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Psicoauditación - Edgar Martinez - Saga de Aranet

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 07/02/2020

Sesión del 21/04/2020

 


 

Sesión 07/02/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar (Ador-El)

Sesión en MP3 (1.925 KB)

 

Entidad: Estoy aquí comunicado con vosotros. Mi nombre es Ador-El. Voy a relatar una vivencia muy lejana en un mundo que vive en una eterna edad antigua orbitando una estrella gigante llamada Aldebarán. Umbro es el cuarto planeta, por lo que vosotros lo conocéis como Aldebarán IV.

 

Mi nombre era Aranet, había nacido en Krakoa. A Krakoa podíais denominarla parte del continente, del continente antiguo, unida al sur por un muy largo brazo de tierra que se formaba en el verano del hemisferio austral debido a la bajante. Cuando el clima cambiaba y venían los fríos en el sur, la marea tapaba parte del brazo y a veces casi todo el brazo de tierra haciendo que Krakoa fuera directamente una isla.

 

De pequeño soñaba con grandes aventuras. Me había adaptado a sobrevivir, no puedo decir acostumbrado porque acostumbrarse es declinar la forma de vida en pos de las circunstancias, no. Yo no me había acostumbrado, me había adaptado a las circunstancias.

 

Me había criado en una aldea que había sido saqueada varias veces.

Siendo muy pequeño mi familia había sido asesinada. Recuerdo que me llevaron, fui criado por guerreros, curtido por el frío de las noches, acostumbrado a las bestias de los bosques. Si bien los guerreros me criaban, no es que me tuvieran en consideración porque era un crío, a veces sobrevivía comiendo lo que hubiera, a veces sobras que dejaban otros guerreros.

 

Los ejemplos que tuve no es que fueron muy gratos, tampoco me acostumbraba a esos ejemplos. Había tribus de guerreros que raptaban niñas de otros poblados para hacerlas esclavas sexuales, o niños para ser esclavos o pajes de otros guerreros.

En determinado momento me fui de esa horda de guerreros, ya estaba un poco más crecido. Usé todos mis recursos de supervivencia para no ser encontrado sobreviviendo como podía, fortaleciendo mi cuerpo, teniendo cada vez más astucia, buscando la estrategia, la táctica para sobrevivir en la selva. Uno de los guerreros tenía un pequeño felino con dos incipientes cuernos, decían que era un bagueón. El bagueón adulto era una mole de un peso cuatro o cinco veces el de los hoyumans, equinos muy similares a los caballos de Sol III. Mi fantasía, porque por ahora era una fantasía, era tener una mascota pequeña, un bagueón para que cuando éste creciera usarlo como montura. Hasta ya tenía el nombre para ponerle, Koreón. Pero por ahora era un sueño que el día de mañana haría realidad.

 

Visité otras tribus donde también había jóvenes. Había aprendido a usar la espada, el hacha, el mangual, disparaba también con arco y flechas. Mi cuerpo se fue fortaleciendo a medida que fui adolescente. Había torneos amistosos de combate. En el primero se burlaban porque me había inscrito en ellos teniendo una edad equivalente a los vuestros catorce años. Así y todo salí tercero.

Nunca más perdí. En los siguientes torneos era imposible que perdiera un combate con o sin armas, mi cuerpo era el de un robusto gigante, medía aproximadamente dos de vuestros metros y pesaba el equivalente a ciento diez kilos terrestres. Y lo más importante, tenía cierta afinidad con todas las bestias, como que los animales me respetaban porque yo los respetaba.

 

Pasaron las rotaciones, los distintos amaneceres. Cuando tenía el equivalente a los dieciocho de vuestros años partí de la isla atravesando el brazo, pero ya no hacía tanto calor, el brazo se cortaba a la mitad del océano. Improvisé una balsa, estuve muchos amaneceres en el mar con una pequeña reserva de agua y alimento hasta que llegué a la otra parte del brazo.

Había otros hombres marchando, les pregunté cómo habían cruzado, habían cruzado hacía veinte amaneceres pero estaba exhaustos sin agua. Les conté que yo había cruzado recién, que había improvisado una balsa. Caminé con ellos.

-Apenas salgamos del brazo habrá un bosque y seguramente arroyos.

 

Conversé con uno de los hombres que iba en el grupo, se llamaba Gualterio. Me comentó su drama.

Le digo:

-Lo que tú comentas nos pasó a casi a todos, pérdidas, asaltos.

