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Psicoauditación - Aerandor III Trement - Ra-El-Dan |
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección |
Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
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Sesión 25/06/2019 La entidad relata sus primeros recuerdos en un mundo, Aerandor III, donde lo encontró abandonado el anciano Edwin. Crecía y aprendía números y letras, pero tenía temor a quedarse solo.
Entidad: Recuerdo la vivencia, recuerdo la vivencia como si fuera hoy, ¡y ha pasado tanto tiempo!, sólo puedo decir, como Raeldan, que el rol de Trement fue bastante sufrido, cambiante, convivencias oscuras, claras, grises y de colores, sufrimiento, amor, sentimiento, emoción, y si bien los engramas son implantes que te dejan marcado, a veces también hay emociones positivas, si bien la emoción abreva del ego, pero insisto que hay emociones positivas, reencuentros, descubrimientos agradables.
Era pequeño y tenía hambre. Estaba en el bosque, vi pasar un roedor bastante bastante grande, se me hizo agua la boca. Y tenía una pequeña onda y lancé una piedra y el pequeño roedor cayó. Ya estaba por hincarle los dientes cuando de atrás me dicen: -Trement, ¿qué haces? -Me doy vuelta. -¡Voy a comer! -¡Te lo he dicho muchísimas veces, Trement! ¡Ven, ven antes de que te coja de la oreja y te lleve! ¿Pero dónde has estado? Estás lleno de barro, ¡tienes sangre! -Estuve trepando por una colina y me resbalé. -¡Ah! ¿Dónde están tus sandalias? -Se rompieron. -¡No te duran un solo día! -Me reía. Estaba acostumbrado de que el anciano Edwin me rete, era mi familia, lo quería. Yo sabía que no era mi padre. Le pregunté muchísimas veces: -¿Dónde me encontraste? -En una aldea abandonada, no había nadie más que tú. Llorabas, eras apenas un bebé.
Llevamos al roedor y el anciano Edwin lo despellejó y le sacó las vísceras y puso una olla en los leños con fuego y lo cocinó. Me sentía protegido, digamos, vivíamos en un lugar donde prácticamente no se acercaban los extraños. A poca distancia había una especie de ermita habitada por un monje llamado Huberto, la gente lo visitaba, decían que el monje Huberto era una herramienta de Dios, pero Huberto era más que eso, era un erudito, sabía muchas cosas. A medida que fui creciendo me enseñaba literatura, me enseñaba mitos... Cuando llovía mucho había truenos y relámpagos, yo le decía al monje Huberto: -Thor está enojado, desde lo alto del monte hace crujir sus manos. -Trement -me decía el monje-, el mensaje es justamente eso, es uno de los mitos. Thor no existe, es una creencia. -Pero en todas las aldeas se habla de… -Sí, Trement, es una tradición también, aparte de un mito. -¿Y entonces qué es lo que hace ese ruido tan tremendo como mi nombre? -Son descargas eléctricas. -¡Explícame! -Y el monje se tomaba toda la tarde para explicarme que era la electricidad. -¿Y por qué no tenemos nosotros aquí?, ¿por qué no hacemos rayos y esas cosas para prender fuego? -Eso es la naturaleza, nosotros no sabemos cómo manejar la naturaleza. Podemos construir diques, podemos hacer acequias, pero no mucho más que eso. , sigamos con la literatura. -Aburridísimo, pero me gustaba porque a la tarde me daba una leche con un polvo dulce que lo sacaba de una planta, y sólo por eso, sólo por eso me quedaba estudiando con el monje Huberto.
El anciano Edwin me decía: -Me gusta que vayas del monje porque por lo menos vienes limpio, cuando vas por el bosque o las colinas o vienes lastimado o completamente sucio. Pareces un animal. -Me encogí de hombros. -Edwin, todos somos animales, los humanos también somos animales, así me lo explicó Huberto. Aparte, estoy aprendiendo a sumar y a restar, ya se escribir. -Y seguíamos, y me sentía bien, pleno.
Cuando cumplí nueve de vuestros años ya sabía leer, escribía perfectamente sin faltas de ortografía, tenía una caligrafía muy buena y una de las cosas que me había enseñado el monje Huberto era modales. Le digo:
-¡No te burles de lo que te enseño! -Lo tomaba como una caricia, me reía, me sentía, bien, me sentía bastante bastante bien.
