Sesión del 05/08/2021
Sesión del 10/09/2021
Sesión 05/08/2021
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Jorge D.
En Plena, Gaela, tenía éxito profesional, ejercía de tratante de inmuebles, colegiado. Conoció a alguien de dinero y lo pasaban muy bien, pero en el fondo no se conformaba con ello. Cuando ella lo percibió reconoció que no debía haber amor en la relación, no entraba eso.
Sesión en MP3 (3.334 KB)
Entidad: Mi nombre, como thetán, es Baradel, plano 3 subnivel 6. Mi misión en la vida actual, como Jorge, puede parecer sencilla, es superarme, vencer inseguridades. Pero lo que parece simple expresándolo no es tan sencillo buscando, llevándolo a la práctica.
Y esto no viene de ahora, viene de una vida en Gaela cien mil de vuestros años atrás, un mundo prácticamente gemelo de lo que es hoy Sol III, la década años setenta aproximadamente del siglo XX.
Mi nombre era Carlos Ugarte. Había nacido en Zavala un país vecino de Beta. Pero Beta nos miraba como si fuéramos un país en desarrollo contra la enorme potencia que era Beta.
No puedo quejarme de mi vida como estudiante porque verdaderamente puse todo el esfuerzo. Me recibí de contador pero me especialicé en todo lo que es subastas, ventas, alquileres, y estudié para Martillero Público. Pero claro, era una época que mi país de origen, Zavala, estaba pasando por una economía muy apretada.
Tenía dinero ahorrado y una propiedad que vendí. Aparte, venía de una separación afectiva que me había causado muchísimas inseguridades en el tema amoroso. Y decidí, como decís vosotros, cambiar de aires.
Me mudé al país de más al sur del nuevo continente, a Plena, un país con costumbres muy similares a Zavala. No me costó adaptarme. Su capital, Ciudad del Plata, era enorme, pero no me impresionaba porque la capital de Zavala era igual de grande, pero es como que aquí había más bares, más lugares nocturnos, más librerías. Y había más noche, si se entiende la expresión, los lugares de esparcimiento no cerraban a medianoche, algunos quedaban hasta las cuatro de la mañana incluso en días de semana.
Me compré un pequeño apartamento en el centro de Ciudad del Plata, la capital de Plena, y me puse un local de alquiler y venta de propiedades, con mi título de Martillero Público. No me fue mal, reconozco que me fue bien. En menos de seis meses ya era bastante conocido en la zona, y a diferencia de Zavala, en Plena, en los años setenta había mucho pedido de alquileres y mucha demanda de compra de departamentos, y si bien mi comisión era pequeña, ¡vaya!, sumaba, y bastante.
Y fui prosperando, al punto tal de que me propusieron, en el Colegio de Martilleros de Ciudad del Plata, si quería hacerme socio del club hípico. La cuota no era económica pero podía contactarme con personas de un rango más elevado en lo económico y podía comprar y vender propiedades mucho más caras, con una comisión, obviamente, que me dejaba más ganancias en mi cuenta bancaria. Y a mis treinta años podía decir que era una persona de éxito.
Me llamó la atención que había un grupo de jóvenes, mujeres, pero las veía como..., en Ciudad del Plata se decía muy estiradas, muy chic, como que estaban en su mundo y no prestaba atención a nada. A mí me parecía que tenían un tremendo ego o eran muy creídas.
Pero una de ellas, Fabiola, cuando estaba en la barra se acercó a mí:
-No te había visto aquí.
La miré a Fabiola y digo:
-Mi nombre es Carlos Ugarte, soy de Zavala.
-¡Con razón! ¿Y qué haces?
-Bueno, soy Martillero Público, y me va muy bien.
