Sesión 05/02/2018
Sesión 05/02/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Francisca Z.
La entidad relata una vida en Umbro. Fue encontrada sola y rescatada después que unos tiranos asolaron su aldea. De más grande entrenó a gente para defenderse y hacer justicia a los que incendiaban aldeas y mataban a sus moradores. Le quedaron engramas porque dudaba si en lugar de justicia habría hecho venganza.
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Entidad: Hoy en día han cambiado muchas cosas. Dicen que el ser humano no cambia de todo porque de pequeña una arrastra su carácter, su personalidad... Lo que no tienen en cuenta la gran mayoría es lo que vivimos, con quienes interactuamos, si nos gratificaron, si nos dañaron. Qué escenas presenciamos de pequeñas, escenas que no voy a discutir, porque es lo que pienso y se acabó. Punto. Escenas que nos marcan de por vida. Que incluso aunque el día de mañana uno pueda tener un golpe de suerte, la memoria sobre esas escenas queda intacta.
Mi nombre era Valka, con la 'b' corta o 'v'. Y 'k', Valka. Era una niña que apenas aprendió a caminar, todavía moqueaba y me limpiaban con una tela los mocos de la nariz. Mis ojos llenos de lágrimas viendo como la aldea se incendiaba, como toda mi familia perecía bajo las hordas de esos salvajes tiranos.
Recuerdo que un anciano me tomó de la cintura y me llevó al bosque, se puso un dedo índice en la boca haciéndome señal de silencio. Era pequeña pero lo entendí. Lloriqueaba, sollozaba sin emitir un solo quejido, ni un sonido salía de mi boca. Congojas, lágrimas pero no sonidos.
Y entre gruesos arbustos me puso, esas hordas de tiranos buscaban sobrevivientes por el bosque. El anciano se alejó de mí por otro sendero haciendo ruido a propósito entre las plantas para que lo encuentren. Le cortaron el cuello.
Anocheció, la noche refrescó. Estaba aterida de frío y de miedo por esos asesinos, por los animales del bosque. Y me dormí.
Al amanecer me despertó un ruido de hoyumans, tres jinetes. Uno de ellos, el más joven pero que parecía que llevaba la voz cantante, o sea, el que mandaba fue el que me vio. Sin bajarse de su equino se inclinó me tomó de la cintura y me subió al hoyuman delante suyo.
Fueron hacia la aldea, no había nada, humo, madera quemada, cadáveres. Recogieron, sí, algunas espadas, algunos elementos de trabajo. Vi que detrás de los tres jinetes había otro equino arrastrando un pequeño carro donde pusieron las herramientas y las espadas.
El más joven, que era el que mandaba, me preguntó mi nombre.
Sollozando le dije:
-Valka. ¿Y mis papás? -No me contestó, miró con semblante triste la aldea y dieron media vuelta.
Cientos de líneas después pararon, prepararon algo caliente. Tomé la bebida caliente y comí una hogaza de pan con un apetito voraz, era mi instinto de supervivencia. En la parte de atrás del carro donde estaban las herramientas, el hombre armó una especie de colchón con mantas y me puso allí para que pueda dormir. Perdí la noción del tiempo.
Paramos varias veces a comer, a hacer las necesidades de cada ser humano, hasta llegar a un poblado bastante grande.
El que mandaba habló con un anciano y le dijo:
-Rescatamos a esta pequeña, unos tiranos del noreste arrasaron con distintas aldeas. -Y me crié con esa gente. No era gente pacífica, todos portaban armas.
Era un poblado grande. Obviamente había labradores, grandes almacenes, posadas. Pero había mucha vigilancia, evidentemente estaban curados de espanto. Un pueblo que se sabía proteger era un pueblo que no iba ser arrasado. Y este hombre que aparentemente era uno de los que tenía la voz cantante en el poblado después de los tres ancianos, fue el que me enseñó. El hombre no solamente sabía desenvolverse con voz de mando sino que también lo veía todos los amaneceres enseñando el arte de la espada a los más jóvenes, a los adolescentes. Y por la tarde les enseñaba a leer y a escribir a los niños.
Yo era pequeña, no sabía cómo era el mundo. Ya siendo más grande me sorprendió ver que quien me había rescatado era un excelente guerrero y también un excelente maestro, él fue el que me enseñó a leer y a escribir. Y mi mérito fue prestar atención.
Y ya cuando tenía siete de vuestros años sabía leer y escribir perfectamente. Luego me enseñó a sumar, a restar, a multiplicar y a dividir. A los diez años tenía poco para aprender en cuanto a cuentas y en cuanto a lectoescritura.
Y ahí fue cuando le dije a mi protector:
-Me gustaría aprender a espadear, como los varones.
No me contestó como el común denominador "Las niñas no están para eso", se encogió de hombros y me pasó una espada de madera. Acordaos, tenía diez años y comencé a practicar el arte de la espada durante largos, largos amaneceres.
