-¿Pero cómo manejo esto? ¡Apenas puedo sostener esta espada!

-Practiquemos.

Instantes después no podía ni mover el brazo.

-¿Seguirás el viaje? -le dije.

-No, mañana practicaremos de vuelta.

Me despertó al amanecer. Practicamos. Cuando no daba más él cazó un roedor encendimos una fogata y lo comimos. Bebimos agua de un arroyo.

-¿Has descansado?

-Sí.

-Practiquemos.

 

Y otro amanecer y otro amanecer. Perdí la cuenta de los amaneceres. Me había crecido la barba.

-Toma. -Arrojó un puñal que casi me corta las manos de tan filoso que era.

-¿Qué hago con este puñal?

-Córtate un poco la barba como hago yo.

Casi me rasuraba, si lo cogías de la hoja te cortaba las manos.

-¿Te lo lanzo?

-No, no, porque tú no lo sabes lanzar.

 

Y practicamos y seguimos practicando. La espada ya no me pesaba, mis brazos se veían más musculosos y tenía más peso porque tenía más hambre, comíamos bien. Llegábamos a un poblado y me comía uno, dos, tres platos de guiso, tres, y tomaba bebida espumante, bebida espumante negra que engordaba más. Me hacía coger troncos sobre los hombros y caminar líneas y líneas con los troncos.

-Y ahora practiquemos con los puños.

-¡Ah!, con los puños.

-¡Pégame! -Lo toqué.

-¡Pégame! -Lo toqué un poco más fuerte.

-¿Por qué no me pegas un poco más fuerte? ¿Tienes miedo a que te la devuelva?

-Sí.

-Y te la voy a devolver igual. -Me pegó en el mentón, me tiró a tres líneas de distancia.

-Esto me va a doler cinco amaneceres.

-Déjate de tonterías. ¡Vamos! ¡Arriba!

 

Y practicamos pelea de puños un amanecer, dos amaneceres, tres amaneceres, cuatro amaneceres, día, tarde, hasta la noche. Los primeros días mi cuerpo estaba molido, me recostaba en el pasto y me sentaba porque mi espalda no soportaba ningún contacto. Si hubiera estado en una posada con una dama no hubiera podido hacer nada porque el cuerpo me dolía, el cabello me dolía, las uñas me dolían.

Hasta que un amanecer le golpeé en el mentón y Aranet cayó sentado. Me miró con rabia, golpeó el puño con el piso, que sentí como que el piso temblara, me cogió de la garganta y me levantó a dos líneas con cincuenta y de repente me suelta, que por suerte me caí parado. Largó una carcajada tan grande, tan grande que no podía parar de reírse que hasta se cayó de la risa.

 

-Gualterio me tiró, ¡ja, ja, ja, ja!

-¿Dónde está la gracia?

-Gualterio me tiró, ja, ja, ja.

Se estaba riendo de mí pero no era una burla, era un cariño, había que conocerlo a Aranet, como cuando en palacio se puso a jugar con el guilmo, que todos pensaban que el guilmo lo iba a despedazar y estaban jugando. Hay que conocerlo a Aranet, no se burlaba, ¿por qué se iba a burlar? Se burlan los que tienen complejo de inferioridad, Aranet se reía porque yo había aprendido.

 

Después se puso serio y me dijo:

-Tú piensas que ya estás preparado.

-Y sí, te he tirado.

-Golpéame de vuelta.

-No, no, no.

-¡Golpéame de vuelta!

Lo golpeé en el mentón con todas mis fuerzas y casi me lastimo el puño.

-Me distraje. Pero muy bien, me has tirado. ¿Pero ves? Ahora estaba preparado y no pudiste, te falta mucho todavía. Y vamos a ir al palacio.

-No quiero volver más -le dije-. Me han despreciado.

-Vas a volver al palacio, vas a ser otra persona, vas a ser el príncipe, vas a mandar sobre la guardia. No pienso meterme. Cualquier soldado que veas que se burla de ti o algo, tú lo pondrás en su lugar sin herirlo, sin lastimarlo.

-O sea, espada y pelea de manos.

-No, falta lucha cuerpo a cuerpo.

-Pesas casi el doble que yo, ¿cómo puedo luchar contigo?

-Hay orientales que pesan menos que tú y luchan cuerpo a cuerpo con turanios que son el doble el doble de tamaño y los vencen.

 

Y me enseñó trucos con los brazos, con las manos, trucos que yo no conocía y que no sabía bien de dónde conocía esos trucos.

 

Y pasaron amaneceres y amaneceres. Pesaba bastante más, me sentía como más corpulento y me sentía más parecido a él. Parábamos en alguna taberna y tomábamos en las jarras de lata, las golpeábamos y si alguno me miraba le sostenía la mirada: "¡Qué!". Y bajaban la mirada. Era como un Aranet en miniatura.

 

Nos cruzamos en el camino con un hombre mal entrazado que nos provocó.

Aranet dijo:

-No tiene sentido, es un hombre del norte.

-Pero es casi de tu porte. ¿Por qué nos provoca?

-Tendrá un mal día. ¡Hey! -le dijo Aranet-. ¿Cómo te llamas?

-Barbón, soy guerrero.

-¿Y qué te gusta, pelear con espadas, cuerpo a cuerpo, a golpes?

-A golpes puedo partir una piedra.

-Bueno aquí tienes a un oponente.

Lo miró a Aranet y dijo:

-Sí, eres digno de mí. Ven, peleemos.

-No, con él. -Y me señaló a mí.

 

Me bajé de mi hoyuman lo miré a Aranet. Me hizo con la mirada "Ve por él".

Con el pensamiento decía "¿Qué hago?".

El extraño me dio un golpe en el estómago que me dejó sin aire. Me agaché, me pateó el pecho y caí rodando.

-¿Eso es lo que te enseñé?

 

Tenía orgullo. Dicen que el orgullo es negativo porque te pone reactivo pero pareciera que me ayudó. Me levanté, le paré un par de golpes y le tiré un puño a la garganta, empezó a toser y le pateé en los genitales. ¿Por qué iba a pelear limpio si era más grande que yo? Le aplaudí las orejas, le pateé una de las rodillas de costado, capaz que le quebré la pierna porque cayó de costado. Le pateé la cara, le pateé el cuerpo.

 

Me cogió del hombro Aranet: -Ya está, déjalo.

Intenté patearlo.

-Déjalo.

-¿Estás bien?

El hombre miró y le dijo:

-Estoy bastante bien. Estoy bastante bien, nada más que estoy sorprendido.

 

Aranet se bajó y le dio un trago de licor.

-¿Por qué lo ayudas si nos provocó?

-¡Ah! Gualterio, Gualterio, fue una pelea limpia. Te pateó y lo pateaste. Vamos a palacio, a ver si allí haces lo mismo.

 

Y por el camino me sentía como más seguro, había vencido a un gigante del norte. No sé, estaba con más confianza. Recuerdo que le dije a Aranet:

-Ahora sí estoy preparado.

-No me hagas reír, te he visto rodar por el piso asustado como una niña. Está bien, después reaccionaste. Pero preparado, ¿sabes lo qué te falta todavía?

Le respondí:

-Tú sí que sabes dar confianza ¿eh?, tú sí que sabes dar confianza.

Largó una risotada que casi se cae de la cabalgadura.

-Vamos, vamos.

-Pero faltan varios amaneceres para llegar a palacio.

-Por eso digo, vamos.

 

Y pusimos nuestra cabalgadura rumbo hacia palacio. En mi parte derecha portaba esa gigantesca espada que ahora la manejaba como si fuera una pluma.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 27/05/2015
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

El abuso de poder se da por baja estima o por exceso de estima. Ambos casos son fruto de roles del ego. La entidad relata que usó su poder para pasar por encima de otros que le habían prejuzgado. Pero no llegó a corromperse, entendió que se puede regresar de las sombras.

 

Sesión en MP3 (2.315 KB)

 

 

Entidad: Había muchas cosas que habían cambiado en mí. Mi compañero, mi amigo, mi hermano me había templado quizá en el poco tiempo en el que nos habíamos reencontrado. Cada amanecer, cada atardecer practicando con la espada no solamente los movimientos, estudiar al otro, aprender a no pensar. El pensar te restaba segundos, el movimiento tenía que ser automático: brazo, mano, espada.

 

Me había convertido en alguien distinto pero no me sentía bien, estaba como con una sensación de ira, una sensación grande de ira, de revancha.

Volvimos a palacio e inmediatamente me reconocieron. Quise ir a ver al rey pero estaba bastante enfermo, con alta temperatura. Me recibió madre, me preguntó que había pasado. Simplemente le dije:

-Tuve que encontrarme conmigo mismo.

 

Mi gran amigo me acompañó hasta el patio de guardia, justo estaban entrenando. Me preguntó:

-¿Qué ves, Gualterio?

-Desprolijidad, falta de técnica. ¿Quién está a cargo?

 

Se acercó un hombre grande, de bastantes amaneceres de edad y con risa socarrona me dice:

-Yo estoy a cargo, príncipe. Me llamo Neuro.

-Prestad atención todos, les voy a mostrar lo que no se debe hacer. -Saqué mi espada-. A ver, Neuro, defiéndete. ¡Neuro! A ver, Neuro, defiéndete.

-Pero príncipe...

-¿Tienes miedo de lastimarme? Actúa normal.

 

Me lanzó un par de sablazos que paré cómodamente.

-¿Así les enseñas a ellos? -Y ataqué a fondo: una, dos, tres estocadas y cayó al piso desarmado-. ¿Lo puedes hacer bien?

 

El error de Neuro es haberse enojado porque mi ira, mi ira era interna, no era exteriorizada. Por fuera tenía como armonía, calma, tranquilidad, ironía, sarcasmo.

Atacó a fondo: uno, dos, tres, cuatro, cinco. Volvió a caer.

-Quedas relevado, pasas a la tropa. Yo los voy a entrenar a uno por uno y van a sudar. Desde la mañana hasta la noche. Vamos a parar para comer, vamos a parar a la tarde para descansar un poco hasta la caída de la estrella.

 

Mi gran amigo, que extrañaba a su perro Guilmo, estaba sentado a un costado observando, no decía nada. Día tras día, tarde tras tarde entrenando, entrenando, entrenando, entrenando, entrenando.

Cambió la mirada de los soldados, me miraban con un respeto que antes no. No era el príncipe mimado, era un guerrero, el mejor que habían visto con la espada. Pero no les tenía piedad, cuando uno caía arrodillado por el esfuerzo...:

-Levántate, en batalla no puedes caer ahí. -Y lo pateaba.

Algunos me pedían agua.

-No, yo no tomo tú no tomas. Todavía falta.

 

Recuerdo que esa noche mi gran amigo, mi hermano me dice:

-Este asado de palacio no quiero. ¿Podrías mandar a alguien al poblado que traiga un buen guisado?

-Yo también quiero.

 

Fueron dos sirvientes. Tardaron poco tiempo y trajeron una olla entera de guisado que lo comimos directamente con la mano como en los viejos tiempos.

-¿Y qué te parece como los entreno? Dime algo, te quedas callado.

-No has ido a ver a tu pareja desde que llegamos.

-No me interesa.

-Tienes un amigo.

-Quiero entrenar.

-¿Para qué?

-Los de la región vecina van a pagar el haberse rebelado contra nosotros.

 

El rey ya se había recuperado, habíamos discutido. Le dije:

-Padre, he tomado una decisión, no quiero un reino débil.