-¡Ah! -Me miró. El ¡Ah! me sonó como a decepción de parte de Fabiola, como diciendo "¡Ah!, bueno, tú no has nacido rico, eres un advenedizo en nuestro grupo". Todo eso en mi mente, ¿eh? Ella solamente dijo ¡Ah! Pero no se alejó, seguimos hablando. Me preguntó de forma totalmente indiscreta-: Y seguramente vienes aquí a pescar clientes.
Fui franco. Le dije:
-No necesariamente pero si vienen bienvenido sea. Al fin y al cabo es parte de mi trabajo el conseguir vendedores, compradores, y sé que en la parte norte de Ciudad del Plata están las propiedades más caras, al doble o más que las propiedades del centro, y al triple de las propiedades del sur.
Fabiola me dijo:
-Pues mira, Carlos, justamente tengo una amiga que quiere vender su apartamento.
-No tengo problemas.
Me pasó la tarjeta y me dijo:
-Llámala. Mañana llámala. Hoy hablaré con ella. -Le ofrecí mi tarjeta-. ¡Vaya!, Carlos Ugarte. Bien. Aquí tenemos Ugarte también, ¿eh?, Ugartes de clase. -Y después dijo-: ¡Oh! Disculpa, no quise decir que tú no lo seas. -Reí para mis adentros, ¡je, je! Evidentemente sí lo quiso decir. Pero bueno, debería acostumbrarme a las necedades de estas niñas ricas mal criadas.
Al día siguiente me contacté con la persona conocida y fui a ver su departamento. Me apabulló. Una sala comedor de doce metros de largo con piso de mármol, con desniveles, una chimenea tipo hogar. Y la cocina. La cocina tenía como una especie de columna central y embutida una cocina tipo horno. Y el baño. El baño prácticamente tenía una bañera con hidromasaje, prácticamente en lugar de porcelana era como de cristal. Y el piso del baño era transparente con un vidrio pero muy muy espeso. Y debajo peces. Obviamente había una válvula que echaba aire para oxigenar el agua. Entonces cuando tú te acostabas en la bañera, al lado tuyo detrás del cristal nadaban los peces.
Tasé el departamento en un precio que me pareció altísimo.
La mujer ni pestañeó:
-Está bien, con ese precio lo puedo vender.
Mi curiosidad me hizo preguntar:
-Disculpe, señora, pero este apartamento es una maravilla, ¿se quiere mudar porque se traslada a otra ciudad?
-No, quiero ir aún más al norte, cerca del rio, a compararme un tipo chalet.
-¿Chalet?
-Sí una casa directamente, una casa de diez habitaciones. Seguramente no me va a alcanzar con lo que cobre por la venta, pero tengo más dinero, obviamente, muchísimo más. Y la haré a mi gusto. Tengo un arquitecto contratado.
En menos de una semana vendí la propiedad, me quedé una comisión impresionante. La volvía ver a Fabiola y le agradecí.
-Veo que has hecho un buen negocio.
-Mira, te agradezco. Si quieres te lo compenso con una cena.
Pensé que se iba a negar pero no se negó, para nada. Fuimos a comer en la Quinta avenida, un lugar carísimo. Pero yo no tenía problemas con el dinero.
Y las cenas se repitieron, hasta que una vez me invitó a su nueva casa cerca del rio. Si el apartamento que le había vendido era apabullante, ni hablar de la casa. El arquitecto verdaderamente era un arquitecto de categoría. Obviamente había gastado bastante en las refacciones.
Pero voy a pasar por alto la cena, el comedor, el fumar un habano en la sala, el tomar una copa de coñac. Pasamos directamente al dormitorio y allí directamente me apabulló con sus caricias y sus besos, me sentí como transportado a otro nivel, no sé cómo explicarlo mejor. Y eso sucedió varias veces hasta que empecé a sentir algo más que... que un afecto. Y en el momento que empecé a sentir eso que me sacudía por dentro y me movía toda mi alma, fue cuando me dijo Fabiola:
-Mira, Carlos, me gusta la independencia. Lo hemos pasado muy bien, pero ahora necesito un poco de aire.
