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Psicoauditación - Isabel |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Isabel La entidad habla de los engramas y roles del ego que sufrió en una vida y cómo afectan a la evolución personal. Comenta que la medida del Servicio es la Obra brindada pero que hay que valorar que las acciones no recaigan y dañen a uno mismo. Su actitud ante el Catolicismo de los Reyes Católicos le perjudicó.
Entidad: Mi nombre como thetán es Bena-El, estoy en el plano de superación 3 subnivel 9. En el plano suprafísico no se usa la palabra digerir, en realidad no usamos palabras pues nos comunicamos mediante conceptos, pero para poder transmitir al lenguaje hablado nuestro concepto sí voy a utilizar esa palabra. No digiero, no asimilo que un ser en un plano Maestro 4, o en un plano de máxima Luz 5 puedan tener engramas y que esos engramas no pesen, figurativamente hablando, y sí pesen los roles del ego.
En distintas vidas he prestado mucha atención y transformándolo en verbo, el Servicio. Siempre presté atención al Servicio, no sería Servicio si hubiera un interés de por medio. Y como dice un excelso Maestro, el Servicio es Amor hecho obra. De todas maneras, aún al día de hoy, en los albores del siglo XXI de Sol III, se sigue confundiendo espiritualidad con religión. Lo segundo es algo que ha atrasado muchísimo a la humanidad, es más, en el nombre de ella han muerto miles y miles de seres humanos en batallas estériles, sangrientas que no tenían razón de ser, pero el ser humano es muy pragmático en busca de excusas y la religión era una excusa.
Nací en el reino de Toledo, que formaba parte de la Corona de Castilla en 1460. Mi nombre era Mari Cruz Ordóñez. Papá Gallardo era artesano, mamá Bernarda trabajaba en la casa y a veces para tener algo más de dinerillo cosía ropa. Obviamente que sus clientes eran gente pobre, la gente noble no cosía ropa, tenía sus habitaciones llenas de ropa para cambiarse, hasta se decía que tenían tinas donde se bañaban con agua perfumada.
He tenido engramas, y eso no es lo que me mantiene en el plano 3 subnivel 9 y no me permite elevarme al plano Maestro o a un plano de Luz, el plano 5 sino los roles del ego. No son roles del ego conocidos como vanidad o baja estima sino roles de impotencia de ver las injusticias. Y no confundáis impotencia de injusticia con algún atisbo de envidia de que gente injusta triunfe, conozco la ley del karma y sé puntualmente que el karma es algo sin voluntad, sin inteligencia, es como si tú cogieras una piedra y la lanzas hacia arriba verticalmente; por el efecto de la gravedad caería sobre tu cabeza, y cuanto más alta la tires más va a golpear tu cabeza, más será la fuerza. La piedra no es inteligente, la gravedad tampoco, es un efecto. El Karma es un efecto que muchos mal enseñan como culpa a pagar cuando es lección a aprender y como no tenemos memoria reencarnativa no podemos saber, estando encarnados como 10%, qué hemos hecho, qué no hemos hecho, ¿hemos sido cómplices del mal?, ¿hemos actuado directamente en actos hostiles?, ¿hemos visto actos hostiles y nos abstuvimos de frenarlos? Porque hay un escritor conocido que dice "El problema no es la acción negativa del malo sino la indiferencia de los buenos", un refrán que no comparto porque el bueno jamás sería indiferente, aunque a veces por miedo no a lo que le pase a uno sino a lo que le pase a sus seres queridos no actúa. Bueno, algo de eso me ha pasado en Toledo.
Papá Gallardo era una persona religiosa pero él amaba su artesanía, le interesaba el construir muebles y ahí sí, tenía clientes importantes que mandaban a sus sirvientes con el dinerillo. No cobraba mucho para que no se fijen tanto en él y venga luego el recaudador de impuestos pero tampoco cobraba poco, no vivíamos mal. Padre tenía carácter pero mamá Bernarda era muy absorbente para con padre, hoy se diría manipuladora. A ver, no lo hacía a propósito, ella era ultra religiosa, muy religiosa. Religiosa al extremo de que no se podía hablar en casa de otra cosa que no fuera la biblia. Y me decía siempre: -Mari Cruz, ¿cuáles son tus pensamientos? -Pues madre, amo lo espiritual, amo a Dios. -Y también tienes que temerlo. -¿Por qué temerlo -le respondía- si no he hecho nada malo? Aparte, Jesús, como maestro. -No; Jesucristo, nuestro señor, no es nuestro maestro, y cada vez que te confiesas, él te absuelve de tus pecados. -Eso no lo comprendo madre. Entiendo que quien comete actos hostiles debe cumplir una condena, no basta con confesarse. -¡Pero qué herejía dices! -Madre, no estoy objetando nada, simplemente digo que con eso no basta, sería muy fácil para el que comete un delito, ejemplo, hacia la corona y luego basta con confesarse. ¿Acaso los nobles no cuelgan a sus propios conocidos? ¿Acaso las intrigas palaciegas que nos enteramos, porque tú sabes que nos enteramos, hay traiciones y se matan entre ellos... -¡Calla, calla! Mari Cruz, no digas eso.
