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Psicoauditación - Diego M.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 14/09/2015
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Diego M.

Quedó con complejos y engramas de desamparo e incomprensión porque de joven fue dejado de lado por su familia. Era ignorado por ellos porque no podía con el trabajo duro de pescador. Él deseaba otro tipo de vida más libre, le gustaba la música. Al cabo de mucho tiempo de vagar encontró un alma gemela, culta, con la que pudo rehacerse y ser feliz.

Sesión en MP3 (1.656 KB)

 

Entidad: Tuve una vida en la Germania, en lo que hoy se conoce como Alemania. Nací en un poblado, en una aldea pequeña llamada Rostock, a orillas del mar Báltico cerca de Flensburgo, una pequeña aldea al límite entre Dinamarca y Alemania. No puedo negar que fui feliz porque lo fui, sin embargo odiaba la tarea de pescador, me gustaban la literatura, la música, el poder salir adelante. Veía otros trovadores, iban de poblado en poblado quizá no ganando mucho dinero pero tenían algo que no se podía comprar, la libertad.

 

Éramos seis hermanos, todos trabajábamos con padre. El invierno -junio, julio y agosto era soportable a pesar de estar bien al norte-, pero diciembre, enero, febrero sentía el frío en los huesos absolutamente, absolutamente. Quizá mi cuerpo delgado hacía el frío de fin de año insoportable. Pero me acarreó lo que hoy llamaríais complejo de culpa porque ninguno de mis hermanos se quejaba, el tío Hans, el tío Prodan, el propio padre.

Recuerdo que una tarde padre me preguntó:

-¿Qué haces de tu vida, Kurt?

-Le respondí:

-Padre, yo os amo, trato de ayudar en lo que pueda pero...

-Eres torpe.

-No soy torpe.

 

Tenía un pequeño instrumento un poco más chico que la guitarra actual, mis dedos ni se veían prácticamente, casi como las alas de un colibrí sobre las cuerdas. Pero a veces, de las heridas de la mano, de las tremendas sogas para levantar las redes... Ninguno de mis hermanos tenía heridas, las callosidades impedían que sus manos se dañaran. Pero obviamente tenía engramas de vulnerabilidad, como que mi cuerpo era débil y en realidad no era así, era lo que me transmitían, nadie me consolaba. Mis hermanos me ignoraban, no me trataban de tonto ni de incapaz, nada, directamente me ignoraban y padre me miraba con una mezcla de resentimiento, de odio, de lástima. Yo no precisaba la lástima de nadie.

 

Cuando cumplí veinte y dos años ya tenía dinero conmigo. Madre hacía seis meses que había fallecido, quizá era mí único lazo que me ataba a Rostock. Me marché a Schering. Allí intenté trabajar de trovador los fines de semana en las plazas del poblado pero tuve otro inconveniente, ya había números, equilibristas, malabaristas, payasos, gente que interpretaba teatro mal pero para la gente de la aldea estaba bien y yo les estorbaba, les quitaba lugar, les quitaba espacio, les quitaba su dinero.

Marché bastante, bastante al sureste cruzando el rio Elba. Me alojé en Postdam, a horas de lo que hoy es Berlín. Allí trabajamos bastante el campo, no tenían tiempo para la diversión, los aldeanos eran más bien aburridos. Intenté un fin de semana tocar alguna música y cantar, la gente pasaba indiferente. Algunos me miraban como si fuera, hoy se diría un bicho raro, pero persistí. A la semana siguiente se juntaron cuatro o cinco personas, dejé un pequeño gorro, me tiraron unas monedas. Apenas si me compensó dos días de la semana de alimento. Persistí, persistí. Me encontré con un señor Hans Gurdov, con unas gafas extrañas para la época, estamos hablando de casi tres siglos atrás.

Me dijo:

-Creo en ti pero tienes que actuar, no solamente cantar.

Un hombre adinerado, viudo, sin hijos.

Dice:

-No sé si eres bueno o no pero en los últimos años que me quedan, porque no tengo la vida comprada, quiero entretenerme.

 

Montó una sala con bancos, puso anuncios y en quince días en la sala había más de cien personas. No me mezquinó, me dio el 50% de las ganancias, él no precisaba la plata, el otro 50% para cubrir gastos. La sala bastante, bastante iluminada, un farol con vela cada metro cuidando de al terminar la función apagar todo para que no se incendien las cortinas. En tres años era conocido en Lesti, en la propia Berlín, en Hale, en Gera, en Chemnitz.

El señor Hans falleció cuando yo tenía treinta años. No sé si fue una sorpresa o no pero no tenía familia, heredé de todo, seguramente tarde para la época.

Había varones de treinta años que ya estaban casados, con hijos de diez años. Yo recién había conocido a Helga y a los seis meses nos casamos. Helga era trabajadora, también le gustaba la música, tocaba algo parecido a la mandolina actual italiana y vivimos felices, Dios no quiso que me diera hijos. Vivimos amándonos siendo marido y mujer, amantes, socios, queriendo la música como parte de nosotros. Era instruida, conocía de literatura, de historia.

Y a pesar de ser feliz viví hasta los cincuenta y nueve años, hoy parece poco pero para la expectativa de vida de esa época fue bastante. Nuestra herencia la dejamos mediante un notario para que esa sala que luego se transformó en teatro prospere, se hagan obras. Entiendo que hasta el día de hoy fue refaccionada cien veces pero continúa en pleno siglo XXI.

 

Pero a pesar de ser feliz me quedaron tantos engramas, engramas de incomprensión, engramas de desamparo... Porque hay una cosa que debéis saber, en tu niñez y en tu adolescencia, lo que te marca, aunque luego vivas cincuenta años de felicidad, nunca te olvidas de eso, nunca. Parece tonto, inverosímil, incoherente, pensadlo de la manera que queráis pero es así. Algo que te marcó de pequeño o de adolescente, algo que no hiciste, algo que querrías haber hecho, un amor, un trabajo, un estudio, lo que fuera, después lo compensas mil veces con creces pero no te olvidas de aquello nunca. Es ilógico pero es así, y el engrama te carcome por dentro, te carcome y te sientes como debilitado. Sé que no es razonable, sé que no debe ser así, sé que los roles del ego trabajan pero como dicen algunos Maestros de Luz, el ego somos nosotros mismos, nosotros tenemos la voluntad para mejorar, para cambiar, para modificar y reitero lo que dice un gran Maestro de Luz: "No precisamos la aprobación de nadie porque todos somos importantes".

 

Gracias por escucharme. Y un abrazo muy grande, conceptual a mi 10%, Diego.