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Psicoauditación - Joaquín B.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión del 09/03/2017

Sesión del 23/05/2017

Sesión del 08/06/2018

Sesión del 08/06/2018

 


Sesión del 09/03/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Joaquín B.

En Helio 3 no estaba solo pero se sentía solo. La comunicación con los demás no le ayudaban en su autoestima, su trabajo y sus intereses estaban lejos de lo que le preocupaba a la gente, posibilidad de guerra. No era sencillo vivir así.

Sesión en MP3 (3.107 KB)

 

Entidad: No debo ser la única entidad espiritual que conceptúa que en el plano físico, en las distintas vidas, si bien las situaciones, las vivencias, los hechos diarios son absolutamente distintos ya sea por tiempo, por región, por costumbres, etcétera, hay algo que enlaza a las distintas encarnaciones y de repente se nos implantan engramas, engramas de dolor, de abandono, de incomprensión, o en el caso de la vida que voy a relatar, de hipótesis de conflicto, de grave conflicto. Entonces, en las siguientes vidas puedes tener temores inconscientes y como no tienes memoria reencarnativa no sabes a qué se deben esos temores, temores que a lo mejor tú mismo no los notas como ser encarnado pero que de alguna manera te pueden -o no- dificultar para tomar alguna decisión, para decir "no" a algo que verdaderamente te incomoda, para evitar quedar mal con el interlocutor o evitar un agravio, cuando a veces el peor agravio es el que no te tengan en cuenta. Sí, creo que es de los peores agravios.

 

Mi nombre era Brader Jones. Había nacido en Mérice, un país preocupado, pues era limítrofe con Borelia, uno de los dos países de Helio 3 que junto con Australis tenían el mayor armamento. Y si bien en este momento estaba pasando el planeta entero por una situación, cómo decís vosotros, de guerra fría, la situación era preocupante, muy preocupante, el ambiente era todo combustión y la menor chispa haría estallar todo. Obviamente estaba preocupado por el armamento que tenían las naves de nuestro país vecino, Borelia.

 

Como historiador conocía cómo fue evolucionando nuestro mundo. Dos siglos atrás habíamos descubierto el poder atómico, el siglo pasado evitamos tres guerras. Recuerdo que hace dos siglos, en la segunda gran guerra se utilizaron bombas atómicas, y por suerte nunca más hasta el presente volvieron a utilizarse. Además, teníamos armas poderosas; bombas de neutrones, bombas de vacío que creaban vacíos de kilómetros donde se creaban singularidades que tragaban ciudades enteras, armas que se habían probado en desiertos, en pueblos fantasmas, y directamente quedaba un gigantesco hoyo en ese desierto. Las bombas de vacío eran mucho más prácticas que las bombas nucleares, y no fueron creadas para combatir entre nosotros, habían sido creadas para algún peligro externo, de aliens ajenos a Helio 3.

 

Me había divorciado hace poco, como diríais vosotros, por incompatibilidad de caracteres. Reconozco parte de mi responsabilidad, era muy afecto al trabajo.

Siempre había sido leal, fiel a mi pareja, no me interesaba andar en enredos amorosos ni mucho menos, además no era mi manera de ser. Pero evidentemente mi pareja era más... -no querría decir una palabra hiriente-, pero le interesaba más estar en sociedad, hablar con gente, lo cual no está mal, quienes estudian la conducta humana dicen que el trato social es una de las cosas que da más alegría, incluso lo afirma este receptáculo que me alberga, quien en su mundo es bastante más importante de lo que él mismo cree. Pero con respecto a mi ex-pareja empezó a desviarse del camino, empezó a ir a reuniones sociales sola, llegaba a la madrugada. Notaba que al rechazarme íntimamente algún amorío tendría pero estaba tan abstraído en mi trabajo que lo dejaba correr, lo dejaba pasar. Ella misma me planteó el divorcio y le dije que sí.

 

El hecho de estar aislado en mi labor me privó, también, de tener muchos amigos. Tenía la fortuna de hablar por holograma con Wilder Marti, un ecologista de Idona, en el hemisferio sur. Wilder Marti era informático cuántico, e Idona, su país, estaba también en la región fronteriza con Australis. O sea, imaginaos, tanto Wilder como yo vivíamos al lado de dos superpotencias.

Wilder me decía:

-Mira, Brader, pareciera que ambos nos preocupamos por lo mismo pero te diré una cosa -me dijo sabiamente Wilder-, si hubiera una guerra entre Borelia y Australis no importa si yo vivo en Idona si tu vives en Mérice, todo el planeta pagará las consecuencias.

 

Los adelantos eran inimaginables para otros mundos. Teníamos ordenadores con 1 petabyte o 1.5 petabytes de capacidad en el disco duro, nuestras naves tenían ordenadores de 1.24 petabytes y buscaban descubrir los pliegues espaciotemporales para poder viajar a otros sistemas. Habíamos llegado con naves robots prácticamente a todo el sistema solar.

