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Psicoauditación - María Ángeles P. |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión del 13/05/2024 Gaela, Lucinda Sesión 13/05/2024 La entidad recuerda una vida en Gaela. Comenta que estudió psicoanálisis para protegerse, le servía como coraza. Conoció a un psicoterapeuta y al poco conoció también a un filósofo, con quién se abrió comentándole dudas personales que tenía.
Entidad: He tenido muchísimas vidas en las cuales he tenido muchos traumas. Tenemos la fortuna de que cada vez que encarnamos la memoria tiene un velo, por lo cual no recordamos las vidas anteriores. Nuestro thetán o Yo Superior sí, se recuerda todas las vidas. Nuestra primera fue hace cien mil años en un mundo casi gemelo de Sol III, la Tierra, situado a cien mil años luz, al otro lado de la galaxia. Mi nombre en esta vida en Gaela era Lucinda Ardena, había nacido en Plena en la provincia de Rito del Rombo. Vine de adolescente a estudiar a la capital, Ciudad del Plata. Plena era el país más al sur del nuevo continente.
Me recibí de analista, pero recordaba muchas incidencias que tuve en mi niñez y en mi adolescencia. No era de tener muchas amigas, me consideraba una persona buena, pero cerrada en mí misma. ¿Pero por qué cerrada en mi misma? Me analicé y entendí que era porque tenía una coraza para evitar que me hicieran daño. Lo que pasa que al encerrarme en mí misma yo misma me dañaba y mi cabeza me trabajaba una y otra y otra y otra vez.
Y después conocí a Wilfredo Dimaster, mayor que yo, tenía un grupo de terapia. Recuerdo que me invitó, había varones solos y mujeres solas. Siempre fui frontal y le dije a Wilfredo: -No lo tomes a mal, pero yo entiendo que la mayoría son solos y solas y les interesa nada la terapia, vienen a ver si pescan alguna relación. Wilfredo me respondió: -Si fuera así, mientras se respeten, ¿qué tiene de malo, Lucinda?, mientras tanto aprenden la terapia. -¿Qué título tienes? -le dije, quizá demasiado altanera en mi manera de preguntar. -Soy terapeuta. -Claro. ¿Terapeuta de qué estilo?, porque yo soy analista. -Bueno, terapeuta social. -Pero eso no se enseña en facultad. -No, se enseña en institutos. Pero para mí, Lucinda, es más complejo y más completo que el análisis. -¿Cómo lo sabes? -le dije también de manera altanera-, quien no conoce el análisis no puede juzgar si la terapia social es mejor o no. Wilfredo, siempre con su perfil bajo, me dijo: -Me baso en los resultados. No tengo quejas, la mayoría de quienes vienen se van mejor de cómo vinieron la primera vez. Y muchos hace más de un año que vienen, y no todos es para buscar una relación duradera o provisoria.
Entonces fui al taller y, honestamente, me gustó, se interactuaba. A veces hacían formas tipo teatrales, de repente uno representaba un papel y la otra representaba la contraparte. O Wilfredo les enseñaba a debatir sobre determinado punto de vista; una de las personas tenía que defender ese punto de vista y la otra persona el punto de vista opuesto. Pero lo difícil era, porque el taller duraba dos horas, que a la hora siguiente cambiaban de postura, la que defendía el punto A tenía que defender el B, la que defendía el B tenía que defender el A. Para dar una idea: Una chica defendía el aborto, la otra chica era antiaborto. Y lo debatían de manera racional. De manera racional significa sin decir tonterías ni sandeces sino con coherencia, pero la antiaborto en la hora siguiente tenía que defender el aborto. Por lo tanto era un debate muy muy difícil, porque Wilfredo les decía: "Tienen que sentir en carne propia lo están defendiendo". Entonces la persona se ponía en carne propia lo que tenía que defender, ¿y a la hora siguiente cómo iba a defender lo opuesto? Bueno. Ahí me di cuenta de que a un analista le era muy difícil cambiar de punto de vista y convencerse, o creer que está convencida en ello. -Y ahí lo respeté. Ahí lo respeté a Wilfredo, Wilfredo era humilde igual que yo.
Pero una vez vino a una de las reuniones un joven que nunca daba su nombre, se llamaba Pocho. Y un día nos invitó al club Náutico. Wilfredo sonrió y le dijo: -Para, para, yo aquí en el taller cobro unas monedas, no me alcanzaría ni para pagar medio trago del club Náutico. -No tienen que pagar nada, chicos, los invito. ¿Ustedes son pareja? Le dije a Pocho: -No, nos estamos conociendo, nos estamos conociendo. Nos simpatizamos. -Vengan, yo les invito. -¿Pero qué, tienes plata?, ¿sos de fortuna? -Honestamente, sí. -¿Y vienes a esta zona? -No veo por qué no. -Pero mira el traje que tienes, -Y Pocho se miró el traje. -El traje no hace a la persona, el traje no hace a la persona. Si tuviéramos una máquina del tiempo y traigo un hombre prehistórico y le doy este traje, va a seguir siendo un hombre prehistórico, y capaz que al traje lo rompe para hacer pequeños paños, porque no entiende. -Te entiendo perfectamente yo -dijo Wilfredo.