Pero con el tiempo las cosas se terminan. Recuerdo que el monje Huberto enfermó. Había un pequeño monje adolescente, pero era bastante menos sabio que Huberto, era agradable también, pero no sabía casi nada. Recuerdo que el monje no quiso dejar sus cuadernos, sus anotaciones en la ermita: -¡La gente es buena, pero es ignorante, va a usar los papeles para encender fuego! -Y se los dio a mi padre adoptivo, el anciano Edwin. Cuando cumplí diez años el monje Huberto estaba muy muy mal. Dijeron: -Lo vamos a llevar a un palacio cercano que tienen médicos, aquí no hay nada en estos parajes. -Y se lo llevaron.
Me quede con el anciano Edwin. Me sentía como dolorido, con angustia porque me daba... no pena, sentía como ira de que la gente buena se enferme. El anciano Edwin me decía: -No depende de nosotros, depende de Dios. -No -negué-, no, Dios no es cruel, aunque no sé, me crié en bosques, en estepas... Si tú no me hubieras encontrado no sé si estaría vivo. ¡La vida no es justa! -¡Trement!, no me gusta que te quejes, debes ser agradecido de estar vivo. Aprende a ver las cosas a favor, aprende a percibir lo bueno, aprende a entender, aprende a... de cada cosa sacar lo positivo. Hay una fruta que es agria, muy agria, no la puedes comer, sin embargo te enseñé que su jugo puede sazonar las ensaladas. -Me encogí de hombros. -Sí, pero una fruta no es la vida. -¡Mírame, Trement! Hay situaciones que sazonan la vida también. -Me encogí de hombros. -¿Cómo cuál?, ¿cómo la del monje Huberto que no se sabe si se va a salvar o se va a morir? -¡Tan pequeño e irónico!
A los pocos días se enfermo el querido anciano Edwin. Tenía apenas diez años. no quería quedarme solo. En otros parajes veía niños que combatían con espadas como un juego, yo no tenía amigos, mis amigos eran los animales del bosque. A los diez años sabía trepar a los árboles, andaba casi desnudo con un taparrabos y cuando llegaba el anciano Edwin me retaba: -¡¿Dónde está tu ropa?! -La dejé en una piedra cuando me metí en el arroyo. -¿Y te la has olvidado ahí? -No, ¿quién la va a tomar?, ¿quién la va a coger? -¡Ve a buscarla!, ¡vamos! -¡Ja, ja, ja! -Y me reía.
Cogí paños, los sumergí en agua y se los puse en la frente. Estaba pensado en hablar con alguna gente de la aldea cercana y que lo lleven al anciano Edwin a ese palacio donde estaban los médicos, donde llevaron al monje Huberto. Y en ese momento sentí miedo, miedo de la soledad, de la desprotección, de quedarme solo teniendo apenas diez años, y por primera vez en mucho tiempo me puse a llorar desconsoladamente encogido en mí mismo, poniendo la cabeza casi contra mis piernas. Mi espalda se sacudía de llanto, pero por dentro decía "Esto tiene que cambiar, de alguna manera todo esto tiene que cambiar". Lo que ignoraba en ese momento, como una criatura que era, es que a veces los cambios pueden ser para mejor o pueden ser para peor, porque hubo un cambio, un cambio enorme, un cambio brutal, de verdad brutal, pero esa es otra historia. Gracias por escucharme.
Sesión 08/08/2019 Era niño. Fue adoptado de huérfano y vivía aprendiendo de los mayores cortesía, educación, modales... Pero quedó solo cuando, por ley de vida, tuvieron que irse.
Entidad: Me sentía tan deprimido que a veces ni siquiera quería ir al bosque a cazar pequeños animales, había llegado una noticia de que el monje Huberto había fallecido. Sentía como un dolor en el pecho, era el que me había enseñado a leer, a escribir, cosas sobre la vida que a mí me parecían tan inútiles...
Recuerdo que me decía: -No basta con saber cazar y pescar, tienes que estar instruido, aprender modales. -¿Para qué? -le respondía yo. -Trement, Trement, ¿cómo para qué? -Y me daba con mano abierta: 'Tac', un golpe en la nuca. Pero claro, era de manera tan cariñosa... Yo me reía.
