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Psicoauditación - Walter N.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 25/11/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Walter N.

La entidad nos recuerda las razones para encarnar y cuáles van a ser los problemas que vamos a encontrar. Van a jugar todos los roles del ego, especialmente nuestra autoestima. Cómo terminemos cada ciclo es cuenta nuestra.

 

Sesión en MP3 (2.965 KB)

 

Entidad: Nosotros somos entidades espirituales que encarnamos en el plano físico para, hipotéticamente, disfrutar de los cinco sentidos. Lo que pasa es que eso trae aparejado infinidad de inconvenientes: envejecemos, tenemos problemas de salud, somos presa de nuestras propias pasiones, deseos, fracasos, frustraciones y a veces nos sentimos mal con nosotros mismos por no lograr nuestros proyectos o peor aún, no atrevernos, no atrevernos. No atrevernos a experimentar distintas... distintas cosas. Entonces nos sentimos mal con nosotros mismos. Cuando encarnamos somos un 10% de espíritu, el otro 90% llamado thetán está en el plano que corresponde y le decimos "Yo superior" porque es quien mentalmente nos orienta, no es que nos sopla ideas al oído, eso no es cierto, simplemente que a veces se nos ocurren ideas que pensamos que son nuestras y son de nuestro "Yo superior" o thetán.

 

Lo que sucede es que en varias vidas me pasó algo similar en el sentido de no querer, mejor dicho, no poder, mejor dicho, no atreverme a llevar a cabo los deseos que tengo en mi interior. Sí, sueño, sueño que logro esto, que tengo aquello pero después me despierto y vuelvo a la realidad, una realidad donde no me atrevo, una realidad donde me vence la timidez, una realidad donde... donde veo que otros logran sus cosas, donde veo que otros triunfan hasta en los menores detalles.

 

Hay una vida que es para destacar de hace siglos y siglos atrás. Vivía en una aldea con mis padres, mi nombre era Labrego y desde pequeño me gustaba una niña que vivía en el mismo poblado, se llamaba Una, era hija única de sus padres, Asde y Utah, ambos labradores. No es que estuviera mucho tiempo con ella porque se juntaba más bien con otras niñas, pero a veces sí, conversábamos. Recuerdo que su tío Alino, hermano del padre, le enseñaba desde pequeña el tiro con arco, esgrima y también a montar a caballo.

El tío Alino me decía:

-Labrego, ven con nosotros, te enseñaré también el tiro con arco.

 

Negué con la cabeza. Me desesperaba por ir, me desesperaba por estar con Una pero tenía miedo de pasar vergüenza de que fuera un mal arquero, de que no aprendiera y ella se burlara. Y fuimos creciendo. Ella fue mejorando notoriamente el tiro con arco y yo nada.

 

 Mis padres, al igual que los de la joven Una también eran labradores, entonces yo trabajaba con padre en el campo. Apenas sabía manejar la espada, nunca había aprendido el tiro con arco y a medida que ya fui creciendo me fui dando cuenta de que jamás, jamás, jamás se hubiera burlado de mí si yo hubiera aprendido menos. Otras jóvenes sí, eran burlonas, despreciables, repugnantes en su manera de ser, en su conducta, alababan a esos grandes caballeros que venían o de repente aparecía en la aldea algún noble y ¡oh! intentaban congraciarse quedando de forma ridícula, y a mí ni me miraban. Pasaba de repente con una bolsa de cereales o con un fardo, una tarde rocé a una y bueno, yo iba con un fardo y ella no llevaba nada, me rozó "Por qué no miras, Labrego, por donde caminas, inútil". Le iba a contestar "Inútil eres tú que no llevas nada y te tropiezas conmigo", pero hasta con eso fallaba. Aparte, crear una discusión en la aldea le hubieran dado la razón a ella. ¿Quién era yo? El hijo de un labrador, un fracasado. Y después me enojaba conmigo, me recostaba en mi catre y me enojaba: ¿Por qué fracasado? Yo soy bueno en los trabajos de campo, sé sembrar...

Recuerdo que el verano pasado padre me dijo:

-A ver cómo te portas, un cuarto de este campo siémbralo tú.

Y la cosecha fue extraordinaria, padre me felicitó, madre me abrazó, o sea, que ellos entendían que yo era importante. Era yo mi propio enemigo, era yo el que me frenaba a esos impulsos.

 

Recuerdo que un invierno vino un matrimonio con una joven, iban de pasada, aparentaban ser nobles, pagaron con monedas de oro en la posada, se quedaron un par de días. La joven era bellísima. Recuerdo que me crucé con ella y me preguntó:

-¿Es buena la comida de la posada?

