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Psicoauditación - Astrid S. |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 24/04/2024 Gaela, Arlet Sesión 24/04/2024 La entidad relata una vida en Gaela. Era joven y tuvo una amistad que la ahogaba de tanto que la quería, pero después se encariñó de alguien que usaba a las mujeres por rencor. Unos amigos la avisaron.
Entidad: Me comunico con vosotros, soy el thetán de quien en esta vida es Astrid.
He tenido muchísimas vidas en Sol III, también en otros mundos, pero podría decir que uno de mis primeros engramas fue la primera vez que encarné hace cien mil años atrás en un mundo llamado Gaela, que está del otro lado de la galaxia, un mundo gemelo a Sol III con una distribución de países muy similar a este mundo donde vive Astrid, al punto tal que viéndolo desde el espacio se podría decir que sus continentes, sus océanos son prácticamente iguales.
Lo que voy a relatar en mi primera encarnación en Gaela ocurrió hace cien mil años en un mundo situado a cien mil años luz del otro lado de la galaxia. Había nacido en Amarís, mi nombre era Arlet, vine a Plena con mis padres a la edad de cinco años. Me sorprendió de Plena que tenía calles empedradas con adoquines, había lo que vosotros llamáis tranvías, un centro muy muy moderno con autobuses e incluso tenía subterráneos, lo que llamáis metros.
Mi padre trabajaba de contratista en la construcción y sus empleados, incluso él mismo, ganaban poco porque demoraban los trabajos. Para no gastar dinero afuera en restaurants compraban comida o hacían carne asada en la obra, pero tomaban bebida alcohólica y a veces se quedaban de sobremesa hasta las dieciséis horas, o sea, hasta las cuatro de la tarde y ya a las diecisiete se marchaban. O sea, un trabajo que lo podían terminar en dos meses, les llevaba cuatro. Y mi padre venía a veces alcoholizado, a veces directamente no venía.
Madre cosía ropa para afuera y eso es lo que nos daba de comer porque prácticamente mi padre lo poco que ganaba en la construcción se lo gastaba en bebida o vaya a saber en qué. Yo era una niña, no entendía y a veces me sentía más cómoda cuando padre no venía porque se ponía violento cuando madre trataba de corregirlo o de preguntarle dónde estuvo o que le encontraba aliento a alcohol. Y para mí era un martirio. Hasta que dejó de venir. Y yo a pesar de ser pequeña me sentía responsable de madre, entonces es como que no disfrutaba mi niñez.
Tenía algunas amigas, vivíamos en la capital de Plena, en Ciudad del Plata, una urbe impresionante, había edificios enormes de más de diez pisos de altura en el barrio donde vivía o lo que muchos llaman vecindad. Tened en cuenta que había nacido en 1972.
Mi primera escuela, lo que en Ciudad del Plata se llamaba Primaria, no me adaptaba, era tímida, no hablaba con mis compañeras. Cuando terminé séptimo grado entré a primer año de la secundaria: para mí fue un clavario, mis compañeras se divertían, hablaban de chicos, de bailes, yo era muy muy tímida. Había un joven que me gustaba, se llamaba Luís, y él se interesó por mí, pero al poco tiempo lo vi con otra chica y hasta me daba vergüenza enfrentarlo. En un recreo de la escuela secundaria le dije: -Luís, te vi con una chica que no es de esta escuela. -Sí, es una amiga -me respondió. -Pero cómo, ¿no estamos saliendo? -Se rió, burlándose. -Arlet, no has entendido nada, nosotros somos amigos y de vez en cuando podemos estar juntos, pero nunca te prometí nada, así qué no me gustan las jóvenes que se pegan a uno, me molestan. Le pregunté: -¿Estás rompiendo conmigo? -¿Rompiendo? Nunca tuvimos un compromiso, ¿qué te pasa? -Dio media vuelta y se marchó. -Me sentí como despreciada, como humillada.
Madre me preguntó en casa. -¿Qué te pasa Arlet? -Y tenía confianza, pero no quería cargarla de tristeza porque ella, de por sí, era una persona triste.
