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Psicoauditación - Juan P.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 02/05/2023


Sesión 02/05/2023
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Juan P.

La entidad conoció a un benefactor social en Gaela, la capital de Plena. Clayton, se llamaba. Trabaron amistad y se permitió compartirle algún problema que tenía relativo a su autoestima y a los efectos que ello le le producía. Pero estaba esperanzado.

Sesión en MP3 (2.770 KB)

 

Entidad: Encarné por primera vez como unidad biológica hace cien mil años en un mundo gemelo a la Tierra, a cien mil años luz del otro lado de la Galaxia, un mundo llamado Gaela.

 

Nací en Plena, en su capital, Ciudad del Plata. Vivía con mis padres en la calle Valentín Rodas, paralela a la Segunda avenida.

No puedo decir que no fui feliz, no puedo tampoco decir que fui feliz del todo. Mi adolescencia fue con alguna turbulencia, no era amigo de todo el mundo, pero no por mí, por los demás, había gente que era indiferente..., y bueno, uno tenía que adaptarse a esa situación. Lo importante que en mi mayoría de edad pude conseguir un trabajo estable y pude mudarme a la Cuarta avenida, una avenida más fácil de tener oportunidades en todos los aspectos; llena de negocios, de bares, de restaurante, de librerías. Y cerca de allí, de donde vivía, estaba mi trabajo, un trabajo estable.

 

Como dije antes era un planeta gemelo a Sol III, corría 1980. Mi nombre era Pablo Ricardi, tenía treinta y seis años, dos años más que Jorge Clayton, a quien iba a conocer en breve.

Desde hacía por lo menos diez años, desde los años setenta, que había escuchado hablar de él, que era un mecenas, que ayudaba, que tenía distintas fundaciones. Y no era una persona que se aprovechaba de hacer negocios para tener dinero sino todo lo contrario; Clayton era una persona de fortuna desde siempre, incluso más que sus propios padres. Y desde los veinticuatro años había recorrido muchísimos países aprovechando para inaugurar pabellones en hospitales, en regalar tomógrafos y aprovechar para dar conferencias. Pero me parecía como que era..., no un ser humano, un producto inflado por las propagandas.

Diez años después fui a una conferencia suya donde pensé que iba a hablar de negocios, de todo lo logrado. No, habló sobre humanismo, sobre autoestima y sobre muchos temas que aún no comprendía.

Sí reconocí que era una persona muy muy muy accesible, al punto tal que al terminar la conferencia en la que presencié, me presenté:

Le dije que era Pablo Ricardi.

Me estrechó la mano, me preguntó si tenía tiempo de tomar algo.

Le digo:

-Pero... ¡encantado!

 

Salimos de la sala de conferencias y fuimos a un bar de la Sexta avenida, una avenida lujosísima. Tomamos algo y conversamos.

Me preguntó:

-Pablo, ¿te interesó el tema del humanismo?

-Me interesó en general el tocar la autoestima de la persona... -Se quedó callado escuchando. Y le dije-, porque soy una persona que me persigo.

-Explícate -me pidió Clayton.

Le digo:

-Claro. Reconozco que soy obeso, reconozco que tengo problemas con el peso...

-¿Haces dietas?

-¡Je, je, je! Disculpa mi risa, no traté de ser irónico sino que es una risa para conmigo mismo, porque la verdad, me cansé de hacer dietas. Y lo que más me incomoda son los comerciales: "Coma esta mayonesa", "Consuma este tipo de galletas". En fin, no quiero cansarlo.

Clayton me pidió:

-Trátame de tú.

-Bueno, no quiero cansarte, pero ninguna dio resultado.

-¿Cuál es tu normalidad?

-Ahora no lo entendí -exclamé.

-Claro. ¿Cuál es tu normalidad en tu forma alimenticia?

-Como de todo, no tengo problema.

-Quizá sea ese el problema, apreciado Pablo.

-De vuelta explícate.

-Claro. Quizás haces una dieta, pero pueden pasar dos cosas, y no a ti, ¿eh?, a muchísimos, que la dieta no sea agradable a su paladar, como le pasa a la gran mayoría o que esté fuera de su presupuesto.

-No sé, Clayton, si tú usas la frase "Has dado en el clavo".

-Sí, la uso y mucho, ¿He dado en el clavo?

-Sí. Primero probé infinidad de dietas, la mayoría desagradables. Me gustan las verduras, me gustan las legumbres, me gustan los pescados, en realidad me gusta todo, pero hay comidas que para mí son manjares, y no lo son las verduras aunque sí sirven para acompañar. Pero también pasa por los gastos. Es cierto, la mayoría de las comidas dietéticas son mucho más caras, como si lo hicieran a propósito para que la persona comiera comida chatarra, esa comida de hamburguesas que le ponen un montón de cosas que son calorías, calorías, calorías, y luego te venden bebidas que son azúcares, azúcares, azúcares. Y qué causalidad que ese tipo de comidas chatarra son las más económicas, contra las dietéticas, que son las más caras.

Clayton me dijo:

-Pero no te pasa sólo a ti. De todas maneras, a ver, en todo esto ayuda a engordar la gula.

-¡Je! Te pido por favor que te expliques de nuevo.

-Claro, Pablo. De repente tú no tienes por qué gastar más en una comida dietética, puedes gastar la misma cantidad de dinero que en una comida chatarra.