-Sí, señorita -Me quedó mirando.

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Labrego, señorita.

-Yo me llamo Diana.

-Hermoso nombre, señorita.

-Pero puedes llamarme Diana.

-Claro, señorita. ¡Eh! Claro, Diana.

-¿Quieres venir a tomar algo a la posada?

-Pero señorita -argumenté-, en este momento no tengo monedas.

-Pero yo te invito.

 

Asentí con la cabeza y fui. Iba delante mío y me fijaba en sus ropas, su vestimenta: ropa de seda, botas de cuero del mejor, y yo digo "Cómo se puede fijar en mí". Miraba para los costados y veía a las muchachas del pueblo y me miraban como con desprecio diciendo "Y este fracasado de Labrego qué hace con esa noble".

Me invitó a la posada, tomé una bebida de fruta. Y me dijo:

-¿Sabes trabajar el cuero?

-Sí.

-Pues mira, tengo un par de botas mías de cuero reseco, ¿podrías sacarle brillo?

-¡Pero por supuesto! Seño... ¡eh!, por supuesto, Diana. -Subió a su habitación, bajó y me dio las botas.

-¿Me las puedes traer por la tarde?

-Claro. -Y me fui contento. Tenía una especie de líquido oscuro justamente para cueros, las lustré -me costó- y por la tarde se las llevé.

-Te agradezco mucho, ¿Labrego, me dijiste que te llamabas?

-Sí, Diana.

-Toma -Me dio una moneda de plata- y gracias. -Dio media vuelta y se marchó para su habitación.

 

Cuando me fui para mi vivienda me sentí como desconcertado. Miré para los costados y estaban las jóvenes en la acera de enfrente mirándome como con desprecio. O sea, que la joven Diana me había invitado a tomar un jugo de frutas para darme el trabajo de limpiarle sus botas y dejarle bien su cuero, un cuero que había estado bien ajado. No le importaba yo, me midió con su mirada y habrá pensado "Bueno, encontré un candidato para que limpie el cuero de mis botas". ¡Qué tonto, qué iluso! ¿De qué dependía que cambiara mi forma de ser, o sea, sentirme más fuerte, ser más firme, de más carácter?, aprender a decir no cuando es no y decir sí sin miedo cuando tenía las puertas abiertas para mi propósito. Pero como decís vosotros "Del dicho al hecho hay mucho trecho", y me costaba muchísimo.

Pero no penséis que me había olvidado de Una. Cobraría fuerzas, cobraría valor y le diría lo que siento por ella.

 

Recuerdo que me dirigía a su casa y en el camino la encontré hablando con dos jóvenes. Averigüé que el que hablaba con ella era un tal Duane y su amigo Beno, la estaban felicitando porque ella había ganado el torneo local de tiro en arco montando a caballo. Yo no la fui a ver, me hubiera puesto más triste viéndola tan lejos de mi alcance. Y me sentí con el corazón roto cuando lo miraba a ese tal Duane con un rostro tan luminoso, a mí nunca me había mirado así. Sí, me apreciaba, tenía afecto, pero ¡je, je!, me consideraba un amigo, solamente un amigo.

Una tarde había juntado unas ramas en el bosque y venía con la pequeña carreta cuando vi que a un costado del camino, Una con ese tal Duane, se estaban besando apasionadamente. Traté de acelerar el paso de los caballos, me encogí de hombros como para que no me vieran, no tenía sentido, el mundo no existía para ellos, estaban enfrascados en sí mismos. Yo había dicho que tenía el corazón roto porque el rostro de Una se iluminaba viendo a Duane y ahora que vi que se besaban apasionadamente... ¿Cuánto hace que Duane estaba en el pueblo, dos amaneceres?, no sé, no saqué la cuenta y ya había sacado robarle besos, y yo la conocía desde pequeña y ¡je! ni siquiera nunca la había abrazado ni como amigo. ¿Qué tenía Duane que yo no? Me miraba en las aguas del arroyo y era moreno, de buen físico, no puedo decir que me consideraba atractivo a mí mismo, no puedo decirlo, pero mi cara era normal, mi rostro era normal.

El problema era dentro mío, el no atreverme. Era dentro mío. Eso es lo que tenía que corregir.

 

Me recluí en mi trabajo, me refugié en mis tareas, días y días sin conversar con Una, no tenía sentido.