De verdad que lo quería mucho. Me abracé con mi papá adoptivo y le decía: -¿Te acuerdas que me hablabas de Dios?, ¿te acuerdas que me decías que lo iba a curar? -No, -me dijo el anciano Edwin-, te dije que podía, pero se ve que ya su tiempo había terminado. -Me rebelé ante mí mismo, ante la vida. -¿Y quién decide?, ¿es Dios quién decide cuando termina nuestro ciclo? Veo que la gente nace, vive y muere, y los árboles en el bosque siguen allí. ¿Por qué?
Recuerdo que cuando era más chico tuve un pequeño mamífero, ¿y cuánto vivió?, tres años, cuatro. ¿Quién decide cuánto vive un mamífero, una persona, un árbol? Me había enseñado tantas cosas el monje Huberto, pero cuando le preguntaba ese tipo de cosas no sabía responderme. Hay momentos en que decía "¡Cómo sabe este monje!" y otros en los que pensaba "Es tan poco lo que conoce, es tan poco lo que he aprendido...". Y cuando le contaba al anciano Edwin me decía: -Trement, no seas injusto, Huber hace lo que puede. Por lo menos te ha enseñado a leer.
Recuerdo que por las noches tomaba una pequeña vela y encendía el farol, lo dejaba al lado de la cama del anciano Edwin y me pedía: -Por favor, Trement, léeme algo, léeme un cuento. -Entonces yo le leía pequeños cuentos en pergaminos. Hasta que a lo último ya no le leía más-. ¿Por qué no lees, Trement? -Porque quiero inventarte yo un cuento. -A ver, dime. -Había una vez un hombre muy poderoso, llamado Trement, que vestía como noble. Tenía una espada brillante, estaba sobre una montaña y con su vista dominaba todo el horizonte. En tres regiones distintas tres princesas querían casarse con él y él eligió la más bella. ¿Por qué te ríes? Edwin me respondía: -¡Je, je! No es que me río de ti, burlándome, eso no es un cuento, eso son anhelos. Piensas que el día de mañana cuando crezcas vas a ser un hombre poderoso. Puse los brazos en jarras sobre mi cintura. -¿Y qué, está mal que piense así?, ¿qué voy a ser siempre, un vagabundo de los bosques? -No. ¿Qué pasa con los modales que te enseñó el monje Huberto?, puedes leer, puedes escribir, tienes imaginación... -¡Ja, ja! ¿De qué me vale todo eso?
Pero noche tras noche, noche tras noche le leía, pero veía que estaba tan débil... -Déjame que te lleve a ese lugar donde intentaron sanar al monje Huberto. -No. -Me tomó del brazo con sus manos débiles-. No, no.
Al día siguiente viene una visita, era un hombre que había venido varias veces, se llamaba Adesio. Este sí tenía buenos modales. -Mi querido, mi querido Edwin, te ves bien. El anciano le respondió: -Adesio, ya te pasas de diplomático, sabes que no estoy bien, sabes que me queda poco tiempo. En ese momento le interrumpí. -¡Cómo poco de tiempo! ¿De qué hablas? -Trement, ¿dónde está tu cortesía? Estábamos conversando con mi amigo casi mi hermano Adesio, él sabe tantas cosas de mí, incluso de ti... Te ha conocido de pequeño. -¿A mí? Yo ni me acuerdo, sé que nos ha visitado muchas veces, pero no me acuerdo. ¿De verdad tú me conoces? -Adesio sonrió. -Sí, Trement, te conozco de muy muy muy niño, y estás en buenas manos. -¿En buenas manos? -Me rebelé-. ¿Qué buenas manos? -Me rodaron lágrimas por la mejilla y me molestaba llorar. Edwin me preguntó. -¿Por qué pones este gesto de furia? Y le dije: -Porque me molesta llorar, no es de hombres. -Primero, tú no eres un hombre, eres un niño. Segundo, los hombres también lloramos, los hombres también sentimos dolor de la misma manera que sentimos amor, piedad, compasión. -He hablado con otros jóvenes, y cuando hay una pelea entre nosotros, el que pierde y llora le dicen que es una niñita. -Y está mal, por eso el monje Huberto te enseñaba modales. -Puse cara de desprecio. -¿O sea, que con los modales tengo que dejar que me golpeen en una pelea? No, no, no, no; en ninguno de los poblados que voy ningún niño me gana peleando. -Lo miré desafiante a Adesio, el visitante-. ¿Y tú qué dices, que me tengo que dejar pegar por los modales? -Adesio me miró de manera cariñosa. -No, Trement, no digo eso; debemos respetarnos y debemos hacernos respetar. -¡Ah! Entonces tengo razón. -Pero tampoco debemos buscar pleitos con la excusa de hacernos respetar, eso se llama diplomacia. A veces para evitar un mal mayor podemos agachar la cabeza y ser permisivos. -Nunca, nunca, porque te pasan por encima.