Y quedamos con Pocho en ir el próximo sábado, al día siguiente del taller. Y fuimos. -Aquí van a conocer a Jorge Clayton. -Me sentí reforzar mi coraza y dije: -¿Quién es Jorge Clayton? -Bueno, es el mayor accionista del club Náutico. -Si no te lo tomas a mal Pocho, Wilfredo quédate, yo me marcho. -¿Pero por qué? -Porque no..., no soporto a la gente pedante. -¿Y por qué dices que Clayton es pedante? -Una persona que es casi dueña del club Náutico debe tener millones y millones. -Pocho me dijo: -¿A mí me ves pedante? -No, pero eres una excepción. -Quédate, aunque sea un par de horas, Lucinda. -Me encogí de hombros. -Está bien, está bien. Lo haré. -¿Quieren tomar algún combinado? -No, no, alcohol no. -¿Quieres un café con un poco de leche? -Está bien. -¿Con algunas masas? -Bueno. -¿Wilfredo? -Lo mismo que Lucinda. -Yo no, yo voy a tomar un trago. Lo miré a Pocho: -¿Tan temprano trago?, ¿es hora de merendar y trago? -Es una costumbre. -Fue hasta la barra pidió y se sentó.
Vino un joven de unos veinticuatro, veinticinco años: -El trago es seguramente para vos, Pocho. Y ustedes el café y leche. Les traigo dos vasos de agua. ¿Algo más? -No, nada más. -Con permiso. -Y se marchó. Le dije a Pocho. -Que bien vestido el barman, y muy atento. -El barman tuvo que ausentarse diez minutos y ahora vuelve... -¿Y quién es el que nos sirvió? -El propio Jorge Clayton. -Me asombré. -¿Ese es Clayton? -Bueno, ya ves, Lucinda, de que arrogante no tiene nada. -Al rato vi que llegó el barman y Pocho le hizo una seña a Jorge, que se acercó: -¿No les incomoda que me siente con ustedes? -No, para nada. -Y se puso a conversar de temas bastante, bastante interesantes. Y le pregunté, cómo desafiante, qué le gustaba más, qué tipo de terapia, la de psicoanálisis o la de terapia social. Me miró sonriendo y me dijo: -Ambas. Cada una tiene lo suyo, no..., no se contraponen. -¿No? Son distintos puntos de vista. -Sí. Algunas personas son más afines a la terapia social, otras al psicoanálisis, no veo porque habría que enfrentarlas. -¿Y a vos qué te gusta? -Bueno, yo estudié filosofía. -Fruncí el ceño. -¿Y sirve de algo eso? -Clayton se encogió de hombros. -Sí, sí sirve, para mí es muy útil de cómo conducirme en la vida. -¿Te ayuda para orientar a otros? -Sí, muchísimo, muchísimo. ¿Dudas? -Sí, por supuesto. Yo creo en lo que hago y creo que nada supera al psicoanálisis. -Bueno, mañana es el último día de la semana, no hay prácticamente actividad en el club, ¿querrías venir a conversar un par de horas conmigo? -No nos conocemos... ¿De qué podría hablar? -De las cosas que por ejemplo te molestan. -Lo tomé como un desafío. Pero yo estaba equivocada porque Clayton en ningún momento actuó de manera prepotente ni altanera, al contrario, se comportaba de manera humilde.
El barman iba a venir a recoger las cosas, y le dijo: -No, no. -Y puso en una bandeja los platos, las tazas y se llevó todo, y después con un paño limpió la mesa. -¿Por qué haces eso si tienes al barman? -¿Y por qué no?, no me incomoda. -Y ganó en mí la curiosidad. Nos despedimos.
Wilfredo me acompañó hasta casa, y le dije: -Mañana voy a ver a Clayton, ya me dejó una tarjeta para que en la entrada la vea el portero y me deje pasar. -¿Te acompaño? -No, no.
Y al día siguiente fui. De verdad estaba nerviosa, pero mal mal mal mal, era la segunda vez que iba pero iba sola, por lo menos con Wilfredo tenía una contención. O por lo menos yo creía.