Recuerdo que Wilder me dijo:

-Si bien yo no soy astrónomo noto como un pequeño balanceo de un décimo de grado en nuestra órbita y mi hipótesis es que del otro lado del sol hay un planeta gemelo que no lo podemos ver porque gira en su órbita a la misma velocidad que nosotros.

Le planteé lo mismo que le han planteado muchos físicos y astrónomos a él:

-¿Por qué solamente el tercer planeta?

-Porque los demás los podemos ver a simple vista en sus órbitas, no tienen planetas gemelos. Es lo que yo pienso -dijo Wilder. Y me quedó grabado eso-. Y si tuviéramos un planeta gemelo a ciento cincuenta millones de kilómetros de nuestro sol seguramente también albergaría vida.

-¿Avanzada como la nuestra?

-Imposible saberlo.

 

La historia de nuestro mundo era una historia de guerras, de conquistas, de imperios, de decadencias, de nuevos imperios, y si tú vieras, como a través de una diapositiva, los países, su distribución a lo largo de los siglos, la geografía cambiaba siglo tras siglo, siglo tras siglo. Es más; dos siglos atrás que tuvimos dos grandes guerras la geografía cambió por completo y Borelia fue el país más poderoso de Helio 3. Esto fue el siglo pasado donde Australis comenzó a crecer, a crecer hasta igualar la potencia armamentista de Borelia.

Ambos teníamos gigantescas naves pero no llegamos al cuarto planeta, estábamos tan obtusos -como raza- de armarnos, de competir y cometíamos el error de seguir depredando nuestro mundo, contaminando arroyos, ríos y hasta océanos y acabando exponencialmente con las especies animales y hasta con la flora. Por suerte nuestros vehículos y nuestras naves, con el adelanto, no se manejaban con combustible fósil contaminante, era la única mejora con respecto a siglos anteriores.

 

Mi idea era viajar a la brevedad al sur, a Idona, a conocer personalmente a Wilder. Me interesaba la informática cuántica, a él le interesaba lo que yo hacía.

Me decía:

-Mira Brader, tú eres un historiador y entiendes mucho de la conducta humana, sería bueno intercambiar impresiones tomando un café o una bebida fría de por medio. Si bien podemos hablar por holograma no es lo mismo que vernos en persona.

 

Ambos éramos divorciados. Quizás Wilder era más suelto que yo, él se relacionaba con más gente. Había conocido una joven, después dejó de verse porque la joven era demasiado liberal para su criterio. Yo no opinaba sobre su vida, como él por respeto tampoco opinaba de la mía en la parte afectiva, pero sí coincidía mucho con él. En una relación lo más valioso era la lealtad, lo mismo que con una amistad, la diferencia es que tú puedes tener decenas de amigos pero no decenas de parejas, por lo menos no yo. Después, lo que hagan los demás, es algo que no me debe incumbir.

 

Pero sí, tenía engramas por hipótesis de conflicto, tenía engramas de soledad.

Enseñaba historia en la facultad, los alumnos me respetaban. Me sentía, no amigo porque era darles demasiada confianza, pero sí mostraba empatía con los adolescentes y de alguna manera esa empatía era recíproca. Evitaban desmadrarse en el aula, no eran conflictivos, por lo menos no conmigo, sé que había otro profesor mayor al que le hacían la vida imposible, un profesor de matemáticas, pero no debía meterme en eso, entiendo que no sería ético hablar por otro profesor. Sí orientaba a los jóvenes cuando me preguntaban temas fuera de lo que era historia. Una joven no tenía una buena relación con sus padres, la orientaba siempre tratando de evitar conflictos. Jamás aunque la joven tuviera razón la iba a poner en contra de su familia. O de repente un joven no sabía cuál de dos carreras seguir y yo no podía elegir por él porque no era mi tarea elegir por él sino fomentar su inquietud en ambas y que él mismo decida finalmente. De esa manera evitaba, como pasó con otros profesores, sanciones por enseñar cosas fuera de su materia.

 

La facultad era como mi segundo hogar, me sentía acompañado por los jóvenes pero cuando llegaba a casa dejaba encendido el ordenador holográfico para ver si recibía algún llamado. A veces se encendía un punto azul o un pitido y eran mensajes de trabajo o algún alumno que me consultaba fuera de hora por una materia. Si por ejemplo en tal época, luego de tal invasión tal imperio decayó y si eso tuvo que ver con el cambio de geografía. Por qué tal pueblo emigró al norte... Y ya me metía en la rama de la geografía, lo cual estaba bien, no se salía de mis patrones de ética, lo comentaba con el profesor de geografía para ponerlo al tanto y me decía: -Está bien Jones, está bien.