A veces pensaba como que madre era hipócrita, madre tenía dos caras, o más de dos. Padre no era sometido por ella pero evitaba rispideces, trataba de no llegar a conflictos con ella. Íbamos a la iglesia, madre me mandaba al confesionario. -Hija mía, ¿qué has hecho esta semana? -He leído la biblia, he hecho mis oraciones. -¿Te has fijado en algún joven? -Bueno, tengo dos amigos muy apreciados, Sancho y Fernando. -Y los miras lujuriosamente. -Pero no, Padre, no; los conozco desde pequeños, son queridos en el sentido de que les tengo aprecio como si fueran primos. -No me digas que no tienes el deseo. -Pero Padre, le he dicho que no los veo de esa manera. -Como tú me ocultas cosas escribirás en un cuaderno muchas veces 'No debo pecar ni siquiera con el pensamiento'. Cien veces escríbelo. Ego te absolvo.
Y yo pensaba cuando me retiraba: Primero que dio por supuesto que yo tenía deseos. Segundo, ¿quién es él para absolverme de algo? Agradezco a la tía Teresa, hermana de papá, que me enseñó desde pequeña a leer y a escribir. Hablaba perfectamente el castellano y me molestaba tener que escribir cien veces en un cuaderno. Cuando le conté a madre, no solo no objetó si no que me señaló con el dedo índice de la mano derecha. -¡Qué le habrás contado! -Abrí la boca y me interrumpió-. No, no quiero saberlo, no quiero enterarme, no quiero enterarme de tus pensamientos sucios.
¿Pero por qué la gente mayor distorsionaba todo? En 1480, cuando cumplí los veinte, sí es verdad, miraba a mis amigos Sancho y Fernando de una manera distinta, me gustaban, me gustaban como jóvenes, me sentía atraída por ellos. Mis amigas, Maribel y Leonor, eran muy picarescas se diría hoy, ellas me contaban que tenían sueños con ellos. Pero ellos eran muy galantes y caballeros, gentiles se diría hoy, y respetuosos. Pero todos -hasta Maribel y Leonor contando esos sueños picarescos- eran también muy religiosos. Si a mí, el cura me censuraba por no contarle, ¿qué penitencias les dará a ellas cuando se confiesan los domingos?
Recuerdo que en el borde del poblado había un señor grande, que lo empecé a tratar a mis veintiún años. Un señor que era respetado porque tenía dinero, ayudaba mucho a la iglesia pero no era religioso, me caía muy bien. Tuve varias conversaciones con él y siempre me decía: "Puedes ir mil veces a la iglesia, leer el salmo 23 pero mientras tu vida no sea Obra, simplemente subsistirás". Don Ramiro Cáceres. Su origen, aparentemente, venía de Aragón. Decían que era médico, daba ciertas hierbas curativas y enseñaba a la gente. Se decía que sabía más idiomas; sabía catalán, sabía portugués, sabía francés y hablaba siempre de Dios explicando que no castigaba ni premiaba pero que era la eterna bondad y que no existía algo llamado Cielo, era mucho más que eso, mucho más profundo y mucho más elevado a la vez. Y repetía una frase extraña "Lo que es arriba es abajo, lo que es adentro es afuera". Le decía: -Don Ramiro, es una frase extraña. Él me respondía: -No es mía, es de ciertos libros que la Iglesia no contempla.
A mis treinta años, en 1490, don Ramiro ya había cumplido cincuenta, ya no trataba tanto con la gente. A pesar de ayudar a la iglesia, ésta no estaba muy de acuerdo con las cosas que él enseñaba, y varias veces fueron a verlo a su casa. Una vez lo citaron en la gran Parroquia, no habrá sido una conversación muy amena, aunque Don Ramiro era muy sutil para las respuestas no se dejaba envolver con trucos, con trampas. Padre Gallardo le tenía simpatía a Don Ramiro, mamá Bernarda no, decía que las cosas que enseñaba eran del demonio. Una vez Don Ramiro me preguntó: -A tu edad hace diez años que las jóvenes están casadas, ¿qué ha pasado contigo? Siempre me has hablado de tus amigos Sancho y Fernando, ambos están casados. ¿Qué ha pasado contigo? -Le dije, con lágrimas en los ojos: -A mi esposo no solamente debo amarlo y respetarlo, si lo tuviese; también debería ser auténtica, y todos los varones con los que he tratado son demasiado religiosos. Sé de esposos que han denunciado a sus esposas de sacrílegas y sé de esposas han denunciado a sus esposos. Sé también que la reina Isabel persigue a la comunidad judía y que hubo muchos que han tenido que cambiar su apellido y hubo muchos que han abjurado de su religión. Y hubo otros que han desaparecido y sé que los han matado. -¿Se lo has comentado a alguien? -No, a eso me refiero, ni siquiera a mis padres, pero sé que es así. Los reyes han tenido conflictos con Portugal, es otra de las cosas que me molesta entre los reinos, buscan casar a sus princesas niñas con tal de hacer pactos y evitar batallas. Sacrifican a sus mujeres... ¿En qué se diferencia de los antiguos romanos que sacrificaban a los cristianos a los leones? Usted me dirá, Don Ramiro, que la diferencia es enorme pero... -No, hija, te entiendo. Te entiendo, Mari Cruz, no deja de ser un sacrificio. Y entiendo lo que dices. De alguna manera a mí me pasó lo mismo, con cincuenta años no he tenido una pareja puesto que no coincidíamos, y me enamoré dos veces. Pero yo mismo he roto esos lazos antes de que pase a mayores.
