Sesión 18/03/2019
Sesión 09/01/2020
Sesión 18/03/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Entidad que fue Borius (Blau-El)
En su poblado secuestraban mujeres y pedían rescate por ellas, es lo que conocía. El jefe mató a sus padres; aprendió a odiar y luego acabó con él. Eran las costumbres. La entidad reflexiona acerca de lo fácil que es juzgar las costumbres de otros.
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Entidad: Mi nombre es Blau-El, plano 3 subnivel 1. No quiero justificar muchas de mis vidas, pero sí debo decir que en algunas de ellas me han empujado a hacer quien fui. Y no, no me arrepiento de lo que hice. Os preguntaréis por qué estoy en un plano de superación y no en un plano 2. No soy quien dicta las leyes, simplemente soy, me expreso, conceptúo como Blau-El.
Encarné en Umbro, el cuarto planeta del sistema de Aldebarán. Mi nombre era Borius, hijo de Pardez y Agreda.
De pequeño me acostumbré a las costumbres de la tribu del norte. No saqueaban aldeas, el jefe tribal Ontor evitaba perder hombres, iba con un pequeño grupo y asaltaban castillos pequeños, medianamente indefensos o casas de nobles donde la guardia era escasa y raptaban a las mujeres nobles o a las princesas para pedir rescate. Mandaban a varios esbirros a buscar el rescate explicándoles que si herían o mataban a algunos de los enviados acabarían con la vida de las secuestradas, y al jefe Ontor le daba más rédito eso que asolar aldeas donde el botín era incluso menor y podían perder hombres. Es cierto que de esa manera al no asolar aldeas no se llevaban mujeres esclavas, pero en la tribu había bastantes mujeres y Ontor era inteligente, tenía varias mujeres para él, pero es como esos niños que les das dulces y quieren más, y él gustaba de Agreda, mi madre.
No es que respetara a padre, a Pardez, pero le era útil, le era bastante útil, era como su segundo al mando. Pero a mí me maltrataba de pequeño, me maltrataba mucho, me golpeaba sin motivo, me pateaba. A veces estaba con otros jóvenes practicando con espadas de madera y de repente se me caía la espada y el jefe me decía "Eres un inútil", y me daba puntapiés en el estómago, o me golpeaba la cabeza. Padre lo sabía, pero era prudente, no quería enfrentarse a Ontor.
De pequeño quizás empecé a sentir odio más por padre que por Ontor, por su indiferencia a mi castigo. De adolescente incluso Ontor llegó a -ellos fumaban un tabaco especial que los adormecía, los hacía ver cosas-, y con la colilla del cigarro a veces me quemaba en los brazos. Cuántas veces quise rebelarme, pero sabía que mis fuerzas eran escasas para enfrentarme a Ontor.
Hasta que un día padre murió misteriosamente, lo encontraron muerto con una flecha atravesada al cuello, pensé en Ontor. Pero Ontor manejaba bien la espada, no el arco y flecha, pero sí muchos de sus esbirros. Y estaba convencido, absolutamente convencido que lo había mandado a matar. Y qué causalidad, empezó a cortejar a madre. Pero Agreda lo rechazaba una y otra vez, una y otra vez.
Recuerdo que una mañana en medio de todos la abrazó y la besó por la fuerza. Yo cerraba los puños. Pero aún era un adolescente, sabía que si me enfrentaba a Ontor me mataría. Y recuerdo que esa mañana madre le rechazó y le rasguñó el rostro dejándole la marca de sus uñas en la mejilla sangrante. Ontor sacó la espada y la atravesó a madre. Grité como loco, varios guerreros me sujetaron. Ontor dio la orden que me suelten. Me abalancé contra él, me golpeó con el costado de la espada en la sien y me desmayé.
Mi instinto de supervivencia hizo que me sometiera, en el sentido de agachar la cabeza, de no protestar. Cuando pasaba Ontor evitaba mirarlo a los ojos; me inclinaba. Él sacaba pecho pensando "El mocito está dominado, atemorizado". Pero una noche, todos bebiendo, bebiendo mucho porque habían cobrado el rescate de una noble, Ontor se fue, tambaleando, a su tienda donde le esperaban dos de sus mujeres. No llegó a la tienda. Llevaba un puñal entre mis ropas y en el camino le corté la garganta, tiré el puñal y me fui a acostar, nadie supo quien fue. Al día siguiente encontraron el cadáver, las mujeres no se dieron cuenta porque fumaban de esos cigarros alucinógenos y no sabían ni quien eran ellas.
