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Psicoauditación - Johnatan L.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 24/07/2018

Sesión 30/07/2018

Sesión 13/08/2018

Sesión 19/10/2018

Sesión 23/05/2019

 


Sesión 24/07/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidades que se presentarón a dialogar: Johnatan L.

En Sigma II. Relata que fue amigo y consejero del rey, habían compartido de todo. Cuando hubo reina el carácter del rey cambió.

Sesión en MP3 (3.262 KB)

 

Entidad: Puedo relatar infinidad de vivencias, puedo vivenciar las situaciones más inverosímiles, pero vosotros mismos tenéis un refrán que dice que la realidad supera a la ficción. Y a veces pasamos por situaciones que luego las rememoramos pasado un tiempo y nos preguntamos ¿cómo puedo haber vivido esto? ¿Cómo me pudo haber pasado aquello? ¿Cómo dejé pasar tal oportunidad?

 

¡Ah! ¡Qué bueno sería poder dar marcha atrás en el tiempo como cuando das marcha atrás en un carro y poder repetir ciertas escenas para enmendarlas, modificarlas, vivirlas de nuevo! Pero eso no se puede hacer. Entonces, como dicen aquellos grandes Maestros, esas grandes entidades de Luz, no puedes modificar el pasado, pero de acuerdo a como hagas, a como actúes en éste presente podrás trazar tu futuro. No puedes enmendar tu pasado, pero -y modificando el lenguaje un poquito, me atrevo a modificarlo un poquito-, puedes enmendar tu futuro. Y por eso digo modificar el lenguaje porque el futuro no está hecho todavía, entonces no hay nada que enmendar, pero sí lo puedes escribir con tus acciones, con tus proyectos, con tu intención, con tu anhelo.

Pero claro, en esta vida que voy a relatar tenía anhelos, tenía proyectos; sólo me faltaba llevarlos a cabo. Pero era tal mi introversión, mi timidez..., cosa que a veces lo disfrazaba mostrándome ocurrente, y no mucho, y no mucho.

 

Mi nombre era Lerner. Vivía en la zona meridional del continente Atrio. Mi padre era nada más ni nada menos que consejero del rey.

El rey era una persona, ¡oh!, muy intolerante. A veces iba con mi padre a acompañarlo por alguna razón al salón principal y me quedaba duro como una de las estatuas que había allí -y no tenía por qué, ya que el rey me ignoraba-, y admiraba la flema de mi padre de hablarle de igual a igual: "Tú, rey, lo que necesitas es esto, aquello, lo otro. Necesitas modificar tal proyecto. Tendrías que hacer tal cosa". El rey era intolerante, pero a padre lo escuchaba.

Mis mejores momentos eran cuando salía con el hijo del rey, con Esper. Nos divertíamos. A un costado del patio de armas espadeábamos con espadas de madera fingiendo que éramos grandes guerreros. El jefe de la guardia y los soldados no se metían con nosotros porque no se podía estar ahí, pero claro, estamos hablando del príncipe, nadie se podía meter con el príncipe, ni siquiera el jefe de la guardia. Y yo aprovechaba, era su mejor amigo. A veces escoltados por una seguridad de diez soldados salíamos de palacio y salíamos de fuera de los muros incluso del patio feudal. Galopábamos, a veces nos bañábamos en el arroyo en pleno verano.

 

Una vez, al atardecer nos escapamos, y se había hecho casi de noche, las dos lunas iluminaban nuestra silueta.

-Esper -le decía yo-, a ti tu padre te va a azotar, pero a mí me van a colgar.

-Lerner, quédate tranquilo -decía el príncipe-, no pasa nada.

 

Se escucharon unos galopes. Llegaron los soldados con el jefe de la guardia y atrás el consejero. ¡Ay! El jefe de la guardia se enfrentó con el príncipe, pensé que lo iba a retar.

-Alteza, vuestro padre os solicita. -¡Qué delicadeza!

No pasó lo mismo conmigo. Mi padre, el consejero, me dijo:

-¡Lerner! ¿Dónde tienes la cabeza?

-¡Pero padre, no puedo desobedecer al príncipe, él me mandó, él me dijo que salgamos! -Ahí utilicé mi astucia porque en realidad los dos planificamos eso. Bueno, más Esper que yo. Pero padre tuvo que callarse y volvimos.

Me imaginé al rey dándole una reprimenda a Esper. Le dijo:

-Tienes la comida servida en la cocina, comerás en la cocina.

Estaba a punto de seguir a Esper cuando sentí una mano fuerte en mi brazo, era mi padre:

-¡Ven para aquí, no digas nada! -Y me sacó del salón principal.

 

 Cené una cena rápida y me acosté. Pero no fue la única noche que nos escapamos, fueron varias. ¡Cómo lo disfrutaba! ¡Cómo disfrutaba las tardes en el arroyo, en invierno subiendo las cumbres! ¡Era ¡extraordinario! ¡Era extraordinario!

Pero fuimos creciendo y a medida que íbamos creciendo -¿cómo lo puedo explicar para qué se entienda?-, crecía mi responsabilidad. ¿Pero qué sucede cuando no estás preparado? Crecía también mi inseguridad, mi timidez.

Y siendo adolescente falleció madre. Sentí como un abismo que se abría a mis pies. Una mujer tan cariñosa, tan especial. Padre estuvo un tiempo que no hablaba. El mismo rey que siempre era intolerante no objetó que se mantuviera en silencio. Eso no significa que no le diera nuevos consejos al monarca, pero le permitió esos días de luto.

 

Con el príncipe Esper ya éramos adolescentes, las salidas eran otras. Incluso una tarde llevó a la guardia al bosque, eran doce, catorce soldados, los soldados no podían hacer otra cosa que obedecer -le ordenó al jefe de la guardia que se quedara en palacio- y llevamos espadas de verdad y Esper se puso a espadear con cada uno de los soldados. Lo admiraba porque era muy difícil que le, no que lo vencieran sino que ni siquiera lo llegaran a tocar. Algunos no se atrevían a tocarlo y Esper les dijo:

-Si no se juegan a fondo, les mandare azotar. -Y se jugaron a fondo, pero era imposible tocarlo-. ¿Quieres probar tú?

-¿Eh?

-Lerner, te hablo, ¿quieres probar tú?

-No soy tan bueno como tú.

-¿Cómo no? Desde que teníamos cinco, seis años has practicado conmigo. ¿Cómo no? -En realidad, sí, tenía mucha habilidad con la espada, pero ¿y si llegaba a lastimar a un soldado y éste tomaba represalias y me cortaba el cuello?

El príncipe me sacudió de los hombros: -¿Por qué no te despiertas de una vez?

-¡Pero Esper, estoy despierto!

-Quiero decir ¿por qué no sales de ese aturdimiento que tienes? ¡No va a pasar nada! Aparte, te lo ordeno como tu príncipe. -Me encogí de hombres. Saqué mi espada y cambié golpes con tres o cuatro de los soldados. Eran buenos, pero yo era mejor todavía. Menos con uno que era muy ágil, me llegó a herir en el antebrazo derecho. Solté mi espada y me tomé con la mano izquierda la parte herida del brazo derecho.

-¿Qué haces? -me dijo el príncipe Esper.

-¡Estoy herido!

-¿O sea, que si estuvieras en una batalla y te cortan, sueltas la espada?

-¡Pero emano sangre!

-Y sueltas la espada. ¿Tienes también la mano lastimada?

-No, Esper, la mano no.

-Entonces ¿por qué has soltado la espada?

-¡Eeeh!, ¡por un reflejo!, porque sentí el dolor e inmediatamente abrí la mano.

-¡Y en una pelea te hubieran matado!

-Pero esto es una práctica.

-Sí, ¿y para qué piensas que son las prácticas?

 

Pensé que Esper, mi amigo, me iba a consolar con la herida, al fin y al cabo fue él el que me ordenó que combatiera aunque sea en una práctica y en lugar de eso me retó. Me sentí molesto, me sentí dolido.

-¿Ahora te ofendes?

-¿Alteza?

-¡No me digas alteza!

-Esper, ¿cómo ofendido?

