Sesión del 02/11/2016
Sesión del 12/11/2016
Sesión 02/11/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Cristian M.
Desde pequeño ya sentía y veía lo que todos los demás en Términus: voces dentro suyo y imágenes que perturbaban la mente y hacían enloquecer al punto de terminar con su propia vida o la de otros. Con sus conocimientos armó un sistema para que aquellas entidades etéreas no pudieran afectarle. Y averiguó que una gente también estaba con una solución para proteger al planeta de las locuras que causaban aquellos seres.
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Entidad: Recuerdo una vida terrorífica de esos terrores sutiles, invisibles, indetectables. Tenía cinco años cuando papá y mamá se divorciaron, prácticamente no lo sentí como algo nefasto, lo sentí como un alivio porque se hubieran terminado matando uno al otro, y no les echo la culpa.
Desde pequeño me sentía distinto por las voces, sentía como que era distinto al resto, esas voces que sentía en mi cabeza -pero claro, a los cinco años en distintos mundos, en distintas razas los niños tienen mucha imaginación-, pero cuando salía con mamá de compras veía que la gente grande también escuchaba voces, que la gente grande también se sentía distinta. Quizá pueda acusar a mis padres de egoístas porque no me quedé con ninguno de los dos, me quedé con la tía Marga.
La tía Marga, de joven, había tenido una crisis, le hicieron una operación en el cerebro, en el centro del hipocampo, en un núcleo que vosotros le llamáis amígdala. Dejó de sentir emociones, era neutra. No había perdido su descernimiento, su inteligencia pero sí su expresión, era neutra, pero ya no escuchaba las voces, o si las escuchaba no le hacían mella.
Y fui creciendo con la tía Marga. Tuvo el acierto de hacerme estudiar. Estudié todo lo que son los microprocesadores, aprendí a armar micro ordenadores, trabajé con micro técnicas, también cursé la materia de nanotecnología. Pero a medida que fui creciendo ya no eran solamente voces, iba más allá.
Vivíamos en una casa de planta baja y planta alta. La tía Marga estaba durmiendo y llego a la sala y en el sillón grande papá y mamá sentados con cara de reproche. Me decían:
-Lotvar -A propósito, mi nombre era Lotvar-, no nos has extrañado. Qué clase de hijo eres, no has preguntado nunca por nosotros.
Algo no cerraba en mi cabeza porque ellos no se llevaban bien, se habían separado de muy mala manera y ahora los veía tomados de la mano mirándome con reproche, hablando en contra mía. Y me enojé:
-¡Yo qué sabía donde estabais vosotros!
Mamá dijo:
-Podías haber averiguado, la tía Marga sabía.
-La tía Marga no sabe nada. Aparte ella tuvo una operación y vive en su mundo, nada le afecta. El otro día chocaron de frente dos coches, los conductores se volvieron locos; chocaron dos coches como en los juegos de los auto chocadores. Murieron ambos instantáneamente. La tía miró como si mirara llover o como cuando caen las hojas de los árboles.
-Te estás yendo del tema -exclamó papá-, no te interesó buscarnos.
Me caían lágrimas de los ojos, eran injustos conmigo. Yo ya tenía veintidós años, habían pasado diecisiete años desde que me dejaron con la tía y de repente los miro y veo que...
-¡Pero vosotros no habéis envejecido! Estáis igual que cuando yo tenía cinco años, algo está mal acá.
Y ambos empezaron a reír con una mueca de crueldad. Sentí como un pinchazo en la frente, me caí de rodillas, abrí los ojos y ya no estaban. Y me di cuenta de que quienes producían las voces en mi cerebro y en la de toda la raza humana de este mundo también provocaban visiones, sustos, temores. Y me di cuenta de que no había manera de protegerse contra ello y seguí estudiando. Conseguí un trabajo en una gran empresa, una empresa donde trabajaba on-line, como decís vosotros, llevando balances, constatando los sueldos de los empleados, entradas, salidas, ganancias, pérdidas, compras, ventas pero lo hacía todo desde casa y me armé una habitación. Dentro de la habitación tenía aparato de música, mi televisor plano y dos micro ordenadores, uno para trabajar otro para esparcimiento. Forré todas las paredes quedaron insonoras, como los estudios de música, pero eso no impidió que las voces llegaran a mi cerebro.