 

Pero me sentía ahogado con mis engramas de soledad, el no poder debatir con mis iguales, con mis pares. Los pocos compañeros que tenía nos juntábamos en el café y hablaban solamente de hipótesis de conflicto entre Borelia y Australis.

Terminaba yéndome, luego de saludar a todos, con un tremendo dolor de pecho porque la incertidumbre te agota más que la negación y esto lo afirmo hasta las últimas consecuencias. Es más le estoy transmitiendo el dolor de pecho a este receptáculo porque la incertidumbre de una posibilidad inminente, inminente de guerra que podía acabar con la mitad de la civilización, una civilización tan hermosa a pesar de los desastres ecológicos, del efecto invernadero porque quedaban remanentes a pesar de que ya no se usaba combustible de fósil.

 

Ya había planificado que en el futuro, antes de que hubiera algún conflicto viajaría a ver a Wilder Marti. Incluso él me propuso:

-Tengo vacaciones, puedo viajar al norte.

 

Ambos teníamos pasaportes y visas para entrar tanto a Borelia como a Australis, países altamente militarizados, pero como cada uno era respetado en lo que hacía éramos conocidos y no teníamos nada que ocultar. En las distintas redes sociales holográficas nos hacían consultas, a veces eran las doce de la noche y seguía respondiendo consultas gratuitas, agotadísimo, y lo bueno que sacaba en limpio era que -me tomo una licencia con el lenguaje-, caía fulminado en la cama hasta las siete de la mañana donde el mismo ordenador encendía las luces y sonaba un pitido agudo y me despertaba. Lo que no podía hacer un ordenador ni toda la ciencia era quitarme los engramas, engramas que me agobiaban, que me hacían sentir insignificante.

 

Es todo por ahora.

 

 


Sesión del 23/05/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Joaquín B.

De joven mataron a sus padres. Aunque querido por sus familiares vivía mal, con rencor. Encontró un hombre anciano que le aconsejó, le cambió el rencor por aceptación. No podía revertir el pasado.

Sesión en MP3 (557 KB)

 

Entidad: En esta vida que estoy vivenciando mi nombre es Uriel, conceptúo con muchos thetanes cuyos 10% también repasan vidas. Y nos ponemos de acuerdo en que a veces, situaciones de la vida actual no son nada comparadas con situaciones de otras vidas. De todas maneras, a nuestro 10% poco le importa eso pues no tiene memoria reencarnativa, salvo lo que uno, como thetán, pueda hacerles llegar a conocer.

 

En distintas vidas he sufrido pérdidas, dudas, baja estima... ¿Por qué no?, éxitos. Éxitos que me han cegado, que me han deslumbrado. Y a veces digo que son más riesgosos que los fracasos. Esto no significa que uno empatice con los fracasos no, no, pero el fracaso, de alguna manera, te enseña a estar alerta, atento, vigilante, lo que no es ninguna garantía de que no puedas volver a caer. El éxito te deslumbra. A veces es como un espejismo que cuando te zambulles en el oasis te llenas la boca de arena.

Y eso pasa en distintas vidas, encuentras un espejismo donde de pequeño eres feliz, como me pasó en la vida de Uriel en Umbro, el cuarto planeta del sistema Aldebarán.

 

Vivía feliz en la granja. Mamá había perdido una beba yo teniendo cuatro de vuestros años. Pero a diferencia de otras vivencias mamá se aferró a mí, no ahogándome en el sentido de sobreprotegerme, pero volcaba todas sus atenciones en mi persona.

Padre tampoco me descuidaba. Me llevaba a la labranza, nuestra granja prosperaba. Con cinco años manejaba la pala, la azada. Amaba la granja y teníamos un capataz leal, labradores leales.

No quiero pensar más en eso, no quiero pensar más en eso.

 

Sesión en MP3 (2.670 KB)

 

Jorge Olguín: Mi thetán Johnakan, Ur-El, le ha enviado Luz blanco-azulada del Padre al thetán de Joaquín. Va a continuar con su relato. Lo intenciono.

 

Entidad: Aquí estoy nuevamente con vosotros repasando la vida de Uriel en Umbro.

Mamá rara vez salía de la granja, pero tenía muchas cosas que traer y como nuestro capataz estaba ocupado en la labranza, madre acompañó a padre al poblado a buscar algunas provisiones en una carreta liviana.

 

Ya era el atardecer y no llegaban cuando don Justo, de la granja vecina, se acerca, habla con nuestro capataz y le comenta que unos asaltantes mataron a mis padres para robarles la mercadería.

