Índice

Psicoauditación - L.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión del 08/03/2022


Sesión 08/03/2022
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Entidad que fue L.

Era impulsiva en esta vida, en Umbro. Prejuzgaba y se realimentaba mediante las acciones o el comportamiento de otros. Llegó al pueblo un sanador, curaba. Se le atravesó aquella persona, ni con cortesía ni educación quiso tratarlo.

Sesión en MP3 (2.576 KB)

 

Entidad: Cuando conocí a Bastián no me cayó bien, intuí que era una persona que se aprovechaba de los demás. Ejemplo: Desde pequeña estaba acostumbrada al sanador de costumbre, que atendía todo el pueblo. Ya era una persona grande y cuando vino Bastián al poblado habló con el sanador y el hombre lo tomó a Bastián como a su ayudante.

 

Mi familia, mis hermanos, mis padres me decían:

-Ludmila, Ludmila, ahora tenemos dos sanadores en el poblado. -Los miré con desprecio, ¡je, je!, sonriendo, y les dije:

-Vamos a ver, yo siempre cuando tuve dolor de estómago o dolor de piernas siempre fui con el señor Álvaro. Y de repente... Y de repente te encuentras con esta persona joven que ni sabes si es un sanador de verdad o es un fraude. Pero claro, como la gente se deslumbra con lo primero que ve, ahora todos buscan a Bastián.

 

Pero eso no fue todo. Mi familia, que éramos muy muy muy numerosos, invitó a cenar a Bastián a casa. Yo estaba que hervía de los nervios, no me sentía bien.

Y vino. Trajo de regalo una botella de licor y trajo dos aves.

Le dije a madre:

-Si tenemos una granja para qué trae aves.

-Bueno, Ludmila, él no sabe, lo hace de caballero.

-¡Caballero! Pero fíjate como está vestido, parece un simple aldeano.

-Ludmila, ¿qué te pasa?, te hemos educado bien, ¿qué tienes contra los aldeanos? Y si fuera un aldeano, ¿qué? ¿Nosotros acaso somos nobles?, somos simples campesinos.

 

Tenía voz agradable pero yo sentía como que impostaba la voz, pero a todos les cayó bien. A mí no.

Hablaba de sus cosas, de los pueblos que había recorrido, de la gente que había logrado sanar en otros poblados, pero que no se quedaba en ninguno porque quería conocer mundo. Y aparte tenía un propósito que nunca nombró de qué se trataba. ¿Pero eso no es jactarse, decir "Fui a tal poblado, salvé a tanta gente, fui a otra aldea, sané más gente"? ¡Por favor, por favor! Hasta el propio sanador Álvaro estaba enloquecido con este chico, que era un creído, porque en realidad era un creído, Bastián. Pero no, para mi familia era una excelente persona.

 

Un día mi familia lo invitó a almorzar. A la luz del sol lo pude estudiar más, miraba sus facciones a ver si lograba descubrir algún gesto que lo delatara. Pero no.

Hasta que vino el abuelo. El abuelo era gruñón, de mal genio. Mamá se tomaba la cabeza: "¡Ay, vino el abuelo, vino el abuelo!".

Y se encontró con Bastián:

-¿Y este joven quién es?

-Bastián. Se llama Bastián. -Bastián lo miró y el abuelo dulcificó la mirada.

-Muchacho, bienvenido. -Y lo abrazó. ¡El abuelo abrazando a alguien! Yo estaba viendo visiones-. Ludmila -me dice el abuelo-, que lindo muchacho, ¿es tu novio?

-¿Qué? No, no, abuelo, trabaja con el sanador Álvaro.

-¡Ah! Es un sanador. ¡Ay!, tengo un dolor de huesos aquí en la espalda...

Y lo trataba de tú:

-Quédate tranquilo, abuelo, siéntate aquí en el banco. -Le pasó las manos por la espalda.

-¡Ay! Muchas gracias. Días y días arrastrando este dolor, y me has calmado.