-¡Pero mira el ventanal que tienes!, un ventanal con vistas al rio, tienes todo el aire del mundo.
-No, Carlos, me refiero a poder respirar sin presiones.
-¿Lo dices por mí, porque yo te presiono? Yo vengo cuando tú me llamas, yo no te presiono.
-Carlos, Carlos, Carlos, te veo venir. Tu forma de ser, como me miras..., y no quiero causarte daño.
-Pero Fabiola, no me causas daño -le expliqué.
-No ahora, pero presiento tus sentimientos, y cuento más crezcan más daño te causaré al alejarme de ti.
-Pero si no te estoy presionando... ¿Por qué hablas de alejarte?
-Porque soy así.
-Así, ¿cómo?
-No me gusta esclavizarme con una persona, me gusta conocer gente.
-Y sí conoces gente.
-Carlos, Carlos, tienes treinta años pero pareces inmaduro. Conocer gente en distintos aspectos.
-Ahora caigo, ahora entiendo. No te atas a nadie, te atas al amor, por llamarlo de alguna manera.
-Carlos, ahora no te hagas el ofendido.
-No estoy ofendido, para nada. Es tú manera de ser, no coincide con la mía. Yo cuando quiero, quiero de verdad.
-De eso se trata, Carlos, yo no te quiero. Te deseo, la paso bien contigo y punto. No mezclo mis sentimientos con mis pasiones.
-Entiendo.
-Lo entiendes pero pones cara de afligido, como que te sientes una víctima.
La miré.
-Quizá sí.
-¿Y por qué? -preguntó Fabiola-, ¿alguna vez te dije "Te quiero, te amo, no puedo estar sin ti"?
-No.
-¿Alguna vez te dije "Podemos ser pareja o novios o lo que sea"?
-No.
-Entonces no tienes nada que reprocharme.
-No te he reprochado nada.
-No, no directamente, pero sí indirectamente. Eres muy niño, muy ingenuo.
-Tal vez sea ingenuo o tal vez tú no seas el tipo de mujer con la cual yo sería feliz.
-¿Pero la has pasado bien?
-Sí, eso no te lo voy a negar. En realidad quiero ser franco contigo: La pasé más que bien. Pero no soy de implorar "Dame otra oportunidad, conóceme mejor, verás que no te defraudaré", no, no, no. No porque sé de tu manera de ser. Al fin y al cabo, ¿dónde te conocí?, en el club hípico, vi el grupo de chicas todas creídas.
-Espera, espera, Carlos, tampoco me prejuzgues, no somos todas iguales, yo puedo amar..., pero bueno, a ti te tengo afecto. Pero esta conversación me sirvió para darme cuenta de que con el tiempo ibas a ser insoportable.
-¡Ja, ja, ja! ¡Ay!, me haces reír, Fabiola, me haces reír, verdaderamente puedes adivinar el futuro.
-No.
-Ahora no te creas suficiente.
-Tampoco te la creas tú, Carlos. Yo no adivino el futuro pero es fácil conocerte, es fácil ver tu interior, eres trasparente, eres fácil de notar.
-O sea, según tú yo me tendría que poner una coraza.
-¿Por qué?, ¿yo tengo coraza? Yo no tengo coraza -dijo Fabiola-, simplemente soy como soy. Me aceptan, me dejan, me da lo mismo.
-Ese es tu problema. Y algún día te va a pasar que vas a conocer a alguien del que te vas a enamorar y te va a tratar como una más.
Me miró con una mueca que parecía una sonrisa, que parecía sarcasmo. Y me dijo:
-¿Sabes quién dice eso?, los resentidos: "Lo que tú haces conmigo te va a pasar a ti".
-No, no lo digo por eso.
-Sí lo dices por eso, ni tú sabes que lo dices por eso.
-Así que eres psicóloga.
