Sesión del 23/09/2022
Sesión 23/09/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetan de Diego D.
La entidad comenta que en Gaela sentía terror a estar expuesto, a hablar con gente y a ser tenido como objetivo. Concertó una visita con un motivador de almas, el genetista y profesor Iruti.
Sesión en MP3 (4.248 KB)
Entidad: No es la primera vez que voy solo a una conferencia, pero sí es la primera vez que llego a Ciudad Central y una conferencia nada menos que del profesor Raúl Iruti. Me sorprendió porque el tema era sobre humanidad y sin embargo Iruti era uno de los mayores genetistas de Ran II.
Reconozco que me quedé con muy pocas frases porque si bien yo no estaba en el escenario, estaba en una butaca sentado y no en las primeras filas. Trataba de pasar desapercibido porque me invadía un miedo escénico, lo cual era irracional, ilógico, incoherente, es que me hundía dentro de mi propio asiento para pasar desapercibido. Irracional porque la gente no me prestaba atención, la gente estaba con la vista pegada en la persona que exponía, en el profesor Iruti, que en un momento decía:
-¿Qué es hablar de la humanidad, hablar de millones de personas? Puedo decir que conozco cómo pueden actuar millones de personas a cómo actúa una sola. Pero si tengo que decir la verdad estoy generalizando, es como si de repente pusiera una tina sobre una superficie que se mueve y dentro de la tina, agua. El movimiento va a formar un leve oleaje hacia aquí, hacia allá, de nuevo hacia aquí, otra vez hacia allá.
Pero el agua es una substancia. La humanidad que se comporta de la misma manera, hacia aquí, hacia allá es un conjunto de seres vivientes.
Pero la diferencia es que si yo analizo cada molécula de la substancia líquida voy a saber que reaccionan todas al movimiento, más si analizo cada persona de toda esa gran masa me voy a dar cuenta de que no van exactamente al mismo ritmo. Y si profundizo más me doy cuenta de que no hay homogeneidad sino que veo un grupo heterogéneo que cuanto mayor es más homogéneo parece.
Distinto es si analizara persona por persona; ¿qué le impulsa a ir hacia tal lado, va a ver a su familia, viaja a un trabajo, se encuentra con amistades, con una relación afectiva o se está alejando de algo, de alguien o está huyendo? Esa es la humanidad.
Tratada de desglosar las palabras del profesor Iruti y me quedé con muy poco porque es como que me invadía un miedo a que me observaran a mí, lo cual, insisto, era un miedo incoherente porque cada espectador estaba pendiente de lo que hablaba el profesor, nadie se fijaba en mí.
Pero por otro lado sentía como una enorme angustia, una enorme angustia porque que nadie se fijara en mí traía más muescas en mi alma.
Recuerdo que terminó la conferencia y la gente salía al gran pasillo. Todos habían comprado libros y el profesor en un escritorio los firmaba.
Me choqué sin querer con una persona y me detuvo.
-¡Diego, Diego Gelar, eres tú? -Lo miré, lo reconocí. Había estudiado conmigo.
-Hola, Ernesto, ¿cómo estás? Ernesto Nicanor.
-Correcto, te acuerdas.
-Sí, me sorprende que tú te acuerdes de mí.
-Diego Gelar, ¿cómo no me voy a acordar de ti?
-Es que no teníamos mucho trato en aquella época -le respondí.
-Recuerdo que eras muy buen alumno, Diego. ¿Has venido a ver al profesor Iruti? -La pregunta era obvia, por algo estaba allí.
-Sí, sí, vine a ver, más que nada, porque un profesor de genética hablaba sobre humanidad.
-¡Ah!, ¿no sabes? -Fruncí el ceño.
-No entiendo. ¿Cómo?, ¿qué debo saber?
-El profesor Iruti, aparte de ser un gran genetista, es un motivador espiritual.
-¿Qué significa?
-O sea, tú tienes determinado problema y puedes pedir una consulta.
-¿Pero cómo?
-Fíjate en los carteles, tienes sus números de holoteléfono.
-Vaya. -Cogí mi holomóvil y le saqué una foto al cartel-. Es que no sé si llamarlo, yo estoy bien -le comenté a Ernesto.
Ernesto me tomó del hombro:
-Querido excompañero de estudios, ¡je, je!, todos estamos bien de alguna manera, pero todos tenemos algo que resolver. ¿Tú no? -No le respondí.
Le pregunté:
-¿Tú sí?
-¡Je, je! Por supuesto, Diego.
-Pero te veo bien.
