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Psicoauditación - Eduardo M. |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 10/10/2023 Gaela, Carlo Sadía Sesión del 11/12/2023 Gaela, Carlo Sadía Sesión del 04/01/2024 Gaela, Carlo Sadía Sesión del 06/02/2024 Gaela, Carlo Sadía Sesión del 15/05/2024 Gaela, Carlo Sadía Sesión 10/10/2023 La entidad relata una vida en en Gaela, que venía de familia humilde, le costaba relacionarse, trataba de buscar la aprobación de los demás. Se encontró con un joven muy amable, muy dado, hablaron interesantemente. Quedaron para verse de nuevo.
Entidad: Primero voy a aclarar qué es un engrama. Un engrama es un implante inconsciente tan fuerte que queda grabado en nuestro ADN. Cuando desencarnamos, obviamente no hay más ADN, no hay más unidad biológica, lo que hay es una entidad suprafísica, pero esa entidad suprafísica se lleva consigo el engrama en su núcleo conceptual. Cuando esa entidad vuelve a encarnar en otro rol, para que se entienda, hereda ese engrama condicionante en su ADN.
Ha pasado personas que en vidas anteriores se han ahogado y que en esta vida no han tenido ningún problema con el mar, en un rio o en una pileta olímpica y sin embargo es como que tienen pánico. ¿Por qué? Bueno, un psicólogo no va a saber el por qué, pero canalizando a la entidad se sabe el por qué. Porque heredó el engrama de esa vida y si ese engrama no se revierte integrándolo o directamente eliminándolo, en las distintas vidas va a seguir. Aclaro, hay engramas que son muy fuertes que con una sesión se debilitan, no se terminan de sacar, distintos engramas condicionamientos de lo que fuera, si a eso le sumamos los roles del ego, que son inherentes a la unidad biológica pero que por suerte se pueden integrar, condicionan tanto que hasta toman el timón de nuestra vida. Hasta qué punto nos condicionan.
Mi primera encarnación, y no es la primera vez que encarno, fue hace cien mil años en un mundo llamado Gaela, un planeta prácticamente gemelo de la Tierra del otro lado de la galaxia, en otro brazo galáctico a cien mil años luz. O sea que si se pudiera ver a través de un telescopio, (obviamente no se puede porque en el centro hay gigantesco agujero negro en el centro de la galaxia, que lo he dicho en el libro "El cielo responde" en 1997, entonces es imposible ver a Gaela, pero si hipotéticamente se pudiera), como está a cien mil años luz, las imágenes que nos llegarían serían justamente de hace cien mil años, de la época que voy a relatar ahora.
En esa vida no me llamaba Eduardo, me llamaba Carlos, Carlo sin 's', Carlo Sadía. Vivía en Ciudad del Plata, la capital de Plena, en el sur del nuevo continente. ¿Cómo me crié? Me crié con una familia de clase media baja, por no decir baja del todo. Fui a una escuela pública. Mis padres era una poco sobreprotectores, eso no me hizo bien porque al ser sobreprotectores es como que uno se..., ¿cómo puedo decirlo?, se va adecuando a un lugar de confort donde vive protegido, como el feto aún no nacido que está dentro del vientre materno. Y no, no, no debe ser así. Hay una anécdota de Sol III, al que vosotros llamáis la Tierra, donde un señor ve una especie de..., de algo pequeñito, algo minúsculo y veía que se podía asomar una oruga; "Pobre le voy aliviar el trabajo de ir perforando la capa", y liberó a la oruga. Esa oruga el día de mañana se transformaba en una mariposa, pero como no hizo ningún esfuerzo para liberarse, las alas no le respondían y murió. Entonces, a veces facilitar el trabajo a un niño o niña,+ de ser sobreprotectores, en lugar de mejorarlo no le dejan desplegar las alas. Y eso lo que pasó en mi rol de hace cien mil años como Carlo Sadía.
No digo que era tímido, pero me costaba entablar relaciones con amistades, con el sexo opuesto, y de alguna manera no abiertamente ni en forma evidente, pero es como que me sentía cohibido y buscaba la aprobación de los demás. ¿Pero qué pasa cuando uno busca la aprobación de los demás? Trata de quedar bien siempre siendo demasiado... no digo simpático; utilizaré una palabra vuestra "demasiado pegajoso, demasiado encima de los demás". ¿Y eso qué ocasiona?, el efecto contrario, las demás personas se sienten molestas: "Carlo siempre está encima, prácticamente es como que no te deja respirar". De una manera psicológica, ¿no es cierto? Bien.
Recuerdo que me hablaron de una persona que tenía exactamente mi misma edad, veinticuatro años, un joven llamado Jorge Clayton. Le pregunté, con la persona que hablaba, le decía: -¿Pero quién es ese Jorge Clayton? -El joven con el que conversaba se llamaba Ferenc, venía de un país llamado Mágar. Y me dice: -Es como un mecenas, una persona que abre escuelas, dona dinero para hacer nuevos pabellones en sanatorios o en hospitales. -Espera, espera, espera -le respondía a Ferenc-, ¿estás hablando de que es un millonario?, debe ser una persona petulante, creída, vanidosa. -No, para nada, pero es una persona feliz de poder ayudar. -Sí, claro, y por supuesto con dinero todo el mundo es feliz -Ferenc me miró y me dijo: -Carlo, eso no es cierto, eso no es cierto, para nada, he conocido personas que tienen lo justo para vivir y son felices, porque tienen amigos leales, porque tienen parejas que los aman, porque tienen un entorno hermoso. Porque el dinero, querido Carlo, no compra la felicidad y tampoco compra el amor, el dinero lo que te puede comprar es placer. -Está bien -le respondí-, está bien, es cierto. Es cierto, con el dinero no compras amor, tampoco compras salud; puedes pagar un buen médico, pero no salud necesariamente. Pero no me digas que no es útil como medio. -¡Ah!, sí -me dijo Ferenc-, como medio, pero no como un fin porque el día de mañana cuando tú no estés más aquí...
A propósito -corría el año 1970, había nacido en 1946, era de Axxón-, a propósito, ¿quién fue Axxón? Fue el que develó en Gaela dos mil años antes al verdadero Dios, a ese Dios que no premia ni castiga. ¿Pero qué pasó?, lo ejecutaron porque decían que era una persona que perturbaba. Armaron un madero en forma de rombo y lo calvaron. Y de allí salió la Orden del Rombo. Pero la Orden del Rombo u Orden de Amarís. ¿Por qué se llamó Orden de Amarís?, porque Amarís, que no tenía nada que ver donde crucificaron a Axxón - digo crucificaron para que entendáis vosotros lo que quiero decir-, pero en realidad no era una cruz, era un rombo. ¿Y por qué Amarís? Porque allí hace más de un milenio es como que, ¿cómo decirlo?, se apoderó de la creencia y la desfiguró, la desfiguró al punto tal que quien no creía en la Orden del Rombo era ejecutado. Hoy, en pleno siglo XX en la mayoría de los países occidentales ya no pasa eso. Sin embargo, mi amigo Ferenc me comentó que en su país de origen, Mágar, fue perseguido. Le preguntaba: -Por qué, ¿no respetabas la figura de Axxón? -Amo la figura de Axxón, y si el maestro Axxón estuviera aquí sería para mí lo máximo. Lo que no amo es la Orden del Rombo, porque desfigura las enseñanzas de Axxón.