Me iba a responder y le agarró un exceso de tos y otra vez cayó en cama. Madre no abrió la boca, me miraba con los ojos hacia abajo.

Otra noche lo miro a mi amigo y le digo:

-¿En qué está mal lo que estoy haciendo?, porque me da la impresión como que algo no te conforma.

-Entendí que venías a palacio a iniciar una nueva vida.

-Sí. ¿Cómo vas a iniciar una nueva vida teniendo regiones vecinas que quieren invadirte? Hay que acabar con ellos, esa es la verdadera tranquilidad. Son débiles, yo soy fuerte.

 

No me dijo nada, se encogió de hombros. Una tarde me dijo:

-Mi querido Gualterio, discúlpame que te llame por nombre real, el que yo conozco. Es hora que parta.

-¿Y con quién voy a hablar?

-No me siento a gusto aquí.

-Practica con nosotros.

-¡Ah! Mi espada no sirve para practicar, mi espada es para defender mi vida, tampoco para atacar a nadie. -Y se marchó.

 

Varios amaneceres, varios amaneceres. El ejército estaba afiladísimo. Atacamos la región vecina con una buena estrategia por tres flancos. En dos amaneceres tomamos el palacio.

-No los vamos a someter, solamente nos van a pagar un tributo pero su región no es más su región, es nuestra región. Seréis libres, aparentemente. Tendréis vuestro mercado de frutos, viviréis de vuestras cosechas pero un porcentaje para nosotros y vendré periódicamente a entrenar a vuestra tropa. Y si hay uno de los vuestros que sea bueno, que sobresalga, que venga ahora.

 

Vino un hombre moreno, elegante con una espada importante. Se llamaba Ligrez.

-Señor...

-¿Eres el mejor de por aquí?

-Señor...

-A ver, muéstrame ahí lo que tienes.

-Pero señor...

-Es una práctica.

 

Me confié, me confié. Uno, dos, tres estocadas y caí pero no cometí el error de enojarme, sonreí. Una, dos, tres estocadas y lo tiré, se levantó. Una, dos, tres estocadas y le lastimé el brazo, se levantó. Una, dos, tres estocadas y le lastimé la pierna, se levantó. Mi mente sostenía mi mano porque mi mano quería actuar por su cuenta para atravesarle el pecho, guardé mi espada.

-Que le curen las heridas.

 

Monté mi hoyuman y nos fuimos con mi tropa y con muchos metales de oro y piedras y alimentos. No le conté al rey.

En palacio todo se sabe. El rey me mandó llamar a la cámara.

-¿Qué has hecho?

-¿Qué he hecho, padre? Lo que no has hecho tú, lo que no hizo el traidor que me persiguió para matarme y que si no fuera por mi amigo me hubiera matado. Porque ahora soy otro.

-¿En qué te has convertido?

-¿En qué me he convertido? En alguien que no desea que lo tomen por tonto.

-No has visitado a tu pareja.

-Hay tabernas, tengo lo que quiero. Soy el príncipe.

 

Sentía por dentro como un ácido, la ira era como un ácido. El haber vencido en batalla no se me había calmado ese fuego. ¿Contra qué estaba enojado?, contra la humillación anterior, contra la vida. Descubrí mi origen. ¿Qué quería? ¿A qué se debía el enojo?

-¿No te animas a pronunciar mi nombre? -Me doy vuelta, era ella.

-¿Cómo estás?

-Como has cambiado -me dijo.

-Ya no soy más el soso, ahora todos están bajo mi bota. Tú también.

-Yo no estoy bajo la bota de nadie.

 

La cogí del cabello antes de que terminara de hablar, la subí a la habitación, le arranqué la ropa a jirones y la poseí pero no la poseí dulcemente, la poseí a lo salvaje y entre cuatro o cinco estertores exploté. Como que fue más un acto sexual que una expresión entre una pareja. Me sentí cansado y me estiré al lado del catre. Algo se quejó en ese momento dentro mío: ¿Por qué tengo que seguir demostrando? ¿Por qué tengo que seguir cortando cuellos? Estoy convencido que mi amigo se fue porque me despreciaba, porque había pasado de ser nadie a ponerme una coraza aparentando ser alguien. Soy el mismo. Con más entrenamiento. La timidez se transformó en pasión pero sigue siendo algo interno que me carcome, que me domina, que me vence, que me molesta. No quiero ser así y no sé cómo hacer, no sé cómo hacer. Me siento como que no sé cómo actuar, no sé cómo actuar ahora, no sé cómo ser normal. Porque las tropas ya me conocen, no puedo ahora hacer el rol permisivo. Pero estuve actuando, no quiero actuar más, quiero ser yo.

La abracé y...

-Tienes que ayudarme a ser yo.

-Yo no puedo.

-¿Cómo no puedes?

-Tú te tienes que encontrar.

-De dónde sacas esas frases tan extrañas, ¿de la biblioteca?

 

La cuestión es que me dormí en sus brazos. No sé cómo enfrentaría el día siguiente, no sé cómo querría ser, lo que no quería era actuar más, quería descomprimirme, quería sacarme esa brasa y todavía no le encontraba  la forma de cómo hacerlo. Mañana sería otro día...

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 23/09/2015
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

Estaba entre la espada y la pared, entre la obligación y la libertad. Eligió la obligación, el deber. En su reino, en Umbro, tenía que manejar conflictos externos, internos y personales.

 

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Entidad: Daría la impresión que a veces el destino va modificando las cosas a favor aunque también he hablado con otras personas y me dicen lo contrario. Entonces qué es, ¿cómo nosotros vemos las cosas?, ¿nuestra óptica?, ¿nuestro punto de mira?, ¿nuestra manera de confrontar los problemas?, ¿incluso los más difíciles?, ¿los nuestros?

 

Me sentía extraño, tenía un bebé de dos meses y había peleado prácticamente con Marga. Me dice:

-Anán, le podríamos poner Reinán.

-No.

-¿Anán? ¿Cómo tú?

-No, le vamos a poner Gualterio. Es el nombre con el que yo me crié, con el que yo crecí. Anán es nuevo para mí. Los compañeros de trayecto, el propio Aranet me conoce como Gualterio, no como Anán.

 

Estaba más calmado. Con Marga nos llevábamos bien, me respetaba. Quizá es el capricho de aquel que está más allá de las estrellas.

El palacio tuvo vida nueva, Gualterio de dos meses. Cuando Gualterio cumplió 6 -medio año vuestro, siempre hablo de medidas de Sol III para que se entienda-, mi padre, el rey, falleció. Ya venía mal con su tos, con sus problemas de pulmón. Mamá quedó viuda. Organizaron la ceremonia y antes del entierro fui proclamado rey. Marga era mi reina. Mamá quedaba como reina madre.

Me sentía extraño, haber heredado un trono. Algo en mi cambió; aquel Anán arrojadizo, el terror de las comarcas, que todas las regiones le tenían que pagar para que dure la paz, ese reinado me causó temor que yo lo supe disimular explicándole a Marga "Es responsabilidad". ¿Cómo confronté ese temor? Disfrazándolo de responsabilidad. Evitaba que las regiones vecinas se sublevaran, bajé los impuestos -no los eliminé porque hubiera sido considerado signo de debilidad y no quería que me consideraran débil-, bajé los impuestos.

Había instruido los mejores guerreros para que a su vez cada uno instruya a los soldados.

 

Yo seguía practicando a diario porque quería evitar sorpresas pero ya no me mezclaba tanto con la tropa, era el rey. Los problemas eran otros, me traían problemas de comarcas. Elsuer reclamaba parte de los terrenos a Ancestre. Cité a Ancestre, cité al Elsuer, traté de dar una solución justa. Había un gran arroyo que corría del lado de Ancestre. Le ordené que le permita el paso para que beban todos sus animales que a cambio Elsuer le daría parte de su cosecha.

 

Me sentí como... ¿Heredé una corona?: Heredé monotonía. Había problemas que eran tan absurdos que yo pensaba, ¿cómo la gente podía ser tan limitada? Me traían problemas por cosas que no tenían sentido.

Hablé con mi edecán. Teníamos una biblioteca muy grande, el bibliotecario había muerto, su hijo de treinta y cinco de vuestros años era inteligente y leal. Y le dije:

-La biblioteca no precisa atención, alguna de las plebeyas que limpie una vez cada tantos amaneceres. Tú tendrás otra tarea. ¿Cómo te llamas?

-Serge, mi rey.

-Bien Serge. A partir de ahora tú te ocuparás de los problemas pequeños de la gente.

-Pero mi rey eso es mucha...

-Es responsabilidad, lo sé. Confío en ti.

 

Derivé en Serge. Derivé la instrucción de los soldados en instructores. La rutina.

Cuando Gualterio cumplió un año tuve la mejor alegría: Nos visitó Aranet.

-¿Has venido cabalgando en un hoyuman? ¿Tienes alguna mascota nueva?

Me respondió:

-Vine montado pero quedó en las afueras, en los bosques.

-Pero por qué dejas un hoyuman...

-No es un hoyuman.

 

No quise preguntar qué bestia era, sería algo al estilo Aranet. Me miraba.

-Veo que te has asentado.

Marga me dice al oído:

-No te dice mi rey.

El oído de Aranet era tan fino:

-Mujer, yo no pertenezco a este palacio, este no es un reinado al que yo sirva. Gualterio no es mi rey, es un aprendiz que le enseñé un poco la espada.

Marga dice:

-¿Un poco? Desde hace más de cuatrocientos amaneceres que nadie lo puede derrotar.

-Bueno, bueno mujer -dije yo-, cálmate.

-Ya vamos a practicar -me dijo Aranet.

 

Se me había pasado esa euforia de sentirme invencible pero a su vez tenía como un cosquilleo en el estómago. Puedo vencerlo. Yo puedo vencerlo. Pero y si me vence, ¿cómo quedaré ante la tropa?

Hasta que tres amaneceres después se presenta la ocasión. No le dije a nadie, me vestí con ropas normales, salí con mi espada nos alejamos del castillo y del poblado. En un descampado combatimos. Nos pusimos, para evitar derramamientos de sangre, unas armaduras de hierro que cubrían los hombros, un casco muy liviano que cubría la cabeza y protecciones metálicas en los muslos. Y avanzamos. Estuvimos bastante tiempo. Tres veces me tumbó. No pude tocarlo una sola vez, seguía siendo Aranet. Pero eso no era todo, me sentía sin aliento, él estaba fresco. Me ayudó a parar y me dijo:

-Bebamos algo en alguna posada cerca en el poblado.

-En palacio tengo de todo.

-¡En palacio...! Vamos a tomar algo a una posada. Cuanto más detestable es la bebida, mejor al paladar.

-¿Por qué no me cuentas primero a qué has venido?

-Mantente a distancia.

 

Fuimos caminando entre la espesura y se escuchó un rugido.

-Cálmate -dijo Aranet.

Lo que vi era impresionante, un felino gigantesco, enorme. En cuatro patas, la cabeza casi tenía la altura de Aranet pero con dos cuernos enormes.

-¿Qué es eso?

-¡Ah!, es un animal doméstico.

-¿Eso es doméstico? Eso es una bestia.

-Bueno, extrañaba a Gilmo.

-Pero este hace diez Gilmo, veinte Gilmo.

-Aparte lo monto.

-Señor, tú que está más allá de las estrellas, ¿cómo hace para conectarse así con los animales? No me respondas, tiene apariencia de hombre pero es otro animal.