-¡Ah! Sí, sí, seguro, pero como la mitad.

-Ese es el nudo de la cuestión.

-¿Perdón?

-Claro, comer la mitad.

-¡Ah! Pero quedo con hambre.

-Toma bastante líquido. Y no gaseosas, o sodas azucaradas, o jugos azucarados, toma agua.

-Como se dice vulgarmente en donde yo nací, en la calle Valentín Rodas, "¡pero me muero de hambre!".

-No, no te mueres de hambre, comes lo justo, tomas bastante líquido. A ver, cuando comes una comida de las que te gusta, esas que llamas manjares, ¿cómo te acuestas?

-A veces con una pesadez tremenda, que tengo que tomar una sal de fruta para liberar, y disculpa mi expresión, ¿eh?, de poder eructar.

-Bueno de eso se trata la dieta, de no dormir ahíto, pleno, inflado.

-Pero hay que tener una fuerza de voluntad tremenda, Clayton.

-Sí.

-¿Tú como te mantienes tan delgado?

-No..., no sé si estoy delgado, tengo treinta y cuatro años, estoy más o menos en setenta y dos, setenta y cuatro kilos.

-Bueno, eso es un peso perfecto. ¿Cuánto mides?

-Supongo que debo estar en un metro ochenta.

-Y bueno... Y encima seguro vas al gimnasio.

-Sí.

-¿Y cómo tienes tiempo para todo, Clayton?, viajas, das conferencias, inauguras alas de hospitales, fundaciones y tienes tiempo de hacer ejercicio.

-Sí. Tengo un parque cerca de casa y, no digo todas las mañanas, porque me llaman de un trabajo, del otro y no tengo tiempo para ir a correr. Correr es un ejercicio excelente, al igual que nadar.

-Me perdí en algo, Clayton.

-Dime Jorge.

-Bueno, me perdí de algo Jorge, ¿cómo te llaman de un trabajo o del otro, trabajas?

-Mira, ¡je, je!, trabajo más que nadie.

-Tienes una fortuna...

-Me explico. Tengo empresas que están perfeccionando, desde los años setenta, ¿eh?, desde los años setenta, hace diez años, computadoras portátiles, computadores personales, y ya muchas casas las tienen, con monitor. Y aparte soy propietario también de un diario y además tengo acciones en hospitales, en sanatorios y tengo muchísimos auditores en cada uno de ellos para que lleven bien las cuentas, para que controlen todo. Y al primero que controlan es a mí.

-¿Pero cómo a ti si tú eres el que aporta?

-Justamente, para dar el ejemplo y demostrarles a los demás que no hay dinero oculto, que es todo en blanco, que todo lo que se invierte es para la gente. Pero Pablo, volvamos a tu tema, ¿te gusta lo que haces, tu trabajo?

-Sí, me gusta, me encanta.

-Eso es bueno porque no a todo el mundo le gusta su trabajo. ¿Ganas bien?

-A ver, de acuerdo a la fortuna que tú tienes quizás el ganar bien mío sea una nimiedad.

-No no no, no hago ese tipo de prejuicios.

-Bueno, gano lo suficiente.

-Veo como que hay un pero por el gesto de tu rostro.

-Sí -admití-, el pero es que a veces gasto más de lo que gano y me ahorco, por eso hablo de cómo hacer dieta si no me alcanza el dinero.

-Explícate. ¿Cómo gastas más, no vives con tus padres?

- No no no no, me mudé de Valentín Rodas ya de grande y ahora estoy en la Cuarta avenida bien, vivo tranquilo, pero por ahí me compro cosas que no son útiles, a los dos días me cansé.

-Mira, vamos a hacer una cosa -Clayton miró su reloj-, ahora ya es tarde, encontrémonos a conversar. ¿Hasta qué hora trabajas?

-Dieciocho, dieciocho treinta -respondí.

-Bueno. En la Cuarta avenida hay bares que a su vez son restaurantes y que tienen mesas con toldo en la acera, en la vereda, podemos compartir un café, comer un croissant o una media luna y seguimos conversando. ¿Qué?

-No, me quedé pensando, Jorge. ¿Con todo lo que haces tienes tiempo para conversar conmigo?

-La cosa es sencilla, querido Pablo, si no tengo tiempo me lo hago. A veces no tengo tiempo para salir a correr y el tiempo me lo hago, a veces no tengo tiempo para ir al club náutico en las afueras de la capital y el tiempo me lo hago. Y un día te voy a invitar al Club Náutico también.

-Vaya, pero es carísimo.

-Te invito. Y seguimos conversando, porque tu tema es muy interesante. Pero tiene solución.

-¿La solución me la darás tú?

-No. No es así Pablo, la solución la aportarás tú mismo, la solución depende de ti.

-¡Wow! Me pones en un compromiso.

-No no no no, nada de compromisos, 'acuerdos' es una palabra más linda, más interesante. -Clayton le pagó al camarero y nos marchamos. Intercambiamos teléfonos. Y me dijo-. Te llamo el fin de semana, vamos directamente al club náutico.

-Bueno, encantado. De mí, encantado.

-Y también nos veremos en la semana a la salida de tu trabajo. -Me encogí de hombros.

-Imposible decir que no. Gracias, Jorge.

 

Nos estrechamos la mano y me marché para casa contento, el día me había resultado más que excelente, pero por sobre todo esperanzador.