Sesión 15/08/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Antonio O.
Relata su thetán una vida en la antigua Aquitania, hace un milenio atrás, donde su rol se cuestiona muchas cosas y no admite, consciente o inconscientemente, que su felicidad le compense antiguos dramas.
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Entidad: Me puedo cuestionar muchas cosas, puedo justificar alguna de las situaciones que estoy padeciendo. Sé que en distintas vidas me han pasado cosas, he actuado en consecuencia. Nunca me consideré un mártir, tampoco un santo. No considero haber sido cruel en ninguna de las vivencias, sí en alguna fui manso, vosotros diríais permisivo. A veces no he tenido voluntad para decir "no" cuando tenía que hacerlo, otras veces sufrí por circunstancias provocadas por terceros. ¡Buff!
Recuerdo una vida de hace un milenio atrás, mi nombre era Jean Louis. Había nacido en 1.054 en Burdeos. Mi madre era una persona absolutamente trabajadora, de mucho carácter, bastante obesa, a veces levantaba la voz de por demás. Papá era distinto, papá Marcel era delgado, muy, muy delgado. Cuando yo nací ya tenía una incipiente calva, hablaba con voz muy baja. Nuestra casa era un matriarcado, hijo único consentido por papá. El escape de papá era trabajar en la carpintería, me enseñó desde pequeño no solo el arte de tallar la madera sino también de armar muebles, pero a mí me gustaba más el tallado.
También había aprendido a leer y a escribir. Padre Marcel me decía: -No te jactes de ello, se humilde. Padre siempre me hablaba de política, "Aquitania tendría que ser más de lo que es, las regiones se han dividido". "Gascuña tendría que ser parte de Aquitania y es un ducado independiente". Le cayó mal cuando se agruparon los ducados con el nombre de Guyena.
A mí la política no me interesaba, él siempre me hablaba de la figura de Leonor, "es una gran dirigente". A medida que iba creciendo me daba temor que le diga "dirigente". Había mucha gente que adoraba lo monárquico, papá era, ¡ohhh!, lo que hoy en día se llamaría socialista, palabra que en aquella época no se conocía.
En 1084 cuando cumplió treinta años, papá nos dejó, lo lloré mucho. Mamá ya no gritaba, ya no se imponía, estaba muy viejita. Seis meses después se marchó ella. Quedé con la casa, con la carpintería. Me dediqué a modelar obras en madera que la gente me compraba a muy alto precio. Papá con sus ideas políticas se había ganado muchos enemigos a pesar de que yo siempre adopté un perfil muy, muy bajo. Un día vienen unos amigos a golpearme la puerta a media noche.
-¡Jean Louis! -Pálidos.
-¿Qué sucede?
La carpintería estaba a dos calles, olía el humo y a lo lejos veía el fuego. No se pudo salvar nada, ruinas. Ruinas como lo que fue mi vida. Siempre fui precavido, no confiaba en depositar el dinero. En un escondite imposible de encontrar, en casa, guardaba mis ganancias, que eran bastantes, pero en la carpintería había obras maestras que aún no había vendido, dos de ellas estaban señadas, me habían adelantado dinero. Pasaría tiempo para que compre madera de nuevo y si bien tenía dinero no me alcanzaba para construir una nueva carpintería, no al menos por ahora. Pidiendo disculpas devolví los montos, lo entendieron. Vendí mi propiedad en un precio más bajo del que costaba por desesperación. Más el dinero que tenía, me marché de Burdeos. Fui a la región donde antes era Gascuña. Me instalé allí, no me conocían. Mejor.
Sentía como un vacío dentro mío, un vacío existencial, un vacío de vida, un vacío de alma. El afecto que tenía por papá Marcel, era mi ejemplo. Aunque éramos distintos, yo era de físico más relleno, quizá por la herencia de mamá, pero el carácter de papá, no débil pero sí permisivo... Con mamá no me llevaba tan bien pero también sentí su pérdida, obviamente, y al poco tiempo la carpintería, y al poco tiempo cambiarme de lugar, un lugar nuevo donde nadie me conocía. Por un lado extrañaba el aprecio de la gente, por otro lado papá había ganado muchos enemigos con sus ideas y nunca se había callado la boca. Yo evitaba opinar de política, ni siquiera de historia política de la Galias de la época romana, no, no. Entendía que la gente era muy susceptible con ese tema y yo no soportaba discutir con nadie.
