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Psicoauditación - Cimmer - Ra-El-Dan

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

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Sesión 01/10/2019


Sesión 01/10/2019
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Raeldan

En el mundo Cimmer corría el medievo. La entidad relata una anécdota en que un religioso le reconoció como hijo de un dios.

Sesión en MP3 (1.979 KB)

 

Entidad: El mundo Cimmer, un mundo osco, brusco, lleno de magia, de misterio, de aventuras que para vosotros podrán sonar exóticas, para nosotros era el común denominador de cada día.

 

Aparecí entre la sombra de los árboles, estaban torturando al religioso.

Me encogí de hombros y dije:

-¡Hey, vosotros! Ese caballo es mío. -Los hombres me miraron. Detrás de ellos el religioso estaba inmovilizado entre las cuerdas que lo sujetaban. El religioso miró a mi persona. Vi a un hombre alto, de hombros anchos cubierto por un manto de cuero negro.

Pregunté:

-¿Dónde habéis dejado mi caballo? -Uno de los hombres dijo:

-¡Ja, ja! Un caballo no es más de quien lo monta.

-Traedme el caballo. -Los hombres se acercaron, eran cinco y me atacaron con sus espadas. Alcé el brazo derecho, desgarré el pecho del más cercano, otro le perforé el vientre a un fornido guerrero, al tercero le corté el cuello. El cuarto, de rodillas, se tocaba el estómago de donde manaba sangre.

Al quinto le dije:

¿Mi caballo? -El hombre corrió entre los árboles y trajo al equino de las riendas. Intentó alejarse, pero-: No, no te vas. -El hombre volvió con la espada en mano... él solo se incrustó mi espada en su pecho.

Me sacudí el polvo.

-¡Aaah! Un poco de ejercicio no viene mal. -Vi que estaba todo bien-. Estaría bueno llevarme los otros caballos. ¿Por qué no?

-Por favor, espere, desáteme, no me deje aquí.

Me di vuelta, miré al religioso.

-¿Por qué te liberaría?

-Porque moriré.

-¡Ja! A mí me tiene sin cuidado. Quiero una razón.

 

Miré mi alforja, estaba todo intacto. Monté y... ¡Será posible!, desmonté nuevamente, eché un par de maldiciones y liberé al hombre, que cayó entre mis brazos. Le miré la cara, y le habían golpeado muy fuerte, tenía cortes en el pecho, su túnica manchada de sangre. Saqué una cantimplora, le di de beber. Tenía otra cantimplora con un licor muy muy fuerte que se lo vertí en las heridas. El religioso se retorció de ardor, pero no emitió ningún sonido.

-Quédate quieto.

 

Saqué aguja e hilo de una pequeña alforja y suturé limpiamente las heridas. Encendí el fuego -por suerte el hombre se desmayó-. Lo pude curar, no sé si evitaría la infección.

Nunca fui de tener buen corazón, siempre fui indiferente a todo, tal vez por crianza... ¡Tengo tantas cosas para contar, tantas cosas para contar! Pero por alguna razón auxilié al religioso. Encendí una fogata, me calenté un poco de carne que tenía en la alforja y comí.

A la mañana el hombre se despertó, las heridas le dolían horrores, cosa que yo ya sabía. Solamente tenía puesto un manto.

-¿Qué pasó con mi ropa?

-¡Je! Tú ropa estaba toda desgarrada y manchada, la quemé.

-¡No!, eran ropas sagradas.

-Déjate de tonterías. He dejado tu cuerpo como nuevo y me he gastado todo el hilo de sutura, así que me la debes, me la debes.

El hombre me preguntó:

-¿No tienes piedad por mí?

-¡Piedad! Te he salvado la vida de estos cinco tipos, te he curado, te he cosido las heridas. En toda la región queman, cuelgan, descuartizan, violan... ¿De qué me hablas?

-Te agradezco, de todas maneras -dijo el religioso-, por venir a salvarme.

-¡Je, je! Yo no vine a salvarte, te ha salvado que tenía el caballo aquí.