-Para nada, simplemente soy una persona que usa el sentido común. Disfruto, vivo la vida, la paso bien y el día de mañana veré. Y si es como dices tú, Carlos, de que el día de mañana alguien me gusta mucho y a mí no me da importancia, bueno, me la bancaré.
-¿Qué significa Me la bancaré?, no conozco muy bien tu idioma coloquial.
-Significa como que lo aguantaré, lo soportaré. Y buscaré otra persona. Al fin y al cabo hay infinidad de hombres.
-Así es -le dije-, al fin y al cabo hay infinidad de mujeres.
-Pero espera antes de irte, eso no quita de que alguna, de aquí un mes, te invite y nos podamos ver y tener otra buena noche.
-No, no, no, no. Porque es como tú dices, Fabiola, si empiezo a tener sentimientos prefiero tomar distancia. Nos veremos en el club, no tengo problema en compartir un combinado contigo o acompañarte a ver un equipo de polo, no tengo ese tipo de problemas. ¿Pero vernos, íntimamente? No, no, no. Me siento vulnerable. No tengo problema en decirlo. -Me quiso dar un beso en la mejilla y le tendí la mano. Sonrió y me dijo:
-No te hagas el exquisito, ahora.
-Para nada. Cogeré un taxi y me marcharé para mi apartamento, mañana tengo mucho que hacer. Y de corazón te agradezco el que me hayas recomendado esa señora. -Me marché.
Donde vivía Fabiola no le tenía nada que envidiar al chalet que había comprado la señora, era exactamente igual con ventanas al río, con piso con distintos desniveles, con un altillo que era prácticamente un superambiente más. Pero yo no gastaría plata en eso, yo estoy tranquilo en mi apartamento de dos ambientes y en mi local de inmobiliaria.
Todavía había mucho por aprender de lo que era el verdadero amor. Por un lado mi ego, porque reconozco que lo tenía, me había implantado infinidad de engramas, engramas de inseguridad en la parte afectiva, dudas sobre si me involucraba con alguien ese alguien me quería o simplemente -y voy a ser muy crudo, disculpadme-, o simplemente la persona me usaba. Y lo que más ira me provocaba era que tú escuchabas a las mujeres decir "Los hombres nos usan", ¡ja, ja, ja!
Yo creo que ambos géneros se usan unos a los otros, carentes de amor, carentes de sentimientos. ¿Y qué era el sentimiento, sufrir? No me parecía- Pero hasta ahora, el sentir no me había dado resultado. Pero la historia continuaba.
Gracias por escuchar.
Sesión 10/09/2021
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Jorge D.
Trabajaba al el otro lado del continente pero se realizaba mejor, profesionalmente, tenía acceso a gente de dinero, lo cual le permitía ganar más. Pero en lo afectivo era lo contrario, no se tenía confianza, autoestima. Comentándolo con unos amigos aprendió una lección. Varias lecciones.
Sesión en MP3 (4.450 KB)
Entidad: Mi nombre como thetán es Baradel, plano 3 subnivel 6. Estos benditos roles del ego que arrastro de muchísimas vidas me jalan hacia abajo.
Me considero un ser espiritual con deseos de poder ayudar pero he captado el concepto de un gran Maestro de Luz cuya idea es "No puedes tender una mano a nadie si no estás tú de pie primero". Y eso me ha pasado en distintos roles.
Recuerdo mi rol como Carlos Ugarte, nacido en Zavala, con muchas dudas, con muchas inseguridades en la parte afectiva. Pero qué paradoja, o mejor dicho, qué ironía, ¿no?, cuanto más inseguridades tienes más te acercas a gente que sólo juega con el amor. Me corrijo, o que toma el amor como un juego.
Me considero muy buen martillero público, pero claro, en Zavala tenía pocas posibilidades de venta y alquileres, la situación no estaba muy buena. Había ahorrado dinero pero por mucho esfuerzo y por muchas horas que trabajaba por día. Eso me dio frutos. Lo que pasa que estaba exhausto mental y físicamente porque tampoco era cuestión de ahorrar dinero a costa de mi salud, había noches que dormía menos de seis horas y daba vueltas y vueltas en la cama envuelto en mi soledad.
