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Psicoauditación - Daniel J. |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 27/03/2019 Gaela, Daniel Lafebre Sesión del 24/02/2022 (1) Gaela, Damián Carvallo Sesión del 24/02/2022 (2) Gaela, Damián Carvallo
Sesión 27/03/2019 La entidad relata una vida en Gaela en que se sentía falto de autoestima. Ello le producía problemas con la gente, con las amistades y especialmente la relacionada con la Orden del Rombo. Un amigo le dio la clave.
Entidad: No es nada nuevo lo que voy a relatar, que en distintas vidas a veces pasamos por situaciones similares con el fin de aprender esa lección engrámica pendiente. Es cierto que cuando encarnamos perdemos esa memoria que tenemos como entidad suprafísica, y podemos volver o bien a cometer errores o bien a no atrevernos.
Nací en Amarís, mi nombre era Daniel Lefebre, el nombre era igual al de mi encarnación actual. Papá se llamaba André y mamá Silvie, con "e" final. Ambos eran artesanos. No tengo excusas, en el sentido de que no supe forjar bien mi carácter, en esa encarnación en Amarís. Mis padres no eran sobreprotectores, me demostraban cariño, era hijo único. Quizá de pequeño se iba notando mi falta de carácter. Jugábamos con otros niños y quizá justamente por ser niños nos peleábamos sin razón y terminaba golpeado e iba llorando a casa. No, no me escondía bajo las faldas de mamá Silvie, me acostaba en mi cama o me sentaba debajo de la mesa y lloraba en silencio, trataba de no demostrarles a mis padres esa supuesta debilidad.
Fui creciendo, al igual que mi timidez. Ya no era solamente el temor a pelearme con otros niños, me costaba de alguna manera conversar con una joven o bien hablaba con monosílabos o bien esquivaba el hablar. ¿Si me preguntáis si salí a padre? Para nada. Papá André era locuaz, encarador, empático, atractivo como varón, pero leal con mamá. Ambos eran leales entre sí, no miraban a otras personas en el sentido que vosotros entendéis. No sé en esa vida por qué forjé ese carácter tan introvertido. Como dije antes madre nunca me protegió bajo sus alas, al contrario; ya de adolescente no me prohibían salir ni nada. ¿Si tenía amigos? Sí, bastantes, no los mismos de la niñez, eran otros amigos, tal vez de la escuela. ¿Si iba a reuniones? Sí, iba. Me gustaba a veces cantar, pero también eso a veces es como que me frenaba, por no exhibirme; sentía como si íbamos a algún bar y de repente había un... lo que vosotros llamáis karaoke, evitaba cantar por miedo a que se rían. Incluso cuando nos juntábamos en una mesa mucha gente, si no iba acompañado por un buen amigo, es como que me daba temor que me rechazaran. Temor en el sentido de que iniciaba alguna conversación no prestarían atención o refutarían todo lo que dijera, entonces evitaba hablar. Y cuando se dirigían a mí bajaba la vista, evitaba mirar a los ojos.
Había una joven que quizá tenía demasiado carácter. Me dice: -Los que no miran a los ojos, o tienen algo que ocultar o son cobardes. -Sentí como que la sangre me subía al rostro y me ponía colorado de vergüenza. Pero por otro lado la adrenalina me corría, tenía ganas de debatirle, de discutirle, de decirle "¿Pero quién eres tú para catalogarme?". Pero me callaba, buscaba tener un perfil bajo. Por eso evitaba situaciones donde tenía que disertar sobre un tema o hacer comentarios.
