Sesión del 23/10/2018
Sesión del 14/08/2019
Sesión 23/10/2018
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Entidad que fue Miguel Ángel
La entidad relata cómo las circunstancias pueden darle vuelta a la vida. Cómo uno también puede fallar delante los retos que se le presentan. Al final todo pasa por uno mismo.
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Entidad: Aprendí en las distintas vidas que hacer rol de víctima tiene que ver con la mente reactiva, el ego y todo eso. O sea, me incomoda que me lo vuelvan a explicar porque lo entiendo perfectamente. Ahora bien, no es lo mismo aquel o aquella que desde pequeños han remado contra la corriente todo el tiempo que aquellos que han tenido todo servido en bandeja, entonces es como que te incomoda.
Claro, diréis, es envidia, y la envidia es ego. Pero basta de etiquetas, me molestan las etiquetas: Si te comportas así es por ego, si te comportas de la otra manera es por engramas... Pero nadie se pone en lugar de uno. No. Es fácil verlo de afuera, es fácil opinar porque por opinar nadie paga impuestos.
Recuerdo una vida en una región muy salvaje diríamos, una época tipo medieval, y me había ganado bien mi puesto desde muy joven porque era experto con el arte de la espada y porque tenía decisión, por lo menos eso creía yo. Y había sido el segundo jefe de guardia del rey, que era una persona de muy mal humor; maltrataba a sus súbditos y nos hacía sentir mal a todos.
Yo no era noble, me consideraba un buen soldado y me sentía orgulloso de mi persona. Y no empecéis a decir "¡Ah!, pero el orgullo también es ego". ¡Basta, basta!
Muy joven fui segundo jefe de guardia hasta que por un problema de salud el jefe murió y fui el primer jefe de guardia del rey. Quería congraciarme con él, con el príncipe Esper, que era un joven accesible, pero si bien saludaba cortésmente a todos, no sólo a mí, a toda la tropa, él tenía un amigo que tampoco era noble, se llamaba Lerner. Y a ver, no es que tuviera celos, pero a Lerner lo veía como una persona apocada, tímido, a veces hasta parecía como... como lento en su manera de pensar y me molestaba que el rey tuviera -el rey, ahora explico por qué digo el rey-, que tuviera preferencias por Lerner. Y dije rey porque el rey obeso, con problemas de salud murió y el joven príncipe fue rey tempranamente. Y ¿qué hizo?, nombrar a su amigo Lerner de consejero.
Obviamente yo quedé como jefe de la guardia, pero sentía como... como una antipatía por Lerner porque como dije al comienzo a mi me costó llegar a este puesto y Lerner tenía todo servido en bandeja. Reconozco que a veces lo molestaba, me burlaba diciéndole palabras graciosas. No me quiero justificar pero no es lo mismo aquel que busca no cometer errores para ascender en su puesto mientras otros viven tocando un instrumento de cuerdas y los premian igual aunque no hagan nada.
Me sentí como... como que la vida me premiaba cuando conocía a Elzira, no era noble pero era una joven de cabello oscuro, de tez clara.
Y empezamos a salir. Ella tenía su familia y es como que no quería que la relación se blanqueara. Lo traduzco: Nos veíamos en secreto.
Yo me molestaba. Le decía:
-Pero soy el jefe de la guardia, ¿por qué tenemos que ocultar la relación? ¿O tienes otra persona?
Para qué. Elzira me decía de todo: -Ahora eres celoso, no confías en ti mismo, no me haces regalos, me pides regalos y después te ocultas de que nos vean los demás.
A veces me quería ver por la mañana. Le digo:
-Por la mañana tengo instrucción con la tropa.
-Claro, a ti qué te importa de mí, soy una pobre plebeya que no sirvo para nada.
A veces dejaba el segundo a cargo buscando una excusa de que tenía que ir al taller de armamento y me encontraba a solas con Elzira.
Y le recriminaba:
-Vas a lograr que pierda el puesto.
-¡Ay! ¡Brunei, Brunei, Brunei! ¡Siempre poniendo excusas para no verme!
-¿Acaso no te estoy viendo?
-¡Pero me recriminas! -decía ella.
Y salimos bastante tiempo. Era muy manipuladora, muy demandante. De por demás, prácticamente me hacia la vida un infierno. Pero a ver, el hecho de estar con ella me hacía sentir bien, pero a la vez me hacía sentir mal.