-Claro, te encierras en ti mismo.

-Es que me duele y tú, encima, no me tratas bien.

-Si no fuéramos amigos -me dijo Esper- no me interesaría.

Fui irónico y después me arrepentí:

-¡Vaya! ¡Cómo te interesas! ¡Retándome!

-Me preocupo por ti, por eso me ocupo. ¡Ven! -Fuimos al patio de armas, había una enfermería-. ¡Véanle la herida!

-Pero tenemos…

-¡Véanle la herida, ahora! -Me vieron la herida.

-Hay que darle un par de puntos. Bueno, tenemos un jugo de planta que le puede dormir un poco la herida para que no sienta el dolor.

-No, cósanlo así.

-¡Pero Esper! -dije.

-¿Tampoco te vas a aguantar el dolor de una aguja? ¿Pero qué pasa contigo? -Dejé que me cosieran, me dolía mucho menos de lo que yo pensaba. Y después se lo dije a Esper.

Exclamó: -¿Te das cuenta? ¿Te das cuenta cómo exageras las cosas y después no pasa nada? Iremos a practicar más seguido con los soldados, y si llegas a tener otra herida nunca sueltes tu espada.

-Está bien.

 

Y así lo hicimos. Durante días y días y días fuimos a practicar.

-Ahora tú y yo -dijo Esper.

-Pero...

-Y te digo lo mismo que a los soldados, si no te empleas a fondo...

-¿Me azotarás a mí también, a tu amigo? -Me enojé.

-No, te daré puntapiés donde termina la espada. -Y largó una carcajada

 

Y sí, me empleé a fondo. Pero Esper era un consumado artista de la espada, era imposible entrarle de ninguna manera. Más de una vez me abalanzaba y él me ponía el pie y caía de bruces en el barro y se reía. La última vez lo vi muy enojado porque uno de los soldados también se rió cuando caí contra el barro.

-¿De qué te ríes? -El hombre se puso serio-. ¿Te ríes de mi amigo, del hijo del consejero de mi padre?

-No, alteza.

-¿Entonces de qué te ríes? ¿O eres tonto?

-Soy tonto, su Alteza.

-¡Ya veo! ¡Al próximo que se ría, porque nos estamos divirtiendo, lo va a pasar mal! -Nunca lo había visto tan enojado. Se había molestado porque se burlaban de mí.

 

Y finalmente pasó lo que tenía que pasar, su majestad era demasiado obeso, comía comida con grasa, su corazón no estaba bien, y bueno, falleció.

Hubo tres días de luto y luego vino la coronación. Esper era el nuevo rey, un rey joven aparentemente inexperto. Y al poco tiempo, como por causalidad, fallece mi padre, y el nuevo rey, mi amigo, me nombra su consejero. Yo consejero del rey. Pero era el rey, su vestimenta era otra, la corona en la cabeza…

-Mi señor, me permito.

-¿Cómo, mi señor?, ¡llámame Esper!

-No puedo, mi señor, ¡eres el rey!

-Y tú eres mi consejero.

-Lo sé señor, pero eres el rey..., somos amigos, pero, eres..., eres Su Majestad, ya no puedo llamarte por el nombre.

 

Y me ordenaba y me ordenaba, pero no me salía, me costaba muchísimo llamarlo por el nombre. Ahora, mi amigo de la infancia era el rey, y yo, Lerner, su consejero. No éramos iguales, el rey tenía algunos amoríos en palacio y fuera de palacio. Me acuerdo cuando todavía era príncipe, una vez fuimos a una posada acompañados por la guardia, pero la guardia se quedó afuera, y había unas jóvenes mujeres muy agraciadas que vendían su amor. El rey me dijo -en ese momento príncipe, ¿no?-:

-¡Ven!, ¡ven Lerner!

-No, no, no, no; me quedare tomando alguna bebida aquí.

-¡Pero ven, hay varias jóvenes en las habitaciones, arriba!

-No, no, no, no.

Era como tímido, pero no tímido, ¡pánico tenía! Y no, me quedé tomando algo, no había manera de que me convenciera. Y todas las veces que lo acompañé me quedé tomando una bebida.

 

Y hasta el presente no tenía pareja. Había una noble muy, muy bonita, Dara, que se fijaba en el rey. Su mirada me inquietaba porque cuando me veía es como que me leyera el pensamiento. Yo bajaba la vista y la levantaba y veía que me seguía mirando y se sonreía, pero como una sonrisa como diciendo "Sé lo que piensas, sé que estás temblando", y luego caminaba hacia el rey Esper. Y comenzaron a salir.

Y tiempo después pasó lo que tenía que pasar, contrajeron enlace. La noble Dara era la nueva reina, que siempre me seguía mirando con esa mirada de picardía, con esa mirada, ¡uff!, como provocativa, pero cuando me acercaba a hablar con ellos como consejero, me inclinaba. La reina me decía:

-Tú eres Lerner?

-Así es, mi reina.

-A ver, mírame. -Me tomó del mentón y me levantó la cara-. No bajes la mirada, mírame a los ojos.

-Sí, mi reina.

-¿Eres leal a mi esposo?

-Absolutamente mi reina. El rey, aparte de ser yo su consejero, es mi amigo, le soy leal hasta la muerte.

-¿Morirías por él?

-¡Absolutamente!

-¿Y por mí?

-Por supuesto mi reina, eres su esposa, eres la reina, por supuesto.

-¡Bien! ¿Y me obedeces de la misma manera que lo obedeces a él?

-¡Claro que sí!, ¡eres mi reina!

-¡Bien, así me gusta! Puedes marcharte. -Hice una inclinación.

-Permiso, mi reina.

Pero tenía una mirada tan inquietante, tan inquietante...

 

Y pasaron los días y los días y los días y los días y al rey Esper no se lo veía contento, pero no me comentaba nada, no me comentaba nada. En el palacio todo normal; los soldados bien entrenados, los vigías en el segundo muro pasando al patio feudal sin novedades. La económica era buena, es más, todo había mejorado desde la muerte del viejo rey, sin embargo a Esper lo veía como muy introvertido, pero no introvertido como yo por timidez, es como que una tristeza le agobiaba y no sabía por qué, no sabía de dónde venía. Y me preocupaba porque al fin y al cabo mi afecto estaba con él.

 

Es todo por ahora. Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 30/07/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidades que se presentarón a dialogar: Johnatan L.

Comenta que en el rol de consejero del rey se sentía asediado por la reina. Se lo comentó a su amigo, el rey, esperando un desenlace. Y lo hubo.

Sesión en MP3 (2.130 KB)

 

Entidad: A veces me contradigo a mí mismo, a veces es como que quiero lograr un proyecto, lograr algo y luego me desanimo sin haberlo intentado.

 

Mi amigo de siempre, el ahora rey Esper, me decía:

-Tienes que fortalecer tu carácter, tienes que fortalecer tu carácter.

 

Lo que pasa que a veces es difícil llevar a cabo algo cuando no sabes las consecuencias por determinada acción. Varias veces cuando el rey Esper se iba a practicar al patio de armas donde ningún soldado lo podía vencer con la espada, la reina Dara se acercaba me tocaba con sus dedos el rostro y me decía:

-Lerner, por fuera pareces débil, tímido, introvertido... ¡Acompáñame una tarde a montar en hoyuman! Hay un arroyo cercano y podré despertar tus instintos.

 

Volvía a tocarme el rostro, el cuello acariciándome, acercando su rostro al mío. Yo temblaba pero, a ver, no de miedo, era la esposa de mi amigo, casi mi hermano, era la reina. No sé cuál era su intención porque Esper era apuesto, valiente, honesto. Cuál era su idea ¿engañarlo o burlarse de mí?, ¿a ver qué decía yo? Y yo jamás iba a traicionar a mi rey, a mi amigo, a mi casi hermano. Pero la situación era cada día más incómoda, buscaba en el rostro de la reina Dara como un atisbo de burla. No, no la tenía pero podía fingir y se burlaba de mí.

En una de las conversaciones que tuve con Esper le decía:

-¿Estás muy seguro de tus hombres? -El rey se encogió de hombros.

