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Psicoauditación Ra-El-Dan |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Volver a Sesiones Raeldan Sesiones Sesión del 25-04-2012 Médium: Jorge Olguín Entidad: Raeldan
Darien, de pequeño fue recogido por una mujer que lo educó pero que después desapareció. Ahora iba de bar en bar perdido en una ciudad de un planeta satélite de la Federación Sargón, que dos siglos y medio después de la Gran Guerra estaba dominada por un príncipe despótico. Se introdujo en la resistencia contra la dominación del tirano, pero lo encontraron y lo llevaron. ¿Lo habrían traicionado?
Interlocutor: ¿Ya estás incorporado?
Entidad: Sí, estoy reunido aquí de nuevo con vosotros, relatando un episodio que al comienzo fue bastante dramático.
Interlocutor: ¿Estamos hablando de la primera pregunta que hace tu 10%?
Entidad: Sí, correcto.
Interlocutor: Sería bueno que lo expongas, ¿está bien?
Entidad: Mira, hubo una época de batallas espaciales, donde hay héroes, donde se salvan planetas, pero la vida real, aunque nosotros en cada encarnación seamos roles, es mucho más dura, severa, hostil, oscura, mundana de lo que se piensa. Encarné -o eso es lo que creo- en Landor 3, un planeta muy parecido a vuestra Tierra y mi nombre era Darien, o ese era el nombre que yo creí que tenía. Me encontraba tirado en una de las calles de la ciudad. ¿Cómo puede ser que en poco más de 200 de vuestros años, en algunos planetas periféricos, la sociedad haya retrocedido tanto? Yo había pasado una infancia muy triste. Nunca supe quien fueron mis padres. Trabajaba en posadas, en bares, a veces en carpinterías, hacia arreglos de herrería... digamos que hacía de todo pero en realidad no hacía nada. Con las pocas monedas que ganaba me compraba una bebida. Había noches que estaba borracho, me sacaban del bar y caía en el empedrado de la calzada. Me despreciaba a mí mismo, me sentía como humillado, pero yo era responsable de eso porque no me cuidaba, no apreciaba mi vida, no me sentía útil para nada. Éramos satélites de una federación de planetas con un príncipe que sometía a todos los planetas de la Federación. Si hay una cosa que hacía bien era leer. Era muy pobre. Tenía una vivienda muy precaria, de una sola habitación, pero no me privaba de leer. Tenía un lector holográfico y estudiaba toda la historia del último milenio, de los grandes combates, de cómo se venció al imperio reptiliano...
Interlocutor: ¿Reptiliano?
Entidad: Sí, era un imperio reptiliano que atacó a Sargón hace siglos atrás. Luego, cómo un planeta pequeño llamado Ferro se rebeló, hubo una tremenda batalla hasta que finalmente Sargón venció. Fue una época de mucho esplendor pero luego se fue degradando, y al cabo de casi dos siglos y medio, el príncipe Galad, era un tirano que solamente vivía para su propio placer, para someter a los demás envuelto en riquezas, en poder: fatuo, como diríais vosotros en vuestro mundo, narcisista, ¡je!
Interlocutor: ¿Narcisista?
Entidad: Sí. Era un personaje que no conocía y que despreciaba tremendamente, lo despreciaba de todas las maneras posibles. Era mi antítesis, se podría decir. Tuve un sueño como que de pequeño había una mujer que me había rescatado, me había educado, con un hológrafo me había enseñado a leer... Y luego no sé qué pasó. Siendo yo pequeño, ella, de un momento para el otro, desapareció, dejándome también abandonado a la suerte...
Interlocutor: Ahora, como espíritu, ¿sabes lo que pasó con esa mujer?
Entidad: Sí, pero quiero terminar de relatar la historia.
Interlocutor: Está bien, adelante.
