Índice |
Psicoauditación - Marieta |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
|
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Marieta En Umbro. La entidad relata que su poca auto estima le impedía conocer su rico interior. Un viajero la salvó de un peligro y aprendió de él, aprendió a quererse.
Entidad: Como thetán o ser espiritual entiendo que el plano físico es una contradicción, y voy a explicar porqué.
No puedo hablar de otros seres conceptuales pero estoy casi seguro de que la mayoría piensa como yo: Encarnamos por el placer de disfrutar de los cinco sentidos físicos. Pensaréis "Bueno, sucede que en el plano espiritual no hay nada, como diríais vosotros, para disfrutar". En realidad no es así; primero porque nuestro concepto es altísimo comparado con vuestro idioma al punto tal de que podemos pasarnos, y lo digo de una manera básica, un paquete de ideas conceptuales, en un segundo, tan grande como la mayor de vuestras bibliotecas. Diréis "Bueno, tenéis la ventaja de que os comunicáis por telepatía". Va más allá de lo que conocéis como telepatía porque vuestra telepatía, esa telepatía que percibís en el plano físico es una telepatía esclava de vuestra mente o decodificador, una telepatía que depende de las palabras, una telepatía que depende de vuestras limitadas ideas, y es mucho más que eso. ¿Por qué, entonces, directa o indirectamente estoy cuestionando de alguna manera al plano físico si uno encarna para disfrutar esos sentidos?, porque viene acompañado por un sin fin de cosas.
Yo había encarnado en la zona ecuatorial de Umbro. Mi nombre era Ordenza. Mi padre era una persona alta, robusta, hacía labranza en el campo. Mi madre, más bajita -siempre se burlaron porque de pequeña era la más baja de sus compañeras, sin embargo de adolescente me llevaba media cabeza o sea que yo era aún más baja que ella, lo que es ilógico puesto que mi padre era bastante alto. Quienes conocen de herencia no entienden el por qué ese desfasaje, no solamente era más baja que mi madre si no que aparte era bastante más obesa que ella-, y mi madre se dedicaba a sus quehaceres no dándole importancia más que a hacer las cosas de la casa, preparar la comida, atender a los animales.
Yo era lo que vosotros llamáis un comodín, ayudaba a madre en la casa, sabía remendar la ropa rota, usada, ayudaba a padre con las tareas en el campo, solamente paraba para comer, para descansar un rato a la tarde y seguía hasta casi al anochecer. Y madre me decía: -Ordenza, pero tú tienes que moverte un poco más para bajarte ese sobrepeso. Rara vez le respondía de mala manera pero alguna vez le dije: -Es que tú no ves madre, ¿tú me ves reposando, descansando salvo algún momento por la tarde que me tiro a la reposera?, el resto del tiempo estoy contigo o con padre. Y me sentía mal.
Padre era distinto, padre no reparaba en si yo era alta, baja, obesa, delgada, él me quería por... porque era su hija, y me cuidaba en muchos aspectos. Había muchos vecinos en la zona ecuatorial, algunos eran demasiado pillos, en el sentido que se le da a la palabra, y me miraban de una manera poco afectiva, más pasional diríamos, pero la mirada de padre los taladraba y se alejaban. Los pocos amigos varones que tenía eran como hermanos, me apreciaban pero no me miraban de manera lujuriosa, yo soñaba con el término medio, aquel que me deseara pero que también me amara. Pero mi estima era muy baja, demasiado baja, no me quería a mí misma, ¿cómo podía pretender que otros me quisieran? Casi nadie se fijaba en mí y lo tomaba como una ventaja. A veces iba hasta el pueblo en mi cabalgadura llevando dos alforjas en los costados en busca de provisiones y en el pueblo nadie se fijaba en mí, por lo cual podía ir tranquila.
Excepto una vez. Dos granujas, dos malvados atravesaron sus monturas en el camino. Tomé las riendas de mi hoyuman, el equino frenó. -¿Qué buscáis? -Pues mujer, divertirnos. -No soy mujer, soy una niña.
Tenía apenas diecisiete de vuestros años, me miraban de una manera que me dio miedo. Levanté la vista y detrás de ellos, a lo lejos, venía un hombre algo mayor, de edad indefinida, pero lo notaba fuerte. Los hombres se dieron vuelta, miraron al recién llegado. Los miró a ambos. Lo miraron. Algo sucedió que no me di cuenta: los hombres dieron vuelta a sus cabalgaduras y se marcharon al galope.