Padre era una persona lista en el sentido de que era atento a lo que me pasaba y a veces hablaba conmigo. -Daniel, ven. -Sí, padre. -Papá André se sentó frente a mí y me decía: -¿De qué tienes miedo? -¿Perdón? -Claro, ¿de qué tienes miedo? Veo que... Tenemos una casa interesante, tienes tu habitación... A veces vienen jóvenes y chicas a la habitación, pero veo que generalmente son chicas que van acompañadas de otros jóvenes, no veo que tú tengas una amiga en especial. -Me encogí de hombros. -No habré encontrado la elegida. -A ver, a ver Daniel, detesto el machismo; o sea, no me gusta que un varón sea lo que vosotros llamáis "el pica flores", ese ave que va de una flor a otra, pero que salgas con una joven sin compromiso no está mal, o sea, no hace falta, como tú dices "la elegida", pero ¿por qué no habrías de tener amigas? -Sí, ya se dará. Y conversaciones así, con padre, tenía muy seguido, pero me incomodaban, me incomodaban, me incomodaban sobremanera. A diferencia de otros jóvenes en Gaela y aún en Amarís, que era prácticamente el centro de la Orden del Rombo, una orden religiosa que a mí me parecía... ¿con qué palabras podría describirla?, malvada, dogmática, invasiva; porque si era bueno en algo era en historia, sabía de las grandes inquisiciones, hasta este mismo siglo XXI donde interrogaban a aquel que no acudía al templo... ¿Si papá André y mamá Silvie iban? Sí, ¿eran practicantes? No, no, le daban a la religión la atención necesaria pero no eran esos feligreses fanáticos. Pero nadie se metía con ellos porque cumplían, iban al templo, no tenían problemas en ponerse un pin en la ropa con el rombo. Otros llevaban el rombo fijo con Axxón clavado en el rombo, algo que me molestaba tremendamente porque no me gustaba ver a Axxón muerto clavado en un rombo por más que sea un pequeño pin de dos centímetros.
Y conocí a una joven, una joven de Liziana, Gina, y estuvimos saliendo un tiempo. Llegamos a intimar, verdaderamente me sentía una persona nueva, llegué a amarla y... no es que sea super intuitivo pero entendía que ella también me amaba a mí. Estuvimos saliendo como dos años y mientras estudiaba ayudaba a padre aprendiendo el oficio de artesano, pero obviamente me interesaban ¡je, je!, cosas diametralmente opuestas; por un lado la música, por el otro lado la abogacía. Sí, las leyes me atraían justamente porque entendía que la Orden de Amarís... si alguien me escuchaba hasta me podrían llevar preso. Para mí, la Orden de Amarís estaba fuera de la ley y en pleno siglo XXI es como que no tenía razón de ser. Gina era practicante, muchísimo más que mis padres. Su familia era ultra religiosa, ella no tanto, pero bueno, había sido criada respetando a la Orden de Amarís y tenía su manera dogmática de pensar, evitaba tocar el tema con ella. Disfrutaba los momentos, salíamos, íbamos a cenar. Mis amigos la conocieron y dicen "Pero te felicitamos Daniel, hermosa joven", me sentía orgulloso. Pero me sentía presionado porque cada vez que ella tocaba el tema de la Orden de Amarís yo no es que le dijera a todo que sí, de decía "Ajá, que bien. Sí, por supuesto. Claro". Hablaba como un interlocutor de esos viejos teléfonos del siglo XX donde no escuchabas al del otro lado, ¡je, je!
Pero un día me presionó demasiado. -No te escapes por la tangente, Daniel, dime puntualmente qué opinas de la Orden, porque aparte las veces que has venido a comer a casa padre te comentaba que él conocía directivos de la Orden y que te podrían dar un trabajo distinto al que estás haciendo, incluso como ayudante de abogacía, y tú le decías "Lo pensaré". ¿Por qué?, ¿es que te molesta que mi padre te quiera dar trabajo? -No, Gina -respondí-, me... -Continúa. -Me incomoda hablar de religión, me incomoda hablar de la Orden, o sea, ¿por qué tiene que ser alguien de la Orden el que me consiga un trabajo?, seguramente en el bufé ese donde me van a llevar a trabajar va a estar lleno de rombos. -¿Y que tiene? -Que me parece que no tiene nada que ver, justamente. Eso tiene, que no tiene nada que ver. La ley es la ley, la ley no es religiosa, es justa, no es ni buena ni mala, es justa, y no es religiosa. -O sea, que eres laico. -¡Laico!, mis padres van al templo, yo los acompaño pero puedo prescindir perfectamente de ir, no me hace más feliz. -Esa faceta tuya no la conocía -me dijo Gina. -¡Pero si nunca te oculté mi manera de pensar! -No, porque cada vez que queríamos