Entidad: Hace muchísimos años, un rol llamado Airan creó una rebelión. Me atrevo a decir que fue una rebelión infundada, porque en aquella época, el planeta central Sargón no le negaba nada a ninguno de los planetas periféricos. Los tratados comerciales eran equitativos, ni a favor de Sargón, tampoco a favor de los planetas periféricos. Tenían todos sistemas de salud, adelantos tecnológicos, pero bueno, a veces las mentes calenturientas les hace pensar como que se sentían prisioneras del sistema y se armó una rebelión donde hubo muchísimos muertos, para nada. Leyendo holográficamente esas historias pensé en hacer lo mismo, pero la situación había cambiado: yo no tenía amigos, yo no confiaba en nadie. Un día me crucé con un joven que se llamaba Narval, y me dijo: -Darien, ¿quieres ser útil?, ven con nosotros en nuestro movimiento. Pensé que era una trampa -porque había muchos espías, espías del príncipe, que buscaban apaciguar cualquier intento de rebelión- pero mi vida no valía nada, no tenía nada que perder. Fuimos a una casona de los alrededores de la ciudad y en un sótano me sorprendí que hubiera cerca de 40 personas. Tenían todos una especie de transmisores sub espaciales para comunicarse con otros planetas y querían fomentar nuevamente otra rebelión como hace casi dos siglos y medio lo hizo Airan. Pero en este caso sí era importante, para derrocar al tirano, un tirano que sometía. Te cuento. En nuestro mundo escaseaban los alimentos, venían naves del gobierno central y se llevaban cultivos, se llevaban materias primas y apenas dejaban un poco de dinero a los gobernantes de cada mundo, como que tenían que pagar tributo por pertenecer, como si quisiéramos pertenecer. La situación era distinta que hace 2 siglos y medio en el sentido de que el gobierno central prácticamente tenía controlado a todos los planetas de la periferia. No teníamos grandes naves, armamentos, pero había una cosa muy importante que había aprendido de la historia mirando el hológrafo, los sabotajes. Sé que lo que voy a decir suena muy mal a tus oídos, pero no quedaba otra que hacer actos terroristas, obviamente que no queríamos matar gente sino infiltrarnos, porque la ventaja de pertenecer al gobierno central, teníamos un equivalente a lo que vosotros llamáis pasaporte para entrar en cualquier mundo. Obviamente que nos escaneaban holográficamente para ver si teníamos lo que llamaríais record o prontuario. Afortunadamente yo estaba limpio, me consideraban un vagabundo pero que no molestaba a nadie. Y me gustó la idea de esa gente. Y entonces llevamos a cabo esa especie de rebelión de ir a distintos mundos y sabotear usinas, fábricas de armamentos, astro puertos, naves -naves en tierra obviamente, sin pasajeros- y tuvimos bastante éxito. Luego, otro de los jóvenes rebeldes, Ural, me dijo: -Bueno, ahora paremos por un tiempo porque van a venir a mirar cada mundo. Tenían pequeños chips, para que entendáis a que me refiero, y se guardaba toda la información, y todas las máquinas holográficas se formateaban, que no quedara nada. Incluso teníamos un experto técnico que incluso hacia un doble formateo para que no se pudiera recuperar nada. Y como todos tenían -menos yo- trabajo, algunos tenían familia, llegaron incluso soldados del gobierno central a nuestro mundo, pero obviamente no encontraron nada. Yo me sentía enfermo, estaba mal alimentado. Un día escucho el visor, un zumbido, miro por el visor y había dos hombres que no conocía, vestidos de negro. Pero bueno, no tenía nada que ocultar. Presioné un botón y abrí la puerta corrediza, corté el campo de energía y entraron. Me preguntaron mi nombre: -Darien. -¡Debes venir con nosotros! -¿Pero qué he hecho? -Y no me dieron ninguna explicación. -¡Prepara tu ropa y ven con nosotros! Miraron mi hológrafo. -¿Estudias historia? -Sí. -¿De qué trabajas? -De todo un poco, un día ayudo a un posadero, otro día estoy ayudando a construir un edificio en una obra, otro día estoy de mendigo, porque a veces no tengo para comer. -¿Para comer o para beber? De verdad que atemorizaba esa gente, pero yo tenía mal genio y les dije: -Si bebo es mi problema. No reaccionaron, cogieron mi hológrafo y dijeron: -Vamos. Tenían un heliocoche. Subí en la parte de atrás e inmediatamente cobró vuelo. Fuimos hasta el astro puerto principal, que quedaba en otra región, en un viaje casi de dos horas y media, y vi una imponente nave. Le digo: -¿A dónde vamos? No me contestaron, como si yo no existiera. En ese momento me dio impotencia, me dio indignación. Sentía, olfateaba que esos dos esbirros pertenecían a la federación central de Sargón, estaba convencido de ello. Y estaba convencido también que en ese sótano donde estaban esos rebeldes, alguien era un infiltrado y dio el nombre de todos y a cada uno lo habrán secuestrado, torturado, les harán juicios o directamente... no sé.
Interlocutor: ¿Qué te sucedió a ti, a tu 10%?
Entidad: Me llevaron sin darme ninguna explicación. Y esa nave que me parecía tan grande era pequeña comparada con la nave madre a la que se ancló la nave pequeña, una nave que tendría en medidas vuestras, cerca de 2 kilómetros de largo.
Interlocutor: Casi una ciudad.