Adesio dejó unos comestibles riquísimos, se abrazó largamente con Edwin. -Hemos pasado por muchas cosas, de jóvenes. -Ya lo creo -dijo Edwin. Me acarició la cabeza y...-, Compórtate y cuídalo. -Señalando a Edwin. Y se marchó.
Apenas montó a caballo y se fue le pregunté a Edwin: -¿Quién es, de dónde se conocen? -Tenemos una larga historia. ¡Uf! Somos amigos de tan jóvenes... Somos como hermanos, pero somos como hermanos de verdad. -¡Pero a un hermano lo une la sangre! -No necesariamente -dijo Edwin-, nos une lo cordial. -¿Qué es lo cordial? -Lo cordial, lo fraternal -respondió el anciano Edwin. -De nuevo, ¿qué es lo cordial? -Lo cordial es lo relacionado con el corazón. Cuando decimos "Te doy un abrazo cordial" te estoy dando un abrazo desde el corazón, desde mi interior. -Entiendo. ¿Y fraternal qué es? -Hermandad. Un abrazo fraterno es un abrazo de un hermano a otro hermano, es un abrazo donde ambos se transmiten energía de Luz. -Eso nunca me lo explicó el monje Huberto. ¿Cómo energía de Luz? -Claro. A veces un abrazo te consuela, a veces un abrazo te levanta cuando estás deprimido. Un abrazo te transmite esa fuerza. -¿Qué dices? La fuerza te la transmiten los ejercicios. -Hablo de otro tipo de fuerza, una fuerza interior. Mira todos los escritos que tengo, cuando no esté prométeme..., promete que los vas a guardar en aquella caja. -Es una caja metálica. ¿Cómo se ha hecho? -Un herrero me la ha hecho. Allí puedes guardar todos los pergaminos, y los entierras para que solamente tú sepas dónde están. -Nunca me has dejado leerlos todos. -Tiene cosas difíciles de entender. -¿Como por ejemplo? -Lo que alguna vez le preguntaste al monje Huberto: Qué es la vida, de dónde venimos. -¿Cómo de dónde venimos? Siempre estuve aquí. -De dónde venimos, de manera metafórica. -Hablas raro. ¿Cómo de manera metafórica? -Claro; para qué está el ser humano en este mundo, qué función cumplimos. -Me encogí de hombros. -Supongo que comenzar batallas, apoderarnos de regiones. -¿Y eso te parece bien? -Bueno, me gustaría ser un conquistador. -¿Para qué? -dijo el anciano Edwin-, qué harías con eso, ¿someter gente, hacerlos sufrir? -No, no; supongo que sería un conquistador magnánimo, haría que las regiones tengan todos riquezas. -Es muy difícil tener poder. -¿Porque cuesta? -No, porque corrompe. El verdadero poder corrompe, tienes que ser muy íntegro por dentro. -¿Cómo íntegro? -Claro, Trement, tienes que ser muy fuerte interiormente, con un espíritu donde lo que sobresalga sea el afecto hacia los demás. -¿Y quién tiene afecto por mí aparte de tú? -Trement, mírame. -¡Te miro! -Pero mírame bien. ¿Hace falta que otros te quieran para que tú sientas afecto? ¿No sientes afecto por el ciervo del bosque? -Bueno, no es que me voy a encariñar pero sí, de alguna manera es como que me gustan, y algunos me conocen y me lamen la mano, no se escapan de mí. Por eso yo tengo afecto y ellos tienen afecto por mí. -Y supongamos que hubiera un cervatillo tímido y escapara de ti... -Me daría mucha ira. -¿Por qué? El cervatillo tiene miedo, no te conoce, no sabe si le vas a hacer daño. ¿Y por eso no le tendrías afecto? -Me puse a pensar. -Sí, tienes razón, tienes toda la razón.