Y pensé "Hay muchas ofertas en Plena. Sé que no queda cerca, es el país más al sur del nuevo continente, pero hay un nuevo gobierno en los años setenta, una economía que está resurgiendo". Y decidí viajar.
Me instalé en Plena. Y al poco tiempo, ¡oh sorpresa!, había logrado vender dos propiedades y alquilar cinco apartamentos, mis comisiones eran mucho mayores que las que tenía en Zavala. Pero no solamente eso; trabajaba menos horas y ganaba el doble, al punto tal que al poco tiempo tenía una buena cuenta bancaria.
Y fui considerado. Pero no considerado como un buen martillero sino considerado incluso por la Comisión de Martilleros. Es más, recibí una invitación para ir al club hípico. ¡Vaya! Un club de gente de alto nivel social.
Me costaba, ¡je, je!, como diríais vosotros, ensamblarme en una sociedad que yo consideraba ficticia, no es que tuviera un engrama contra la gente de mucho dinero pero veía tanta superficialidad...
Y al comienzo vi que no todos eran así. Cuando conocí a Fabiola pensé "Bueno, las cosas son distintas a Zavala, tengo más oportunidades a nivel afectivo".
Y Fabiola era una joven tan atractiva, pero tan atractiva... Hasta que me di cuenta de que para ella yo no era una relación de pareja, para ella era una burla, un pasatiempo, algo momentáneo, un adorno.
Pensaréis "Me estoy tirando tierra encima". No, simplemente soy sincero, directo, porque podrán decir cualquier cosa menos que tengo dos caras, porque la peor de las mentiras es mentirse a uno mismo. Y en ese sentido tenía los pies sobre la tierra a pesar de que muchas veces me ilusionaba en vano. Y no era el único.
Una tarde tuve una conversación de más de tres horas con Pocho. Me decía:
-Mira, Carlos, tienes razón en lo que dices, la mayoría vivimos de apariencias. Y me incluyo.
Le pregunté:
-Pero por qué, ¿tú eres un advenedizo y finges ser de clase social alta?
-No, no, ni siquiera preciso trabajar. Pero quizá no soy agraciado físicamente, soy más delgado, no soy... Por lo menos me miro al espejo y me veo como un hombre común y corriente.
Lo censuré, le dije:
-Mira, Pocho, si el amor solamente pasara por la atracción física, los años al marchitarte acabarían con ese ficticio amor. El amor es algo más.
-Carlos, Carlos, ¡je, je!, yo no soy quien para aconsejar a nadie, yo siempre pido consejos, cómo voy a aconsejarte a ti. Pero si piensas que las chicas de aquí del club hípico se fijan en tu interior, ¡je, je!, solamente con un aparato de rayos X.
-¿Te burlas de mí, Pocho?
-¡No!, estoy siendo irónico. Yo me había enamorado de una joven y te aseguro que esta chica, Fabiola, con la que tú tuviste ese breve trato, era un ángel comparado con la chica que a mí me gustaba.
-¿Y qué pasó?
-¡Je, je! -Pocho se encogió de hombros-. Estaba tan ansioso de que me prestara atención que hasta... hasta le hacía el triste papel de vallet.
-Tradúcemelo, porque no lo entiendo.
-Quería una copa, iba a la barra y se la traía, no esperaba al camarero. Quería que la lleve a su casa...
Le digo:
-Te llevo en mi coche.
-No, tengo el mío, pero no quiero manejar.
Entonces la llevaba hasta la casa y luego me tenía que volver en un taxi o en un colectivo.
-Disculpa, Pocho, ¿qué es un colectivo?
-Lo que vosotros en Zavala llamáis camiones o buses.