-¡Ah, sí! Pero todos escondemos cosas. -Fruncí el gesto.
-No me gusta la palabra esa, "Esconder cosas".
-Es una expresión, Diego.
-Bueno, me espera mi esposa. -Me dio un abrazo fuerte y me dejó como duro, no esperaba tal expresión de afecto, no estaba acostumbrado.
-Que te vaya bien.
-Igualmente, Ernesto.
Recuerdo que llegué a mi apartamento y me preparé algo para tomar, aún era temprano.
Pasó el tiempo y marqué el número.
-Hola, buenas tardes. Quisiera pedir un turno con el profesor Iruti.
-Un gusto. Dime tu nombre, por favor. -Me quedé congelado.
-¿Es usted el profesor?
-Sí, correcto.
-No me imaginé que iba atender usted personalmente. Mi nombre es Diego Gelar, y me gustaría tener una consulta.
-¿Te parece bien pasado mañana a las dieciocho horas?, te paso mi dirección por el holomóvil.
-Sí, sí, dieciocho horas. Está perfecto profesor. Gracias.
Me sentí como con un tremendo pánico, de repente me sorprendió que me atendiera. Me imaginé que tendría diez secretarias y que no tendría turno para dentro de treinta días. He conocido terapeutas así, la mayoría atestados de trabajo. Y a un profesor que lo habían visto tres mil personas en el auditorio y de repente lo llamo y me atiende en persona.
Hasta que llegó la hora de la cita. Esos dos días estuve incómodo, estuve tentado una, dos, tres, diez veces en llamar y posponer o directamente suspender la cita. Pero no sé si era mi curiosidad, mis ansias de saber cómo atendía o si iba a solucionar algo de lo mío.
Tomé un holotaxi y me dejó en la dirección exacta. Presioné el pulsador y la puerta se abrió. Cogí un elevador, llegué al piso y toqué otro pulsador. Se abrió la puerta. Me intimidé: el propio profesor Iruti.
-Tú eres Diego Gelar.
-Sí, correcto.
-Adelante, ponte cómodo. Estoy tomando un té tibio, ¿quieres tomar un té? -Tenía ganas, pero me parecía demasiado, como que hubiera sido un exceso de confianza de mi parte. No dije ni sí ni no, pero por mi gesto era como que me estaba negando. El profesor hizo caso omiso-: Ya te lo traigo.
No era un sillón, era una silla cómoda, mullida. Una pequeña mesita, y puso mi té frente al suyo.
-Coméntame qué te trae aquí.
-Estuve en su conferencia y me encontré con un viejo compañero, Ernesto Nicanor, y me dijo que usted atendía, y que era un motivador de almas.
-Correcto.
-Yo mismo me preguntaba, profesor, ¿por qué un afamado genetista trabaja de esto, de motivador?
Sonrió y me respondió:
-Porque me gusta. Te habrás preguntado por qué te atendí yo, te habrás preguntado dónde están todas mis secretarias. -Me sorprendió. Y digo lo único que falta que me lea el pensamiento. Pero asentí con la cabeza. Dijo-: No, no atiendo a tanta gente. Tú pensarás que me vienen a ver tantos y daré citas para dentro de seis meses. No, no. Trato de disfrutar, y si bien mi trabajo lo amo, tampoco me excedo en llenar mi agenda, ¡je, je! -Tenía carisma, sonreía agradablemente, no con gesto de burla como veo en algunos y que me hace tan mal.
Le dije que tenía distintos complejos.
-¿En qué sentido? Cuéntame, César, cuéntame. -Me sorprendió.
-¿Cómo sabe mi segundo nombre? Todos me conocen por Diego Gelar.
-Cuando me llamas por tu holomóvil, yo tengo el holomóvil conectado con la central y muy rara vez me sale un llamado anónimo. -Fruncí el ceño.
-¿Entonces?
-Entonces cuando llegó tu llamado directamente decía: "Llamada de Diego Cesar Gelar".
-¡Vaya, je, je! Pensé que había mandado un investigador para saber quién era yo.
-¡Oh, no! No no no; no te imagines cosas. Es muy sencillo, muéstrame tu holomóvil. -Lo saqué-. Mira, aquí tienes la parte donde dice funciones, lo conectas directamente con la central y automáticamente la central te da las opciones y puedes saber quién te está llamando. Hay personas que por timidez directamente tienen móviles anónimos; generalmente esos no los atiendo, sin embargo tú estás anotado.
-Sí, tuve una relación de pareja que me codificó el móvil.
-Bien, estale agradecido entonces.