Ya habían pasado tantos años desde que mi padre se había ido y madre es como que nunca volvió a tener otra pareja. Y es como que se aferraba a mí como si yo le diera vida. Es cierto, yo la amaba, pero a veces me sentía como ahogada, quería de alguna manera tener libertad. Me hice amiga después de otras jóvenes que me invitaron a un baile. Conocí a otro joven, Joaquín, y salimos como ocho meses, pero era una persona, en este caso, que era muy dependiente de mí, me amaba, me adoraba, que yo era su ídolo, era una diosa. Me tendría que haber sentido contenta porque era un joven adorable, serio, no le gustaban las tonterías y era fiel, pero me sentía oprimida. Joaquín no era una persona que me reclamaba, ni me estaba encima preguntando donde has ido, ni nada, no no no no no, me sentía oprimida por su demostración de amor, que me parecía como que..., como que no era para tanto. Y un día le dije: -Siento como que me falta el aire, como que necesito respirar, como que me ahogas. Con rostro compungido, triste, me dijo: -Evidentemente, Arlet, no me amas como yo te amo, te entregas pero me da la impresión como que tu mente está en otra parte, no... no te siento presente. Y le respondí: -Mira, eres una persona muy buena y te tengo un enorme afecto, eso te tiene que bastar. -No, Arlet, no me basta. Nunca te escuché decir te amo, yo te lo dije mil veces. ¿Me amas? -Y me puse a pensar, ¿lo amo?, ¡le tengo un enorme afecto! Y le dije: -No lo sé. Eres más que un amigo pero me siento ahogada contigo. -Frunció el ceño molesto, pero no agresivo, ¿eh? Y me decía: -Jamás te presioné, jamás hice escenas de celos, jamás me consideré una persona inquisidora, ¿por qué te sentías ahogada? -Porque tu cariño, tus abrazos a cada instante no me dejaban vivir. -¿Y no es ese el ideal de varón que busca toda mujer? -No lo sé, yo hablo por mí, Joaquín, y creo que llegó el momento de seguir como amigos, pero nada más. -Se quedó en silencio y se marchó.
Cuando nos veíamos en reuniones no me hablaba, estaba como resentido, pero yo no podía hacer nada. Y pensé "será que las personas de mi edad son chiquilines". Y conocí a una persona más grande se llamaba Arturo, Arturo Rosen, era del doble de mi edad, simpático, carismático, una persona próspera, tenía un coche de alta gama. ¿Cómo lo conocí? Era amigo de un profesor donde yo estudiaba clases particulares. Y un día nos encontramos, y me dijo: -Vaya, eres una alumna particular de mi amigo. -Así es, señor. -No no no no no, nada de señor, me llamo Arturo, Arturo Rosen. -¿De dónde eres? -le pregunté, tratándolo de tú. -¡Oh! Vine de chico de Mágar, del viejo continente. -¡Ah! Mira, yo vine a los cinco años de Amarís. -¡Nada menos de Amarís, oh!, ahí es donde está la Orden del Rombo, esa orden religiosa que es prácticamente una inquisición, en Mágar me hacían la vida imposible. Por suerte aquí en Ciudad del Plata, la capital de Plena, prácticamente la Orden del Rombo si bien tiene templos no es tan fundamentalista como en el viejo continente. ¿Quieres tomar algo?, sin ningún compromiso... -Bueno, Arturo, ¿cómo no?
Y empezamos a vernos. Yo estaba como intimidada porque estaba saliendo con una persona grande. En la segunda salida me dio un beso y yo no opuse resistencia pero no me presionó, entonces me sentí tranquila. Pero sentía como una especie de complejo de culpa porque no le conté a madre, quizá porque me parecía exagerada la diferencia de edad. Y empezamos a salir y finalmente me llevó a su apartamento lujoso, de varias habitaciones, enorme. Me decía: -Llama a tu casa y dile a tu madre que te quedarás en lo de una amiga. -Y así lo hice.
