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Psicoauditación - Arbagel |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión 19/08/10
Habló de conflictos en sus relaciones con otros espíritus. Tuvo una vida en Chile donde su madre maltrataba a su padre y la malcriaba a ella pero también le llenaba la cabeza con su aversión a los hombres y al sexo. Al hacerse mayor se dio cuenta que su madre desvariaba pero igual tenía grandes engramas y no llegó a tener ninguna relación, desencarnando con rencor. Está buscando entender.
Interlocutor: Bienvenida...
Arbagel: Me cuesta mucho expresarme a través de un ser encarnado, pues siempre, como Thetán o como espíritu 100%, conceptué lo que resulta totalmente accesible: el que un ser físico esté traduciendo lo que quiero expresar. Es como que me hace transmitir de manera lenta. Tal vez no sea un problema del ser físico que me canaliza sino una falta de confianza mía hacia ese ser físico. Mi impresión es que si le transmito mucha cantidad de información no sepa decodificarla, ¿se entiende?
Interlocutor: Sí, se entiende. ¿Cuál es tu nombre como Thetán?
Arbagel: Arbagel.
Interlocutor: ¿Cómo te encuentras, Arbagel?
Arbagel: Estoy en el plano 3.3. Me encuentro a veces con muchos deseos de participar de otras entidades de este plano. Así como vosotros en el plano físico debatís con otros seres encarnados nosotros intercambiamos conceptos. Por momentos me entusiasma la idea de intercambiar conceptos pero por momentos es como que me recluyo. En el plano suprafísico no hay rincón pero es como que me recluyera en un rincón y bajara mi cortina conceptual para que nadie me capte mi pensamiento. A veces hay más de cien Thetanes o también espíritus desencarnados que debaten diversos temas sobre la Creación, sobre por qué encarnamos y me incomoda cuando me llevan la contraria. Y así como vosotros, cuando os sacan de quicio levantáis la voz, nosotros tenemos un concepto y es como que el levantar la voz en el plano suprafísico sería como una sobrecarga de tensión, si se entiende. Si pudierais medir con un aparato nuestro concepto -esos aparatos de aguja como los electrógrafos- saltaría la aguja de la manera que conceptúo. Es como que gritara conceptualmente, porque me molesta.
Interlocutor: Quisiera consultarte sobre si tienes algún engrama de alguna vida anterior que te esté afectando en este momento.
Arbagel: Pobre. Le duele el pecho al receptáculo porque le transmito mucha angustia pero yo sé que a él después se le pasa porque tengo entendido que se sabe sanar, o algo así. Encarné en Chile. Me llamaba María Concepción Reyes Reyes. Si bien Reyes no es un apellido tan común es como un García o un López en la península ibérica. Mis padres eran primos. Me decían Concepción y de pequeña era muy tímida. Mi padre era una persona de muy poco carácter que trabajaba de zapatero y mi madre no hacía nada, era un parásito. Vivía despotricando contra mi padre: le gritaba, lo maltrataba de palabra. Yo me llevaba mejor con ella porque él era muy cerrado, muy hosco. Era bueno pero cuando uno es pequeño no percibe el interior de las personas -algunos sí-. Yo percibía lo exterior. Entonces mi madre sacaba plata de la caja e íbamos al centro del poblado -vivíamos en Santiago- y me compraba dulces, me compraba una hogaza de pan especial que preparaba una gente de Argentina que estaba viviendo ahí en Santiago y me daba todos los gustos. Había un pequeño periódico que en la parte de atrás traía algunos cuentos... Yo, dentro de todo, aprendí a leer temprano. Tenía ocho años y ya leía bastante bastante bien, pero mi madre me leía los cuentos. -Ven, Concepción, siéntate-. Y se pasaba una hora, dos horas. A veces era mediodía, venía papá de trabajar, le preguntaba si había preparado algo caliente y le decía: -¡Inútil, estoy aquí con la niña y tú me incomodas! ¿Por qué no compras algo en lo de doña Pancha? Y mi padre se callaba. Y