Llegó la noche. -Léeme, por favor. -Tengo la vista cansada -le dije. -Entonces cuéntame algo. Imagínate que eres ese conquistador en la montaña. -¡Ah!, eso me encanta. ¿Lo de las tres princesas que me quieren, está bien? -Sí, cuéntame eso. Dime cómo se llaman, con cuál te quedas. -¿No podría quedarme con las tres? -Compórtate, Trement, compórtate. Un conquistador es un caballero, tiene una preferida y a las demás las trata como damas, pero no las elije. -Entonces un caballero es un tonto. -¡je, je! No, Trement, un caballero es alguien ético. -¿Cómo ético, qué es ético? -¡Ay! Tantas cosas que tienes que aprender todavía, tantas cosas... -Me dices palabras... Huberto también me decía a veces palabras que no comprendía y me las explicaba una y otra vez, pero ¡ah! Es tan raro.
Y me puse a contarle que exploraba lugares, que veía un barco por los mares... y se durmió. Me dormí a su lado. Pero a la mañana siguiente yo desperté y el anciano Edwin no. Por alguna razón no lloré. Cogí una pala y detrás del terreno lo enterré. Ahora estaba solo. Al costado de su tumba puse la caja metálica con los pergaminos. Achaté bien la tierra, solamente yo sabía dónde estaba la tumba y donde estaban los pergaminos. No sabría que hacer a partir de ahora, estaba con una furia tan grande... ¡La vida es injusta!
Y caminé por los bosques hasta llegar a una zona montañosa y en esa zona montañosa cometí un gran error que no había cometido nunca en los bosques; estaba tan sumido en mis pensamientos que dejé de prestar atención al entorno, hasta que detrás mío se oyó un rugido tremendo: un oso gigantesco. Era imposible que escapara, era el fin de mis días también. ¿Acaso no era Dios el que decidía? Y bueno, Dios había decidido que yo terminara junto con Edwin, pero en lugar de que me entierren iba a ser comida de la fiera. Y en ese momento escuché, con ese oído tan fino que tenía, ¡fffu!, ¡fffu!, ¡fffu!, tres sonidos, tres flechas que se clavaron en el pecho y en la garganta del oso. Las tres fueron mortíferas, una en la garganta y dos en el corazón y el oso cayó muerto. Miré. Un hombre gigantesco, corpulento, alto, con la cabeza rapada, con espesa barba. Al costado tenía una espada. Se colgó sobre el hombro el arco y con la otra mano tomó un hacha de dos filos. -Tienes una nueva vida, niño -me dijo-, te he salvado de un sufrimiento. Lo miré desafiante. -¿Debo agradecerte? -El hombre se encogió de hombros. -Como quieras. ¿Con quién vives? -Solo. Murió mi padre adoptivo. -¿Qué sabes hacer? -Sé cazar y sé pescar. -¿De verdad? ¿Quieres que de verdad te enseñe a cazar, a pescar? Miré su hacha de dos filos y su espada. -Me gustaría, pero también me gustaría, el día de mañana, saber usar la espada y esa hacha de dos filos. Y también disparar con arco. -¿Nunca te han enseñado? Veo muchos pequeños que ya saben usar la espada de madera, para practicar. -No, sé leer y escribir y me ensañaron buenos modales. -¡Ja, ja, ja! -Rió el hombre-. Mi nombre es Natán y soy un guerrero. ¿Cómo te llamas? -Trement, y soy huérfano. -¿De verdad quieres que te enseñe? -Me encogí de hombros. -No tengo como pagarte. -Me pagas con tú compañía -me dijo el gigantesco guerrero Natán. Caminamos juntos por las montañas. Pasaron los días y me fue enseñando cosas. Y aprendí tanto... Ya lo comentaré. Tanto...
Sesión 10/09/2019 Seguía aprendiendo de un maestro guerrero que le iniciaba en el arte de la guerra. Aprendía bien pero se confiaba. El maestro le enseñaba también a reflexionar.
Entidad: Cuando uno relata una vivencia, al escucharla parece sencilla una vez ya vivida, pero los recuerdos, las cicatrices internas que van quedando, los dolores afectan de una manera tremenda.
