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Psicoauditación - Dania R.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 04/03/2020


Sesión 04/03/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Dania R.

La entidad relata una vida en Aldebarán IV, donde aprendió a sobrevivir entre la gente que también sobrevivía. Era buena aprendiendo de todos aquellos que por unos metales engañaban a quien fuera. Pero todo era una experiencia.

 

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Entidad: Me preguntan que una justifica su vida. Yo no justifico mi vida, he pasado por cosas que otros no han pasado.

 

Quedé huérfana de adolescente. Mis padres eran de poco carácter. Nunca supe qué trabajo hacía mi padre, a veces llevaba encomiendas, a veces se empleaba en algún lado, nunca tenía un trabajo estable.

Me contaron que de pequeña tuve un hermanito que murió por una enfermedad,  y yo, como niña, siempre me trataban como si fuera de segunda clase. Me decían "Caselda, haz esto, Caselda haz lo otro".

Aprendí a estudiar por mi cuenta, sabía leer y escribir, sabía sumar y restar, pero el mérito fue mío. Y ya de adolescente me vestía toda con ropa de cuero y aprendía a usar la espada.

 

Padre no tenía carácter. Me decía:

-Caselda, qué haces, eres una mujer.

-¿Y? ¿Me voy a dejar llevar por delante? No, no, no. -Pero claro, en la zona donde vivíamos, cerca de la zona ecuatorial, el hombre conseguía mejores trabajos.

Y bueno, la mujer prácticamente era un... un instrumento de placer para los hombres, pero conmigo no. ¡Ojo, eh? No estoy hablando de que yo era casta y pura, a mí no me usaban, yo los usaba a ellos, yo sacaba ventaja. ¿Me vais a acusar? ¿Me vais a prejuzgar? Coseos la boca primero, ¡ja, ja, ja! Coseos la boca antes de hablar de mí. Cada uno sabe por lo que pasó, cada uno sabe por lo que vivió.

Me mostraba fría, me mostraba distante pero no significaba que tuviera mal corazón, no tenía mal corazón, para nada.

 

Mis padres murieron casi al mismo tiempo, eran frágiles. Un invierno muy crudo y con pocos amaneceres de distancia. Los fui enterrando primero a uno y después al otro. Vendí la propiedad porque no me interesaba quedarme.

 

El hombre del banco me quiso estafar. Tenía un puñal y se lo puse en la garganta. Le digo:

-Me paga lo que corresponde. -Pensaréis "Se jugó la vida". Podía haber llamado a los representantes de la ley y me llevaban... me llevaban presa. ¡Ja, ja, ja! Claro, se hubiera atrevido y todo.

 

Me juntaba con un joven, medio lerdo de pensamiento pero que sabía jugar a las cartas, y me enseñó todo tipo de trucos. No quería gastar lo que tenía ahorrado y a nadie le decía.

Había un almacén pequeño en el poblado y el almacenero Sandler me empleó. Me preguntó que tal era atendiendo gente. Me encogí de hombros.

Le digo:

-Pruébeme.

 

No era simpática y atenta, era normal. No me gustaba fingir mostrando una sonrisa con los dientes, una sonrisa hipócrita y falsa, no, no. Pero atendía bien., en pocos amaneceres ya sabía dónde estaba distribuida cada mercadería

Y le fui bastante bastante útil, bastante bastante útil. Pero la rutina no me gustaba, la rutina no me gustaba, para nada. Habré estado una temporada, hasta que busqué al buscavidas Aniceto.

 

Aniceto era una persona estrafalaria, con un cigarro en la boca, algo obeso y creído. Creía que las mujeres estaban detrás de él. Y capaz que sí, ¡je!, para sacarle metales. Y me hice socia del buscavidas Aniceto. ¿Por qué? Porque me enseñó el arte del truco y del engaño. Estuvimos un tiempo.