El hombre me habló: -Has corrido un gran peligro, niña, si no hubiera estado cerca te hubieran ultrajado. No me di cuenta del riesgo que había corrido, me extrañaba que se hubieran ido así porque sí. Y se lo pregunté-: -¿Por qué se alejaron? ¿Lo conocen, señor? -No. -Pero de buenas a primeras no lo enfrentaron directamente, se marcharon al galope. -Mejor. -De todas maneras no entiendo porqué se fijaron en mí. -Tienes baja estima -afirmó, no preguntó, lo afirmó. -Míreme, soy obesa, bajita, no me considero bella. -¿Por qué dices eso? -¿Es que acaso usted no tiene ojos? -Pero niña, ¿por qué le das tanto valor a tu parte física y no a tu interior? -No entiendo, ¿cómo el interior? -Claro, claro, niña, tu valor; tu grandeza no depende de tu aspecto, depende de tu actitud, de tus acciones, de lo que vayas a hacer, del servicio que puedas prestar. -¿Qué servicio puedo prestar?, vivo sola con mis padres en una pequeña granja a muchas líneas del poblado, no digo que no tenga amigos y amigas porque los tengo, me aprecian. -¿Y eso no es bueno, acaso? -me dijo el hombre. -Sí, pero aspiro a algo más, a que alguien se fije en mí el día de mañana, que pueda formar un hogar. -¿Y por qué el apuro?, ¿por qué la ansiedad?, ya llegará tu momento. -¿Quién se va a fijar en mí? -Es fácil, niña, aquel que pueda ver más allá de tu ser. -Habla palabras raras, difíciles. -Quiero decir -aclaró el hombre-, hay algo en ti que el que verdaderamente lo pueda percibir se va a dar cuenta de lo importante que eres porque la importancia no pasa por tu físico, entiendo que tu amas a la naturaleza. -¡Pero sí! ¿Cómo sabe? -Porque lo noto. -Amo las flores, las aves, los animales y quiero también a las personas sanas. Es cierto que a veces no tengo mucha paciencia con los intolerantes. -Bueno, es un efecto, eso. -¿Cómo un efecto?, no lo entiendo. -Claro, si alguien es intolerante contigo tú imitas eso por instinto. -¿Qué es el instinto, señor? -Algo que viene contigo, algo que traemos desde la más remota antigüedad. El instinto se hereda pero tenemos nuestra mente, podemos vencer a ese instinto. O sea, si tuvimos padres que fueron muy impulsivos no necesariamente tenemos que ser impulsivos; somos inteligentes, podemos frenar esos impulsos, podemos estar atentos a ellos y dominarlos. Así como domas un hoyuman para que sea manso y puedas cabalgar, puedes domar a ese instinto. -Qué sabias palabras, señor -le respondí. -Cuídate, trata de estar alerta en el futuro. Si bien tú dices que nadie se fija en ti, pero hay muchos malvados que se fijan para otros fines. Te lo repito, te hubieran ultrajado. Cuídate, es preferible que vayas acompañada de otra persona, de a dos es más difícil que os ataquen. -Gracias, señor, mi nombre es Ordenza. -Un gusto, Ordenza, mi nombre es Fondalar. -Gracias, señor. Y me marché hacia el poblado en busca de provisiones, y agradecida por haberme salvado y por haberme enseñado algunas cosas que tengo que incorporar a ese ser interior del cual me habló Fondalar.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Marieta La entidad relata que en Umbro, a causa de su físico no era bien vista por los demás y buscaba su aprobación. En un incendio salvó decenas de niños de morir ahogados y quemados. La admiración y el aprecio del pueblo le mejoró su precaria autoestima. Un hombre sabio la ayudó a sentirse mejor.
Entidad: En distintas vidas he tenido engramas, engramas varios, quizá falta de autoestima porque equivocadamente buscaba la aprobación de los demás en lugar de entender que podía ser importante por el amar, el sentir emociones sanas, el poder tender una mano a otros.
En mi rol como Ordenza, en la zona ecuatorial de Umbro, me sentía vacía. Por un lado muchos me ignoraban, tenía alguna que otra amiga pero es como que era para ellas un personaje secundario. Las más pequeñas se burlaban, me decían: "Ordenza, te ponen una bolsa de metales dorados y un pastel y tú elijes el pastel", se burlaban de mi figura. Y el error era que les hacía caso, tenían una apreciación -¡je!, por ser irónica-, de mi persona muy baja. Pero el problema no era de mis supuestamente amigas, el problema era mío porque vivía de lo que decían, de lo que opinaban, trataba de imitar sus actitudes, sus modales, hasta de alguna manera buscaba vestirme como ellas, y decían que era ridícula, me mortificaba más.
Ya era grande, pero tenía que perfeccionarme en aprender a leer y escribir bien. Había una pequeña escuela de instrucción en el poblado, también me daba pudor eso porque eran todos niños y niñas bastante pequeños. La maestra era una señora mayor, me trataba con afecto, me hacía sentir cómoda, me sentaba atrás de todo en un banco especial porque los demás eran bancos pequeños, justamente para los chicos. Recuerdo que era un invierno muy frío y la maestra había encendido unos leños. La maestra la llamaron por un recado que tenía que hacer luego, salió del curso y los niños jugando volcaron los leños. La construcción era de madera, pasó lo peor, el fuego se propagó rápidamente. Actué sin pensar, pero no prejuzguéis, en este caso fue acertado, sin pensar fui tomando los niños de la mano y fui sacándolos afuera. El humo me ahogaba, había exactamente treinta niños, los saqué a todos, salí justo cuando el techo se derrumbaba. La maestra venía corriendo. Los chicos le contaron "Ordenza nos salvó a todos". Vino la jefa de maestras, la que hoy llamaríais directora, en Sol III, me felicitó. Todo el poblado se enteró. Me miraron de otra manera, me sentí útil. Los padres, las madres de esos niños me invitaban a sus casas, me trataban como si fuera una reina. Les respondía: -Lo que hice yo lo hace cualquiera. -No es así -me respondían todos-, por instinto la gente tiende a escapar, tú arriesgaste tu vida y los salvaste a todos, a todos.
Como decís vosotros en una jerga vulgar, la que no quedó bien parada fue la maestra, por haber abandonado el curso. Se defendió diciendo: "Me llamó la jefa de maestras porque luego tenía que hacer un recado".
También a ella la apercibieron por haber dejado a los niños solos. Al fin y al cabo yo era una adolescente pero no era una persona mayor. Sin embargo el hecho de haber estado allí, el hecho de haber querido estudiar, salvé treinta vidas. Entre todos me pusieron maestras particulares, me ayudaron económicamente. Mis amigas me miraban de otra manera, pero no podía conformar a todas, las que antes me despreciaban por mi figura ahora me miraban con envidia o con rencor o con celos porque sentían que era más que ellas. Y mi tarea era aprender que no era menos antes y no era más ahora, simplemente era yo, que pensaba que lo que hice lo podía hacer cualquiera aunque todos dijeran "No, lo que tú has hecho no lo hacía casi nadie, pocos se arriesgan por el otro y tú no te has arriesgado por uno, te has arriesgado por treinta. Es más, treinta que representan a treinta familias con un padre, una madre y varios hermanos. En este momento hay más de cien personas que te deben el favor de su vida".