Mi nombre es Trement. Había perdido a quien fuera mi padre de crianza, había perdido a quien fuera mi instructor, pero la vida me dio la posibilidad de conocer un maestro en el arte de la guerra, un guerrero en todo el sentido de la palabra, llamado Natan. Me enseñó el arte de la espada, a pelear con el hacha de doble filo, a usar el arco con distintos tipos de flechas y, obviamente, la lucha cuerpo a cuerpo.
Es cierto que al comienzo era reacio, porque me decía: -Cuando te enfrentas a un enemigo no sirve la piedad porque no la van a tener contigo, y el delgado filo entre la vida y la muerte estriba en no tener compasión en la batalla.
Me preguntaréis "¿Practicabais por la mañana?". No, practicábamos todo el día, Porque no era solamente el enseñarme a usar las armas, a camuflarme en los bosques, a esconderme en la nieve, a cubrirme de arena ardiente en el desierto para que no me vean los enemigos, día tras día, semana tras semana, permanentemente. Cada día una prueba distinta de supervivencia. -Allí tienes un venado. Cázalo. -¿Pero cómo? Apenas estoy aprendiendo con el arco y flechas. -Es tu problema, no es el mío. Cázalo. -Os burlareis de mi pudor pero al comienzo sentía pena por el venado porque tenía que disparar dos o tres flechas para matarlo, y me dolía en el alma. Natan me miraba a los ojos. -Pequeño Trement, ¿qué va a pasar cuando le dispares a un hombre?, ¿qué va a pasar cuando tengas un enemigo enfrente tuyo y tengas que partirle la frente con una hacha? -Me costaba horrores asumir que era cuestión de vida o muerte, me costaba horrores entender que la vida era mucho más dura de lo que yo pensaba.
Me enseñó a trabajar la madera, construimos una pequeña barca. Navegábamos por distintos ríos, incluso rápidos que podían despedazar la barca y nuestro cuerpo contra las rocas, pero podíamos. Y pasó el tiempo, pero seguíamos entrenando. Recuerdo que una vez le pregunté: -Natan, ¿cuándo estaré listo? -Me miró a los ojos y me dijo: -Nunca. -Entonces tú ves que soy un fracaso. -Todo lo contrario; la vida eterna es un aprendizaje, un aprendizaje total y absoluto.
Recuerdo que cuando nos conocimos lo veía como un gigante, alto, corpulento, gigantesco, pero yo también iba creciendo, adquiriendo musculatura, agilidad. Todas las mañanas combatíamos amistosamente, y ansiosamente le preguntaba: -¿Por qué no eres más rudo conmigo? -¡Je! Porque aún no estás preparado, Trement, te vencería fácilmente.
Dicen que el orgullo es algo negativo, que viene del ego, que había que tragarse el orgullo. Pero a mí me era útil porque me hacía esmerarme más y más y cada vez más. Me sentía como que tenía una nueva vida dejando atrás el pasado. Recuerdo que en una de las expediciones de caza cazamos un jabalí grande, pero a doscientos pasos escuchamos murmullos. Natan me hizo señal de silencio, nos camuflamos detrás de los árboles. Un grupo de cinco hombres se acercaba, no eran vulgares campesinos, eran cazadores y guerreros como nosotros, porque tres de ellos nos vieron de inmediato. -¡Vaya, mirad! Nos han hecho un favor, han cazado este enorme cerdo para nosotros. -Ya nos habían visto. Natan se dio a conocer. -No tenemos problema en compartirlo con vosotros en paz. El que parecía que llevaba el mando dijo: -¿Y por qué habríais que compartirlo con nosotros si podemos quedarnos con el cerdo? -Todos estaban en posición amenazante.
Natan me miró y yo lo miré. Era mi bautismo de sangre, pero eran cinco y nosotros dos. Me tranquilizó la sonrisa irónica casi sarcástica de Natan diciéndome "Esto es lo que querías. Consciente o inconscientemente, esto es lo que querías". Su hacha estaba en la mano, al igual que mi espada en la mía. -No te precipites -me dijo Natan-, espera, déjalos a ellos. -Y avanzaron-. Sólo mantén la mente fría y prohíbete todo tipo de emoción. Si llegan a herirte no te ofusques, tienes que estar más alerta todavía; si te ofuscas mueres.
