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Psicoauditación - Rafael T.

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

Sesión 18/06/2020


Sesión 18/06/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Rafael T.

Encarnar en un lugar conlleva aprender la vida de determinada forma. Pero a veces, uno, de acuerdo con su interior, puede cambiar lo conocido por algo más de acuerdo consigo mismo. La entidad recuerda una vida en Umbro.

 

 

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Entidad: Mi anhelo, como thetán, es que en cada encarnación pueda seguir creciendo. Pero claro, sabemos cómo es el plano físico, sabemos que es un pozo gravitatorio, sabemos que hay infinidad de circunstancias que frenan nuestros propósitos. Además, al no tener memoria reencarnativa pensamos que lo que nos toca vivir es porque sí, no porque es algo que hemos elegido desde el plano suprafísico. ¡Je! De todas manera, ¡qué ironía!, conceptúo con otros seres suprafísicos y casi ninguno lleva a cabo lo que ha planificado antes de encarnar por infinidad de circunstancias: Primero porque tenemos el velo del olvido, como le llamáis vosotros en el plano físico. Segundo, porque nuestros mayores, quienes desencarnaron antes, a veces nos imponen qué hacer, que proyectos tener.

 

Recuerdo cuando encarné en Umbro, mi nombre era Dylan con 'y' griega.

Habían encarnado en el norte, en una tribu inmensa de guerreros. Frío que sería bajo cero, en grados centígrados. Pero para mí cuando, era pequeño, era lo normal la brutalidad, los gestos, era en lo que me había criado, un ambiente donde se saqueaba a otras tribus, ultrajaban a las mujeres de otras tribus o las traían como esclavas, y a los niños y a los ancianos depende del ánimo de cada día, se los dejaba para que murieran de hambre o se los mataba. Y era lo que uno conocía. Es muy apresurado decir "Los del norte son gente bruta, mala. Los de la zona ecuatorial son buenos". Te crías en una zona donde la batalla está a la orden del día, y cuando hay días de paz o de tregua lo tomas como algo extraño. ¡Que feo hablar así! Pero hay cosas peores. En la misma tribu había varios clanes que se respetaban, pero se traicionaban.

 

De adolescente sabía manejar bien la espada, la espada curva, la que conocéis como cimitarra, la espada recta, el tiro con arco y flecha, el mangual.

De pequeño me escapaba a los bosques, bosques de coníferas y nieve. Me olfateaban los gigantescos puersarios, gigantescos cerdos con cuernos, pero... Hasta los enormes osos les tenían miedo a los puersarios.

Pero inconscientemente, de pequeño apenas había aprendido a caminar, los veía como algo normal, no les tenía miedo, y los puersarios olfateaban y no detectaban en mí el miedo. Pero que paradoja; a su vez los de los clanes cazaban a los puersarios. Y me vestía con esa ropa gruesa de la piel de esos gigantescos cerdos.

 

De adolescente sobresalía, era alto pero a su vez corpulento. Había guerreros esbeltos que me decían "No eres ágil porque no eres esbelto, eres más bien obeso". Yo no era obeso, era una masa de músculos.

A veces el jefe de la tribu el que mandaba todos los clanes me miraba con recelo, pero a mí no me interesaba ser jefe de nada, era muy muy independiente.

 

Y recuerdo que siendo adolescente, en una guerra de clanes, mataron a mis padres y a mis dos hermanos más grandes.

Recuerdo que cogí un mangual me fui al clan responsable y a los jefes principales los vencí en batalla, a los cuatro jefes. El que mandaba la tribu no dijo nada, al contrario, fue una pelea desigual, cuatro contra uno y los vencí. Por supuesto que quedé con algunas heridas, pero heridas menores.

Y después tuve una pareja, justamente de uno de esos clanes, que me admiraba por mi fortaleza, por mi manera de pelear. Y estuvimos juntos un tiempo hasta que ¡je, je!, hasta que empezó a reclamarme: "En el bosque hay muchas coníferas, podríamos construir una buena casa". Mucha gente de los clanes vivían en toldos, otros en casas de barro y paja. Pero no quería establecerme.

 

Era una mujer muy atractiva. El que comandaba la tribu la miró, y a veces le hablaba. Y un día la que era mi pareja me traicionó. ¿Si lo desafié al jefe? No, no, no, no; sé que lo hubiera vencido, y estoy convencido de que me hubieran nombrado el líder de todos los clanes, pero no era algo que me interesara, era muy independiente y quería explorar lugares.

Y ahí fue como que algo dentro mío me hizo un clic, como que algo dentro mío reaccionó. Y pensé "¿Qué es la vida? Una sucesión de acontecimientos, de batallas, de saqueos... ¿Y para qué?".