Entidad: Dos kilómetros, 20 de vuestras cuadras. Inmediatamente entramos a lo que llamarías el hiperespacio y si bien yo nunca había salido de mi mundo, gracias al hológrafo conocía cientos de mundos y tenía una memoria prodigiosa. Mirando por una de las ventanas de la nave vi que llegábamos nada más y nada menos que a Sargón, al planeta central. Mis latidos se aceleraron. Vi que este era mi fin. Me sentía molesto contra aquel que habría denunciado nuestra rebelión y me sentí digno, orgulloso, porque yo quería la libertad de todos los mundos, la absoluta libertad. Cuando me bajan, se acerca un personaje muy anciano con cara adusta, casi calvo, con cabello al costado pero absolutamente negro -se ve que se había puesto algún betún, alguna pomada- delgado, nariz prominente, ojos oscuros como de mirada perversa y me dice: -¡Te buscábamos! -¿A mí? Yo no soy importante para nadie ¿quién les ha hablado de mí?, ¿quién es el traidor que les ha hablado de mí? Me miró como que no entendía y me descolocó porque vi en sus ojos que no entendía lo que yo quería decir. De repente siento que me cogen de los dos hombros y siento un pinchazo en el cuello, ¿sería una inyección letal?, ¿habría acabado mi vida? Si era así no me importaba, de verdad que no me importaba. En cada encarnación, en cada vida he luchado por la libertad, he luchado por mis ideales. Sé que no todos mis roles fueron ejemplares, pero como Raeldan me siento orgulloso de la mayoría de esos roles.
Interlocutor: ¿Pero era una inyección letal?
Entidad: En ese momento, en el rol de Darien se hizo oscuridad y no supe nada más. Voy a dejar descansar a este receptáculo. Hasta todo momento interlocutor.
Interlocutor: ¿Continuamos entonces la próxima?
Entidad: Correcto.
Interlocutor: Hasta todo momento entonces.
Sesión del 24-05-2012 Médium: Jorge Olguín Entidad: Raeldan
Dos siglos y medio después de la rebelión de los planetas de la periferia, Sargón ha retrocedido en sus libertades durante el reinado del despótico Príncipe de Sargón, Galad. A Darien, de mendigo, lo secuestran y se despierta sedado. Los secuestradores le preparan intensamente para la lucha, quieren que les sea útil para una misión. Pero Darien no sabe aún quienes son ellos.
Jorge Olguín: Vamos a hacer una sesión con Raeldan donde va a continuar con los relatos de Darien en el sistema de Sargón dos siglos y medio después de que sucedieran los hechos de Ascardín contra el planeta Ferro. En este momento hay un príncipe llamado Galad que se ha convertido en un tirano y los planetas de la periferia están pasando hambre, problemas de enfermedades, ciudades destruidas y sometimientos. Darien aparentemente no sabe su origen, de pequeño fue criado por una señora amorosa pero un día desapareció y el relato es a partir de que él es una persona casi mendigo que busca a una persona con una tremenda ilusión pero fuera de la realidad. Su afán es que alguien pudiera derrocar a ese príncipe tirano y que los planetas pudieran volver a ser otra vez adelantados, con tecnología. La historia última terminaba que a él lo secuestraban en una nave y lo llevaban directamente a Sargón, al mundo principal de toda la cadena de mundos, le ponían una inyección y ahí, Raeldan, dejó de contar qué pasó con el rol de Darien.
Interlocutor: ¿Ya estás incorporado?
Entidad: Es un gusto estar aquí nuevamente.
Interlocutor: El gusto es nuestro también.
Entidad: Recuerdo el rol de Darien abriendo los ojos, encontrándome en una habitación absolutamente blanca, recostado en un camastro. Visualizo una joven vestida también de blanco, como si fuera una enfermera. Veo que estoy esposado, con las piernas atadas al pie del camastro. Tengo una sonda que me está dando suero; ignoro de qué se trata. Me duele mucho la cabeza. Puedo mover la cabeza y veo que entran dos hombres vestidos absolutamente de negro: uno es civil con anteojos obscuros y el otro es militar, con un traje de rojo brillante. Me desatan, estoy con muy pocas fuerzas. El militar pega un grito y aparece un soldado joven, Me cogen entre los dos, uno de cada brazo, y me llevan. El civil le hace un gesto a la enfermera y la enfermera recoge el suero y se lo lleva. Apenas puedo balbucear porque tengo la boca pastosa, la lengua la siento como hinchada y no coordino bien los movimientos, por eso me cogen de los brazos. En ese momento veo que hay un recipiente y en el recipiente veo agua con espuma. No me tiran, me sujetan de los brazos y me acuestan en el recipiente con agua con espuma. La sensación es agradable, porque el agua está tibia casi caliente, pero muy agradable: huelo un aroma a jabón perfumado. Se acerca otra joven y esa joven es la que me higieniza. En un momento dado se me cruza por mi mente como que la joven es como las antiguas geishas japonesas pero no, se la ve muy impersonal, no se incomoda en higienizarme todo el cuerpo, no se incomoda para nada. En un momento dado coge una navaja y me alarmo, miro sus ojos y los veo absolutamente inexpresivos, me pone una crema en el rostro y me afeita. Me dejo hacer. Viene un joven de una edad que podría tener unos treinta años terrestres, de baja estatura, con un peinado brillante como que se hubiese puesto un gel brillante y unos bigotitos finitos y con una tijera me corta el cabello -todo eso en ese especie de habitáculo de agua, como si fuera un hidromasaje terrestre-, me visten y me perfuman. Luego aparecen de nuevo los militares. El que mandaba -que no sé su grado- y el soldado me llevan a otra habitación. Me sientan en una mesa y en la mesa hay manjares...