Y combatimos contra los cinco. Por supuesto que tuve dos heridas, una en el estómago, otra en el muslo izquierdo. Natan en el brazo izquierdo, pero vencimos a los cinco. En ese momento me sentí como el hombre más poderoso y se lo dije a Natan. -Eres un crío todavía. -¿Por qué?, he luchado bien. -No hemos luchado bien, te han herido en dos lados y a mí en el brazo izquierdo. -¡Pero Natan, eran cinco! -No importa, cada día hay que perfeccionarse más. Y no tomes esto como un triunfo. ¿Pero te has dado cuenta de una cosa? -No. ¿De qué? -¿Te acuerdas cuando mataste al venado?, no pudiste con una flecha. Le disparaste otra, no lo mataste, le tuviste que disparar una tercera y estabas casi al borde de las lágrimas. Y ahora has matado a dos hombres, yo he matado tres y no tienes ni un ápice de compasión. Al contrario, estás totalmente excitado, como si quisieras más y más. -¿Y eso está mal? -Sí, porque no tienes la mente fría. -¡Me dijiste que estuviera libre de emoción, no me ofusqué! -La mente fría significa libre de emoción para ofuscarte y también para creerte triunfalista, porque el día de mañana uno sólo, no cinco, puede partirte en mil pedazos, uno sólo. Aprendes cada día. Fíjate si tienen dinero en las alforjas que cargaron sobre sus hombros, y si tienen una espada mejor que la tuya quédatela, otra cosa no vamos a poder cargar. -¿Los enterramos? -pregunté. -No, las bestias darán cuenta de ellos, déjalos.
Tenían tres cantimploras con agua y algo de dinero. Hicimos un pequeño fuego y cocinamos parte del cerdo, comimos. -Es hora de dormir un rato. -No -dijo Natan-, aquí no, dentro de poco va a oler a podrido, van a venir bestias, van a venir buitres. Debemos alejarnos, ir para el lado de las montañas. Nunca te quedes en un lugar que hay cadáveres. -Otro aprendizaje más de Natan.
Al día siguiente, por la mañana, apenas me podía mover del dolor de las heridas. Había una especie de hongo que tenía como una savia, que me pasó por la herida luego de coserme con una planta. -¿Se me pasará mañana? -No, ni mañana ni pasado ni en la semana, te dolerá por lo menos diez días. -¿Cuál de las dos heridas? -Ambas. -Apenas podía caminar, de noche me subía la fiebre-. No te preocupes, la savia que te puse te evitará una infección. Si hubiéramos estado en un poblado hubiéramos ido al herrero y te quemaba la herida con hierro candente, pero aquí no, no hay cómo.
Esos días fueron una pesadilla, una pesadilla tremenda, apenas podía conmigo mismo, con mi vida, En mi vida había sentido tanto tanto tanto dolor. La herida del brazo de Natan también era importante, pero no lo escuché quejarse ni una sola vez. Le pregunté: -¿No te duele? -Por supuesto que sí, si supiera que quejarme me aliviaba viviría quejándome, pero no me alivia un ápice, así que no voy a gastar energías. -Trataré de concentrar mi mente en otra cosa.
Obviamente habíamos guardado carne seca porque yo no estaba en condiciones de cazar ni un pequeño mamífero. Pasaron más de quince días hasta que medianamente podía caminar y desplazarme bien, fueron más de los diez días que dijo Natan. -¡Vaya aprendizaje! -Acuérdate, Trement, la emoción es negativa en todos los aspectos, en la batalla no debes ofuscarte, ni el más mínimo enojo, la mente fría. -¿Y si vences? -Nada de hurras, eso también es negativo porque te hace ser un creído. Y no hay enemigo chico, no debes despreciar ni siquiera al más pequeño de los enemigos, que puede darte la mayor de las sorpresas. Aprende eso y podrás tener una larga vida. -¿De lo contrario? -Todo lo que yo pueda enseñarte no te servirá para nada, no basta con la agilidad, con la destreza con las armas, tiene que ver también con tus reflejos, tu rapidez mental. Todo ello.
Y seguimos practicando meses y meses, un año entero practicando. Yo era otra persona, grande, robusto, obviamente no tenía la altura de Natan, no iba a ser tan alto como él ni tan corpulento como él, pero me sentía fuerte, muy fuerte. Tuvimos nuevos encuentros con asaltantes de caminos pero ya mi forma de actuar era otra, mi vida era otra. Pero si pensaba que mis penurias se habían terminado, estáis equivocados, mis penurias recién empezaban. ¡Vaya que sí, vaya que sí!
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