-Absolutamente, cien por ciento seguro de su lealtad.

-¿No temes que enemigos los sobornen y te traicionen? Porque puede haber otros reinos que puedan de alguna manera querer apoderarse de la zona meridional.

-¡Je, je, je!

-¿Por qué te ríes, mi rey?

-Por una sencilla razón, en todo el continente Atrio, mi reinado es el más próspero pero también el mejor armado, el mejor pertrechado, el de mayor gentería de hombres y los que cobran un mejor salario. Tenemos una feria feudal rica, nadie pasa hambre, ¿por qué me habrían de traicionar? ¿Tú pensabas que eran leales por amor? ¡No, Lerner, no seas infantil! -el rey continuó-, son leales porque comen todos los días, porque los mismos soldados pueden tener familia, porque pueden hacer su vida normal, porque hacen con ganas su entrenamiento, porque no les exijo demasiado, les exijo lo justo. Sí es cierto que castigo a aquel que no cumple las ordenes pero saben que si hay que poner el pecho yo soy el primero que lo pongo. Yo doy el ejemplo, no mando. Que me imiten.

-Entiendo -respondí.

-¿Seguro que entiendes? ¿Qué significa "No mando"?

-Bueno, mi rey, significa que ante una adversidad tú muestras cómo se deben hacer las cosas y los soldados te imitan. O sea, no eres un jefe, eres un líder.

-¡Bien, bien! -Se sorprendió el rey-. Así es, Lerner. ¿Ves que eres inteligente?

-Mi rey, nunca dije que no lo fuera; puedo ser algo introvertido pero guardo mi lugar.

-¡Tu lugar! Tu lugar es ser mi consejero además de mi amigo. Y eres caprichoso, empecinado como una mulena, ¡je, je, je!

-¿De qué te ríes, mi rey?

-Que no me llamas más Esper, ahora me llamas señor, mi señor, mi rey.

-Bueno, es tu cargo, ¿no? -Pero el rey no era ningún tonto, el rey hacía amaneceres que veía mi rostro preocupado.

-¿Me cuentas qué te sucede? ¿Te gusta alguien? ¿Te interesa alguna joven?

-No, no, mi rey, pero salgamos a cabalgar y te puedo contar.

-Está bien.

Llamó a Brunei, el jefe de la guardia, que a veces me seguía molestando y le dijo que ensille dos caballos y salimos con diez soldados atrás. El rey vio que yo estaba cohibido y les dijo que se mantengan a treinta líneas de distancia.

- A ver, cuéntame.

-Mi rey, voy a hacerte una pregunta como consejero y amigo que fuimos desde pequeños.

-No des tantas vueltas, Lerner. ¿Qué pasa?

-¿Cómo te llevas con la reina, cómo están? -Todo mi cuerpo se sacudió cuando vi el rostro de Esper. Yo, Lerner, sentía como que me daban vuelta como un guante, la mirada del rey Esper me atravesaba.

-¿Porqué preguntas eso?

-Mi rey, no me contestes si no lo deseas, es tu voluntad y no la mía.

-No, no, no; ¿por qué me preguntas eso?

-¡Ay, por favor! Bueno hace amaneceres y amaneceres y amaneceres que la reina Dara se acerca a mí y es como que se burlara.

-¡Explícate! -Ordenó Esper.

-Bueno...

-¡Explícate!

-Bueno, a veces acaricia mi rostro y dice que no cree que yo sea así como soy.

-Así como eres, ¿cómo?

-Tímido, introvertido, dice que ella podría sacar de mi persona ese fuego que guardo adentro, que yo adentro tengo un fuego y no lo sé sacar y que podríamos ir a montar a caballo y estaríamos a solas. -El rey hizo un ademán, yo digo "Saca la espada y me corta el cuello", pero lanzó una carcajada.

-¡Ay, Lerner, Lerner, Lerner! Si hace rato que pasabas eso por qué no me lo contabas, ¡pensabas traicionarme!

-¡Mi rey, no!

-No, te digo en chiste. Te conozco, te conozco más de lo que te conoces tú. Tú incomodidad era por dos cosas, porque si me lo contabas no sabías como yo reaccionaría. Bueno, algo te voy a responder: No. No nos llevamos bien con Dara, no nos llevamos bien para nada, no sé en qué le fallo. Hay cosas que no te puedo contar por respeto a la reina pero no le fallo en nada, y más detalles no te puedo dar por respeto a ella. No sé qué quiere, no sé qué busca, pero me voy a tomar unos días de descanso y tú me acompañarás.

-Pero, pero mi rey, ¿a dónde iremos?

-A algún lado.

-¿Con la guardia que nos sigue?

-No, nosotros dos.

-¿Y quién protegerá tu castillo?

-Brunei, el jefe de la guardia. Él gana más que los demás, es hora de que se gane su salario.

-¿Pero no corres, no corres peligro de que lo intenten comprar o sobornar?

-¿Qué te he dicho antes?, nadie paga los sueldos que yo pago, nadie gana en toda la zona meridional del continente Atrio lo que gana mi gente. Si otros me derrotaran y me vencieran ¿te piensas que con ellos estarían mejor que conmigo?, no son tontos. Aparte, esto que hablo contigo lo hablé cien veces con Brunei. Brunei tiene un defecto que también es una virtud, dice las cosas como son: "Mi lealtad está en mi comodidad". "Mi rey, ¿contigo estoy bien?, doy mi vida por ti". También sé porque te molesta a ti.

-Eso me intriga, ¿por qué me molesta?

-Porque te ha tomado de tonto. Y te preguntarás por qué yo como rey no lo impido: Porque yo no soy quien tiene que impedirlo, eres tú.

-¿Pero cómo lo voy a enfrentar?, es mucho mejor que yo con la espada.

-A veces no hace falta la espada para enfrentar a alguien, a veces hace falta carácter, confrontar, porque el confrontar, el tener carácter no es con una persona únicamente, es con la vida, porque a veces la vida te pasa por arriba y tú te crees que estás bien, te engañas a ti mismo, y no es así. Y de repente incluso logrando cosas te sientes insatisfecho, te sientes que esto que logras es algo vano porque en realidad lo que haces es matar el tiempo y el tiempo no se mata, el tiempo se disfruta con las cosas que verdaderamente valen el esfuerzo. Hasta que tú no aprendas eso seguirás siempre a la deriva, como una nave sin timón. ¿Me entiendes?

-¡Ah! Sí, mi rey, un poco lo entiendo, un poco. Entiendo las palabras pero de aplicarlas, de llevarlas a cabo es tan difícil.

-Todo es difícil en la vida, pero mientras no se comience a hacer algo, ese algo solo no se va a hacer. -Lo miré, ya íbamos de regreso para el castillo y le pregunté:

¿Cuándo piensas hacer ese respirar aire fresco, ese salir un poco de las obligaciones?

-Esta noche o mañana mismo, a la mañana. Así que carga tus alforjas con una segunda ropa de recambio, que cuando te aviso nos vamos.

-¿Y qué van a decir?

-Lerner, qué me preguntas, soy el rey.

-¿Y la reina Dara?

-Bien, gracias. Es la que menos me tiene que preguntar, porque es la que menos se ocupa de mí. Volvamos, vamos.

Espoleamos los caballos y fuimos al trote largo de regreso al castillo.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


Sesión 13/08/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidades que se presentarón a dialogar: Johnatan L.

La entidad relata que en el viaje con su amigo, el rey, aprendía cómo funcionaba el mundo y cómo debía aprender de él. Y su amigo le empujaba a ello.