La tía Marga tenía veinte años más que yo, cincuenta y dos años. Era ella la que iba a comprar inmune a las voces, inmune a cualquier imagen al tener su parte emocional cerebral apagada, fuera de servicio. Me consideraba preparado, tenía una gran cultura general y estudiando la historia sabía que desde siempre en este mundo esos seres, a quienes la mayoría llamaban los etéreos, se apoderaban de nuestras mentes alimentándose de nuestros miedos, miedos que provocaban ellos mismos poniendo voces nuestro cerebro, creando imágenes, como pasó conmigo con papá y mamá. Dudé cuando vi que no habían envejecido y ahí me di cuenta de que no eran reales y en ese momento sentí un punzante dolor, como que esos seres al ver que yo no había comprado la mentira me podían lastimar. Eran sembradores de miedo, de ansiedad, alteraban fácilmente mi sistema nervioso, a veces me asustaba y me provocaban shocks, punzadas, me hacían caer de rodillas. Por la noche sufría de insomnio, tenía temor de que se apoderaran de mi voluntad pero no, no, no, no. Me di cuenta que a ellos no les interesaba -a esos seres invisibles-, apoderarse de la voluntad de la gente porque de esa manera no les podían provocar temor, querían que la gente fuese libre y asaltarlos mentalmente.
Yo creía en el más allá, que nosotros estamos animados por algo inmaterial y que cuando morimos ese algo inmaterial va a un lugar inaccesible. Pero los etéreos eran otra cosa, eran ajenos al ser humano, eran seres que desde la historia de la humanidad siempre han acechado. Armé, con mi poco conocimiento de nanotecnología y microprocesadores, una especie de red alámbrica que puse por sobre el forro de las paredes, hasta en la puerta, creando una especie de estática y de alguna manera paró las voces. Encerrado en esa habitación me sentía tranquilo, había abierto una pequeña trampilla por debajo la puerta por donde la tía Marga me pasaba la comida.
Ella me decía:
-Lotvar, eso no es vida.
Pero ella tampoco tenía deseos de que yo la acompañara a comprar, estaba carente de toda emoción, de toda necesidad. Pagaba el precio de no escuchar las voces, estaba como muerta en vida porque si bien las emociones perniciosas nos dañan hay otro tipo de emociones que nos hacen bien. Pero la tía Marga no tenía ninguna de ellas, es más, hasta parecía carente de sentimientos; todo le daba igual. Y vi por la red que en muchas regiones había gente que se operaba para no sentir ese pánico que causaban las voces y no sabía qué era mejor, si estar muerto en vida o si estar en vida encerrado.
Desde la prehistoria las voces de estos seres se metían en la cabeza de todos los humanos. Desde siempre hubo olas de suicidios, prácticamente las grandes empresas de aviación estaban quebradas, ¿quién se animaba a volar de un continente a otro? El problema no eran los pasajeros, el problema era que el capitán de vuelo y su segundo fueran cogidos por las voces o que esos etéreos les implantaran una visión de que frente ellos hubiera otro avión o una montaña, hicieran una mala maniobra y el avión se estrellara con doscientas cincuenta personas a bordo. ¿Quién iba a querer volar? O sea, los continentes estaban separados, era raro que alguien fuera de un continente a otro salvo por barco. Y me acostumbré a esa soledad.
Obviamente tenía amigos con los cuales me comunicaba por los micro ordenadores, podía hablar con ellos, ver su rostro en la pantalla. Un tal Oscar, conversando conmigo, hacía más de diez años que lo conocía, me dijo:
-¿Quién eres tú?
-Hablamos a diario, soy Lotvar.
-Eres Edgar, hace dos años has muerto en un accidente.
Y me di cuenta que mi amigo de la red, en la pantalla veía otra imagen. No tenía sentido explicarle, él no me veía a mí, veía a su compañero muerto. Corté la comunicación. Con los cobros no tenía problemas, me acreditaba mi sueldo. En mi trabajo era importante, había escalado posiciones pero quería tener una pareja y no era sencillo. ¿Qué le iba a decir a la tía Marga? "Ve, búscame una joven de tal edad a tal edad, de tales características y tráela", la tomarían por loca. ¿Y si me animara a salir? Hubo gente en la acera que ha muerto de ataques al corazón por ver que un coche se salía de su autovía y los embestía: "¡Me atropella, me atropella!" y caían fulminados y no había ningún coche, eran visiones provocadas por los etéreos.