Ahora me preguntáis, ¿cómo me siento yo? Igual, quizás incómoda por... porque todos me miran con cariño y no estoy acostumbrada. Un hombre sabio se acercó y me dijo: -Eres importante, pero no por lo que has hecho, por lo que tú eres por dentro, por tu esencia. -No entiendo, señor. -La gente te considera importante por haber salvado a los niños... Tú eres importante por ser como eres, porque ya eras así antes, y aquel que está más allá de las estrellas te puso en el lugar justo en el momento indicado. No te sientas mal, obviamente cuida tu físico, porque sé que te sientes mal por tu sobrepeso. -¿Cómo sabe tanto de mí? -Soy un sencillo observador de la vida, de las situaciones, de las circunstancias, nada más que eso. Mi terea es orientar.
El hombre sabio siguió su camino y yo me sentí mejor. Obviamente me sentía más importante por lo que había hecho, a pesar de que ese señor sabio decía que uno no es importante por demostrar sino por sentir, pero bueno, no está de más demostrar, ¡je, je, je! Gracias por escucharme, gracias, de verdad. Somos lo que hacemos, pero cuidado, hacemos lo que somos.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Tthetán de Marieta No se sentía segura, no se sentía apreciada por los demás. Tenía potencial pero no creía en sí misma. Encontró dos Maestros, la convencieron de que podía ser ella misma si se atrevía a serlo, a actuar como ella era. Cambió su vida dejándose fluir. Entendió que todo empieza por uno mismo.
Entidad: Siempre había tenido baja estima, no tengo por qué dudar de ello. No me gustaba, no me gustaba mi apariencia, no me gustaba a mí misma, no me aceptaba, me sentía muy mal por ello. Me alejé de mis conocidos, cambié de región. En un almacén de ramos generales necesitaban mujeres jóvenes para atender a las familias, era un almacén donde se podía conseguir tanto prendas de ropa, calzado o fardos de alimentos. Recuerdo que el patrón me dijo: -No, no, no, tú ve atrás, no estás para atender a la gente. Te pagaré buenos metales y acomodarás la mercadería.
Y tenía sentimientos encontrados, o mejor dicho, emociones encontradas porque por un lado me había subido como algo del estómago al pecho, que yo lo relacioné como ira o rencor. El patrón también me despreciaba: -Tú no puedes atender a la gente. ¿Por qué? Por mi aspecto. Pero por otro lado me sentí bien, estaba atrás, tranquila, nadie me molestaba. Sabía leer y escribir, sabía sumar y restar, los fardos venían por letra y era bastante fuerte físicamente, obviamente no como un hombre pero podía levantar fardos y acomodarlos, había bastantes huecos, era gigantesca la parte de atrás del almacén. Venían varones a traer fardos pero me ignoraban, yo veía que a las vendedoras las miraban con ojos codiciosos, de lujuria, a mí no. Aparte, a propósito, me vestía muy neutra, intentaba no llamar la atención.
Llegó el verano. A pesar de que en la zona ecuatorial siempre era templado el clima hacía un calor insoportable y el almacén cerró por siete amaneceres. Recuerdo que había tenido una conversación con un hombre sabio, si mal no recuerdo se llamaba Fondalar. Lo busqué en distintos poblados hasta que lo encontré, iba acompañado de una joven, una mujer de rostro noble pero serio y la veía muy, muy segura de sí misma, aparte tenía una belleza, una belleza que eclipsaba hasta el Arco Iris. -Maestro -le dije-, por fin lo encuentro. -Levantó la mano con un gesto y dijo: -No, no soy maestro. Tú eres Ordenza. -¿Cómo se recuerda de mi nombre? -¿Por qué no me debería de recordar? -Porque soy insignificante. -No es lo que te dije la última vez, tú eres importante dentro tuyo. -No me basta, no me basta, maestro, necesitaría llamar más la atención. -¿Estás segura? -preguntó el hombre. -No quiero parecer insignificante. -Aguárdame un segundo. -Habló con la mujer, que seguramente sería su pareja, ella le debatió, él argumentó-. Lo estuvimos hablando con Émeris y ella no está muy de acuerdo pero lo haré por ti. ¿Tienes la tarde para ti? -Sí, maestro. -Bien. Iremos al bosque, te sentarás en un tronco, te tocaré la frente. Descansarás, te dormirás y cuando te despiertes estarás mucho más segura y todos te verán con una belleza impactante. Eso sí, cambiarás tus prendas, no estarás con ropas grises, ponte ropas oscuras pero de color marrón o vístete con cuero. Usa botas altas, hasta la rodilla, ponte un cinto que te ajuste la cintura y arréglate ese cabello. -Asentí con la cabeza.
Me tocó la frente y sentí como una especie de letargo. Cuando me desperté ya casi había oscurecido. Miré para todos lados. -Quédate tranquila, con Émeris te acompañaremos hasta el poblado, no te dejaremos sola. ¿Trabajas en los almacenes? -Sí, maestro. -Te acompañaremos hasta allí. -Les comenté que dormía allí a pesar de que ahora estaban de vacaciones. -¡Me siento igual! -No, haz lo que yo te digo con la ropa, con tu peinado. Aparte te he transformado, has mejorado notoriamente, verás que mañana te levantas más segura, más firme, con más seguridad en ti misma. Te mirarán, te respetarán. Tienes buen léxico, eres culta. -Mire, maestro, tengo una pocas monedas. -No, no, no, no acepto, no, para nada, al contrario; si todavía no vas a dormir ven con Émeris y conmigo a la posada, te invitaremos a una cena.
Acepté. Tomé un zumo, ellos tomaron bebida espumante. Me acompañaron luego hasta los ramos generales y me acosté.