No me explicó más nada. Pero pasar a mayores, entendí como que antes de mancillar a la joven, Don Ramiro prefirió apartarse. Mancillar es una palabra que en el siglo XXI no se usa pero estábamos hablando de la Península Ibérica del siglo XV donde la mujer apenas tenía voz, donde la Iglesia mandaba a la par de la Corona, amén de que la Corona era ultra católica, y Aragón apoyando a Castilla fortalecieron más el Catolicismo.
Todo eso me influyó en el rol de Mari Cruz. Y como thetán, Bena-El, tengo varios roles de ego, de impotencia de no lograr modificar la mente de esa gente. Por otro lado luchaba conmigo misma en el sentido de decir "Si este querido Dios nos dio el libre albedrío, ¿quién soy yo, su humilde servidora, para influenciar sobre ellos?" Ellos han elegido ese camino, para mí equivocado, aunque no sea la dueña de la verdad. ¿Pero cómo podría servir?, Don Ramiro ha servido mucho a la comunidad, ha curado a mucha gente, pero yo ya tenía treinta años y mi Servicio era no haber cometido actos hostiles. Y no iba a ser hipócrita conmigo misma, eso no es servicio eso es inacción, y me sentía molesta conmigo misma, eso afectaba a todo mi ser espiritual, era un lastre que no me permitía subir al plano 4.
La mejor forma de brindar Servicio es hacer obras, y hacer obras no está relacionado con el dinero, ni con el poder. Y me di cuenta que como Mari Cruz sí hice Servicio, escuché muchas veces a Maribel, a Leonor, a doña Sol. Consolar, escuchar, poner el hombro, eso también es Servicio, y es lo que la gente no entiende. El Servicio no es sacrificio, el sacrificio es estéril, he visto personalmente novicias que se laceraban la espalda con látigos para agradar a Dios, pero no podía hablarles, explicarles que Dios es Amor, es Padre. ¿Cómo podría estar contento viendo la espalda ensangrentada de una de sus hijas? Pero claro, el cura era un angelito de Dios comparado con la Madre Superiora. Disculpad mis palabras, pero era una vieja arpía que se santiguaba a cada segundo, a cada inspiración, a cada respiración y dejaba los ojos en blanco cuando le parecía ver a un pecador o a una pecadora. Me imagino a la Madre Superiora en la época de Jesús cogiendo la piedra más grande contra la pecadora. ¡Je! Sí que eran hipócritas. Y ese era un ego que me pesaba como un lastre gigantesco, como un ancla atada a mi tobillo que me llevaba a lo profundo del mar.
Gracias por escucharme. Habló Bena-El, plano 3 subnivel 9. Johnakan-Ur-El: Hasta todo momento.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Isabel Fue raptada cuando incendiaron su pueblo y mataron a sus padres. Fue preparada para la lucha en saqueos pero otra vez fue capturada. Quedó como esclava de nuevo.
Entidad: No soy la primera que lo digo, no soy la primera que razona y entiende que los engramas de esta vida, las vicisitudes, las circunstancias negativas son apenas una mota de polvo comparada con toda la experiencia positiva, negativa de cada vida. Y si bien nosotros como seres encarnados somos roles y no tenemos memoria reencarnativa, por lo menos no en forma consciente, el espíritu sí recuerda todas las vidas, y la muesca que deja en la parte conceptual cada engrama, cada recuerdo que aún no ha sido neutralizado en su parte emotiva.
Nací en la zona oriental, mi nombre era Xía, "X" "í" "a". Era feliz, precoz al punto que a los tres de vuestros años de Sol III ya practicaba con una catana de madera con niños y niñas mucho mayores, hasta de ocho de vuestros años. Me tumbaban pero era empecinada, no lloraba, me volvía a levantar. Mis padres no podían entender que hacía quinientos amaneceres que había aprendido a caminar y ya intentaba pelear con un arma de madera jugando con niños y niñas mayores, al punto tal que a los cinco de vuestros años tenía tanta o más habilidad que chicos que me doblaban en edad e incluso en tamaño ¡Je, je, je! Era precoz al punto tal que había aprendido a leer y a escribir a los cinco de vuestros años. Y era feliz.