-Ahora entiendo, ahora entiendo. Pero eso es someterte a sus caprichos.
-¡Je, je, je! ¿Y acaso no has hecho tú eso mismo con Fabiola? Yo no puedo decir que somos dos fracasados, yo cuento con fortuna, mi familia me quiere. Y tú, Carlos, sé que estás trabajando bien como martillero, sé que tienes buenas ganancias, quizá no tengas la fortuna que tenemos aquí en el club hípico, pero el hecho que hayas podido entrar, vaya, no cualquiera entra. ¡Mira! -Me di vuelta-. Jorge Clayton. -Lo llamó a la mesa, se acercó. Bien vestido, fumando un cigarrillo, una mirada natural, autosuficiente. Se sentó.
-¿Cómo están?
-Bien, me alegro de verte -dijo Pocho. Y me miró a mí.
-¿Y tú, Carlos?
-Contándole a Pocho mis desgracias, y él contándome las suyas.
-No no no no, -negó Jorge Clayton-, no quiero escuchar lloriqueos.
Pocho dijo:
-Claro, tú porque eres un ganador, tienes las mujeres que quieras a tus pies aquí en el club hípico.
-No es así -lo corrigió Clayton-. Yo pienso que aquí en el club hípico hay tanta superficialidad que cuando uno es autosuficiente, ellas por capricho buscan conquistarte. Pero te aseguro que si yo cediera a sus encantos, al poco tiempo a mí también me darían la espalda.
-No lo creo. No de ti, Jorge Clayton.
Lo miré y le dije:
-Permíteme hablar a mí, Pocho. -Pocho asintió con la cabeza-. A ver, él dice que tú eres un ganador. ¿En qué sentido?
-Cuéntame de ti, sé que has salido con Fabiola. Fabiola es como Cuca, como Nena, como Belén y como otras, superficial. No les interesa el amor, les interesa tener a un chico como si fuera un juguete. -Lo miré.
-¿Y a ti no te pasa eso?
-No.
-¿Porque eres mejor que nosotros?
-No digas eso, no te lo permito, porque jamás, jamás -dijo Clayton- me sentiría mejor que nadie. Me da vergüenza de mí mismo pensar así.
-¿Y entonces?
-Entonces simplemente que de la misma manera que no permito que digan que yo me creo más que otros, de la misma manera no permito que esta gente superficial juegue conmigo. Es así de sencillo.
-Pocho ya sabe de mí, sabe que tengo dudas, sabe que tengo inseguridades en la parte afectiva.
-Mira, Carlos -dijo Clayton-, te voy a contar una anécdota. Hace un par de años atrás conocí a un joven, Alberto, le gustaba mucho ir a bailar a bailes populares. Y conquistó a una joven, poco agraciada, tímida, insegura y él se sentía bien porque sabía que la podía dominar. Pero a veces le fallaba, no la iba a buscar, le prometía llevarla a comer y no iba, salía con otros amigos... Y la chica sufría. Y le dije:
-¿Alberto, por qué haces eso, por qué la tratas así a la joven?
-Porque es lo que se merece.
-¿Lo que se merece?, ¿acaso se porta mal contigo?
-No, me adora, pero yo no la quiero.
-¿Y entonces por qué sales? -le pregunté.
-¡Je, je, je! Porque es la única que me presta atención. ¿Te piensas que una chica bonita se va a fijar en mí?
-¿Tú piensas que no?
-¡Claro que no!, y si se fijara -dijo Alberto-, lo que haría es jugar conmigo; me citaría y no vendría, se burlaría de mí...
Y le dije:
-¿Acaso no es lo que estás haciendo tú con esa chica?
-Sí, pero es la única que me hace caso. ¿Qué quieres que haga?
-¿Es que no te das cuenta que la estás haciendo sufrir?, ¿no te das cuenta que estás haciendo de villano?
-Bueno, al fin y al cabo es mi vida, no tienes porque meterte.