El que quedó como segundo al mando, Urdo, preguntó si alguno lo desafiaba a tomar el mando. Nadie dijo nada excepto yo. Mi ego, mi estúpido ego por haber matado a Ontor me hizo desafiarlo. Urdo lanzó una carcajada.
-El mozuelo se atreve. Vamos Borius, saca tu espada.
Muy pocas veces había empuñado una espada metálica, pero tenía buenos reflejos y lo herí en el brazo izquierdo. Urdo se enfureció, me hirió en la pierna, en un costado, en el estómago y caí desangrándome. Me dejaron tirado y fueron a beber bebida espumante alabando a Urdo, el nuevo jefe tribal.
Me arrastré como pude, llegué hasta el almacén y me vendé, semiinconsciente, y salí casi mitad caminando mitad arrastrándome de la aldea refugiándome en el bosque. Se largó a llover, en ese momento perdí el conocimiento.
Cuando abrí los ojos había un sol que quemaba, estaba apenas guarecido por los árboles del bosque. Me sobresalté que había un hombre. Al sobresaltarme moví y sentí como una punzada de dolor en el costado izquierdo y en el estómago. Era un hombre grande, casi un anciano y una mujer también grande. Tenían una pequeña carreta, me subieron a ella, volví a desvanecerme.
Cuando abrí los ojos me dijeron:
-¡Vaya que has dormido! Te hemos cambiado las vendas tres veces y mi mujer, que es experta, te ha cosido las heridas. Nosotros vivimos en la montaña, criamos cabras monteses.
-¿Cuánto ha pasado?
-Tres amaneceres, con este. ¿Te han asaltado? -Dije la verdad:
-No, no, el jefe donde yo estaba mató a mis padres y luego, de impulsivo, desafié al que iba a ser el nuevo jefe. Y así me encontrasteis.
-Hubieras muerto -dijo el hombre-, si no hubiéramos pasado por ahí.
-Les agradezco, les agradezco enormemente.
-Puedes quedarte con nosotros hasta que te repongas del todo. -Me dieron un jugo de hierbas y me pusieron una bebida muy blanca, muy fuerte en la herida que me hizo retorcer del ardor que sentía-. No es la primera vez que te pasamos esto, pero estabas inconsciente y no te dabas cuenta de nada.
Recién a los siete amaneceres me sentí como un poco mejor, pero me costaba levantarme, tenía ganas de comerme un guisado pero me alimentaban a verduras y apenas algo de carne, argumentaban que estaba muy débil para comer otro tipo de comida.
Mi mente estaba en ebullición. Sentía odio por Ontor, pero por otro lado me sentía orgulloso de haberlo matado. De Urdo no puedo decir nada, él era la autoridad, yo lo desafié sin saber. Era muy joven, mi cuerpo todavía no se había fortalecido del todo y no era tan experto con la espada como yo creía, pero ya aprendería. ¿Volver para vengarme de Urdo? No, Urdo no hizo nada en contra mía, simplemente peleamos por la autoridad tribal y me venció. Pero sé que volvería, sé que el día de mañana volvería.
Tenía muy arraigada las costumbres de secuestras mujeres nobles y cobrar recompensas. ¿Me juzgáis de que era un acto hostil?, era una costumbre para nosotros, era algo normal. ¿Me catalogáis de algo malo, de cruel? En ese caso es porque no entendéis nada, cada uno se adapta a lo que conoce, a cómo fue criado. Mi propio padre, Pardez, hacía lo mismo y sin embargo ante mis ojos era un hombre bueno, aunque cobarde para enfrentar a Ontor cuando me castigaba.
Y de la pobre madre, Agreda, ¿qué puedo decir? Murió con honor, podía haberse entregado a Ontor y ser la esposa del jefe, pero amaba mucho a padre y lo respetaba aun habiendo muerto. Seguramente, en el fondo al igual que yo, sabía que el propio Ontor lo había mandado matar.
Llevé mi mente hacia aquel que está más allá de las estrellas y le agradecí el que esta gente buena me haya encontrado. No sabía cómo retribuirles, estaba en deuda con ellos, ya vería cómo; ¡tenía tantos asuntos pendientes! Por ahora, ¿de qué iba a retribuirles?
Les dije:
-Cuando me reponga los ayudaré con las cabras monteses.