 

Aranet lanzó una carcajada. Solamente yo podía decirle eso.

Fuimos a una taberna, lo más nauseabunda posible. Obviamente nadie me reconoció. Nos tomamos tres bebidas espumantes que si algún hoyuman en el abrevadero le ponían se moría, se caía muerto ahí.

-Agradezco el tener ese estómago de soportar esa bebida.

 

Volvimos a palacio con un aliento hediondo. Marga me dijo:

-Has estado bebiendo. Llega Aranet, se acabó Anán. Viene Gualterio.

-Mujer, todo el día sentado en ese trono haciendo nada, se le va a endurecer la espalda. ¿Te atiende bien por lo menos?

-¿Cómo osas preguntarme eso?

-Imagínate, todo el día sin hacer nada, sin ejercicio. ¿La atiendes bien, por lo menos, Gualterio?

-No es un tema para responderte, al fin y al cabo es mi esposa, es la reina. Aranet, por favor. -Me dio una palmada que hizo avanzar dos líneas sin que yo quisiera.

 

Al día siguiente, a la mañana fuimos a ver a la tropa. Vieron al gigante, algunos no lo conocían.

-Es mi amigo Aranet.

-¿Va a ser soldado?

-No, Aranet es libre. Al único al que le sirve es al que está más allá de las estrellas.

Me codea y dice:

-Y a mí y a mi mascota.

 

Se quedó tres amaneceres más y se marchó.

-¿Tienes algún problema?

-Tengo problemas que resolver, Gualterio, pero no son para contártelos ahora. Quédate con tu gente resolviendo problemas de granja. Seguro que al granjero que está ahí le desapareció el hoyuman, está en la granja del otro vecino, el vecino dice que pasó por el alambrado, el otro dice que se lo robó... Yo los agarro a los dos del cuello y los hundo en el arroyo hasta que no salgan más burbujas.

-Aranet, ¿lo dices en serio?

-¡Ahhh! Y encima me llevo el hoyuman.

 

A veces no sabía si hablaba en serio o hablaba en broma. Se marchó y me sentí otra vez más como vacío, que Marga hacía lo posible por llenar. Era una vida nueva, más tranquila, cruzando los dedos de que no hubiera batallas. Estaba más amansado. Marga otra vez embarazada... ¿Qué más puedo decir? ¿Eh?

Es feo acostumbrarse porque acostumbrarse significa resignarte a no hacer otras cosas, porque en la vida de Gualterio-Anán había heredado un trono, en otras vidas una labor, pero lo peor que hay es acostumbrarte. Siempre tienes que levantar la mirada para ver algo nuevo. En la vida de Umbro no podía pero hubo algo negativo que hizo que no me acostumbrara; había varios nobles que hablaban entre ellos a hurtadillas. Yo digo, ¡Ah!, de tanto andar con Aranet los olfateaba. Estos se están complotando.

 

Llamé al edecán, a mi ayudante, el bibliotecario, al jefe de instructores. Eran personas de mi más absoluta confianza.

-Vigilad a estos, a aquellos que están allá, que siempre me rinden pleitesía, que vienen con regalos. No confío, vigiladlos.

 

Y esa fue mi vida, estar alerta, estar atento a los complots porque no me iba a matar una espada de frente pero sí un puñal por la espalda y no lo iba a permitir. Entonces, ese era mi horizonte, cuidar de mí, de Marga, de la reina madre, de mis dos hijos, del tercero que iba a venir y de mis tierras.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 11/01/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

Como la entidad relata, nos equivocamos siempre en lo mismo, en no auto valorarnos, en sentirnos de menos respecto al entorno y a las personas que nos rodean. Al regresar al plano suprafísico entendemos el error pero parece que caeremos de nuevo en él otro día.

 

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Entidad: No creo que en cada vida se repitan historias pero pareciera que a veces pasan veinte vidas y vuelves a hacer una vida que es un calco a la anterior.

 

Mi nombre era Hebelio, había nacido en Plena, en 1963. Plena era un país con mucho por hacer, con mucho territorio pero es como que sus habitantes estaban sedados, dormidos, no entendían, no apreciaban la riqueza que tenían, eso era potenciado en sus gobernantes. De pequeño me interesaba estudiar la carrera de abogado, papá era mecánico, ganaba muy poco.

 

Había un gobierno popular pero no muy confiable y mi padre era fanático de esa política, era fanático porque en muchos países en esa época, en el 70, yo tenía siete años, todavía seguía causando estragos la Orden del Rombo pero ese gobierno no quería saber nada con Amarís ni con ninguna orden. ¿Era un gobierno que aquí le llamaríais laico?, no lo sé.

 

A mí me interesaba de pequeño estudiar leyes pero ni siquiera tenía noción de qué era, de qué se trataba. Forzándose mucho, mi padre me llevó a un colegio privado, me costaba mucho entender, había palabras que las desconocía. No sólo era un colegio muy exigente sino también un colegio muy caro, hacía cinco meses que estábamos y ya debía dos cuotas, a la tercera cuota pendiente me daban de baja. Le dije a padre que lo dejara y entonces, ¿qué hizo?, me llevó a trabajar con él, ya iba a cumplir catorce años. A los veinte, en el 93, trabajaba no a la par, mejor que padre en todo lo que era la mecánica. Siempre me quedó como una asignatura pendiente el querer ser abogado.

 

Cuando conocí a Estela -Estela era prima de Dimas, Dimas había sido compañero mío de la primaria y ya estaba en tercer año de facultad y se jactaba, y no me recibí porque voy dando materias-, ella lo admiraba y yo me sentía como inferior. Salí con ella más de dos años, me adoraba, hacíamos el amor como decís vosotros, como si fuéramos almas gemelas pero mi complejo de inferioridad, un taller mecánico... Cumplí veintitrés años y el taller se expandió. Le dije a padre que contratáramos a gente, yo los elegía, era prácticamente el encargado pero trabajaba a la par de ellos. Me había comprado un buen carro, tenía dinero, incluso estaba pagando en cuotas un departamento de dos ambientes. Padre se sentía orgulloso, madre más. Yo no, yo miraba a Dimas y me veía a mí. Me imaginaba a él en su despacho atendiendo casos resonantes, yo con las manos engrasadas me tenía que limpiar con disolvente varias veces para que mis uñas se vean limpias. Y me fui distanciando de mi pareja porque se me había cruzado en la cabeza que ella me iba a dejar, porque su padre tenía dinero y tenía un gran bufete de abogados y varias veces le había propuesto a Dimas trabajar con él. ¿Sentía celos? No, sentía como que era poco para ella y me alejé. Me encerraba en la habitación, escribía poemas.

 

A los veintiséis años todavía la recordaba. Tuve relaciones esporádicas, no me quería comprometer. Conocí a una joven, Elisa, que trabajaba en lo que llamáis casa de familia, era mucama y me hacía sentir superior porque yo era el encargado de taller. Le corregía algunas palabras porque se equivocaba en la forma de escribir, en la ortografía. Al año me casé, me sentía cómodo, me sentía superior.

Un día la vi, a mi ex en un club, que había ido con los muchachos.

-Hebelio, ¿cómo estás?

-Bien.

 

Le pregunté cómo estaba, se había casado. Se había casado con un carpintero.

-¿Y tu padre no se opuso?

-No, papá está en la suya, me llevo muy bien.

 

Yo tenía cariño por mi actual esposa pero ahora que veía a mi ex, a la que yo había dejado porque me sentía menos, ¡casada con un carpintero!... Y no me mal entendáis, todo oficio es sagrado, tanto el carpintero, como el médico, como el mecánico, como el abogado. Unos son oficios, otras profesiones. Yo tenía mi departamento de dos ambientes en la capital federal de Plena.

 

En el 2000, a los treinta y siete años, mi esposa empezó a trabajar y ya se creía que estaba en la cámara alta, en el senado. Era un trabajo en un laboratorio y se creía que era la gran cosa. Empezaba a salir con las amigas, yo me quedaba a cargo de los dos nenes hasta que un día me dijo que estaba saliendo con alguien y que quería separarse. No me sentí mal por ella porque tenía cariño, no sé si tenía amor. Me sentí mal porque pensaba ¿qué hago a los cuarenta con mi persona y con dos chicos?, porque ella se iba a vivir afuera con el tipo.

 

Arreglamos justamente con Dimas, que me representó. Firmó un papel donde como que yo le daba cierta cantidad de dinero y ella aceptaba que yo me quedara con el departamento pero no se llevaba a los chicos porque quería tener su luna de miel con la nueva persona que había conocido.

 

Lo que son las cosas ¿no? A los pocos meses me encuentro con aquella ex novia, hace seis meses en un accidente había fallecido su esposo, el carpintero.

Empezamos a vernos, como amigos obviamente, ella estaba pasando un duelo. Le conté de mi separación, ella no había tenido hijos. Al año empezamos a salir, le conté, me sinceré:

-Me sentía inferior porque era mecánico. ¡Qué daría por retroceder en el tiempo!

-No, no, no; no hubieras tenido esos bellos chicos.

-Hubiera tenido otros.

-No, capaz que yo no te hubiera podido dar chicos. No te arrepientas de lo que pasó. Lo que pasó, pasó.

 

Entonces me puse a pensar si es el destino el que juega con nosotros o somos nosotros los que por tozudez, por timidez, por complejos elegimos erróneamente, por creernos mejores o por sentirnos inferiores. Un oficio, una profesión no te hacen peor o mejor persona sino lo que eres por dentro.

 

¿Que me quedaron engramas?, cientos, por mil razones que no voy a contar ahora, pero esa vida como Hebelio, en Beta, en Gaela, en 1963 hace cien mil años atrás, todavía la tengo fresca en mi mente.

 

Gracias.

 

 

 


Sesión 24/02/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

La entidad reflexiona acerca del estado de alerta que se pierde en situaciones de confort. En una vida, en Umbro, se abandonó, descuidó estar en guardia cuando necesitó estar alerta ante el peligro.

 

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Entidad: A veces la comodidad te pone una venda sobre los ojos. El estar placentero, el tener la mejor comida, el hacer una vida tranquila teniendo gente que haga las cosas por ti es como que te ciega porque no estás alerta. El sentido de alerta, que a veces cuesta tanto tanto obtenerlo, lo pierdes, se te olvida porque piensas que no te hace falta. En realidad ni siquiera lo piensas, se te va porque estás en un sillón mullido, tienes una cama, ya no duermes en la tierra, ya no duermes en un pajar; te puedes bañar con agua caliente, hasta tienes perfumes y hasta tienes médicos a tu disposición. Te amansas como una cabalgadura que se resignó a tirar del carro, porque a eso lleva la vida placentera.

¿Está mal? No voy a decir sí o no porque todo depende del momento, de la situación, de la región donde vivas, de la época donde vivas, del mundo donde vivas, porque hay lugares peligrosos donde no puedes darte el lujo de estar alerta. Porque si bien muchos dicen "El enemigo del amor no es el odio, es la indiferencia", coincido, coincido plenamente pero la indiferencia del otro no te mata, la indiferencia del otro no conquista territorios, la indiferencia del otro no saquea aldeas. La indiferencia del otro, es verdad, no te tiende una mano cuando la necesitas, no te salva de las llamas, ni de la ciénaga, ni del pantano, ni del abismo. Pero la indiferencia es posterior; anterior es el odio el que genera la violencia, los saqueos, las muertes, los secuestros, las violaciones, aldeas enteras saqueadas, mujeres violadas, algunas secuestradas, otras muertas.