Al día siguiente fui al local de Waná, se escribía con la "W", Waná. Se ocupaba de mejorar el aspecto del cabello femenino. Me lo cortó de una manera que me gustaba y de los mismos ramos generales elegí una ropa de cuero y obviamente le dejé los metales al patrón que cuando volvió de vacaciones le dije: -He comprado esto y ahí están los metales. Pero el patrón me miraba raro. -Ordenza, necesito una persona que atienda las provisiones en el mostrador, te ves bastante presentable y tienes buena habla y te aumentaré el sueldo, ganarás tres monedas cobreadas más por semana.
Tenía razón el maestro Fondalar. Y empecé a atender, cambió mi rostro, mi sonrisa era otra, era más locuaz, más dada al hablar, provocaba empatía en la gente, incluso los hombres que cargaban los fardos me miraban de una manera quizás incómoda para mí pero por otro lado me halagaba, tenía razón el maestro. Es más, un joven llamado Julián, que era un afamado carpintero, se empezó a fijar en mí y me invitó a pasear en su carro. Sabía que era un hombre de buena familia a pesar de que no era rico y que no se aprovecharía de mí en el camino, y acepté. Y empezamos a salir como novios, sentí sus besos cálidos en mi boca. Más de eso no, respetaba mis tiempos.
Pasó una temporada. Me sentía feliz atendiendo a la gente, despachando provisiones, saliendo con Julián. Y ¡oh, causalidad!, al poco tiempo me cruzo con Fondalar y Émeris. -Lo que ha hecho en mí, maestro, lo que ha hecho en mí no tiene precio. Émeris, esa belleza hecha mujer, se adelantó y me dijo: -No, Ordenza, eso es lo que debatíamos con Fondalar, lo has hecho tú. -Pero él me durmió y puso en mí como algo en mi cuerpo para que yo sea más atractiva. -No, ha sugestionado tu mente. El cambio ha sido tu interior más la ropa, te vistes de otra manera, más el peinado. Eres más locuaz, muestras más empatía. -¿Y por qué debatían entre ustedes? Porque de alguna manera fue un engaño, ¿no? Y Fondalar dijo: -Pero ha servido, porque te he demostrado que tú podías. Consideré necesario mostrarte que los cambios son internos. -Bueno, no tanto, la ropa, el peinado... -Sí, eso son accesorios pero la manera de hablar, de desenvolverte con la gente... Lo vemos, lo percibimos. -¿Por qué lo percibís? -Porque ambos somos mentos. -¡Ah! Pueden leer el pensamiento. -No, no -negó Fondalar-, eso no existe, pero somos intuitivos, somos muy intuitivos. Podemos leer el rostro, entender cómo se desempeña una persona a través de la mirada, de los gestos, de la sonrisa o del enojo. Y tú has cambiado, intuyo que hasta sales con alguien. -Sí, maestro, se llama Julián, es carpintero y es muy buen persona. -Adelante entonces, tú vida es otra. Los cambios son internos, dependen de ti. ¿Que no tendrás nunca más dudas? Seguramente que sí. ¿Que no tendrás nunca más disgustos? No podría decirlo. ¿Que habrá nuevas trabas? Posiblemente. Pero se trata de tu manera de confrontar las cosas, allí está el cambio; porque problemas en la vida tenemos siempre, pero depende cómo los veamos, es nuestro punto de vista el que cambia, nuestra manera, nuestra forma, nuestro todo.
Y le entendí. Y tenía toda la razón, la responsable del cambio fui yo. Émeris y Fondalar me empujaron pero era yo, sólo yo la que tenía que atreverme a caminar. Todo depende de uno, todo. Gracias por escucharme.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Marieta Además de su búsqueda interior debía vivir de su trabajo. En un pueblo encontró quien se lo ofreció, además de refugio. La estabilidad era necesaria para progresar en su camino. Apareció por allí un teatro ambulante, y un joven que le sorprendió.
Entidad: Me habían hecho muy bien las palabras del maestro Fondalar, pero sabía que el trabajo era mío, es decir, me pueden indicar qué me hace bien, qué me hace mal, qué actitud debo tomar ante determinadas circunstancias, cómo debo actuar ante situaciones extremas, cómo fortalecer mi autoestima sabiendo analíticamente que no debo depender de la aprobación de los demás. Lo que me correspondía a mí, que esa es mi tarea, es aplicarlo. Porque en teoría todo es más sencillo, en teoría tienes un mar de conocimientos o crees tenerlo, pero luego llevarlo a la práctica, hacer lo tuyo, hacerlo carne, fortalecerte de verdad, -¡no creer que te has fortalecido!-, y ese era un trabajo que lo hacía amanecer tras amanecer.
Llegué a un pueblo llamado Furca. Me sentía desconforme con mis tareas anteriores, buscaba algo estable donde poder estar tranquila. Me dirigí a la posada, me tomé una bebida caliente, en base a leche vacuna, y una hogaza de pan. El posadero era un hombre de pocas palabras, pero la mesera, la que me atendió, era una chica joven y me dio confianza y ánimo, o valor, para preguntarle si sabía de algún trabajo. Me dijo inocentemente: -Hasta hace unos pocos amaneceres atrás buscaban una mesera, pero bueno, estoy yo, mi nombre es Nalia. -Hermoso nombre -le respondí-. Mi nombre es Ordenza. Me saludó y me dijo: -Mira, en la otra calle hay un almacén grande, el dueño se llama Obregón y seguramente necesita empleados, no sé si te tomará porque generalmente toman varones para los trabajos pesados de cargar bolsas en la carreta, buscar mercadería, pero quizá para atender a la gente. Le agradecía a esta joven mesera y le dejé un metal cobreado de más para ella y marché para el almacén.