Aprendí mucho con Ferenc y le dije: -Me gustaría conocer a este Jorge Clayton. -Sería oportuno que lo conozcas. -¿Pero qué es, psicólogo? -No, no, estudia filosofía, pero cualquier duda que tengas puede orientarte. -Pero es un joven igual que yo, igual que tú, no estamos hablando de un profesor de cincuenta años. -Seguramente no, Carlo -me dijo Ferenc-, seguramente no, pero sabe, ha conocido mundo, ha conocido muchos países. Me sentí mal. Le dije: -¿Tú te piensas, Ferenc, que por conocer países y conocer lugares sabes más? -No -me respondió-, no se trata de conocer países y conocer lugares en sí mismo, es con la gente que tratas, sus costumbres, y a veces aprendes de las costumbres de otros, completamente distintas a las tuyas. Aquí en Ciudad del Plata, países de oriente que ni conoces su forma de ser, de manejarse, sus respetos, sus lealtades. -Nadie es perfecto -le respondí. -Claro que no -me dijo Ferenc-, el único perfecto es Dios, todos los seres humanos tenemos imperfecciones. ¿Pero acaso no se trata de eso?, ¿de tener imperfecciones para ver cómo las corregimos, de tener condicionamientos a ver cómo los corregimos? -Vaya, me sorprendes como hablas. -No, no, esto no es mío, esto me lo enseñó Jorge Clayton. -Bueno, ¡je, je!, me estás interesando, Ferenc. Me interesaría conocer a esta persona, ¿pero dónde... dónde para? -No entiendo la frase. -Disculpa, es el lenguaje coloquial de Ciudad del Plata, tú vienes de Mágar. "Donde para" significa adónde concurre con asiduidad. -¡Ah! En el club náutico de la provincia. -Claro. Yo no tengo ni siquiera ropa para ir al club náutico, un solo café en el club náutico vale más que cinco comidas en un restaurant aquí donde yo vivo. -Pero eso quédate tranquilo, lo llamo a Jorge Clayton y nos invita. -A ti, porque te conoce, pero a mí no me conoce. -No, pero te conozco yo, Carlo. Y sé que tienes muchos condicionamientos para revertir. ¿Qué pierdes con comentarlo y qué pierdes con escuchar sus respuestas? Nadie tiene la varita mágica para tocarte y al día siguientes tienes todo resuelto en tu vida, en lo personal, en tu autoestima, es tu seguridad, en tus estudios, en tu trabajo; eso no existe, todo lleva su tiempo, todo lleva un proceso. Lo que sí te puedo decir, Carlos... ¡Carlo!, no me acostumbro a tu nombre, Carlo, porque aquí en Ciudad del Plata es con la 's', Carlos. Le dije: -¿Sabes qué pasa?, mis abuelos vinieron del viejo continente y hay un país que se utiliza mucho el nombre Carlo, sin la 's'. Bueno, así me bautizaron mis padres. -¿Tienes segundo nombre? -No, no, solamente Carlo, Carlo Sadía. Sadía no sabría decirte qué origen es, pero bueno, ¡je, je!, es mi nombre y me gusta. -Bueno. -¿Bueno por qué? -Porque hay mucha gente que no le gusta su nombre y se lo cambia por un apodo, hay mucha gente que no le gusta su rostro y se opera la nariz o el labio o el mentón..., y me da como cierta pena. -No entiendo. -Claro Carlo, debemos aceptarnos como somos. -Bueno, hasta cierto punto. Si tú de repente por algún problema genético naces con un labio más crecido o una nariz torcida, que te hagas una operación no significa que seas vanidoso. -Claro, Carlo, pero yo no me refiero a eso -dijo Ferenc-, me refiero a gente que está perfectamente. Lo veo en muchas chicas que se hacen operaciones para mejorar su rostro o su cuerpo. Y eso me parece de muy baja estima. -Ferenc, de todas maneras ahora quedé enganchado... -Espera, espera, espera hablas otra vez en idioma coloquial de tu país... ¿Qué es quedar enganchado? -Bueno, sería como que, no deslumbrado, no estoy hablando de deslumbrado, pero quedas como intrigado y con ganas de conocer a la persona. Eso es enganchado. Como cuando conoces una chica que te gusta y dices, "Me enganché con esa chica" ¿Se entiende el concepto, ahora, la palabra? -Sí, ahora sí. -Bueno, yo estoy enganchado por conocer a ese tal Clayton, y veré qué opinión después tengo yo. -No te adelantes, no te adelantes, porque si tú vas de antemano con un preconcepto, la palabra preconcepto es un prejuicio. -No entiendo, Ferenc. -Claro. ¿Qué piensas que es un prejuicio?, juzgar antes de tiempo. -Ahora entiendo. Está bien, no voy a ir con preconceptos.
Nos estrechamos la mano, intercambiábamos teléfonos y me dice: -Mañana es fin de semana, ¿te parece que te llame tipo diez? -Está bien. -A las once te paso a buscar. -¿No me digas que tienes coche? -Sí, me compré un coche. No es un coche deportivo como el que tiene Clayton, pero es un coche pequeño pero cómodo. -Bueno, espero algún día tener uno yo también. -¿Por qué no?, ¿por qué no? A veces el decir "Espero algún día...", me suena a no tenerlo nunca. No no no. Siempre que tengas pensamientos, que sean positivos. -Por qué, ¿tú crees en los decretos? -No -me dijo Ferenc-, los decretos son una falsedad, es una mentira que te dan los talleres de autoayuda. Los decretos no existen. Lo que existe es lo que uno puede dar; la voluntad, la perseverancia, las ganas. Pero no los decretos: "Yo decreto tal cosa", me cruzo de brazos y todo me viene a mí. Eso es mentira. -Bueno, si conversando contigo me ha servido tanto y tú dices que él sabe muchas cosas, bueno, espero tu llamado. Me voy a levantar temprano, desayuno temprano, me doy una ducha y bueno, si quieres pasarme a buscar antes, diez y media, mejor.
De vuelta nos estrechamos las manos y me marché. No contento pero sí con cierta esperanza. ¡Vaya!, para mí era bastante.
Sesión 11/12/2023 En Gaela tenía un amigo y por medio de él conoció a una persona dada a los demás. En una conversación le explicó la diferencia entre ego y dignidad, la diferencia entre religioso y espiritualista, y lo que son la indiferencia y el rencor. Aprendió muchísimo de él.
Entidad: Yo pienso que nada en la vida es casualidad, pienso que las cosas son causalidad. Y no es cierto que uno es responsable de lo que elije, a veces podemos tener problemas y no es responsabilidad nuestra sino que es responsabilidad de terceras personas y somos nosotros después los que tenemos que dar la cara. Pero voy a ser optimista, hablar de causalidades buenas.
Mi familia era oriunda de Liziana, de ahí mi nombre Carlo, sin la 's', que sí se utilizaba en Plena. Y el apellido Sadía también es de Liziana. Más se notaba Ferenc, el nombre de mi amigo. De lejos se sabía que venía de Mágar porque no hay otro país que tenga el nombre Ferenc.