hablar te ibas por la tangente. -Simplemente que el tema no me interesa, yo soy feliz contigo Gina, no soy feliz con la religión. -O sea, que la religión te hace infeliz, te hace mal. -No, no, Gina, no quiero decir que la religión me haga mal, quiero decir que no la necesito para ser feliz. -No, no, no has dicho eso, Daniel, has dicho "la religión me hace infeliz". -No; estás manipulando mis palabras. -O sea, que ahora te manipulo. O sea, que no te interesa la Orden. O sea, que eres una persona que reniega de Axxón, reniega de todo lo aprendido. -¡Cómo voy a renegar de Axxón! Pienso que es el maestro más grande de la historia de Gaela, pero acuérdate que yo soy muy buen historiador, aparte de la música y de las leyes sé mucho de la historia, sé que hasta hoy en pleno siglo XXI hay inquisición como en el siglo XVI y XVII. ¡Vamos, no puedes hablar nada en contra que ya te apresan! -Ajá -exclamó Gina-, y tú tienes que hablar en contra. -No, estás desvirtuando mi manera de expresarme, yo no quiero hablar en contra, yo directamente no quiero hablar del tema, simplemente digo que hay gente a la que no le permiten la libertad de expresión. -Muy bien, exprésate tú, yo te doy la libertad. -No, tú a mí no me das la libertad, según las leyes yo soy libre, ahora eres tú la que no se sabe expresar. -Ya estaba muy molesto, estaba tan molesto que hasta incluso mi carácter apocado había desaparecido, estaba agresivo. -O sea, que eres una persona no creyente. -O sea, que eres una persona dogmática -contraataqué yo-, dogmática, bruta, que no piensa, que la llevan de las narices como a los vacunos. -Me estás diciendo que soy bruta como una vaca. -No, es una manera de decir, Gina. -¿Sabes qué?, ¿sabes qué, Daniel?, siempre supe que eras un fracasado. Mi padre por medio de la Orden te podía haber conseguido un buen trabajo, porque he conversado con compañeros tuyos y no eres buen alumno, no eres bueno, vas a fracasar como abogado. -¡Ah, qué bien! -le respondí-. O sea, que tú estás decretando que yo voy a fracasar. La verdad, eres... -A ver, dilo. -Eres una basura -Se acercó y me quiso dar una cachetada y la tomé la muñeca y se la apreté. -¿Quieres que le cuente a mi padre que me has agredido? -¿Perdón?, te estoy sosteniendo la muñeca para que no me pegues, no te estoy agrediendo. -Se soltó. -Me siento más liberada ahora, me saqué todo el lastre. -Yo creo que es al revés, tú eres el lastre, eres un lastre y hueca. -O sea, que lastre hueco. ¿Sabes que los lastres que son huecos son los que hacen más ruido, como esas latas viejas?
¡Pam! Se escuchó el ruido de mi apartamento, la puerta al cerrarse. Y en ese momento tuve un miedo interno. Pasaron días... A ver, lo voy a tratar de explicar bien para que se entienda. ¿Si la extrañaba? Sí, pero mi miedo era más fuerte. ¿Habrá hablado con su padre?, el padre de Gina conoce a directivos la orden, por ahí iba a tergiversar lo que yo dije y me denuncian. Se lo conté a papá André y a mamá Silvie. Me dijeron: -Que poco inteligente. ¿Por qué no le seguiste la corriente? -¿En qué sentido? -intenté defenderme. -No te digo que le des la razón, como a los locos, pero le hubieras dicho que la Orden te agrada, que sería gustoso que su padre te hubiera conseguido un trabajo. -Pero vosotros me habéis enseñado a no ser hipócrita. ¿El mentir no es ser hipócrita? -Seguramente -dijo papá André-, pero de esta manera has quedado expuesto. -¡Ah!, gracias por consolarme. Vivo con miedo por las noches. Honestamente no la extraño para nada. En este momento tengo temor de que me golpeen la puerta, que suene el timbre y me vengan a buscar de la Orden. -¿Y de qué te van a acusar, de que has tenido un cambio de palabras con tu expareja? Niegas todo; dices "No, no es cierto, ella tergiversó lo que yo quería decir".
Pasó una semana, un mes, dos meses. Una tarde en un bar estaba con unos amigos y se paró adelante mío el papá de Gina. -¡Daniel Lefebre! -¡Señor, cómo está! -Me paré (levanté) y le tendí la mano. -¿Qué pasa que no vienes más por casa? -Me encogí de hombros, pero dije la verdad a medias. -Tuvimos con su hija un pequeño cambio de palabras y en este momento es como que nos tomamos un tiempo. -Acércate igual, vosotros eráis amigos. Gina no está, viajó a Liziana con su nuevo novio. Pásate por casa, conversaremos sobre ese trabajo. -Está bien, señor, le agradezco que se acordara de mí. -Me estrechó la mano y se marchó.