Me dijo Gualterio que en el caso de él era distinto porque las tropas que habían venido a saquear su aldea no era de Krakoa, por su ropa, su vestimenta, su acento. Me extrañó que hubiera guerreros de otros lados que vinieran a Krakoa.

Antes de llegar a la parte sólida del continente sur había una mujer cargando un crío. Me acerqué a ella, despidiéndome por ahora de Gualterio.

Le dije a la mujer:

¿Has cruzado con estos guerreros? -asintió con la cabeza y dijo:

-Pero nadie se hace responsable por mí.

-Mujer, viajas con un crío, cada uno está con una expectativa distinta, obvio que no se van a hacer cargo. -Vi que tenía una pequeña cantimplora que cada tanto la sacaba de entre sus ropas y le daba de beber a la criatura-. Mujer, guárdala con sigilo, si te la ven los guerreros te la van a quitar.

-¿Y tú por qué no?

-Mujer -le respondí-, todos fuimos críos, él necesita más agua que nosotros, y obviamente también alimentos.

 

La protegí hasta que llegamos a la parte del continente. Y sí, había bosques y arroyos. Cazaron dos herbívoros. Yo, por mi parte cacé un herbívoro grande que compartí con la mujer y el crío. Ramona me agradeció.

 

A lo lejos se veía una aldea que parecía pacífica.

-Te recomiendo, mujer, que vayas con tu crío para allí, más no podemos hacer. -Me besó las manos-. ¡Qué haces mujer!, no hace falta. Lleva parte de esta carne seca cosida en tu alforja.

-No tengo metales para darte.

 

Los metales eran de tres tipos: cobreados, de menor valor, plateados y dorados los de mayor valor, similares a vuestras monedas de Sol III. Pero bueno, interpreto que por más mal que estuviese en la aldea Ramona estaría más protegida con su crío que en el medio del bosque.

 

Había perdido de vista a los hombres que habían seguido su ruta y marché rumbo al norte. Y allí comenzaba mi aventura, la aventura de Aranet, el guerrero de Umbro.

 

Gracias. Gracias por escucharme.

 


Sesión 21/04/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Edgar (Ador-El)

Sesión en MP3 (2.052 KB)

 

Entidad: A veces me da la impresión como que nuestra vida tiene varias vertientes, y aquellos que somos compañeros de aventura, por distintas razones, por circunstancias ajenas a nuestra voluntad terminamos provisoria o definitivamente separándonos. Tomamos distintos senderos, abrevamos distintos conocimientos, tenemos diferentes experiencias. Pero pareciera que aquel que está más allá de las estrellas tejiera los hilos y a alguno de nosotros nos terminara juntando. Mi nombre era Aranet.

 

Había quedado solo, durmiendo en el primer piso de una posada. La mayoría de mis compañeros no estaban, alguno habría conocido a alguna mujer y habría marchado, otro le habría llamado la atención algún suceso. Monté mi hoyuman y fui para el norte. Nunca dejaba mi espada y siempre por las mañanas, donde nadie me viera, practicaba con ella.

 

Recuerdo que al tercer amanecer de haber dejado la posada se me habían acabado los víveres, tenía mi alforja vacía. En ese momento tres hombres me cortan el paso, bajan de su cabalgadura espadas en mano. Bajo de mi hoyuman y lo aparto, también espada en mano.

-¿Qué queréis?

-Todo lo que tengáis. Por último vuestra vida.

-¿Por qué matarme? No es mucho lo que tengo pero podéis tomarlo.

-No, ¿para que luego nos busquéis?

Y dije:

-Entonces lo lamento por vosotros. -Largaron una carcajada, una mueca burlona vi en su rostro, en cada uno de ellos. Me atacaron. Apenas les di tiempo, a dos de ellos tuve que matarlos porque eran ellos o yo. Al tercero lo herí en el hombro derecho, soltó su espada-. Puedes marcharte -le dije. Estaba reactivo, enfurecido, no reaccionaba. Cogió la espada con su mano izquierda, me atacó. Le hundí mi espada en su pecho. En décimas de segundo pensaba en cortarle la mano pero dejarlo inútil no tenía sentido.

 

Mi conciencia estaba tranquila, yo no había provocado el pleito. Me fijé en la alforja de ellos, tenían bastantes metales cobreados, plateados y dorados. Los cogí y los puse en mi alforja, y había también algunos alimentos. Cogí las riendas de los tres hoyumans y los dejé en el corral del poblado más cercano.