Sesión en MP3 (3.176 KB)

 

Entidad: Como thetán voy a continuar el relato de un rol que he tenido infinidad dudas, inseguridades, diría que más bien no sabía cómo encarar su vida porque al fin y al cabo la vida está hecha de proyectos, de trato, de contacto con los demás y generalmente el camino que uno recorre debería estar marcado por voluntad, pero ¿de qué depende la voluntad?, porque a veces no sabemos bien lo que queremos, lo que deseamos o tal vez somos poco maduros, infantes, logramos algo y al poco tiempo buscamos otra cosa porque nos desencantamos de lo que hasta hace poco nos ilusionaba, nos deslumbraba. Y eso provoca desaliento, pero no hay excusa, no hay excusas para nuestro ego que como niño eterno busca echar culpas a los demás porque somos nosotros los que nos encandilamos en un proyecto, los que nos deslumbramos con una idea o con una persona. Y a veces no nos desencantamos en el caso de otra persona porque no era lo que esperábamos o porque no cumple nuestras expectativas, si no que somos nosotros los que tenemos expectativas mayores, expectativas infundadas que no tienen nada que ver con la realidad. Entonces, somos nosotros los que vivimos fuera de la realidad, vivimos en un eterno sueño y la realidad nos da una cachetada, una tremenda bofetada que nos sacude la cara.

 

Vivíamos en la zona meridional del continente Atrio. Nuestro mundo se llamaba Sigma, a doce años luz de vuestro Sol. Orbitábamos a ciento diez millones de kilómetros y nuestro mundo tenía dos lunas, una casi tan grande como la de Sol III y otra de la mitad de tamaño.

 

Mi padre había sido consejero del rey y yo de pequeño jugaba con el príncipe. Sí, el príncipe era un niño normal, su padre lo tenía como con un puño de hierro, pero el niño, Esper, hacía de las suyas. Me acuerdo que me decía:

-¡Vamos, Lerner, escapémonos a la campiña a cazar aves!

 

Pero el tiempo pasó, crecimos. El viejo rey murió y el que era mi amigo fue rey. Murió mi padre, el consejero y yo ocupé su puesto, así que de ser amigo de Esper pasé a ser su consejero. Y todo fue para mal, no con Esper que siempre fue una persona humilde pero recta. Se casó con Dara la que luego fue reina, pero era una mujer muy, muy, muy manipuladora. Me quiso seducir a mí seguramente por capricho, obviamente intenté por todos los medios y sin intentar ofender a la reina, de escaparme de su tela de araña. Una porque era un amigo leal, dos porque era la reina y si cedía a sus caprichos luego podía mandarme ejecutar inventando que intenté propasarme. Y tres porque era enemigo de los problemas.

Obviamente se lo dije a mi amigo el rey, pensé que iba a tomar medidas contra mí y me dijo:

-No, conozco a la reina, tú la ves como una araña seductora y en realidad es un témpano de frialdad. -Y ahí fue cuando me propuso escaparnos por unos amaneceres.

 

Se enojaba porque yo le decía señor, quería que le dijera Esper. Le decía:

-Señor, ¿quién se va a quedar a cargo? -Me dijo:

-Brunei, el jefe de la guardia.

 

 Y me explicó, como lo dije en el relato anterior "Nadie me va a traicionar, no te preocupes, Lerner, porque con lo que yo pago en metales nadie pasa hambre, los soldados pueden vivir con sus familias, los que son solteros les permito tomarse un día para que vayan a la posada o los distintos burdeles de la feria feudal, y bueno, el palacio estará bien custodiado cuando yo no esté".

-¿Qué le dirás, señor, a la reina? -El rey Esper se encogió de hombros.

-Nada, sin explicaciones.

 

Y nos fuimos sin la guardia, sin nada. Lo que más me... -sí, voy a decir la palabra-, lo que más me acobardaba es que fuimos solamente nosotros dos vestidos como aldeanos, obviamente no como aldeanos, teníamos ropa de cuero, botas de cuero pero es como que de alguna manera por primera vez me sentía desprotegido fuera de la fortaleza del palacio, bastante desprotegido.

Me dijo el rey:

-Vamos a cambiar de nombre.

-¡Pero señor, te conocen en las aldeas cercanas!

-¿Te parece que me conocen?, si nunca han ido a palacio, ni siquiera han entrado a la feria feudal.

-¿Y cómo piensas llamarme? Mi nombre es Lerner.

-No, ahora te llamaras Beno y yo seré Duane.

 

Y así fue que recorrimos comarcas y comarcas y comarcas. ¡Qué contraste entre los dos! Mientras el rey, ahora Duane, respiraba armonía, tranquilidad, paz, se sentía como libre de cadenas, de obligaciones, yo mientras tanto me sentía desamparado, desprotegido, acostumbrado a la vida de palacio, dentro de las murallas protegido por los soldados. Pero bueno, era lo que era. ¿Y a qué voy? En una posada conocí a una joven, Istina, jovencita, de ojos delicados. Me miraba de una manera cariñosa.

Lo miraba a Duane y le decía:

-Con todo respeto, señor.

-Nada de señor, ahora soy Duane.

-Con todo respeto, Duane, pero es la primera vez que me miran más a mí que a ti. -Duane se encogió de hombros.

-Bueno, Beno, aprovecha. Si quieres nos quedamos un día. Toma, ve. -Me dio unos metales.- Ve a la cuadra y dile que cuide nuestros hoyumans y los alimente, les dé bastante forraje y vuelve enseguida. Fui casi corriendo, con el corazón acelerado como un niño.

Cuando vuelvo la joven me dice:

-Me dijo tu amigo que te llamas Beno.

-Sí, así es.

-Qué bonito que eres.

 

Y me tocó la cara, me tomó de la mano y me llevó al piso superior, a una habitación. Ella me desvistió, ella me acarició e intimamos. Hizo todo ella, yo me sentía como en ese cielo donde habita aquel que está más allá de las estrellas, ¡ah! Pasado mediodía bajamos, ella me saludó y se despidió. Me sentía como distinto, como nuevo y no paraba de hablar. Duane me escuchaba, le contaba que para mí era como que había encontrado a una diosa de la naturaleza que no sabía si era de verdad lo que me pasó, parecía mentira. Y Duane se reía.

-Tómalo como una experiencia, no como otra cosa.

-¡Cómo una experiencia! Estoy como enamorado.

-No exageres, Beno, no exageres, has tenido una relación, nada más que eso, antes de hoy no la conocías.

 

A la nochecita volvimos a comer a la posada y entró un hombre desgarbado, barbudo, desarreglado llevando de la mano a la que supuestamente era mi amada y fueron a la habitación del primer piso. Me paré (levanté) para increparla y una mano de hierro me tomó de mi muleca y me hizo sentar:

-¡Quédate aquí!

-¡Pero Duane, está con otro hombre!

-¿Y qué pensabas?

-No entiendo.

-Cuando tú te fuiste a que el encargado le diera de comer a los hoyumans yo le di los metales a la joven para que te atienda. -Me quedé pálido, molesto-. Y a pesar de que Duane era mi rey le dije:

-¡Cómo te has atrevido a hacer eso! O sea, que no fue amor, fue una compra, le compré su cuerpo por minutos.

-Te dije que lo tomes como una experiencia.

-¡Pero no me aclaraste, no me aclaraste! -Me sentí molesto con Duane-. ¿Y las caricias y todo lo que me dio? ¿Cómo puede tener estómago para entrar con ese hombre desgarbado, sucio, maloliente?

-Es su trabajo.

-¿Y cómo lo permitiste que lo haga conmigo?

-¿Disculpa?, hasta hace poco te gustaba.

-Porque no sabía cómo era.

-O sea, te molesta que hayas estado con una persona que trabaja por dinero.

-Sí, me molesta, me molesta porque yo busco el amor, busco lo lírico, busco lo especial. ¿Cómo puedo confiar en ti?

-Está bien -dijo Duane-. Primero, no te he mentido, simplemente no le di importancia al tema, por eso no te lo conté, quería que tuvieras una experiencia.

-¿Y por qué no pagas tú una de estas jóvenes para ir tú también? -Duane se encogió de hombros.

-Porque he visto una joven que me gusta mucho.

-¿Una como la que fue conmigo?

-No, pienso que no, pienso que no. Es una joven que la he visto disparar con el arco y es muy, muy buena. Y por la forma de ser parece que tiene mucho carácter.

-¿Y piensas conquistarla?

-¡Ah! no, no, no soy como tú, Beno, no tengo proyectos, si se tiene que dar se dará.

-¡Pero estás casado!