Es como que mi miedo interno no había desaparecido porque yo no sabía si lo del padre de Gina no era una estrategia para sonsacarme. Y por otro lado sentía como una ira tremenda, ¡qué rápido me olvidó!, estuvimos saliendo poco más de dos años y se va con su nuevo novio a otro país, a su país de origen. ¡Ah! La verdad, salí ganando. Una mujer que sale contigo dos años y al mes, a los dos meses está con otro y se van juntos a otro país es una persona que no vale la pena sentir autocompasión. Sin embargo seguía teniendo baja estima y ese miedo interno que me carcomía. Ya no era solamente porque la Orden podía venir a buscarme, era miedo a que la gente me rechazara. Me sentía poca cosa.
Lo conversé con uno de los amigos más cercanos y me dice: -Todo pasa por ti. Si te sientes poca cosa es porque en el fondo no te aceptas, ¿y cómo vas a pretender que otra joven te acepte o que gente nueva te mire si en tu rostro se ve tu falta de aceptación a ti mismo? -¿Y cómo lo modifico si es lo que siento? Y te lo cuento a ti porque eres mi amigo más cercano, con otros me daría vergüenza comentar mis cosas. Recuerdo que el fin de semana me invitaste al teatro y nos encontramos en el hall con amigos nuevos tuyos y me quería volver a casa, en mi mente pensaba que ellos te iban a decir: "¿Para qué trajiste a esta persona? ¿Quién es? ¿Quién lo conoce?". Mi amigo me dijo: -Jamás, jamás dijeron nada, ni a favor ni en contra. Directamente eres una persona que vino conmigo y punto. -O sea, no les intereso. -Daniel, no es que te presento a alguien y de repente todo el mundo va a venir a abrazarte. Tampoco te van a rechazar si no saben quién eres, si no te conocen. En tu mente está todo lo demás, en tu mente. Nadie te va a rechazar o te va a aceptar porque sí, si no hay una razón determinada. -Mi ex pareja dijo que yo era malo en lo que estaba estudiando. -Te lo dijo en un momento de furia. Ya este año te recibes (gradúas) y me parece como que vas a ser un buen abogado. -Me encogí de hombros. -¿Y qué es lo que me falta? -Y mi amigo me dio la palabra clave. -Falta que tú, Daniel, que tú te aceptes. Todo empieza por ti, por ti, únicamente por ti.
Gracias por escucharme.
Sesión 24/02/2022 La entidad relata que siempre se sintió vigilado, controlado por sus padre, por sus amistades, por sus relaciones. Cansado, harto, dolido decidió aislarse de todos.
Entidad: Vivo en la capital de Arvoledo, quizás el país más grande del nuevo continente que limita al norte de Plena.
Recuerdo que de chico mis padres me llamaban por mi nombre y apellido: -Damián Carvallo, muéstrame tu cuaderno de escuela. -Me sentía como oprimido, como molesto.
A medida que fui siendo adolescente era intolerable ya vivir en casa de mis padres, me controlaban incluso cuando salía. Hasta que finalmente pude casarme.
Me casé joven. Al comienzo todo bien, al comienzo una maravilla. Ella me decía cuando nos peleábamos: -Estoy solita, no me levantes la voz... -Me daba como cierta compasión y la abrazaba.
Pero a medida que fue pasando el tiempo es como que ella tuvo más confianza en sí misma, lo cual es bueno, pero esa confianza le dio una personalidad avasallante. Y empezó a decirme: "Damián, cuando vengas de trabajar tienes que hacer tal cosa, no tuve tiempo de hacer tal diligencia. Ten en cuenta que yo también trabajo y no voy a ser tu esclava. ¿Terminaste con esa diligencia?, bueno, ve a buscar tal cosa".
Mi memoria retrocedió diez años y es como que estaba haciendo el mismo trato que me hacían mis padres. Entonces es como que me di cuenta de que no me casé por amor, me casé para escapar de una cárcel y ahora veo que con el tiempo, ese paraíso donde me fugué, terminó siendo otra cárcel. Hasta que no lo soporté e iniciamos los trámites de divorcio.