Pero después me sentí mal porque le mentí a mamá. Pero lo dejé pasar, y varias noches me quedaba a dormir en lo de Arturo. Tenía fotos de una joven, le digo: -¿Y esta persona? Disculpa que te pregunte. -¡Ah!, es una exesposa. -¿Cómo una ex?, tu ex. -No, porque me casé dos veces. -Vaya, no eres conformista. -Arturo me miró. -Arlet, no me juzgues mal, son dos exesposas que me han traicionado, han sido desleales. Hasta que las descubrí y me divorcié. Yo fui la víctima. -Y sentí pena por prejuzgarlo. Le tenía afecto.
Hasta que finalmente sentía dentro mío como que algo me movilizaba, ¿sería amor?, pero era ilógico. En la calle me daba vergüenza ir de la mano con él. Él me respondía: -Arlet, qué te importa lo que diga la gente o que nos miren, ¿acaso la gente te da de comer? -No. -Es más, te puedo conseguir un trabajo en mi empresa. -¿En serio? -¿En serio, Arlet? -Pero el trabajo lo iba postergando y yo dos o tres veces por semana me quedaba en lo de Arturo Rosen.
Un día por casualidad me llevó a un club de las afueras de capital, un club Náutico, me asombré porque la mayoría de las personas eran de fortuna, de mucho dinero y yo me sentía como pez fuera del agua. -No tienes porque sentirte mal, pequeña, yo aquí soy conocido y respetado, y si tú estás conmigo te respetan también. Y aquí tienes. -Me dio una tarjeta dorada-. Con esta tarjeta puedes entrar cuando quieras aun sin mí. -No, pero sola no me animo a venir, no conozco a nadie.
Pero un día fui sola y me encontré con un matrimonio, Ferenc y Beatriz, y me preguntaron: -¿Eres nueva? -No, no, aquí sí, pero he venido varias veces con mi novio. -¿Quién es, lo conocemos? -No sabría decirles, se llama Arturo Rosen. -Ambos palidecieron-. ¿Qué les pasa?, no entiendo. -¿Arturo? Arturo es la peor persona, rencorosa, usa a las mujeres. -No lo decía Ferenc, porque si lo hubiera dicho Ferenc no lo hubiera creído pensando como que estaría celoso de Arturo, lo dijo su esposa Betty-. Lo conocemos desde hace muchísimo tiempo, muchísimo tiempo, desde hace más de veinte años, y no es buena persona, era una persona que de joven era absolutamente tímido, después prosperó económicamente, empezó a ganar confianza y empezó, ¿cómo te diría?, a desquitarse de las mujeres. -No entiendo, Beatriz. -Te lo explicaré, Arlet. Era una persona tan tímida cuando tenía dieciséis años que ninguna chica le prestaba atención y quien le prestaba atención él huía por miedo. Hasta que cambió, ganó confianza y entonces empezó a salir con chicas y al poco tiempo descartarlas, como vengándose. -Yo no entendía. Le digo: -¿Pero vengarse de qué? Si ninguna chica lo defraudó, era él el que era tímido, según cuentas. -Bueno, pero algo pasó por su cabeza que tenía rencor con todas las mujeres, entonces para él las mujeres eran objetos descartables. Les confesé. -En su casa tenía fotos de un par de mujeres, dice que estuvo casado dos veces. -¿Casado? No, estuvo en pareja como con siete u ocho mujeres, Y las usaba. ¿A ti qué te prometió? -Bueno, me dijo que me iba a dar un trabajo en su empresa. -Olvídate, olvídate. En cualquier momento va a buscar una excusa y te va a dejar. -Me sentí muy mal y me puse a llorar. La señora Beatriz me abrazó y me dijo: -Arlet, no te lo dijimos para hacerte poner mal, te lo dijimos porque lo conocemos. Mi esposo, Ferenc, también es de Mágar pero no vino de pequeño, vino de adolescente por un intercambio estudiantil y se quedó aquí, y aquí nos conocimos, en Ciudad del Plata. Y lo conocemos muy muy muy bien a Arturo Rosen, es una persona que no tiene amigos. -Pero yo he visto que... Lo conocí por un profesor que me daba clases particulares. -¡Ah, sí!, conocidos tiene