así, sudado, cansado como estaba, compraba una comida caliente en lo de doña Pancha. Mientras comíamos le decía: -Mira, no es por discutir, pero gastamos el doble comprando al lado. Si tú puedes hacerlo... -Bueno, hoy no tuve tiempo, así que si cierras la boca es mejor para todos, porque molestas a la niña. Yo no entendía y me ponía de parte de mamá porque ella me consentía. A veces, a la mañana, me preparaba un desayuno con leche y, a mí, mucho no me gustaba. Tenía como una nata que le flotaba y yo escupía todo. Cuando padre se iba para el taller mi madre me dice: -Ven, vamos. ¡Tira eso!–. Y lo tirábamos en el chiquero de atrás. Teníamos tres o cuatro chanchos y nos íbamos a lo de doña Pancha. Yo comía un sándwich -lo que ahí se llamaba un emparedado- y me tomaba una bebida muy dulce. Me encantaba y lo hacíamos a escondidas de papá. Después fui creciendo. Cuando tenía dieciocho años era una niña muy presumida porque me veía delgada, bonita, cabello obscuro y ojos negrísimos. Era más alta que papá y mamá –papá era bajo, de la misma altura de mamá-. Yo mediría un metro setenta y veía que los jóvenes del poblado me miraban. A mí es como que no me interesaba nadie. Empecé a coquetear con algunos pero madre, dentro de que siempre me había consentido en todo, era como muy religiosa y siempre me hablaba del pecado, de que la carne era tentación del demonio, de que los hombres eran diablos disfrazados y que cuando tenían un acercamiento íntimo con las mujeres las enfermaban. Y me acuerdo que cuando tenía trece años tuve mi primer periodo. Me asusté y fui corriendo donde mamá, y ella me dijo: -Eso es por el pecado del hombre-. Y yo no entendía nada. Y después me lo fue diciendo que por culpa del acercamiento con el hombre la mujer tenía eso. Y es como que dentro de lo bonita que yo me sentía y como presumía con los varones tenía lo que vosotros llamáis un engrama muy grande al acercamiento al varón. Me he dado, sí, pequeños besos con algunos pero adonde intentaban algo más los echaba, los alejaba. Cuando cumplí veintiún años ya no era rechazo por el varón, era como cierto pánico. La cabeza de madre no funcionaba bien, y ya no es que me consentía o me dejaba de consentir sino que directamente estaba en su mundo. Ella murmuraba cosas y yo acercaba el oído para escuchar. Le digo: -¿Qué pasa, mami? Y me decía: -Tu padre. Tu padre me envenenó el alma y me envenenó la mente. ¿Ves? Por eso yo te decía cuando eras chica que te cuides de los hombres. Pero yo ya no era tan niña. Yo a padre lo veía de otra manera: veía que era un hombre sacrificado, era piel y hueso, pesaba cincuenta y cuatro kilos, prácticamente no comía. Tomaba una bebida caliente, una infusión de hierbas. Y con eso tiraba todo el día. Al mediodía ni siquiera venía a comer, se quedaba en el taller y comía pan seco con esa bebida caliente con hierbas. Y yo entre mí pensaba: “A mí me han mentido porque papá no es como lo pintaba mamá. Mamá lo pintaba como si fuera un demonio y ahora...”. Pero si bien yo razonaba, mi otra parte, lo que llamáis “reactiva”, tenía miedo de un acercamiento. Seis meses después papá muere. Mamá no derramó una lágrima: “Él estará bien en el fuego donde está”. Eso me incomodó tanto, que me digo: “Pero papá no se merece el infierno. ¿Por qué el infierno, si él trabajó toda la vida?”. Para mí lo pensaba. Mamá ya antagonizaba conmigo si yo la desafiaba o había algo que no le gustaba que yo hiciera. Entonces es como que todo lo que ella decía le tenía que decir que estaba bien. Un día llegué tarde y me dice: -Estuviste con un hombre. -¡No! Sólo me besé con un tal Ramón que trabaja en el sur pero está de visita en la casa de unos primos. Me miró como si viera el diablo y me dijo: -Eres una ramera. -¡Mamá! -Yo tenía una prima en Mendoza, en Argentina, que no la trato desde que tú eras pequeña, y que también era una ramera. Se juntó con un hombre judío, Mauricio, sin