Me sentí mal, me mudé a un apartamento solo. Pusimos en venta la propiedad, cada uno iba a tener un cincuenta por ciento. Pero mientras tanto yo vivía en otro lugar alquilando, la renta era barata, podía soportarla.
Hasta que conocí a Adriana, Adriana Malarte. Ella era separada y parecía una buena persona. Empezamos a salir. De entrada me dice: -Mis condiciones son que nos veamos cuando yo te llame. -Me cayó como... como que era otra persona dominante.
Y yo ya estaba cansado, mis padres, mi exesposa… Pero no no no, me llamaba seguido, nos veíamos. Hasta que consolidamos la pareja, con Andriana.
Pero veía que había noches que no venía y me di cuenta que se seguía viendo con su ex, lo cual es como si fuera un tremendo golpe al hígado. Honestamente, me hizo sentir mal, mal, pero muy muy mal, tan mal que me sentí estafado, engañado, traicionado al punto tal de que me refugié dentro de mí mismo en mi apartamento y no quería salir para nada, para nada. No tenía ni ganas de hablar, ni ganas de conversar con nadie. Y me llamé al silencio, a un silencio total, total, absolutamente total.
Sesión 24/02/2022 Estaba caído. Tenía que hablar con alguien y se encontró con un amigo que podía escucharlo. Pero no le gustó lo que le dijo, que todo pasaba por respetarse uno mismo.
Entidad: Estoy nuevamente con vosotros relatando esta vivencia tan extraña donde nací y me crié con mis padres en Arvoledo, un país que limita al norte de Plena. Mi nombre, Damián Carvallo.
Mis padres, posesivos, dominantes, personas que trataban de indicarte el rumbo aunque te hicieran dar contra la pared. ¿Mi forma de escape? Al llegar a la madurez conocí a una persona y me casé, pensando "Bueno, ¡je, je!, me voy de un lugar donde me tratan como si fueras una persona de segunda.
Mi esposa me discutía, obviamente que yo le respondía mal: -No tienes porqué discutirme de esa manera. Hacía el rol de víctima: -¡Ay! Sabes que estoy solita, lejos de mi familia, tenme compasión". -Y yo la abrazaba.
Con el tiempo es como que o cambió o mostró su verdadera identidad: una persona manipuladora, inquisidora, indiferente, y por momentos posesiva. Obvio que me hizo acordar a mis padres. Finalmente terminamos iniciando los trámites de divorcio.
Hasta que conozco a Adriana, Adriana Malarte. Hermosa, cálida, comprensiva. Pero me aclaró que le gustaba ser libre. Que sí, que yo le gustaba, que terminó queriéndome pero no tanto como a su propia libertad, por algo se había alejado de su ex. Nos llevábamos muy bien, nada que ver con mi expareja. Teníamos una relación íntima perfecta. Pero noté que después se fue alejando, noté que se fue distanciando hasta que comprobé con mis propios ojos que seguía viendo con su ex. Me destruyó, me hizo sentir pésimo, horrible, una sensación de traición, de abandono, algo que no soporté. Y nos alejamos. Luego me llamó pasado bastante tiempo. Nos volvimos a ver pero la idea de ella era tener cero compromiso, esa era la opción de seguirnos viendo. Y yo estaba poseído de un amor enfermizo y acepté. Acepté todas y cada una de sus condiciones: nos veríamos cuando ella diga, estaríamos cuando ella lo propusiera.
Pero cada vez que nos veíamos era un paraíso, la parte amorosa, la parte íntima era mejor todavía que cuando estábamos juntos. Pero claro, era cuando ella lo deseaba, era como cuando ella lo quería. Por un lado me sentía el tipo más feliz, "¡Tengo a una mujer apasionada que se entrega al mil por cien. Me abraza, me quiere, me besa y yo le correspondo y tenemos un acto íntimo que me transporta al cielo!".