 

Recuerdo que llegó Karnás, un joven bastante disciplinado.

-Mi rey Anán, hay rumores...

-¡Oh!, ¡va!, ¡va!, ¡otra vez rumores! Tenemos infinidad de feudos con nosotros, infinidad, nadie va a osar a hacernos nada.

-Mi rey, hay una facción turania rebelde que se abrió, es sectaria del país Turanio, no aprobó el tratado de paz con el reino oriental. Son rebeldes, viven de saqueos, los mismos turanios los llaman renegados.

-Muchacho, muchacho, cuántos son, ¿cien, doscientos? Somos miles y miles entre nuestro castillo, el castillo vecino y todos los feudos.

-Señor, me mandaron a mí porque pensaban que era el que tenía más atrevimiento de hablar con mi rey.

-Bueno ya, venga, dilo. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

-Son más de tres mil, señor.

-Tres mil. Aquí sólo en nuestro castillo tenemos más de seis mil hombres, más cuatro mil del castillo vecino que están con nosotros porque les damos hortalizas, verduras en épocas de escasez. Uno, dos, tres, cuatro, cinco feudos que dependen de nosotros.

-Señor, pero esos feudos no tienen soldados.

-Está bien, tenemos diez mil. Ellos son tres mil, me has dicho.

-Señor...

-Me estás cansando.

-Señor, si no se lo digo después me va a recriminar. ¿Cuánto hace que no entrenan los soldados?, usted era el mejor espadachín de la comarca.

-Ahora no voy a perder tiempo con eso, tengo dos niños y una niña de doce, de diez y de ocho, todos en escalera. Les leo, los educo con modales.

-Señor, la tropa dice que cambió la espada por la servilleta.

-¿Tú piensas que yo no puedo ir a la tropa y vencer al mejor de ellos? ¿Tú que tal eres con la espada?

-Muy bueno, señor.

-Bien, espérame abajo, me cambiaré y bajaré.

 

Subí las escaleras hasta los aposentos. Marga me dice:

-Anán, ¿qué haces?

-La tropa, la tropa. ¿Qué quieres?

-¿Qué pasa ahora?

-¡Oh! Dicen que hay una facción turania de tres mil hombres, todos armados, peligrosos que no han aprobado el tratado de unión con los turanios y los orientales y ahora están con esa excusa salteando aldeas.

-¿Y eso qué tiene que ver?

-Bueno, dice que pueden venir a atacar aquí.

-Pero ¿para qué te vas a cambiar ahora?

-Porque le voy a mostrar a ese jovenzuelo atrevido...

-¿Fue muy atrevido?

-No, para nada. Decían que era el más osado y temblaba al hablarme.

-Lo que pasa es que tú has cambiado, Anán, desde que murió tu padre.

-¿Cambiado?

-Sí, eras... Primero eras inseguro, enojado con la vida, después con ese amigo gigantón tuyo que te enseñó a espadear, tu ego te invadió y atropellabas a todo el mundo, después sentaste cabeza pero ahora te amansaste.

-Marga, a ti no te gustaba ese Gualterio, no te gustaba, decías que era mal educado, que me acostumbraba a los modales de Aranet. ¿Ahora no te gusta como soy?

-No, eres muy amable, cariñoso conmigo, seguimos estando juntos con la misma pasión del primer día, quieres a los chicos, pero el castillo ya no es una fortaleza. La tropa es verdad que yo a veces paseo por los jardines y los veo sentados en el césped, la espalda contra un árbol, conversando, masticando tabaco, nunca los veo entrenar.

-¡Pero para eso hay un jefe de tropa!

-El jefe de tropa se la pasa bebiendo.

 

Me cambié, me puse unas botas que hace mucho que no usaba, no sé si me había engordado pero me apretaban, mi espada pesaba más de lo que yo me acordaba. Fui hasta la cuadra todos se pararon, me saludaron, les digo:

-No, no, tranquilos, tranquilos. ¿Dónde está el jovenzuelo? -Ahí se presentó-. Bueno, vamos a volver a las prácticas, les mostraré a este jovenzuelo como se hace.

 

Le lancé tres, cuatro golpes, me los frenó apenas sin moverse. En ese momento sentí -en un segundo, ¿eh?, porque lo puedo relatar cinco minutos pero fue un segundo-, me da la impresión que no puedo ejercitarme más de dos minutos, que voy a estar agotado y cayéndome al pasto. Apenas levanté la espada y me pesaba. Di cuatro golpes y mi pecho no daba más. ¿Cómo salgo de esta?

 

-A ver, lánzame tú -le dije.

Paré uno, paré otro, me tocó un costado. Se quería morir. Me pidió disculpas.

-No, no, no, es un ensayo, quédate tranquilo. ¿Quién es mejor que él? -Uno levantó la mano-. Practiquen entre ustedes.

 

 El pecho, el pecho, me siento como ahogado, es verdad que hace tiempo que no practicaba. Practiquen entre ustedes y luego vayan enseñándoles a cada uno de los que están aquí. No, no se siente ninguno, quédense parados mirando, vamos a empezar a practicar. Supongo que todos están enterados de los rebeldes turanios, porque una vez que entrenen vamos a ir a visitar el castillo vecino, a ver cómo está su tropa. ¿Cuántos sois aquí?

-Cuatrocientos, me respondieron.

-¿Dónde está el resto?

-Algunos en el poblado, otros fueron a visitar a sus familiares.

-¿Pero quién les ordenó salir del palacio?

-Usted, le fuimos a preguntar hace seis amaneceres y dijo "Sí, sí, sí, que hagan lo que deseen".

-Estaría distraído. Que vayan varios con postas a los distintos poblados a buscar toda la tropa. La quiero reunida dentro de dos amaneceres, aquí. Quiero que estén los seis mil.

-Así se hará, mi rey.

-Sigan, sigan. Hace calor aquí.

 

Y me fui arriba. Me vio Marga.

-Tienes la ropa desgarrada, permíteme. -Me la cortó con una pequeña cuchilla. Tienes el brazo herido. ¿Quién te causó eso?

-Mujer, baja el tono.

-¿Quién te ha herido?

-No es nada, es una práctica.

-Pero ni Aranet te hería.

-Aranet porque no quería herirme.

-Pero tú estabas a su altura.

-¿Qué quieres, mujer?, han pasado los años. Tenemos hijos de doce, de diez y de ocho años. Me acuerdo que eran bebés, casi no podía levantar la espada.

-Tienes que empezar a ejercitarte, a veces te cansas cuando...

-Sigue.

-A veces te cansas cuando estás conmigo.

-No, mujer, no me canso, simplemente me gusta reposar.

-Anán, te cansas. Comes mucho, no haces ejercicio. Aquí tenemos un cristal, mírate en el cristal, es un cristal espejado. Mírate.

-Mujer, todavía conservo la línea.

-¿Qué línea? La línea ovalada.

-Marga, te burlas de mí.

-En otra época si yo te decía eso te hubieras enojado, ahora no tienes ni fuerzas para enojarte.

-Llama al doctor.

 

Vino el doctor.

-¡Mi rey!

-¿Puedes coserme y desinfectarme? Y esto queda entre nosotros, te corto la cabeza si le dices a alguien. -El hombre se quedó pálido-. Hombre, lo digo en broma, pero no se lo digas a nadie.

-¡Si lo ve la reina madre!

-Deja a la reina madre que descanse, déjala, pobre, con sus problemas. Es una mujer maravillosa, déjala. Esto queda entre nosotros. No quiero que ni siquiera los niños me vean así.

 

Me puso un líquido de una planta anestésica y me cosió. Sentía el pinchazo de la aguja cuando me cosía cuando años atrás un raspón en una roca que sangraba de forma tremenda no me mosqueaba. No era mi físico, era mi mente, era el dejarme estar. Por eso dije al comienzo me amansé, es cierto que engordé pero no es excusa, la espada la manejaba como si fuera una aguja, un alfiler, apenas la podía tener en mis manos. Ese jovencito, en tres movimiento lo hubiera acabado, no porque fuera torpe pero yo era más que bueno.

 

Una vez le pregunté a Aranet:

-¿Tú has conocido a Ligor?

-Sí, en un episodio que no me quiero acordar porque una joven oriental o semi oriental nos había salvado.

 

Y recuerdo que Aranet le preguntó a Ligor:

-¿Quién te puede vencer?

-Alguien a quien nunca podré vencer.

-¿Quién?, si te vencen con la espada tienes el rayo.

Y él respondió: -El tiempo, el tiempo me puede vencer.

 

Pero yo no era tan grande, estaba en la mediana edad. Ligor era mucho más grande que yo y todavía se cuentan rumores de que anda en distintas aventuras. Aranet mismo no era joven, ¡vayan a meterse con él!

 

No nos podemos dejar estar. Y no estoy en contra de la comodidad, la comodidad es buena, tendría que ser un necio si digo "No, prefiero dormir en un pajar que en una cama acolchada. Prefiero dormir en el frío y no abrazado a mi pareja. No, prefiero comer un cuervo seco en los caminos y no un ave bien cocida o bañarme en el arroyo en invierno antes que en una tina de agua tibia perfumada".

No, hipócrita no, pero perdí el equilibrio, me volqué para el otro lado completamente y ahora algo me carcomía el estómago porque el estómago duele por la ansiedad y estaba pensando en esos tres mil renegados, si eran todos como Aranet.

 

Faltaban dos amaneceres para que estén los seis mil. Volver a entrenar a todos nos iba a llevar por lo menos treinta días y teníamos que ir al poblado vecino, pasar por el castillo vecino también, ver si también estaban los cuatro mil, pero no, al día siguiente bajaría y llevaría una posta de tres soldados para ver cómo están los soldados vecinos. No podríamos perder tanto tiempo.

 

¿Qué había pasado conmigo? Como dije al comienzo, cuesta tanto aprender a estar alerta, como si tuvieras un ojo en la nuca, y de repente cuando estás tranquilo, no sólo no tienes el ojo en la nuca sino ni siquiera tienes los dos enfrente porque no ves, no quieres ver, no quieres escuchar tu inconsciente, tu interior, lo que fuera.

 

¿Decir que los turanios renegados fueron mandados por aquel que está más allá de las estrellas para hacerme renovar? No, la batalla, la guerra nunca te hace renovar, es muerte. ¿Una señal?, quizá.

 

¿Estamos a tiempo de salvar todo? Cuando era más joven aprendí a no pensar "¿Podré? ¿No podré? ¿Tendré tiempo? ¿No tendré tiempo? ¿Haré esto? ¿Haré aquello?", pierdo tiempo: lo hago y punto.

El 'tratar' no sirve. Trata de coger esa espada: Trato. Coge esa espada: ¡Crac!, la agarré. Entonces no hay que tratar: "Mañana trataré de cambiar, pasado veré si como menos, pasado me entrenaré, pasado trotaré por los jardines". No. Me levanto a la mañana y empiezo a tratar. Iré al arroyo en todas las épocas, ahora no importa porque hace calor pero cuando haga frío también iré al arroyo. Nadaré aunque sea media hora. Seguro, no tendré la habilidad de hace dos años atrás pero ahora me está doliendo muchísimo el brazo... O me duele la vergüenza.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 

 


Sesión 29/04/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

Como rey, debía defender su reino pero su amigo, que dijo de ayudarle a organizar la resistencia, no estaba. Entró en pánico al saber qué sucedería a su familia y a él mismo si fueran capturados.

 

 

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Entidad: -¡Anán! ¡Anán!