casarse y no la traté nunca más. Yo, por las pocas veces que había hablado con papá, entendía que esa señora de Mendoza a la que yo no conocí tenía cinco hijos y se llevaba perfectamente bien con su pareja. No era como mamá decía pero obviamente, me cayeron las lágrimas porque me dijo así. Y le dije: -Madre, nunca estuve con varón, todavía. -Pero llevas la simiente del mal adentro, la simiente de tu padre. Ése fue un año difícil porque yo no sabía el oficio de papá. En el centro del poblado, en un salón, venían más de veinte chicos, a los que daba clases de lectura, de aritmética, les enseñaba historia, les enseñaba lo que significaba O’Higgins y les enseñaba que teníamos una geografía brindada por Dios, con un océano Pacífico tan extenso para nosotros, para nuestras costas. Y cada mamá me pagaba monedas nada más. Por lo menos nos alcanzaba para comer a madre y a mí. Mamá ya a los últimos meses no razonaba nada. Y era joven. Y una mañana no despertó. Y que Dios me perdone pero yo sentí un alivio tan grande pero tan grande... Y en mí luchaban dos fuerzas: la fuerza de ser presumida y la fuerza de tener el temor ante que un varón me tocara. Pero por la noche sentía dentro mío como que mi cuerpo tenía una llama y lloraba porque pensaba en lo que me había dicho mamá: que esa llama que me quemaba era algo demoníaco, algo del diablo. No me quería ni siquiera tocar porque mamá decía que eso era pecado. Viví pocos años, hasta los treinta y nueve años. La última década me miraba al espejo y...
Interlocutor: ¿No habías pensado en casarte en esa vida?
Arbagel: No, no. Veía una imagen de una cara tan ajada y con un gesto… no sé si de tristeza o de amargura o de desilusión. Y cuando desencarné mi parte espiritual que había encarnado sentía por un lado como apego -porque no quería irme del plano físico- pero, por otro lado, un alivio de haber pasado esa vida. Cuando fui 100% espíritu me pregunté cuál fue el aprendizaje porque si bien encarnamos para revertir lecciones kármicas entiendo que hay lecciones nuevas también que se forman. Entiendo que se implantan engramas, y a mí se me implantaron muchísimos: engramas de no sentir un lugar de pertenencia a nivel afectivo, de no tener una persona de confianza con la cual hablar. La que fue mi madre biológica me desilusionó muchísimo porque la amaba pero a medida que fui siendo adolescente me fui dando cuenta de que estaba mal de la cabeza. Y ahora, como espíritu, estando desencarnado, me daba cuenta de que era un espíritu del plano 2, un plano de crueldad. Y lloré –conceptualmente porque no tenemos forma física-, no por mí sino por quien había sido mi padre. Y le deseaba lo mejor, que quizás estuviera en un plano más alto que el mío pero me envolvía como una especie de rencor -que todavía lo tengo- pero no sé si a la vida, a las circunstancias. En cada vida uno programa –si se entiende el término- determinadas circunstancias favorables y después la vida –cuando digo “la vida” me refiero a la vida física- se encarga de trastocar todo eso, lo echa por tierra todo eso. Entonces, uno vive una vida de infelicidad y encima tienes que soportar a esos sabios que dicen: “Hay cosas que tú has elegido y hay cosas que tú te has buscado” o “por algo será”. ¿Por qué no se callan la boca?
Interlocutor: Y con respecto a esta vida, ¿cuál es tu misión?
Arbagel: Mi misión es entender por qué tanta infelicidad porque no me encuentro a gusto con muchas cosas y me molesta cuando me llevan la contra. Yo no estaré en un plano de Luz pero soy un espíritu que entiende, que razona, que conceptúa bien. Y mi parte encarnada es una mujer que razona. ¡No se le escapa nada; es muy observadora! Más de lo que muchos se piensan porque hay gente que se cree muy pilla, muy lista pero cuando ellos hicieron una milla mi 10% ya hizo diez. Así que cuidado con eso, cuidado con eso. Me encuentro como un poco intranquilo, como entidad, aquí...
