Sesión del 22/09/2022
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Sesión del 12/12/2022
Sesión 22/09/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetan de César C.
La entidad relata una vida en Gaela. Comenta que era poco sociable y que era objeto de bromas desagradables por compañeros de trabajo. En un evento conoció a Jorge Clayton. Hablaron de temas generales, y le dio una pauta a seguir. Pero seguía perplejo.
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Entidad: Todavía recuerdo cuando festejamos en familia el año nuevo. Estaba con mi esposa, mis dos hijas y había bastantes familiares:
-Ponte contento César, vamos. Arriba ese ánimo, empezó 1986.
Mi nombre era César Ludueña, vivía en Defernes, que prácticamente era un país continente en el sur en Gaela.
Habían pasado siete meses desde ese festejo y ahora había otro festejo. Las autoridades habían dejado, no digo abandonado, pero prácticamente con poca ayuda económica al hospital central de Defernes.
Y salió una noticia en los diarios, que venía el conocido Clayton, de Plena. Hace poco había cumplido cuarenta años.
Me entró curiosidad y leí el currículum del tal Clayton: Su familia era de Plena, sus ancestros eran del viejo continente, al norte de Defernes, y eran nobles. Pero, obviamente, en el nuevo continente, al igual que en Defernes no había títulos de nobleza.
Pero Clayton tenía una gran fortuna. En un momento habré pensado, "Y bueno, ayuda a hospitales, fundaciones en su país"... Pero no. Cuando se enteró de que en el hospital de Defernes tenía pocos aparatos viajó en un avión particular trayendo aparatos nuevos para donarlos, sin ningún interés. El gobierno le ofreció un premio y él lo rechazó.
Yo estaba tan, cómo diríamos, tan desconfiado de la gente que no, no sé, no veía buenas intenciones en este tal Clayton.
Soy una persona que no me gustan las burlas. Recuerdo que en el trabajo anterior me decían: "¿Cómo estás, César Ludueña, la que vino a visitarte es tu mujer o es tu dueña?", y todos los compañeros se reían.
Yo me sentía hosco y me encerraba en mi caparazón, no me gustaban las burlas, y es como que esa misma emoción negativa me hacía mal, me hacía muy muy mal. Me hacía mal al extremo de que se me trababa la lengua y hasta me afectaba la pronunciación, pero no se atrevían a burlarse de eso, es como que fuera demasiado.
Siempre fui una persona muy bondadosa, pero no, no, no es que quiera hacerme propaganda a mí mismo porque al fin y al cabo lo estoy exteriorizando para descargar toda esa emoción negativa que llevo dentro. Sin embargo la gente desconoce eso de mí porque al estar tan encerrado, como una ostra, es como que escondo mis sentimientos, no, no los demuestro, y yo pienso que mis compañeros a veces me hacen burlas porque no...no, no se encuentran a gusto conmigo. Y aclaro que yo no me meto con nadie, no molesto a nadie, hago mi trabajo y después pienso, "¿Qué les pasa conmigo?".
Recuerdo que vino un visitador médico al trabajo y nos trajo una invitación. Yo ni siquiera la quería coger, pero me intrigó: "Gran inauguración, el potentado Clayton". Ya no me gustaba la palabra potentado, pero no tenía responsabilidad de él, era cosa del hospital. ¿Potentado?, ¿potentado de qué? Iban a inaugurar un nuevo ecógrafo, era segunda generación de ecógrafos. Cogí la invitación la guardé en mi saco y la llamé por teléfono a mi esposa y le dije que iba a ir. Mi esposa se puso contenta:
-Muy bien, César. Fíjate si puedes hablar con este señor Clayton.
-¿Para qué, tú también lo admiras? Con plata cualquiera hace todo. El tema es hacer las cosas cuando no tienes tanta plata. -Cuando mi señora me veía de mal humor no me discutía, nunca me discutía.
Sí me dijo:
-César, conocemos muchas personas aquí con dinero, incluso aquí en Defernes, y no gastan un solo crédito en ayudar a nadie. No es así y tú lo sabes muy bien. -Me encogí de hombros.
Luego de cortar la comunicación, cuando terminó la tarde me fui a la inauguración de un nuevo pabellón del hospital que también había solventado Jorge Clayton, y estaban todas las fotos en murales del nuevo ecógrafo de segunda generación.
Cuando entré había varios médicos exaltados, contentos: "Recién estamos en Julio de 1986 y ya tenemos un ecógrafo de segunda generación, ¡vaya!".
Se me acercó un señor:
-Hola, ¿cómo estás?
-Bien...
-¿Eres médico?
-No, no, me dieron una entrada y vina a ver.
-Te veo como... como cerrado en ti mismo, como que te cuesta aceptar todo lo que está pasando aquí. -Me sentí molesto, como que vi en esta persona un exceso de confianza. No me conocía. Levanté la vista, lo miré y tosí de la sorpresa: era el mismo Jorge Clayton. Era más o menos de mi altura, un metro setenta y ocho, andaba por los cuarenta años. Por reflejo le tendí la mano.
-Un gusto conocerlo, mi nombre es César Ludueña. -Me tendió la mano y me la apretó de manera firme.
-Qué raro, generalmente son médicos los que vienen. Cuéntame.
-No, no, vinieron a mi trabajo y nos dieron invitaciones.
Clayton dijo.
-Me parece perfecto, Ludueña, porque al fin y al cabo es importante que vengan personas de otras ramas como arquitectos, ingenieros, electricistas, periodistas. ¿Por qué no? Esto es un gran evento. ¿No te incomoda, Ludueña, alejarte un poquito del ruido?, en el primer piso está lo mejor del sanatorio. -Fruncí en ceño.
-¿Que hay algún quirófano o algo?
-No, no, no, ¡je, je! ¡No hablemos de quirófanos, por favor! Hay un bar. -Yo lo miré a Clayton y digo ¿estará hablando en serio?
Y se lo dije porque no me callaba nada:
-¿De verdad que el bar te parece lo mejor del hospital?