Interlocutor: O sea, hasta este momento te están tratando bien.
Entidad: Sí, no entiendo porqué lo de la inyección, será para que no me resista y trasladarme mansamente. En la mesa hay un manjar -no me dejan solo, se queda el soldado a bastante distancia de mí, creo que está armado-, y como. En el momento en que como, recién ahí me doy cuenta del hambre atroz que tenía. Pensé que era demasiado y no comí todo pero me comí dos platos y verdaderamente me sentí bien. En ese momento viene la enfermera del comienzo, la del suero, y me da un comprimido y un vaso con un líquido dulzón. No me resisto y lo tomo. Si me hubieran querido matar ya lo hubieran hecho. Me agarra un sopor y me duermo nuevamente. Cuando despierto estoy con deseos de hacer cosas, renovado, optimista...
Interlocutor: ¿Estabas suelto?
Entidad: Sí, absolutamente suelto pero en una habitación cerrada. No era la misma de antes, era una habitación donde había cuadros de naves espaciales, de batallas. Sentí primero una adrenalina que me corría por el cuerpo y luego sentí un odio tremendo hacia el príncipe, como que volví a recordar dónde estaba, y me puse muy mal de ánimo, hasta bajé la escala tonal. Aparece el soldado -el joven-, y me dice: -Venga conmigo. Le pregunto: -¿Qué hago aquí? ¿Para qué me trajeron? No me responde. Pasando la puerta estaba el militar de más rango. Me cogen de vuelta del brazo. Les digo: -Dejadme, puedo caminar perfectamente ahora. Me llevan a otra habitación que había una mesa larga, bastante larga y del otro lado un hombre muy mayor, calvo, también vestido de negro y en mi lado de la mesa tenía una infusión y unas masas dulces. Me hace un gesto como invitándome a comer -él también estaba comiendo-. Me doy vuelta y con extrañeza veo que el soldado y el militar de mayor rango no estaban. Me miro y veo que estoy absolutamente desatado, cierro mis puños y veo que tengo toda mi fuerza: al contrario, estoy mucho mejor que cuando estaba en aquel mundo, barbudo, sucio. Me encuentro con muchísima vitalidad, quizá como nunca había estado en mi vida. Y entonces miro al hombre y veo que es delgado, menudo. Él se anticipa y me dice: -Si piensas atacarme, puedes hacerlo perfectamente. No hay ninguna seguridad pero, ¿adónde te irías? Ni sabes en qué parte de Sargón estás. Primero como esas masas deliciosas, tomo un poco de infusión y le digo: -¿Me darás respuestas? -No es el tiempo, todavía, pero tú nos serás útil. -¿Útil? ¿A vosotros? Yo no tenía nada que perder. Entiendo que ellos ya habían estudiado mi vida antes de secuestrarme y le dije la verdad. -Yo no voy a denunciar a nadie. Aparte, no conozco a nadie de la resistencia pero mi anhelo es que Sargón vuelva a ser lo que era. El hombre me dijo: -¡Sargón es más que nunca! -¿Más que nunca? -le digo-, ¿con los planetas de la periferia muriéndose de hambre, con enfermedades, con ciudades destruidas por batallas? Tengo un ordenador holográfico y podía ver todas las visuales holográficas de los mundos destruidos, ¿y tú me dices que Sargón está mejor ahora? ¿A costa de qué? ¿A costa de cuántas muertes? -Era necesario, era necesario poner orden, un orden estelar. -Soy un estudioso de la historia -le dije-, y me acuerdo de la época de Obradín, de Ascardín. Me acuerdo que hubo paz durante siglos. ¿Qué pasó? ¿Qué cambió? -No cambió nada, simplemente que ya no era libertad, era libertinaje. -Disculpa -le digo-, pero he leído libros holográficos y no he visto libertinaje. El hombre con sus ojos penetrantes me mira y me dice: -¿Y los tributos? Cada planeta era independiente. ¿Y el respeto por Sargón? -¿En qué sentido respeto? -inquirí. Y me dijo: -Nosotros llevamos la prosperidad. Teníamos que tener un porcentaje de ganancias de cada mundo. -Pero, ¿por qué?, una federación de planetas es que cada planeta es independiente. -No -me respondió-, un