Bien. La cuestión que tuve la... no puedo decir suerte, la causalidad de que me crucé con él. Conversamos y me dijo que me pasaba a buscar para ir al club náutico que quedaba fuera de Ciudad del Plata, a una hora de carro, más o menos. ¿Pero quién era Jorge Clayton? Cuando íbamos en su coche le dije: -Coméntame más sobre él. -Bueno, veinticuatro años, es un mecenas. Si bien es cierto que viene de familia de dinero él la ha multiplicado, la ha potenciado con buenas inversiones. Lo emanciparon a los dieciséis por lo cual podía hacer todo tipo de negocios, obviamente pagando los impuestos correspondientes, haciendo todo legal. E incluso ha fundado empresas donde ha puesto auditores para luego rendir cuentas y que sus libros estén absolutamente limpios y transparentes. Pero eso no es todo, Carlo, ha ayudado a hospitales, a sanatorios fundando nuevos pabellones, nuevas alas, donando aparatos. Muchos me preguntaban "Carlo, ¿y qué gana Jorge Clayton con eso? Y yo miraba a quienes me preguntaban "¿Por qué siempre se tiene que ganar algo? ¿Por qué el famoso "yo te doy a cambio de"? Él nunca pidió nada a cambio de nada. A mí me ha conseguido trabajo y a muchísimos amigos que conozco les ha conseguido trabajo. Ha viajado a Saeta hace poco y ha fundado una sucursal para trabajar con ordenadores personales, algo que la gente todavía no conoce, ten en cuenta que estamos en 1970. Lo miré y le dije: -Pero Ferenc, ¿y qué es de su vida personal?, debe ser muy feliz. -No. Ha perdido a su padre siendo bastante joven, un amor que para él era lo máximo. Justo el padre falleció el día del cumpleaños de ella y cuando después va con otro amigo a explicarle lo que pasó, porque no fue al cumpleaños, hicieron oídos sordos, no quisieron escuchar ninguna explicación y lo prejuzgaron. La madre le cerró la puerta en las narices, la madre de la chica. Por supuesto, después se enteraron qué era lo que había pasado, pero Clayton no se lo perdonó. -Bueno -le dije yo-, ahí le encontré un defecto a Clayton. -A ver, ¿qué defecto, Carlo? -Claro -dije-, tiene ego porque se ofendió porque le cerraron la puerta en la cara y por eso no los perdonó. -No, no, Carlo, hay una cosa que me enseñó el propio Jorge, que es la diferencia entre orgullo y dignidad. El orgullo viene del ego, el orgullo se empaca como una mula, el orgullo se ofende, el orgullo es vanidad, el orgullo también es baja estima. Las personas orgullosas son presas del halago, se sienten bien cuando nadie las critica y todo el mundo las halaga. Pero eso no es lo que pasó con Jorge, lo de Jorge fue dignidad; y él tiene una frase que seguramente la va a guardar dentro de su alma para la posteridad. -Eso no lo entiendo. -Claro. Jorge me explicó que todos tenemos un alma y que el día de mañana volveremos a nacer y quizá podamos tener algún dejà vu de esa vida pasada y nos recordemos de ciertas frases y ciertas vivencias, buenas o malas. -¿Y cuál es esa frase que muestra la dignidad, Ferenc? -Presta atención. La frase, dice: "No permitas que la otra persona te haga lo que tú no le harías a ella". Eso no es ego, eso se llama dignidad, no agachar la cabeza, no dejar que te pasen por encima. -¿Pero eso no es también orgullo? -pregunté. -No, porque el orgullo se ofende, el orgullo se molesta, el orgullo se enoja. El que tiene dignidad no se enoja, dice "No es no" sin pestañear, y no guarda rencor porque sabe los límites que puede tener la otra persona, es como si un niño saltara cerca tuyo y sin querer te pisara un pie, un niño chiquito; si tú te molestaras es porque tienes la edad mental de ese niño. -¿Cómo sabes tanto? -pregunté. -No, no, simplemente estoy repitiendo las conversaciones tan enriquecedoras que tengo con Jorge Clayton. Mira, ya llegamos, tenemos estacionamiento adentro. Yo tengo permiso del propio Jorge Clayton, así que no me cobran el estacionamiento, el guardia me conoce ya. ¿Cómo estás Joaquín? -Adelante, Ferenc, ¿traes a un amigo? -Sí, Joaquín, suerte. -Vaya me sorprendí, es un hombre de casi cincuenta años y lo tratas como a un amigo. -Él me trata como un amigo y él permite que yo le trate como a un amigo. Hay otras personas que justamente tienen vanidad y ven que un muchacho joven no te va a tratar de tú porque lo va a tomar como una ofensa. ¿Cómo un chaval, cómo un niño me va a tratar de tú a mí, que tengo cincuenta años? Bueno, con Joaquín no pasa eso, es una persona adorable, tiene una señora que a veces viene al club náutico, tan o más agradable que él. Por eso te digo, no tiene que ver la edad, no tiene que ver el dinero, tiene que ver cómo eres por dentro. -¡Wow, je, je!
Bajamos del coche y entramos directamente al bar, nos sentamos. En la barra había un joven de cabello negro, patillas, un pantalón gris, zapatos negros y blazer azul con botones dorados.- Apagó su cigarrillo, cogió el vaso con el trago largo y se dio vuelta y nos vio, inmediatamente sonrió: -Ferenc, ¿cómo andas? -Bien, Jorge, te presento a Carlo. -¿Cómo estás Carlo? -Me dio la mano con firmeza-, Ferenc me habló de ti, ¿cómo estás? -A decir verdad, un poco intimidado. -¿Por qué? -Bueno, estoy viendo lo espectacular que es el club náutico, me imagino que una copa o un trago largo como el que estás tomando tú es un día de mi sueldo. -¡Je, je, je! Mira, yo no digo, Carlo, que el dinero no sea importante, porque con el dinero puedes comprar la mejor obra social en medicina, pero no tienes garantía de que si tienes un mal te lo pueda resolver, también puedes comprar la mejor medicina neurológica pero si tienes un proceso de deterioro cognitivo hoy por hoy el mejor neurólogo no te lo puede resolver, podrá tratártelo. Entonces lo más valioso no es el dinero, lo más valioso, Carlo, es la salud. Obviamente, obviamente, no voy a ser hipócrita, con dinero vas a poder tener sanatorios privados en lugar de hacer fila de horas en un hospital público, pero los médicos de un hospital público saben tanto como los de un sanatorio privado, simplemente te atienden más rápido porque está agotadísimos de sus bajos sueldos y de tantos pacientes que atienden. Y no lo hacen de maldad, a veces trabajan hasta diez horas, Carlo, esos médicos. Y tienen más de cien pacientes que encima se quejan por lo que demora el médico: "Estaba citado para las quince, son dieciséis y diez y todavía no me llamaron". Y las chicas de seguridad con paciencia le dicen: "Hay muchísima gente, espera un poco más". Pero a veces la gente piensa solamente en ella. -Bueno -respondí yo-, con razón. Imagínate que voy con una dolencia o un malestar tremendo, obviamente que voy a querer que me atiendan, y si tengo treinta personas adelante mío, ¿y me voy a desmayar en el pasillo o en el asiento sonde estoy sentado? -Lo entiendo, lo entiendo. Y no tengas ninguna duda de que el médico del hospital público también lo entiende. Pero quizás esas treinta personas que estén delante tuyo también tengan dolencias, más graves, menos graves, nadie sabe la historia del otro. Pero eso pasa en todo, Carlo. Eso pasa también en los trabajos; tú de repente, Carlo, ves a una joven, muy joven en un coche quizá un poco caro, hablo en general no estoy hablando de ti, lo digo por las dudas, ¡je, je!, y esa persona va a decir "¡Ja, ja!, mira esta chica, ¿a quién le habrá hecho tantos favores para tener ese coche tan moderno y tan caro?". Y quizás esa pobre chica es una oficinista que se quema los ojos en una máquina de escribir haciendo presupuestos uno tras otro, uno tras otro uno tras otro durante diez horas y deja plata en su casa a sus padres, se compra algo de ropa y el resto lo ahorra y después de un año se compra ese coche. Pero claro, la gente mal pensada la va a mirar de reojo con esa sonrisa irónica, "¡Ja, ja!, ¿qué te parece?". Bueno, ese tipo de gente no la soporto. Aclaro, Carlo, que yo enseño a mis amigos el arte de la tolerancia, pero yo no puedo tolerar a los imbéciles, a los necios y a los que prejuzgan, pero no por ego, ¿eh?, por dignidad. -Sí, eso me lo dijo Ferenc, la diferencia de ego y dignidad, cuando veníamos para aquí. -Bien, bien. Entonces sabes que así como prejuzgan a esa joven, te pueden prejuzgar a ti porque en la escuela te sacas buenas notas: "Y vaya a saber qué regalo le habrá hecho a la profesora". Incluso amigos que te palmean la espalda pueden hablar detrás tuyo. -¿Y a ti no te daría bronca? -pregunté. -No, me daría compasión, porque el problema es de la otra persona, no mío ni tuyo. Obviamente tampoco soy falso; si veo que la persona es tóxica, que demanda, que hace rol de víctima, que habla detrás tuyo, trato de alejarme. E insisto, esto no es ego, porque la persona tóxica te quita energía, te lo puedo asegurar. De mil maneras te quita energía. Y llegas a un momento en que te vas a acostar y estás más cansado que si hubieras estado tres horas en un gimnasio. Hasta ese punto te chupa energía la gente tóxica. ¿Pero a ti qué cosas te gustaría modificar? -Me gustaría ser más atrevido. Lo que pasa que la sociedad tiene un mal concepto de la palabra atrevido, piensan que atrevido es un sinónimo de mal educado, "¡Ah!, pero que atrevido, mira que palabrotas ha dicho". -Lo entiendo -dijo Clayton-, lo entiendo perfectamente el término. Tú, Carlo, te refieres a atreverte, a atreverte a hacer cosas, a atreverte a buscar un trabajo mejor, a atreverte a salir de la mediocridad, atreverte a salir del lugar de confort, a no conformarte. Y eso es otro problema, Carlo, que tiene la sociedad. -Sí, "Es un inconformista". -No, piensan que un inconformista es la persona que nada le viene bien. Bueno, el que piensa eso es una persona mediocre. Inconformista es el que quiere más. Pero anhelo que tú me entiendas a qué quiero llegar, Carlo, que quieres más en el sentido de crecer, pero no solamente materialmente sino por dentro, en tu alma, en todo tu ser, y que te resbale la crítica, las tonterías ajenas, que tu alma se temple por dentro. Lamentablemente a veces se templa más con el dolor que con la felicidad porque con la felicidad te sueltas, "¡Ah! qué bello estar aquí", pero no templa tu espíritu, el dolor lo templa. Pero Carlo, antes de que saques conclusiones apresuradas, no significa que siempre tengamos que sufrir para templarnos porque si no sería una injustica la vida. -¿Y acaso no lo es? -No, injustos son los seres humanos que le pisan la cabeza a su semejante, que en lugar de hacer como yo, de inaugurar pabellones en sanatorios gastan dinero en armamento. Injusta es la religión que es un dogma, una doctrina que te lava la cabeza, te lava el cerebro por dentro. No hace falta ser religioso para amar a Dios, no hace falta ser verticalista de la Orden del Rombo, yo no lo soy y sin embargo respeto a mis semejantes, ayudo a mi semejante y soy cero religioso. -¿Y qué eres? -pregunté. -Espiritualista. Así de simple, espiritualista. Trato de brindarme. -¿Y por aquellas personas que te han traicionado no tienes ni siquiera una pizca de rencor? -No. Sí reconozco que puedo tener dolor, dolor en mi alma por haber apostado por esa persona, pero después no permito, como decimos en Ciudad del Plata, darme manija, que significa echar leña al fuego de mi alma. No, no permito eso, trato de poner, para que se entienda, ¿eh?, mi corazón en el freezer. Mi corazón en el freezer significa no explotar de rencor, pero mi corazón en el freezer no significa convertirme en un ser indiferente a todo porque entonces me volcaría para el otro lado. Es tan malo ser indiferente o más que tener rencor. -Vaya, con razón me hablaba Ferenc tan bien de ti, ¿cómo tan joven sabes tanto? -Estudié mucha filosofía, pero hay muchas cosas que son mías que no las vas a encontrar, Carlo, en ningún libro. Pero este tipo de conversaciones las podemos seguir teniendo cuando quieras. A propósito, y disculpad, ¡Je, je!, ¿qué van a tomar? -Mira, me voy a atrever a tomar un combinado como el que tienes tú. - Suave, ¿eh?, el que yo tomo es suave. -Sí, es perfecto. -Perfecto. ¿Ferenc? -Igual, suave.
