Sesión 17/08/2015 
            Médium: Jorge Raúl    Olguín 
        Entidad que se    presentó a dialogar: Thetán de José Miguel 
Relata una vida donde huyó continuamente por ser  acusado de una muerte que nada tenía que ver con él. Sus seres más queridos  tampoco le creyeron y le recomendaron huir. Encontró descanso en un pueblo lejano  pero, ¿hasta cuándo? Esta encarnación le proporcionó diversos engramas. 
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Entidad: Hay una  vida anterior que me marcó mucho por la injusticia, por no tener un lugar de  pertenencia. 
  
Padre tenía un  campo fértil, estábamos cerca de un río en un pueblito casi desconocido muy al  norte de Méjico, Tajito. No era la primera vez que a padre le robaban  herramientas de labranza o le desaparecían cabras. Una noche vi a Gonzalo, el  de la familia Heredia, con unos amigos arreando unas vacas de otra familia  vecina. A la tarde siguiente lo encaré en la calle central de Tajito y  discutimos, dijo que las había comprado y que era la mejor hora de llevarlas. Le  grité delante de todos que seguro las cabras de mi padre y los utensilios  también se los había llevado. Me golpeó en el rostro y caí en el barro, mi  pantalón lleno de fango y mi pudor a flor de piel. No quise pelear o no me  atreví pero al día siguiente Gonzalo apareció muerto degollado y todo el  poblado sospechó de mí. 
Hasta mis  amistades, hasta mi propio padre me preguntó: 
-José, -Mi nombre  era José Céspedes Carrillo-: ¿No habrás tenido nada que ver? 
  
Lo miré a padre,  con mis diecisiete años, casi dieciocho por cumplir, con una lágrima en los  ojos. 
-Hasta tú  desconfías de mí, padre. 
-Te aconsejo que  tomes un buen caballo y te vayas para el sur. 
-Pero no he hecho  nada. 
  
Madre miraba para  abajo llorando. Me sentí dolorido, molesto, impotente. Esperaba una palabra de  consuelo de madre, tampoco. 
-Vete hijo, antes  de que las autoridades vengan. 
  
Me dio algo de  dinero y elegí un potro, zaino, de lo más común para pasar inadvertido y marché  para el sur. Llegué por la noche a Caborca, otro pueblito. Me quedé a la noche  en una posada, comí un guisado y en el primer piso había habitaciones. Pagué y  a la mañana siguiente marché más al sur. Anduve tres días a paso no muy rápido  para no llamar la atención hasta que llegué a un poblado bastante más grande,  se llamaba Hermosillo. Nunca había visto tantas casas juntas. 
  
Trabajé en una  herrería varios meses hasta que un oficial de justicia pegó carteles buscando a  un hombre entre dieciocho y veinte años que había matado a otro joven en Tajito.  Yo hacía tiempo que estaba en Hermosillo pero no me trataba con nadie, algunos  me miraban y bajaban la vista, empecé a pensar, a pensar. A la mañana siguiente  renuncié al trabajo diciendo que tenía a un familiar enfermo en el norte y  marché para el norte, un par de kilómetros más adelante tomé un recodo del  camino y fui para el sur, al suroeste y luego rumbo sur hasta llegar a otro  pequeño pueblito llamado Empalme pero tampoco me quedé ahí, no quise quedarme  ahí. Pasé por otro pueblito llamado Huatabampo, un pueblo tranquilo. Justo  faltaba en la taberna un lavacopas, me quedé un tiempo ahí, le dije que era  huérfano, que habían asaltado a mis padres. Me preguntaron de dónde venía, le  dije: 
-De Cuauhtémoc en  Chihuahua. 
  
Me quedé bastante  bastante tiempo, bastante bastante tiempo. Me sentía impotente, cogí muchos  engramas de desamparo, de desánimo, de no entender la injusticia de la gente  pero como dice un gran Maestro de Luz, "No te lastiman quienes no conoces,  tienen más poder para lastimarte tus seres queridos". Y padre y madre  dudaron, por no decir directamente que no me creyeron. ¿Por qué tenía que huir  de algo que no había hecho? ¿Por qué tenía que escapar? 
  
Con el tiempo  llegué, yendo hacia el sur. Me sentía herido en mi alma, muy herido en mi alma  andando por los pueblitos a la orilla del golfo de California pero era algo que  mi espíritu no lo podía entender. Aparte me sentía como perseguido en otro  aspecto, en el aspecto moral. Cada mirada extraña, cada mirada sospechosa yo me  imaginaba como que era alguien que me había reconocido. Un señor mayor sí,  seguro que lo vi en Tajito. Una señora con su hijo, tal vez pasó por Tajito y  me reconoció. 
  
Dejé Huatabampo. Pasé  por tantos lugares: el Salado, el Espinal, los Altares y pensé "Me voy un  poco para el este". Semanas después me encontraba en la ciudad de Durango.  Me sorprendió lo grande que era para la época, más grande que Hermosillo  todavía, y me quedé trabajando ahí en una casa de ramos generales. El señor se  llamaba igual que yo, la gente lo apreciaba mucho. Don José. Gordo, barrigón  pero muy generoso con el sueldo. Viudo, un sobrino que se había ido al norte, a  lo que se conoce hoy como Ciudad Juárez. Y me quedé ahí, en Durango trabajando  en el almacén de ramos generales con don José. Tenía una habitación arriba, me  dejaba dormir ahí. 
-Gracias -le decía  yo-, porque me ahorro de alquilar un lugar. 
-No te estoy  haciendo un favor, soy egoísta, de alguna manera es como que me haces compañía. 
  
A la luz de tres  velas por la noche cenábamos unos tacos y conversábamos de mil cosas, yo  sosteniendo la historia que venía del norte, que era huérfano. Me molestaba  mentir, me molestaba inventar una personalidad que no tenía. Me dijo una cosa  que era cierta pero pensando en la historia que yo le había contado. 
-Eres una víctima  de la circunstancias, tus padres murieron, tú estás solo. 
  
Era una víctima de  las circunstancias. Me imagino que Durango no sería la última parada, espero no  me buscasen ahí, estaba bastante lejos de Tajito, bastante, bastante lejos. Si  pudiera armar una vida ahí sería maravilloso pero yo no podía saber mi destino,  qué me esperaba. Sí, había cogido un engrama de no encontrar un lugar de  pertenencia y tal vez vivir ahí a lo de don José es como que hubiera encontrado  un lugar pero esa punzada, ese dolor en el pecho de haber perdido a mis padres  en vida... A veces es como que les tenía odio, rencor por haberme prejuzgado.  Me hubiera gustado que me preguntasen: -¿Lo has hecho? -No. -Toma el potro y  vete, que vienen las autoridades. 
  
Si lo veo de una  forma imparcial, mi padre me dijo que huyera para que las autoridades no me  atrapasen porque si nadie me creía, las autoridades menos. Y me hubiera  esperado la pena de muerte por algo que no hice. 
¿Curiosidad de  saber quién había sido? No, no tiene sentido. Los enemigos se ganan fácilmente,  los amigos se pierden fácilmente. Todavía no había cumplido diecinueve años y  ya había tenido una atroz experiencia. 
  
Hasta la próxima. Y  gracias por escucharme.
  
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