-¿Y un caballo vale más que yo?

-¿Honestamente?, sí. Por lo menos para mí. Mi caballo me lleva a todos lados. Tú no entiendo todavía qué papel cumples aquí.

-Soy sacerdote.

-¡Oh, inútiles! ¿Para qué sirven?, para orarle a un dios. Le oras a un dios que permitía que te descuartizaran, prácticamente.

-Eres un blasfemo.

-¿Yo blasfemo? Yo soy realista, ¡je, je, je! ¡Ay, ay, ay, ay! Bueno. ¿Puedes caminar? -pregunté. Asintió con la cabeza-. En este caso ya no tienes más peligro, me voy. Te dejo un caballo, el resto me los llevo, los venderé en el poblado. Te llevaría conmigo pero serías un lastre.

-Además te pondría en peligro -dijo el sacerdote.

-¡Qué considerado, qué considerado!, ¿en peligro a mí? Tú no sabes quién soy, ¡je, je, je! ¡Ay, ay, ay, ay! ¿Sabes cuál es mi nombre? No sabes. ¿Sabes cómo se llama este mundo?

-Sí, por supuesto -dijo el hombre-, el mundo se llama Cimmer.

-¿Sabes de dónde vengo?, de unas islas del norte donde hacen rituales de iniciación. Mi nombre es muy conocido en el norte, tengo el mismo que el mundo.

-Espera, espera, espera, no, no, no..., tú vienes de la región del norte, una región pagana, están en contra de todas las creencias, hablan de dioses y todo eso. Hay un solo dios.

-¡Je, je, ay, por favor! ¿Qué sabes de dioses?

-¡Tú no existes!

-No entiendo esa pregunta, ¿te estás burlando de mí? -pregunté.

-Dices que te llamas igual que el mundo, ¿te llamas Cimmer?

-Sí, por supuesto, ¿por qué?

-Dicen que con la octava luna, cuando está roja de sangre, nacía una criatura hija de un Dios y de una mujer.

Me encogí de hombros.

-Mira, a mi padre nunca lo conocí. Es cierto que nunca tuve una enfermedad, ni siquiera un pequeño resfrío, y te digo que en el norte está todo helado. Me he bañado en un lago helado, no me he enfermado.

-Pero no existes, eso es una leyenda, dicen que eres hijo de un dios.

-Disculpa, ¿de verdad has escuchado hablar de mí?

-En toda esta región dicen que hay un gigante en el norte, de cabello oscuro con una espada inmensa como la tuya, que su madre era terrenal y su padre era un dios, y por eso te pusieron el nombre del mundo.

Me encogí de hombros.

-He pasado por tantas cosas, tantos desafíos... Así que te dejo.

-No, no, no, iré contigo.

-Me estás poniendo impaciente, hombre. Dices que si vienes conmigo traerás peligro. ¿Te persiguen?, ¿quién te persigue?

-La Orden Roja.

-Escuché hablar de la Orden Roja, una orden también de hijos de dioses y de demonios, de demonios encarnados que beben sangre. ¿Y por qué te persiguen?

-Porque tengo un talismán verde. El talismán verde es lo único que anula los efectos de esa magia, de esa magia roja de esos hombres demonios.

-No creo en talismanes, creo en esto. -Y me toqué mi espada.

-Hay más de lo que tú piensas, estos demonios se han unido con conquistadores de la zona de la estepa.

-¡Ay, ay, ay, ay! Creo que hay mucha imaginación en tu parte. -Por primera vez el sacerdote rio.

-¡Je, je! ¿Tú me hablas de imaginación?, ¿tú?, ¿cuya leyenda dice que eres hijo de un dios?

-Mira, el dios tuvo que haber encarnado, porque a mi madre no la engendran desde las alturas. Esas son tonterías para creyentes ingenuos, no para mí. ¿Así que entonces vienes conmigo?

-Iré contigo, Cimmer.

-Bien. Si eres un lastre te dejo a la buena de tu dios.