primer ministro tiene que no ser ministro de un mundo sino de toda la federación de mundos; si no, iba a volver como pasó con Airan en aquella época, cuando Ferro se sublevó. -Pero eso no iba a pasar porque ya se aprendió la lección. Si cada mundo tiene para comer, si cada mundo tiene sanidad, educación, crecimiento, ¿por qué se iban a revelar? -Seguramente no se iban a revelar -me respondió-, pero tampoco pagaban el tributo a estar bien. -Pero, ¿por qué cobrarle a cada mundo? Si Sargón tiene sus propias riquezas, ¿por qué cobrarle? -Es imposible hacerte entender. Tendrás una profesora que te enseñará la verdadera historia y sé que no te escaparás. -Lo acepto. Debatiré, me creo con amplio de criterio -le dije-, pero me gustaría que vosotros también fuerais amplios de criterio y entendierais mi punto de vista. Pero no termino de entender algo: ¿para qué me necesitáis?, no soy nadie, era un mendigo. ¿En qué les puedo ser útil? Apenas sé manejar un arma. No sé nada, sé mucho de ordenadores pero no sé nada de nada de lo demás. No me escuchó. -¿Ya has comido? -Sí, he comido y he tomado la infusión. Ahora me darán otro comprimido para que vuelva a dormirme. -No. Ahora ven. Pasamos a una sala, bajamos una escalera. Había un salón grande con varios soldados practicando con armas tipo espada. Era como una especie de gimnasio de entrenamiento. -¿Qué hago yo aquí? Se acerca un hombre de piel obscura. -Él será tu entrenador. Se llama Afrén. -¿En qué me entrenará? -En todo: en lucha, en combate, en lucha con armas. -¿Por qué quiero aprender eso? -Es lo que vas a hacer. De no hacer eso te quedarás encerrado en tu habitación sin holovisor, sin holoordenadores, encerrado en cuatro paredes con un camastro y solamente comerás dos veces por día. ¿Quieres eso? No sé si seré listo pero sé que no soy tonto, y hacer ejercicio no me vendría mal. Lo único que le dije al hombre es: -Mi estado es deplorable, he comido, estoy alimentado, me siento con más energías pero jamás hice esto. -Nada se aprende de golpe. Aprenderás todas las artes. Afrén es no un excelente maestro, es el mejor maestro de Sargón. Y se retiró. El hombre me llevó a una esquina. Los soldados me miraban asombrados y yo los miraba y me digo "¡pero qué me miran!". Pensaba: "¿por qué me miran tanto?". El propio negro me miraba con respeto. "¡Quién soy, quién soy!". Obviamente que no practiqué con ninguna espada. Estuve días y días y semanas de las vuestras -digo de las vuestras porque la rotación de Sargón, la revolución alrededor de la estrella era totalmente distinta a lo que es en Sol III- y meses practicando. Llegué a ser un diestro luchador, seguramente no a la altura de Afrén, hasta que en un momento me dice: -Ya estás preparado. Me miraba mi cuerpo y me daba cuenta que mi musculatura era otra. Me sentía mucho más vital, más potente, levantaba pesos que me parecían imposibles. Quisiera verme en un espejo, quisiera ver mi aspecto pero en ninguna de las habitaciones había espejos; no podía verme y quería mirarme. Jamás me afeitaba, siempre me afeitaban y cada semana de las vuestras me cortaban el cabello. Hasta que, finalmente, aquel hombre mayor, delgadito, calvo, de negro me dijo: -Ya estás listo para la misión.
Interlocutor: ¡Ah! ¿Había una misión que recién en este momento lo sabías?
Entidad: Sí, sabía que tenía una misión pero no sabía cuál era la misión. -Has practicado mucho. -Lo admito, y me ha hecho muy bien. Les agradezco, me han tratado maravillosamente bien, hasta pensé en cambiar la forma de pensar de vosotros. -Y así tiene que ser. Has estudiado con una profesora historia. ¿Qué te ha parecido lo que te ha dicho? -Eso no me termina de convencer. Mi vida no me importa. A pesar de que me hayan tratado bien sigo pensando que el príncipe es despótico y que es una persona, ¿cómo diríamos?...