-Prueba este licor -me decía-. Mi padre destila. ¡Pruébalo!
No sé si me gustaba. A veces tomaba a solas el licor, pero no porque me gustara, no sé si me van a entender, es porque el licor me hacia acordar a ella.
Hasta que me dejó. La veía por las calles feudales y me daba vuelta la cara.
Un día la paré en un rincón, le digo:
-¿Qué te pasó?
-Me cansé.
-¿De mi?
-De todo esto, de vernos a escondidas.
-¿Pero tú te estás burlando de mí? -argumenté-, yo quería blanquear la situación, ¡eras tú la que no querías que la gente nos viera!
-No es cierto.
-¿Me estás desmintiendo en la cara? -levanté la mano.
Me miró:
-¡Lo único que falta, qué me des una bofetada! ¡Mira que poco hombre que eres! -Bajé la mano.
-¡Tienes esa maldita virtud que acomodas todo a tu favor!
-¡Piensa lo que quieras! -Y se marchó. Me quedé pero más que molesto, más que molesto. Ella me reprochaba que no nos veíamos adelante de todos cuando era ella la que había impuesto esa condición.
Llegué a mi vivienda, en el cuartel y me quedaba media botella de licor que al final descubrí que no era cierto que la preparaban los padres o el padre o que destilaba, se conseguía en la feria feudal en cualquiera de los puestos. Estaba tan mal que me tomé la media botella de licor en minutos.
Me vino a buscar uno de los soldados que precisaban instrucción. Me enjugué la boca y traté de estar derecho.
-Dile al segundo que me reemplace, tengo un ataque de hígado tremendo. -El soldado me miró entrecerrando los ojos-, ¡Vamos, vamos! ¡Ve, ve y avísale que estoy descompuesto! -Y le cerré la puerta, mi temor era que se diera cuenta que estaba alcoholizado.
Y es como que tomé una dependencia porque ese licor me hacía acordar a Elzira. Pero mi mente analítica me decía "Brunei, no puedes ser tan tonto, es un licor, Elzira ya no está, te usó".
"Está bien", pensé yo, hablando conmigo mismo, al fin y al cabo el tiempo que estuve con ella la disfruté. Y después pensaba "Sí, pero fueron más los momentos donde me sentí manipulado y demandado". Y ahora estaba otra vez solo. Y veía pasar al rey con su consejero Lerner.
Recuerdo que una tarde pasó una joven noble y se dirigió directo a mí. Su belleza encandilaba.
-¿Tú eres Brunei?
-Sí, mi señora.
-No hace falta que me digas mi señora, dime directamente Dara.
-Sí, noble Dara. -Me miró a los ojos y yo baje la vista, me sentía como intimidado con una persona noble de tal porte y de tanta belleza.
-Dicen que eres bueno con las armas, enséñame a lanzar puñales.
-Pero mi, mi señora, mi noble... noble Dara, yo adiestro a la tropa.
-Nadie va a decir nada, ¡enséñame!
Y así estuvimos varios amaneceres donde le enseñaba a lanzar puñales. Y verdaderamente aprendía. Yo la miraba con un respeto tremendo pero ella se tomaba la confianza; cuando acertaba en el blanco con el puñal me abrazaba, hasta me dio un beso en la mejilla. Yo temblaba de los nervios y ¡ah!, me sentía de verdad como menos que ella, no sólo era noble sino que era un diamante de belleza. Hasta que un día me fue a buscar a mi habitación, en el cuartel. Cuando abrí la puerta me empujó suavemente y entró y cerró la puerta, y sin avisarme, sin decir nada, me abrazó y me dio un beso largo, largo, largo, en la boca. Me sentía como la grasa derretida en la sartén puesta a fuego lento, mi cuerpo no me respondía. Me lanzó contra el catre y se puso encima mío y me empezó a besar a besar a besar hasta que finalmente ese sueño inconsciente que yo tenía se hizo realidad.
Estuvimos juntos varias veces. Es cierto que yo por Elzira sentía afecto, pero por esta noble, Dara, daría hasta mi vida, estaba más que enamorado. Pero en el fondo no era tonto, no era estúpido, sabía que era imposible un futuro con ella, era de la nobleza, yo era un simple jefe de guardia.