-Mira, tienes que aprender. ¡Je! Disculpa el abuso de confianza, Ludueña, tienes que aprender a no tomarte todo tan en serio. Cuando tenía veinticuatro años, hace dieciséis años atrás, en el setenta, falleció mi padre. Yo estoy convencido que en estos poco más de tres lustros hemos avanzado un poquito en todo lo que es la parte médica, y quizá hoy se le hubiera podido salvar. Entonces lo mejor que hay en un hospital no es el bar ni los quirófanos sino los profesionales médicos, y los profesionales de enfermería. Y por qué no, los que se ocupan de la comida. Pero como no quiero hablar de cosas dramáticas sigo insistiendo que lo mejor del hospital es el bar, así que te invito a tomar un café. ¿Por qué esa cara, Ludueña?
-¡Uf! -Me costaba expresarme. No es que fuera tímido, es que no sabía cómo comportarme con una persona que recién conocía o... a ver, no sabía cómo reaccionar ante algo tan sencillo como una invitación a tomar un café. Pero estamos hablando de Clayton que venía de Plena, el que en las tarjetas decía 'el potentado'.
Y se lo dije:
-Yo soy una persona sencilla y debe de haber cientos de personalidades, ¿por qué invitarme a mí? Disculpa mi curiosidad pero...
-¿Puedo llamarte César?
-Sí.
-Bueno. Por favor, dime Jorge. Desde que llegué al evento, no digo ciento, pero decenas de personalidades se han acercado a mí a preguntarme cómo era Plena, a preguntarme las obras que hago allí, si estaba casado, si tenía hijos, cómo manejaba la fortuna, si había comprado el avión particular con el que traje el ecógrafo y otros aparatos... Y en realidad no querían saber nada de mí, querían saber de lo que yo represento, no les importaba el humano, les importaba ese potentado que muestran en las tarjetas, algo en lo que yo no me identifico para nada. Y soy una persona capaz de conversar con personas como tú, César, que no... Obviamente que vas a estar curioso de saber el por qué dono ecógrafos de segunda generación en Defernes, un país prácticamente, un continente que no tiene nada que ver con Plena, porque yo creo que Gaela no tendría que tener fronteras, por ejemplo ¿tú eres religioso? -Lo miré a Clayton.
Le dije:
-¿Por qué, tú eres fanático de la Orden del Rombo?
-No, no, para nada. Yo creo que... A ver, todo depende cómo uno maneje una creencia. El tema es no ser bueno por el más allá recibir un premio, o por temor a un castigo divino. -Lo miré.
Y dije:
-En eso coincido, yo tampoco soy fanático de nada.
Y nos pusimos a conversar. Y pasó el tiempo, en el bar había solamente dos o tres personas, y eso que era un bar de más de treinta mesas. Pero estaban todos en el salón principal en el aula magna.
-¿No te llamarán para -Lo traté de tú-, no te llamarán para hacer una conferencia o algo?
--Les dije que no quería -me respondió Clayton-. ¿Y tú qué haces? -Lo miré.
-Estoy bien en mi trabajo, hace bastante que me ascendieron, no tengo problemas económicos, tengo una esposa que amo y tengo dos niñas. Pero...
-Habla, lo que me comentes no va a salir de mí.
-¿Y por qué quieres saber de mí?, no me conoces.
-¿Te das cuenta -me dijo Clayton- que tus palabras tienen un contra sentido?: "Por qué quieres saber de mí, no me conoces". Si te conociera no querría saber de ti porque ya estaría enterado.
-Lo voy a explicar de otra manera -le dije-. No soy nadie para que tengas curiosidad en mi persona. -Clayton me miró.
-¿Otro café?
-Sí, cortado con leche. -Lo llamé al camarero.
Clayton dijo:
-No, no, dos cortados en jarra grande, con edulcorante. -Me miró y me dijo-: ¿Tú te sientes una persona simple?
-No, no quise decir eso -respondí-, simple en el sentido de que no soy una de esas personalidades, esos profesionales médicos, jefes de planta, no soy médico siquiera, soy un invitado.
-Mira, es así, César: de la misma manera que me escapo de las personalidades porque no quieren saber de mi persona sino de en qué puedo ayudarles, o sea, es como que no necesitan un contacto cálido sino alguna ayuda de alguna manera, y no significa que no se la vaya a dar, pero es como que a veces todo ser humano se cansa de que lo vivan demandando.
-¡Ja, ja! Lo entiendo perfectamente, lo entiendo perfectamente. Pero hay algo peor que la demanda, las burlas.
-¿Por ejemplo? -preguntó Clayton.
-Y... En el trabajo me dicen... Me fue a buscar mi mujer porque teníamos que llevar a las niñas a una fiestita y los compañeros me decían: "César Ludueña, ¿esta mujer que vino es tu esposa o es tu dueña? Un juego de palabras. Me molestó horrores.
-¿Por qué?
-¿Por qué? ¿Y por qué voy a soportar que se burlen?
-¿Y por qué no te has reído con ellos?
-¿Y por qué me iba a reír, Clayton, de algo que se están burlando?
-Porque justamente si tú te ríes de esa burla ya se les acabó el juego.
-No entiendo.
-¿Tienes apuro?
-No -respondí-, mi señora sabe donde estoy.
-Bien. Ya te voy a explicar cómo aprender a reírse de uno mismo.
-¿Me estás diciendo que yo aprenda a burlarme de mí mismo?, eso es una incoherencia.
-No, yo no dije burlarte de ti mismo, dije aprender a reírte de ti mismo.
-Honestamente, no entiendo, honestamente... -Lo miré a Clayton como si fuera una encrucijada, como si fuera un laberinto del que no pudiera salir-. Obviamente ahora me entra una curiosidad tremenda.
-César, me puedes hacer las preguntas que quieras.
Y la primera pregunta era: ¿Qué diferencia habría entre burlarse de uno mismo o reírse de uno mismo?
Trajeron los cafés en jarra, cortados con leche. Hicimos una pausa, tomamos la bebida y disfrutábamos del silencio que había en el bar porque estaban todos en el aula magna.
Sesión 27/09/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetan de César C.
Su amigo trató de explicarle con detalle la diferencia que hay entre burlarse de sí mismo y reírse de sí mismo. Expuso ejemplos de cómo tratar las ofensas de otros.
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Entidad: Aproveché que Jorge Clayton se quedaba un tiempo en Defernes, y como él mismo me había confesado, no se sentía a gusto con personas que solamente buscaban colgarse de su fama.