 

No, no, no, pensaba yo. No puede ser. El abuelo estaba tan convencido del fraude de este joven que creyó que lo sanaba. En su mente lo creyó, pero a mí que no me digan que lo va a tocar y enseguida le va a sacar el dolor. ¡Vamos! Lo que pasa que el abuelo ya era grande y se creía todo. Honestamente, no le creía nada a Bastián.

Y después, en un momento cuando se iba, madre me dice:

-Pero Ludmila, por cortesía, acompáñalo... -Y lo acompañé. No por gusto pero sí porque quería hablar con él.

-Disculpa que te pregunte...

-Por favor, Ludmila -dijo Bastián-, no pidas disculpas, me estás por hacer una pregunta, y encantado te la responderé.

-Bien, seré directa. ¿Cómo has hecho para que al abuelo, que es tan gruñón, le caigas tan bien?

-Tengo un secreto que te contaré: No solo soy sanador, soy empático.

-¿Empático? ¿Qué es eso?, porque simpático, que yo sepa, no eres. Por lo menos conmigo no. Puedes ser cortés o finges serlo, pero simpático...

-No, Ludmila, no dije simpático, dije empático.

-Explícate -pedí.

-Claro. Tuve un problema de pequeño, que me dieron unas hierbas sanadoras que afectaron mi mente pero para bien, y tengo el don de, está mal dicho la palabra manejar, pero tengo el don de modificar la emoción de las personas e incluso hasta los sentimientos, pero siempre lo hago para bien.

-O sea, que tú controlas la emoción de la gente, y por esto dominaste la mente del abuelo.

-No no no no, Ludmila, de la manera que tú lo dices suena como que yo manejo a las personas, no, no es así. La persona ya de por sí tiene una predisposición, entonces yo lo que hago mentalmente es alimentar esa emoción positiva.

-Claro. Pero el abuelo no tenía emoción positiva, el abuelo siempre fue gruñón, huraño, cascarrabias.

-Porque es una persona muy sufrida. Desde hace mucho tiempo que le duele la espalda, la columna vertebral, lo sentí porque logro sentir el dolor de la persona, y entonces ese dolor lo vuelve gruñón y de mal humor. Y antes de que me lo pidiera, antes, sin tocarlo, con mi mente logré de alguna manera frenar un poquito ese dolor, que lo calmé del todo cuando lo toqué. Esto no significa que después no vuelva a dolerle salvo que lo trate diariamente. Pero no voy a estar mucho tiempo aquí porque tengo otras cosas que hacer.

-Bueno, hasta aquí te acompaño -le dije cortante-. Te dejo.

-Gracias por acompañarme.

-No es nada, para mí fue un paseo.

 

Me di vuelta sin despedirme, sin saludarlo, malhumorada. ¿Por qué a todos les caía bien este Bastián, qué secreto tenía?, porque algún secreto tenía que tener.

La cuestión que muchísima gente se atendía con Bastián.

Y yo, enojadísima, le decía a madre:

-Te das cuenta lo que hace, ¿no?, te das cuenta. Todos los metales cobreados y plateados que gana Bastián y el pobre sanador Álvaro que ya es una persona grande, no gana nada.

-Estás equivocada, Ludmila, estás equivocada, hija. Ayer mismo me fui a atender y me quise atender con Álvaro, con el señor, que para mí sigue siendo muy bueno, y sin que yo le preguntara nada me dijo: "Que gran muchacho ese Bastián, todas las monedas cobreadas y plateadas que cobra por la sanación me las deja en un plato, apenas coge lo mínimo para él". ¿Entiendes, Ludmila, que no se aprovecha de Álvaro? Al contrario; Álvaro no solamente cobra lo suyo sino que parte de lo que cobra Bastián como ayudante, se lo da también a Álvaro. Álvaro, en este momento tiene tantos metales para vivir el resto de su vida y más, porque no tiene familia.