Y el colmo fue cuando un día me entero de que empezó a salir con el rey, y por otro lado me dio miedo de que el rey se enterara de que ella había sido mi... no sé como decirlo, mi pareja, mi amante, no sé.
No la busqué más y ella tampoco me buscó más. Es más, pasaba por al lado mío y no me miraba, yo inclinaba la cabeza saludándola cortésmente, pero nada más.
Hasta que muchos meses después me empezó a buscar de vuelta, ya estaba casada con el rey. Yo le decía:
-Mi reina, por favor, por favor, nos van a colgar.
-Pensé que... pensé que eras un buen jefe de guardia.
-Y lo soy, mi reina, pero ¿qué tiene que ver?
-Los jefes de guardia no son cobardes.
-Mi reina, lo que siento por ti es más de lo que siento por mi propio ser, pero no podemos hacer esto.
-¡Soy tu reina, debes obedecerme! -E íbamos a mi habitación en el cuartel.
Pero yo me sentía intimidado. Aclaro que nunca fui un santo, disfrutaba los momentos, sabía a qué me arriesgaba, pero si le decía que no a la reina, no sabía qué represalias podía tomar contra mí, o inventar como que yo la estaba atosigando.
Y cuando uno dice "Si las cosas están mal, esto no significa que no puedan estar peor"... Y estuvieron peor: el joven al que siempre envidié, Lerner, el consejero del rey, nos vio y me enfrentó.
Por supuesto que yo tenía toda la bronca y el odio conmigo y saqué mi espada y le dije:
-¿Quién más lo sabe?
-Nadie más que yo.
-¡Pues tu secreto morirá contigo!
Pero Lerner, el tímido, el quedado demostró ser mejor que yo con la espada al punto tal de herirme y dejarme inhabilitado para seguir combatiendo.
Se enteró el rey, se enteró la tropa, me miraban como si yo fuera un demonio.
Miré a la reina, con la cabeza gacha haciendo rol de víctima.
No voy a excusarme, podía haberme negado, podía haber ido al rey a decirle "La reina me provocó". Pero ¿cómo justificaba que yo antes había estado con ella? El rey me iba a decir "Has permitido que contraiga enlace y no me has avisado de que era tu amante". Tenía todo en mi contra.
No, no nos ahorcaron, simplemente nos condenaron al exilio. Y pensé "Bueno, iniciaré una vida con Dara, con la noble, en cualquier otro poblado empezando desde cero". Pero cuando nos expulsaron del castillo ella tomó otro camino y yo quedé de vuelta solo, sin trabajo, proscrito y tenía que empezar otra vez de cero.
A ver si entienden ahora, por fin, lo que es remar cuesta arriba. Por eso digo que ninguna encarnación es fácil. Yo quedé ante todo el castillo como el malo, como el traidor. Insisto, no fui un santo, pero a veces la vida se complota en contra de uno.
Y tenía que volver a empezar. ¿Tenía las fuerzas necesarias? Tendría que sacarlas de algún lado porque yo, Brunei, podía hacerlo, porque lo que vale es la fuerza interior, la fuerza del espíritu.
No sirve de nada hacer rol de víctima: Sí, yo tomaba alcohol para olvidarme de Elzira. Sí, yo caí bajo las redes de Dara. Sí, yo odiaba a Lerner porque era el consejero del rey. Sí, yo esto, yo el otro.
No. En el fondo eran todas excusas. En el fondo, yo que aparentaba una fuerza tremenda, era mucho más débil interiormente que Lerner, el supuestamente tonto.
Y al único enemigo que tenía que vencer era a mí mismo, a mi debilidad, a mi falta de voluntad, a mi pereza para volver a organizarme, a mi dependencia por el licor. Pero todo estaba dentro mío, yo era mi propio enemigo, no podía señalar a nadie, no debía señalar a nadie. ¿Que Elzira me dejó? ¿Que era manipuladora y demandante? ¿Y quién se lo permitió? Yo, yo se lo permití. Entonces no tenía excusas. ¿Qué Dara también me utilizó? La disfruté y también yo consentí. Entonces yo también soy responsable de mi vida y de mis actos. Tengo que hacerme cargo y dejar de lloriquear pensando "Me hicieron esto, me hicieron aquello, me pusieron una trampa". No, no, no, no, no, no, porque pensando así no voy a ningún lado, pensando así a ningún lado voy. Tengo que hacerme cargo de mi propia persona.