Y seguimos conversando y seguí aprendiendo y aprendiendo y aprendiendo.
Sesión 04/01/2024 Agradable, amena, instructiva conversación tuvo con su amigo Clayton, aprendía muchísimo con él acerca de la vida, la dignidad, la tolerancia, la permisibilidad...
Entidad: -¡Carlo! -Yo estaba pensativo-. ¡Carlo Sadía! -Sí, soy yo. -Aquí le traigo la bebida. -No había pedido nada todavía. -Se lo manda Clayton. -Miré, Jorge Clayton estaba en la barra y me saludó. Le dije con una seña que venga, me dijo que espere un momento.
Me quedé pensando que a veces en la vida son pequeños cambios causales, pero solemos decir que son casuales. Yo particularmente me inclino por lo segundo, la casualidad. La causalidad es muy de estas nuevas corrientes, muy de estas nuevas vertientes que se hacen llamar espirituales, pero no..., no tengo elementos como para decir que todo es causalidad. De repente conozco una persona, como me pasó con Ferenc, me termina presentando a Jorge Clayton, con el que comenzamos a dialogar, con el cual me enriquezco en mi interior y él me dice: "Yo también me enriquezco de lo que tú me comentas". Yo me imaginaba a Clayton como una persona creída, subida en su vanidad; me encontré con un joven sencillo, por supuesto con traje hecho a medida, vestido siempre elegante aun con ropa deportiva, pero siempre elegante, pero humilde.
Sí he notado que le veo dos facetas. Cuando está solo, muchas veces he llegado al Náutico y lo veo en la barra fumando un pitillo y rostro más que serio, el ceño fruncido como si la cara la tuviera esculpida en piedra, y a veces hay conocidos que lo miran y no se le acercan porque piensan que está de mal humor. Luego esa misma persona te mira y sonríe no sólo su boca sino su rostro, sus gestos, sus ojos. Se acerca, le tiendes la mano y te da un abrazo, su semblante cambia, y uno se da cuenta de que no estaba enojado, estaba metido en sus pensamientos. Pero no soy un inquisidor -¡Je, ja!, jamás lo sería-, de preguntar "¿En qué pensabas?". No, no, pero no por timidez, o quizá sí, pero si la persona no quiere contarlo yo no pregunto, no pregunto. Clayton es muy asertivo, muy empático nunca te va a responder "Es un tema mío, no te incumbe". Jamás, jamás, jamás.
Y recuerdo esa tarde cuando se sentó conmigo. Le dije: -Estaba pensando en Ferenc, que gracias a él nos conocimos. Y te quería preguntar, Jorge, sobre la casualidad. Me dijo: -Explícate mejor, Carlo. -Bueno, a ver. El haberme encontrado con Ferenc es una casualidad, no lo voy a tomar como causalidad, pero aparte muchas cosas que me han pasado en la vida, el elegir no sé... un estudio, el conocer una persona que te ofrece algo... Y yo no creo en la sincronización, yo no creo tampoco en el destino. -¿Pero crees en Dios? -Absolutamente. No en la Orden del Rombo, sí en Dios. Creo también en lo que quiso edificar espiritualmente Axxón, y obviamente todos lo idolatran de boca para afuera, pero cada uno vive su vida. Es cierto que hay fundamentalistas, a mí me parecen peores que los ateos, que aquellos que no creen. Los que no creen no se meten con nadie y muchos pueden ser buenos o no, pero no tienen miedo a castigos divinos ni a premios especiales por portarse bien, hacen como les sale, como está en su naturaleza. Entonces es como que a veces me caen mejor aquellos que son buenos por convicción y no aquellos que son buenos por religión. Me dijo Clayton: -En eso coincido contigo. Pero yo sí creo en la sincronicidad, creo también en la causalidad. En realidad, Carlo, creo en una mezcla de las dos. De repente conoces una pareja... -¡Ajá! -Bien. Y esa pareja la conoces de casualidad. -Continúa, por favor. -Bien. Luego profundizas los lazos con esa pareja y aprendes de esa pareja y esa pareja aprende de ti, y gracias a ese encuentro evolucionan los dos. Pero ahí ya no es casualidad, porque hay un empeño por parte de ambos donde uno se apoya en el otro, se complementan. Eso es causalidad. Porque si no fuera así puede haber mil casualidades de encuentros y se desvanecen como el humo en el aire. -Entiendo. Ahora, cambiando de tema, ¿por qué hay personas que son más seguras que otras?, y no tiene que ver la posición económica. Tú, por ejemplo, Clayton, eres una persona de fortuna, pero yo estoy convencido de que si no fueras así y hubieras nacido pobre obviamente no hubieras transcendido en las obras que has hecho, pero no me imagino por tu carácter que hubieras sido inseguro. ¿Qué dices a eso? Clayton me miró y me dijo: -Mira, Carlo, es cierto que habiendo un respaldo económico te da mayor seguridad. A veces cuando no tienes un respaldo económico te puedes sentir menos. Pero quizá no por ti, quizá porque la gente te hace sentir menos, puedes ser un empleado y tienes un patrón despótico que te trata como si fueras un trasto de basura. Y no, no, porque también depende de la dignidad de cada uno, el no dejarse tratar mal. -Claro. Pero Jorge, ¿eso no son frases hechas? Yo dependo de este trabajo y me cuesta conseguir otro, ¿y qué le voy a decir a ese patrón o a ese supervisor que me trata mal, "No lo soporto más, váyase a pasear?". Y me responde, "Si no le gusta se va". O hace un parte de indisciplina y me echan sin indemnización. Entonces uno tiene que agachar la cabeza. Entonces vuelvo a la conclusión de que a veces si tienes una posición económica más sólida no te tratan tan mal. Y no tiene que ver con el tema de baja estima, de depender de la opinión de los demás, no no no; estoy hablando de la seguridad que te da una posición. Si tienes un trabajo estable, bien remunerado vas a sentirte más seguro. Hablo por mí, ¿eh?, por mí. No sé otros. -Bueno, tú lo conoces a Pocho. -Sí. -Él es una persona de mucho dinero, una persona que sin embargo le cuesta encontrar una pareja. Le gusta un par de chicas del club, especialmente una tal Paula. Paula lo desprecia. -Entiendo donde quieres llegar -le respondí-. O sea, él a pesar de tener mucho dinero, de tener fortuna es como tú decías antes, no tiene dignidad, no sabe decir no cuando es no. -A eso me refería Carlo. No en todos los casos el estar en una buena posición económica te hace sentir seguro. Ahora, es cierto que en la generalidad una mejor posición es como que te da más firmeza interna, eso no lo voy a negar, pero también he conocido obreros que han trabajado en propiedades que he comprado y he refaccionado, cien por ciento dignos, no se dejaban avasallar por nadie. Y eran personas, y lo siguen siendo, personas queribles que otros los han tratado mal y yo los he defendido y me lo han agradecido. Y les dije: "No, les agradezco a vosotros por enseñar que se puede ser digno aún teniendo un empleo precario". Obviamente ahora no lo tienen, les conseguí empleos fijos, bien remunerados. Pero aprendí yo más de ellos que ellos de mí. ¿A qué me refiero, Carlo? Nadie sabe todo de todo, nadie. Hay cosas que tú las tienes que descubrir por ti mismo; estudiar a la gente, aprender también la tolerancia, pero no confundir, Carlo, tolerancia con permisibilidad, que nadie te pase por encima, que nadie te pise la cabeza, no ser tolerante con el necio. Lo hablamos también varias veces eso, Carlo. Hay muchas cosas en las cuales profundizar porque de eso se trata la vida. La vida tiene altibajos y no tiene que ver con el dinero porque el dinero te puede comprar el mejor tratamiento médico, pero no