Nuestro pueblo era guerrero por naturaleza pero nunca vi una batalla, había paz, prosperidad, crecimiento, armonía, fraternidad por sobre todas las cosas. Hasta que un vigía a lo lejos baja despavorido de la pequeña montaña avisando que se acercaba una enorme tropa, mi padre comentó que por el uniforme parecían turanios. Casi no había tiempo para prepararse para la defensa. Madre me escondió en un cuarto que había al fondo de la casa, me quedé agachada y me recosté de costado casi en posición fetal tapándome los oídos para no escuchar el choque de metales de las espadas, los gritos. Pero no, escuchaba todo, incluso en mi nariz ya olfateaba el olor a quemado, estaban encendiendo fuego a nuestras casas de madera. Siento un estruendo al patear la puerta, revisan por todos lados hasta que me ven, me jalan de los cabellos. -¡Mirad! Una niña, ¿qué hago? -Tenía sujeta la espada. -Llevémosla, va a ser útil.
Sólo podía ver una hilera de muertos entre la gente más querida. Aquel que está más allá de las estrellas impidió que pudiera ver el cuerpo de mis padres. Me montaron en un hoyuman boca abajo y un guerrero me llevó. Me había puesto una cuerda en los tobillos, otra cuerda en las muñecas y la pasó por abajo del lomo del hoyuman y quedé sujeta en una posición absolutamente incómoda. Los guerreros marcharon el resto de la tarde, no descansaron por la noche. Al amanecer pararon, prepararon algo caliente y algo para comer. Me desataron. Un hombre me extendió un vaso, cogí el vaso metálico y con ansias bebí el líquido, era un líquido dulce seguramente de alguna hierba y luego me dio una pequeña poción de guisado caliente, que lo devoré con ansias. Me encontraba en un estado extraño, no sé cómo explicarlo, pero de la misma manera que nunca había llorado cuando mis compañeros de juego me golpeaban la cabeza o el cuerpo con su espada de madera y yo, empecinada, volvía a levantarme, de la misma manera no lloraba ahora. Estaba como en éxtasis, no digería, no razonaba que mis padres estaban muertos y que me llevaban a un sitio extraño donde desconocía mi futuro. Y no, no lloraba.
Estuvimos dos amaneceres de marcha, paramos solamente tres veces, para comer y para que los hombres hagan sus necesidades en la espesura de los árboles. Finalmente llegamos a un poblado muchísimo, muchísimo más grande con cientos y cientos de casas. Estaba atada en la posición incómoda, apenas podía girar la cabeza para ver el panorama hasta que me desataron y me pusieron de pie. El hombre que dirigía me llevó ante un hombre mayor, le habló al oído. El hombre mayor asintió. Se acercó a mí. -¿Me entiendes? -asentí con la cabeza-. ¿Sabes hablar? -asentí con la cabeza-. ¿Cómo te llamas? -Xía -le respondí. -Te quedarás conmigo.
Me llevó a su vivienda que aparentemente era la más grande. Me di vuelta, miré en todos los tejados, en cada uno de ellos había guardias vigilando los alrededores. Si el pueblo de crianza mío había sido guerrero, estos eran salvajes, diría yo. Sin embargo pude ver que en las calles había niños y niñas que jugaban de la misma manera que yo lo hacía en mi pequeña aldea. Me miraban como si fuera un objeto raro, algo extraño para ellos. Me pusieron en una tina caliente, el agua agradable. El hombre desapareció, una mujer bastante obesa pero no grande, de mediana edad, me vistió con ropas limpias pero similares a las que usaban ellos, los turanios. La mujer hacía de todo en la casa, me di cuenta de que no era la pareja del hombre, sería una sirvienta. Y yo tenía el papel de ayudante de la sirvienta. Con mis casi seis de vuestros años la ayudaba en la cocina, acomodaba la mesa, barría los pisos. Y el trabajo más ingrato afuera de la casa, a veinte líneas había un baño que por suerte no era para todos, lo usaban el hombre y la obesa sirvienta, y yo lo tenía que limpiar. Cerca de un arroyo me permitían llegar a él e higienizarme. A medida que fui tomando confianza le pregunté a la mujer obesa si podía de nuevo higienizarme en la tina con agua caliente y me dijo: -Xía, eso fue solamente una vez. -Asentí con la cabeza.
No me dejaban salir a tratar con los otros niños y fui creciendo. Se asombró de que yo supiera leer, incluso sabía leer más que ella que era una adulta. Le enseñé algunas cosas sobre la escritura hasta que el hombre mayor nos sorprendió, le hizo una seña imperativa que se vaya, la mujer obesa salió corriendo para la cocina. El hombre me hizo señas que me siente a un banco. Se sentó al lado mío. -¿Sabes leer y escribir? -Sí, señor. -Bien, bien. Entonces dejarás de hacer limpieza, redactarás cartas para mí para llevar a otros poblados, hay gente que se encargará de ello pero tú serás quien las escriba. -Escribo muy despacio, señor. -No importa.
Lo había visto al hombre maltratar a otros subordinados, me asombraba la tolerancia que tenía para conmigo, quizá porque era una niña y todavía pequeña. Pero fueron pasando los amaneceres, cientos, miles. Cuando cumplí doce de vuestros años el hombre me permitió interactuar con otros chicos y chicas del poblado turanio. Veía que estaban practicando con espada de madera recta, la que yo usaba era curva cuando tenía tres, cuatro hasta cinco de vuestros años. Le pedí permiso para practicar con los chicos, asintió con la cabeza. Los jóvenes se burlaban, eran más grandes que yo. El hombre mayor se quedó perplejo cuando vio con la facilidad que los desarmé. Me preguntó: -¿Dónde aprendiste? -En mi aldea. -Pero si eras prácticamente una beba. Le dije: -Desde que empecé a caminar practicaba con lo que era una catana. Se quedó pensativo. Llamó a un joven instructor. -Practica con la niña. -¡Señor! -Practica con la niña, ahora, todos los días. No quiero que tenga un solo golpe, una sola herida. Practica con ella.