Pero ¿cuándo empiezo? ¿Cuándo? Ya. Ahora. En este momento.
Gracias por escucharme.
Sesión 14/08/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Entidad que fue Miguel Ángel
La entidad relata una vida en Aerandor III, donde su rol era de consejero del rey. Ambos habían crecido despreciados por sus padres y ahora era su momento. Armaron planes.
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Entidad: A veces te encuentras con personas que son parecidos a ti en algunos aspectos, en el aspecto de que a veces tus padres te desprecian, a veces piensan que eres una carga... ¡Ay, ay, ay!
Mi padre era un jefe religioso, ere un jefe religioso que era demasiado obsecuente con el rey. Yo lo despreciaba y mi padre me despreciaba a mí, decía que yo era quien podía llegar a ser gracias a él. Él era consejero del rey Alisio, y me decía siempre:
-¡Ay, Adolas, Adolas! Mira qué cuerpo delgado; eres débil, hasta débil de carácter. -Me despreciaba y yo lo odiaba. Pero claro, madre había fallecido y él me sentía como una carga-. Adolas, Adolas, ¿cuándo vas a aprender? Mírame a mí, soy el consejero del rey.
El rey era alguien tan odioso como mi padre, al príncipe Morden lo trataba mal. Yo tenía la ventaja de que como mi padre siempre estaba con el rey Alisio, yo estaba pegado a las paredes. Los guardias del salón principal y los soldados ya me conocían, era Adolas, ¡je, je, je!, el inofensivo. Pero me servía, me servía porque de la misma manera que mi padre me trataba a mí, el rey Alisio lo trataba al príncipe Morden, ¡ja, ja, ja!, lo trataba como si fuera... nada.
La reina Augusta también lo trataba a Morden como... como si fuera una molestia. Es como que de alguna manera me identificaba con él, me identificaba enormemente. Al que no soportaba era al príncipe mayor, a Crono, una persona creída, con ese orgullo de mirar a los demás con desprecio. ¡Ay, ay, ay!
Con Morden me sentía como más cercano porque a él lo despreciaban y a mí también, pero claro, el día de mañana él sería el hermano del rey cuando muriera el rey actual, y yo ¿quién sería?
No me gustaba la religión, adorar a dioses, pero claro, tenía que seguir la consigna de padre. Cuando padre me preguntaba le decía:
-Me encanta lo que haces.
-¡Ja, ja, ja! -Se reía mi padre-. Hipócrita, eres tan cobarde que quieres quedar bien con tu propio padre. -Cerraba los puños. Pero era un niño, ¿qué podía hacer? No podía hacer nada, nada.
Recuerdo cuando el rey Alisio invadía otros reinos, padre me decía: -Aprende, Adolas, yo le aconsejé porque al crecer él crecemos todos. -Y entre mí pensaba "Pobre padre, más que un consejero es un adulador. Estoy seguro que en el fondo, en secreto, el rey también lo desprecia a él". ¡Je, je, je! Sí, estoy seguro que sí. Estoy seguro que sí.
Yo era mayor que Morden, tenía la misma edad que el príncipe Crono y escuchaba en las paredes. Lo escucho actualmente a Morden porque actualmente él es el rey y yo soy su jefe religioso. ¿Pero qué pasó entremedio, qué pasó? El rey se quejaba de quien era su padre, el rey Alisio, y su madre la reina Augusta. Ella es como que no lo quería al rey y menos a su hijo Morden. Se le quejaba a su esposo Alisio de que Morden era un inútil, nada que ver con Crono, el hermano mayor.
Ahí hacía causa común con Morden porque no soportaba tampoco a Crono, sus propios padres lo despreciaban a Morden. Mirad que cosa cómica.
Padre me decía:
-Adolas, come más, hazte más fuerte, mira que delgado que eres, eres prácticamente un palo.
Y los reyes miraban a Morden y le decía:
-¡Ja, ja, ja! Qué rechoncho, qué gordo, parece un cerdo.
A los dos nos veían los defectos, ¿pero eran defectos? Yo era delgado, mi padre sí, era más corpulento pero yo estoy seguro que yo era mucho más inteligente que él, pero era un niño, debía someterme.
Escuchaba cuando Morden se quejaba. Le enseñaban a leer, a escribir y como mi padre era el jefe religioso tenía el mismo maestro y a veces hablaba con Morden, pero con mucho respeto, pero Morden es como que de alguna manera me apreciaba. Sí, me apreciaba.