-¿Qué pasa, mujer? -Le respondí a Marga.

-¿En qué te has quedado pensando?

-En la muerte de mamá, la reina madre... En que llevamos noventa amaneceres, noventa amaneceres de asedio.

-Pero eso hasta hace poco lo soportabas mejor, incluso te notaba con más ánimo. Estabas haciendo ejercicio, bajaste un poco de peso... ¿Qué más?

-Nada mujer, nada, si te parece poco noventa días...

-Hay algo más Anán: Aranet.

-¿Qué pasa con Aranet?

-¿Qué pasa? ¿Me dices qué pasa? ¿Te acuerdas cuando vino el capitán Dot?

-Es hombre de toda mi confianza Dot, uno de los mejores en el arte de la espada. Lo nombré mi jefe de guardia.

-¿Y piensas que Aranet se puso celoso?

-No, a él no le interesan ni puestos, ni grados, ni nada.

-Hace cuatro amaneceres que no está, ni él ni el koreón, como lo llama él. Y tú piensas que...

-No pienso nada, mujer.

-Le pregunté al capitán Dot, al resto de la tropa, nadie sabe nada.

-Bueno, es un hombre al fin y al cabo.

-Estamos hablando de que tienes muchísimos soldados.

-Marga, Aranet es el organizador. No sé, no sé cómo salir de esta situación.

 

Golpean a la puerta, no hay ninguno de los criados.

-Ve a abrir, mujer.

-Es el capitán Dot.

-Que pase.

 

-¿Qué sucede?

-Mi rey, las primeras defensas, las que armamos, las trincheras, la trampa, los palos en punta, han muerto muchos jinetes pero han pasado, han pasado la primera línea. Murieron también muchos de los nuestros. No sólo han pasado sino con hachas han cortado las puntas. Prácticamente todo el ejercito rival está pasando por la primera línea. Quedan tres líneas y me parecen incluso más débiles.

-A ti no te tiene que parecer, capitán, a mí me tiene que parecer. Que vayan a reforzar la tercera línea, que sería la que está más cerca de la tropa de asalto rival.

-Ya los he mandado.

-¿Sabes algo de Aranet?

-No mi rey, pero me preguntó por la mañana.

-Y te pregunto por la tarde también, y te preguntaré por la noche también.

-Mi rey, tenéis pocas guarniciones, la gente del poblado se está yendo.

-¿Cómo se está yendo?

-Hay varios soldados de la tropa que van al pueblo a buscar víveres, ya prácticamente desmontaron el mercado, la feria. Están emigrando para otros castillos.

-Están abandonando mi reino.

-No tenemos víveres, mi rey, casi.

-Te enviaré a Elmo, el jefe de cocineros. En la cocina debe haber... Ve, ve, después yo te enviaré a Elmo.

-Anán.

-¿Qué, Marga? ¿Qué? ¡Por Dios! ¿Qué...? Qué, mujer, qué, ¿qué pasa?

-Hay muchas provisiones para varios días, para veinte, treinta personas. ¿Cuántos soldados hay?, cientos. ¿A qué vas a mandar a Elmo?

-¿Qué hago, mujer? Los están matando a todos, no dejan prisioneros. Están haciendo correr la voz de que me van a cortar la cabeza y me la van a poner en una pica. Nuestro castillo amigo, vecino, ha caído.

-Pero Aranet ha traído gente.

-Pero están muertos, mujer, y Aranet no está. ¡Aranet no está! ¡Aranet no está!

-Anán, Anán.

-¡Qué, mujer, qué!

-¿Qué hacías antes de que vinera Aranet?

-Nada, ya hubiéramos caído, ya estaríamos muertos. Pero ahora se fue, huyó.

-Tu amigo no es de huir.

-¿Dónde está, mujer? ¿Tú lo ves? ¿Has visto las habitaciones? ¿Has ido al corral? ¿Has visto al koreón? No está. Pensó "Hice lo que pude y ahora me voy. Nos veremos en el otro mundo, aquel que está más allá de las estrellas".

-¿Por qué no tomas algo caliente Anán y duermes un poco?

-Me duele el estómago, me duele la cabeza, me duele la garganta, me palpita el corazón, estoy con pánico. Yo estaba bien cuando era Gualterio, no tenía problemas, iba de poblado en poblado.

-O sea, ¿te arrepientes de conocerme?

-¿Por qué tergiversas las cosas? ¿Por qué todas las mujeres tergiversan las cosas cuando uno habla y dice algo? No, no estoy arrepentido, es el contexto. Yo no quería ninguna corona, una mantita azul. ¡Ah, era Anán! No, no quiero esto. Era más feliz en el campo durmiendo en la tierra y mira lo que me pasó: tengo un dormitorio, no hay inclemencias del viento, el invierno no entra al castillo, ponemos la estufa con los leños, comemos ave asada, me rasuro a diario, tengo una tina con agua caliente, no me baño en el arroyo... ¿Y qué fue de mí? ¿Qué fue? ¿Qué soy?: Un blando.

Tengo pánico. No quiero esto. ¿Y nuestros herederos? Los van a matar también. Vámonos.

-¿A dónde?

-Vámonos. Le digo al capitán Dot "Vamos la familia a ver el poblado, a ver qué pasó con la gente". Mañana de madrugada agarramos una buena calesa, llevamos un hoyuman de repuesto y nos vamos. Algunos víveres, alforjas, lo que sea. Nos vamos. Abandonamos todo.

-Pero eso es de cobardía, un rey no hace eso.

-No, un rey muere, le cortan la cabeza y lo ponen en una pica.

-¿Te piensas que te van a matar? ¿Te piensas que te van a matar?

-Se van a abusar de ti de mil maneras, de mil maneras, cien soldados, cien. Quizá no te maten, quizá te vendan como una esclava si queda algo de ti.

 

Amagó con pegarme una bofetada, le retorcí la mano.

-¡Basta! ¿Quieres quedarte? Yo me voy... No quise decir eso, no quise decir eso, no. No. Prepara la ropa, vámonos. Te van a matar a ti, a nuestros herederos. Vámonos. Aranet no está, no nos va a defender.

-Anán, hablas como si él fuera más que cien soldados.

-Él es más que cien soldados. Tiene estrategia pero no está, me abandonó, me dejó, se fue. Nos vamos nosotros.

-¿Y qué van a pensar los soldados?

-Van a estar muertos, van a estar muertos. Muertos. Muertos todos. Todo arrasado, todo quemado. Me duele la cabeza, me siento mareado, me siento mal. Vámonos. Vámonos de noche.

-No, vámonos de madrugada.

-Está bien, nadie va a preguntar, nadie tiene que preguntar. Soy el rey, quiero ir al poblado. No tengo que dar explicaciones, no quiero escolta. Voy de incógnito, sin corona, sin ropa fina, lo más vulgar posible. Me disfrazo de campesino, no me importa, me saco estas botas. ¡No puedo más!

 

Hablaba en serio, me quería ir. Marga me hizo caso, preparó las cosas, la ropa nuestra, la ropita. Apenas amaneció nos subimos a una calesa grande de doble asiento, tirada por dos hoyumans, otro hoyuman atado atrás.

-¡Capitán, capitán Dot, quedaos!, quiero ir al poblado yo mismo quiero ver.

-No puede salir solo, mi rey.

-Es una orden.

-Pero afuera...

-Es una orden, mira cómo voy, nadie me reconoce. Me ensucié la cara con carbón, nadie me reconoce.

 

Y nos marchamos, y nos alejamos. Miré para atrás y veía el castillo, nos abrieron las puertas grandes. Ya di orden de que voy a investigar el poblado.

-Cerrad, no dejad pasar a nadie. Responderéis con vuestra vida.

 

Y era cierto, responderían con su vida. ¿Cobardía? No, sentido de supervivencia. Me sentía defraudado, no estaba mamá. Aranet... ¡Era un hermano! Me clavó un puñal, me traicionó, se fue.

- ¿Y si lo mataron?

-No, no, no. Él se fue sin avisar.

-Como tú, Anán.

-Sí Marga, como yo.

-¿Trajiste los metales? ¿Todos?

-Sí los tengo en una bolsa dentro de la ropa. Cobreados, plateados, dorados... Traje todo lo que había.

-Bueno, si vamos a una posada bien lejos de aquí, nunca paguemos con un metal dorado, nadie tiene metales dorados, a lo sumo plateados. Somos labriegos venimos... Mmm... Venimos del oeste, de cerca del océano, la tierra era árida, buscamos otro lugar. Eso es lo que diremos.

 

Y anduvimos. Paramos en un poblado, pasamos lo más desapercibidos posible y seguimos marcha, cuatro amaneceres. Vimos un pequeño campo, había un hombre muy grande, enfermo, hacía poco se le había muerto la mujer, no tenía herederos. Le dije:

-Le compro el campo.

-No tiene como pagarlo.

-Marga: -Mire, un metal dorado. -Se lo puso en la boca.

-¿Es un metal dorado de verdad? -Le tomó el peso-. ¡Es un metal dorado!

 

Fuimos al poblado, había un hombre que sabía escribir, hizo un contrato de venta.

-¿Cuál es su nombre?

-Gualterio, solamente Gualterio. ¿Qué va a hacer, anciano?

-Cojo mi hoyuman y me voy, con esto me comparé algo.

 

Pobre hombre, quizá lo asaltaban en el camino y se quedaban con el metal dorado. Pero no era mi problema, me estaba transformando en un egoísta.

Habíamos andado bastante pero todavía me sentía como...

 

Contratamos a un peón, Juno, de pocas luces. Pero bueno, pero está bien que fuera de pocas luces, son los que menos preguntan, los que menos averiguan.

-Te daré algunos metales cobreados. Ve hasta el poblado. ¿Sabes leer?

-Sí, señor, aprendí de chico.

-Bien, te escribo lo que me tienes que traer. -Le encargué bastantes provisiones.

-Llévate la calesa.

-No, yo tengo ahí mi carreta.

-Mejor, mejor.

 

Aranet, mi amigo, me dejó.

¡Je, je, je! Arriba del trono, en el asiento, ¡ja, ja, ja, ja, ja!, estaba mi corona, mi corona dorada al lado mis botas impecables, bien lustradas... Ahora tenía un calzado de lona, los pies fríos, húmedos pero mi cabeza no estaba sobre una pica. Volví otra vez a mi vida de pobre y la arrastré a Marga. ¿Pero qué prefería ser ultrajada por cien? ¿Vendida como esclava? ¿Muerta?

 

No puedo decir más nada, no se me ocurre más nada. Gracias por escucharme.

 

 

 


Sesión 17/06/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

Era el rey pero estaba perdido, no se encontraba. No encontraba su auto estima. Tuvo que soportar varios incidentes y humillaciones para recordar quién era. Recordó que era el rey y volvió su auto estima.

 

 

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Entidad: Por momentos me siento calmado, por momentos desmoralizado, por momentos tranquilo, por momentos zozobra, angustia pero al fin y al cabo yo me adapto fácil, siempre fui Gualterio. Anán lo tomo como un sueño que duró.

Lo hablé con Marga. Me dice Marga:

-Los chicos tienen muchísimos más amaneceres que cuando escapamos y te conocen como eres ahora.

-Claro, no me conocen como el rey Anán, me conocen como Gualterio, como era yo.

-Conozco tu vida casi de memoria; noches enteras, tardes enteras, me contabas... Y no, no eres ese.

-¿Puedes ser más clara, mujer?