Y luego veré de conocer a alguien que me enseñe bien el arte de la espada. Tenía que tener mi propio clan o volver fortalecido a desafiar de nuevo a Urdo por el liderazgo de la tribu. Pero había tiempo, todavía era joven.
Volví a dormirme, aún estaba un poco débil.
Gracias, de verdad, por escucharme.
Les habló Bau-El, plano 3 subnivel 1, que en el cuarto planeta de Aldebarán encarnó como Borius.
Sesión 09/01/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Entidad que fue Borius (Blau-El)
La entidad habla del ego, de lo que se puede llegar a hacer por causa del ego. Y para la misión que quería cumplir tenía que aprender espada.
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Entidad: Recordaba mi niñez, una niñez brutal, una niñez a la que me acostumbraba, una niñez de maltratos.
Seguro me juzgaréis por cómo soy hoy, ¡je, je! Así me crié. ¿Me estoy justificando, me estoy justificando? ¡Je, je, je! Seguramente. Mi risa no es una risa alegre, es una risa irónica. Un padre que murió y que lo extrañaba tanto, lo mandó matar el jefe trivial Ontor.
Recuerdo que de adolescente le tenía odio a padre por ser tan pasivo, tan permisivo del mal trato que le hacían a su hijo, como que Ontor tenía una fijación conmigo por algo, por alguna razón, y luego como madre lo rechazó -mi querida mamá Ereda-, la mató directamente. Intenté tontamente matarlo... ¡Je! Obviamente salí totalmente lastimado.
Pero a pesar de ser -como diríais vosotros- un bruto del norte, era bastante astuto y en determinado momento viéndolo vulnerable- por el humo de unas hierbas y por el alcohol, lo degollé- le abrí la garganta.
Pero el ego, el ego, el ego ese bendito ego, me venció como casi siempre. Es el único que me vence, el ego.
Cuando Urdo reemplazó al muerto Ontor del liderazgo lo desafié. ¡Je!. Salí muy mal herido, muy mal herido. Y evidentemente aquel que está más allá de las estrellas, por alguna razón que todavía no entiendo -porque tendría que estar en el séptimo fuego- sin embargo me salvó. ¿Sus herramientas? Fue un matrimonio que criaba cabras montesas, Maru y Sara. Me curaron, me dieron albergue y me quedé con ellos.
Por un tiempo fui su bendición porque les pagué con creces su ayuda, me quedé un tiempo bastante largo trabajando en el campo, desarrollando mis músculos.
Pero me faltaba manejar bien la espada. ¿Si me diera volver al norte a desafiar a Urdo? Fui yo el tonto que lo desafié, a Urdo no le tenía odio pero alguna vez tenía que volver a mi lugar de origen. Y bueno -diréis de vuelta ego, ego, ego-, pero no quería ser el segundo de nadie. Por las mañanas, como el matrimonio se levantaba más tarde me iba cerca, a un monte a practicar con mi espada.
En eso pasó un viajero, alto más alto que yo, llevaba una enorme espada atrás a su espalda. Bajó de su hoyuman y me observó. Estuve a punto de increparle, decirle "¿Qué quieres, qué miras?", pero ganó mi prudencia. Diréis ¿cómo, el ego es prudente? No, el ego no es prudente, el ego cuando le conviene es cauteloso.
El hombre se acercó. Miré su rostro, estaba con muchas cicatrices y arrugas, una piel blanca, pero blanca casi como la nieve del norte, no parecía humano porque un humano no tiene la piel tan blanca ni siquiera en el norte, y su rostro era lampiño completamente libre de todo tipo de barba y vello, sí tenía el cabello largo pasando los hombros, y totalmente blanco. Habló él primero.
-Veo que estás haciendo ejercicios con tu espada.
-Así es -le respondí.
-Qué mal que te mueves, no tienes nada de equilibrio. -Ahí sí pudo más mi ego.
-¿Acaso me quieres desafiar? -El hombre rió pero no burlándose, es cierto que tuvo una sonrisa irónica pero no lo capté como una burla.
-No, no me interesa desafiarte, serías una presa fácil para mí.
-Vaya. -Mi ego. ¡Je, je, je!
-¿Quieres probar? -Sacó su espada, me impresionó su metal porque no era color hierro, era un metal oscuro, pero muy oscuro.
-¿De dónde has sacado esa espada?