tienes seguridad si va a revertir ese supuesto problema de salud. El dinero te puede comprar compañía pero no te puede comprar amistad ni te puede comprar amor. O sea, que hay gente superficial que se conforma con tener buena compañía y pasarla bien, tomar unos tragos en un yate, divertirse. Yo no digo que esto esté mal, pasar un fin de semana divertido no está mal, pero conozco mucha gente que vive así. Y si el pecho de esa persona tuviera una tapa, ¡je, je!, figurativamente, y que pudieras abrir esa compuerta, adentro no habría nada. Lo estoy diciendo de una manera supuesta, son vacíos por dentro. -Lo entiendo, lo entiendo. Mira, Jorge, a mí estas conversaciones me vienen bien, a veces me siento incómodo porque parece que ¡buf!, como que estuviera de más. -No no no, ahí es como que te estás saboteando a ti mismo, estás diciendo "¿Qué hago aquí?, yo no pertenezco a este lugar". No no no. Conozco mucha gente que se sabotea. No lo hagas, por favor, porque de esa manera tu mente va a trabajar sobre ese saboteo espiritual; te vas a alejar y luego vas a buscar un culpable fuera de tu persona y vas a decir: "Me alejaron". Cuidado con eso, Carlo. No, no te sabotees, no te sabotees, pero tampoco te vayas al otro extremo de implorar afecto, porque el amor no se implora, el amor se brinda, y cuando tiene que venir vendrá. La dignidad no implora. Sí puedes implorar por la salud de un ser querido, puedes implorar caridad por alguien desamparado, eso no va a afectar tu dignidad, pero no implores un abrazo, porque un abrazo que se implora no es un abrazo genuino, es un abrazo de lástima. ¿Y sabes lo que yo pienso de la lástima? Prefiero no decirlo porque diría una palabrota. -¡Je, je! -Sonreí. Y le dije-: ¿Te das cuenta, Jorge, como me encanta hablar contigo?, me voy lleno. -Espera, te falta llenar otra cosa. -No entiendo. -El estómago. He pedido una pequeña comida, así que se va a juntar más gente, y charlaremos de todo un poco. -Una vez me dijeron, Jorge, que la charla era una conversación intranscendente. -¿Y qué?, ¿por qué tenemos obligación de hablar en una reunión de filosofía, de historia antigua?, ¿por qué?, ¿qué problema hay si es una charla intranscendente? -Es cierto -asentí-, es totalmente cierto. Bueno, pregunto: ¿qué habrá de comer? -¡Ah! Carlo, esto es una sorpresa, espera y verás, no seas impaciente.
Sesión 06/02/2024 Pero seguía como tímido, el atrevimiento no era fácil para él, el atrevimiento a tener proyectos, empezar nuevas cosas, socializar. Tenía unos amigos de quienes aprender que le ayudarían.
Entidad: -Carlo... Carlo Sadía... -Me di vuelta. -Disculpa, Ferenc, estaba distraído, no sabía que en la Segunda avenida habían puesto tantas librerías. -Honestamente yo tampoco. Mira, te cuento. Cuando vine de Mágar y conocí esta avenida, te digo la verdad, no lo podía creer, es impresionante. Y te digo, la Tercera, no, la Cuarta avenida es una avenida que desemboca en una plaza impresionante, es una plaza pero parece un parque, con pequeñas montañas de pasto, caminos entremedio del césped, estatuas... -Me encogí de hombros. -Si quieres vamos caminando hasta esa plaza. -Ferenc asintió. Le pregunté-: ¿Y los demás muchachos? -Pocho, Luís, Pedro, Jorge ya deben estar en el club Náutico, pero quería mostrarte esta parte. -Había venido con mis padres cuando era chico, pero nunca fuimos a este parque o plaza. Ferenc me dijo: -Le dicen plaza, pero para mí es un parque por lo grande, y además porque no es un llano, tiene subidas, bajadas.
Cuando llegamos era mejor de lo que yo pensaba, había gente, madres con niños caminando. Le digo: -Es un lugar hermoso. -Sentémonos. -¿Quién nos viene a buscar? -Luís Alberto. -¡Ah!, mira, el de la veterinaria. -Sí. ¿Por qué, Carlo, de repente estás pensativo? -Pensaba en mi vida, el hecho de haber conocido el club Náutico me hizo bien porque era algo que pensé que en toda mi vida no iba a conocer. El hecho de haberlos conocidos a ustedes también, son personas buenas, muchos tienen dinero y son igual de humildes. Aparte son leales. -Pero eso es lo normal, Carlo. -No, no es lo normal. Recuerdo que en tu... En una reunión en el Náutico contaste tu vida, cómo eras perseguido en Mágar por la religiosa Orden del Rombo donde no te permitían pensar, donde no te permitían ser libre. Y bueno, aquí en Plena, en la capital, en Ciudad del Plata, si bien se permite la Orden del Rombo no hay inquisición ni nada, entonces eso lo agradezco. Pero yo me crié de forma humilde, incluso de pequeño cuando iba a la escuela me sacaba buenas notas principalmente en conducta, pero no porque, cómo explicarlo, no porque fuera bueno en conducta sino porque era tímido y nunca me atrevía a hacer nada que disgustara a las maestras. Y claro, aparte no me distraía en clase, estudiaba. Y si bien me costaba lograba buenas notas por eso, no porque me gustara. -Entiendo. ¿Pero hay algo más? -Sí hay algo más, Ferenc. Aquí en la sociedad la palabra 'atrevido' la toman como algo o como una persona insolente, pero no es así. -Explícate -me dijo Ferenc. -Yo nunca fui atrevido, nunca me atreví a confrontar mis dudas, mis indecisiones, temores, y en las conversaciones del Náutico aprendí cómo ser un poco más atrevido. Pero no lo digo como sinónimo de insolente, veo de repente como algún creído del club Náutico le dice una grosería a una joven -y en el Náutico te hablo, que son gente de dinero-, y la chica le responde, "¡Qué 'atrevido' que eres!". O sea, toman la palabra 'atrevido' como sinónimo de insolente. Ferenc me respondió: -Bueno, lo que pasa que 'atrevido' tiene varias acepciones en nuestro idioma coloquial. 'Atrevido' puede ser insolente, pero 'atrevido' también es la persona que confronta las cosas. -A eso me refiero, Ferenc, me falta confrontar. Me falta porque es como que le tengo temor al no. De repente me interesa alguien y no digo nada por temor al rechazo, o hay algún trabajo que me parece que van pagar un buen sueldo y no me animo a dejar mi currículum por temor a que no me llamen. -Pero eso lo hablamos, Carlo, la vez pasada con Jorge Clayton, el no ya lo tienes. O sea, si no haces nada en los afectos, en las amistades, en el trabajo o en cualquier proyecto que tengas, es no. Por el contrario, si te atreves tienes un cincuenta por ciento de sí y un cincuenta por ciento de no. Entonces tú vas por el sí. Creo que está claro. -Clarísimo, pero tengo pánico por el cincuenta por ciento del no, por el papelón. -Eso es coloquial. Papelón es algo coloquial, explícalo mejor. -¡Uf! Porque quedo en evidencia, y me da un pudor tremendo quedar en evidencia. -Pero si no cometes ningún acto reprobable, simplemente vas por el sí, ya sea en una relación, en una propuesta laboral, porque si no te atreves el no lo llevas contigo y es un peso sobre los hombros. -¿Y cómo sabes tanto? -Bueno -me dijo Ferenc-, tú sabes un diez por ciento de todo lo que viví en Mágar, las persecuciones, estuve a punto dos veces de perder la vida, es como si fuera otro mundo, Mágar, en el viejo continente. Y bueno, conversaciones como esta que tengo contigo, Carlo, tuve más de veinte con Jorge Clayton. Él profundiza mucho en lo que es la filosofía y un tipo de psicología distinto que él aplica. -Distinto, ¿distinto cómo? -Bueno, a ver como lo explico mejor. Aquí, en la avenida Cuarta, que desembocamos a la plaza, no hay librerías