Y empecé a practicar. A los quince de vuestros años era tan buena o mejor que el propio instructor. El hombre se sintió orgulloso, prácticamente me había criado como una hija, jamás me maltrató, jamás permitió que ningún soldado de su tropa intentara abusar de mí o algo.
Cuando cumplí dieciséis de vuestros años, este hombre me dice: -Participarás de una excursión. Es una excursión bastante larga de por lo menos treinta amaneceres. Hay un poblado más allá del desierto, un poblado ardenio donde prácticamente no hay hoyumans, se manejan con drómedans, que son unos cuadrúpedos lanudos y se comenta que tienen muchos metales dorados. Saquearemos el lugar.
Mi mente era un torbellino porque por un lado, a ver, el hecho de salir después de tanto tiempo del poblado me hacía en parte sentir libre, pero obviamente no lo era, había por lo menos como quinientos soldados. El hombre mayor no iba, sí el que era mi instructor, que no era tampoco el que estaba a cargo de la tropa pero sí estaba conmigo. Mi preocupación era que yo no quería matar a nadie, por primera vez portaba una espada de metal, una espada de verdad. Andamos amaneceres y amaneceres, las alforjas llenas de cantimploras con agua porque pasábamos por zonas que no había ningún arroyo, ni rio, ni manantial, ni nada. Yo desconocía de estrategia, de táctica pero sí entendía que los soldados estaban bastante debilitados porque se racionaba el alimento y el agua, solamente yo como joven adolescente me alimentaba un poco mejor gracias a mi instructor. Llegamos a un poblado, ya nos habían visto, estaban preparados. Las casas eran extrañas, la vestimenta era extraña, ropas no ajustadas de colores claros, con túnicas. Un inmenso calor en todo lo que era la zona ardenia.
Y atacamos. Yo estaba a la retaguardia. No quería combatir, no por temor, no quería matar a nadie. Y ahí me di cuenta lo vulnerable que era emocionalmente. No lloré en ningún juego, no lloré cuando perdí a mis padres y ahora montada en un hoyuman me caían lágrimas y sollozaba. Pero si me atacaban ¿qué haría?, ¿me dejaría matar o mataría a mi enemigo? Y pasó lo que yo temía, fuimos derrotados. Me volvieron a atar, esta vez no me ataron cuerpo boca abajo, me montaron en un hoyuman con las manos atadas a la espalda. Un hombre dio orden de que no quedara nadie vivo de los turanios. Cerré los ojos y dije "Me encomiendo a aquel que está más allá de las estrellas". Pero no, no me mataron, me condujeron a un hombre joven, atractivo, tenía una espada curva similar a vuestras cimitarras de Sol III. -¿Quién eres? Tú no eres turania. -Negué con la cabeza-. ¿Puedes hablar? -Sí, señor. -¿Cómo te llamas? -Xía. -¿Qué hacías en el poblado turanio? -Cuando era una pequeña -respondí- saquearon mi aldea mataron a todos y me llevaron con ellos, aprendí el arte de la espada y me llevaron como una guerrera más pero no he matado a nadie de los vuestros, no quiero quitar vidas. -Bien. Muéstrame tu espada. -Se la ofrecí por el lado de la empuñadura, como debe ser. -La tomó, la miró, me la devolvió. -Veo que está limpia, veo que no tiene sangre. Es verdad lo que has dicho. ¿No me conoces? -¡Señor! Nunca he venido aquí. -Soy el príncipe Al-Madar, el príncipe de toda la región. Toda esta región ardenia me pertenece. -¿Qué hará conmigo, señor? -¿Qué sabes hacer, además? -Soy muy buena en la escritura, sé hacer comida, sé limpiar y me considero buena con la espada. -Bien. No escribirás, no limpiarás, entrenarás a nuestros niños. Pero uno que lastimes lo pagarás con diez azotes en tu espalda desnuda. -Sí, señor. -Vivirás en mi palacio. -Lo señaló. A lo lejos, al final del poblado se veía un inmenso palacio, fortificado obviamente. Y había un patio de armas donde había pequeños ardenios practicando-. Tú te ocuparás de los más chicos, mi ayudante de los más grandes. Quédate tranquila, aquí no hay celos. -No le entiendo, príncipe. -Quiero decir puedes ser muy buena, mejor incluso que el instructor, pero él no tendrá celos de ti. No somos así, todos aprendemos de todos, y te respetarán porque estás bajo mi cuidado -dijo el príncipe Al-Madar.
Así que desde mi pequeña aldea oriental donde me secuestraron a los cinco de vuestros años, ahora a los dieciséis estaba como una especie de esclava instructora bajo las órdenes del príncipe ardenio Al-Madar. Me sentía como una hoja en otoño donde sopla el viento y donde uno no sabe dónde va a caer esa hoja. Pero la historia continuaba.