Mis tíos, mi tío, hermano de mi padre se hizo cargo de la administración de la granja, me llevaron a vivir con ellos a pocas líneas en su granja lindera. Crecí en el dolor. No puedo decir nada de mis tíos puesto que me dieron un tremendo amor, ellos no habían tenido hijos y yo siendo su sobrino fui criado como hijo. Nunca supe -hasta el momento del relato-, de los asaltantes, no hubo pistas. Incluso se robaron el hoyuman dejaron solamente la carreta abandonada en el camino.

 

A los dieciséis de vuestros años de Sol III tuve la potestad, sabía leer y escribir, así que firmé un papel y vendí todo. Obviamente le dejé una parte de metal a mis tíos que a su vez emplearon al capataz ya que causalmente el capataz de ellos había fallecido hacía veinte amaneceres, por lo cual tuvo continuidad de trabajo, al igual que todos labradores de la granja que había pertenecido a mis padres.

Mi tío me abrazó y me dijo:

-Entiendo que te vas, Uriel.

-Sí.

-Llevas demasiados metales en tus alforjas, tienes que tener mucho cuidado.

 

Mis ropas eran ropas humildes de labrador, no aparentaba ser una persona de dinero. Sí es cierto que había hecho trabajo bastante rudo en el campo y a mis dieciséis de vuestros años había criado un cuerpo bastante fuerte, musculoso. Me preguntó mi tío si me iba a un pueblo de la zona ecuatorial, le dije:

-No, quiero cambiar de panorama.

 

Me marché para el este. Amaneceres y amaneceres comiendo en algunas posadas, durmiendo a la intemperie, tuve suerte de que ningún anochecer llovió. Hasta que llegué a la zona del desierto, una zona que desconocía por completo. Me crucé por primera vez con camélidos, unos animales peludos de los cuales desconocía su nombre. Llegué a un pequeño campamento, me sorprendió porque había como una especie de círculo cubierto por una lona y veía a unos hombres haciendo piruetas. Un anciano me recepcionó, me preguntó de dónde venía.

Le digo:

-Del oeste. Tenía una granja a poco tiempo del océano.

-¿Y has andado hasta aquí?

Le conté parte de mi historia, la muerte de mis padres cuando era muy niño, criado por mis tíos trabajando en la granja.

-¿Y andas con todos los metales de la venta encima? -me dijo el anciano. Me puse pálido. Me miró a los ojos y me dijo: -¡Oh! no, no, no nos interesa el dinero, nadie te va a robar nada aquí. -Mi rostro, en lugar de pálido se puso rojo de la vergüenza.

Le digo:

-No, no, no, lo que sucede es que no os conozco.

 

Los jóvenes pararon de hacer piruetas y se acercaron a mí, me invitaron a comer. Y el anciano, que aparentemente era uno de los que daba las órdenes en el lugar, me invitó a quedarme, si quería, por unos días.

Me intrigaba porque le dije: -¿Qué es lo que estaban haciendo en esa lona circular?

-Somos luchadores.

-¡Pero esto que yo veía no era lucha! He visto lucha en algún poblado de la zona ecuatorial, pero...

-Es que somos luchadores acróbatas.

-¿Cómo es eso?

-Claro, es una lucha distinta donde podemos rodar, pararnos con las manos, darnos una vuelta sobre nosotros mismos en el aire, golpear con los pies.

-¡Vaya, qué raro!

 

Me quedé. Y obviamente se caía de maduro que tenía que intentar aprender el arte de la lucha acrobática, pero me costaba. Recibía golpes, no me quejaba, caía al piso. Intentaba saltar, daba una voltereta y me golpeaba la cabeza. Me molestaba y golpeaba en el piso.

Uno de los hombres más hábiles, quizá uno de los mejores del poblado me dijo:

-El tema es así, Uriel, tú no puedes entrenar bien. Nos has contado tu historia, tienes mucho dolor acompañado por una muy oculta ira. Mientras esa ira y ese dolor te consuman no solamente vas a perder fuerzas sino que no vas a estar atento.

-¡Pero estoy atento! -me quejé.

-No, por fuera pareces atento, por dentro no estás atento. Pero lo que vale no es el afuera, no, es el escuchar, el ver, el percibir es un espejismo, una ilusión. Tu interior te sofoca, tu ira, tu dolor te van quemando por dentro, y eso lo arrastras de cientos y cientos de amaneceres.

 

Y me acordaba de cuando trabajaba con mi tío. Cogía la pala, cavaba surcos, me dolían las manos de cómo apretaba el mango de la pala, su empuñadura con la otra mano, cuando cogía el pico, cuando tomaba el hacha y cortaba troncos. Luego me sentía bien porque entendía como que había canalizado el dolor de la pérdida de mis padres haciendo ese esfuerzo físico, pero a la noche terminaba, como decís vosotros, molido, extenuado.

Y se lo comenté al anciano en esta hermosa comunidad de luchadores acróbatas.