como en la que estábamos antes en la avenida Segunda, pero en la avenida Segunda tiene más librerías de libros usados. Aquí, en la Cuarta, ésta que sale a la plaza, hay otro tipo de librerías más caras con libros más caros de psicología que estudian en la facultad, pero la psicología que aplica Clayton no la encuentras en los libros. -¿Por ejemplo? -pregunté. -Claro. Por ejemplo él te habla de las dudas que tienes hoy, en este momento, y de dónde vienen esas dudas. Eso los libros no te hablan. Los libros son un tratado, es algo generalizado que le puede caber a todos o no. Clayton tiene una respuesta para cada problema, no va a ser una solución definitiva, pero te va a dar pautas, te va a dar herramientas. Así como estamos hablando ahora, esta misma conversación, puede sacar lo más importante de ella y va a ser una herramienta. Esto que estoy repitiendo me lo dijo Clayton a mí en una de tantas conversaciones. Mira ese es el coche de Démez. -¿Démez? -Luís Alberto, el veterinario. Vamos, la verdad que me está viniendo hambre. -Bueno, a mí también, hoy me levanté temprano, estuve en el trabajo, seis y media me levanté, contigo me encontré a las once, ahora son doce y..., doce y cuarto. Vaya, ya las doce y quince minutos. -Con Démez vamos despacito, tranquilos. A eso de las trece llegaremos al Náutico, vamos por la Sexta avenida tranquilos.
-Hola muchachos, ¿cómo andan, vagos? -¿Por qué nos dices vagos? -Ferenc me aclaró. -En el coloquial de Démez -Démez es un pícaro tremendo, te tendría que dar algo de su atrevimiento-, la palabra vago la da como de una forma cariñosa, pero el que no lo conoce piensa que te insulta. -Sonreí. -Luís, o sea, que estás rondando la insolencia. -¿Con las chicas? ¡Nooo! -dijo Démez-, jamás. Mira, algunos incluso piensan que soy un santo. -Lo miré a Ferenc. -¿Es cierto que piensan eso de él? -No, no, para nada, para nada, y él no se lo cree. Él cree que es así, te aseguro que no. -Subimos al auto y Ferenc me dejó adelante. Le pregunté a Luís: -No te veía yo en el Náutico. -No voy siempre, estoy todo el día en la veterinaría con los perros, y aquí cuando vengo al Náutico, con las gatas. -Lo miré. -No entiendo... ¿Cómo, aquí también atiendes? -Ferenc se acercó, me tocó el hombro y me dijo: -Carlo, Démez le llama gatas a las chicas del Náutico. -¿Por qué? -Ya te explicaré, ya te explicaré; como que son demasiado pícaras. -¡Ajá! Entiendo, son listas. -Son listas, pero son creídas. O sea, Carlo, si te ven tímido pueden pasar dos cosas: que te ignoren o que te hablen y te inviten a su mesa y muy sutilmente empiecen a burlarse de ti. -¡Ah! No, no, si me toman por tonto las mando a paseo. -Es que lo hacen sutilmente, por ahí no te das cuenta que se están riendo de ti. -Al contrario -dijo Démez-, habría que dejarlo; una vez que quede en evidencia se va a dar cuenta lo pícaras que son. -Lo miré a Ferenc. -¿Y de ti se burlan? -No, yo no me junto, yo estoy con mi novia Betty. -¿Y tú, Luís? Luís me dijo: -No sé, si alguna me prestara atención te aseguro que no se suelta más de mi brazo. -Lo miré y sonreí. -O sea, que, Luís, que tú también eres un creído. -No sé si soy un creído -respondió Démez-, pero mira, soy así. Con algunas niñas inocentes finjo ser un santo y después le caigo como lobo a la oveja. -Pero eso no está bien, la engañas, le prometes cosas. -No no no no no, Carlo, no, en ese sentido voy de frente, yo no engaño. -¿No te molesta si te comento algo? -No. -Una vez fingiste con una chica que te gustaba para estar con ella y la engañaste. -No -dijo Démez-, no la engañé, me hice pasar por alguien amanerado, y ella por una apuesta estuvo conmigo hasta que uno de los vagos del Náutico me vio y dijo: -¿Qué haces aquí, depredador? La chica: -¿Cómo depredador?, si a él mucho no le gustan las chicas. -¿Qué? No deja ninguna en pie. -Y la chica se enojó conmigo. Pero no es que la engañé prometiéndole el oro y el moro, no. -Está bien -dije-, pero no deja de ser un engaño. -Y bueno, pero me fue mal. -No, le fue mal a ella, que se sintió estafada por ti. ¿Se enamoró? -Sí. -¿Y entonces? -Es que yo también me enamoré -dijo Démez-, y la estoy pasando mal, muy mal. -¿Ella suele ir al Náutico? -No la he visto, no la he visto, pero fui alguna vez al bar donde la conocí, le pedí perdón mil veces, ni me respondió. -Pero tienes su teléfono. -No me atiende. -¿Cómo no te atiende? -Levanta el teléfono, dice -Hola..., -Hola, soy yo, Luís, -'Clac', me corta. Ahora, por lo que veo, Carlo, eres una persona más bien recatada, tímida, creo que tendríamos que salir en pareja con dos chicas y verás quien soy. -Voy a pasar papelón -exclamé. -No no no, para nada, para nada. Yo tengo amigas que no van al Náutico no son creídas. -Me encogí de hombros. -¿Pero te portarás bien? -No. Me di vuelta y lo miré a Ferenc.: -Es un peligro este muchacho. -Yo no digo ni sí ni no, pero quizá te vendría bien una salida de cuatro con este vago Ferenc. ¡Je, je! -¿Por qué le dices Ferenc, Ferenc? -Porque en el fondo alguna vez en Mágar fui una persona no mujeriego pero un poquito pillo como es Démez. Pero pasé por muchas cosas; persecuciones religiosas, nos encerraron en un camión a varios de nosotros que nos decían los rebeldes porque no estábamos de acuerdo con la religión de turno. -Eso no lo comprendo -le dije a Ferenc-, ¿Inquisición en pleno siglo XX? ¡Estamos en los años setenta! -Claro, es distinto aquí en Ciudad del Plata, es distinto. Y aquí conocí a Betty. Y bueno, ahora ya soy leal, no me interesa ya más nadie, ni que se me presente la más linda del universo, para mí es todo, mi novia. -Bueno, te felicito. La verdad, te felicito y te admiro. -Lo miré a Luís. -Disculpa, pero Ferenc para mí mejoró, si al comienzo en Mágar era como tú que no dejaba chica en pié. Y no sé si eso es bueno porque quedas vacío por dentro Me contestó Démez: -Antes no me importaba, desde que conocí a esta chica, Juanita, no sé. -¿Y entonces por qué propones conmigo una salida de a cuatro? -¿Y qué quieres, Carlo, que piense día y noche en ella? No puedo. ¿Qué me encierre en mi casa, qué me ponga a escuchar discos en un tocadiscos y me desespere más? Mientras me distraigo. Mirad, ya llegamos al Náutico, tengo un hambre que me desespero. Comamos, seguro va a estar Clayton, Pocho y toda la cría. -¡Ja, ja! -Sonreí y lo miré a Ferenc. Digo-: ¡Qué manera rara de hablar que tiene este muchacho, 'La cría'! ¿Cómo la cría? -Ya vas a aprender. Él, en lugar de decir 'está toda la pandilla', dice 'toda la cría'. -¡Ah!, ahora entiendo. Pero pandilla tampoco es bueno, pandilla se le llama, bueno a esos que están fuera de la ley. -No, no, es en el lenguaje coloquial. El lenguaje coloquial es... -Y cómo puede ser que yo viviendo aquí nunca aprendí ese lenguaje tan..., tan... -¿Ordinario? -dijo Luís. -Bueno, sí. Y bueno, hay que acostumbrarse, hay que adaptarse a todo. -Bajamos del coche. -Y ahora estamos en un triple subsuelo. -Tenemos ascensor que nos deja directamente en el comedor. -Vaya. Las veces que había venido estaba en el estacionamiento del playón. -Bueno, algo más para conocer, Carlo. Vamos a comer. Y mientras, yo como no hablo, ¡eh!, así que olvídense de mí. Una buena bebida, una buena comida y después a sentarme en los sillones a descansar. Si me duermo un rato no me molesten. Ahora, si hay una buena chica que viene despiértenme.