Gracias por escucharme.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Isabel La entidad relata que se preparaban para una batalla contra un invasor, pero que antes de marchar, ella y su rey intercambiaron sentimientos no expresados durante muchos años.
Entidad: Generalmente tenemos proyectos, ideas, anhelos, deseos que cuando somos pequeñas depende de nuestros mayores que a veces, ¡buf!, por tradición o costumbres erradas eligen por nosotros cortándonos nuestros apetitos internos intelectuales. Pero también puede alterar nuestro destino, nuestro futuro, nuestra vida entera la intervención de terceros.
Mi nombre era Xía, con "X", nacida en la zona oriental de Umbro. A los cinco años fui secuestrada por los turanios. Me crié con los turanios, aprendí técnicas turanias. Mi instinto -llamémosle así- de sobrevivir, mi instinto de no perecer hizo que aprendiera técnicas con cimitarras turanias y si bien yo había sido secuestrada a los cinco años, quizá -lo que vosotros en Sol III llamáis nuestros genes-, llevaba impregnada la sabiduría y el conocimiento del arte de la catana, pero cuando cumplí dieciséis de vuestros años me llevaron -debido o gracias a mis conocimientos con el arte de la cimitarra- a invadir un poblado ardenio. ¡Je! Tan mal preparados por quien nos dirigía que fuimos derrotados. Me perdonaron la vida pero quedé esclava del príncipe Almadar de Ardenia. Me iban a dar un destino no favorable para mí como esclava del mismo príncipe, en el sentido de servirle en todos los aspectos o bien me iba a delegar a algún noble como esclava sin ningún derecho. Pero habiendo visto que yo dominaba el arte de la espada, por alguna razón favorable para mí, el príncipe Almadar me puso como instructora de espada a los pequeños ardenios.
Reconozco que fue una etapa feliz. Fue una etapa feliz, bastante, bastante feliz. Al punto tal de que los once años que viví con los turanios, de los cinco hasta los dieciséis, se me esfumaron y pasé otros once años instruyendo a los pequeños y practicando con los mayores al punto tal de que ninguno de los adultos varones podía derrotarme con ninguna de las espadas ni con la cimitarra, ni con la catana, ni con la espada común, como le llamaban ellos a su espada. Había un gran guerrero que era el jefe de todos y uno de los principales que servía al príncipe Almadar que me miraba con recelo, pero nunca me había desafiado. Yo también lo respetaba y obedecía sus órdenes. Hasta que sucedió otro episodio que dio otro vuelco a mi vida, así como a los cinco años secuestrada por los turanios, así como a los dieciséis quedando esclava de los ardenios. Ese guerrero, jefe de todo el ejército, llegó con una oscura llamada Irax. Hablaron con el príncipe, que se puso pálido. Reconozco que entre mis dieciséis y mis veintisiete años no tuve, honestamente, ningún contacto íntimo con el príncipe Almadar ni con ningún otro varón del poblado, me respetaban como si fuera otro varón más, lo cual me favorecía porque si bien yo amaba la vida que llevaba habiendo sido instructora de los pequeños, habiendo practicado con los mayores no me sentía libre del todo. Agradezco el haber tenido hasta el presente un contacto más que fluido y de mucha confianza con el príncipe, al punto tal que me explicó lo que pasaba.
Por lo menos la mitad del ejército ardenio iba a ayudar a combatir a un supuesto monarca que quería expandirse e invadir distintas regiones, un monarca llamado Andahazi. Íbamos a marchar hacia un palacio bastante al sur, al suroeste, de un tal rey Anán. El rey me tomó de la mano. Le dije: -¿Por qué, rey? -Como tú sabes, Xía, mi padre estuvo mucho tiempo inválido sin poder moverse y si bien hace tiempo falleció, por respeto nunca quise considerarme el monarca de Ardenia y seguir siendo el príncipe, pero visto y considerando que hay una guerra es hora que asuma mi papel. -Mi rey -le dije-, espero volver con vida, y de no ser así aprovecho para agradecerte estos once años que he pasado en total libertad e independencia donde no fui tratada como una esclava sino como una más, y ni tú ni ninguno de los nobles se ha abusado de mi persona, en el aspecto que tú ya sabes. -No somos salvajes Xía -me respondió Almadar-, no somos salvajes, y desde ya en el caso de que sobrevivas, ya se lo he dicho al jefe de la tropa, quedas exenta de volver, estás en total libertad. -Me puso un anillo con un símbolo en mi dedo meñique de la mano izquierda-. Este símbolo representa independencia, así que todo ardenio que se cruce contigo en el futuro te va a respetar. -Permíteme, mi rey. -Me abalancé y lo abracé con todas mis fuerzas. Se quedó sorprendido, no sé si por la confianza que me tomé o por... o por la situación en sí. Luego sonrió, me miró y me dijo: -Te habrás dado cuenta de que nunca he tenido pareja, es como que siempre me has atraído