Y me dijo:

-Mira, Uriel, todo ejercicio es bueno. Terminas al final del día, te recuestas en tu camastro y te duermes en segundos. Al comienzo te levantarás con el cuerpo dolorido del ejercicio, pero luego te acostumbras. Y mi pregunta es: Tú, cuando terminabas de coger el pico, de tomar la pala, de sujetar el hacha, de trabajar hasta el anochecer en el campo, ¿dormías bien?

-Pues estaba extenuado, me tiraba en mi camastro y...

-¿Y el sueño te vencía?

-No -confesé-, daba vueltas con mi cuerpo dolorido, con mis manos agarrotadas, con mi estómago que me quemaba, con mi pecho que me dolía, con mis palpitaciones, con mi sudoración.

-O sea, que aparte de la ira y el dolor también te afectaba la parte física. Y eso es lo que ahora te impide entrenar.

-¿Cómo hago para aplacar la ira y el dolor?

-Aceptando.

-¡No, jamás voy a aceptar que a mis padres lo han asesinado!

-Uriel, tienes que entender una cosa -me explicó el anciano- aceptar no significa resignarse, significa entender que no podemos dar marcha atrás, y que el dejar el dolor, ir dejándolo no es olvido, jamás te vas a olvidar de tus padres a pesar que los has tenido en tu vida corto tiempo. A veces me da la impresión que no quieres dejar el dolor porque piensas que quienes fueron tus padres quieren estar permanentemente en tu recuerdo. Y lo estarán. Pero el recuerdo con dolor te sigue consumiendo. Deja ir ese dolor.

-¿Y cómo hago con la ira? ¿Cómo hago, anciano, con la ira? Si algún día llego a ver ese hoyuman, el que estaba en la carreta que los asaltantes se llevaron...

-¿Y cómo sabes que ese animal vive?, ellos viven menos que nosotros. Es hora que tomes un poco de bebida espumante.

 

Normalmente yo no había probado alcohol, de todas maneras lo tomaba de muy pequeñas dosis. El guisado era bastante picante, me sentí reconfortado. Como todo joven quise tomar más bebida espumante.

Me dijeron:

-No, si tienes sed toma agua. El alcohol, en su justa medida, es bueno. Si tomas más te hace mal aquí -se tocó la cabeza-, y aquí -se tocó el corazón.

-Entiendo, entiendo.

 

Y cada amanecer practicaba, pero obviamente tenía que cooperar con mi manutención y allí también había una granja en una zona cercana a un oasis, y éste sí era un oasis de verdad, no era un espejismo, y los ayudaba a armar canaletas, a armar las cajas de madera que llevaban el agua y era un trabajo que me gustaba y trabajaba como el mejor. Y día a día, amanecer tras amanecer aprendía la lucha acrobática y así estuve dos de vuestros años de Sol III hasta mis dieciocho años.

 

Y llegó la hora de marcharme. ¿Si había vencido el dolor y la ira? No. Mentiría si dijera que sí. ¿Si había aprendido bastante de la lucha acrobática? Sí. ¿Como para vencer a los mejores de allí? Absolutamente, no. Estaba en un término medio, no lo voy a negar, pero había aprendido bastante como para vencer en lucha mano a mano incluso a un fortachón de cualquier poblado. ¿Qué aprendí en el lapso de tiempo que estuve con esta gente?: A dominar la ira, a entender el dolor, como dije antes. No lo saqué del todo, no me vencí mi ira, la aplaqué. Crecí, entendí, pero de entender conscientemente a entender inconscientemente, el trecho es larguísimo, muy, muy largo, me quedaba bastante tarea por delante. Me dieron un hoyuman fresco, el anciano me dijo lo mismo que cuando llegué:

-Ten cuidado con tu dinero.

 

Lo que no había aprendido era a manejar una espada. De todas maneras llevé una espada conmigo, tenía nociones básicas, nada más, podía defenderme contra asaltantes pero no era un maestro espadachín ni mucho menos, apenas un aprendiz.

Marché por el camino, pasé por distintos poblados. Al final llegué a un lugar llamado Furca, era un poblado bastante, bastante grande. Tal vez me quedaría allí un tiempo donde seguramente tendría nuevas vivencias, pero eso es otra historia.

 

 


Sesión del 08/06/2018

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Joaquín B.

La entidad espiritual relata una vida en Umbro, donde aprendió a forjar espadas y armas. Unos maleantes mataron a su familia y quedó con engramas.

Sesión en MP3 (2.018 KB)

 

Entidad: Digamos que a veces no se adquieren engramas por situaciones que uno pasa sino por situaciones que pasan tus seres queridos.

 

Único hijo. Mi nombre era Raúl. Vivíamos en la zona centro de Umbro, en la línea ecuatorial, pero estábamos rodeados de cuatro o cinco poblaciones importantes.