Recuerdo que me decía:
-Mira, César, ¿a qué le llamamos famoso? Famoso puede ser un actor de película, famoso puede ser un deportista que brille en la actividad que desarrolla, un ingeniero, un arquitecto, alguien que invente una vacuna para salvar a miles o millones de personas. Yo no soy una persona famosa, yo soy una persona conocida, porque me gusta el poder ayudar, el poder tender manos, pero no me cabe la palabra famoso. Y es cierto que mucha gente busca sacarse fotos conmigo para decir, "Mira, soy amigo de Clayton".
Lo miré y le pregunté:
-Quizá me tomes atrevido, pero ¿a mí me consideras amigo? -Clayton me miró.
-Querido César, Ludueña, amigo es una palabra muy importante. Sí te puedo decir que tú no buscas el tratar de figurar, entonces es como que sí, hay cierta afinidad.
-¿A pesar de ser tan distintos? -le dije directamente-, porque ten en cuenta que a veces no sé cómo comportarme o cómo reaccionar ante situaciones imprevisibles. Y yo sé que tú sí. Tú eres una persona segura, yo a veces me siento inseguro. Tú eres una persona que exteriorizas tus sentimientos, a mí me cuesta exteriorizarlos. Y no es que no los sienta, a veces me desespero por dentro de demostrar lo que siento. Pero me cuesta. Y cómo dijimos la última vez que hablamos, no soporto que se burlen de mi persona.
Clayton me respondió:
-Tienes que aprender a reírte de ti mismo. Cuando te dicen algo que ofende a tu ego aprende a reírte de eso.
Lo miré y le comenté:
-Recuerdo que la última vez me dijiste que había una diferencia entre burlarse de sí mismo y reírse de sí mismo. Yo no veo la diferencia.
-Te la voy a explicar muy sencillamente, César. La burla es una risa malsana, la burla es el creerse superior al otro.
Lo interrumpí y le dije:
-Ya sé lo que me vas a decir, que es un problema del otro.
-Dejando de lado eso, César, dejando de lado eso, aunque fuera un problema del otro si tú estás susceptible te vas a sentir herido, lastimado, dolido, aunque la otra persona sea un cretino.
-¿No es muy fuerte lo que dices respecto de la otra persona?
-No, no, César, no es fuerte. Lo que pasa que la sociedad califica las palabras y las pone en un diccionario: Esto significa tal cosa, punto. Esto significa tal otra, punto. Yo soy más elástico. Y aparte no soy profesor de lengua, entonces puedo equivocarme en una calificación. Lo importante es que se entienda la intención de lo que quiero decir con respecto a la persona que se burla.
-Volvamos al tema Clayton -le dije-. Quedaba pendiente la diferencia entre burlarse de uno mismo y reírse de uno mismo.
-Reírse de uno mismo es cuando vas a una pista de atletismo contra un atleta de dieciocho años y al cabo de los cien metros libres te sacó diez de ventaja y te dice: "César, ya no estás para estas cosas". Entonces tú te burlas y le dices: "Espera, espera que le pida a mi amigo el bastón con el que ando y te pego en la cabeza".
-Eso es un absurdo.
-No, eso es reírte de ti mismo.
-Pero yo no soy cojo, yo no estoy rengo.
-César, es una manera de expresar la risa del otro diciendo: "Tú a la edad que tienes es imposible que puedas vencerme". Puede incluso llamarte viejo y sin embargo tú estás en la mitad de la vida, ¡je, je!, pero si tu ego se ofende pierdes. Entonces te ríes de ti mismo, aceptas que estás viejo y dices: "Por haberme dicho eso te pegaré con mi bastón"
Me encogí de hombros y le digo:
-Sí, ¿te piensas que con eso el otro no se va a burlar más de mí?
-Por lo menos no se va a reír porque se va a dar cuenta que sus burlas no tienen eco contigo.
-Eso sería reírme de mi mismo. ¿Y qué sería burlarme de mí mismo? ¿No es lo mismo una burla que una risa?
-No, la burla es despreciativa. La burla es una especie de humor ácido donde en el fondo haces rol de víctima.
-¿Por ejemplo?
-Por ejemplo, César, que quieres ver en qué condición físicas estás y el joven atleta te ganó por diez metros en los cien y se burla. Entonces tú queriéndote burlar de ti mismo dices: "Claro, si tuviera una silla de ruedas a motor te vencería". Ahí no te estás riendo de ti mismo, ahí te estás humillando, la burla es humillación, la risa no. Una vez un joven de nuestra edad -porque somos jóvenes, yo a los cuarenta años me siento joven-, le dijo a una señora que andaría por los setenta y ocho años casi ochenta, y le tenía confianza, le tenía mucha confianza pero no era para decirle tal frase. La señora se resbaló y casi se cae. Obviamente él la ayudó y la tomó del brazo, pero después con una frase soez la dijo: "Estás vieja, ¿eh?". La señora podría haber respondido con una frase de esas de reírse de sí misma, en cambio le dijo: "Por lo menos yo llegué, hay que ver si tú llegas a mi edad".
-Es una contestación perfecta -le dije yo.
-No, César, no, no es una contestación perfecta, eso es una contestación de una persona herida, de una persona lastimada. ¿En qué quedamos de reírse de uno mismo? Al decir así es como que fuera una persona resentida, como queriendo que la otra persona se muera antes, la que se burló de ella. No tenemos que guardar basura dentro nuestro; el rencor, la ira, los deseos de revancha nos aniquilan por dentro, nos aniquilan por dentro.
-O sea, que según tú, Clayton, nos tenemos que reír de todas las estupideces que nos dicen.
-No no no, espera espera espera. Hay algo, César, que se llama dignidad, aprender a decir no cuando es no. O sea, ¿tienes compañeros que se burlan de ti? Bueno, tú les sigues el juego. Va a llegar un momento que se van a cansar y van a decir, "Este César es inmune a nuestras burlas, nos cansamos". Pero supongamos que hay un idiota que sigue y sigue y sigue, bueno lo frenas.
-Sí, pero es para pelear eso.
-Será para pelea, pero lo frenas.
-Me desconciertas, Clayton, porque hay un hilo muy finito entre burlarse y reírse de uno mismo y tener dignidad. ¿Cuándo la aplico la dignidad?, ¿por qué no la puedo aplicar con el atleta que me dice, "¡Uy!, ya estás viejo, te gané por diez metros"?