y nunca te he dicho nada porque no quería ser mal interpretado, como que yo abusaba de mi poder. Le respondí: -Abusado por qué, el preguntar no obliga a nada. -Pero quizá -me dijo- si tú te negabas o me hubieras dicho que no estabas preparada o que yo no era tu estilo de hombre o lo que anhelabas hubieras pensado como que me ofendías. Y no te hubieras permitido eso y quizá hubieras dicho que sí forzada. Aunque yo no te hubiera forzado tú te hubieras sentido así. Y es lo que yo no hubiera querido. Le dije: -Y por eso has perdido once años. Seguramente yo hubiera aceptado -le dije-, porque eres una persona noble. Al comienzo me has parecido altanero, despótico, indiferente. Llegué a odiarte pero luego te he conocido, luego has entrado en mi corazón. Almadar me dijo: -Entonces, manteniendo la palabra de que eres independiente, mi anhelo es que quizá regreses y podamos formar una pareja, como mi reina. -¡Uf! -resoplé-, no sé si me merezco tanto, una humilde oriental secuestrada a los cinco años por los turanios, criada luego con los turanios a ser reina de Ardenia, es mucho. -¿Por qué? -me dijo Almadar-, es un título. Un noble, un labriego, un carpintero, un herrero, todos morimos, todos nos enfermamos. El ser nobles o monarcas no nos da garantía de nada. Aquel que está más allá de las estrellas nos espera a todos tarde o temprano y el ser monarca tampoco te da extensión de vida. Hay monarcas que mueren a los treinta y cinco años de una enfermedad y hay labriegos que envejecen hasta una edad indefinida. O sea, los títulos son títulos; noble, labriego es lo mismo. -Sí -le respondí-, en el aspecto que tú dices, querido rey, sí, pero sabes que no es lo mismo. Aquí mismo hay una zona feudal que te rinden tributo y no todos los niños están bien alimentados. Pero espera, espera -seguí-, no es que tú seas injusto, es que no tienes ojos para ver todo y no todos te informan, la mayoría de la gente busca quedar bien contigo, no son servidores, son serviles, mienten con tal de quedar bien contigo y te mienten diciendo que toda la población está bien y no es así. -Bueno, en ese caso tú caes en el mismo saco, tú caes en la misma bolsa porque tú tampoco me has dicho nada. -Tienes un montón de consejeros, mi rey, no quería pasar por sobre de ellos, no era mi trabajo, no era mi tarea, pero ahora que me voy a ir a una guerra te lo digo.
Me volví a abrazar. Preparé mi hoyuman, las alforjas, muda de ropa, fuertes botas, una buena espada templada, dos cantimploras con agua. Y ya estaba presta para marchar con el ejército ardenio a una guerra que no era la nuestra, pero se trataba de contener a un tirano que quería expandirse y que si bien nosotros estábamos bastante lejos de esa zona no sabíamos si el día de mañana nos atacarían. ¿Acaso no hay un refrán vuestro de Sol III que dice "Más vale prevenir que curar"? Bueno, esa era la idea. Al amanecer marcharíamos a un lugar desconocido, a una batalla desconocida con un supuesto tirano desconocido. Y habría situaciones de muchos riesgos y situaciones muy lamentables. Pero esa es otra historia.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Isabel Fue en Aerandor, en el norte. Era pequeña y se relacionaba con los osos, se había criado cerca de ellos, con ellos. Pero no se relacionaba con la gente del pueblo. Tiempo después echaba a faltar las personas.
Entidad: ¡Je! De pequeña siempre me decían que fui bastante salvaje. No conocí a mis padres, por tanto no sufrí el dolor de haberlos perdido. Me crié con mis tíos, que no tuvieron hijos, y prácticamente fui una hija para ellos. Me decían: -Artria, en el norte hace tanto frío, tanto frío... y tú estás desabrigada.
Me abrigaban, digamos, a la fuerza. De pequeña, tenía cuatro años y jugaba en la nieve, como si en la zona cálida te metieras en el mar, y no me resfriaba. Recuerdo una tarde que tuvieron un tremendo susto: estaba luchando y revolcándome entre las hojas con un cachorro de oso. -Artria, ¡por favor! -Tía, es un cachorro. -Pero con las garras que tiene te puede abrir el estómago. -¡Ay, tía, no es para tanto! -El cachorro me lamía y yo lo besaba. Cuando se acercaban ellos el cachorro huía, ¡je!, pero no podían impedir que volviera a la zona boscosa.
Y fui creciendo. Y el cachorro también fue creciendo. Yo ya tenía como diez años y el oso resultó ser una osa, ¡je, je! Recuerdo que por un tiempo no la vi y había tenido oseznos, por precaución no quise acercarme. Generalmente, conociendo las costumbres de los osos, si alguien se acercaba a su guarida donde estaban sus oseznos gruñía, y hasta podía salir y sólo de un manotazo revolear a una persona a diez metros de distancia, pero a mí no me gruñía. Y con el tiempo me hice de un nuevo amigo, un osezno, de cría de mi amiga, que ya por temperamento adulto ya no jugaba tanto conmigo y el osezno sí.