Me puse contentísimo cuando vi que Duane se había ido con su amigo Beno y Una había quedado sola. La miraba de lejos y se veía su rostro triste y me alegraba. Yo sé que está mal lo que estoy relatando, yo sé que está mal porque uno no puede alegrarse de la desgracia ajena pero me consumía la bronca, el rencor. Ese joven había logrado en un par de días lo que yo no había logrado en toda mi vida, ¿y me iba a poner triste porque ella estaba triste?, ¿por qué?, ¿qué le debo? No le debo nada, era yo el que tenía que cambiar, era yo. Y lo tendría que hacer, porque el cambio va por dentro, no va por fuera, el cambio no es cómo te vistas, que uses las mejores botas, que te pongas un ungüento con brille en el cabello para que luzca mejor, que cojas una navaja y te afeites para que tu rostro se vea más resplandecientes no, no, no; no pasa por ahí, es un clic que va por dentro de uno. No sé si se logra de un día para el otro no, no creo, pero si no empiezo con un pequeño cambio después no puede haber grandes cambios. Mi tarea era fortalecer mi carácter.

 

Recuerdo que a un costado del campo cuando era pequeño había plantado un arbolito, ahora era un árbol grande, fuerte. Recuerdo que un invierno hubo una enorme tormenta y el árbol... y ni esto, firme. ¿Por qué el árbol podía y yo no?, ¿porqué no podía ser como el árbol? Firme, no arrogante, pero sí firme de carácter. Yo tenía que lograr el cambio. ¿Podría haber alguien de afuera que me oriente? Sí. ¿Qué me de consejos? Sí. Pero a veces te dan consejos y te entran por un oído y te sale por el otro. No, no, no... De todas maneras qué consejos podrían darme si yo sabía lo que tenía que cambiar, no me atrevía a encarar una joven porque les miraba su rostro y yo veía que me iban a rechazar.

Recuerdo que una vez padre me dijo:

-Sé que te gusta esa joven, dile algo.

-¿Y si me dice que no?

-Labrego, si te dice que no, es no, pero te puede decir que sí. Lo que pasa que si no vas, nunca vas a saberlo. O sea, que en este momento tienes el no, el hecho de que no vayas es no.

-Pero tú no me entiendes padre. Yo sé lo que tú dices, en este momento si no voy es ciento por ciento no, si voy puede ser mitad no y mitad sí. Pero si es mitad no, ¿quién me quita después la vergüenza del rechazo?, no la voy a poder mirar a la cara y después el pueblo se va a enterar.

-¡Y qué te importa el pueblo, Labrego! ¿El pueblo te da de comer?, ¡lo que nosotros sembramos te da de comer! ¡Las costuras en la ropa que hace mamá te da de comer! El pueblo no te da de comer, ¿qué te importa lo que piensen?

 

Pero padre, tenemos que vivir todos los días con el pueblo: tengo que ir a la posada, tengo que ir a la cuadra a donde están los caballos, tengo que ir al almacén de ramos generales a comprar, y me ven.

-¿Y qué te importa? Ellos no te visten, ellos no te compran las cosas.

-Padre, padre, por ahí la falla está en mí, que me siento mirado por todos.

-¿Y? ¡Míralos tú también!

-No, no me entiendes padre, es como que su mirada es una mirada de crítica.

-Eso está en tu cabeza Labrego, está en tu cabeza, en tu cabeza; a la gente no le interesas.

-¿Ves?, ¿ves padre que yo tengo razón? No le intereso a nadie.

-No, Labrego, no lo digo en ese sentido, hijo, no le interesas quiere decir que no están pendientes de ti, no están pendientes de tu persona, eso quiero decir. No que no les interesas porque no les importes, simplemente ellos están en su mundo, en su vida, cada uno tiene sus problemas.

 

Padre tenía razón en lo que decía, pero ¡ah! la transformación no es de un día para el otro, no es magia, no es magia. Tenía que aprender a respetarme a mí mismo porque si no me respetaba a mí mismo ¿cómo iba a lograr el respeto de los demás?, tenía que aprender a quererme a mí mismo porque si no me quería yo, ¿cómo iba a pretender que otras me quisieran? Claro, esa era la clave, aprender a quererme, aprender a aceptarme, entender que era importante. No era noble... ¿Qué es ser noble?: un título. Era bueno en lo que hacía, apenas sabía manejar la espada, no sabía tirar con arco pero mis cosechas eran las mejores de la aldea, mi propio padre reconocía que era muy bueno como labrador. Y era muy bueno como persona, pero me faltaba que alguien lo acepte eso: Yo.

 

Gracias por ahora.