Cuando íbamos en el ascensor le digo a Ferenc: -¿Démez siempre es así? -No. -¡Ah!, menos mal. -¡No, no, no, es peor! -¡Ah!, me quedo tranquilo entonces. -¿Ves? -me dijo Démez-, ahora, Carlo, aprendes a ser irónico. -Y sí, con ustedes, mejor dicho, contigo, creo que voy a aprender mucho. -¿Pero cómo, no aprendes con Clayton? -Que me perdone Clayton, pero quiero aprender lo tuyo. -Ferenc lanzó una carcajada.
Llegamos al comedor y ambos se seguían riendo, Ferenc y Luís. Estaba Clayton y dice: -¿Están contando chistes? -No -dije yo-, ya te enterarás.
Sesión 15/05/2024 Le costaba relacionarse con la gente, no se sentía capaz de comunicarse como iguales, tenía ideas prefijadas acerca de la opinión de los demás para consigo mismo. Le faltaba confianza. Hablaron de la humildad, respetarse.
Entidad: En las distintas vidas, desde la primera, hace cien mil años en Gaela, hay algo que me quedó muy claro: la sobreprotección no te hace impermeable a críticas, a ofensas, a miradas indiferentes. Todo lo contrario, te hace vulnerable, vulnerable al extremo de doblegar tu estima. Y una estima baja hizo que durante mucho tiempo me costara entablar relaciones. Y qué paradoja, qué paradoja; mis padres, de clase baja, siempre pensaban como que la gente de clase alta era creída, vanidosa, soberbia, pedante, como que miraba a los demás como si fueran objetos. Y vaya paradoja, he conocido a Pocho, he conocido a Ferenc, a su novia Betty. Y si bien Ferenc no es de fortuna Pocho sí lo es, y todos los amigos conocieron el club Náutico cuya cuota mensual era superior a un sueldo promedio de clase baja, por lo cual era imposible siquiera ir a un espectáculo.
Pero el hecho de haber conocido amigos que frecuentaban dicho club, de alguna manera es como que contradijo todo lo que mis padres pensaban. Y por supuesto se los dije. Me dijeron: -Mira, hay algo que tú no entiendes, Carlo. Nosotros nos respetamos, respetamos el apellido Sadía. Tú te llamas Carlo Sadía, como el abuelo, pero seguimos pensando de la misma manera. Mucha gente de dinero o te desprecia o te usa. El hecho de que hayas conocido gente en el club Náutico y que encima te hayan dado una tarjeta de plástico para que puedas pasar sin cargo no significa que todos sean así. En ese lugar, hijo, habrá también gente pedante, gente que desprecia a los demás por su ropa, por su aspecto.
Y me di cuenta que tenían razón. Había un grupo de chicas comandadas por un tal Cuca que miraban a los demás como si fueran nada, y cuando iban hasta el bar a servirse una copa caminaban como en una pasarela de modelos, creídas a la máxima potencia.
Recuerdo la primera vez que conocí a Jorge Clayton, que tenía la mayoría de las acciones del club Náutico, por lo tanto era quien decidía. Antes de verlo me invadió su aroma a loción y a tabaco rubio, luego alcé la mirada y vi a un joven sonriente que me palmeó la espalda. Y nos pusimos a conversar y me di cuenta que era una persona totalmente humilde pero que había viajado mucho por el mundo, no en viajes de placer sino utilizando su fortuna para inaugurar empresas, para fomentar el crecimiento de las ciudades inaugurando nuevos sanatorios o bien en sanatorios antiguos nuevos pabellones donando distintos aparatos. Y trabajando también en algo nuevo para 1970, que eran computadores personales. Le dije: -Vaya que estás adelantado con tu trabajo. Me dijo: -Mira, si en el país del norte, en Beta, llegaron a Selene, a nuestro satélite, lo cual es importante, no digo que no, pero por qué no nos vamos a ocupar de Gaela, que me parece más importante porque es aquí donde vivimos, donde respiramos, donde hacemos nuestra vida, donde conocemos amistades o entablamos una relación de pareja, donde estudiamos, donde trabajamos.
Y me di cuenta que tenía razón, por supuesto que era importante explorar el espacio y había sido un logro haber llegado a Selene, a nuestro satélite, pero los verdaderos logros es la parte médica, hacer nuevos edificios en zonas avaladas de la Ciudad del Plata para dar trabajo a cientos y cientos de obreros, de albañiles, peones, medio oficiales y oficiales.
Una vez conversando a solas con Clayton me preguntó: -Carlo, ¿qué es lo importante para ti? Le dije: -Supongo que tener más decisiones. -Explícate. -Bueno, quizá de pequeño fui hijo de padres sobreprotectores y en lugar de forjarme me hicieron más vulnerable. Quiero decir que te escuché en una conversación anterior que nadie va a caminar por ti, y me daba la impresión que mis padres caminaban por mí y eso me debilitó mis piernas. Figurativamente hablando. Clayton me dijo: -¿Cuando hablas de tus piernas te refieres a tu confianza? -Sí, por supuesto. Yo no me atrevería a hablar con una de las chicas de acá, y menos con la cara de suficiencia que ponen, como si fueran, no sé, princesas. Clayton sonrió y me dijo: -Carlo, son poses que adoptan, y en realidad son dignas de compasión. -No entiendo. -Te lo voy a explicar. Cuando ves a una chica que adopta una pose de estrellita de cine, lo que está haciendo es utilizar una máscara. -¿Para qué? -Para que no vean lo vulnerable que es por dentro. -¡Je, je, je!, ¿me hablas en serio, Jorge? -Sí. -¿Vulnerables? ¡Tienen millones! -O sea, Carlo, tú te piensas que el dinero es lo que les da seguridad. -No tengo duda. Si yo tuviera millones me sentiría más seguro. -Dime la verdad, pero mírame a los ojos: ¿no te pasarías al otro lado? Me desconcerté y le dije: -No te entiendo. -¿No te mostrarías soberbio, superado, creído? -Y tal vez sí -admití. -Entonces, ¿qué es lo que criticas, lo que no puedes hacer? -Quizá sí -le dije. -¿Y por qué no puede haber un... ?, no digo equilibrio porque no me gusta la palabra, ¿por qué no puede haber una armonía? -Sigo no entendiendo, explícate por favor -le pedí. -Claro. Supón que el día de mañana tienes un buen trabajo, ganas mucho dinero, ¿qué te impide mantenerte humilde? Pensé, y le dije: -Sí, tienes razón, nada me lo impide. Tal vez lo dije por impotencia por ver esas chicas tan creídas. Y quizás en mi impulso mental querría tener más dinero que ellas para despreciarlas. -¿Y por qué, Carlo, te importa lo que piensen?, tú no vives de ellas. ¿Y por qué habrían de despreciarte?, no te conocen, no saben quién eres. -¡Je! Jorge, ven mi ropa, mi ropa es de saldo. Mira tu traje, no me alcanzaría el sueldo de un mes para pagar tu traje. -¿Y te parece que el traje hace a la persona? -No necesariamente -le dije-, pero muestra quien eres y muestra quien soy yo. Entonces obvio me van a mirar como diciendo "pobre tipo". -Pregunto, sin que te molestes, Carlo, ¿no será que tú piensas que eres un pobre tipo? -No me ofendo... y quizá sí lo piense. -¿Y no crees que ser un tipo importante o un pobre tipo depende de otros factores?, ¿depende del respeto por uno mismo? ¿Te respetas? -Ya me lo has preguntado en otra oportunidad. -Bueno, te lo vuelvo a repetir, y la pregunta es ¿te respetas? Porque si te respetas logras el respeto de los demás. -No, Clayton, no estoy de acuerdo. Si me ven con un traje de saldo, por más que yo me respete