-Estoy casado. ¿Qué es el casamiento? Una unión de palabra si en la cama no siente nada por mí y por transferencia yo no siento nada por ella. O sea, la unión con Dara es algo ficticio, tengo derecho a buscar el amor.

-Yo también, Duane, tengo derecho -argumenté-, y me has pagado una, una...

-Sí, está bien. Trata de buscar entonces alguna aldeana del poblado, a ver si te gusta. -Lo miré y le dije:

-Y ésta que te gusta a ti ¿cómo se llama?

-Averigüé que se llama Una, que es hija de labradores y que monta excelentemente bien y que también es experta en esgrima. -Lo miré. Me olvidé de mí y le dije:

-Es la primera vez que te veo interesado por una mujer. De verdad. -Duane se encogió de hombros y me dijo:

-Nunca deposito todas mis esperanzas, eso es lo que tienes que aprender, Beno. ¿Viste cómo en el juego de fichas?

-Sí.

-Bueno, nunca apuestes todas las fichas porque si pierdes te quedas sin nada.

-No entiendo, Duane, explícame mejor.

-Claro, conoces a alguien, tienes expectativas por ese alguien: no juegues todas tus expectativas, no deposites toda tu ilusión porque luego te quedas vacío.

-Entiendo lo que quieres decir.

-A ver, explícamelo, explícamelo, Beno.

-Claro -le dije-, es como si de repente yo atolondradamente cojo una jarra con un líquido caliente y me quemo, la próxima vez voy a tener cuidado y voy a coger la jarra despacito.

-Una cosa así, una cosa así -dijo Duane.

 

Y bueno, sería cuestión de no depositar todas las expectativas en alguien que conoces, en un proyecto; en el camino de vida va dando la persona paso por paso y si das un paso en falso retrocedes, pero has perdido un paso no has perdido todo el camino. De eso se trata, de no perder todo el camino.

 

Así que nosotros, del rey Esper y su consejero Lerner ahora éramos Duane y Beno, dos desconocidos- Lo último que le dije en este relato a mi rey es:

-¿No estamos jugando con la expectativa de los demás al hacernos pasar por otros?

Duane se encogió de hombros y dijo:

-Yo no quiero estafar a nadie ni engañar a nadie, si me diera a conocer como rey podrían pasar dos entre muchas más cosas, una que nos intenten asaltar por ser nobles o pedir rescate por nosotros, dos porque no nos crean porque nos tomen por mentirosos. Entonces no tenemos nada que perder cambiando de identidad y nadie nos molesta. ¿Alguien te ha molestado en la posada?

-¡Tú me has molestado! -le dije todavía enojado-, me has hecho creer que había encontrado el amor. -Duane me respondió:

-¡Ay, Beno, por Dios! ¿La conocías antes?

-No.

-¿No te pareció raro que te llevara directamente de la mano a su habitación? ¿Quién hace eso?

-¿Y entonces por qué me lo creí?

-Por tu falta de experiencia, porque no conoces el mundo.

-¿Entonces hemos salido del castillo para que yo conozca el mundo?

-No, la verdad que no, lo hice de egoísmo lo hice por mí, quería respirar un poco de aire, adentro me encontraba agobiado. Y de paso conoces mundo.

-¡Qué cínico que eres!

 

Después me arrepentí de las palabras pero Duane, el ex rey Esper, lanzó una carcajada.

-¡Je, je, je! es la primera vez que me dices una palabrota.

-Cínico no es una palabrota, cínico es una verdad. Pero bueno si después de tantos años, tantos años de amistad que hemos tenido de pequeños no se me permite que te diga cínico, entonces no seríamos amigos.

-Eso es otra cosa.

-No entiendo -le dije.

-Claro, con la proximidad de Esper y tú fueras mi consejero nunca me dirías cínico. Ahora, como tenemos otros roles, ambos somos viajeros, aldeanos, lo que fuera, ahora me tratas de igual a igual.

-Espero que no lo tomes como una descortesía -argumenté.

-No, para nada, para nada, me hace sentir más cómodo.

 

Por hoy termino este relato. Solamente quiero decir que aún me sentía con timidez, aún me sentía con falta de arrojo, con falta de seguridad, no sé cómo explicarlo mejor, pero era un trabajo que estaba haciendo conmigo mismo, era un trabajo que debía hacer. Mi amigo Duane o rey Esper, como queráis llamarle, me daba el empujón pero el camino lo tenía que hacer yo, nadie podía experimentar mi vivencia por mí. Una cosa es escuchar lo que le pasa al otro, otra cosa es vivirlo en carne propia.

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


Sesión 19/10/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidades que se presentarón a dialogar: Johnatan L.

En el mundo Sigma II la entidad relata que tenía engramas de autoestima que le impedían manifestarse con libertad. Ocurrió una situación que propició sacar a relucir una nueva actitud ante el entorno. Y prestó ayuda a otros.

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Entidad: Este bendito ego, un ego infantil, un ego que te vulnera, te debilita, te incapacita para confrontar algunos temas que pueden incomodarte y no sabes cómo resolverlos o bien no te atreves a resolverlos por no saber cuál será el desenlace. Entonces te quedas en tu lugar de confort, en esa zona de confort en la cual te enmoheces, en la cual te oxidas por dentro y por fuera porque no te atreves al cambio, porque piensas "Bueno, así estoy bien, ¿para qué lo voy a modificar?". ¿Que podría estar mejor?, seguramente. Pero ¿y si no es así? ¿Por qué arriesgarme si así me siento protegido, en esta supuesta seguridad, en esta falsa sensación de contención que no es tal?

 

Mi amigo Esper -cuyo padre había fallecido y él de repente había recibido una corona que quizá le pesaba por diversas circunstancias- me confesó que se sentía agobiado.

Por momentos me invadía como una sensación de rencor. Aclaro que yo sentía un afecto enorme por mi amigo, pero es como que me molestaba o me incomodaba su queja. Yo decía ¡pero será posible!, ¡es rey!, ¡tiene todos los soldados a su disposición!, ¡en una época salvaje puede meterse en una tina con agua tibia y perfumada mientras los demás no tenemos esa comodidad! Aclaro que él luego que fue rey me siguió tratando como su mejor amigo, y al revés, se enojaba conmigo porque yo le decía mi rey o mi señor; él quería que le llamara Esper, a secas, salvo en alguna ceremonia donde por diplomacia tenía que referirme como su majestad.

Pero ¿por qué me molestaba su queja? Porque comparado con su problema el mío era cien veces peor, como que mi carácter era quebradizo, vulnerable, débil. No me atrevía a enfrentarme a Brunei, el jefe de la guardia del castillo que a veces me hacia chanzas, bromas pesadas, y por timidez en lugar de enojarme sonreía y seguía de largo.

 

Hasta que en uno de sus -llamémosle- caprichos, mi amigo el rey decidió que nos fuéramos unos días del castillo dejando al jefe de la guardia, Brunei, a cargo.

Y allí es donde él conoció a Una. Era hija única de sus padres Asde y Utah, ambos labradores. Su tío Alino, hermano de Asde, le enseñó de pequeña el tiro con arco, montar a caballo y también esgrima.

Y claro, mi amigo Esper me dice:

-Quiero, quiero respirar esa libertad. Tú me llamarás Duane y yo te llamaré Beno. No seremos Esper y tú mi consejero Lerner. -Me encogí de hombros y le dije:

-Está bien, es lo que tú desees, mi rey.

-Lerner, ahora eres Beno y yo soy Duane, nada de mi rey, nada de mi señor.

 

Y conoció a Una, que había ganado el torneo local de tiro al arco montado a caballo. Y me confesó que por Una sentía algo intenso. Yo decía "No podía ser, en tan poco tiempo...". Además, él estaba casado con la reina Dara, pero me confesó -como amigo íntimo algo que yo guardaría en mi corazón y no lo soltaría nunca bajo diez candados-, que la reina era fría con él en todos los aspectos. Y obviamente no me dio más detalles por respeto a la reina Dara.

Pero cuando volvíamos de ese poblado, donde Una había quedado atrás, mi amigo Esper me confesó que iba a divorciarse de la reina, que no se sentía pleno, que no se sentía completo, que se sentía, al revés, vacío y no confiaba en nadie, sólo en mí.