Interlocutor: ¿Repudiable?
Entidad: No sólo repudiable sino absolutamente egocéntrica que quiere acaparar el poder y no se da cuenta de que la vida física se termina. ¿Para qué queremos poder? ¿Para qué queremos acumular riquezas si una vez que morimos todo eso queda aquí, en Sargón? -Es que hay una misión y es necesario que la cumplas. No hay otro que la pueda hacer.
Interlocutor: Me da la impresión que nos vas a dejar en suspenso, como la vez pasada.
Entidad: No lo hago a propósito. En ese momento pensé: "Hace rato que en los holovisores no se ve al príncipe". -Vosotros, ¿no estaréis conspirando contra el príncipe? Si es así, me uno a la causa. Y en ese momento me sentí contento. O sea, que había alguien en Sargón que estaba conspirando contra el príncipe para derrocarlo. Pero no, -como decís vosotros en Sol III cuando te tiran un balde de agua fría y te vuelven a la realidad-. -No, nosotros apoyamos más que nunca al príncipe. -Entonces, ¿cuál es mi misión? Porque a mí no me interesa apoyar al príncipe. -Ven, vamos a pasar a la cámara real. -¿Conoceré al príncipe? -Sí. -O sea, ¿que el príncipe quiere conocerme a mí? -No, no. -Pero conoceré al príncipe. O sea, que hay un holovisor y me verá por un holovisor. Allí estaban otra vez como tiempo atrás el soldado y el militar jerárquico. ¿Qué me encontraría detrás de la puerta? ¡Qué me encontraría detrás de la puerta! Hasta todo momento.
Interlocutor: Hasta luego.
Sesión del 27-06-2012 Médium: Jorge Olguín Entidad: Raeldan
Después de prepararlo intensamente para una misión sus raptores deciden que ya es hora de que Darien conozca al despótico príncipe que sumió Sargón en la decadencia. Cuando le cuentan la misión resulta ser poco menos que increíble.
Entidad: Normalmente cada vida te da sorpresas y a mí me interesa sacarme de encima las incertidumbres, me incomodan las sorpresas. Pero si esa sorpresa va a develar una incertidumbre la acepto. No importa si al develar esa incertidumbre el resultado es negativo: me dolerá. Ya he pasado por situaciones de abandono, de pérdida, de manejos donde me he sentido como esclavo, como manipulado. He disfrutado poco de la vida, no he tenido tiempo de disfrutarla de la manera que yo quisiera.
Como Darien era un idealista. Amaba aquella época histórica donde Sargón estaba en su esplendor: la época de Ascardín, del ministro Obradín, la época de prosperidad… Hasta que todo cambió, todo cambió. El príncipe era más que tirano, era un ser insensible, un ser que tenía espías en todos los planetas de la Federación, una Federación sometida con planetas empobrecidos, una Federación absolutamente sometida a la nada.
Cuando menos lo esperaba me subieron a una nave y me encontré prisionero en el núcleo de Sargón. Estaba en el palacio real y pasaron varios de vuestros meses, donde me alimentaron, donde me instruyeron en el arte de la lucha, de la espada. Llegué a ser casi tan bueno como Afrén -mi instructor de piel oscura- que decían que era el mejor. Me sentía pleno, vital y quien estaba encargado de mí -un hombre mayor, bastante delgado, calvo- se acerca y me dice:
-¡Ya estás listo para la misión!
-¿Para qué misión?
-Has practicado mucho.
-Sí, de verdad, lo admito y me ha hecho muy bien. De verdad les agradezco, me han tratado maravillosamente bien. Y dije en chanza: Hasta pensé en cambiar a la forma de pensar de vosotros.
El hombre se tomó mi chanza en serio y entusiasmado me dijo:
-¡Y así tiene que ser! ¡Para eso has estudiado con una profesora de historia! ¿Acaso te ha parecido mal lo que te ha dicho?
-Lo que me dijo la profesora no me termina de convencer. En realidad no me importa nada de lo que penséis vosotros de mí. Sigo pensando que el príncipe es despótico y que es una persona repudiable, egocéntrica que acapara el poder, acapara el dinero. ¿Para qué? El día de mañana su vida física termina y, ¿dónde está lo lógico? ¿Por qué no ser feliz? ¿Por qué someter? ¿Para qué queremos poder? ¿Para qué queremos riquezas?
Quizás el hombre no me entendía. Me dijo:
-Es que hay una misión y es necesario que la cumplas. No hay otro que la pueda hacer.