Le tiré una moneda plateada y le dije:

-Deles de comer, cuídelos y quédeselos, nadie los va a venir a reclamar. -El hombre me miraba con los ojos asombrados porque seguramente reconoció los dueños de los tres hoyumans, pero no dijo nada. Le dejé también mi cabalgadura y le dije que la alimentara y le diera de beber.

 

Cargué mi alforja y me fui a la posada, me pedí un guisado y una bebida espumante. Había cogido como una especie de pereza. Era lógico, tanto cabalgar, la lucha...

En ese momento entró una imponente figura:

-¿Quién es el que mató a mis hermanos? -Todos se apartaron.

El posadero me dijo:

-Fuiste tú forastero. Es Erikson, es gigante, es invencible. -¡Ah! Estaba con pereza, verdaderamente no tenía ganas de luchar.

Le dije:

-Fui yo.

-Te espero afuera. -Salí.

Le dije:

-Te llamas Erikson, yo soy Aranet. -Le conté todo lo que sucedió, le dije que era inevitable el haber conservado la vida de ellos, que no buscaba pleitos. Se afligió, me llevaba media cabeza de alto el gigante y se afligió.

-Sabía que andaban en algo turbio. Decían que trabajaban en un pequeño campo pero veía sus manos sin callos, no eran manos de labranza. De todas manera es mi honor, debo vengarlos.

-No tienes por qué hacer eso.

-¿Tienes miedo, forastero?

-No, no quiero lastimar a nadie más. -Vi su rostro que estaba pálido, pero de enojo, como pensando que yo menospreciaba sus dotes de lucha. Me adelanté y le dije-: No, te respeto como contrincante, pero no quiero más batallas.

Me dijo:

-Lo lamento, no puedo hacer otra cosa, tengo cierta fama en el pueblo. -Me envistió con su espada, más pesada que la mía. Lo esquivé, le hice un tajo en la espalda. Volvió a envestirme, lo esquivé, le hice un tajo en la parte de atrás del muslo izquierdo, rengueaba.

-Ya está, Erikson, es suficiente.

-Es mi honor, en este pueblo me respetan.

-¿Quieres salvar tu vida? Haz que me tumbas, te dejo hacer eso. Pero no pienses que una vez caído podrás hacer algo contra mí, te puedo asegurar que puedo matarte aún en el piso. -Asintió con la cabeza. Esquivé su mandoble con la espada y permití que me golpeara con el codo y caí al piso. Intentó (supongo que simular) apoyar su espada en mi pecho y con mi espada la corrí apoyando la espada en la tierra.

Gritó:

-¿Te rindes, extranjero?

-Sí, me rindo -grité en voz alta.

-Puedes marcharte, te perdono.

 

Caminé como si estuviera maltrecho. Otra vez a la posada terminé mi guisado y mi bebida espumante.

El posadero me dijo:

-Estaría de buen humor hoy, Erikson, que no te ha matado.

Y le respondí:

-Sí, le agradezco a aquel que está más allá de las estrellas. -Fui hasta el corral, Erikson ya estaba allí. Le señalé las cabalgaduras, las tomó de las riendas y se las llevó. Me hizo un gesto de saludo.

Le dije:

-Ve a curarte las heridas. -Sin que nadie escuche.

 

Cogí mi montura y marché. Estuve más amaneceres, muchos más amaneceres, pero parece que el destino se ensañara conmigo porque en un recodo del camino aparecieron tres soldados muy bien vestidos, parecían parte de una ejército de algún noble señor. No intenté tomar mi espada, atrás había más soldados.

-¿De dónde vienes?

Le digo:

-Vengo de Krakoa, muy muy al sur.

-Porque se ha corrido el rumor de que han asaltado y matado gente en el camino. -Me llevaron con ellos. Me desarmaron, vieron que en mi mochila llevaba metales dorados, plateados, cobreados. Me ataron las muñecas a la espalda y dijeron "El rey se va a poner contento, atrapamos al asesino".

Un mundo hostil, un futuro muy incierto. A lo lejos se divisaba un palacio donde me esperaría una horca o el hacha de un verdugo. O vaya a saber qué.

 

No había manera de que escapara. Era muy bueno con la espada pero estaba atado, maniatado y aunque hubiera estado suelto no hubiera podido contra todos. Seguramente sería mi fin, salvo que el Señor, más allá de las estrellas, tuviera algo nuevo para mí. Pero la esperanza en este momento era más pequeña que un insecto, casi nula. Y si bien nunca me entregaba a mi destino, hoy, honestamente, no veía otra salida, como si a la vida de Aranet le quedaban menos de un amanecer de vida.