Los tíos estaban resignados. Por supuesto, no estaba todo el día con los osos; en casa ordenaba, limpiaba, ayudaba en los quehaceres, ayudaba al tío a serruchar la madera y hasta de más grande aprendí a usar el hacha para cortar leños. Recuerdo que ya era más que adolescente y me había quedado dormida, recostada contra un árbol y al despertarme estaba rodeada de tres, cuatro osos. Me olfatearon. ¿Me asusté? No, para nada, para nada, pero había uno que no me conocía: gruñeron entre ellos y uno se acercó, me lamió la cara y se alejaron. Pero aún hasta los cachorros estaban ya grandes para jugar, buscaban su alimento, había un cruce de dos ríos y pescaban con sus garras.
Pero claro, muy pocas veces bajábamos al poblado, estaba todo el tiempo con los tíos en la montaña. En verano quizá podíamos andar más, los caminos ya no estaban nevados; bajábamos al pueblo, comprábamos provisiones, podía tratar con gente. Y pasó algo en mi mente, en mi mente o en mi interior, no sé cómo explicarlo: El hecho de ver gente que conversaba, amigas, amigos se reían entre ellos. Ahí me di cuenta lo sola que estaba, lo sola que me sentía. Amaba a los tíos, ¡cómo no!, pero buscaba gente de mi edad, ya no me atraía jugar con los oseznos, al fin y al cabo eran animales y yo quería intercambiar ideas. La tía tuvo la ventaja, el acierto diría yo, de enseñarme a leer y a escribir, y me sentía por un lado importante porque que una joven aprendiera a leer y a escribir en el norte..., había muchos varones que no sabían ni siquiera hacer cuentas, ni siquiera sabían cómo contar su dinero. Y a veces bajaba sola al pueblo, no tanto en invierno, en otoño, en primavera, en verano, iba a los almacenes a hacer compras. Me hice amiga de dos niñas. Me preguntaban: -¿Pero no te aburres, Artria, en la montaña? -me encogí de hombros. -Seguramente, pero vivo allí y los tíos están cómodos.
Había un banquero que estaba interesado en la casa de los tíos, porque estaba cerca de los árboles, podían vender leña. Pero los tíos no querían saber nada de trasladarse al poblado, se sentían cómodos, tranquilos. Pero el tiempo pasa. Recuerdo que la tía se enfermó de los pulmones un invierno muy muy frío, muy muy frío. Le preparaba brebaje caliente con miel pero no se recuperaba, no se recuperaba; me sentía con temor de que se muriera porque no se recuperaba. No se recuperó, antes de que llegara la primavera la enterramos. El tío parecía otro, callado, cabizbajo, sin fuerza para hacer las tareas, el serrucho que teníamos era un serrucho doble de más de dos metros de largo y yo sola no podía cortar los troncos. Buscaba maderos, ramas caídas secas en el bosque y con eso pudimos pasar el invierno siguiente, para poder tener la casa caliente. Aun en medio de la nieve bajaba al pueblo a buscar provisiones, ya casi no teníamos dinero tampoco. Y recuerdo que una tarde volví del poblado y el tío estaba en su sillón, pensé que estaba dormitando pero se había dormido para siempre. Cogí una pala y yo misma lo enterré. Me quedé en una roca horas y horas sentada sobre la tumba.
Al día siguiente cogí todos los papeles que había en una alacena y bajé al poblado, fui directamente al banco y presenté los papeles. El hombre me dijo: -Artria, ¿cuál es tu idea? -No hay nada que me retenga ya en la montaña, estoy en condiciones de vender, pero sé lo que vale. -Me ofreció una cantidad, era apenas la mitad de lo que yo pretendía-. No, no, me quedaré en la montaña.
Regateamos, llegó a ofrecerme hasta un ochenta y cinco por ciento. Y pensé "No tiene sentido seguir insistiendo". Acepté. Para mí era una fortuna. No tenía tanta ropa de utilidad; un par de ropas de cuero, un abrigo, un par de botas... Llené dos alforjas grandes, cogí el caballo más robusto, voy al bosque, me despido de los osos... No, no, no, son etapas, son muertes y son renacimientos. Todos los cambios son muertes y luego renacimientos. No tenía sentido despedirme. Las jóvenes del poblado me dijeron: -¿Ahora te quedarás aquí? -No, no, chicas, iré para la zona más cálida. -¿No te da miedo viajar sola? -No. -¿No llevas espada? -No, no llevo espada, llevo una pequeña hacha que la manejo a la perfección.
Y me marché hacia la zona más cálida. Atrás quedaba el frío, los recuerdos, ¡je!, y parte de mi soledad. Pero el resto de mi soledad por ahora venía conmigo, la portaba, estaba en mi interior. Empezaba una nueva vida. Adentro tenía una lucha: de un lado la soledad, del otro lado el dolor. Por la tarde era en el invierno pasado de la tía, en este invierno del tío, etapas, momentos, situaciones. ¿Enseñanzas? No sé. Si me preguntáis qué aprendí de esto sólo puedo decir que tengo resiliencia. ¿Pero de verdad la tengo o me engaño a mi misma? Hasta todo momento.
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