Una tarde la hice pasar, a la tía Marga, a la habitación insonorizada y protegida por estática. No le dio importancia, darle importancia hubiera sido lo emocional que ella no tenía. Y conversamos, hablamos sobre los etéreos. Como dije antes, su campo emocional estaba ausente pero no su inteligencia, su intelecto. Me comentó que nuestro mundo se llama Términus porque éramos el último planeta de nuestra galaxia, galaxia que era la última en los confines del Universo y más allá no había nada, era un vacio absoluto y ella discernía que los etéreos venía de esa nada a alimentarse del temor de los seres humanos. Ella lo habla con ojos muertos, carentes de expresión, carentes de vida pero me ilustraba. Y sí, por algo nuestro mundo se llamaba Términus. También averigüe por la red inalámbrica que un grupo de gente estaba fabricando un casco especial con nanotecnología que podía protegernos del concepto mental de los etéreos y podíamos otra vez ser libres. Era una esperanza que yo tenía, una esperanza para vencer mis miedos, mi ansiedad y ese insomnio que a pesar de estar en esa habitación, protegido, ese temor lo tenía arraigado en todas mis células, se aferraba a mí y no sabía cómo sacarlo.
Gracias por escucharme.
Sesión 12/11/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Cristian M.
Los habitantes de Términus podrían dejar de estar influenciados, dominados por las energías etéreas negativas que inducían visiones dentro de ellos. Se creó un casco protector que evitaba que esas energías penetraran en el cerebro. Pero muchos eligieron seguir a merced de aquellas energías. Eso generaba debates sobre el bien y el mal.
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Entidad: En distintas vidas he sentido ansiedad, miedo al punto tal que me ha afectado a mi sistema nervioso provocándome insomnio.
Me dediqué a trabajar con micro ordenadores, y en mi mundo, en un mundo tan hermoso donde la raza estaba casi consumida me sentía aislado en mi cuarto donde la tía Marga, que había sido operada en el núcleo de su hipocampo cerebral ya no sentía esas emociones. Y esos seres invisibles, inaccesibles, imperceptibles a nosotros, a ella no le afectaban pero a nosotros sí, provocándonos visiones. Nos manejaban los pensamientos, los sueños, había gente que se suicidaba, gente que veía imágenes provocadas por esos seres invisibles y llegaba a chocar de frente contra otro carro o se lanzaban de una ventana a la calle de diez pisos de altura. O un matrimonio que de repente el esposo veía a su pareja y no la reconocía y le ponía las manos en su cuello para ahorcarla. O ella no lo reconocía a él y cuando estaba distraído le clavaba un cuchillo en la garganta.
Sí, el mundo era un infierno. Para evitar eso me había aislado en una especie de caja de resonancia, una pared acústica con capas de nanotecnología donde los conceptos de esos seres no entraban. Hasta que un grupo de gente descubrió un tipo de casco hecho con una resonancia similar a mi habitación y los seres humanos podían andar libremente por la calle, como si nada, la vida empezaba de nuevo, tranquila.
Pero la gente no es lógica, la gente es ilógica, la gente es inentendible. Hubo algunos que para experimentar la sensación de ver si podían resistir la visión nefasta que le provocaban esos seres invisibles llamados etéreos y se sacaban el casco, les cogía la locura. Volvían a ver a familiares muertos o monstruos o suelo firme donde había un abismo y volvían a matarse unos a otros. Y el mundo se dividió en dos: entre los que queríamos conservar la cordura usando el caso de protección, un casco con nanotecnología que se adhería perfectamente a nuestro cráneo enviando una señal que impedía que el concepto mental de los etéreos nos invadiera causándonos locura, miedo y alimentándose de esas emociones perniciosas. Y uno buscaba conservar la armonía. Pero claro, de repente tenías un amigo que quizá lo conocías hace veinte años y quería experimentar el sacarse el casco y le decías:
-¡No, no, no lo hagas!
-Cállate, Lotvar -me respondía-. Y se lo sacaba. En segundos me miraba:
-Padre, tú estás muerto.
-No soy tu padre, soy Lotvar, tu amigo. -Y sacaba un arma.