Le pregunté a Jorge Clayton:
-¿Y qué le respondiste?
-Le respondí que era un imbécil. Se quiso poner violento conmigo:
-A mí no me hables así.
Le dije:
-¿Porqué?, ¿qué piensas hacer?
-Practico boxeo -me respondió Alberto.
-¿Ah, sí? Vamos a la asociación del Plata de box, intercambiamos guantes. -Aceptó.
-¿Y?
-En el segundo round ya no quería saber más nada, le di una tremenda tunda.
-¿Lo lastimaste?
-No, fue una pelea limpia con guantes, con árbitros, permitida. Lo vencí. No me quería mirar.
Le pregunté:
-¿Por qué no me miras?
-Porque debes estar enojado conmigo.
-Todo lo contrario, te puse en tu lugar.
-Perdí mi hombría.
-No seas tonto -le dije a Alberto-, ¿tú piensas que has perdido tu hombría porque te he vencido en un combate de boxeo? Tú eres amateur, yo soy amateur. Si llegara a combatir con un boxeador profesional y me vencería en el primer round -le dije a Alberto-. Tu hombría no la pierdes porque yo te venza en un combate de boxeo amateur, tu hombría la pierdes cuando juegas con una mujer que te quiere.
-¿Y qué hago?
-Déjala, dile que no estás preparado.
-¡Pero va a sufrir!
-Alberto, está sufriendo ahora. Si sales con ella respétala, si no dile que no estás preparado y que te disculpe.
Me quedé intrigado, y le dije a Clayton:
-¿Y qué hizo?
-La dejó. La joven sufrió. Me enteré que al poco tiempo conoció a un muchacho muy bueno, trabajador, inteligente y al año se casó con él. Con Alberto no hubiera llegado a nada.
-¿Y de Alberto que más has sabido?
-No lo he visto más ni me interesa. Pero esto que te cuento, Carlos, que Pocho ya lo sabía, no se es más hombre por jugar con una mujer, se es menos hombre.
-Y qué pasa si es al revés, cuando una mujer, en el caso de Fabiola, me tomó como un pasatiempo.
-Es menos mujer -dijo Clayton.
-Entonces no merece mi respeto.
-No no no no, toda mujer merece respeto, lo que no merece es tu atención.
-Gracias por la lección.
-¡Je! ¿Sabes cuantas veces se lo digo a Pocho? Pero Pocho es cabeza dura, Pocho sigue siendo sirviente de estas superficiales que están en esa mesa. Míralas, sonríen artificialmente.
-Bueno, tampoco te la agarres conmigo.
-Simplemente le estoy diciendo a Carlos que no me canso de darte consejos.
-¿Y por qué me tienes tanta paciencia? -preguntó Pocho.
-Porque te aprecio, porque no quiero que jueguen contigo. -Y me miró a mí-. Tampoco quiero que jueguen contigo.
-¿Y cómo hago?, ¿cómo hago con mis dudas?, ¿cómo hago con mis inseguridades?
-Aceptándote.
-No te entiendo.
-Claro. A ver, ¿cómo te consideras como martillero: regular, bueno, muy bueno?
-¡Mmm! Muy bueno, me va bien.
-¿Entonces como martillero te aceptas?
-Pero por supuesto -le respondí a Clayton.
-¿Y cómo ser humano?
-Lo mismo. Me acepto, me considero un ser humano bueno.
-Entonces pregunto, Carlos, te consideras un buen martillero, eres bueno en tu trabajo, bien. Te consideras bueno como ser humano. ¿Por qué las inseguridades? -Me sinceré con Jorge Clayton.
-Una vez en bus, en los que ustedes llaman colectivo, una joven poco agraciada que trabajaría en un taller me sonrió, se bajó en la misma parada que yo y se daba vuelta para verme. Para mí hubiera sido fácil conquistarla pero no me gustaba, y sentí que estaba a mi alcance.