-Porque te está diciendo la verdad, César. Porque tiene dieciocho y es un atleta y tú tienes más del doble de edad. Y aparte no se está burlando groseramente, te está diciendo la verdad. Es distinto que la burla de un compañero de trabajo que sigue y sigue y sigue y sigue machacando con tonterías. O sea, tienes que elucubrar en tu mente la diferencia entre un chiste inofensivo, porque este es un chiste inofensivo.
-Y el de ese conocido tuyo, de cuarenta, que le dice a la mujer de setenta y ocho, "Ya estás vieja", ¿esto es inofensivo?
-No. No es inofensivo, es un chiste grosero. Es un chiste muy estúpido que indica que la persona es muy estúpida. Pero la mujer podía haberse reído y sin embargo le contestó, "Hay que ver si tú llegas a la edad que yo tengo". O sea, cayó en las redes de la araña del de cuarenta, su ego cayó.
-No, no lo comparto, no lo comparto. Yo estoy de acuerdo con la señora, el de cuarenta es un estúpido.
-Sí, seguramente. ¿Pero porqué tenga setenta y ocho no se va a reír de sí misma? Entonces se está sintiendo vieja.
-¿Y no es vieja?
-No, viejos son los trapos. Es una persona mayor y puede perfectamente reírse de sí misma. Se supone que no va a competir en una actividad corporal como atletismo, como natación pero no significa que no pueda caminar, no significa que no pueda nadar y bien a los setenta y ocho. Porque si piensas que una persona de setenta y ocho no puede hacer nada... Bueno, ahí el equivocado eres tú, César.
-Está bien. Pero no tiene que ver con mi problema, yo siento que hay muchas personas que no están a gusto conmigo. ¿Cómo lo mejoro eso?
-Lo hablamos la vez pasada, lo hablamos, César, es como que tú buscaras la aprobación de los demás. Tú tienes que aprobarte a ti mismo, tienes que respetarte a ti mismo, tienes que quererte a ti mismo, tienes que aceptarte a ti mismo. ¿Te aceptas? -Me encogí de hombros.
-¡Uf! Sí, a veces sí. Lo que pasa que yo reconozco que a veces tengo mal genio, a veces es como que pierdo el control si mi familia no me hace caso en algo.
-Bueno, eso es un trabajo que tienes que hacer contigo mismo, eso es un trabajo que depende de tu persona, César.
-¿Y cómo lo hago, cómo me controlo?
-Es que te tomas todo demasiado... como que el mundo estuviera contra ti. Y no es así.
-¡Ja, ja! Qué fácil que lo ves todo, Clayton, qué fácil. A ti todo el mundo te aplaude. A mí, yo soy transparente, ni siquiera me ven.
-Eso que estás diciendo es buscar la aprobación de los demás. ¿Quieres hacer una prueba? Hoy a la tarde hay una convención, estoy invitado. Puedo llevar a los invitados que quiera. Ven conmigo.
-¿Qué hago, qué haría, de qué hablaría?
-¿Y por qué tienes que hablar? Te presento: "Mi amigo, César Ludueña".
-Te contradices.
-¿Por qué?
-Porque antes te pregunté: "¿Y a mí me consideras tu amigo?", y me respondiste: "Somos afines".
-Y es cierto -me dijo Clayton-. Recién nos conocemos, hemos hablado poco, con el tiempo podemos entablar una gran amistad.
-¿Y entonces si me presentas como amigo no estarías siendo hipócrita?
-¡Ja, ja, ja! No no no, para nada. Lo haría a propósito para mostrarte que la gente también se colgaría de ti.
-No, no lo entiendo, Clayton, tradúcemelo.
-Claro. Hay gente que me halaga por sacarse una foto conmigo o porque le firme un autógrafo, "¡Oh! Vino Clayton, de Plena, el millonario Clayton, el que hace obras".
-No entiendo.
-Al estar tú conmigo, "¡Oh! Es César Ludueña, el amigo de Clayton", y entonces te mirarían de otra manera.
-No tiene sentido, Clayton -le confesé- porque no lo harían por mí, lo harían por ti. Porque yo sería como una especie de reflejo tuyo. Yo quisiera que lo hagan por mí, que me palmeen por mí.
-Insisto, César, eso es buscar la aprobación de los demás. Eso es buscar la aprobación de los demás. ¿Tú te aceptas?
-¡Más vale! Soy yo, ¿cómo no me voy a aceptar?
-¿Te sientes seguro?
-No. Te lo he dicho ya cinco o seis veces, que a veces no sé cómo comportarme ante cosas sencillas.
-Entonces no te sientes seguro. Por ende no te aceptas, por ende no te respetas.
-¿Qué tiene que ver, Clayton, respetarse con sentirse seguro? Yo puedo respetarme.
-¿A aquellos que se burlan les pones un stop, un basta?
-No, prefiero no confrontar.
-Bueno, entonces no te respetas.
-O si no, directamente pierdo el control.
-¿Ves?, y ahí pierdes. O sea, pones los dos extremos, César. Por un lado dejas que te machaque una y otra vez, y con tal de tener la aprobación de los otros te tragas la bronca, te comes la ira y te aguantas las burlas. Y de repente te tocan y ¡pum!, estallas con toda la furia. ¿Por qué no un término medio?, ¿por qué no un "Listo. Aquí se terminó", sin perder el control?
-¡Qué fácil lo haces hablando!
-No no no no, César, no lo hago fácil, es una cuestión de practicarlo, es una cuestión de llevarlo a cabo. ¿O te piensas que de un día para el otro vas a lograr todo lo que yo te estoy diciendo?
Lo miré y le dije:
-Igual te acompañaré a la convención. Quiero probar eso, a ver si me palmean igual que te palmean a ti.
-Lo van a hacer. Pero no te pases al otro extremo, que después te la creas.
-Eso no lo entiendo. Tradúcemelo.
-Claro. Que después no te creas que eres el importante, que eres la figura, que eres el famoso.
-¡Ah! ¿Y tú sí?
-Te dije que a mí no me gusta la palabra famoso; famoso es un actor de cine, famoso es un arquitecto que hizo una gran obra, yo soy simplemente un tipo que tiene plata y puede dar una mano.
-Pero sales en los diarios.
-Bueno, no por mí, los periodistas venden.
-¿Acaso te sientes incómodo?, ¿no te sientes orgulloso con esa fama?