-De pequeño sentías un tremendo sufrimiento, de joven un tremendo desamparo al ver que habías perdido a tu gente conocida. Conocías precariamente el arte de la espada.

-No, no, no mujer, precariamente no. Sabía espadear bien.

-Anán...

-No, estamos solos con los niños. No, no, soy Gualterio. No, no.

-¿Pero qué tienes en la cabeza?, a cientos de líneas no hay nadie.

-No importa, puede haber espías por todos lados.

-Has quedado mal.

-Termina de contarme esto que decías.

-Claro. Tú decías que eras hábil con la espada. Cuando conociste a ese bruto te enseñó verdaderamente a pelear al punto tal que eras casi invencible. Salvo el bruto, no había nadie que te pudiera vencer.

-Claro, mejoré.

-No, no mejoraste, te acostumbraste.

-Me acostumbré a ser buen guerrero, a ser buen rey.

-No, te acostumbraste a la vida fácil, a la vida cómoda. Y te olvidaste de tu persona, te olvidaste de tu reinado, te olvidaste de tu gente.

-Vas a decir que hasta me olvidé de ti.

-También te olvidabas de mí. Yo era tu compañera para escuchar tu dolor, tu sufrimiento. Te vivías quejando. Por momento sentía como desamor.

-¿Cómo desamor? ¿No me amas?

-Sí te amo pero había perdido la admiración que sentía por ti.

-Cuando nos conocimos me despreciabas.

-No, no te despreciaba, no te despreciaba, pero que querías que te dijera, era una dama, tenía que disimular.

-Mujer tenías que ser.

-Pero cambiaste, no pasa por que engordaste... A ver, Gualterio, tú montas en tu cabalgadura y de repente vives miles de amaneceres en las montañas con los lanudos, no hay hoyumans. Bajas otra vez al valle, montas un hoyuman... no te va a desmontar, no te va a derribar.

-Mujer, claro que no, el que sabe montar sabe montar siempre.

-Y eso es con todo. Con la espada has perdido la práctica, el que es hábil es hábil siempre.

-No mujer, hay lugares donde hay campeonatos de lucha y algunos están cientos de amaneceres sin practicar y son vencidos. Con la espada sucede lo mismo.

-Supongamos que fuera así, lo tuyo está en tu mente, tú te sientes menos, tú te sientes relegado, tú te sientes que no eres tú. Estás con temores: "No me digas Anán, llámame Gualterio, nos pueden escuchar". No hay nadie.

 

Nos hicimos amigos de una señora, Avisena, una señora mayor, viuda. Había perdido sus dos hijos en una reyerta, vivía a cuatrocientas, quinientas líneas en una pequeña casita, apenas tenía para comer. Le dábamos comida y unos metales cobreados, se quedaba cuidando a los niños y nosotros nos íbamos en la carreta hasta el poblado más cercano a buscar víveres. Recuerdo que fuimos a buscar víveres pasado mediodía y llegamos al almacén, me sentía como intranquilo, obviamente no llevaba ninguna arma conmigo ni espada, ni puñal, nada, era un granjero. Había tres hombres, no eran guerreros, eran estas sabandijas que... como estas aves carroñeras que comen de que lo dejan otros, eran carroñeros. En cambio del otro lado había un hombre de una edad indefinida, con una barba medianamente arreglada, el rostro osco, serio, la mirada como perdida tomando una bebida blanca, casi todo alcohol, la tomaba a sorbos. Una joven atendía la barra del costado mientras que su patrón o quizá su padre atendía el almacén. Llevamos algunos granos, nuestro pequeño campo tardaba en fertilizar entonces teníamos que comprar bolsas.

Uno de los hombres de los carroñeros se acerca a Marga.

-¡Vaya que está buena, esta mujer!, lástima el que la acompaña.

 

No le prestamos atención. Se acercó un segundo de los tres.

-¡Pues mira que sí! Lástima toda esa ropa que lleva, no se le puede ver bien su cuerpo.

-Me parece que ya es suficiente.

 

Me tocan el hombro del lado izquierdo, me doy vuelta y recibo un puñetazo. El tercero me tumba, golpeo la nuca contra el suelo y me quedo mareado. Me toco el costado pero claro, no tenía espada, no tenía nada. Los hombres empezaron a manosear a Marga, que a uno le dio una bofetada. El hombre se la devolvió. Me quise levantar y recibí un puntapié en el mentón, me lloraba la vista. Hasta que el hombre adusto, serio, el que estaba en el otro rincón con la bebida blanca se acercó:

-Ya está, es suficiente, estoy cansado de ver abusos.

 

Los hombres sacaron su espada. Me quedé sentado en el piso.

El hombre no sacó su espada, sonrió como con una sonrisa triste.

-Es grave lo que han hecho, han manoseado a la señora. Merecéis que os corten las manos pero todavía podéis iros.

Largaron una risotada: -¿Por dónde quieres que empecemos, que te cortemos la cara, una pierna...?

 

El hombre, muy despacio, sin perturbarse sacó su espada. La tomó delicadamente a Marga de su brazo izquierdo y la corrió para atrás y a mí me hizo una seña que retroceda. Me paré como pude, estaba mareado y me senté en un banco. Lo que vi fue impresionante, manejó su espada con una destreza que en quince segundos los cuellos de los tres carroñeros estaban cortados, ahí, sin vida.

Sacó unas cuantas monedas plateadas, se las dio al hombre:

-Que el sepulturero se haga cargo.

Se dirigió a mí:

-¿Es tu mujer?

Asentí con la cabeza, sin hablar.

-Cuando vengas a buscar provisiones ven solo, ella que se quede donde vivan. No la traigas si no la puedes defender.

-Si tú supieras quién soy.

-No sé quién eres, no me interesa, pero sé que hubieran llegado más lejos, se la hubieran llevado a un granero y tú no hubieras podido hacer nada.

-¿Quién eres?

-Mi nombre es Netrel, ya pasé por situaciones así. Mataron a mi mujer.

-¿Y te has vengado del asesino?

-Es una historia que es muy larga para contarla, pero no soporto los abusos. Honestamente, buscaba la excusa para acabar con ellos. Sabía que no se marcharían. ¿Sabes manejar la espada?

-Sabía, en una época.

-Eso no se pierde.

-Eso me dice mi esposa.

-¿De dónde eres?

-De muy al Sur, de Krakoa. Crucé el brazo, llegué al continente y me fui para el norte a lomo del hoyuman, a muchos amaneceres al norte, al noroeste.

-Cuídate. Nada más. Cuídate.

-Muchas gracias -le dije.

-No me agradezcas, agradécele a aquel que está más allá de las estrellas que yo haya estado aquí. Tu mujer estaría ultrajada y hasta muerta como pasó con la mía. No quiero que eso le pase a nadie, no puedo estar en todos lados. Pero tu forma de andar, tu forma de caminar, tu cuerpo, no me parece de una persona que maneje la espada.

 

Habló Marga y le dijo:

-Era uno de los mejores.

-Entonces algo pasó acá -Y se tocó la frente-, no pasa por sus manos. Supongo que sería más delgado. ¿Cómo te llamas?

-Gualterio -le dije.

-Gualterio, tu problema está en tu cabeza. El respeto pasa por ti. Si no te respetas no van a respetar a tu mujer, a tus amigos, a nadie.

-Pero siempre puede haber uno mejor que yo.

-Y te matarán pero no te humillarán. Yo no sé cuánto voy a vivir. Eran tres, si hubieran sido más hábiles me mataban, y no era nada que me importara a mí pero no podía permitir que humillaran a una mujer. Y no te enojes, amigo, pero si te hubieran molestado a ti capaz que no me metía, al fin y al cabo, sino te sabes defender es tu problema pero con la mujer no, no. Tres alimañas menos.

 

A todo esto el hombre ya había vuelto con el sepulturero y un ayudante y se llevaron los cuerpos. Netrel volvió y le dejó una moneda plateada a la joven que lo atendió, que lo miraba con una tremenda admiración. Él ni lo notó. Marchó para el corral y en un hoyuman marrón, casi negro, se marchó sin mirar para atrás.

Cargamos las provisiones, fuimos a la carreta, no hablamos en todo el camino. Al día siguiente, apenas amaneció empecé a practicar con la espada. Y al amanecer siguiente y al amanecer siguiente, y empecé a hacer las tareas del campo. Al cabo de sesenta amaneceres un poco más esbelto me encontraba y un poco más diestro estaba con la espada pero todavía sentía dentro mío como esa inseguridad que no se me iba, que estaba dentro marcada a fuego.

Ya estaba pronto a cosechar lo sembrado, ya no tenía que ir más a por granos al poblado, sí por otro tipo de provisiones. Le dije a Marga:

-Quédate con la señora, con los niños. Volveré pronto.

 

Fui con una cabalgadura, sin carreta, con un par de alforjas al mismo almacén. Miré hacia los costados, había varias personas que lo primero que se fijaron es en mi espada. Cuando estaba terminando de llenar las alforjas entra un hombretón:

-Que pueblo aburrido. ¿Qué es esto? Es un velorio. ¡Ah!, hay una niña ahí, al final.

 

Se acercó a la joven, que después me enteré que no era la hija del dueño sino una joven huérfana que el hombre le había dado trabajo. Empezó a molestarla, a acosarla, el hombretón.

Netrel no estaba, nadie se metía hasta que fui yo:

-Me parece que ya es suficiente.

 

Se dio vuelta, me llevaba media cabeza. Me dio una bronca, una ira tremenda pero conmigo, porque me dio un ramalazo de miedo que me afectó toda la parte del estómago, "¿Qué hago aquí, por qué me metí a hablar?". El hombre no se ocupó de mí, volvió a la joven. Le tocaba la cara, le llego a tocar un seno. El patrón miraba pero no decía nada.

Le toqué el hombro al hombre.

-¡Ya está! -Y recibí un puñetazo que me sentó al piso.

Mis reflejos, mis benditos reflejos ya no los tenía. Me levanté rápidamente y saqué la espada. Sacó la suya. ¡Cuánto hacía que no cambiaba aceros con alguien! La espada me pesaba, no tenía manera de entrarle al hombre. Me hincó al costado, sentí una tremenda quemazón del metal de la espada en el costado izquierdo, no fue una herida profunda, apenas me hincó pero me paralizó del dolor. Se me nubló la vista, se me llenó de lágrimas. De repente sentí un tremendo ruido, la joven con un palo de los que se amasa pasta le golpeó en la cabeza al hombre y cayó desmayado.

 

Practiqué infinidad de amaneceres y todavía no puedo, el hombre me hubiera matado. Que a Marga la salve Netrel... la salvó, pero que a mí me salve una niña...

Le pagué al almacenero. Me miró con una cara como diciendo "No tengo salvación".

La joven se acercó a mí y me dijo:

-Vaya al médico.

-No, es algo superficial.

-¿Qué va a pasar con este hombre cuando se despierte?

Saqué mi espada otra vez:

-Lo mato.

La niña me agarró la muñeca y me dijo:

-Señor, guarde por favor su espada, ¿cómo va a hacer eso con alguien que está desmayado?

-Cuando se despierte, ¿cómo sabes que no te va a ultrajar o que no va a destruir el lugar?

Se pararon dos hombre que estaban atrás, lo tomaron de los brazo y lo sacaron afuera, lo tiraron al barro.

Estaba cargando las alforjas en mi hoyuman cuando el hombre se levantó y los dos hombres que lo llevaron le empezaron a patear en el rostro, en el cuerpo, le dieron una paliza tremenda. Creo que terminó con una pierna rota y un brazo fracturado.