 

Nunca participé, aparte era pequeño y luego adolescente, ¿y para qué saquear a otros?, teníamos lo necesario, lo hacían de bárbaros. Y si bien al comienzo dije que uno se acostumbra a la crianza, al lugar donde está, ese clic que me hizo la mente me empujó a reparar en lo que era mi vida, monótona, vacía. Los veía satisfacer sus necesidades a los hombres, a las mujeres. No eran mejores que ellos, eran iguales. Es más; a las mujeres de otras tribus que las traían de prisioneras las trataban peor que los mismos hombres. Algunas por celos "Mira, Erik se acuesta con la esclava y a mí me deja así". ¡Cuántas esclavas amanecían acuchilladas! ¡Ah! Y nadie sabía por qué ni por quién. Me sentía asqueado y me marché.

 

Cuando era muy muy pequeño, como fije antes, a diario me refugiaba en los bosques de coníferas y me juntaba con los gigantescos puersarios, y ya de adolescente, había una pequeña cría que cuando creció pesaba más de quinientos de vuestros quilos, y se dejaba montar.

Algunos de los clanes me vieron y pensaban que yo era un brujo que había hechizado a las bestias para montarlas. Todos usaban equinos, los conocidos hoyumans del norte, bien peludos. Yo no; montaba la bestia, la bestia porsario, y nadie se atrevía a acercarse. Y me dediqué a recorrer todo el norte.

 

Recuerdo que llegué a una fortaleza, y me parecía raro porque en el norte generalmente los clanes eran pequeños, reducidos. Salvo en mi tribu, en mi tribu natal, donde se habían juntado varios clanes, pero no armaban fortalezas.

Sabía que sí más tirando para la zona ecuatorial donde ya no era tanto el frío había fortalezas, castillos hasta palacios, pero no en las montañas del norte.

 

Y llegué con el porsario, me abrieron los portones. Los soldados, armados, vestían con ropaje desconocido, ropaje más liviano. Me preguntaron de dónde era. Me costaba entenderlos, hablaban mi idioma pero algunas palabras eran distintas. Pero me hice entender, les dije que venía pasando el bosque de coníferas, que prácticamente era un vagabundo solitario y que era alguien que viajaba, que no se quedaba en un lugar.

Eran muy atentos, más civilizados, comían todos sobre la mesa con ademanes más delicados, luego se limpiaban los dedos en una especie de cacerola, se limpiaban la grasa. Y aprendí a comer como ellos, no a lo bestia de llevarme todo a la boca y tragar. Porque eso era un instinto, lo que hacían en mi tribu natal era un instinto, no sólo lo veo en los animales grandes sino en los pequeños roedores, que conviven varios y de repente tú le tiras un pequeño alimento y lo coge uno y se lo lleva a un rincón y lo traga lo más rápido que puede para que el otro no se lo quite. Lo veía hasta en los perros, en los mismos puersarios. Y la gente de mi tribu natal hacía eso, comían a lo bestia, rápidamente. Aunque hubiera comida para varios días se llevaban rápido todo a la boca, y apenes masticaban, y a veces vomitaban.

 

Esta gente era distinta. Había uno que comandaba, que le decían rey.

Le digo:

-¿Qué significa?

-El rey es el que manda, y cobra impuestos.

-No entiendo.

-Claro, para estar adentro de la fortaleza protegidos del saqueo de otras tribus, se paga un impuesto.

-Entiendo. Como una protección.

-Algo así.

Yo tenía metales. Les dije:

-No tengo problema en entregar metales, pero luego me marcharé porque se me van a acabar.

-Pero puedes trabajar.

-No entiendo...

-Claro, trabajas en algo y te dan metales.

 

En mi poblado, donde había nacido, no pasaba eso, no existía lo que aquí llamaban trabajo. Uno cazaba, podía compartir la comida de lo que cazaba en tanto y en cuanto el otro le diera en recompensa algún madero para su casa o alguna esclava. Hasta que fui comprendiendo lo que era el trabajo. Verdaderamente eran más civilizados que los de mi tribu natal.

 

Pero me di cuenta que yo no sabía hacer nada, y me quedé un tiempo, y aprendí herrería. Las espadas que tenían ellos eran de metal mucho más duro que las nuestras.

-Mira -me dijo uno de los soldados, muy amistosamente-, pon tu espada curva, tenla fuerte con tu mano. -Y con su espada la partió en dos.

-¿Para qué tenéis armas? -le pregunté.

-¿Nunca habéis peleado? Las armas son necesarias -me dijo el soldado-, a veces salimos de la fortaleza también a cazar animales o a recoger frutos para la feria feudal. -Me resultaba simpática la feria feudal, había puestos donde vendían carne, frutos, verdura.

-¿Quién abastece todo esto?

-Los mayoristas, los que salen a cazar.