-No, César, honestamente, no. Honestamente, no. Mira, cuando era más joven, en Plena había un club hípico donde eran todos creídos, todos orgullosos, pagados de sí mismos, que para mí eran insoportables. Y con mis amigos verdaderos íbamos a la Segunda avenida, una avenida llena de librerías, y nos íbamos a un bar de lo más sencillo que hubiera, porque sentía como que el club hípico era algo artificial. Te hablo de los años setenta.
-¿Y sigue siendo igual?
-¡Ja, ja! Igual o peor. En los años ochenta y seis sigue siendo igual o peor. Y a mí no me gusta lo artificial. Por eso te digo, no, no soy un tipo que se siente orgulloso de salir en la tapa de los diarios. Sí, si me invitan a un programa de televisión y puedo hablar de cómo ser útil.
-Sí, pero con dinero todo el mundo es útil.
-¡Je, je! No no no no. Mira, esa gente que yo conocía en el club hípico tenía una fortuna incalculable, nunca movieron un dedo para ayudar a nadie. Y conozco gente que no tiene dinero y tiende una mano. Ayuda a otros, a veces va a visitar a los hospitales de niños y hacen manualidades, juguetes para niños. Con nada. No precisan fortuna para eso.
-Interesante. Seguiremos conversando.
Gracias.
Sesión 22/11/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetan de César C.
Tuvo una interesante conversación con su amigo Clayton. En Sol III sería una Psicointegración. Hablaron de los puntos que deben ser pulidos por la persona, y cómo hacerlo, para superar momentos difíciles producidos por roles del ego. Iba entendiendo.
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Entidad: Hay muchas cosas a las que me cuesta adaptarme.
Recuerdo que en una de las conversaciones que tuve con Jorge Clayton me dijo:
-Mira, César, a veces nos cuestionamos nuestra propia forma de ser, nuestras supuestas fallas, nuestros supuestos errores, el no atrevernos a provocar cambios positivos o no saber cómo reaccionar ante cosas que otros las verían sencillas. -Una conversación bastante bastante importante.
Le dije:
-Mira, he pasado por muchísimos problemas y quizás eso me ha dejado huellas en mi interior, lo que me hace titubear en lugar de tomar decisiones en eso que tú dices cosas sencillas.
-¡Ay! Mi querido César Ludueña, ¿cómo es la sociedad en Defernes? -Lo miré.
-Tú vives en Plena, la sociedad es similar. Quizás en Defernes apriete más la religión, quizás en Defernes la Orden del Rombo tenga más filiales y la gente no creyente -no podría decir atea, no creyente, porque ateo es otra cosa-, se cuida más de hablar, como que en Plena hubiera más libertad. ¿Pero eso que tiene que ver con lo que hemos conversado, Jorge?
-Te cuento, te cuento César. En 1970 yo tenía veinticuatro años y pasé por muchísimas cosas. Tengo anécdotas positivas, pero más de las negativas, no con mi persona, salvo la muerte de mi padre que simultáneamente me trajo una ruptura con la persona que yo creía que iba a ser la mujer de mi vida. Pero evidentemente mi destino era otro.
Lo interrumpí:
-¿Acaso no lo trazamos nosotros con nuestras decisiones?, esto es lo que yo me cuestiono siempre. Me cuestiono que a veces me cuesta relacionarme o no saber cómo comportarme en determinada situación, a veces me encierro como una ostra, me encierro en mí mismo y me cuesta exteriorizar mis sentimientos. ¿Pudor, vergüenza?, no sabría decirlo. Pero no estamos en 1970, Jorge, estamos en 1986, y hubo muchas cosas que cambiaron a favor: libertad de expresión... -Jorge me miró.
-Mira, César, yo siempre tuve fortuna, he ayudado a distintas instituciones, no puedo quejarme en ese sentido. Nunca viví una infancia apretada económicamente ni nada, pero tampoco me dediqué a disfrutar de la vida sin hacer nada. Es más, teniendo fortuna me comprometí más con la vida, con la gente, con todo que si no lo hubiese tenido. Y me han pasado muchas cosas que me han afectado, que me han dolido. He sufrido traiciones, desencantos, desengaños. Y muchas personas a las que he amado me han decepcionado, me han reclamado, me han demandado. ¿A ti no te ha pasado? -Lo miré.
-Sí, me ha pasado. Me ha pasado y eso tampoco no sé cómo tratar. Yo soy una persona expresiva, Jorge, a veces estoy en reuniones y... y no soy el que lleva la conversación, tú tienes más facilidad de palabra y a veces siento como que hay personas a las que les caigo mal.
-César -me respondió Jorge-, ¿cómo sabes que eso no está en tu mente?, ¿acaso le puedes leer el pensamiento?
-Jorge, te das cuenta cuando a alguien no le caes bien por la forma de mirarte o directamente te ignora. O le comentas algo, te atreves a comentar algo y te responde con monosílabos y sigue conversando con otra persona, como si tú no existieras. Tienes suerte, Jorge, que a ti no te ha pasado. La gente es hipócrita: "¡Oh! Ahí viene Jorge Clayton, el mecenas, va a ayudar en algo". Entonces tratan de quedar bien contigo.
Clayton me miró y me dijo:
-¿Te piensas, César Ludueña, que yo no lo sé eso? ¿Pero te piensas también que no sé distinguir a la gente que verdaderamente me aprecia de manera genuina a la gente que busca quedar bien para ver si puede sacar una tajada de mi solidaridad? ¿Te piensas de verdad que no lo sé? Tendría que ser muy tonto para no darme cuenta de la persona que te halaga falsamente, de la persona que es hipócrita. A ver. Supón que tienes razón, César. Supón que hay personas que no están a gusto contigo: No las trates, no las trates. Porque no pasa porque las personas no estén a gusto contigo, pasa que tú te mires al espejo y que tú estés a gusto contigo mismo. Y daría la impresión de que no lo estás.
-¿Qué sabes de mí? -Le dije defendiéndome.
-No, estamos conversando, no te pongas una coraza, no te pongas un escudo, César, estamos conversando. La aceptación pasa primero por uno mismo.
-Ok. ¿A dónde quieres llegar, Jorge?
-¿Tú estás a gusto contigo mismo?
-Bueno, sería el colmo que yo no estuviera a gusto conmigo mismo.