Claro, el tipo no era ningún tonto. El tipo me decía:

-A ver, Caselda, te enseño todas las mañas, todos los trucos, cómo engañar a los tontos... ¿Y a cambio, qué? -Y bueno, no pasó nada profundo pero me dejé dar algunas caricias y algunos besos. ¡Je, je! Pensaréis "Aniceto la usó a Caselda". A mí no me usa nadie, yo lo usé a él.

Estuve también una temporada y aprendí muchísimo. Una vez se quiso pasar de listo y le puse el puñal en la garganta. Digo:

-Hasta ahí, no más. Hasta ahí, no más.

-¡Vaya, que eres brava! -me decía.

-No, no soy brava, directamente no soy tonta. No dimos palabra de nada pero me enseñas todos los trucos, todas los engaños, todas las mañas que hay. Y bueno, me hago la tonta y dejo que me pases la mano por donde no me la tendrías que pasar. -Pero bueno, yo lo usaba a él.

 

Me acuerdo cuando me crucé con Everet. Everet era una persona tan rara... Cabello claro, tenía una enorme cimitarra, una espada bastante bastante curva. Me... me causó sorpresa ver un arma así.

El hombre no era serio pero bastante formal, y me dijo:

-¿Quieres aprender? Te enseño. -Entrecerré los ojos y esbocé una sonrisa.

-Está bien, me enseñas. Me enseñas gratuitamente, porque no te pienso dar metales.

Me dijo:

-Tampoco te pido favores, lo hago porque me interesa enseñar a quienes no saben.

 

Yo sabía bastante el manejo de la espada, incluso intercambiamos un par de lances, pero los movimientos eran distintos, bastante distintos. Y me enseñó sus movimientos, como una especie de baile, como una especie de ritmo.

Recuerdo que me dijo:

-Esto también lo puedes hacer con tu espada.

Le digo:

-¿Dónde has aprendido esto?

-Con los turanios -me dijo.

-¿Eres de Turania?

-No, no, no soy de ningún lado, o soy de todos lados -dijo Everet.

 

Me interesaba el hombre, me interesaba bastante. Y a diferencia de Aniceto ya no era dejarme acariciar, intimamos. Pero es como yo digo siempre, ni me usó ni lo usé, directamente los dos acordamos tener una relación que durara el tiempo que durase, no importa. Everet no era una persona posesiva, él sabía que yo hacía trucos y engaños que me había enseñado el gordo Aniceto, no le importaba. Tampoco nunca me preguntó si había intimado con Aniceto, y si me hubiera preguntado, por ahí le decía que sí, por ahí le decía que no o por ahí le decía "A ti no te importa, lo que hago con los demás es cosa mía".

 

Una vez me crucé de vuelta con el almacenero Sandler y me dijo:

-Es una pena, Caselda, que salgas con ese Aniceto, es un granuja. Tú te mereces algo mejor.

Le dije:

-¿Por qué no se mete en su vida?, ¿qué sabe lo que hago yo, qué sabe lo que quiero y qué sabe lo que logro?. -Se puso pálido. Pero me decía:

-Te lo digo como un padre.

-¡Qué padre! ¡Qué sabe cómo eran mis padres! Aparte, yo no tengo otros padres. Aquí no me venga con esa moralina, esa falsa moral. Yo vi como a veces me miraba en el almacén, yo me daba vuelta y me miraba bien, bien de atrás me miraba. Se cree que soy tonta. Lo que pasa que era demasiado cobarde para decirme algo. ¿O acaso yo no le atraía? -El almacenero Sandler se encogió de hombros-. ¿Ve?, estoy segura que le hubiera dado un poquitito así -hice un movimiento con los dos dedos, el pulgar y el índice-, un poquitito que le hubiera dado de confianza y se hubiera tirado al lance. Pero no es mi tipo, Sandler.

Y el tonto habló con despecho, le salió de adentro toda la parte reactiva:

-¿Y Aniceto es tu tipo?