Y eso se lo agradecía. Obviamente yo le era leal, por naturaleza, por mi naturaleza obviamente, por afecto hacia él, porque respetaba la amistad, porque para mí la amistad era un tesoro gigantesco, no había lingote de oro que pesara más que mi amistad. Y Esper lo entendía, pero me retaba:

-Lerner debes desarrollar tu carácter. Yo no, no debo hablar con Brunei para decirle que te respete porque te estaría rebajando a la altura de un niño. Está bien, soy el rey, puedo defenderte, pero te estaría haciendo mal, eres tú el que debes defenderte.

 

Es más, le confesé que más de una vez la reina Dara se me aproximó y -como haciéndose la simpática, algo que yo no creía que lo fuera-, me acariciaba. Y una vez me abrazó porque decía que era un pasillo estrecho y no podíamos pasar los dos. Obviamente se lo comenté a Esper, con miedo de que se molestara, pero al contrario, me agradeció mi sinceridad.

 

Cuando llegamos al castillo estuvo encerrado con la reina y bajó de la alcoba con un rostro sombrío:

-¿Qué sucedió, Esper?

-Dara está embarazada.

-¡Pero qué maravilla, Esper, Esper!

-¿Te acuerdas en el camino de regreso que te decía que me iba a divorciar?

-Claro... Pero bueno, un niño, un niño es una maravilla, ¿no?

-Sí, pero mi mente es un torbellino; por un lado estoy agradecido a Dios de que me brinde un hijo pero por otro lado, a ese mismo Dios le pregunto ¿por qué, por qué ahora?, ¿por qué ahora justo que había decidido divorciarme?

Le pregunté:

-¿Cuál era tu idea, divorciarte para ver si podías lograr una unión con Una, la joven que conociste en ese poblado, la arquera?

El rey me respondió:

-Lerner, aunque no hubiera conocido a Una mi vida ya estaba vacía. Creo que mis conversaciones contigo son las únicas que alegran mi vida. ¿Qué puedo decirte? -Lo dejé solo.

 

Hasta dudaba de que yo fuese un buen consejero porque no sabía qué o cómo aconsejarlo. ¿Si yo tenía engramas?, ¿engramas de no poder confrontar mis vulnerabilidades? Sí, tenía un ego infantil.

Lo que pasa es que muchos malentienden la palabra ego infantil, piensan que uno se comporta como un niño. No, no, no, no; no es tan fácil, no es tan estricto, ego infantil significa que no terminamos de madurar, de moldear el carácter, de templarnos por dentro de la misma manera que el herrero templa una espada, pero a veces uno no se atreve a templarse porque ¿y si uno no es un buen metal? ¿Qué pasa con una espada que no tiene buen metal? Se quiebra en lugar de templarse o se dobla cual si fuera un plomo blando. Pero ¿cómo sabes si eres buen metal o no, si no intentas ese temple? La espada se sumerge en hierro candente, después en agua helada, el herrero la va trabajando y uno debe ser herrero de sí mismo; las adversidades, las alegrías son el hierro candente y el agua helada. Y el atrevernos a confrontar.

Cuántas veces le dije a Esper "¿Cómo me voy a enfrentar a Brunei? Es el jefe de la guardia, es un maestro con la espada. ¿Y si me desafía?".

Y el rey me decía:

-¿Cuántas veces hemos practicado? ¿Cuántas veces te he enseñado las posiciones, la defensa, el ataque con la espada? ¡Y yo soy mucho mejor que Brunei!

Es cierto que había aprendido con mi amigo el rey, entonces ¿por qué me frenaba? ¿Por miedo a que Brunei me lastime? ¿Por temor a que me mate? Esa era la palabra: confrontar.

 

Y me daba pena mi amigo de que la reina fuera tan fría con él. Y me dediqué a observarme a mí mismo y a observar a los demás: el comportamiento de los soldados, el comportamiento de la gente en la feria feudal, los que pedían limosna, los soldados poseídos por el ego con su garbo, con su uniforme... ¡Pse! Apariencia, apariencia, apariencia, ¡todo apariencia!

Pero me sirvió observar. A veces veía que Dara salía del castillo e iba para el patio de armas. Una cosa que había aprendido era camuflarme en la oscuridad o en los rincones. Y vi que la reina Dara se encontraba con Brunei, el jefe de la guardia y conversaban. Traté de ocultarme más porque miraban hacia todos lados y de repente sin que nadie los vea, nadie excepto yo, entraron en la habitación de Brunei. Y no me fui, sé que el rey Esper me estaría buscando, pero no me fui. Y pasó un tiempo, un tiempo, hasta casi oscureció, y vi en la oscuridad que se abría la puerta de la habitación del jefe de la guardia y la reina embozada en una caperuza salía disimuladamente entre las sombras e iba para el castillo. Me apresuré, tomé un atajo entre las torres y llegué a la sala del castillo.

 

Mi amigo el rey me increpó:

-¿Dónde estabas?

-Esper, me dijiste que podía meditar.

-¿Pero, tan tarde?

-Estaba meditando sobre mi manera de ser.

-Está bien, quédate aquí. Estoy esperando a mi esposa, que no sé donde se ha metido.

En ese momento apareció Dara, llevaba otra ropa, se ve que se había cambiado en su alcoba. -¿Dónde has estado? -preguntó el rey.

-Estuve con una amiga, una amiga noble que hacía rato que no conversábamos -exclamó la reina. -Y me di cuenta de que mentía.

 

Y ahora estaba en una encrucijada. Al único que yo le era leal por amistad, por consejero y porque era el rey era a Esper, pero otra vez me invadía el miedo y la inseguridad. ¿Y si le decía y él increpaba a la reina y la reina me desmentía? ¿Y si la reina decía que yo intenté algo con ella y por despecho inventaba eso? Pero me acordaba de la espada templada y tenía que templar mi interior.

A la mañana siguiente bien temprano me enfrenté a Brunei:

-¡Otra vez tú! ¿Qué haces por aquí, por qué no estás adentro en la sala hablando con tu amo?

-Primero que no es mi amo, es mi amigo.

-¡Ja, ja! ¡Es el rey!

-Es mi amigo, Brunei, algo que no eres tú.

-¿No te parece... No te parece, Lerner, que te estás extralimitando de hablarme así?

-¿A ti? ¿No te parece que tú eres un sinvergüenza, un malnacido? -Tomó su espada.

-Dices una palabra más, ¡saco mi espada y te atravieso el corazón!

-¿Ah, sí? ¿Antes de que te diga de que te vi con la reina? ¿De qué estuvieron en tu habitación? ¿Qué más tengo que saber, qué tú eres el padre de la criatura? -Brunei se puso pálido.

-¿Y se lo has contado al rey?

-No, aún no, primero quería saberlo de tus labios.

-¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ay, ay, Lerner, qué torpe que eres! ¿Quien más sabe que me viste?

-Nadie.

Sacó su espada: -O sea, que te mato y el secreto morirá contigo.

Saqué mi espada: -Está bien, mátame si puedes.

 

Me atacó, me defendí. Me defendí mucho mejor de lo que él pensaba y lo desconcerté, y al desconcertarlo lo desarmé mentalmente y lo pude herir en una, en dos partes, en la pierna, en parte del cuerpo, en su mano derecha. Cayó su espada al piso y él cayó herido. Nos rodearon los soldados.

-¡Llamen inmediatamente al rey! -Los soldados no se movían. Los miré-. ¡Llamen inmediatamente al rey, acá hay un traidor! -Dos de los soldados salieron corriendo.

Al rato vino mi amigo, el rey:

-¿Qué pasó?

-Necesito que se vayan los soldados, debo confesarte algo muy difícil.

Esper me miró: -¿Por qué me miras así? -dijo el rey.

-¿Te preguntas porque te miro con este rostro? Porque es un rostro compungido por todo lo que he averiguado.

-¡Coméntamelo, Lerner -dijo Esper-, pero adelante de todos los soldados, si es algo grave, que todos lo sepan!