 

Me fui marchando despacito con mi hoyuman, mi herida me dolía. Ya estaba bastante oscuro, supongo que mi cabalgadura sabía el camino de memoria porque estaba tan mareado que no sabía por dónde iba.

La señora había atendido a varios heridos, Marga se puso a llorar.

-¿Qué te pasó ahora?

-Una reyerta, no es nada.

-¿Mataste a tu rival?

-Quedó todo fracturado, no va a molestar a nadie.

-¡Bien! Bueno, pero te ha herido.

-Sí, pero no va a lastimar más a nadie.

 

Omití el resto de la historia, ya bastante poco respeto me tenía Marga para que le dijera que me volvieron a humillar.

-Por unos días no va a poder hacer nada, señor Gualterio -me dijo la señora.

Me cosió la herida, me puso una planta que destiló un pequeño jugo que me ardía.

-Esto le va a cicatrizar pero por lo menos esté cuatro o cinco amaneceres sin hacer nada.

 

Me sentía desanimado, me sentía inseguro. Había empezado a trabajar en el campo, estaba más delgado, es como que los músculos otra vez salían, es como que me sentía más ágil, es como que estaba más ducho con la espada. Pero cuando fue el momento de combatir de verdad la espada me pesaba. O, como decía Netrel tocándose la frente, o era un problema que estaba en mi cabeza porque la espada pesa lo mismo en una práctica que en una pelea verdadera.

Estaba en mi cabeza, igual que mi inseguridad. Y sentía como que Marga, íntimamente... es como que estaba conmigo para satisfacerme pero no sentía, como que ella... no sé cómo decirlo... como que ella estaba complacida de mí, no. Es como que le daba lo mismo si yo la buscara íntimamente o no, le daba igual, y eso me hacía sentir más inútil, como con menos estima, como que era poco hombre para ella.

Y algo dentro mío -que en aquel entonces no sabía cómo llamarlo, que ahora como thetán sé que son roles del ego-, hacía que me sumiera más en un pozo profundo, porque los roles actúan de esa manera, como si la inseguridad fuera un fuego y el ego fuera una fragua que infla la llama para que te sientas peor y dentro tuyo te acusas, te sientes culpable, es otra fragua que aviva las llamas. Y te enojas, es otra fragua que aviva las llamas. Y te molestas contigo mismo, otra fragua. Y otra fragua. Y otra fragua. Y otra fragua.

 

Y entonces te pones a pensar, ¿Qué beneficios le traje a Marga? ¿Era una dama y ahora es la esposa de un cobarde? ¿Lo pregunto o debo afirmarlo? Porque no sé, honestamente no sé, no sé. No sé cómo salir de esta.

Descansé como diez amaneceres hasta que Marga me dice:

-No busques la excusa de estar tirado en el camastro. ¡Levántate! Haz ejercicio, practica con la espada, sigue trabajando con el campo, ya puedes cosechar. ¿Quieres que lo haga yo?

-No, mujer.

 

En una carreta muy pequeña venía la señora pero vi su rostro como de angustiada.

-¿Qué sucede? ¿Algún problema?

-A un amanecer de distancia tengo un señor mayor, amigo, que perdió a su esposa. También tiene un hijo, una nuera y como siete nietos y escuchó el rumor de que a tres amaneceres de camino hay una horda que se acerca para aquí.

 

¡Una horda! Cientos de hombres. Cientos de hombres, todos guerreros y en esta zona no tiene por qué, no hay qué saquear.

Tomaron mi castillo, me deben estar buscando.

-Marga, ¿has escuchado a la señora? Debemos dejar todo e irnos más al sur. Atravesemos el brazo, vamos a Krakoa. Alejémonos, tenemos que irnos, tenemos que alejarnos, tenemos...

Me dio una cachetada:

-¡Basta, basta Anán, basta, basta! No puedo verte así, vete tú, déjanos. Me quedo con la señora, con los chicos. Vete, me pones mal. Me contagias tus nervios, tu angustia, tu malestar, tu inseguridad. No eres útil, no te siento, te habrás golpeado la cabeza, no eres el mismo.

 

Obvio que no me fui. Dejé el hoyuman y me fui caminando hasta un arroyo cercano. Me quedé todo el día pensando. Netrel dijo que estaba en mi cabeza. Me toqué la frente; si está en mi cabeza lo puedo sacar de mi cabeza. Salvo Aranet nadie podía vencerme y ahora cualquier... cualquier lugareño con una espada me hiere. Yo entrenaba a los soldados, ¿por qué cogí ese miedo? Si está en mí debo arrancarlo o moriré en el intento.

Volví a la casa, agarre mi mejor hoyuman, cogí víveres secos, agua. Marga estaba pálida:

-Te escapas, te vas para Krakoa.

-No mujer, no. Al contrario; si me buscan a mí, a Anán, porque soy Anán, voy a ir al encuentro de ellos.

-¡Te matarán!

-Sí, mujer, si me quedo aquí nos van a matar a todos.

 

Me abrazó, me dio un beso apasionado. Me sentí extraño, ¿cuántos amaneceres que no me besaba de esa manera ni siquiera cuando estábamos íntimamente? La saludé a la señora que me sonreía pero me sonreía bien.

-¿Por qué no lleva una cabalgadura de repuesto?

-No, está bien.

 

Llevé mi espada, un puñal, las alforjas con víveres, agua y me marché hacia donde el amigo de la señora decía que venía la horda. Sería el final pero por lo menos Marga y los chicos estarían bien. Era mi sacrificio final.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


Sesión 21/10/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

La entidad vivió en un planeta alejado, al borde de la Creación, donde energías negativas inducían visiones y terror a sus moradores al punto de enfermar y llegar al suicidio. Relata esas voces que debía soportar de aquellas entidades negativas. Encontró un humanista que estaba investigando el tema.

 

 

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Entidad: Esta vivencia es un poco extraña por las pérdidas, por los fracasos. El mundo donde viví era un mundo atípico, muy similar a Sol III, en una época avanzada como vuestro siglo XXI. Éramos lo que vosotros llamáis homo sapiens, seguramente con el mismo ADN, que debe ser universal para especies similares aun en distintos mundos. Quizá la diferencia era la distribución de los continentes y que teníamos dos lunas, más pequeñas que la vuestra.

 

De pequeño me interesó una rama muy similar a lo que vosotros llamáis la filosofía, pero debido a algo que voy a contar me dediqué al mentalismo, o sea, que era lo que vosotros llamáis un mentalista. Mi nombre era Séptimo, en nuestro idioma obviamente, estoy conceptuando. En vuestro mundo se acostumbra, en algunas regiones, al hijo número dos ponerle Segundo.

Yo era el hijo número siete de este matrimonio y estaba solo, me había casado a los veinticuatro años y estaba solo. Me habían abandonado mis padres, mis seis hermanos y mi mujer antes de que pudiera concebir algún hijo. Pensaréis "¡Qué destino el de ese hombre, lo dejó su familia, lo dejó su esposa...!". No, no me abandonaron, no se fueron a otro lado, no me dejaron por alguien: se suicidaron. Sé que con lo que estoy conceptuando le estoy haciendo doler muchísimo la cabeza a este receptáculo pero entiendo que él sabe a lo que se expone.

 

Desde la más remota antigüedad se contaban anécdotas que muchos decían que eran mitos, leyendas de apariciones, de voces en la oscuridad. No éramos religiosos, yo como mentalista creía, sabía que nuestra vida no terminaba aquí, sabía que eso interior que me animaba seguía viviendo en otro lugar imperceptible.

Conversé con muchos profesores que investigaban la mente. La mitad de la población, "la mitad de la población" era tratada con medicación. Nosotros tenemos una glándula -que vosotros en vuestro mundo llamáis amígdala, que es el núcleo del campo emocional, no es todo el campo emocional, es el núcleo-, yo le llamaba el núcleo reactivo y había medicación donde trataban a las personas que tenían delirios, llegaban a desconectar ese centro. Entonces carecían de emoción, carecían de empatía, eran como autómatas, escuchaban voces, podían tener visiones pero no les afectaba como a la gente normal. Entonces por mi cuenta elucubré, desde miles y miles de años atrás nuestro mundo sufrió muertes, hubo guerras pero fueron guerras cortas porque cada uno se ocupaba de su problema, había familias que se mataban uno al otro, había cárceles donde los carceleros disparaban a los que estaban presos en las celdas diciendo que se habían transformado en monstruos de repente y dejaban el cadáver allí en la celda... Y como mentalista empecé a atender gente.

 

Algo, algo me dijo que había entidades, seres imperceptibles que te manejaban la mente, que se alimentaban de tu miedo, de tu vergüenza, de tu baja estima. Cuanto más reactivo, cuanta más ira tenías más se alimentaban, pero más se alimentaban del pánico. Tenían la manera, el don de mostrarse pero no es que tus ojos los veían a esos seres, era tu mente la que estaba manipulada por estos seres, tampoco tus oídos escuchaban, era tu mente. Así fue como mis padres, mis seis hermanos y mi esposa se suicidaron, por pánico, por terror.

 

¿Pensáis que no? Estaba en mi despacho, la puerta cerrada. Abro con mi clave. La luz estaba encendida, mi corazón casi se paraliza porque allí, en mi sillón, estaba Rebe, mi esposa.

-Tú no puedes estar aquí.

-¿Cómo sabes? ¿Me has visto muerta?

-Me dijo la seguridad que en tu trabajo, en la universidad te has tirado de un cuarto piso y estabas irreconocible. Lo que yo vi era algo informe, no resistí.

-¿Y cómo sabes que era yo?

-Porque los peritos forenses dijeron que eras tú.

-Y les has creído y me has dejado sola, sin rumbo, por allí.

 -No eres tú. No eres tú, no eres tú Rebe, no eres tú. No eres tú, por favor, no eres tú. No eres tú.

 

Abrí los ojos y no había nadie, la luz apagada. Presioné la llave, miré el sillón. Yo les llamaba espectros, otros los denominaban de otra manera. Había gente que no lo podía soportar. Nunca supe lo que le pasó a mi esposa, a Rebe, qué habrá visto en el curso. Los alumnos testimoniaron que de repente se puso a gritar y se lanzó por la ventana.

 

Mi región está en el sur del planeta, mi mundo se llama Términus. Os diré porque le pusieron así. Tú vas lejos de las luces de una ciudad, miras de noche el cielo estrellado, hay una leve inclinación en la mitad y allí terminan las estrellas. Hacia la derecha no hay nada, no hay galaxias, ni estrellas, ni sistemas solares. Tenemos dos telescopios espaciales, uno orbitando Términus, otro orbitando la luna más grande. Podemos sacar fotos a millones de años Luz pero para el otro lado no hay nada, nada. Estamos en el borde del Universo, en la última Galaxia, por lo menos de este lado del Universo. Esos seres que yo les llamo espectros, seguro que habitan allí, allí, allí donde no hay nada y se alimentan de nuestros temores enloqueciendo a la humanidad.

 

Me contacto por canales de onda, similares en lo que en vuestro mundo es Internet, y en otra región hay un humanista muy conocido que también tiene conocimientos de mentalismo, a estos espectros él les llama etéreos y se ha juntado con un grupo de gente para investigar cómo protegerse de esas voces. Porque ese miedo, que no sabes cuándo te va a aparecer algo, porque aunque tú lo niegues, están. Esa aparición que parecía mi esposa, era ella; su voz, sus gestos... porque te leen la mente y disfrutan, gozan, gozan. Los odio.