 

Me quedé pensando. Y en el fondo es como que no sé si era capricho o un falso orgullo o qué, pero me sentía molesta de no pescarlo en nada, en ninguna trampa a Bastián.

 

Y pasaron los amaneceres y los amaneceres y los amaneceres, hasta que un día dijo:

-Dentro de siete amaneceres parto, y estoy contento de haber ayudado a tanta gente. Y estoy contento de que Álvaro, este hombre que me acogió en su hogar y que me dio una habitación para que duerma. Queda con bastantes metales para el resto de su vida. Y encima tenía un problema en la parte del hígado y día tras día lo fui sanando hasta que en este momento no sufre más de la parte hepática.

-¿Y eso qué significa? -pregunté.

-Que el hombre podía haber muerto. Y yo tenía un ser querido que murió por la parte hepática pero por otra razón, por la bebida. Por suerte el sanador Álvaro no toma.

Lo miré con desprecio y le dije:

-Pero bien que tú tomas licor.

-Sí, lo saboreo, pero no soy de beber. Apenas una bebida espumante.

 

El último día le pregunté:

-¿Me puedes responder de corazón?

-Siempre lo hago -respondió Bastián.

-Has logrado cambiar el humor del abuelo, has logrado cambiar el humor de toda la aldea... Siempre te traté con desprecio, ¿por qué? De curiosa lo pregunto.

-Sí, sí, dime, Ludmila.

-¿Por qué conmigo no lo has hecho?

-¿Qué no he hecho qué?

-Que no has... No te gusta la palabra manejar ni controlar... ¿Por qué no has interactuado con mi mente o con mis emociones para que yo sea amable contigo?

Bastián me miró y me dijo:

-Tú has vivido siempre con tu familia, tú no has sufrido la soledad, yo sí. Estuve mucho tiempo solo y una de las cosas que siempre extrañé es que la gente me quiera por mí, por lo que soy. No por ser sanador o por ser empático, que pueda lograr empatía de la otra gente, por mí. Y tú eras una persona que me gustabas, me caías bien, eres bonita, eres hermosa. Y trataba de... ¡Ay!, ¿cómo decirlo?, de no manipular tus emociones, que te acercaras por ti, no porque yo de alguna manera manejara tus emociones o tus sentimientos, porque lo podía haber hecho. Pero no me hubiera servido porque lo que yo quería, lo que yo soñaba y que no lo pude lograr, era que me aceptaras por mí, no porque yo dominara tu mente. Quizá me equivoqué porque te tendría que haber tratado empáticamente como a los demás, pero quería que saliera de ti, Ludmila, de ti. -Me sentí como avergonzada.

-Lo que pasa que siempre pensé que eras un fraude.

-¿Fraude? Pero te pueden dar testimonios decenas de personas en la aldea que las he sanado de infinidad de dolores, mira tu abuelo. No me quedé con metales del sanador Álvaro, al contrario, le dejé casi todo lo que yo gané, no saqué ventaja nunca. Cuando vosotros me habéis invitado a comer, que ha sido muchísimas veces, siempre he traído cosas de regalo y yo intuí que tú te molestabas de que yo trajera aves, porque sé que tú pensabas: "¿Para qué trae aves si atrás tenemos una granja, atrás de la casa?". Lo hacía justamente para compensar lo que yo comía, pero para ti te era más fácil pensar mal.

-Pero yo ahora no me quiero quedar con este rencor -pedí-, o con esta culpa. Hazme olvidar.

-No, no, porque si yo en este momento empatizo con tu mente, no vas a aprender nunca, y tienes que aprender.

 

Después que Bastián se fue entendí que él podía haber controlado mis impulsos, mis emociones, pero no quiso. Él quiso que yo, por mí misma, aprendiera a manejar mis impulsos. Y ese es un desafío que tengo. Y hoy lamento haber tratado así a Bastián, lo lamento con todo el alma.