Índice

Psicoauditación - Juana

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión del 15/4/10
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Juana

 

Vivia en Ferro. Poco antes del fin de la guerra con Sargón su marido, militar, murió en una batalla. En distintas épocas había perdido su hijo pequeño y padres por distintas causas, y tenía mucho rencor por todo. Aprovechó su posición de mando en un organismo de índole tecnológica para difundir virus que paralizaron muchos planetas. Cuando razonaba no entendía por qué lo había hecho. Se arrepintió y ayudó a erradicarlo. Nunca supieron que había sido ella. Le quedaron, entre otros, muchos engramas de culpa. Advirtió de lo vulnerable que es la tecnología.

 

 

Sesión en MP3 (2.733 KB)

 

            Entidad: Fijaos qué difícil es erradicar engramas de vidas tan lejanas cuando muchas veces apenas podemos con dudas de esta encarnación. Fijaos qué difícil es tener seguridad y convencimiento de que uno está en el camino correcto cuando quien se comunica, como Thetán, guarda en la memoria muchísimos caminos que aparentemente parecían correctos y luego no fueron tales.

 

            No es fácil para quien está encarnado -y que conoce poco de lo que es el mundo espiritual- asumir que su Thetán o Yo Superior haya tenido cuantiosas experiencias.

 

            Mi nombre en esta encarnación es Juana, y mi nombre en la vida de la cual voy a hablar era Johanna -¿casualidad o causalidad?-. Estamos hablando de 3.800 años hacia atrás en el tiempo. Y eso es lo que muchas veces dificulta al rol actual el incorporar a su conocimiento una vida absolutamente distinta fuera de todo lo que podía llegar a imaginarse porque ni siquiera fue una vida en Sol III -lo que conocéis como la Tierra- sino una vida en la Federación Sargón.

 

            Había nacido en un mundo de la periferia llamado Ferro. Habíamos pasado por una sangrienta, cruel y dramática guerra contra la Federación Sargón, un conflicto inútil por una supuesta independencia que se iba a lograr con un conjunto de mundos que se adhirieron a una idea que les pareció correcta.

 

Yo, siendo mujer, tenía el título de física. Era astrofísica y astrónoma. Trabajaba con ordenadores cuánticos y también con aparatos de comunicación subespacial. Digamos que en mis treinta y seis años de vida -equivalentes a Sol III- tenía un tremendo conocimiento que desde pequeña fui asimilando.

 

Me casé con un soldado de la resistencia llamado Máxim. Unos pocos días antes de terminar la guerra me vino a visitar el comandante Alberto para decirme que Máxim Oriol había muerto en combate.

 

            El año anterior, por un problema genético -que es uno de los pocos temas que medianamente dominaba- había fallecido nuestro niño de cuatro años debido a que tuvo disfunciones en su parte cerebral desde antes del nacimiento y, a pesar de la tremenda tecnología que teníamos, no pudimos hacer nada.

 

            Mi padre hacía diez años que había desencarnado y mi madre hacía cuatro. Tenía familia en algún planeta periférico pero eran parientes lejanos.

 

Con la familia de Máxim no me llevaba bien pues eran fanáticos religiosos. Si bien era una época y un sistema de mundos donde la religión no era lo imperante -había mundos que sí- la religión seguía siendo perniciosa, hasta el punto que decían que una mujer, por el hecho de trabajar en investigaciones prohibidas por Entes de Luz, éstos nos habían castigado trayendo a la vida a un niño con problemas. Lo menos que les dije fue ignorantes puesto que creía en la existencia de una Esencia Suprema, pero que no castigaba ni perdonaba sino que daba opciones.

 

Había cosas que yo no toleraba, como la hipocresía, la falsedad y la mala ignorancia -o sea, la necedad- porque he tendido manos a infinidad de gente ignorante –como dicen los Maestros excelsos de Luz: ignorar algo significa desconocer de un tema-. Pero la familia de Máxim era ignorante, perversa, necia, cretina y obcecada. Teníamos equinos similares a vuestros burros… pues ellos eran mucho más obcecados... Entonces, prefería no tratarlos porque si bien yo tenía una gran armonía me molestaba la gente obcecada sin razón.

 

Me había vuelto rencorosa y estaba enojada conmigo misma. Tenía rencor con la guerra pero no con esa Esencia Suprema porque sabía que no tenía nada que ver Él con la muerte del niño puesto que era un problema físico. Tenía rencor con la guerra -no con Sargón ni con Ferro- porque cada uno defendía su idea. Al fin y al cabo, y viéndolo retrospectivamente, creo que los de Sargón tenían razón: quisimos librarnos de unos yugos que no existían.