Papá me enseñó de pequeño el oficio de herrero y yo lo aprendía con amor. Aparte, sentía admiración por el trabajo de padre. Y madre ayudaba, no sólo hacía las tareas de la casa y preparaba la comida sino que iba al aljibe, traía el agua en grandes baldes de madera, atendía a su vez los animales.

Digamos que tuve una infancia feliz, hasta que comencé a darme cuenta cómo era el ser humano, o por lo menos los seres humanos que yo conocí en ese momento.

 

Padre hacía muy buenas herraduras para los hoyumans y también le encargaban la parte metálica de las hachas y espadas.

Pero más de un cliente se quejaba que la espada no está muy bien balanceada, que el material no era de buena categoría, que no estaban bien templadas.

Yo veía que padre trabajaba desde el amanecer hasta casi la noche, apenas paraba al mediodía para comer algo. Lo veía muy delgado, muy endeble.

 

Mientras, yo iba creciendo y mis músculos se iban fortaleciendo. Sí, como todo niño jugaba con espadas de madera.

Vivíamos en una pequeña granja y al lado estaba la herrería, prácticamente mamá era la granjera y no tenía compañeros con los cuales jugar de niño sino que tenía que ir hasta el poblado. Ya siendo preadolescente me iba en carreta con dos mulenas hasta el poblado más cercano a buscar mercadería, y disfrutaba, atravesaba un bosque, un prado, la zona era tranquila, nunca tenía temor de que me asaltaran, además no llevaba metales conmigo, era un crío.

Recuerdo la tarde que volví, un cliente le discutió a padre que su espada se le había roto, quería que le devolviera los metales que le había pagado.

Padre le dijo:

-Le haré una mejor.

-No me interesa.

 

Recuerdo que le pegó una bofetada a padre. Era un hombre bastante corpulento y padre cayó de rodillas. Teníamos acumulados algunos troncos para leña y cogí uno de ellos y le golpeé la cabeza al hombre con toda mi fuerza. Se desmayó y le salía sangre. Pensé que padre me felicitaría por ayudarlo y fue todo lo contrario; me retó, pero me retó mal, mal.

-Mira en que problema me has puesto. Nunca te enseñé eso, Raúl.

Estaba temblando de impotencia, no me gustaba que padre me rete. Y después me entró temor de que vinieran las autoridades del pueblo, yo tenía casi quince de vuestros años.

Cuando el hombre volvió en sí, madre le estaba curando la herida de la cabeza y yo me había tiznado con una especie de carbón todo el rostro. Me miró. Lo miró a padre.

-¿Qué pasó?

Le dije, casi llorando:

-Vinieron tres hombres, lo golpearon a padre y a ti te golpearon en la cabeza y a mí me arrojaron contra un montón de carbón. No me golpearon porque soy pequeño todavía, mi temor era por madre que la ultrajaran. Sólo querían metales, se llevaron un par de espadas y algunas herramientas. -El hombre creyó mi mentira.

Se recuperó y le dijo a padre:

-Por favor, volveré en siete amaneceres. Téngame una buena espada lista.

-Así lo haré, señor -le dijo padre. -El hombre se marchó en su hoyuman.

Una vez que estaba lejos, padre me enfrentó y me dijo:

-Nunca más agredas a nadie.

Le dije:

-Tú no lo hubieras podido solucionar padre, le hubieras tenido que devolver sus metales.

-Le hubiera devuelto sus metales, Raúl. No importa.

-¿Pero por qué golpearte, porque te pegó una bofetada? No era para tanto. Simplemente reaccioné.

-No debes hacer eso hijo, no debes reaccionar de tal manera. No es lo que te enseñamos. -En ese momento sentí lo que ustedes llaman un complejo de culpa, me sentí miserable, desdichado, como que le había fallado a padre.

 

Pero no era la primera vez que los clientes lo criticaban por su trabajo y empecé a trabajar con él, ya no como ayudante de traer y llevar cosas sino de forjar metales.

Ya cuando cumplí dieciséis de vuestros años mi trabajo era superior al de padre, no sé si padre se daba cuenta, yo me daba cuenta. A los diecisiete de vuestros años ya tenía muchas espadas hechas por mí y muchos filos de hacha hechos por mí, y los que se llevaban los clientes nunca volvían a reclamar nada.

Trabajaba ya a la par de padre, pero como él me mandaba siempre al poblado a buscar mercadería siempre tenía más herramientas y armas para vender y la gente se seguía quejando.