Obregón era un hombre de mediana edad, la mesera me había comentado que estaba solo, que tenía una mujer que lo había dejado Y bueno, una siempre está con una cierta desconfianza, estar en un almacén con el dueño que es solitario. Tal vez sea algo interno, lo que vosotros llamáis engrama que de alguna manera me condicionaba pero necesitaba trabajar primero para mantenerme y segundo porque me quería sentir útil conmigo misma. Me presenté ante el hombre, no mencioné a la mesera, dije que en la posada me habían comentado que podía precisar alguien que lo ayude. Me repitió lo que me dijo la joven. -¿Cuál es tu nombre? -Ordenza. -Mi nombre es Obregón. Mira, en realidad preciso por lo menos una o dos personas, pero varones. Había dos que se marcharon a los sembrados, están cosechando bastante más al este y están pagando mejor. Si bien yo trabajo bien trato de vender barato para no perder la clientela y no es que tenga mucho dinero. Le dije, en un arranque de valor: -Mire, Obregón, yo sé que no puedo ayudar con las bolsas pero sí puedo acomodar mercadería, atender a la gente, puedo cargar algunos fardos. -No puedo pagarte mucho. Mira, hagamos una cosa, ¿tienes donde vivir?, porque no creo que con lo que ganes te alcanzará para pagar una habitación en la posada. -Es cierto pensé, no había reparado en eso, no reparé en ese detalle-. Obregón me dijo: -En la parte de atrás tengo mi vivienda. -Se me encendió, figurativamente, una luz de alarma, yo no estaba preparada para convivir con nadie. Como si me adivinara el pensamiento, Obregón dijo: -Tengo tres habitaciones, puedes usar una, tiene cerrojo por dentro, nadie te molestará. No soy ese tipo de varones que cargosean a las jóvenes. Y me dijo: -Te pagaré tantos metales. -Me pareció bien-. Eso sí, te descontaré la comida y los víveres y todo lo que puedas usar. -No me molesta, Obregón, puedo empezar a trabajar ya mismo, ya. -Ahora descansa, te mostraré la habitación. Incluso veo que tienes ropa bastante usada, elije ropa en los almacenes. Te lo iré descontando, no te preocupes. -Sentí como que me emocionaba y se me humedecían los ojos. Obregón se puso serio: ¿Te sucede algo, Ordenza? -No estoy acostumbra a conocer gente tan dadivosa. -No soy dadivoso, simplemente soy práctico. Entiendo que no tienes trabajo, que debes tener pocos metales o casi nada y tu ropa está desgastada, así no puedes atender a la gente. O sea, que el beneficio es para mí también. Y te lo iré descontando. Y el hecho de que te dé una habitación, tengo tres, ¿para quien las voy a guardar? No tengo mujer, no tengo hijos.
Me sentí agradecida. Al día siguiente empecé a trabajar con toda, con toda la fuerza. Conversaba con el hombre. Me comentó que tenía una pareja llamada Arelda, que era turania, pero no se llevaban bien, ella extrañaba mucho su región, no le gustaba el almacén, se sentía como encerrada, como ahogada y de un día para el otro le dijo que se iba, y se volvió a Turania con su familia. Me contó que se quedó solo, que se dedicó a trabajar, que en el pueblo era muy respetado, que evitaba todo tipo de inconvenientes.
Después de diez amaneceres el poblado se alegró porque se estableció un teatro. Los teatros eran muy comunes en todo lo que abarca la zona ecuatorial y el día que tenía franco fui al teatro y me sorprendí al ver a uno de los que trabajaba allí. La obra que representaban era muy risueña, pero aparte había otro tipo de actividades en el teatro, equilibristas, malabaristas, como si fuera un circo. Y había un joven de rostro como pálido, cubierto con un manto y una capucha y unas botas oscuras marrones, casi negras, y me sorprendo cuando lo veo flotar a media línea del piso; todo el mundo aplaudiendo a rabiar. Aguzaba mi vista viendo dónde estaban los alambres, los hilos, el truco era maravilloso. También era muy detallista; veía como el resto de la compañía, si bien el joven era el que atraía a toda la gente porque ya se había corrido la voz de poblado en poblado de lo que hacía este joven, los demás es como que le tenían cierta envidia, y es una pena porque justamente él hacía que viniera el doble de gente.
Obregón, mi patrón, amplió el almacén viendo que yo lo ayudaba y puso cinco o seis mesas para que la gente pudiera consumir alguna bebida. No competía con la posada, la posada a su vez era hotel y tenía habitaciones en la planta alta, y Furca era un pueblo bastante, bastante grande. ¿Por qué comento esto?, porque después de la actuación el misterioso joven se acercó a tomar una bebida en el almacén. Lo atendí yo. Pidió una bebida sin alcohol, una bebida frutal y algo de comer en base a vegetales. Le pregunté: -¿Cuánto tiempo se van a quedar? Me respondió: -Calculamos treinta días, depende el éxito que tengamos aquí, en Furca.
Me contó que se llamaba Ezeven y le dije que mi nombre era Ordenza. Me simpatizaba el joven. Obregón se acercó a la mesa y le dijo: -Mañana pasaré por el teatro, te veré actuar. Me dicen que eres muy bueno. El joven asintió con la cabeza y dijo: -Son trucos que trato de no revelar, pero le recomiendo que vaya.
Asintió con la cabeza, Obregón, y se alejó. Le volví a servir otra bebida frutal y atendí a la gente que venía a comprar mercadería. Luego, Ezeven, se acercó al mostrador, pidió hablar con Obregón. Lo llamé al patrón. Ezeven le dijo a Obregón: -¿Hay otra posada por aquí? -No, ¿por qué me preguntas? Ezeven dijo: -Porque están todas las habitaciones ocupadas, algunos que en la compañía duermen en mantas en las carpas que instalamos, prefieren estar en una cama. -Mira, tengo una vivienda en la parte de atrás y me sobra una habitación, lo que no quiero es problemas. -Señor -le dijo Ezeven-, solamente quiero dormir, comer algo, pasear por el poblado, no causar problemas...