Mi decaimiento, mi bajón, empecé a tener problemas en el pecho, vivía expectorando, no soportaba los meses de diciembre, enero, febrero, era enemigo del frío. Había tenido un par de parejas que me duraron poco tiempo, nunca contraje enlace.
En 1085 a los treinta y un años conocí a Leonor. Iba a decirle: ¡Leonor, como Leonor de Aquitania! Pero no, no; evitaba todo lo relacionado con lo político.
Leonor era maestra, enseñaba a alumnos. Me contó su vida, se crió con unos tíos, sus padres murieron cuando era niña en una rebelión. Ellos eran inocentes, simplemente eran transeúntes. Arremetieron contra los rebeldes y sus padres cayeron sin tener nada que ver. Sus tíos la trataban bien pero al igual que a mí, a ella le faltaba ese lugar de pertenencia.
Sentía un agotamiento que ya por falta de emociones -o por demasiadas emociones-, no sabía analizarme a mí mismo. En 1087 nos casamos. Ya tenía mi carpintería funcionando, tenía que entrarle a la gente, no todo el mundo compraba obras maestras, grandes tallados. Fabricaba también muebles rústicos para tener un poco de dinero y no me iba mal, para nada. Contraté a Marcel, un ayudante, le tenía mucho afecto quizá porque se llamaba como mi padre. Era un joven de veintidós muy trabajador, muy respetuoso, que era lo más importante. Con Leonor era feliz, muy feliz, nos queríamos, ella me lo demostraba. Era lo opuesto a mi madre, no sumisa pero sí cariñosa, nunca levantaba la voz, la trataba como una reina. ¡Je, je, je!
Pero ¿por qué entonces ese dolor en el pecho que no lo podía soportar?, como una punzada, alfileres que me pinchaban que me provocaban una tremenda tos. Aun en Julio con treinta grados de temperatura tomaba unas infusiones con miel.
No tuvimos hijos pero a diferencia de otros matrimonios eso no nos alejó, todo lo contrario; éramos "la pareja", nos llevábamos muy bien. Cuando cumplí cuarenta y dos años mi cuerpo no daba más, terminaba escupiendo sangre. Hablé con el notario, dejé mi testamento a nombre de ella.
Ella me decía:
-A mí no me interesa lo material, yo no sé nada de carpintería.
-Si el día de mañana yo no estoy, Marcel te ayudará.
-No digas eso.
Leonor rompía en llanto. Mi tremendo decaimiento, quizá egoísta de mi parte, me impedía ver el sufrimiento de ella al entender que quizá me quedaba poco tiempo.
Viví hasta los cuarenta y nueve años. No puedo decir que no fui feliz porque mentiría, Leonor me hizo olvidar todas mis pérdidas en Burdeos. Heredó también una pequeña fortuna de parte de sus tíos. Me dijo que iba a mantener la carpintería y que el día de mañana, cuando ella fuera a partir, se la dejaría a Marcel como recompensa. Ella seguiría enseñando a los niños, nunca había perdido su vocación de maestra.
En mi casi medio siglo de vida nunca analicé el por qué, desmoralizado de qué, qué más pretendía de la vida, y me di cuenta de que a veces conoces más a alguien con quien conversas ocasionalmente en una posada tomando un licor que a ti mismo con el que vives días tras días, ese que te miras en el reflejo y no terminas de conocer y quieres meterte en tu interior para ver qué es lo que pasa, cuál es la causa, por qué los momentos de felicidad no compensan... Y eso me enojaba, me hacía sentir impotente porque si me analizaba bien entendía que siempre tenemos posibilidad de resurgir, como la leyenda del Ave Fénix.
Claro, todo el mundo habla de la leyenda del Ave Fénix pero se olvidan, no reparan, no entienden, no captan, no digieren que para resurgir de las cenizas tienes que quemarte primero en la hoguera. Y hay muchas maneras de quemarte en la hoguera: pérdidas laborables, desentendimientos personales, familiares... Esa es la tragedia, porque antes de resurgir tienes que arder en la llama. Y no es grato, no, no es grato, para nada.
Pues nada, quería relatar eso.
Gracias por permitirme descargar mi concepto a través de este receptáculo.
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