 

Recuerdo que a los diecisiete de vuestros años fui al poblado a buscar bastante mercadería, alforjas nuevas de cuero y algunos utensilios. Era de día, sin embargo alcé la vista y vi como una bola de fuego, una luz que cayó del cielo. Me asusté, pensé que aquel que está más allá de las estrellas estaba enojado y mandaba castigo a todo Umbro. Es como que la tierra tembló, es como que esa bola de fuego cayó cerca. Me desvié con la carreta y azucé a las mulenas que apuren el paso. Era una zona bastante despoblada, quizá nadie vio nada. Me acerqué y había metal humeante, partido a lo mejor por el impacto en varios trozos. Solamente con acercar la mano me di cuenta la enorme temperatura que tenían. Pero llevaba conmigo una pala y la parte de atrás de la carreta estaba forrada con metal -obviamente la carreta de un herrero; si hubiera sido de madera y le hubiera echado metal a alta temperatura se hubiera prendido fuego-. Cogí la pala y pude cargar los pedazos más pequeños pero llevé bastante metal, más que mi propio peso. Esa piedra enorme que cayó del cielo ya no echaba fuego, ya no echaba humo. Miré bien el paraje y marché para el poblado. Compré las cosas de cuero que tenía encargadas por padre y volví.

 

Cuando llego -faltaban cuatrocientas líneas para llegar-, se veía como una columna de humo. Me fui acercando y vi huellas de hoyuman y temí lo peor. Apresuré el paso de las mulenas y vi que, ¡ah!, mis padres estaban muertos.

Miré las huellas y había de cuatro a cinco hoyumans. La herrería estaba intacta. A veinte líneas de distancia nuestra vivienda estaba toda hecha cenizas. Seguramente no eran esos clientes que criticaban, sería una horda de maleantes que buscaba metales. Pero apenas nos alcanzaba para comer, a padre no le encargaban mucho trabajo y yo era nuevo en el tema.

Estuve bastante tiempo llorando sentado en la tierra abrazado a los cadáveres de mis padres. ¡Ah! Cómo no iba a tener engramas, cómo no iba a tener engramas.

 

 

 


Sesión del 08/06/2018

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Joaquín B.

Desde que murieron sus padres quedó solo. Pero no llevaba bien la soledad, la soledad le llevaba a él y le impedía rehacer su alma. Alguna vez encontraría a alguien con quien apagar sus engramas de soledad.

Sesión en MP3 (2.115 KB)

 

Entidad: Ratifico que la mayoría de los engramas rara vez son por conductas nuestras, siempre es por interacción con los demás.

 

Mi nombre era Raúl, herrero de la zona centro, una zona poblada de la línea ecuatorial de Umbro. Mi padre me había enseñado el oficio, mi madre ayudaba a padre y a su vez se ocupaba de la granja.

Pero a los diecisietes de vuestros años mi vida había cambiado. Iba al poblado a buscar alforjas y otras cosas de cuero cuando vi una luz que caía del cielo.

Llegué hasta allí, era una piedra que quizás aquel que está más allá de las estrellas había lanzado como señal de algo. Como la carreta nuestra era de herrero tenía piso y costados de metal por lo que con una pala pude cargar algunas rocas de la enorme forma que había caído del cielo.

Y regresando para casa me encontré ¡ah! que habían asaltado a mis padres quitándoles la vida buscando metales que no había. Me abracé a sus cuerpos sin vida. Las lágrimas me caían a montones. Sentía como debajo mío se abría un abismo, un enorme abismo.

Cogí el hoyuman más rápido y marché para el poblado. Hablé con dos hombres que eran los que se ocupaban de mantener la ley en el lugar y fueron conmigo hasta casa. Dos ayudantes más me ayudaron a enterrar los cuerpos de mis progenitores.

 

Había perdido la vivienda pues la habían quemado, sólo tenía la herrería. No se habían llevado ningún animal. Tenía que aprender a vivir solo.

El representante principal de la ley me dijo:

-Raúl, ven al poblado, hay algunos terrenos en venta. Vende lo que te queda, vende los animales y pon una herrería en el poblado, que tendrías más trabajo.

 

Estaba acostumbrado a estar lejos del poblado, pero en las afueras, una de las últimas casas, hacía pocos amaneceres había fallecido el viejo herrero y no tenía herederos. Cuando es así los bienes se los repartían entre todo el poblado.

 

Un hombre que venía de las montañas lejanas con su esposa y tres hijos me compró a un precio razonable los animales y la herrería. Con esos metales compré -y esa plata que se la repartieron en el poblado-, la vivienda y la herrería que quedaba saliendo del poblado. Ya no estaba solo, ya convivía con la gente.

El terreno era bastante grande y la vivienda también. La herrería era techada y en la parte de atrás había un galpón bastante, bastante importante, allí escondí las rocas que había cargado de esa piedra que cayó del cielo.