Pero también se alimentan de mi odio; tengo que ser neutro pero por dentro te queda ese miedo en la piel, en los órganos internos. Vosotros, en vuestro mundo tenéis una noción de algo que se llama infierno, aquí lo vivimos a diario.

 

En Términus, en el borde de esta galaxia, en la última región del Universo hemos mandado sondas, sondas con infinidad de aparatos; antenas totalmente sensibles, sondas que del otro lado han recorrido el sistema llegando hasta el último planeta y más allá. Aún no hemos llegado a otro sistema estelar pero para este lado la sonda no transmite nada, nada, ninguna señal, es un vacío, un vacío vacío, no hay un átomo de materia, están solamente los espectros que esta gente de esta región llama etéreos. Ya me contacté con ellos y programé para visitarlos porque dicen que hay una esperanza, están viendo una pequeña máquina que puede de alguna manera frenar los pensamientos de esos seres espectrales para evitar más suicidios, locura, pánico generación tras generación.

 

Pobre receptáculo tiene la cabeza con mucho dolor.

 

Estamos en contacto. Me llamo Séptimo pero de mi familia soy el único.

 

 

 

 


Sesión 03/11/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter.

 

En pleno desarrollo de un sistema que impedía que los etéreos influyeran en las mentes el pueblo se revolucionó manifestando que tenían libre albedrío experimentar, como un reto. La entidad relata el temor que apareció además contra los etéreos, contra las personas mismas; familiares, amigos, conocidos... Temor a morir en sus manos.

 

 

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Entidad: Me sentía tan bien, extasiado, seguramente invadido por el orgullo de haber formado parte aunque sea mínimamente de ese grupo de elegidos, de alguna manera dirigidos por Máximo y su hermano Justo, que lograron crear en ese mundo tan sufrido, lograron crear un casco con nanotecnología, con microprocesadores, con una especie de resonancia que aislaba el cerebro del maligno concepto de los llamados etéreos por Máximo, esos seres que venían de la Nada, porque nuestro mundo, bien llamado Términus, estaba en el final del universo.

 

Quiero que entendáis, para que quede claro, no existe un mundo que sea el final del universo porque hay miles y miles de galaxias que bordean el universo y miles y miles de mundos en cada galaxia que bordean dichas galaxias; esto significa que hay millones de mundos al borde del universo. Términus era uno de ellos. Y en la Nada, allí donde mora el vacío más absoluto, fuera de la Creación, allí están ellos, seres que ningún aparato los puede percibir, y en Términus tenemos los aparatos más sofisticados para medir desde un nanómetro hasta cien mil años luz. Pero no, eran imperceptibles, ininteligibles a nuestro entendimiento acosando, disgregando a la raza humana de Términus año tras año, siglo tras siglo y milenio tras milenio, desde la más remota antigüedad metiéndose en nuestros pensamientos, haciéndonos creer -manejando nuestra mente- que escuchábamos voces que no existían, visiones de un ser querido, de mis hermanos, de mis padres, de una familia que está tan adentro mío... Y muchas veces, sentí odio hacia esos seres, un odio tremendo. Hasta que vino la calma.

 

Pude cooperar con un granito de arena de mi conocimiento, con ese grupo elegido. Y en distintas regiones del planeta se armaron fábricas, laboratorios haciendo miles y miles, millones de cascos que como eran flexibles se acoplaban a nuestra mente.

 

Y como seguramente conceptuó el thetán de quien en esta encarnación fue Rómulo, el thetán se preguntaba "No tiene sentido, porque protege la parte del cráneo, el casco. Esos seres malignos pero inteligentes, ¿por qué no pueden conceptuar por debajo del cráneo?" Y la respuesta fue que había una resonancia, una estática, por así llamarlo, que interfería -como a vosotros, en Sol III, que una estática puede interferir una onda de radio-, interfería los conceptos de los etéreos.

 

Y por primera vez, la raza se dedicó a vivir, a gozar, a disfrutar. Y yo, un ser minúsculo era parte de ello.

 

Nunca me iba a olvidar de quien era mi familia, de mis seis hermanos pero ahora podía rehacer mi vida, ¿por qué no?, buscar un amor, tener amistades...

Recuerdo la primera vez que volé, era una avioneta pequeña. Fuimos con el grupo de un laboratorio a otro y le digo a mis nuevos amigos: -El piloto y el copiloto tienen casco. -Porque se había dejado de volar.

Imaginaos, un avión con 220 pasajeros, los etéreos invaden la mente de los pilotos, creen que delante de ellos tienen otro avión o una montaña y morimos todos estrellados o hundidos en el mar. Nadie volaba hasta que los cascos resolvieron el problema.

Diréis "No hay más nada que contar, es un final feliz. Demos vuelta a la hoja, pasemos a otra vivencia".

 

Una tarde voy por una acera, veo un hombre de unos treinta años, desaforado, corriendo, desajustándose la corbata, cruza la calle sin ver: lo atropella un coche. Nos acercamos al lugar del hecho, el hombre no tenía casco, estaba vivo, manaba sangre por la boca. Todavía no había llegado ningún guardia de seguridad. Me atreví a preguntarle: -¿Y tu casco?

Me miró y dijo:

-Quería experimentar.

-Experimentar, ¿qué?

-Quería mostrar que era más fuerte, que podía con esos miedos porque a mí no me asustan los monstruos

-Pero has venido desaforado. -Tosió, un borbotón de sangre, casi ni podía andar.

-Siempre le tuve pánico al agua, no sé nadar. De repente me vi sumergido en medio del mar, no podía respirar y corrí. -En ese momento murió.

 

En las semanas siguientes, en los distintos noticiosos, en distintas regiones de Términus hubo cientos de casos similares de personas y jóvenes que se sacaban el casco para ver si podían resistir. No tenían en cuenta que los etéreos podían saber nuestros miedos y -como decís vosotros en Sol III- adonde le aprieta el zapato a cada uno. Ese señor fue el agua, otro puede ser la obscuridad, otro puede ser en encierro, la altura, el vértigo... Sufres de vértigo y te ves de repente arriba de una cima, y miras hacia abajo y no lo puedes resistir.

Las instrucciones eran: El casco no se sacaba ni para dormir porque manejaban tus sueños.

 

Como era de nanotecnología te podías bañar perfectamente, que no le afectaba en absoluto al casco. Podías hacer todo tipo de actividades. Es más, el casco tenía una peculiaridad para todo ser humano, tanto varones como mujeres, que una vez que te lo pusieras mandaba una frecuencia hacia la parte capilar para que el cabello no te creciera más. Imaginaos, vais a una peluquería, te sacas el casco, le coges las tijeras al peluquero y se la clavas porque te imaginas que es un monstruo que te va a atacar. No había excusas.

 

Y me di cuenta que el ser humano era necio, ponía en riesgo su vida. ¿Os parece raro lo que les cuento?

Vamos al presente. Sol III, niños, adolescentes, mayores, parques de diversiones, juegos de tremenda altura; no neguéis que ha habido decenas de accidentes en distintas partes del mundo de aquí, de Sol III, pero se suben porque les interesa el vértigo, la emoción. No prejuzguéis. Me diréis: "Pero no arriesgamos la vida". ¿Y los deportes extremos? Hay infinidad de deportes extremos, gente que ha muerto lanzándose en un parapente.

 

Hubo un comunicado en cada región de Términus prohibiendo que la población se saque el casco. ¿Por qué? Porque no ponía sólo en riesgo su vida, la de su entorno; porque en ese momento de locura, en esa emoción potencialmente extrema tu familia no era tu familia, tus amigos no eran tus amigos, podían ser sombras, muertos que se levantan, bestias, alguien que te quiere atacar. ¿Y qué hace tu mente reactiva?, reacciona de la peor manera. Sí. El primero que vi, el señor que lo arrolló el carro, pero miles más, familias enteras destrozadas por gente que de repente recuperaban la cordura se volvía a poner el casco y encontró muerta a su esposa, a sus hijos pequeñitos que él los había matado, porque los etéreos le habían implantado imágenes que no existían.

 

Mi equipo no podía hacer nada contra eso. Hasta que Máximo, siempre Máximo: -Queridos amigos, ¿qué es lo que más amo? ¿Qué es lo que más amáis vosotros?

Uno dijo "La paz". Yo dije "La armonía". Otro dijo "La tranquilidad".

-Bien.

-¿Qué es lo que trae todo eso?

-Decidnos.

Y Máximo dijo: -El libre albedrío. Pero en este caso, contra todas las leyes de nuestro Creador vamos a tener que cortar el libre albedrío de las personas. Y como uno ha de dar el ejemplo voy a ser el primero.

 

Con Irdino y Rómulo habían armado un casco especial que con la ayuda de Justo se adhería permanentemente a la base del cráneo y era imposible sacarlo.

¿Vosotros pensáis que la población estaba contenta? ¿Se había acabado el problema?: No.

 

Hubo una votación: La población se opuso. Hubo un voto.

Como muchas veces ha sucedido en Sol III ganaron los inconscientes. Por sesenta por ciento a cuarenta por ciento ganaron los inconscientes.

-Nadie nos va a implantar lo que no queremos, nosotros decidimos.

En las mismas fuerzas de seguridad hubo quienes votaron por no.

 

Máximo no era ningún jerarca pero gracias a su capacidad de hablar -salvar entre comillas a la humanidad, digo entre comillas porque la humanidad era muy inconsciente-, tenía contacto con jerarcas. Tuve la suerte de presenciarlo, me llevaron.

Los jerarcas de varios países, de varias regiones, Máximo dijo:

-No puede haber un integrante de ninguna escala, de ninguna categoría en la fuerza de seguridad que haya votado por no, porque tienen armas. Se les antoja sacarse el casco y pueden matar a cualquiera poseídos por esos etéreos.

Entonces, la propuesta es: Solamente van a ser fuerza de seguridad los que tengan el casco implantado en el cráneo.

 

Pero lo que pasó no fue bueno; hubo como una especie de guerra civil, hubo gente que se armó, como vosotros en vuestros países en Sol III os armáis contra los delincuentes, hubo gente que se armó contra los inconscientes. Si veían alguien sin casco que perdía en ese momento la razón le disparaban antes de que ese ser los mate a ellos.

 

Máximo estaba desconsolado. Su hermano, Justo, a su lado no sabía cómo hacer para apuntalarlo. ¿Tienes idea, Máximo, de lo que has logrado? Has logrado salvar al planeta.

-¿De qué? -dijo Máximo.

-Mira, mira en las calles. -En nuestro mundo, Sol III, diría "Cacería de brujas"-. Un sesenta votó que no. Tenían su libre albedrío: "A mí nadie me va a implantar nada. Yo soy dueño de mis actos". ¡Necios! Cómo van a ser dueños de sus actos si al sacarse el casco los etéreos eran dueños de sus actos.

 

Quería rehacer mi vida, había alguien que me gustaba. Había votado por el no. Yo no era inconsciente, era consciente.

 

Nuestro grupo nunca se armó pero muchas veces nos preguntamos con Justo y con Máximo, ¿Y si un día estamos comiendo en un local o tomando algo y hay dos sin casco, qué hacemos?: "Tomen, córtenos el cuello, ¿o nos defendemos?".

Y me asusté. Me asusté mucho. Porque por primera vez, Máximo, que tenía respuesta para todo dijo "No sé".

 

Gracias por escucharme.