 

¡Uf!, resoplé. Tenía mi espada apuntada en el pecho de Brunei:

-Anoche la reina estuvo con Brunei, y no es la primera vez que está con él. Es más -apreté la punta de la espada contra el pecho de Brunei-, ¡y el hijo que esperan no es tuyo! -Mi amigo el rey se puso pálido, sacó su espada y la puso en la garganta de Brunei:

-¡Confiesa!

Brunei asintió con la cabeza: -El hijo que espera es mío.

Esper preguntó:

-¿Por qué? ¿Por qué la traición?

-La reina me buscó y yo acepté. Lo siento, pero es así.

-También lo buscó a Lerner y él vino y me lo contó. ¿Por qué tú has aceptado? -Brunei en el piso se encogió de hombros.

-Mátame, no quiero la vergüenza delante de los soldados. Mátame.

-No, no te mataré, te expulsaré a ti y a la reina. -Lo mire al rey Esper, miré a todos los soldados y vi que lo miraban con un tremendo desprecio a Brunei y a mí me miraban con respeto, eso me hizo sentir bien.

Le atendieron las heridas a Brunei. Esper me tomó de los hombros:

-Gracias, gracias Lerner. Has madurado y mira lo que has logrado, has logrado descubrir la traición de dos seres, uno más vil que el otro.

 

Nos reunimos con los nobles y con los soldados en el inmenso salón y el rey leyó el decreto: Dara no sólo dejaba de ser reina, dejaba de ser noble y junto con Brunei eran expulsados del reino.

Dara, fría, sin señal de arrepentimiento, lo único que dijo fue:

-¡Nunca me interesaste, sólo me interesaba la corona!

 

 Los nobles bajaban la cabeza de vergüenza, de vergüenza ajena, de haber tenido una reina tan fría, por no decir otra palabra más injuriosa pero real, y así fueron expulsados.

El rey nombró otro jefe de la guardia y yo fui más consejero que nunca. Había madurado, me había enfrentado a Brunei y había descubierto la traición de él con la reina.

Mi amigo Esper me dijo:

-Siento dolor, pero no por afecto a Dara porque de verdad no tenía ningún afecto, dolor porque aunque la persona no te signifique nada la traición duele igual.

-Lo entiendo. Lo entiendo mi amigo, lo entiendo mi rey, lo entiendo Esper porque a veces te duele la manera aunque la persona no te signifique nada. Y es cierto.

 

Gracias por escucharme.

 

 


Sesión 23/05/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidades que se presentarón a dialogar: Johnatan L.

En Umbro. La entidad relata su primera edad y cómo fue aprendiendo de la vida gracias a buenos y malos ejemplos. Pero ya tenía un talento, una disposición natural para aprovechar las oportunidades sin causar daño.

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Entidad: Entidad: Generalmente cuando vosotros veis a alguien o bien vestido de una manera que para vosotros no es convencional, o prejuzgáis sus actitudes sin conocer los cómo, los por qué tiendo a sonreírme, tiendo a miraros de una manera irónica porque es muy fácil ver lo aparente, es muy muy fácil.

 

Mi nombre es Figaret. Fui criado en una ciudad del oeste, cerca de Turania. Y y uno se acostumbra, se adapta al entorno. Es cierto que tenemos nuestro propio carácter, nuestra personalidad, pero tendemos a adaptarnos a que todo nos parezca natural.

Mamá trabajaba de posadera. Aclaro que se hacía respetar, porque los lugareños que iban a beber a la posada eran bastante bastante mano inquieta. Mi madre les daba una zurra en la cabeza a aquel que alargaba la mano un poquito de más.

Estáis pensando en padre, padre qué hacía, dónde estaba. Padre estaba en algún tugurio oscuro bebiendo alguna bebida fuerte. Debo reconocer que era alcohólico. ¿Si me trataba mal? No, no, a mí no, a madre le levantaba la voz. Y no estaba conforme siendo que la única que llevaba dinero al hogar porque no solamente cobraba el sueldo cada siete amaneceres del dueño de la posada si no también propinas que lugareños decentes le daban.

 

Y a medida que fui creciendo -aclaro que no era tan grande, tenía seis de vuestros años-, padre me llevaba a eses tugurios oscuros donde se jugaba a las cartas por dinero. Ponían bastantes metales cobreados, plateados y hasta llegué a ver metales dorados sobre la mesa. Pensaréis "¿Y el padre de Figaret de dónde sacaba metales para jugar a las barajas?". Sabía dónde madre tenía los ahorros. Pero era pícaro, le sacaba uno o dos metales nada más, cosa que madre no se diera cuenta porque no es que le tuviera miedo a madre, hubiera buscado otro escondite y se acababa el juego de cartas. Entonces es como que sacaba de a poquito.

Fumaban una especie de tabaco que te hacía trizas los pulmones adentro de ese oscuro tugurio, adentro se olía tabaco, un perfume muy barato de flores marchitas, olor a bebida y a vómitos. Y la mayoría de las velas estaban en las mesas de juego porque era el lugar de más importancia porque la casa cobraba comisión, un uno por ciento nada más, pero era... era dinero.

 

Y a medida que fui creciendo no sólo aprendí el arte del juego. Me agarraba mentalmente la cabeza, me tomaba la cabeza ¡ay! cuando veía lo mal que jugaba padre porque aclaro que no ganaba. Y a veces cuando volvíamos a casa le decía "Padre tenías que haber hecho tal cosa". Rara vez me censuraba pero sí se molestaba.

-Pero cállate mocoso, apenas te sabes limpiar las posaderas y me vienes a decir a mí cómo jugar. Qué te has creído.

-Te digo nada más padre, porque nunca vas a casa de vuelta con más metales.

 

Y pasaba el tiempo. Yo ya tenía catorce de vuestros años y un día me dijo padre:

-Ya que sabes tanto porque no te sientas al lado mío. -Le dije:

-Al lado no porque van a pensar que uno está arreglado. Enfrente tampoco porque es una mesa redonda y van a pensar que nos hacemos señas. Me pongo a un hombre de por medio y así nadie piensa que estamos arreglados o que hacemos trampa. -Me tiró un par de metales cobreados. ¡Vaya generosidad!

 

Y jugué. Y mientras padre apostaba de mucho yo apostaba de a uno o de dos metales y ganaba y ganaba, ¡eh! Era raro que alguna mano perdiera y éramos ocho jugando. Me llegaron a mirar de una manera tan sospechosa que a propósito un par de manos perdí.

-¡Ja, ja, ja! -Se reían todos-. Mira el niño, se cree que sabe, mira como ha perdido.

 

Y yo fingía cara de ofuscado y me levantaba de la mesa furioso, pero era una actuación. A la noche siguiente volvíamos y volvía a ganar. Obviamente también me dejaba ganar, pero siempre volvía con varios metales. Padre me decía caminando:

-Sé que ganaste.

-Sí.

-¿Y?

-¿Y qué? ¿Y qué pasa?

-¿Y qué pasa, qué?

-Y qué esperas para darme los metales.

-No, no, no. Me acuerdo que me has dicho "¿Ya que sabes tanto por qué no te sientas a jugar?". Y no te he visto ganar desde que era pequeño. Yo gano.

-¿Piensas que no te puedo dar una paliza y sacarte los metales?

-Está bien, te los entrego todos, pero no voy más. -Seguimos caminando y padre se quedó pensando.

-Está bien, dame aunque sea un par de metales y así... y así cada noche. No dejes a tu padre en ruinas.

-Yo sé que le sacas a madre de su escondite, no le saques más. Antes de ir a jugar te daré un par de metales. ¡Aaah!, pero como sé que los perderás a la salida te daré otro par de metales.

-¿De qué te ríes, Figaret? -me preguntó mi padre.

-¡Je! Que sería mejor que te quedaras en casa y yo te diera metales y... -Se paró y me dijo:

-¿Te crees que voy por los metales?, voy para tomar algo.

-Vas porque tu juego es una adicción, eres adicto al juego.

-¿Y acaso sabes por qué? -Se hacía el ofendido.

-¿A ver?

-Porque con tu madre no soy feliz. Yo sé que eres chico para que te cuente esto, pero quiero abrazarla y me rechaza.