 

            Entonces, cuando uno no puede levantar el dedo contra nadie, ¿qué haces? ¿A quién acusas? A nadie. O a todos. Hay algo que los Maestros de Luz dicen, y es que en la desesperación se te nubla el análisis y te invade el impulso. Me invadió el impulso y, cuando todo se calmó, tenía -no digo poder porque suena a sometimiento de alguien- tenía conexiones con gente que verdaderamente era sobresaliente y que, a su vez, tenía amigos en las altas esferas -llamémosle política, pero no eran esferas de poder- y lo que consiguió un cargo muy bueno en Ferro. Y mi rencor, mi amargura y mi soledad cada vez crecían más. Seis años después –a mis cuarenta y dos años equivalentes de Sol III- ya comandaba una cadena de servicios de contactos subespaciales en diecisiete sistemas solares de la periferia.

 

Aún con lo sofisticados que eran los equipos en esos mundos, donde había transmisión holográfica y cristales para guardar información, existían modificados casi imposibles de percibir los virus informáticos para tales aparatos. La mente reactiva no razona, y sabiendo eso no daré más explicaciones. Infiltré dentro del sistema informático de todos esos mundos distintos tipos de virus. No solamente quedaron sin comunicación subespacial sino también los ordenadores cuánticos que dirigían las naves. Vosotros conocéis las Crónicas de Sargón y habéis leído los grandes sabotajes que hizo la resistencia de Ferro en los planetas de Sargón con explosivos, derrumbando edificios, etc. Pues esto no era menor. El retraso que trajo fue considerable. Y a veces en mi cuarto –tenía una casa inmensa pero me encerraba en mi cuarto donde tenía todo: dos ordenadores cuánticos, dos aparatos de comunicación subespacial y otro cuarto de gimnasia- me refugiaba a llorar porque a veces yo misma no entendía lo que había hecho borrando toda pista, indignándome con mis subordinados e inquiriéndoles: -¿Cómo que no sabéis de dónde viene todo esto? ¡Mirad el daño que se ha provocado!

 

Verdaderamente me había transformado en una actriz. Lloraba porque de noche por momentos recuperaba la lucidez y el análisis y no entendía por qué había hecho todo eso contra gente que seguramente no tenía absolutamente nada que ver. Lo que yo había hecho no causaba muertes -como en los atentados de la gran guerra- pero fue tremenda la debacle económica de todos esos mundos, y la gente que se quedó sin trabajo… De modo que seguramente que sí provoqué tremendos males…

 

Cuando caí en la cuenta de lo que había hecho, desde mi postura como Jefa, busqué por todos los medios encontrar el antivirus informático y, en pocos meses, logré frenar todo eso. Pero no se podía reparar lo dañado…

 

Recibí felicitaciones de las altas esferas por haber “frenado” ese tremendo atentado informático -seguramente de alguna mente enfermiza de Sargón que quedó con rencor-.

 

Si bien por momentos estaba impulsiva mi mente también tenía un ego cobarde de frenar el impulso de decir: “Sí, fui yo, y lo hice porque no quiero ser la única que sufra”.

 

No desencarné joven. Viví hasta los ochenta y seis años equivalentes de Sol III. Hasta diez años antes trabajé, cooperé y ayudé mucho. Creé nuevos medios de comunicación. Nunca me crucé ni con el comandante Ascardín ni con el jefe rebelde –Airan-, los dos ex líderes de ambos mundos. Solamente vi sus holofotos.

 

Me quedaron muchos engramas de esa vida, y a veces tengo que hacer un esfuerzo para entender si eran engramas de soledad, de abandono, de incomprensión… En realidad, estaba todo en mi mente porque le gente me comprendía, me acompañaba y me quería. O sea, era una mujer querida…

 

Se ve que mi mente quedó afectada con lo de mi hijo –y luego con lo de mi esposo Máxim- y, obviamente, tenía una psique debilitada por esa tremenda guerra sin sentido. También tenía un tremendo complejo de culpa por haber saboteado todo lo informático, dejando sin comunicaciones, sin navegación y sin luz ciudades enteras, porque era todo tan avanzado pero, a la vez, tan endeble... Si hoy, 3.800 años después, en Sol III la gente entendiera que cuanto mayor es la tecnología mayor es la vulnerabilidad. Si dentro de esas pocas -o muchas- neuronas que tiene cada uno entendiera lo frágiles que somos... Pero es más fácil enseñarle a sumar a una piedra…

 

Gracias por escucharme.