-Pero prefiero que me diga por mi primer nombre, Diego.
-Está bien. Cuéntame entonces.
-Recuerdo que este compañero que hacía tanto tiempo que no veía me lo encontré en el pasillo del auditorio y me dijo que todos estamos bien, pero a su vez todos tenemos problemas. Eso me sonó muy generalizado.
El profesor me dijo:
-Entonces tú tienes problemas, pero no estás bien.
-No, no estoy bien, es como que he sufrido desde hace mucho tiempo abandonos y traiciones. Reconozco que yo también a veces tuve malas reacciones debido a experiencias negativas, es como que mis emociones me pueden.
El profesor me respondió:
-Entiendo que las emociones nos pueden a todos.
-Claro, pero no puedo dominar mis impulsos.
-Ese es el tema, ese es el tema. Y te lo voy a explicar de una manera muy sencilla, estimado Diego. Todos los seres humanos tenemos emociones que forman parte de nosotros, y las emociones no las podemos controlar, pero están en nosotros, no salen de nosotros. Y peor es cuando tenemos emociones negativas, son las que más tenemos que amarrar a nuestro ser. Cuando no las podemos amarrar y salen de nosotros dejan de ser emociones para transformarse en impulsos negativos.
-A eso me refiero -le conté al profesor Iruti-. Soy una persona que no puede controlar sus impulsos, a veces es que actúo de manera acalorada, discuto, pero por momentos es como que busco cobijo, busco un lugar de confort, no me atrevo a enfrentar el salir de ese lugar de confort, es como que me encierro en un cascarón porque siento que fuera de ese cascarón voy a ser lastimado.
-¿Y lo has sido?
-Y por supuesto que sí, lo he sido. Además, no pasa solamente por no atreverme a salir de ese lugar de confort porque sí. Es por miedo. Miedo a enfrentar lo que no conozco, miedo a enfrentar nuevos proyectos, miedo a que la nueva gente que conozca no me acepte, miedo a la soledad. Miedo a la soledad, principalmente.
-¿Y con quién vives?
-Tengo familia...
-¿Te llevas bien?
-¡Je, je! Soy de hablar poco, lo justo, lo necesario. Y a veces cuando me contradicen es como que me pongo muy acalorado, pero evito discutir porque tengo temor a un futuro en soledad.
Hablamos mucho con el profesor Raúl Iruti, me dio muchas orientaciones.
Me dijo:
-Principalmente tú tienes miedo al conocer gente porque buscas la aprobación de los demás. -Me encogí de hombros.
-Sí, seguramente. -Terminé de tomar el té, que estaba bastante sabroso.
El profesor me miró a los ojos y dice:
-Mira a tu izquierda. -Había una enorme pared con un gran espejo, estaba la imagen de los dos-. No no no, no me mires a mí, mírate a ti. ¿Qué ves?
-¡Je! Mi persona.
-Bueno. Mira bien tu imagen.
-La veo.
-Bien. -Me señaló a través del espejo-. Esa persona, ¿cómo se llama?
-¡Usted lo sabe!
-No no no, respóndete a ti mismo. ¿Cómo se llama esa persona?
-Diego César Gelar.
-Bien. Esa es la persona que te tiene que aceptar. ¿Tú te aceptas a ti mismo?
-Entendí. No, no me acepto, no me apruebo del todo. En mi mente siento los abandonos que he sufrido, tengo una relación afectiva, la cual tampoco es muy trasparente no sé si por mí o por ella. Y me cuesta confrontar.
-Eso también tiene que ver, Diego, con buscar la aprobación de los demás. Una vez que tú entiendas que la aprobación principal es la tuya, para contigo mismo, todo lo demás te será más fácil.
Conversamos poco más de una hora. Le dije:
-Le giraré los créditos de la consulta por el holomóvil. ¿Pero podría verlo la próxima semana?
-Desde ya que sí, estimado Diego, desde ya que sí.
Me estrechó la mano, una mano fuerte, pero no es que apretaba demasiado, firme, y sonreía con carisma. Como dije antes, no veía esa burla sórdida que veía en algunos compañeros, en algunos conocidos, esa mirada de desprecio que veía en algunos creyéndose superiores. Y este hombre que tenía frente a mí, que había juntado miles de personas en un auditorio, lo veía tan sencillo, tan humilde...
Bajé con el ascensor. Y me sentía un poco descargado, desahogado, pero me faltaba tanto todavía para soltar... Mi trabajo era un trabajo a conciencia. Tenía mucho por hacer, mucho para trabajar con mi propio ser. Mucho, muchísimo.
|