Clayton ya estaba ahí, hablando con otras personas. Cuando me vio se disculpó y vino inmediatamente: -Sentémonos aquí. ¿Te traigo algo? -Un café. -Está bien, yo voy a tomar lo mismo. Ahora sí le voy a decir al barman. Coméntame de ti. -Bueno... A ver... Estoy sintiendo algo por Wilfredo y él dijo que sentía algo por mí y la idea de él era convivir, pero a veces siento baja estima, es como que no quiero ser una carga para nadie. -¿Por qué tendrías que ser una carga? ¿Ya has empezado a trabajar en psicoanálisis? -Sí, pero muy muy poco, tengo apenas tres, cuatro consultantes. En cambio Wilfredo tiene un taller, llamémosle de autoayuda, y él lo llama "grupo de terapia", para mí es autoayuda. Y le vienen hasta treinta personas. Entonces es como que me siento pequeña al lado de él porque él también hace talleres con drama de teatro... -Bueno, es muy interesante eso. ¿Pero por qué habrías de ser una carga? Eso está en tu mente. -Por otro lado no sé si me sentiría cómoda estando en pareja, porque al estar en pareja tienes que estar dando explicaciones de todo lo que haces, y yo soy una persona que me molesta que me estén encima y soy de poner límites. Bueno, espero tu opinión, con tu conocimiento de filosofía. -Seré franco, Lucinda, vos sos una contradicción viviente. -¿En qué sentido? -Claro. Por un lado decís que no quieres ser una carga para tu pareja. Por el otro buscas poner límites para no sentirte invadida. Te tienes que poner de acuerdo con vos misma. ¿Qué más? -A veces pienso que Wilfredo es el que dilata: "Necesitamos más tiempo, necesitamos más tiempo", como que le molestara ser una pareja estable y el día de mañana poder convivir. -Bueno, mientras tanto salen. ¿Cuál sería el problema? -El problema es que yo quiero perfeccionarme en psicoanálisis, y estuve averiguando que en Saeta, en el viejo continente, hay una universidad de postgrado donde puedo profundizar mi materia de psicoanálisis, y me iría por un año. -¿Lo hablaste con Wilfredo? -Sí. Él, por supuesto, no va a dejar el taller. -Bueno, ahí lo que estoy viendo, Lucinda, es una segunda contradicción; lo apuras para formar pareja, lo presionas para convivir y luego sales con que te quieres ir un año a Saeta, al viejo continente. No te pones de acuerdo. -Está bien. ¿Entonces qué hago? -No, mentalmente ponte una balanza. Por un lado pon las pesas para afianzar a tu pareja, por otro lado pon las pesas para crecer en psicoanálisis en Saeta. Obviamente si te vas a Saeta, una pareja a distancia muy rara vez funciona. Por el otro lado en la misma balancita pon las pesas donde tú piensas que eres una carga, un lastre, y que tu pareja va a hacer todo el esfuerzo. Por otro lado en el otro platillo de la balanza pones las pesitas donde no quieres ser invadida, donde pones límites. Estás teniendo dos balanzas: la carga pero no quieres ser invadida, en la segunda balanza pones en un platillo el formalizar y afianzar la pareja y en el otro platillo perfeccionar tus estudios en Saeta. -¿Y tú qué me aconsejas, Clayton? -No, no, acá el problema es tuyo, porque en realidad me da la impresión que no sabes lo que quieres. -No pasé una infancia muy buena. -No es excusa, Lucinda, no es excusa. Ahora eres una persona adulta, hazte cargo de tu propia persona. -Es que los demás tienen la culpa de cosas que me pasaron. -Tienes que aprender a cortar las cadenas mentales porque son cadenas ficticias, el pasado ya pasó. Si no, estás buscando el pasado como una excusa y no te decides ni a una cosa ni a la otra. Y las contradicciones que tienes en esta pequeña conversación que hemos tenido son dos: si yo quiero a una pareja no me voy a sentir invadido, hay algo que se llama común acuerdo, las cosas se hace de común acuerdo. ¿Tú has hecho de común acuerdo el querer ir a perfeccionarte a Saeta? -No. -¿Le has dicho que te sientes una carga a Wilfredo? -Sí, a veces sí. -¿Y le has dicho también que pones límites? -Sí. -¿Y qué te respondió? -Lo mismo que me has respondido vos, que no sé lo que quiero. -¿Te das cuenta? Tienes que ponerte de acuerdo.
-¿No te incomoda si me marcho? -¡Por favor, eres libre! ¿Quieres que te llame un taxi? -Tengo plata para pagarlo. -Pero tengo taxis que trabajan con el club Náutico, te llevan sin cargo, va a mi cuenta. -No necesito que ningún varón me pague. -Pero eso es orgullo. -Si es orgullo corre por cuenta mía. -Está bien, está bien. Espero volver a verte. -Lo voy a pensar.
Me tomé un taxi y después me arrepentí, hubiera dejado que Clayton me pagara uno de los taxis que trabajan con el club, porque sale bastante caro, el club Náutico quedaba afuera de capital, en barrio norte, en la zona norte de la provincia, había como hora y media de viaje, me iba a salir bastante saladito.
Pero al final no me solucionó nada, me dijo que yo tenía que resolver las cosas. ¿Entonces, qué?, Clayton era un fraude. Pocho y otro muchacho del club decían que había solucionado más de cien temas de personas que lo iban a consultar. A mí, honestamente, no me dijo nada. Que las cosas las tenía que resolver yo. ¡Oh, qué descubrimiento!, eso yo ya lo sabía. No me sumó nada. A mí, Clayton no me sumó nada.
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