 

Abrí la herrería, intenté trabajar con esa roca metálica y vi que era fácil de forjar y se templaba mucho mejor que el metal que había en Umbro. Recuerdo que forjé mi primera espada, me salió bastante, bastante bien, pero era bastante más liviana y el metal era de un color más azulado, pero las tendría que cobrar más caras que las espadas comunes. Entonces hacía espadas de dos precios: cobraba dos monedas de plata las espadas comunes y cinco monedas de platas las espadas con el metal azulado.

Al comienzo muchos se quejaban decían que era demasiado el precio, les dije:

-Pruébenlas.

No sólo eran más livianas sino que si chocaban con otras espadas de menor calidad las llegaban a partir. Y una vez cada tres días, al atardecer, cuando cerraba la herrería me iba con la carreta y dos mulenas y acarreaba más piedras metálicas del lugar donde había caído esa gran piedra que envió aquel que está más allá de las estrellas.

 

Y empecé a tener bastante trabajo, sólo me angustiaba mi soledad, tenía lo que vosotros llamáis engramas. Todavía no me acostumbraba a vivir en la población por más que estuviera en una punta de la población y extrañaba la presencia de mis padres muchísimo, muchísimo. A veces mi padre me retaba por mi conducta pero él tenía razón, siempre me decía "Domina tus impulsos, domina tus impulsos".

 

Y me hice conocido en el poblado. A los veinte de vuestros años ya era respetado como herrero. Me hice de amigos y a veces a la tarde al terminar de trabajar me iba con ellos a beber en la taberna bebida espumante. Pero siempre tenía conducta, me molestaban esas personas que bebían de más y estaban tambaleantes o provocaban a otros; yo tomaba por sed no por vicio. Tampoco me invadía la gula, me gustaba el guisado picante pero comía lo necesario. Mantenía mi físico fuerte, pero delgado.

 

¿Si era buen espadachín? No, era un espadachín normal, mejor que muchos y peor que otros. Pero sí era muy buen herrero. No lo decía con petulancia ni con vanidad, simplemente porque amaba mi trabajo y daba lo mejor de mí. Y a veces tardaba un poco más en templar una espada o en sacarle filo a la punta de un hacha, pero conmigo, a diferencia que con papá, ningún cliente me criticó, ningún cliente se quejó.

Pero de todas maneras me encontraba solo. Había otra posada, del otro lado del pueblo, en la otra punta, donde había algunos músicos que tocaban un instrumento de cuerdas, muy parecido a la guitarra de Sol III. Y había varias jóvenes, jóvenes que trabajan en la posada como camareras y algunas por un metal más llevaban al cliente al piso alto, a alguna de sus habitaciones. No voy a negar que alguna vez he ido a pagar con favores. Pero me resultaba incómodo, mi sueño era encontrar el gran amor. Pero no, no veía una joven que me agradara en el poblado.

Así que dedicaba mi tiempo a trabajar, por la tarde a distraerme con mis compañeros y por la noche, en soledad, a tratar de disimular ese pasado que me pesaba tanto, tanto, tanto. ¿Cómo olvidar ese amor que sentía por mis padres? ¿Cómo entender que ya no los tenía conmigo? ¿Cómo soportar ese dolor tan grande que me carcomía por dentro potenciado por la soledad de la noche?, porque durante el día con el trabajo me distraía.

 

La gente pasaba y me saludaba:

-¿Cómo anda, don Raúl?

 

¡Don Raúl! Aún no tenía veintiún años de vuestro Sol III y me decían don. El don no era por la edad, era una muestra de respeto.

Y yo me esmeraba en hacer mi trabajo cada día más. Al cabo de noventa amaneceres terminé de cargar los trozos de esa gran roca metálica que había caído del cielo. Muchos me preguntaban:

-¿De dónde sacas ese metal azulado?

Le digo a quien me preguntara:

-Lo extraje del suelo de donde vivía con mis padres. Ya no hay más.

 

Qué más puedo decir. Muchas veces las cosas no nos salen como queremos y le echamos la culpa a la vida. La vida es un sendero.

Los engramas, los traumas, las situaciones no siempre son provocadas por nosotros, como dije al comienzo. Pero de la misma manera que aprendí a templar el metal de Umbro y ese metal que vino del espacio, todavía no había aprendido a templar mi interior. Esa: Templar mi interior era mi asignatura pendiente. Ese era mi trabajo a hacer, que las cosas vanas no me afectaran y sí las cosas importantes, las que verdaderamente tenían valor porque lo que tenía valor no era la caricia de una posadera porque todo lo que se puede comprar con metales es barato, el amor no se compra, la lealtad no se compra, la sinceridad no se compra. Pero el mayor de los trabajos era aprender a templar mi alma, porque ser más duro, que el dolor no me afecte tanto no significa hundirse en la indiferencia no, eso sería pasarse al otro extremo, sino aprender a soportar los golpes de la vida.

 

Gracias por escucharme.