Interlocutor: Si quieres, ¿continuamos la charla en otro momento?
Arbagel: Por favor...
Interlocutor: Ha sido un gusto tenerte aquí con nosotros.
Arbagel: Bueno, espero que lo digas de verdad porque conozco muchos seres espirituales que... En el mundo espiritual no se puede mentir porque tú el concepto lo lees como si estuvieras leyendo un libro en el plano físico. No hay cómo mentir pero percibo que tu Thetán es sincero. Gracias.
Interlocutor: Hasta pronto.
Sesión 11/10/10
Encarnó en España en una familia judía en la época donde estos eran perseguidos. Pudieron simular ser católicos por bastantes años, ella también lo hacía, pero cuando ella todavía era joven les descubrieron. Sus padres desaparecieron y ella fue tomada por la iglesia. Simuló ser Católica el resto de su vida, sin llegar a saber lo que le había ocurrido a su familia. El haber vivido un rol dentro de otro rol le desestabiliza mucho, e incluso en su vida actual es así en cierta forma puesto que sabe que no está siendo ella misma. Ve que se han perdido los valores hasta el otro extremo y le preocupa.
Interlocutor: Bienvenida...
Arbagel: Muchas gracias.
Interlocutor: ¿Cómo te encuentras?
Arbagel: Con contradicciones porque, por un lado, es como que tengo ganas de expresarme pero, por el otro, es como que me da cierto recelo o temor el repasar ciertas vidas porque son vidas con bastante dolor.
Interlocutor: ¿Quieres comentarnos alguna que te trae mucho peso?
Arbagel: Hace siglos atrás encarné en España. Mi nombre era Concepción. En realidad no era mi nombre verdadero. Mis padres eran de origen judío y, para no ser perseguidos por la Santa Iglesia Católica, a todos nos cambiaron el nombre. Yo me llamaba Sara pero me pusieron Concepción. Me dijeron de pequeña "olvídate de tu nombre". Ni siquiera a tu mejor amiga le digas porque no sabemos quién es amigo y quién no es amigo. Y era cierto porque había familias que eran denunciadas y de un día para el otro desaparecían. Entonces, para todos éramos católicos. Recuerdo que el padre del pueblo le pregunta a mi padre cómo se llamaba. -Emiliano. -¿Y tú, hija mía? Me inclino para saludarle y le digo: -Padre, María Concepción Sánchez Vázquez. El padre se rió porque dice: -¡No hacía falta darme todos los datos! ¿Qué edad tienes? -Nueve, padre. -¿Y qué tal escribes? -Muy bien. Aprendí hace dos años y escribo todas las palabras. -¡Oh, pero qué bueno! ¿Y qué sabes hacer, aparte? -Bueno, tengo una amiga muy querida, que jugamos... Ella se llama María y en la casa aprendo a tocar el piano. -¡Oh, pero qué bien! Cuando seas más grande podrías venir, entonces, a tocar en la iglesia. -Sería un placer, padre, para servirlo. -No, a mí no; a Dios y a Jesús. -Sí, padre. Me había metido tanto en el rol de María Concepción que prácticamente era un rol sobre otro rol. Encarné con el rol de Sara, un rol que había desaparecido, y ahora había adoptado el rol de María Concepción.
Interlocutor: ¿Qué sucedió en esa vida que te marcó tanto?
Arbagel: La gente de hoy no sabe. No había registros como hoy en día, en pleno siglo XXI, pero había libros donde se guardaba un árbol genealógico y los registros familiares. Nosotros teníamos una familia inventada porque la Inquisición tiene espías por todos lados. Buscaron ascendientes de Sánchez Vázquez en Andalucía, Zamora, Castilla. No es que seguían un orden de ciudades, se salteaban. Había comisionistas - correo también- que iban de poblado en poblado y, junto con las cartas, llevaban también documentación para averiguar en otros poblados si era fehaciente el origen de esos apellidos. Recuerdo que una tarde –yo ya cumplida doce años- mi padre fue interrogado sobre sus padres, sobre sus abuelos, de qué poblado eran. Mi padre se puso nervioso, se trabó. No era fácil mentir; tú puedes mentir en pequeñas cosas pero de repente tienes la Inquisición delante de ti, interrogándote. Y fueron a casa y revisaron todo. Y papá, que decía que yo fuera cuidadosa, guardaba una Biblia hebrea. Nada de crucifijos. Le encontraron señales. Y obviamente la costumbre judía de la circuncisión obviamente que lo revisaron y le hicieron confesar que su nombre no era Emiliano, que era Salomón y mamá era Rebeca y yo era Sara.