-¡Je, je! Antigua, muy antigua.
-Vaya.
-Bueno, probemos. Empieza. -Arremetí contra él: ni quiera movió los pies, ni siquiera movió su cuerpo, solamente su mano derecha y paró el golpe. Hacia la cabeza: levantó la mano paró el golpe. Embestí por tercera vez: se corrió y puso el pié, caí de bruces.
Me dijo:
-Tu equilibrio, tienes que corregir tu equilibrio.
Estaba tan sacado de mí... Pero entended, mi intención no era herirlo, lastimarlo, menos matarlo; simplemente quería tocarlo una vez sola. Y embestía cada vez más ciegamente hasta que no pude más y caí agotado, apenas podía respirar.
Me tendió la mano. No la tenía descubierta, la tenía con guantes, unos guantes que eran de un cuero extraño también, fino pero fuerte. Cuando tomé su mano es como que hubiera tomado una mano de hierro, me levantó como si nada.
Sacó una cantimplora y me dijo:
-Toma, es agua. -Bebí un poco e hice un gesto como de repulsión.
-Es muy amarga.
-¿Nunca has tomado alcohol?
-¡Ja, ja! Mil veces he tomado alcohol -le respondí-. ¿Pero esto qué es?
-Es un agua de hierbas, te repondrán. Tu corazón debe latir al doble de ritmo. -Me tocó el pecho, era cierto 'tac, tac, tac'. Tomé. Tomé hasta que el extraño me sacó la cantimplora-. Ya está. Ahora siéntate un rato. ¿Cómo te llamas?
-Borius -le respondí-. ¿Y tú?
-Geralt -dijo el extraño.
-¿De dónde vienes?
-¡Uf! Creo que he recorrido medio mundo. Ahora vengo del oeste, estuve cerca del océano. Pero también conozco los bosques negros, parte del norte, la zona oriental, más allá del desierto donde están los drómedans. Conozco también el mundo de los apartados.
-¿Existen los apartados? -pregunté.
-Existen.
-¿Y al lado existen las amazonas?
-Existen, y las he conocido.
-Vaya. Y has salido con vida.
-He salvado a algunas de ellas...
-¡Cómo!
-Es una historia larga, no te la contaré ahora.
-¡Vaya! Por tu rostro parece que tuvieras muchos amaneceres.
-Vaya si los tengo -me dijo-. Me quedaré un tiempo en el poblado vecino. Mira, allí abajo, en el valle. ¿Vives con ese matrimonio?
Es la primera vez que me asusté, pero no por mí, por ellos, por Maru, por Sara.
Como si adivinara mi pensamiento me dijo:
-Soy pacífico, no peleo si no me buscan. No busco tampoco metales, tengo más que suficiente.
-Vaya. ¿Y qué trabajo haces?
-Un trabajo que me deja bastantes metales.
-Vaya.
-La gente no corre peligro, lo que no veo es que tú encajes con ellos.
Le confesé:
-No encajo con ellos. Vengo del norte, mataron a mis padres, dejé mi tribu malherido. Ellos me salvaron y les pago con creces, los ayudo con las cabras.
-Sí, he visto aquí en el monte varias cabras.
-Los ayudo en el campo, les he construido un nuevo granero y me siento bien, pero en algún momento volveré al norte.
-Tienes que mejorar el equilibrio.
-¿Me enseñarías? -pedí. Y después de haberlo dicho me arrepentí.
-¿Por qué? -Era muy orgulloso, por ego. ¿Pedirle algo a alguien? Me miró-. Te enseñaré, pero sé que me arrepentiré.
-Ahora me ofendes -dije, molesto.
-Sé que me arrepentiré porque volverás al norte y sé las costumbres de allí, pero tal vez sea una misión mía enseñarte. -El hombre, Geralt, se quedó casi noventa amaneceres en el poblado.
Un día llovía muy fuerte y no fui. Me asomé por la ventana y a lo lejos, en la punta del monte estaba parado. Me sentí como avergonzado. Le dije a Maru y a Sara que había un conocido al que tenía que ver. Y subí hasta el monte.
-Te estuve esperando toda la mañana -me dijo Geralt.
-Pero... pero llovía.
-También llueve en batalla. ¿La tribu en la que estabas, cuando llovía no saqueaba aldeas? -asentí con la cabeza-, ¿no violaban mujeres? -asentí con la cabeza-, ¿no mataban ancianos?