Pero después se marchaba y yo me preguntaba ¿por qué, por qué me gustaba sufrir? Y me ponía a pensar ¿Qué digo, qué estoy diciendo, qué tontería estoy diciendo, sufrir? Si le encanta estar conmigo y yo adoro estar con ella, y nuestra intimidad es cada vez mejor. ¿Por qué sufrir? Pero claro, después cuando estaba solo, cuando me encontraba con ese vacío en mi espíritu, cuando me encontraba con esa nada en mi alma, ahí me daba cuenta de que todo era ficticio porque su idea, y más de una vez, muy sutilmente se lo di a entender: -Ya que nos llevamos tan bien, ¿por qué no estamos juntos definitivamente? Me respondió de una manera muy muy tajante: -Mira, Damián Carvallo, te lo dije ya muchas veces: Cero compromiso. Nos vemos, la pasamos bien y basta. -Y yo no entendía, honestamente no entendía, si estaba bien conmigo.
Alguna vez me atreví a decírselo sin que se moleste conmigo. Y no, no se molestó, me lo dijo amigablemente: -Damián, no es la primera vez que te lo digo: Amo mi independencia, amo mi libertad. Pero yo le insistía: -Nunca pensé en cortarte tu libertad, ¿pero por qué no podemos vernos asiduamente?, ¿por qué no podemos convivir? -Convivir es cortar mi libertad. -¿Por qué?, no te voy a exigir nada. -¡Ja, ja, ja! Damián, Damián, Damián, eres un niño, el hecho de estar juntos ya es marcar territorio. -No, no, no, Adriana, para nada. -Si tanto respetas mi libertad no me exijas, no me pidas, no me demandes.
Y cuando estuve solo me puse a pensar. Si mi ex esposa terminamos pidiendo el divorcio por sus demandas, por sus malos tratos, ¿acaso yo no estaba pidiendo lo mismo ahora con Adriana, no la estaba demandando? "Vive conmigo, quédate todo el tiempo conmigo, estemos juntos"… ¿Eso no es una demanda? Pero yo no me había divorciado de mi ex por eso sino por los malos tratos, lo cual yo no hacía con Adriana. Pero me di cuenta que era distinta a mí, me di cuenta que era muy distinta. Tenía muy pocos, a ver, no, no, pocos no, tenía muchos conocidos, pero amigos amigos amigos a quien confiarle mi manera de pensar, de sentir, de sufrir no. Yo no quería exponerme, no quería que me miren como "Pobre, pobre Damián Carvallo".
Tenía que hablar con alguien que conociera poco. Hasta que me topé con un joven de Ciudad del Plata, la capital de Plena. Claro, con un planense. ¡Ja, ja, ja! Y nos vimos más de una vez. Era un joven bastante, bastante agradable, nunca preguntaba si yo no le decía. Pero lo vi tan confiable que le conté. La respuesta de este joven de Ciudad del Plata me molestó, me dijo: -Te respondo porque tú me has preguntado, si no por respeto no te respondería. Pero eres tú el que me ha pedido una orientación y te la voy a decir. Esta chica que tú dices, Adriana Malarte, te usa. -¿Me estás tomando de tonto? -Para nada, Damián. Te ve cuando quiere, tienen relaciones cuando a ella se le antoja y luego desaparece. Te usa. ¿Y sabes qué es lo más peligroso? Que no te permite rehacer tu vida. -¡Ja, ja, ja! ¡Ah! Ahí te equivocas, porque ella no quiere compromiso. Yo puedo rehacer mi vida con quien quiera. -Te engañas -me dijo el joven de Ciudad del Plata-, te engañas. -A ver, ¿por qué me engaño? -Porque en realidad la amas. -No, yo la paso bien. -A ver. Vamos a las preguntas: ¿Ella también la pasa bien? -Fenomenal, una maravilla. -¿Pero te quiere? -Me encogí de hombros. -No sé, la pasa bien. -¿Y por qué no quiere estar juntos? -¡Ah! Bueno, porque ella ama su libertad. -Más que a tu persona. -¡Buf! Y sí, más que a mi persona. -En cambio tú no, tú la amas más a ella que a tu libertad. -Pero es que se lo he dicho, que si vive conmigo yo no le voy a cortar su libertad. -Eso lo dices ahora, pero si tú vives con ella, convives como pareja y ella sale cuando se le antoja tú te sentirías como desbastado, acabado. -Me molesté. -O sea, lo que tú estás diciendo es que ella, como ama su libertad no quiere estar conmigo para no dañarme. -Bueno, ponle que fuera así, pero no te deja estar