Arreglaron el precio, compró unas botas nuevas y se marchó otra vez al teatro, dijo que por la noche venía a descansar. Así que Obregón, que tenía la vivienda en la parte de atrás con tres habitaciones, ya había ocupado las dos que tenía vacías. Por lo menos yo era una compañía que tenía durante el día, en el trabajo, y el joven Ezeven por treinta días también. No sé si me quedaría el resto de mi vida en Furca, pero tenía un buen trabajo, Obregón era un patrón no sólo tolerante sino que, no digo amable del todo en el sentido de que demostraba, porque era a veces taciturno, a veces introvertido, pero quizá por lo que le pasó en su vida, el abandono de su esposa, el acostumbrarse a ser solitario. Pero me sentía cómoda. El estar cómoda, el tener un trabajo, una vivienda, aunque no tuviera una pareja no tenía precio, eso no tenía precio. Eso no quita que siga haciendo mi tarea, el crecer por dentro, el levantar mi autoestima, el sentirme importante, consciente e inconscientemente, no en teoría sino en la práctica. Así que ¡vaya tarea que tenía por delante! Gracias por escucharme.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Marieta La entidad recuerda una vida en Ran II. Tenía una vida profesional rica pero no era así en lo personal, tampoco en lo afectivo. Su entorno no le facilitaba tener ilusiones, era analítica. Su autoestima tenía altibajos.
Entidad: Entré al enorme escenario, la sala era inmensa, había más de tres mil seiscientas personas sin contar que aparte la televisión holográfica transmitía para siete regiones. La voz del anunciador decía: "Astrónoma, astrofísica, investigadora... ¡Con vosotros, Lírica Prano!".
Entré y saludé. Me senté en un escritorio. Dos cámaras me enfocaban. Saludé a los presentes, a la teleaudiencia y dije: "No estamos solos en el Universo. Nuestro mundo, Ran II, gira alrededor de su estrella en ciento veintidós días, orbita a ciento veinte millones de kilómetros, nuestro día dura veintidós horas". Tenemos a Ran III, que está pasando el cinturón de asteroides, orbita a cuatro cientos ochenta millones de kilómetros. Nuestra estrella es muy joven, porque la comparo con otras enanas amarillas que tienen de cuatro mil a cinco mil millones de años. Ran apenas tiene seis cientos millones de años. (De nuestros años [de Sol III] sería mil ochocientos millones). Nuestro mundo es un planeta que no pasó grandes etapas de cambios atmosféricos. Tiene una luna pequeña que orbita cada diez días. Estaréis extrañados porque lo que estoy explicando lo sabéis desde el ciclo básico de astronomía. Lo que quizá no sepáis es que de ahí a hace poco menos de un año tengo un nuevo laboratorio en las montañas Alepas, a tres mil metros de altura, y tuve la suerte que instalaron un enorme telescopio. Con mis colaboradores puedo hacer infinidad de observaciones. Preguntaréis qué descubrí. Descubrí que a poco menos de diez años luz hay un sistema estelar con tres planetas en zona habitable, esto significa tres planetas con posibilidad de vida, el segundo, el tercero y el cuarto planeta de la estrella. Una estrella que tiene aproximadamente cinco mil millones de años. O sea, que sus mundos son antiguos, tienen entre cuatro mil y cuatro mil quinientos millones de años. Hace muchos años mandamos una sonda hacia esa estrella, ya hace más de diez años que salió de nuestro sistema estelar, de Ran, pero nuestra generación, ni la siguiente, ni la siguiente tendrán la posibilidad de que esa sonda pueda transmitir la llegada a ese nuevo sistema. Diréis "Diez años luz es nada". Pero a la velocidad de nuestras naves, de nuestras naves robot, aún es poca para llegar a esos mundos".
Luego diserté sobre nuestro mundo, cómo se formó. Diserté sobre nuestra sociedad. Me aplaudieron, minutos y minutos y minutos aplaudiéndome. Me sentía admirada, los periodistas me elogiaban, mis colegas también.
Tenía noventa años, que es el equivalente a treinta años de Sol III, y vivía sola. Había tenido dos fracasos afectivos. Tenía complejos de no agradar a la gente en lo personal, mi mente era una dualidad. Por un lado me sentía inflada por el elogio, en el fondo sabía que eso no estaba bien porque eran elogios de desconocidos, en realidad no sabían quién era yo como ser humano, como persona, como amiga, como compañera. No, no sabían. Y ahí estaba el tema. Ni siquiera tenía amigas, porque tres o cuatro colegas astrónomas varias veces rechazaban la oferta de invitarlas a salir a tomar algo, a veces me daba la impresión que tenían celos de... de haber alcanzado la fama a una edad temprana.
Al mes siguiente me invitaron a una jornada completa en la misma sala, también se iba a retransmitir a distintas regiones por televisión holográfica. Y me impresioné cuando apareció Nambo Flagan. Era un físico astrónomo, un genio de la astronomía, de ciento treinta y ocho años, el equivalente a cuarenta y seis años terrestres. Y compartir con él..., si yo era elogiada, ¿qué podíamos decir de Nambo Flagan?, era el mayor astrónomo de Ran II. Todo lo que yo sabía, todo lo que yo conocía lo había aprendido de sus libros, de sus clases. No había sido alumna de él, directa, pero sí había tenido algunas clases online.
Recuerdo que Flagan me saludó: -¿Cómo está señorita Prano? -Me quedé como atontada de... como esas niñas de quince años que de repente no saben cómo contestarle al mozalbete que las saluda. Fueron tres segundos nada más, pero me parecieron enormes minutos. -Le agradezco el saludo, señor Flagan. -¡Oh! No, trátame de tú, al fin y al cabo somos colegas. Estuve mirando por televisión holográfica tu participación la vez pasada, lo que has hablado. -El mérito no es mío Flagan, aprendí de sus clases, de sus libros. -Me fui distendiendo, me fui sintiendo más fluida, Nambo era una persona agradable.
Hasta que llegó el momento de entrar en tema, ahí ya era yo la que tenía el poder, la palabra, el diálogo, el cautivar.