-¡Je, je! ¡Ah! ¿Qué poco que me conoce! Aniceto era una bazofia, Aniceto era un desperdicio. ¿Entonces por qué me dejé acariciar?, porque saqué ventaja. Porque de todos lados saco ventaja.

 

Menos con Everet. Everet era raro. Yo era una tipa que no me iba a enamorar así porque sí. De verdad que Everet me gustaba, intimamos varias veces. Fui yo la que puso un freno. Fui yo la que puso un freno porque estaba a punto de bajar las defensas y no quería mostrarme vulnerable. Aparte, no es que no quería, no debía, no me lo podía permitir. Una persona vulnerable pasa a ser esclava de la otra. No, no, no. Hay esclavas de verdad, más en las zonas del norte o en las islas del sur. Pero esclava... ¿esclava afectiva?, ¿esclava sentimental? No, no, conmigo no. Conmigo no va la cosa. Conmigo no. Yo busco otras cosas.

 

Recuerdo cuando conocí a Chelsea. -Vosotros escribiríais Chelsea-. Chelsea era una niña más joven que yo, una fisgona. Vestía parecida a mí, también con cuero. A veces mascaba un cigarro. Ella lo que hacía era fisgonear por todos lados, y ganaba monedas revelando secretos. Un poco rara.

Recuerdo que una noche prendimos un cigarro y se me recuesta en mi hombro. Le puse la mano en su hombro, la trataba como si fuera una niña y era apenas un poco más joven que yo. Y no va la..., y no va la chica ésta y me besa el cuello.

Digo:

-¿Qué haces?

Y Chelsea me dice:

-Lo que pasa que eres muy atractiva, Caselda.

-¡Para, para, para la mano! ¿Qué pasa, no te gustan los varones? -Se encogió de hombros.

-Sí, he tenido relación con algunos.

-Entonces no entiendo... ¿Qué pasa?

-¿Y qué, no puedes atraerme? -Me quedé mirándola. Y de repente me vuelve a besar otra vez el cuello y sentí como una especie de cosquilleo, como una especie de... de algo que sentía, como una... como un magnetismo en el cuerpo.

Y le digo:

-Parece que te gusta besar a la gente, no importa el género. -Se encogió de hombros.

La tomé de la mano y adentro, en el granero, le digo:

-A ver si eres experta.

-Claro que soy experta -me dijo Chelsea. Me fue desprendiendo la ropa de cuero y ya no sólo me besaba el cuello si no que fue profundizando sus besos. ¡Ah!

 

 No la voy a comparar con la intimidad de Everet, son dos cosas distintas, yo simplemente hice una parte pasiva, dejé que me besara y que me besara y que me siguiera besando hasta hacerme estremecer. Luego me abroché otra vez, me anudé la camisa y le dije:

-Hasta aquí no más, Chelsea, hasta aquí no más, yo no tengo parejas mujeres.

-¿Y entonces lo que hemos hecho? -dijo la joven Chelsea.

-No hemos hecho nada, te he permitido que me beses, ya está.

-¿Y así quedamos?

-Somos amigas. Por ahí, otro día si veo que hay un poco de sequía con los varones... -Me miró con cara de despecho.

-O sea, que soy una especie de suplente.

-¡Ja, ja! ¿Suplente de quién?, primero que yo no tengo un varón titular.

-Te vi con Everet.

-Sí. ¿Y qué?

-¿Te gusta? Seguramente te va a decir que sí.

-Te lo regalo, te lo regalo. Por ahí te enseña el arte de la cimitarra, aunque a ti te gustaría más el arte de la intimidad. -Pensé que la joven se iba a molestar, pero largó una carcajada. Chelsea era tremenda. Chelsea era tremenda, era una persona tan... tan rara..., tan chiquilina pero tan astuta... Y tenía un montón de metales.

Le digo:

¿Cómo ganas tanto?