-Pero entonces puedo trabajar de eso.

-Pero ya tenemos muchos.

 

Por eso aprendí carpintería, aprendí herrería, aprendí a templar las espadas para que queden completamente duras. Los primeros días trabajando con el herrero en lugar de pagarme con metales me pagó con una muy buena espada, me sentí orgulloso.

Al porsario lo tenía encerrado en un lugar para que no lastime a nadie y le llevaba de comer dos veces por día. Cuando le gruñía a alguien le decía: "¡No!, ¡no!", levantándole la mano. Y entendía. No se dejaba tocar por otro que no fuera yo, pero a veces le acercaban comida y ya no los gruñía.

 

Me quedé ahí bastante tiempo, pero no era mi intención. Aprendí sus costumbres, a comer de manera más moderada. Me hice amigo de muchos soldados, les conté que había tenido una pareja que me traicionó con el jefe de la tribu, les conté que mataron a mis padres, a mis dos hermanos.

Muchas de las jóvenes se interesaban en mí pero yo no quería formar pareja.

Algunas me decían:

-¿Quién habla de formar pareja? -Y no entendía.

Le comenté a dos de los soldados amigos, tal y cual.

Me dijeron que querían estar conmigo pero sin formar pareja. Y se rieron.

Les pregunté si se estaban burlando de mí.

-No, Dylan, no, para nada. Hay muchas jóvenes que vinieron de otras tribus como esclavas y a veces yacen con un varón para satisfacer sus instintos, pero no están con uno, mañana pueden estar con otro y pasado con un tercero.

 

Y me di cuenta de que por un lado eran educados para comer... Es más; en el tiempo que estuve ahí aprendí a leer y a escribir, lo que nunca había aprendido en años en mi tribu, pero por otro lado veía a sus mujeres, las que habían capturado de otros lugares, como más desenvueltas. Yo no era ningún ingenuo aproveché las oportunidades que me dieron. Pero era ingenuo en ese sentido. A veces me encariñaba con una de las jóvenes y al día siguiente la veía tomando una bebida espumante con un soldado.

Una vez me molesté y otro soldado me tomó del brazo y me dijo:

-No, Dylan, acuérdate lo que hablamos, no son jóvenes para una persona.

-Pero aquí podría encontrar una pareja estable.

-No.

-¿Por qué no?

-Porque generalmente buscan los que viven adentro del palacio, los que llaman nobles.

-¿Qué significa?

-Son gente distinta, que tiene mucho más dinero, mucho más metales, comen otro tipo de comida, aves con legumbres... Y a ti no te van a mirar, te van a considerar un bárbaro del norte.

 

Y me di cuenta también de eso, de que había clases, lo cual no había en mi tribu. Y me di cuenta de que había lo mismo de ficticio o peor: reinaba la hipocresía dentro de la finura que tenían para comer y para enjuagarse las manos en una cacerola para que no les quede grasa. Eran más pulcros para hablar pero a su vez más hipócritas. Por supuesto que me caían bien porque no saqueaban, no eran brutos, no traicionaban, pero a los de las clases más bajas los miraban con una especie de desprecio a los otros. A mí no me pasó. Me crucé con varios de esos nobles, pero bajaban la vista, quizá porque les llevaba media cabeza de estatura y mucho más corpulento.

 

En la alforja tenía un segundo cambio de ropas, ropas bien lanudas de piel de porsario.

Me dijeron:

-Si bajas de las montañas, si vas para el sur tendrás que usar ropa más fina, ropa de cuero. Existen pueblos con almacenes donde venden ropa y donde venden otro tipo de botas, no tan gruesas como las tuyas, más cómodas.

 

Me quedé un tiempo más y dentro de poco me marcharía. Pero en ese tiempo entendí que el ser humano ya sea de la tribu natal mía como el de esta gente delicada, en unos reinaba la brutalidad, en otros la hipocresía, otros te segregaban, otros miraban con aires de superioridad y eran unos pobres, unos pobres infelices.

Pero me sirvió, me sirvió porque de a poco iba comprendiendo a la gente, y seguramente encontraría en el futuro otras razas, otras gentes, otras costumbres. Pero en ese momento era pesimista, pensaba que donde el hombre es hombre -ya sea en palacios, en campos, en poblados rurales-, costaba confiar en alguien. Los mismos soldados, tan amables, hoy hablaban bien de ti y al día siguiente te criticaban. Y eso me dolía.

 

He luchado, me han lastimado la pierna, me han lastimado el brazo, incluso el pecho cuando vencí a los cuatro principales del clan que habían matado a mi familia, claro que me dolía, y tardó en cicatrizar mis heridas. Pero este dolor, este otro dolor..., ¡ja, ja, ja!, ese no sabía cómo sacarlo todavía.