Y cerró la jornada Nambo Flagan con una disertación más que espectacular. No se trataba de competir, quizá... A ver; quizá yo tenía más carisma en mi manera de hablar, de interpretar las palabras, pero el tecnicismo, la manera, la forma de Nambo Flagan era lo máximo. Y por primera vez, después de la jornada, varios colegas fuimos a cenar. Obviamente dije que sí.
Nambo también estaba. Causal o casualmente se sentó al lado mío en el restaurante, a mi derecha. Éramos once personas, conversábamos de todo un poco. Yo trataba de evitar los temas privados y me dio la impresión de que Nambo Flagan también. Nuestros puntos fuertes era la astronomía, los demás incluso nos consultaban. De los once éramos cinco mujeres y seis varones. Nos consultaban sobre infinidad de dudas.
Y con Nambo coincidíamos en algo: el sistema estelar que estaba a poco menos de diez años luz, en un noventa por ciento de posibilidades tenía vida, y vida inteligente. Yo fui un poco más lejos. Comenté que de los tres mundos de la estrella amarilla de casi cinco mil millones de años, entre el dos, el tres y el cuatro, que estaban en la zona habitable, me quedaba con el del medio, con el planeta número tres, me parecía el... el más similar al nuestro, a Ran II. Por lo que veíamos en la sombra que daba cada periodo a... pasando por su estrella, su órbita era muy similar a la de Ran II; Ran II orbitaba cada ciento veintidós días a ciento veinte millones de kilómetros, ese mundo orbitaba a ciento cincuenta millones de kilómetros pero cada trescientos sesenta y cinco días.
Hacía mediciones con telescopio óptico infrarrojo. Coincidíamos con Nambo Flagan en que la temperatura del mundo número tres era muy similar a la de nuestro mundo, y era casi seguro que tenía agua.
Cené liviano, evité tomar bebida con alcohol no por nada, me sentía como tensa otra vez. Se fueron despidiendo. Nambo se ofreció a llevarme hasta casa. Le dije: -Te agradezco, pero tengo mi coche. -Bueno, otra vez será entonces. Ha sido una velada maravillosa. Le dije: -Gracias a ti, nos has ilustrado a todos. -Tú no has sido menos -me dijo Nambo. Me dio un apretón de manos fuerte, sincero, sin bajar la vista de los ojos. Luego de despedirnos me marché para casa.
Sí, Lírica Prano astrónoma, astrofísica, admirada, pero vivía sola, con inseguridades afectivas. Esa noche soñé con Nambo Flagan y cuando me desperté estaba enojada. "Qué tonta que eres, -me decía, mirándome al espejo-. Un hombre como Nambo Flagan que tiene cientos y cientos de admiradoras, ¿piensas que se va a fijar en ti?". -Y me deprimí.
Pero tenía que ir a trabajar. Saqué fuerzas de mi interior y marché para mi trabajo, por lo menos allí estaba acompañada de colaboradores y colaboradoras. Pero mi mente, que me traicionaba -sí, mi mente me traicionaba-, pensaba cuándo habría una próxima jornada o seminario o taller para volver a encontrarme con Nambo. Dicen que de ilusión también se vive, pero con la ilusión no vives, no comes, no haces el amor. La ilusión es una fantasía mientras no se concrete. Y eso está bien para los niños, no para los adultos. Un adulto no tiene que tener ilusiones, tiene que concretar. Todavía no sabía, todavía no entendía, todavía no me habían explicado que estaba equivocada, que la ilusión es un motor, es un empuje, y que es una pena que los adultos pierdan la fantasía. Todavía no lo entendía eso, todavía no era el momento, no era el tiempo. Gracias, por escucharme.
Médium: Jorge Raúl Olguín Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Marieta Tenía todo. Fama en lo laboral, reconocimiento en lo público, orgullo de sí misma. Pero silencio y angustia en su interior. Aún no había empezado a vivir.
Entidad: El auditorio de la facultad estaba colmado, se escuchó una voz por el micrófono: "¿Lírica Prano?". Me puse de pié, avancé, subí los escalones y llegué al escenario, había más de mil personas mirando. Transpiraba, no sé si de nervios o de ansiedad cuando recibí el diploma. Sonreí. La rectora me dio la mano, saludé. Saludé al público, compañeros, padres y familiares de compañeros, autoridades. Luego bajé a sentarme otra vez en mi butaca para que pasara el siguiente compañero a recibir su diploma. Una vez pasados los nervios me invadió un supuestamente sano orgullo, porque a los sesenta y seis años, equivalentes a veintidós años de Sol III, era joven y tenía un título, ¡un doble título!, astrónoma y astrofísica.
A partir de allí me dediqué a la investigación, no me fue mal. En lo laboral, el hecho de que buscaran una mente joven, una mente investigadora, a las grandes empresas le interesaba, incluso me rodeaba de gente, técnicos que armaban grandes telescopios, técnicos satelitales que llevaban telescopios a órbita. Y me fui haciendo de renombre. Me rodeé de compañeros y compañeras, algunos me halagaban. Yo, de alguna manera, es como que los halagos me ponían incómoda en el sentido de que no tenía un buen concepto de los halagos en sí, me parecían más espontáneas las críticas aunque a muchos les molestara, ¿no? Sí.
Me invitaron a una conferencia donde participaban varios astrónomos y astrofísicos. Tenía una pequeña tesis y me aplaudieron, otros colegas me felicitaron, me dieron la mano. -Muy bien Prano, muy buena conferencia. Me encogí de hombros y les dije: -Trato de hacer lo mejor para los oyentes, para el público. -Mire, Prano, que esto fue televisado. -Se veía en todos los holovisores de la región. Eso fue lo que más ayudó a que me conocieran. A partir de ahí di conferencias, seminarios y siempre estaba rodeada de gente.
Pero ¿qué paradoja, no?, ¡qué paradoja! Vivía sola y en mi hogar me rodeada de soledad. A veces veía holovídeos de mis seminarios, buscaba distintos libros que me pudieran ayudar. Y me basé en las investigaciones de Flagan, y me interesaba mucho. Había un sistema solar con una altísima probabilidad de planetas habitados, una estrella amarilla a pocos años luz de nosotros, de Ran II.