-Me conoce todo el poblado y los poblados vecinos. De repente sé que fulana está casada y sale con aquel, y que el representante de ahí tiene un amante y que a su vez es esposa de aquel otro granjero... Y bueno, me pagan.

-Es un arma de doble filo, Chelsea, porque si todos saben que eres una fisgona, a donde se arme un problema van a saber que eres tú.

-No, lo van a negar, porque a todos les digo lo mismo "Alguno que hable que fui yo el que fisgoneó, me voy del poblado y los demás se van a quedar sin saber qué hizo su amante, su novia, su esposo, quien fuera". Entonces todos hacen pacto de silencio.

-¡Je! Eres una zorra. -Me miró.

-¡Quién habla!, la loba.

-Y sí, soy una loba. Soy una aventurera, arrastro muchos fracasos también. Cuando mis padres vivían y yo era más que inocente o más que estúpida, había adultos de la edad de mis padres que me manoseaban, y yo pensé que era cariño. Por suerte no llegaron a... a algo mayor.

Chelsea me dijo:

-A mí me pasó lo mismo. Yo era inocente y me manoseaban, pero a diferencia tuya me gustaba, y permití que llegaran a algo más siendo todavía jovencita.

-¿Y te sirvió de algo?

-No, me sirvió de placer.

-¡Je, je! Somos bastante parecidas. Lo que pasa que yo sé donde están mis límites, y si alguno no respeta mis límites yo tengo un puñal entre las botas y le corto la garganta. Te puedo enseñar yo algunos trucos, querida fisgona.

 

Pensé que conocía todo. Pensé que conocía -haciendo de buscavidas-, lo que me había enseñado Aniceto, el arte del truco, del engaño. Everet, el serio, que no era de ningún lugar y de todos lados, que me enseñaba los movimientos con cimitarra y que intimaba muy bien. Chelsea la fisgona...

 

Hasta que conocí a Juergue. Un pelo un poco largo, una barba bien cuidada, un cigarro en la boca... Y era un tramposo que a veces lo corrían de los poblados. Hacía trucos con las cartas. Yo sabía jugar a las cartas, pero era una aprendiz comparada con lo que sabía Juergue. Y su nombre era como venido de la mano de aquel que está más allá de las estrellas porque a Juergue lo que más le gustaba era la juerga. Aparte era remujeriego; lo veía salir de las distintas casas de mujeres solteras, casadas, niñas, algunas demasiado maduras. ¡Je!

Cuando nos conocimos le pregunté:

-No le haces asco a nada, te gustan hasta las viejas. -Me mostraba la mano y tenía dos monedas de oro.

-¿Te pagan?

-Sí.

-¿O sea, que cobras por darles sexo?

-Sí, ¿por qué no?

-Vaya. ¿Acaso eres un maestro? -Juergue se encogió de hombros.

-Te puedo enseñar nuevos trucos con las cartas o nuevos trucos en lo que quieras.

-Para -le digo-, para, no me tomes por tonta. -Pero finalmente me entró curiosidad y intimamos. Era una persona muy apasionada pero que su pasión duraba lo que un suspiro.

Yo le decía:

-¿Qué pasó?

-No pasó nada, ya... ya culminé.

-¿Perdón? O sea, que eres pura pasión, pero duras lo que una cerilla encendida.

 

Pero bueno, aprendí nuevos trucos con las cartas, aprendí de todo.

Pero jamás entendí lo que era el amor, todavía no estaba en mi camino. Sí, arrastraba fracasos, arrastraba experiencias, viví muchas circunstancias buenas, malas... Y conocí personajes tan raros, juerguistas, tramposos, fisgonas, falsos moralistas... o capaz que yo los atraía. ¡Ja, ja, ja! No sé de qué me río

 

Pero yo no era una joven que iba a lagrimear, ¡ja, ja, ja! Justo yo, Caselda,  ¡justo yo!