-Tú estás muerto, tú mataste a mamá y te mataste. Y ahora te mataré a ti porque creí que habías muerto y no era así.
Y en ese momento sonaba un disparo, un agente de seguridad había acabado con mi amigo, salvándome la vida.
Y empezó el caos, el nuevo caos. Aquellos que queríamos conservar el casco y la lucidez abatíamos a quienes querían experimentar la locura. ¿A costa de qué?
El grupo original, creador del casco, le hizo un cambio; lo modificó haciendo que el mismo se adhiera al cráneo para que no pudiera ser arrancado. Y como la gente es extraña -trato de buscar palabras no ofensivas-, la gente es rara, acusó a ese grupo de tiranos de querer obligar a toda la población del planeta a usar esos cascos cortándoles la libertad de elección, y no se daban cuenta de que justamente la libertad, la verdadera libertad, estaba en usar el caso de por vida para que esos seres imperceptibles no manejen más nuestros pensamientos, nuestra vida, nuestras emociones.
Entonces uno pensaba "El sacarte el caso te vuelve irracional porque los mismos conceptos de esos seres te hacen irracional, porque te hacen ver lo que no existe, te hacen escuchar algo que no es y te manejan la mente". ¡Pero qué ironía! Con todo y el casco, la gente era irracional porque no puedes ser racional y querer experimentar.
Con otros colegas con los que conversé y que eran coherentes les preguntaba:
-Ilumíname, explícame, ¿por qué buscan experimentar?
-Porque da la impresión de que así es el ser humano, ese ser humano que durante miles y miles de años ha sufrido y se han matado a lo largo de la historia y la prehistoria. Daría la impresión como que se hubiera acostumbrado, y quizá lo que diga es una aberración...
-Dila.
-Bien, Lotvar, la diré: Es como que sintieran placer de ser manejados, manipulados.
-Pero eso es una locura.
-Claro, claro que lo es.
Mi interlocutor era mayor que yo, diez años mayor, tenía cuarenta y dos años. Era físico. Y me dijo:
-¿Sabes cuál es la locura más grande? -negué con la cabeza y continuó-. La locura más grande es esa, querer experimentarla.
-¡Pero lo pagas con tu vida!
-Piensan que no, piensan que van a poder, piensan que van a ser más fuertes que esos seres. Por eso a los creadores originales del caso los llaman tiranos, que manejan su libertad cuando nos están salvando a todos. Yo pienso tenerlo de por vida.
-Absolutamente -afirmé yo-, podré seguir teniendo el famoso tema de miedos, esa ansiedad que me afecta el sistema nervioso, podré tener insomnio, me seguiré recordando que mis padres se divorciaron cuando yo tenía cinco años. Debatiré contigo y con otros, podré estar de acuerdo o no, seré presa de mis pasiones, pero serán cosas ordinarias. Ya no tendré miedo a lo que no conozco, ya no tendré que estar encerrado en una habitación y me importa un bledo que haya gente que diga que se le corta la libertad, porque esto es la libertad.
-¿Y qué opinas de la fuerza de seguridad que acaban matando a aquellos que se sacan el casco?
-Querido amigo, saben a lo que se exponen, saben a lo que se exponen. A mí no me genera cargo de conciencia el que se expone y se suicida o es muerto por fuerzas de seguridad, él eligió. Lo ideal es que se obligue a toda la población del planeta a que lleven el casco fijo, pero sé que en regiones lejanas hay madres que tienen a sus bebés y no les ponen el casco. Claro, el bebé de pequeño es inofensivo pero luego crece y acaba con sus padres. Y vuelta a empezar.
Lo miré, a mi amigo, el físico y le dije:
-Tenemos que estar más unidos que nunca, todos, por el bien de Términus.
Nuestros miedos seguramente no se irán de un momento para el otro, está arraigado en nuestros genes pero que nadie nos implante miedos nuevos. Porque de eso se trata, de eso se trata. No podemos limpiar algo y que del otro lado nos sigan ensuciando, no. Descarguemos eso que nos pesa sobre los hombros y no permitamos que nadie nos ponga peso encima.
Y es todo. Agradezco el que me hayan permitido descargar esto que tanto me aprieta y le hace doler el pecho a este receptáculo que está transmitiendo mi concepto al lenguaje hablado.
Gracias.
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