-Si de verdad, César, estás convencido de que es así, ¿por qué te tendría que importar que supuestamente hay gente que no está a gusto contigo, que supuestamente que te ignora? Qué te importa. ¿Buscas la aprobación de ellos? No se trata de buscar la aprobación, ya hablamos ese tema, se trata de que... A ver, nos juntamos un grupo de gente, diez, quince, veinte personas, vamos a comer algo y de repente ves gente que se sienta lo más lejos posible tuyo, del otro lado de la mesa.
-¿Y? ¿Te parece poco? Es como que te desprecia adelante tuyo.
-¿Cuál es el problema?, el problema es de ellos. Tú disfruta, tú conversa con las personas que tienes al lado. Me ha pasado, y yo te lo he comentado en una conversación anterior, que iba con un amigo en una reunión y él llegó antes que yo y me dice: "¿No sabes?, fui al salón y vi mucha gente con cara larga".
-¿A dónde quieres llegar? -pregunté.
-Ahí termino. Le dije a mi amigo: Normalmente yo suelo ser reservado, pero simpático con aquellos que lo son también. No soy una persona muy demostrativa.
-Pero no te pareces a mí, yo no soy demostrativo porque no me atrevo. Tú no eres demostrativo porque te sientes pleno, porque no precisas de nada ni de nadie.
-Bien. Déjame terminar. Entonces voy con mi amigo al salón y si normalmente mi rostro es un rostro serio, sereno entro más serio que nunca como casi enojado, porque me molesta que en una reunión haya gente con caras largas. Aclaro, aclaro, César, yo no soy quien -dejemos de lado mi fortuna, la fortuna no hace al ser humano, dejemos de lado eso-, yo no soy quien para "ordenar" como tiene que estar una persona, que todos tiene que estar sonrientes, agradables porque no sabemos qué les pasó ese día a esas personas, o porque están serias. Entonces yo no puedo prejuzgar. Y eso se lo dije a mi amigo. Pero de todas maneras entré serio porque no me gustan las personas empalagosas, esas personas que sonríen permanentemente para querer estar bien con todo el mundo, porque terminan haciendo el ridículo.
-¿Y a dónde quieres llegar? -pregunté.
-Quiero llegar a que tú de repente dices que te cuesta exteriorizar cosas. Bien. Hazlo de a poco, hazlo de a poco. Hazlo con tus seres cercanos principalmente, expulsa lo que sientes, lo positivo por supuesto. Si tienes que decir te amo, dilo, si tienes que decir me siento a gusto contigo, dilo, hazlo con seres cercanos.
-A veces estoy con personas, con algún compañero y les comento algo y es como que... "No no no, yo ya tengo una manera de hacer la cosas y así las voy a hacer". Y sé que están equivocados porque de esa manera van a perder tiempo y es como que me freno para no perder el control porque no me hacen caso, porque hacen las cosas de una manera torpe.
-César, nosotros no somos amos de las circunstancias, pero sí somos amos de nuestros impulsos, entonces una de las cosas que tienes que practicar es detener los impulsos negativos, porque si pierdes el control por cosas que a veces son sencillas o porque no te hacen caso en algo, ahí sí es un problema, porque todo se habla y se puede hablar tranquilamente. -Lo miré y sonreí.
-Sé, Jorge, que has pasado por muchas cosas a tus cuarenta años, pero es muy fácil para ti dar indicaciones. El tema es llevar a cabo lo que tú me dices. Me cuesta exteriorizar mis sentimientos, está bien, me dices que lo vaya haciendo con mis seres cercanos sin lanzar todo de golpe, ir expresando cosas.
-Correcto.
-Bien, pero no es sencillo. Pero lo que más me cuesta es mantener mi control cuando veo que algo es como yo no quiero.
-Pero César -objetó Jorge Clayton-, ¿eso no es infantil?, ¿eso no es parte del ego infantil el perder el control porque algo no sale como tú quieres?
-¿Por qué infantil?
-Primero, César, el ego demanda, el ego se encapricha, el ego se molesta cuando algo no sale bien, el ego se ofende cuando no le prestan atención y el ego se cierra cuando ve que del otro hay indiferencia. Bueno, todas esas cosas son las que te pasan a ti, César.
-¿Entonces me estás diciendo que mi problema es de ego?
-¿Y qué es el ego, César?, ¡je, je!, el ego forma parte de nosotros. La vanidad es ego, pero también el otro extremo, la baja estima, el querer buscar la aprobación de los demás, el querer sentirse aceptado por la sociedad. El ego tiene un montón de estratos, está desde el que se cree superior y el que se cree una pequeña cosita.
-¿Y qué piensas de mí? -pregunté.
-Pienso como que eres una joya sin pulir, ¡je! Te lo digo amigablemente porque no soy amigo de los halagos. No me gusta halagar a nadie, simplemente digo lo que me sale. Tienes que pulir parte tuya. Si te tuviera que comparar te diría que eres una piedra en bruto.
-No entiendo.
-Claro. Estamos 1986 ya no hay grandes escultores como había hace siglos atrás, pero de repente cogías una piedra gigantesca de mármol de Carrara y tallabas una estatua. Pero primero tenías que desbastar las aristas. Tú tienes que desbastar tus aristas del ego para transformarte en esa obra.
-Jorge, qué me dices, yo me siento un hombre hecho y derecho.
-Claro, pero hay un montón de cosas que tú mismo reconoces que te faltan. Bueno, pule esas aristas, desbasta esos roles del ego como si fueras un maestro del cincel que estuviera haciendo una estatua de sí mismo.
-¡Je, je! Empleas palabras raras, pero se entiende, se entiende. ¿Seguiremos esta conversación?
-Claro que la seguiremos, por supuesto que la seguiremos.
Sesión 12/12/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetan de César C.
Dialogaron acerca de que la gente cambia con el tiempo, que hasta una gran amistad puede llegar a ser un desconocido para uno, también de cuando pensamos que no caemos bien a otros...
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Entidad: Me había hecho amigo de Jorge Clayton y ahora él venía para Defernes o yo viajaba para Plena. A lo largo de ocho meses nos encontramos en cuatro oportunidades.
Esta vez yo estaba en Plena.
Recuerdo que me fue a recibir al aeropuerto y...
-César, César Ludueña, por fin nos encontramos nuevamente. -Nos abrazamos.