con pareja con nadie. -¡Je, je!, vuelves a equivocarte: jamás me ha prohibido estar con nadie. Es más; más de una vez me dijo: "Yo hago mi vida, tú haz tu vida. Nos vemos, tenemos intimidad, y luego si te he visto no me acuerdo". ¿Te das cuenta que te equivocas? -No me equivoco. No me equivoco, Damián. Y te explico porque no me equivoco: Porque a ella no le molesta vivir su vida y que tú estés con quien quieras. El problema eres tú, que ansías estar con ella en todo momento y que sientes que la relación íntima es mejor ahora que al comienzo que estuvieron juntos un tiempo. Pero tú quieres volver a estar juntos, es ella la que no quiere; entonces sufres, entonces es como que la necesitas, horriblemente la necesitas. A eso me refiero, que no te permite estar en pareja no porque ella no quiera, tú no quieres, tú no quieres estar con otra persona, pero ella tampoco te permite estar con ella. -Y vuelves a equivocarte -le dije-. Me llama y estoy con ella y la paso rebién. -Claro, pero después se aleja cuando quiere. -¡Je, je, je! Yo también la uso. -No, no, no; tú tienes sentimientos por ella. Ella no tiene sentimientos por ti, la pasa bien como la puede pasar bien con otro. ¿Acaso tú tienes a otra? -No. Ella sí tiene a otro y a otros, puedo hablar en plural. -Entonces es ella la que te usa. Está contigo, se acuesta contigo, la pasa bien. Y luego, ciao, se va y tú te quedas solo y no piensas en otra persona que no fuera ella. Ella te usa, tú a ella no la usas, tú eres un esclavo de ella. -¿Y qué hago? -Rompe las cadenas, no la veas más. -¿Ese es el consejo que me das? Nunca escuché un consejo tan estúpido. -¿Ah, no? Bueno, sigue con ella. Sigue sufriendo, pásala diez puntos y luego te haces merde cuando no la ves. ¿Te sirve? -Me sirve porque la paso bien. -¿Te sirve? ¿Te sirve cuando no sabes dónde está? ¿Cuando pasan días que no te llama? ¿Cuando no sabes con quien está? ¿Te sirve? -¿No te parece que hablas demasiado? -¿Y no te parece, Damián, que fuiste tú quien me pidió consejo? Si no yo ni siquiera hubiera abierto la boca. Mañana me vuelvo a Ciudad del Plata. ¿Te sientes amo de tu vida? -Y sí. -¿Y si? ¿De verdad que si? Porque una persona que es amo de su propia vida es la persona que elije. ¿Tú puedes elegir? ¿Eliges estar con ella cuando tú quieres? -No -reconocí-, pero tampoco la quiero esclavizar. -¿Esclavizarla?, ¿no dices que vas a respetar su libertad? -Sí. -Entonces no la vas a esclavizar. Pero ella tampoco va a aceptar una relación de igual a igual; es ella la que pone los puntos, es ella la que pone cuando se ven, es ella la que elije cuando pasarla bien. ¿Pero salen como pareja? -No. -Entonces ella la pasa bien, tú no. -¿Cómo no? Cuando estamos juntos la paso rebién. -Pero es cuando ella quiere, no cuando tú quieres. Tú no la pasas bien, tú eres esclavo de las circunstancias. -¿De las circunstancias? -pregunté. -Sí, una circunstancia que se llama Adriana Malarte. No te sirve, ni para ahora ni para el futuro porque estás en el limbo. -Ahora no te estoy entendiendo. -Claro. No estás ni en el cielo ni en el infierno, estás entre medio, en el limbo. No te sirve. Eso no es vida. Damián, no es vida.
Al día siguiente lo fui a despedir al aeropuerto porque quería, mejor dicho, no quería, tenía avidez de escuchar sus palabras. -Dime, pero de corazón, ¿nunca has vivido una relación así? -¡Je, je! Damián, ninguna persona que se respete a sí misma aceptaría una situación así. -O sea, ¿que piensas que yo no me respeto? -No, no lo pienso, estoy seguro: no te respetas. Haces lo que ella dice, haces lo que ella quiere, las pasas bien cuando ella quiere. No es vida. -El joven pasó el check-in del aeropuerto y me quedé otra vez solo. Pero pensé las palabras de Jorge Clayton, el joven de Plena: "Para lograr el respeto del otro primero te tienes que respetar a ti mismo". Y él me hizo ver que yo no me respetaba. Vaya, vaya.
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