Yo le decía:
-Mi príncipe -y él me decía:
-No, no, no, tú eres Adolas, yo soy Morden, no tengamos tratos raros, conozco a tu padre -me dijo mirándome a los ojos. Me sentí como intimidado.
-¿En qué sentido?
-En cómo te desprecia. Y a mí no me mientas, sé que tú escuchas detrás de las paredes y sabes que mi padre me desprecia a mí también. Dicen que soy resentido. Sí. La verdad que sí soy resentido. ¡Qué!, ¿tú no lo eres?
Y yo le decía:
-Sí, Morden, soy resentido pero con mi padre, pero quizá tú estás peor que yo porque tienes un hermano que también te trata mal. -Morden agachaba la cabeza.
-Estoy seguro que las cosas van a cambiar algún día. A veces escucho voces.
-Yo también escucho voces -le confesé a Morden.
-¿Qué dicen tus voces?
-Que soy bueno para nada, que por eso mis padres no te quieren, que nunca vas a ser rey, que tu hermano Crono es diez veces mejor que tú. ¿Y tus voces? -Me encogí de hombros.
-Te diré la verdad, no me atrae mucho la religión. -Morden me tomó del cuello.
-¿Pero crees que hay algo encima nuestro que maneja nuestro destino?
En realidad tenía dudas, pero le dije:
-Por supuesto.
-¡Ah! Porque estoy seguro que voy a ser rey y tú vas a ser mi ayudante.
-Lo que tú digas. -Cuando Morden tenía esos arranques de ira me daba como cierto temor.
A veces nos juntábamos a un costado de la cocina a comer. Yo comía poco y Morden comía de todo, en algo éramos parecidos. En la cocina había comida para sirvientes, esos guisos tan ricos, nos gustaban más de lo que comían los reyes y de lo que comía mi padre. Un día la reina entró a la cocina, nos miró a los dos. Le pegó una bofetada a una de las cocineras.
-¿Qué hace mi hijo acá?
-Pero mi reina, es el príncipe.
-No, el príncipe es Crono. Él es Morden, pero no deja de ser mi hijo. ¿Qué hace aquí comiendo comida de basura? -Y salimos corriendo los dos de la cocina, por lo menos la reina ni se fijó en mí, era tan insignificante que para ella no existía.
Una tarde Morden me dijo que un reino vecino los invadió. ¿Para qué? El rey Alisio ni siquiera dejó prisioneros. Hubo varios ataques. Lo odiaban a Alisio de la misma manera que Alisio despreciaba a mi amigo Morden. De vuelta sentía esas voces.
Un día le dije a Morden:
-Explícame, por favor. Si mi padre es el jefe religioso, ¿por qué las niñas nobles me dan vuelta la cara?, ¿por qué las niñas ni se fijan en mí? -Morden sonrió pero con una mueca.
-¿Y me dices a mí? Soy el segundo príncipe y también me miran con rostro de lástima, que tengo ganas de hasta azotarlas en ese momento. -Le iba a decir "¿Y por qué no lo haces?", pero me mordí la lengua.
Recuerdo la última vez, esa batalla que cambió el destino de Morden y el mío.
Crono, con su suficiencia, Crono, con su orgullo le dice al padre:
-Yo también voy a ir a combatir.
Alisio le dijo:
-Recuerda que la última vez te han herido.
-¡Soy Crono, padre, tu heredero! -Y volvió malherido.
Me quedé en un rincón con Morden.
-¿Qué piensas? -le dije. Morden me miró y me dijo:
-Adolas, tú sabes que pienso.
-¡Pero tu hermano está al borde de la muerte! -Morden se encogió de hombros.
-¡Y a mí qué, qué me importa! ¿Te crees que tengo pena? -Y al poco tiempo Crono murió y ahora Morden era el heredero directo.
Un día Morden vino a mi habitación.
-Tengo una estrategia.
-¿Qué piensas?
-Hagamos bien las cosas. Hazle caso a tu padre, sé un ferviente religioso, aliméntate mejor, fortifícate. De mi parte yo voy a obedecer a mi padre, comeré menos, conservaré la silueta, veré si puedo adelgazar. No digo que van a dejar de despreciarnos pero nos van a dejar más tranquilos.