Interlocutor: ¿Qué pasó entonces?
Arbagel: No supe de ellos. El padre intercedió por mí y no es que me adoptó, pero me llevó a la iglesia y me hospedó allí. Y todas las noches me decía en mi pequeña celda: -Tú también eres pecadora porque eres hija de pecadores porque no reconocen a Jesús como su Dios, porque Jesús es nuestro Dios, ¿no? -Sí, padre, yo me crié de esa manera. Mi instinto de supervivencia podía más que la incertidumbre de saber qué había pasado con mis padres, aunque presentía que nada bueno.
Interlocutor: Me imagino la angustia que habrás pasado de no poder contárselo a nadie.
Arbagel: Mucha angustia, pero no rompía en llanto porque no sabía; ignoraba si estaban vivos o no...
Interlocutor: ¿Nunca le preguntaste al padre?
Arbagel: No. Una vez le dije: - ¿Qué hay de mi familia? Me miró seriamente y me dijo: - Ésta es tu familia. La Iglesia es tu familia. -Claro, por supuesto. Y fui creciendo. Cuando cumplí veintidós años el rol de religiosa me pegaba tan bien que era más religiosa que el propio obispo. Me sabía todo el Nuevo Testamento de memoria, palabra por palabra, el Sermón Del Monte, palabra por palabra a los romanos, palabra por palabra a los egipcios, palabra a palabra, revelaciones, pero, en el fondo, yo estaba representando un rol sobre otro rol. Mi vida era un rol, mi vida era una representación para poder subsistir en un ambiente tan hostil, en un ambiente donde no podías pensar otra cosa, en un ambiente donde te obligaban a acusar al que no era católico. Por supuesto, nunca señalé a nadie. Y la única manera de no mentir era no darme con nadie porque te preguntaban: - ¿Tú conoces a la familia Suárez? –No. -¿Y qué te parecen? –Me abstengo de opinar porque no tengo trato con ellos. Yo solamente tengo trato con Dios. Y se iban satisfechos. Jamás levanté un dedo para acusar a nadie.
Interlocutor: ¿De qué manera crees que estos engramas de tu vida anterior están afectando a tu vida actual?
Arbagel: Porque a veces, como thetán, en distintas vidas he representado roles dentro de roles, roles que me creo, roles que creo que son los verdaderos cuando no es así. Entonces, no me permito ser yo, me censuro, no permito nada...
Interlocutor: Ésta es otra época.
Arbagel: ¡Todas las épocas son iguales!
Interlocutor: ¿En esta época tú eres así?
Arbagel: No sé, no sé, pero no...
Interlocutor: ¿Qué te censuras en este momento?
Arbagel: Yo. Yo me censuro. Yo me censuro porque veo al mundo y veo que hay tanta liviandad... Y tú me dirás que tengo contradicciones pero no le doy la razón a la Inquisición de esa época, no. Pero tú lo has dicho: hoy el mundo es otro y quizá, en esa época, las censuras eran muy fuertes y en esta época las censuras son muy débiles. Entonces nos fuimos al otro extremo. Quiero descansar un poco la mente, por favor.
Interlocutor: Bueno, charlaremos en otro momento, si quieres.
Arbagel: Sí, por favor.
Interlocutor: Espero que te sientas un poquito más descomprimida...
Arbagel: No sabes cuánto pero qué pesada que es la mochila en la vida física y qué liviana para algunos. O se ve que su misma irresponsabilidad les hace sentir esa mochila. Entonces, por un lado, esta mochila me pesa...
Interlocutor: Porque eres responsable.
Arbagel: ... pero por otro lado tengo el orgullo de que me pese. Gracias.
Interlocutor: Hasta todo momento.
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