Clayton me dijo:
-¿Y si hubiera sido muy bonita?
-No creo que se hubiera fijado en mí.
-¿Por qué, acaso tienes algún defecto en el rostro o algo?
-No.
-¿Entonces? A ver, Carlos, ¿tú piensas que una mujer muy bonita siente menos que una mujer «para tu gusto, ¡eh!», menos agraciada? ¿Tú piensas que no tiene los mismos anhelos, los mismos deseos?
-Lo que pasa que cuando uno ve a una mujer bonita es como que se impresiona y es como que se achica.
-¿Y por qué?
-Porque... porque piensa que uno es poco para ella.
-¿Y te piensas que a una mujer no le pasa lo mismo?, que ve a un joven atractivo y dice "Este chico no me va a hacer caso, soy poco para él". -Me encogí de hombros.
-Supongo que sí, que habrá mujeres que piensen eso.
-Mira, Carlos, las dudas, las inseguridades en la parte afectiva no pasan porque conozcas a una chica poco agraciada o muy agraciada, pasa por tu persona.
-Quizá sea tímido.
-¿Por qué, porque tienes miedo al fracaso?
-Seguramente. No soy como tú que no fracasa nunca.
-¿Tanto me conoces?
-No, pero escucho hablar de ti, que eres un triunfador.
-¡Je, je! -Clayton rió-. No tienes la menor idea de las veces que he fracasado en distintas cosas.
-¿Y en el amor?
-Lo incluyo, en el amor también. -Pocho abría los ojos.
-No te imagino fracasando en el amor.
-¿Por qué?, soy un ser humano con defectos, con virtudes. ¿Por qué no habría de fracasar?
-Porque se te ve seguro.
-Quizá no siempre fui seguro, quizá me fui puliendo, quizá me fui templando. Pero para templarse tienes que tener dolor en el medio.
-No te imagino sufriendo.
-¡Ja, ja! Yo creo que todo el mundo en determinado momento ha sufrido por algo o por alguien. -Clayton me miró-: Carlos, todo empieza por ti. Tus dudas, tus inseguridades empiezan por ti. No hagas como Alberto, de decir "Voy a elegir una persona poco agraciada porque las muy bonitas no se van a fijar en mí". No hagas lo de Alberto porque vas a hacer sufrir a la persona. ¿Te gustaría eso?
-No. No porque no me gustaría hacerle a una chica lo que Fabiola hizo conmigo, de tomarme como un pasatiempo. Yo jamás tomaría una chica como un pasatiempo.
-Bien. Bien -dijo Clayton-, eso es un adelanto.
-Necesito que me respeten.
-No -me corrigió Clayton-, necesitas que tú te respetes, si no te respetas tú no te va a respetar nadie. Todo empieza por tu persona.
-Me cuesta asimilarlo.
-Quédate tranquilo, no va a ser la última charla que vamos a tener. Me voy, muchachos, tengo cosas que hacer, me reúno con un comisionado. -Llamó al camarero-. Cargue lo de Ugarte y lo de Pocho a mi cuenta. -Y se marchó.
Pocho me dijo:
-¿Has visto?, él dice que sufrió, pero lo veo tan seguro...
Le respondí a Pocho:
-Tendré que poner en práctica eso.
-¿Sentirte seguro?
-No, empezar a aceptarme, empezar a respetarme a mí mismo. A asumir mi importancia, pero no mi importancia de pasar a ser pedante, porque yo creo que las personas pedantes son superficiales, mi importancia desde mi propia profundidad.
-¡Vaya!, muy bueno como hablas.
-Uno aprende -exclamé-, falta llevarlo a la práctica. Pero es cuestión de comenzar a autocomprenderse, a autorespetarse. Y ahora me marcho. Te tengo mucho afecto, Pocho, espero sigamos con nuestras charlas.
Nos dimos la mano y me marché. Con más esperanzas, con más ganas, con más fuerzas.
Gracias por escucharme.
|