Le miré al hombre a los ojos y le hice una pregunta:
-¿Dónde está el príncipe? No lo veo en los holovisores, no hay noticias de él. ¿Está en misión? ¿Está en una nave viajando a otro mundo sometiendo otros pueblos? O es al revés: ¿no estaréis conspirando contra el príncipe? Si es así me uno a la causa.
En ese momento me sentí como exultante. ¿No sería justamente una trama para derrocarlo?
-No, nosotros apoyamos más que nunca al príncipe.
Cerré los puños, negué con la cabeza y dije de mala manera:
-¿Y entonces cuál es la misión? Porque a mí no me interesa apoyar a un tirano, no me interesa para nada.
-Deja de hablar. Ven, acompáñame, vamos a pasar a la cámara real.
-Entonces, ¿está el príncipe?
No me respondió.
-¿Conoceré al príncipe? -Insistí-.
-Sí.
-O sea, ¿quién soy yo? ¿El príncipe quiere conocerme a mí? ¿Para qué?
-No, no...
-Espera, no entiendo. Conoceré al príncipe pero él no quiere conocerme a mí. Entiendo. Entonces hay un holovisor y me verá por el holovisor y yo lo veré a él.
Aparecieron el militar jerárquico y el soldado que siempre lo acompañaba. ¿Qué me encontraría detrás de la puerta?
En ese momento entré, miré y me sorprendí: allí estaba la imagen del príncipe. Le miré al hombre delgadito calvo, al militar, al soldado que lo acompañaba y miré de vuelta esta imagen.
-No entiendo. Esto es una broma.
-No, no es ninguna broma -me dijo el militar jerárquico.
Miré de vuelta la imagen que me reflejaba el espejo.
¡Pero éste soy yo! ¿Qué me habéis hecho? Me habéis trabajado el rostro cuando estaba inconsciente con las inyecciones.
-No te hemos hecho nada.
-¡Pero somos como gemelos! No entiendo.
-Es una larga historia.
Me acerqué al hombre delgadito, lo cogí de las solapas y le pregunté:
-¿Dónde está al príncipe?
No me respondió. Lo cogí de las solapas al militar jerárquico y lo zamarreé:
-¿Dónde está el príncipe?
El militar se quedó impávido. El soldado no intervino. En ese momento por otra puerta apareció un grupo de soldados y se cuadraron mostrando sus armas.
-¡Loa al príncipe!
El militar jerárquico les hizo un gesto con la mano que se retiraran. Volvieron a saludarme y se retiraron a paso redoblado.
-¡Me estáis haciendo pasar por el príncipe! ¿Qué pasó con el príncipe?
-¡Venid!
Fuimos a una sala más pequeña. Una joven nos sirvió una infusión caliente, nos sentamos el hombre delgado y el militar jerárquico pero el soldado estuvo de pie.
-¡Estoy esperando una respuesta! -dije imperativamente.
-El príncipe fue en una nave, la nave Atrox, y un planeta que estaba fuertemente armado con unos rebeldes dirigidos por un traidor -porque era un militar de su alteza- con un cañón de rayos destruyó la nave. No quedaron supervivientes. Se arrasó ese mundo pero los rebeldes ya no estaban.
Yo me encontraba pálido.
-¡O sea, que el príncipe murió! ¡Se acabó la tiranía!
-No, no se acabó la tiranía. El príncipe no murió: lo tengo aquí, a mi lado.
-O sea, ¿vosotros queréis que yo, Darien, haga el rol de su alteza? No pienso esclavizar a ningún planeta. Y no me podréis dominar ni tener como esclavo porque la única manera que tenéis de someterme es tenerme encerrado. Apenas me mostréis hablaré con un pelotón de soldados y les daré órdenes de que los fusilen.
-¿Tanto odias al príncipe? -me dijo el militar jerárquico.
-No lo conocí. Odio la esclavitud, la desigualdad, la indiferencia ante la pobreza. Odio que haya pocos ricos y muchos pobres. Odio que no haya fraternidad, que no haya libertad. Odio el desamor, el desamparo.
El hombre delgadito, calvo, inquirió:
-¿Y qué harías para cambiar eso si fueras el príncipe? Sabes que te tienen odio y piensan que si cambias las cosas de repente es porque tramarás algo.
-No sé cómo lo haría pero de a poco iría modificando, que vayan cambiando la imagen sobre mí. Pero ya que queréis que remplace al príncipe tratadme como tal. ¡Os ordeno que me digáis cuáles son vuestras expectativas!
El militar jerárquico dijo:
-Seguidme hasta las últimas consecuencias.
Entrecerré los ojos y les pregunté:
¿Vosotros apoyáis a cualquiera que se parezca al príncipe?