Y qué causalidad, porque son causalidades, no casualidades, que tiempo después compartí una jornada con Nambo Flagan. En ese momento Nambo tenía ciento treinta y ocho años, el equivalente a cuarenta y seis años de Sol III. Yo seguí trabajando y ya alcanzaba los noventa años, el equivalente treinta años de Sol III, y seguía viviendo sola. Nambo era una persona interesante, algunos que lo conocían bien comentaban de que había tenido fracasos afectivos, era una persona muy respetada, muy querida, muy leal con sus amistados, muy discreto en su forma de ser. Pero me comentaban que tenía desánimo, dudas, cierta angustia por su vida, en lo personal. Me parecía un calco de lo que era yo.
En mi caso me refugiaba en mi trabajo. A veces me sentía como aturdida de... de las gentes que me rodeaban, de las preguntas que me hacían. Pensaba para mí "Por favor, un minuto de respiro". Pero quiero ser honesta, no me hacía mal, lo que me hacía mal era ese sonido del silencio. Diréis "El silencio no tiene sonido". ¡Ja, ja, ja!, eso creéis vosotros, el sonido tiene un tremendo silencio, y el silencio de un hogar donde apenas se escucha tu respiración tiene un tremendo sonido, un sonido que te perfora los tímpanos, como una especie de viento, ¡ffffff! Entonces enciendes el holovisor o pones los parlantes para escuchar una música suave para que el silencio desaparezca con el sonido real y que desaparezcan los sonidos del silencio.
Sí, yo también tenía desánimos, angustia. ¿Era exigente? No, no, no era exigente. ¿Era tímida? No, no, no, no; en eso no me parecía a Nambo Flagan. ¿Si había tenido fracasos como Flagan? No sé. Yo creo que a veces el no intentar un cambio en tu vida personal también es un fracaso. Como decís vosotros, es un fracaso cuando te rompen el corazón. No. Es un fracaso cuando no te lo rompen porque no te has atrevido a intentarlo, ¡je, je!, y entonces te quedan muescas en tu alma, muescas que no se van, que no cicatrizan, que te quedan marcadas. Y de alguna manera afectan después a tu comportamiento, porque es como una especie de potenciador. Entonces, si de repente no te atreves a determinada cosa te queda una muesca, y esa muesca potencia a esa retención de carácter, esa... ese frenarte. Entonces es como que había aprendido -¿aprendido?, ¡je!, ¡qué aprendizaje!-, a no asumir riesgos, a no asumir riesgos, y eso me hacía encerrar más, como si fuera una ostra que cierra su caparazón y queda ahí protegida. ¿Protegida de qué?, ¿de qué? De las circunstancias, de las personas, de los fracasos. ¡Qué mayor fracaso que la soledad! Entonces tenía que aprender a soltarme, a ser parte de, porque si bien somos individuos, la palabra lo dice, cada uno es una unidad biológica. Pero es conveniente el intercambiar con otros. Está bien, en mi trabajo, en los seminarios, en las conferencias intercambiaba ideas, intercambia proyectos, intercambiaba pensamientos, pero no intercambiaba emociones, no intercambiaba sentimientos.
Sé que hay un gran mentalista, y a su vez genetista, que dice que las emociones negativas son las que dejan más muescas. Pero también hay emociones positivas, lo que pasa que para sentirlas hay que experimentarlas. Entonces si no te atreves a experimentar por miedo a fracasar, por miedo a los no, ¿cómo sabes qué emoción es la que te abarcará en tu ser?, ¿cómo sabes, cómo puedes saber lo que no conoces? Como decís vosotros en Sol III, había varios engramas que frenaban, me condicionabas, me ataba de pies y manos y no me dejaban ser yo, porque la libertad tiene varias expresiones, y el estar encerrada en tu hogar cuando termina la tarea laboral es estar presa ¿Cómo presa? Tengo libertad, tengo tengo mi cocina que puedo preparar comida, un horno automático, tengo los parlantes acústicos en todo el hogar, en todas las habitaciones para escuchar una sola música, tengo un holovisor en cada habitación, en la sala, en la biblioteca, en el dormitorio... Pero la libertad es otra cosa, ¿no?, la libertad es atreverse, respetando la libertad del otro, pero atreverse, atreverse a sentir, porque si no te atreves a sentir, no te atreves a vivir.
Claro, ese era el camino, atreverse a sentir para luego atreverse a vivir. O las dos cosas son juntas, ¿vivir y sentir son sinónimos? No, pero el sentir está dentro del vivir, no se puede vivir sino se siente. ¡Ah! Claro.
Tengo que poner manos a la obra. Sí, yo disfruto de mi trabajo, disfruto de mis conferencias, adoro lo que hago, me encanta seguir investigando, va a haber nuevos descubrimientos. Pero me doy cuenta que no disfruto en lo personal; tengo compañeros y compañeras, necesito amigos y amigas. Y seguramente algo más. Y a veces pensaba en esa gran figura, en el astrónomo y astrofísico más importante de Ran II, Nambo Flagan. Y lo veía allí, con esa sonrisa brindando conocimiento, pero miraba su rostro cuando nadie lo miraba. Y sabía leer ese semblante, era el mismo semblante que tenía yo cuando en casa me miraba al espejo. Sí, éramos parecidos. Pero vaya, ¿por qué pensaba tanto en Flagan?
Dicen que no existe la casualidad, que lo que existe es la causalidad. Pero a veces la causalidad es algo que se arma, es algo que se planifica. Y a veces los encuentros se planifican: "¡Oh! Qué casualidad encontrarlo aquí". No, no, está planificado. Hay que empezar a vivir para empezar a sentir, y eso es lo que yo, Lírica Prano, tengo que hacer. Sí. Ya.
|