-¿Vamos para el Centro?
-No no no, ven conmigo, tengo mi carro. -Fuimos directamente al club náutico-. ¿Te alojarás en el centro? -Lo miré.
-Me siento más cómodo por aquí, en las afueras.
-Bien, bien. Mejor. ¿Cuánto tiempo te quedarás?
-Una semana nada más -le respondí.
-¿Cómo te encuentras?
-Mira, en lo laboral mejor que nunca, y las conversaciones contigo me han sido muy útiles, muy muy útiles. Recuerdo que me costaba relacionarme, a veces no sabía cómo comportarme aún en situaciones sencillas.
-Mira, mira, César, ya lo hemos hablado, hemos tocado el tema, pero no se trata solamente de conversarlo, se trata de incorporarlo a uno. -Se acercó el camarero-. ¿Qué tomas? -me preguntó Jorge. Me encogí de hombros.
-Es tempranísimo y en el avión no desayuné. Tomemos algo caliente y comamos algo que nos llene el estómago.
-¿Me lo dejas a mí? -asentí con la cabeza. El camarero se marchó-. Mira, recuerdo cuando hablamos la primera vez, te costaba incluso por nervios internos e inconscientes hasta pronunciaciones, y te costaba incluso exteriorizar tus sentimientos.
-Espera, no hables en pasado, aún muchas cosas me cuestan.
-César, los cambios no se dan de golpe, uno tiene que ir asimilando lo que estamos hablando.
-Pregunto, y no es la primera vez que te lo pregunto, ¿eres terapeuta o algo?
-No -negó Jorge-, soy una persona que desde mis veinticuatro años comencé a ayudar a gente puesto que tenía fortuna propia, y mientras otros en un club hípico del centro se dedicaban a aparentar, a figurar, yo me dedicaba a ayudar.
-¿Y hoy?
-Hoy no hay un impás, pero es como que muchas cosas en mi vida cambiaron. ¿Sabes qué pasa, César? Tú conoces personas y después de quince, veinte años no conoces a esas personas. -Fruncí el ceño.
-No, no te estoy entendiendo.
-Seré más claro César, no voy a decir que uno evoluciona y el otro no. Primero que no voy a hablar de mí, primero porque no debo, voy a dar ejemplos generales. Puedes conocer una pareja o tener un amigo de muchos años y de repente ese amigo hace diez años que no lo ves y te cruzas con él, van a tomar algo y no lo reconoces.
-Explícamelo mejor.
-Quizá cambió en su manera de pensar en la parte política, en la parte religiosa, en lo personal, en la forma de ver las cosas, en lo afectivo, tiene distintos gustos. Lo cual eso no invalida a la persona. Pero de repente tú hace diez años con esa persona eras un calco, pensaban igual, eran tan similares que hasta daba la impresión como que se leyeran el pensamiento, lo cual es falso porque la telepatía no existe, pero es una manera de decir. Y tú ves hoy a esa persona y te preguntas, "¿Qué hago aquí con esta persona?, no tenemos nada en común. Los primeros diez minutos podemos contar anécdotas del pasado y después, ¿de qué hablo?".
-¿Y en la parte afectiva? -pregunté.
-Y en la parte afectiva te sigues viendo con la persona o estás conviviendo con la persona, pero de repente lo que años atrás a esa persona le parecía mucho, hoy le parece demasiado poco.
-¡Je, je! No sé si hablas en difícil o yo no te estoy captando.
-Conoces a una persona que de repente todo lo que haces le resulta maravilloso, pero al cabo de dieciséis años esa persona te demanda.
-¿Te demanda legalmente?
-No no no, César, te reclama. Te demanda, te reclama, te pide, te exige.
-¿Qué?
-Más atención o como que no le dedicas tiempo o de repente tiene caprichos, "Quiero esto, necesito aquello", pero lo que no te brinda es diálogo. Y en una relación ya sea de pareja, ya sea de amistad, cuando no hay diálogo, ¿de qué sirve todo lo demás? A ver. En una relación de pareja supongamos que hay pasión, supongamos que hay una muy buena intimidad, pero ¿y si no tienes diálogo qué?, no basta solamente con la pasión. La falta de diálogo desgasta y la falta de diálogo puede traer también diferencias.
-¿Diferencias?
-Sí, diferencias en la forma de pensar, en la forma de sentir, en la forma de actuar, en la forma de ser, y esa persona con la que has estado, al igual que con ese amigo que no ves hace diez años, no es la misma.
-¿Y no puede ser al revés?, ¿no puede ser que el que cambiaste hayas sido tú?
Jorge se encogió de hombros y me dijo:
-¿Y por qué no? Yo pienso que sería trágico que la persona no cambie, que la persona se quede en su lugar mental de confort, "Así estoy bien, ¿para qué voy a modificar mi ser?", porque de la misma manera que hay un lugar de confort físico también hay un lugar de confort mental donde la persona tiene una rutina...
-¿Y para qué va a salir de esa rutina si le va bien?
-Pero por ahí no le va bien a la otra persona que convive con él o con ella. Y hay personas donde lo que tú le brindabas le parecía casi demasiado, pero la persona se acostumbra -y no estoy diciendo se adapta, se acostumbra- al casi demasiado y empieza a pedir más, a exigir, a demandar. A ese tipo de demandas hablo. Y eso es una daga que se le clava al corazón del amor.
-De alguna manera, Jorge -pregunté-, eso tiene que ver con lo que yo te comenté las veces anteriores, donde sentía que había personas que no estaban a gusto conmigo.
-Quizá cambiaste tú, pero para mejor, no te quedaste en ese lugar de confort. Tú quieres más, César, no eres un conformista, y si otras personas no están a gusto contigo no es tu problema, es problema de ellos. ¿Dependes de esas personas?
-No.
-Entonces no veo donde está el problema. ¿Buscas la aprobación de esas personas?
-Capaz que inconscientemente sí.
-¿Y por qué? Lo hemos hablado, la aprobación es con uno mismo.
-Bueno. Lo que pasa, Jorge, es que ese es el tema. ¿Y si la falta de aprobación es conmigo mismo?
-No, no. Has tenido infinidad de logros, logros en lo laboral, logros en lo personal, ¿por qué no habrías de aprobarte a ti mismo?, eres una persona capaz. ¿Y desde cuando una persona capaz no sabe cómo comportarse ante cosas tan triviales?