-Bueno, no somos asesinos. -Hizo una mueca.
-Yo tampoco soy quien para juzgaros, yo tengo lo mío.
-¿Por qué -pregunté-, eres un asesino?
-Bueno, hay una diferencia -dijo Geralt-, no mato gente inocente.
-¿Y nosotros si? -Se encogió de hombros.
-Volvamos al tema, ¿quieres ser fuerte? -asentí-. Has mejorado el equilibrio, tienes más lucidez con la espada, pero te asusta una tormenta.
-¡Claro que no! -Otra vez me ofendí. Mi ego se ofendió.
-¿Entonces por qué no has venido temprano?
-Pensé que no vendrías.
-¡Y desde cuando piensas por mí! ¿Los animales están guardados?
-Así es.
-Entonces practicaremos por la tarde.
-No me imaginaba que hoy... -Me cortó.
-No te tienes que imaginar nada, vive el momento. -Sacó su espada-. Saca la tuya.
-Está muy resbaloso.
-Igual que en batalla. ¿Piensas que en batalla siempre va a ser el terreno plano? Eso cuentan las leyendas, eso cuentan en los teatros ecuatoriales. Las batallas reales pueden ser en las rocas, en los pantanos, en el bosque, y tú te fijas si te resbalas. -Me sentí humillado-. Está bien, vamos.
Cambiamos otra vez, chocamos las espadas. Admiraba la suya, ese metal tan oscuro. Y durante noventa amaneceres, prestando la mayor de las atenciones me había convertido en un diestro espadachín con equilibrio, con fuerza. Había ganado musculatura, incluso me dio una dieta de comida.
-Come de todo, no solamente carne, y bebe bastante agua, aún en invierno.
-¿No tomo alcohol?
-Decirte que no tomes alcohol es como decirle al cielo que no llueva. -Me sentía como humillado de vuelta, pero tenía razón. Y agregó-: Pero bebe con moderación. ¿Cómo mataste a tu jefe tribal?
-Había aspirado un humo y había bebido.
-¿Y qué le pasaba?
-Estaba obnubilado, su mente no le respondía.
-¿Ahora entiendes?
-No.
-Vas a una posada o a una taberna de poblado y bebes en demasía, cualquier guerrero mediocre te vencería. -Ahora entendía, se trataba de beber una copa de bebida espumante pero estar siempre lúcido, alerta, atento.
-¿Ya estoy a tu nivel? -le pregunté.
-No. Nunca estarás a mi nivel. -Mi ego se molestó de vuelta.
-¿Y por qué no?
-Porque cada uno tiene sus dones.
-¿Acaso eres el mejor de Umbro?
-Si te dijera sí, mentiría porque no conozco a todos. Si te dijera no, mentiría porque nadie me ha vencido. Pero has ganado en rapidez, en estabilidad, en equilibrio, que es lo más importante.
-Te agradezco. No tengo como qué pagarte.
-Quizás era una misión, como dije antes -explicó Geralt-, no tienes que pagarme. Y quizás alguna vez nos crucemos y te tenga que matar.
-¿Por qué?
-Porque si ponen precio a tu cabeza te tendré que matar. -Palidecí. Nos dimos la mano.
-¿Ya te irás del poblado? -Asintió con la cabeza-. Yo me quedaré un tiempo más con Maru y Sara y luego me iré de vuelta para el norte, mi misión es ser líder. No tengo nada con el actual jefe tribal Urdo pero para ser líder tendré que matarlo. -Hizo un gesto. Y le dije-: ¿Qué, te arrepientes de haberme enseñado?
-No, ya te lo dije, nunca me arrepiento de lo que hago, sólo espero cruzarme en tu camino pero no para buscarte. -Sentí como que se me erizaba la piel como de un temor inconsciente. A pesar de todo lo que me había enseñado, estoy convencido que si Geralt quería matarme en minutos lo hubiera hecho.
Me tendió de vuelta la mano, se la apreté. Pero es como que era una mano de hierro, perecía sobrehumano, no humano; de dos líneas de estatura, me llevaba media cabeza o quizás un poco más. Y se marchó.
Volví. Le dije a Sara:
-¿En qué te puedo ayudar?
-Hay que acomodar la alacena.
-Lo haré.
¡Quién diría!, Borius, el guerrero del norte, acomodando una alacena, ¡je! En casa de dos ancianos. ¡Ja, ja, ja, ja!
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