igual van a pensar que soy un pobre tipo. - -Qué raro, a ti, Clayton, que haya algo que te incomode. -Sí, me incomodan los círculos viciosos. O sea, que de un tema te lleve a otro tema, ese tema a otro tema y luego volvemos otra vez al tema de origen. El respeto no pasa por la ropa. Y si tú te respetas te van a respetar los demás, si tú no te respetas no te van a respetar los demás. -En eso tampoco estoy de acuerdo. -¿Por qué? -Pero Clayton, es obvio, yo puedo respetarme y ven mi apariencia y no me van a respetar. -Bien, vamos a salir del círculo vicioso. Trasladémonos, traslademos nuestros cuerpos mentalmente a un bar de la Segunda avenida donde están las librerías. Ahí hay clase media, hay clase pobre, hay negocios que venden saldos de telas de ropa... Y de repente hay una vendedora que te gusta, simpática, ¿te atreverías a hablar con ella en forma personal? -No sé, si es muy bella me sentiría apabullado. -¿Por qué?, es una vendedora, no es una de las chicas ricas del club Náutico, capaz que vive con lo justo y ayuda encima a sus padres. ¿Qué te impediría conversar? -Insisto; si es muy hermosa es como que me trabaría. -Bueno, ahí te das cuenta que no tiene que ver el dinero, ahí te das cuenta que pasa por tu autoestima pensando "¿Quién soy yo, Carlo Sadía, para que esa bonita chica me preste atención?" -Seguramente lo pensé. -¿No has pensado que quizás esa pobre chica que a ti te parecería linda, ella se sentiría también con baja estima? -No. -¿Por qué? -Porque si es bonita no se sentiría con baja estima. -Ahora, cuando tú te afeitas en el espejo, ¿qué ves? -Una persona normal. -¿No te ves atractivo? -Yo no me puedo ver atractivo, yo soy yo, es muy... un hombre no ve atractivo a otro hombre. -No no no, me mal interpretas. Si a ti mismo te ves en forma, bien... -Me veo normal, ni bien ni mal, pero me da la impresión que esa inventada vendedora de la Segunda avenida no sé si me prestaría atención. -Entonces hagamos una cosa, la próxima vez vayamos a la Segunda avenida a tomar un café y luego recorremos los negocios y de repente con la excusa de comprarte una camisa hablas con la vendedora. Yo te acompaño, pero yo me quedo callado, te dejo hablar a ti. -Lo miré. -¿Y si se fija en ti? -No le presto atención. Bajaría la mirada, me haría el tímido o lo que fuera. Que dirija su atención a ti. -¿Y qué le digo?, "Qué bonita eres, que suerte que me ha tocado una vendedora tan linda". -A ver, tienes que ir paso a paso. -Me descolocas. Explícate, porque no lo entiendo. -Claro. "Hola, cómo estás, me llamo . Espera, ahora te estás burlando de mí. -No no no no, estamos inventando qué haríamos, o qué harías tú. -Bueno, dime tú, haz de cuenta que soy yo. -"Hola, ¿cómo estás?, me interesa una camisa con cuello amplio que no me ahorque, que pueda usar corbata y alguna camisa deportiva también. De verdad que hoy es un día de suerte". Seguramente la chica te va a preguntar por qué. "Bueno, porque no sólo encuentro una empleada amable sino aparte bonita". Y ahí no dices más nada. Si ella se queda en silencio no digas más nada. Si ella dice: "Gracias", ahí dices tú "¿Gracias por qué, por decir la verdad?". Si hace una pequeña sonrisa y sigue buscando las camisas en los cajones te quedas en silencio. Si te sigue la conversación sigues hablando. -¿Hasta que le pido el teléfono? -No, no. Seguramente te dirá cuanto es, te enviará a pagar en caja. Y le dirás: "Ando en busca de unos pantalones pero será para la próxima. Espero volver a verte". Seguramente sonreirá y ahí te quedas callado. Si te dice: "¿Y por qué no?", le dices: "Bueno, en ese caso quedamos de acuerdo en que la próxima vez que venga me atiendes tú de vuelta". Si te dice: "Encantada", ya tienes medio pie adentro. -¿Cómo medio pie adentro? -Como que significa que le caíste en gracia. Y la próxima vez que vas por el pantalón ahí ya puedes conversar, sin acapararla, porque seguramente estará la supervisora, la de la caja, y no puedes estar encima porque también atiende a otros clientes. Y si ves que te presta atención, ahí sí: "¿Hasta qué hora trabajas, sería muy atrevido de mi parte invitarte a tomar algo?". De acuerdo a lo que te responde, es lo que tú dirás. -No me la hagas difícil, Clayton, ¿qué podría responderme que saliera mal, qué podría responderme que saliera bien? -Pienso que nada puede salir mal si la primera vez salió bien. Te puede decir: Déjame pensarlo". Y le dices: "Está bien, inventaré una tercera ocasión para comprar otra prenda". Pero quizá te diga: "Salgo a las veinte". "Bien, ¿te parece que te espera en la puerta, o si te comprometo en la esquina, y vamos a tomar algo?" -Y me sonreí.
Luego vinieron otros compañeros del club Náutico y se sentaron. Conversamos media hora con todos. Y luego le dije a Clayton: -Es hora de irme. Me acompañó hasta la puerta y me dijo: -¿Hacemos entonces el proyecto de la Segunda avenida? Sonreí y le dije: -Te has hecho una película, tú lo haces todo muy fácil. -Se encogió de hombros Clayton. -¿Yo lo hago fácil o tú lo haces difícil, Carlo? Lo mismo que con esa inventada vendedora es con todo lo demás; con hacer amigos, con tener seguridad en un grupo, con si estás convencido de algo y tu interlocutor no. No tienes porque discutir, puedes debatirlo. Si la otra persona se empeña en defender su postura no hace falta llegar a una discusión, le dices: "Está bien, es tu punto de vista". En las relaciones, sea de pareja, sea de amistad, sea de conocidos podemos tener razón en algo, pero no llegar a la necedad de defender nuestro punto de vista con uñas y dientes. ¿Lo tienes claro? -Sí, pero de tenerlo claro, estimado Jorge Clayton, a llevarlo a la práctica hay un abismo. ¿Qué me respondes? -Existen los puentes. -No entendí. -Si hay un abismo se construye un puente. Si el abismo es mental el puente será mental. -Insisto, tienes respuesta para todo, pero llevar a cabo una idea no es lo mismo que trazarla en la mente. -Está bien, ¿pero tienes las cosas más claras desde que conversamos? ¿Cuándo nos encontramos? -Sí, pero a su vez tengo más nervios. -¿Por qué? -Pensando en eso de la Segunda avenida. -Déjate fluir, Carlo, déjate fluir, los nervios vienen porque te anticipas a los acontecimientos. Y eso no sirve, porque te anticipas a que te van a decir 'no', porque te anticipas a que la persona no era lo que esperabas. Ve paso por paso, ve momento a momento, el error cuando uno se apresura es que corre el riesgo de trastabillar, de tropezar e irse de bruces. ¿Es así o no? -Sí. -Lo reconocí-. Es así. Lo que pasa es que cuesta. Tú eres una persona muy segura, a mí me cuesta. -¿Pero sientes que has avanzado algo? -Sí, en teoría. En la práctica cuesta, cuesta muchísimo más. Bueno, veremos qué pasa en la próxima. -Te llamaré por teléfono o puedes llamarme tú a mi teléfono. -No quiero molestarte -dije. -No me molestas. A lo sumo, si no estoy me dejas un mensaje en el contestador, prometo que apenas lo escuche te llamo. Nos dimos la mano y me marché pensando, siempre pensando.
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