-Quizá porque me trabe.
-¿Por qué te sientes inseguro? -Me encogí de hombros.
-¿Y si fuera así?
-Y si fuera así, César, ¿por qué deberías sentirte inseguro? Mírate a ti mismo, eres una persona capaz, eres una persona que puede hacer cosas que otros no pueden.
-Está bien, supongamos que me convenzo.
-No no, espera, no te fuerces en convencerte porque eso sería un autoengaño, no no, tienes que estar seguro de tu valía, no tienes que convencerte como... como si yo quisiera convencerte a la fuerza para llevarte a algún lugar donde a ti no te agrada. No no no, tienes que estar seguro de ti mismo, no convencerte para quedar bien.
-¿Y el hecho de no exteriorizar mis sentimientos?
-Eso puede ser un miedo interno, César. ¿Pero por qué? Decir lo siento, te pido disculpas, o eres una persona tan agradable, o muchas gracias por lo que me has brindado, verdaderamente para mí es un tesoro. Son frases, pero no son frases vacías, no son frases huecas, es lo que sientes y lo tienes que volcar.
-¿Para que la otra persona se sienta bien?
-No, César, para que tú te sientas bien. Exterioriza todo. Aun cuando te sientas mal, exteriorízalo. Pero si son cosas negativas, que es algo reactivo y lo vas a exteriorizar, sé sutil porque de la misma manera que a veces nos cuesta exteriorizar una emoción o un sentimiento, que no son iguales la emoción viene del ego el sentimiento del amor, de la misma manera también podemos exteriorizar cosas negativas que nos pasan, pero ahí sí hay que ser sutil para no lastimar a la otra persona o a las otras personas. ¿Eso lo entiendes?
-¿Y por qué tiendo a perder el control?
-César, esa es la pregunta dónde está la respuesta más fácil. Haz de cuenta que tú eres una olla a presión, una cacerola a presión, pero de repente se tapó la válvula de escape, la que hace 'piii' para avisar que el agua ya está hirviendo. Si la válvula se tapó, en un momento dado 'pum', por un lado escapa esa agua que se está transformando en vapor al expandirse.
-¿Entonces?
-Entonces, ¿cuál sería tu válvula de escape, César, para no perder el control? Que a la primera cosa que no te guste lo hablas. No esperes que esa olla, esa cacerola se llene hasta el borde, 'pum', y explotas, porque ahí te transformas en agresivo, ahí sí pierdes el control. Y después quizá te preguntas, "¿Pero será posible, cómo reaccioné así?", y luego te arrepientes. Entonces, antes de que pase eso, la primera cosa que ves que está mal lo conversas, y si no quieren escuchar ves de qué manera modificarlo. Pero no esperas hasta el último momento, no esperas a explotar con reproches en voz alta, con gritos, no, no, porque ese no eres tú, porque terminas lastimando a los otros.
-Estuvo muy bueno el desayuno. Voy a ir a darme una ducha en el hotel y si quieres, Jorge, nos juntamos al mediodía.
-Sí, sí, pero quería terminar esto. Recuerdo que la última vez que hablamos me dijiste que otra de las cosas que te molestaba era que se burlaran de ti. A ver, la persona que se burla o que cree que se burla es una persona cretina, tú no puedes engancharte con una persona cretina.
-¿Qué significa engancharte?
-Claro. Que esa persona cretina te enrosque en su burla. Siempre lo digo desde que tenía dieciséis años, "Si mi palabra no tiene poder ni para mover un cabello, ¿cómo puede tener poder para lastimarte?".
-¿Quiere decir como que esa gente que se burla me lastima si yo le presto atención?
-Tal cual. Tú eres el que tiene que sentir compasión por esa gente, porque son cretinos.
-Me molesta que se crean superiores.
-¡je, je! Es su problema, es su problema.
-¿A ti no te ha pasado que te has encontrado con gente que se cree mejor?
-La he ignorado, César, la he ignorado. Ese tipo de gente no me interesa, no me interesa tratar con gente necia. Y como la ignoro y no me interesa tratar con esa gente no tienen el poder de lastimarme. El poder se lo doy yo si sus palabras me afectan. César, no eres un chico, eres una persona grande, no pueden tener poder para dañarte, para lastimarte solamente con la palabra, el poder se los das tú.
-Eso lo entiendo perfectamente.
-Aplícalo entonces, César, aplícalo. A mí qué me importa que se crean superiores, es un problema de ellos.
-¿Tú te crees superior por tener fortuna Jorge?
-Sería un imbécil si me creyera superior. La fortuna es algo casual, ¿te piensas que tener dinero te da importancia?
-Bueno, tampoco la tontería, Jorge. O sea, tienes fortuna, puedes hacer cosas. No te hablo de que el dinero es un fin, pero es un medio para poder hacer cosas.
-Sí, en tanto y en cuanto sepas manejar ese medio. A lo largo de mi vida, César, he ayudado a infinidad de personas. No te digo que no he aprovechado para viajar, para conocer gente, pero siempre haciendo cosas. Nunca he viajado a algún lugar sin haber ayudado a alguien, en mayor o menor medida.
-Pero eso no es distenderse.
-¿Por qué no?
-El tomar instantes de tu tiempo para poder tender una mano es sacarte de tu placer de viajar y conocer lugares.
-No. Para nada. Eso sería como los caballos de tiro, que tienen las ojeras a los costados de cuero para no espantarse de carros que pasan por el lado. No. Nosotros tenemos una visión periférica, podemos prestar atención a las cosas que valen el esfuerzo, que valen la dicha, o podemos escuchar palabras importantes. Lo demás no interesa. Y no te confundas con ser indiferente, no no no no no. Indiferente sí, ante la tontería, ante la necedad. Y entonces verás, César, que no te va a importar el que se crea superior, porque nadie es superior a nadie. El dinero no te hace superior, un puesto importante no te hace superior. He conocido gobernantes que del uno al diez eran un diez en necedad. Todo pasa por quien eres, a quien puedes hacer feliz, a quien puedes complacer y a quien puedes ignorar si la persona es tóxica. Entendiendo eso no hay nada que te desestabilice. Nos vemos al mediodía, César.
-¿Al mediodía?
-Al mediodía en punto, César.
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