a montones, decenas de conocidos. Pero amigos de verdad no, porque él no es leal y la gente se da cuenta y se aleja. Pero a él no le importa, él siempre lo que busca ya sea en los amigos, en los compañeros o en las chicas es sacar ventaja. Igual me asombra que esté saliendo con una chica tan joven como tú. -Bueno, qué puedo decir, yo le creí. -Entiendo que dudes de lo que te decimos, ¿pero por qué íbamos a mentirte? Tenemos otros amigos aquí en el club Náutico que lo conocen, podemos llamarlos y que te digan quien es Arturo Rosen. -No, no es necesario. -Sí, mira, este que viene aquí es Luís Alberto Démez, es una persona simpática, carismática. -Era un señor bastante agradable. Y se acercó a la mesa: -¿Quién es la joven? Me presenté: -Me llamo Arlet. Ferenc le dijo: -Está saliendo con Arturo Rosen. -¡No! -dijo Démez. Le pregunté: -¿Por qué? -Es una mala persona, es una persona que vive haciendo daño, rencorosa. -Beatriz me contó la historia. ¡Pero si es una persona triunfadora que ahora tiene dinero, tiene empresa! -Evidentemente seguramente siempre fue así, pero como de pequeño y de adolescente era tímido no afloraba su verdadero ser. ¿No sé si me entiendes, estimada Arlet? -Sí, sí, entiendo. O sea, que es una persona que usa a sus congéneres como objetos descartables. -Tal cual lo cuentas. Así es. Beatriz me miró a los ojos y me dijo: -¿Has visto? Luís Alberto Démez no sabía de nuestra conversación y sin embargo te contó lo mismo que nosotros y podemos llamar a otros amigos y amigas. -No, está bien. No me siento bien, ¿qué bus podría tomar hasta mi casa? -Les dije en el barrio que vivía, y Ferenc y su esposa Beatriz se ofrecieron a llevarme en su coche. -¿Con quién vives? -Con mi madre, ya está bastante grande. -¿Sabe que sales con esta persona? -Sí, le dije que éramos amigos. -Mi recomendación es que no te encariñes. -Es que ya me encariñé, quizá hasta estoy enamorada. -Es un espejismo -me dijo Beatriz-, te va a hacer sufrir. Y no..., no tiene sentido. -Antes he salido con un joven llamado Joaquín, era un joven perfecto, pero me ahogaba con su amor, no era equilibrado, me estaba encima pero no siendo inquisidor sino de cariñoso. Me tomaréis por tonta o vaya a saber qué, pero era un cariño que ahogaba. Beatriz, sabiamente, me dijo: -No, un cariño nunca ahoga, evidentemente eras tú la que no sentías lo mismo. -Y me hizo recapacitar. -Tienes razón, tienes razón. -Me acompañaron hasta casa.
Y esa tarde, hasta noche tuve una larga charla con mi madre. En ningún momento mamá me censuró, al contrario, me abrazó y me dijo: -Pobre niña, ya vas a encontrar la persona que te merezca. -Lo que pasa, madre, que no lo voy a ver más a Arturo, pero es como que tengo temor ahora de acerarme a otros varones. Me siento como frustrada y con miedo, es como que tengo traumas en este momento, es como que están grabados en mi interior esos traumas.
Y me puse a llorar abrazada a mamá. Además me sentía con complejos de culpa porque las noches que me quedaba con Arturo, mamá se quedaba sola. Y se lo dije. Y me dijo: -No, no pienses así, Arlet, porque algún día vas a tener una pareja a la que quieras y que te quiera. Y si no lo haces por quedarte conmigo me vas a hacer sentir mal a mí, como que tú eres mi esclava. Y no lo eres, eres mi hija a la que amo. Y yo no me siento feliz si te veo encerrada, yo me siento feliz si consigues amigas que te aprecien, parejas que te quieran, lugares de pertenencia donde puedas estar. Cuéntame más de ese club Náutico, ¿es gente de mucho dinero? Y seguimos conversando, tomando una bebida caliente, como hasta las dos de la mañana.
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