-¿Y no te has preguntado por qué? -Me miró.

-A ver, dímelo tú.

-Tienes olor a bebida y olor a vómito. ¿Quien se te va a acercar? ¡Paf! -Me sangró el labio de la cachetada que me dio, una bofetada que hasta me hizo hasta obnubilar el cerebro. Lo miré.

-¿Tienes algo que decir?

-No, no.

 

Y jugábamos seguido.

Cuando cumplí dieciséis de vuestros años ya tenía un físico importante. No os imaginéis una persona corpulenta, fuerte, no; era más bien estilizado, ágil, y todavía no tenía toda mi estatura.

Pero recuerdo que otra vez discutimos con padre con respecto por qué madre no era cariñosa con él, y intentó abofetearme. Ya tuve la fuerza suficiente como para pararle la mano. Le paré la mano en el aire, me quiso abofetear con la otra mano y se la paré en el aire: lo tomé de las dos muñecas.

-No me vas a abofetear más.

-¡Qué te has creído!

-Simplemente que no quiero que me abofetees más, tenlo en cuenta.

 

Padre bajó la vista y se quedó en silencio. Le tendí los dos metales que le daba cada noche porque nunca ganaba y yo ganaba cada vez más.

 

Pero a la gente le atraía como jugaba yo porque, como siempre, a veces me dejaba ganar cuando veía que la cosa se ponía muy difícil.

Al poco tiempo me crucé con un hombre que venía de la ciudad de Turania, llevaba un pequeño espadín. Lo miré y le dije:

-¿Qué es eso? Parece una espada pero más pequeña, no es un sable.

-No, es un espadín, más pequeño.

-Vaya, se parece a la espada que usan los nobles, esa que se dobla para todos los lados.

-No, no, no, esto es un espadín hecho de muy buen metal.

-Vaya. ¿Y qué ventajas tiene?

-Depende de la persona. A mí me es útil. En la ciudad donde yo vivo hay muchos que te provocan porque sí o para sacarte metales. ¿Y tú qué haces? -Me encogí de hombros.

-Juego con las baraja y gano.

-¿Me enseñas?

-¡Ah! Podría enseñarte. ¿Cómo te llamas?

-Terso.

-Mi nombre es Figaret. Podría enseñarte, pero tiene que ver también con la intuición, con mirar a los demás, ver sus rostros.

-No te preocupes, tú enséñame.

-¿Y tú me enseñarías con el espadín?

-Trato hecho. -Me tendió la mano.

-El problema que no tengo espadín. -Buscó su alforja, vi que tenía otro espadín, me lo tendió. Le tomé el peso. Ideal para mí-. Vaya, debe tener como siete décimas de línea.

-Aproximadamente -me dijo.

-Pero lo veo en mejor estado que el tuyo.

-Tú no sabes qué edad tengo y cómo lo he usado.

-¿Y este para qué lo tenías?

-¡Mmm! Lo tenía, pienso que algún día se lo daría a alguien. Y bueno, has aparecido tú.

 

Por la mañana tomaba algo en la posada mientras madre trabajaba acomodando las mesas, fregando los pisos, atendiendo los clientes, frenando algunos manolarga. Pero yo no tenía todavía el coraje como para frenar algunos manos larga, podía golpearlos con mi puño seco, noqueaba muy fuerte, pero si sacaban su espada me daba por muerto, no tenía sentido. Y padre, mientras tuviera una botella de bebida no le importaba otra cosa.

 

Y aprendí con este hombre, con este turanio. Me enseñó algunos trucos.

-¿Tú no tienes nada que hacer? -le preguntaba.

-Tengo mis buenos metales, hago algunos comercios con cosas indebidas.

-No te voy a preguntar -le dije.

-Mejor, cuanto menos sepas, mejor.

 

Por la tarde descansaba en casa y a la noche iba a los tugurios oscuros con mi padre, pero ya con otro ánimo.

Y pasaron amaneceres y amaneceres y amaneceres. Y desde vuestros dieciséis hasta vuestros dieciocho años, en esos dos de vuestros años, ya me consideraba un excelente maestro con el espadín al punto tal que el hombre turanio ya no podía hacer ningún movimiento, que lo anticipaba permanentemente.

-He cumplido con mi tarea. -Le pregunté:

-¿Y yo he cumplido con la mía?

-Mira, conozco las cartas como si hubieran nacido conmigo -me dijo el hombre-. Pero tienes razón, yo sé que tienes problemas con tu padre y las veces que he ido a ese tugurio me he sentado en la mesa impasible y nadie sabe que te conozco y tú has visto que he ganado y he perdido. Por supuesto que soy mejor que tu padre jugando, pero tú eres, tú eres lo máximo. Y tienes razón, la intuición no se puede enseñar, los gestos, el ver el rostro del otro, su inseguridad... yo no la puedo captar como tú, Figaret. Pero de todas maneras gracias, tú eres buen maestro con las cartas, yo no soy buen alumno. En cambio tú eres muy buen alumno con el espadín al punto tal de ahora ser mejor maestro que yo y yo me consideraba muy bueno. Lo que no entiendo es esa ropa, una ropa incómoda, rara, pantalones ajustados, tienes una especie de botas con punta... ¿Qué es eso? El hecho de que juegues a las cartas no te convendría tener un perfil bajo, así llamas la atención con ese gorro de colores, esa ropa llamativa. -Me encogí de hombros.

-Es como me gusta vestirme.

-Y también he visto que, te aclaro que me gustan mucho las jóvenes. -Me reí.

-No entiendo por qué me lo dices.

-Porque me estuve fijando que no es que tengas un atractivo en especial, esto te lo digo para que veas que me gustan las mujeres, pero también sé ver cuando un varón tiene un atractivo especial, y tú no lo tienes, sin embargo veo que algunas mujeres que trabajan en ese tugurio te favorecen con... con sus encantos, entiendo que te deben salir algunos metales.

-¡Ja, ja! ¡No! -le dije-, estás equivocado, ellas me enseñan su sensualidad, a cambio no les doy ningún metal, habrase visto. -El turanio se quedó asombrado.

-O sea, que eres un mocito al que las mujeres de este tugurio lo llevan a su habitación... Ellas son las que salen complacidas. Vaya, vaya. -Me encogí de hombros.

-No, no entiendo, ¿pagarle a una camarera? ¿Porque hay gente que le paga?

-Todo el mundo les paga. -Me quedé asombrado.

-¡Vaya, vaya! Eso, la verdad que no lo entiendo, la verdad que no lo entiendo.

-De la misma manera -me dijo el turanio- que tienes facilidad para jugar a las cartas tienes como una especie de ascendencia sobre las mujeres. Pero lástima en este ambiente, en este ambiente vas a empezar a perder esa inocencia.

-No me creo inocente.

-¡Ah! Claro, porque no sabes cómo es la otra cara. Ya la conocerás. -Me rasqué la cabeza porque no lo entendía.

 

A mis dieciocho de vuestros años había aprendido muchísimas cosas, la voluptuosidad de algunas jóvenes, los gestos de inseguridad de quienes jugaban a las barajas, la incontrolable ebriedad de mi padre. Y mi madre, su resignación a vivir una vida sin alegría. Creo que lo único que la mantenía fuerte era mis abrazos, porque a mamá la amaba, ella era la que mantenía todo. Aclaro que desde que empecé a jugar le daba a madre algunas monedas y jamás le oculté que iba a jugar a las barajas, ella lo sabía y lo hubiera sabido aunque no le hubiera contado. Discutí con ella muchas veces porque no me quería aceptar los metales.

-Tenlos, madre, por lo menos para que prepares una buena comida y te compres mejores botas para estar en la posada, es lo menos que puedo hacer.

 

Me abrazaba. Yo era su sostén de vida, no hablo de lo económico, hablo del afecto. Me preguntaréis si lo que sentía por padre, ¿amor?, no. ¿Compasión?, no. Honestamente no. ¿Odio por verlo tan dejado y que le arruinara la vida a madre?, no, tampoco, no lo odiaba. Creo que lo que sentía por él era algo peor: indiferencia, una total y absoluta indiferencia.