Y fue pasando el tiempo. Y a mis dieciséis años me desempeñaba tan bien como un varón. Mi protector había sido lo que vosotros llamáis una bendición en mi vida porque me hizo renacer. No sé si hubiera sobrevivido de pequeñita al bosque, al hambre, al frío, pero lo pude lograr.
Cuando cumplí dieciocho años mi protector se había puesto mal de salud, muy mal de salud. Ya prácticamente los tres ancianos que mandaban en todo el poblado habían fallecido y mi protector era el que llevaba la voz cantante.
Había dos jóvenes que se refregaban las manos. Yo los miraba con odio porque entendía sus pensamientos; no veían la hora que mi protector muriera para ocupar el cargo alguno de ellos, de mandar, como si el poder te diera felicidad.
Y cuál fue la sorpresa que mi protector me nombró a mí.
Habló con toda la asamblea y dijo:
-La joven Valka no sólo sabe leer y escribir, sabe hacer cuentas, sabe hacer balances, conoce el costo de las mercaderías, le enseñé a labrar la tierra de la misma manera que le enseñé el arte de la espada, sabe cómo llevar un poblado. -Los jóvenes que pretendían el puesto agacharon la cabeza, pues incluso alguna vez cambiaron golpes de espada conmigo y los vencí. Sí, era muy respetada.
Hubo tres amaneceres de duelo cuando mi protector falleció. Y no era tan grande, no era tan grande todavía. Pero algún problema en sus pulmones, porque escupía sangre, habría tenido que lo envió con aquel que está más allá de las estrellas temprano.
Pero debo decir que mi protector no eligió bien porque consciente o inconscientemente yo seguía teniendo rencores contra esos tiranos del este que asolaban poblados, como asolaron mi aldea natal.
Fortifiqué las defensas, formé nuevos adolescentes a los que yo personalmente les enseñé el arte de la espada. Y desde más jóvenes, desde sus catorce años ya había reclutado gente para vigilancia.
Y pasado un tiempo, donde me fui asentando en el mando, dejé el pueblo completamente fortificado. Y con treinta de los hombres salimos de excusión, yo al mando obviamente, dejando a un segundo a cargo del poblado.
Buscamos aldeas que habían sido saqueadas recientemente y si había algún sobreviviente, nos señalaba para qué lado habían ido los tiranos.
Y una tarde en un bosque encontramos en un claro cerca de doce, catorce hombres bebiendo, emborrachándose, con sus espadas ensangrentadas y con dos o tres mujeres que las tenían como esclavas para su diversión. Les caímos encima y los ejecutamos a todos, rescatando a las mujeres. Quienes me acompañaban sintieron mezcla de admiración por mí y a su vez de repulsión porque ordené no tomar prisioneros: los ejecutamos a todos.
Salvamos a las mujeres, las llevamos a nuestro poblado. La gente me vio con admiración de que rescatamos gente, aunque mis acompañantes no se olvidaron de divulgar la ejecución. Pero el poblado no se lo tomó a mal, eran tiranos, era gente que asolaba aldeas.
Y cada quince amaneceres salíamos de excursión. Y se hizo costumbre de ir ejecutando tiranos, pero como no dejábamos a nadie vivo, nadie podía decir de dónde veníamos. Nuestro poblado estaba en un pequeño valle entre montañas y tenía vigías, uno para el este y otro para el oeste donde estaban los picos más altos y se podía ver a cientos y cientos de líneas de distancia si venían jinetes.
¿Si me quedaron engramas? Engramas que se enfrentaban entre sí. Por un lado engramas de desprotección de cuando fui pequeña. Por el otro lo que vosotros en Sol III llamáis complejos de culpa por ser responsable de tantas muertes.
Pero eran tiranos, era gente que vejaba, que mataba ancianos, mujeres, niños, no les importaba. Pensad que si a mí no me hubiera rescatado mi protector y me hubieran encontrado, si hubiera sido una adolescente me llevaban para su diversión, pero como era una pequeña que tendría dos de vuestros años, me hubieran matado. ¿Entonces por qué tenerles lástima? Sin embargo tenía dentro mío como cierta culpa. Pero mi sed de venganza se había apoderado de mi persona.
¡Qué difícil es tener engramas contrapuestos! Porque no me quería convertir en una tirana más, por supuesto que no. Nunca había sacrificado gente inocente, los que ejecutábamos eran justamente los que asolaban aldeas. ¿Pero acaso aquel que está más allá de las estrellas no enseñaba que toda vida era sagrada? Pues lo lamento, se lo mal interpretó. O cada uno interpretaba a aquel que está más allá de las estrellas a su conveniencia.
El mal se tiene que cortar de raíz. Si en un cajón un fruto está podrido, pudre todo el cajón. Entonces hay que cortar por lo sano, como quien se corta el pie con un hierro oxidado y se forma una gangrena. Y bueno, se le corta el pie y después se le esteriliza con hierro candente, pero por lo menos vive.
Lamento si el relato es muy crudo, pero me sirvió para descargar parte de todo eso que llevo dentro.
Gracias, por ahora, por escucharme.
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