-¡No! -me respondieron los dos. El soldado no hablaba-. -No, muy pocas veces estábamos de acuerdo con el príncipe pero, ¿cómo podías rebelarte? Como tú dices, él con un gesto te mandaba fusilar. No había fuerza, no se puede confiar en nadie. De repente yo, como militar jerárquico, hablaba con un camarada y llegaba a hacer algún comentario en contra del príncipe y enseguida me hubiera denunciado, por más rango jerárquico que tengo. Sargón entero es una traición. ¡La cabeza es la única que puede cambiar todo!
-Esperad. ¿Vosotros estáis de acuerdo con mi manera de pensar y me lo decís recién ahora? ¿No hubiera sido más fácil decírmelo al comienzo?
-Las cosas son como deben ser.
Me quedé pensado. Los miré a los dos.
-¿La profesora de historia está al tanto?
-Sí, por supuesto. También el señor que te cortó el cabello, que te afeitó.
-Afrén, mi instructor, ¿está al tanto?
-Sí.
-Pero allí había soldados entrenando. ¿Qué saben ellos?
-Que has tenido un golpe muy grande, que has perdido parcialmente la memoria, que ahora tienes otro carácter más afable. Nadie te vio llegar. Los pocos que consumamos ese rapto de ese mundo donde estabas estamos de tu parte.
-Bien, lo primero que quiero es que reemplacen a Afrén, que Afrén sea mi guardaespaldas.
-Lo será aquí el soldado.
-¡No, quiero a Afrén! Y no cambiaré la forma de ser del príncipe: me mostraré distante, caprichoso, adoptaré su rol. Es la única manera de que todo salga bien. No me veréis afable, ni siquiera con vosotros. Y si en público os tengo que castigar os castigaré, y lo digo en serio. Y ahora, decidme: ¿por qué el parecido? ¿Por qué la semejanza?
El hombre delgadito me dijo:
-Su alteza, hubo una historia. Los reyes tuvieron dos hijos, la reina tuvo gemelos. Pero una mujer que decía que hacía profecías dijo que para que Sargón salga adelante había que matar a uno de los dos.
No le interrumpí y le hice señas de que siga hablando.
-Yo personalmente me llevé al bebé, a ti, y lo dejé al cuidado de un matrimonio, en un mundo y me desentendí por completo. Ni siquiera quise saber dónde estabas. Mi idea no era que mueras, tenía y sigo teniendo conciencia. Lo que pasó luego contigo no lo supe. Sé que a ese matrimonio lo asaltaron. Tú has quedado vagando en las calles. Cuando pasó esto del príncipe estuvimos mucho tiempo buscándote y decíamos que el príncipe estaba en misión, nadie nunca supo lo que pasó con esa nave.
-¡Pero entonces soy príncipe de verdad! ¿Qué pasó con mis padres? -el hombrecillo agachó la cabeza.
Lo miré fijamente al militar jerárquico:
-¿Qué pasó con mis padres?
-Cuando su hermano tenía 15 años los envenenó a los dos con un veneno potente pero que no dejaba huellas en el cuerpo. Pensaron que sería un ataque al corazón.
-Estáis bromeando. ¿Un ataque al corazón a los dos simultáneamente? ¡Nadie haría eso!
Nadie osó contradecir al joven príncipe.
-¿Por qué lo hizo?
-Seguramente porque sus padres se opondrían a sus caprichos. Aquellos que quisieron levantar la voz o que dudaron de que fuera una muerte natural fueron ejecutados. Nadie osó contradecir que fue un ataque cardíaco en ambos.
-¿Por qué el príncipe no me busco para matarme sabiendo que tenía un hermano?
-No lo sabía, nunca lo supo. ¡Seguro que te hubiera buscado para matarte!
-Así que ahora, yo, Darien soy príncipe y no soy un impostor. Me cuesta asumir esto, me cuesta. Quiero a Afrén, quiero salir con él fuera de palacio y luego entrenarme. Vigiladme si queréis, de lejos, por si dentro de la corte hubiera atentados. ¡Llamad a Afrén!
El soldado salió corriendo y vino enseguida mi instructor.
-¿Alteza?
-Sé que no puedes llamarme Darien porque puede haber holoescuchas. Yo también te trataré distante pero ante los demás. Vamos, tenemos mucho que hablar, mucho que programar y todavía tenéis mucho que enseñarme.
Y me marché con Afrén, a quien apreciaba mucho. La gran tarea ni siquiera había comenzado: transformar Sargón a lo que había sido en la época de Ascardín y su padre Obradín. ¡Menuda tarea tenía por delante con toda la resistencia odiándome! Porque ahora yo, ahora yo era el príncipe odiado. Gracias por escuchar.
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