La estrategia de Morden surgió efecto. Padre hasta me felicitó:
-Adolas, te veo más activo; estudias más los libros religiosos, vas más al templo... ¡Y vaya, te ves más fuerte!
-Estoy creciendo, padre.
-Pero bien, bien, me alegro. Ahora sí confío en ti para que seas mi sucesor. -Me froté las manos, la estrategia había sido de Morden pero en el fondo me dolía el pecho.
Un día le pedí a Morden unas pastillas calmantes.
-Eso no te hace bien.
-Me duele el estómago, me duele el pecho, quiero esas pastillas calmantes hechas de esa hierba rara, no importa si me vuelvo dependiente a las mismas pero quiero esas hierbas entonces, en forma de té, en forma de brebaje, lo que sea, pero que me calme esos nervios. -Morden se encogió de hombros.
-No tengo problema, le ordeno a la cocinera que en secreto te prepare lo que tú quieras. Eres... no eres mi mejor amigo, eres mi único amigo. -Y me abrazó.
Cuando Morden cumplió veinticinco años el rey murió. La reina madre ofreció la ceremonia, pero Morden la hizo postergar.
-Soy el rey. Me nombran rey adelante de todos.
Hicieron una ceremonia con pompas, con licor, con baile, con mujeres. La reina estaba como resignada. Pero ahora las cosas habían cambiado, la hacía callar a su madre, Morden era el rey.
¿Pero cambió para mejor o para peor? Porque Morden es como que se había desbocado, como esos tigres cebados: entrenaba la tropa, aumentó los impuestos, tenía un reino más poderoso. No había peor hombre que aquel que tenía despecho.
Al poco tiempo falleció padre. Honestamente, no tuve pena, no tuve nada de pena. Si bien ya no me despreciaba como cuando era un niño, siempre me miró como con desdén y yo eso no lo podía soportar. Honestamente, no lo podía soportar.
Sentí una mano en mi espalda y me sobresalté, era Morden.
-Majestad...
-No, nada de majestad, Adolas, tú eres mi jefe religioso, mi consejero. Tú vas a decidir conmigo la estrategia a seguir, vamos a trabajar mucho. Hay unas canteras cerca de aquí, del otro lado de unas minas, vamos a explotar los materiales, vamos a ser el reino más rico.
-Pero Morden, no hay tanta gente.
-Adolas, Adolas, aparte de ser un jefe religioso tú tienes instrucción.
Lo miré a Morden.
-Tú hablas de conseguir esclavos.
-Por supuesto, por supuesto. Y seguiremos cobrando impuestos en la feria feudal pero tendremos esclavos para la cantera y para las minas, extraeremos material, seremos más ricos y poderosos. Tú eres el único al que le confiaría mi vida.
Me tomé el atrevimiento de abrazarle y decirle:
-Y yo te confiaría la mía, Morden. -Nos miramos a los ojos y nos hicimos una promesa-: "Vamos a crecer, vamos a expandirnos a costa de quien sea y a costa de cómo sea".
Cuando me quedé en mi habitación me puse a pensar "Me siento como envejecido, mi cuerpo sigue siendo delgado -tal vez porque mi edad, de alguna manera se cobra-, la nariz afilada, el pelo canoso, y yo mismo me doy escalofríos mirándome en el espejo viéndome ese rostro frío". Y todos me respetaban por ser el consejero del rey. Pero Morden, el rey al que todos temían, era el único que me miraba con afecto. Y no quiero ser hipócrita, yo también sentía afecto por él. Juntos haríamos grandes cosas.
Mi única debilidad eran esas hierbas que quería sacarme de encima, porque era dependiente de las mismas, cuando no las tomaba o no me preparaba la cocinera las pastillas sentía como nervios, como dolor de estómago. Morden ya me había advertido "Esto te va a hacer peor que mejor".
¡Ah! Pero bueno, al fin y al cabo, después de Morden era yo el que más mandaba. La reina madre había quedado a un costado, hasta cuando yo pasaba ella se inclinaba. ¡Y era la reina! Tantas veces había pasado inadvertido adelante de ella y ahora yo, Adolas, el jefe religioso, la miraba con desprecio.
Ahora me iré a la cocina a buscar más hierbas para hacerme un té porque ya estaba sintiendo esa sensación de... de no soportarme ni a mí mismo.
Gracias por escucharme.
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