Sesión 08/01/2016
Sesión 16/02/2016
Sesión 31/03/2016
Sesión 08/01/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Ricardo A.
No conoció padre y madre, vagó por pueblos de Umbro en su búsqueda pero primero debía encontrarse a él mismo. Era, se sentía distinto.
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Entidad: Nací en una tierra bastante hostil, mi infancia prácticamente no la recuerdo. Mi madre murió cuando yo era muy pequeño así que quedé huérfano en la aldea.
De pequeño era dócil. Las distintas familias me daban de comer, tenían afecto por mí, les hacía recados. Incluso cuando yo tenía doce de vuestros años montaba en un hoyuman y me iba hasta un poblado cercano a buscar víveres, mantas y distintas cosas.
Estaba acostumbrado a las costumbres de la aldea, la gente no se acercaba porque pensaba que todos portábamos una peste que hacía caer la piel a pedazos. Seguramente alguna vez, hace muchísimo tiempo, hubo una peste que habrá acabado en un 80% de la población de la aldea. Los sobrevivientes, para protegerse de las agresiones externas, diseminaron el rumor de que la peste continuaba. La aldea se ganó el mote de "los apartados". No hacía falta vigilancia a pesar de que había ancianos que vigilaban los caminos, porque era difícil que un viajero se acercara por miedo a contagiarse.
Siempre me gustó montar en hoyuman, me gustó mucho practicar con la espada a pesar que en la aldea no les gustaban esa tipo de prácticas, tal vez había salido a mi madre. Uno de los ancianos me contó que había sido una amazona. Siempre ocultó quien había sido mi padre.
Con los ancianos había aprendido a leer y a escribir y a mis dieciséis años encontré una vieja carta de mi madre donde me decía que una noche, en una posada, se había encontrado con un hombre muy torturado mentalmente, pues había intervenido en una feroz batalla para salvar a una aldea en la zona ecuatoriana. Con su ayuda, la gente del lugar acabó con la horda de maleantes.
El hombre se sentía compungido por las muertes pero era una elección acabar con la hueste invasora o permitir que el poblado sea sacrificado, las mujeres violadas.
Mi madre, comentó en la carta, que con ese hombre conversaron mucho tiempo, finalmente llegaron a intimar. Pero mi madre era amante de la libertad, cuando se enteró que estaba embarazada de mí, se lo ocultó al hombre y escapó hacia el sur. Esquivó el paso de las amazonas, pues la consideraban proscrita, fue más para el lado del océano y llego a la zona de los apartados donde la acogieron. Allí nací yo Karas, cabello rubio un poco largo, ojos claros. Los jóvenes me respetaban, pues muchas veces me dijeron:
-Con ese cabello largo, rubio y los ojos claros pareces una niña.
No hizo falta usar ninguna espada, con mis puños dominaba a todos los jóvenes de la aldea. Pero era magnánimo, todos eran amigos míos, me respetaban pero me querían, igual yo a ellos. Hacía bromas sin ofenderlos, sin molestarlos, era prácticamente el líder de los jóvenes. Los ancianos quizás estaban un poco molestos porque veían que yo alteraba el orden, ellos no buscaban líderes no querían que nadie sobresaliese. En realidad yo no buscaba sobresalir, si bien era amigo de todos y ellos me retribuían el afecto, jóvenes, mujeres, hombres, ancianos.
El hecho de no haber conocido a mi padre, el hecho de que mi madre ya no estuviese, la carta quedó inconclusa. El anciano mayor me dijo que ella salió en una excursión al poblado y en un cruce de caminos se encontró con dos amazonas que la reconocieron después de tanto tiempo, le dijeron que tenía que regresar con ellas. Lucharon, hirió a una, la otra la atacó por la espalda, la dejaron tirada en el camino, se llevaron su montura. El anciano reconstruyó la historia al ver las huellas de las mujeres, de las cabalgaduras y la posición en boca abajo con la herida en la espada, cómo había quedado el cuerpo de mi madre.
Durante mucho tiempo me sentí molesto con ella por haberme negado a mi padre y haberle ocultado que tenía un hijo.
A mis veinte años dejé la aldea, necesitaba más espacio, como que allí adentro me faltaba el aire a pesar de que vivíamos en medio de un bosque y me marché, prometiendo volver aunque sea de visita.
No puedo decir que no tenía un lugar de pertenencia, la aldea había sido mi lugar de pertenencia pero me faltaba una familia real. Prácticamente me crié sin madre, a padre no lo conocí, es como que me faltaba ese afecto fraternal, paternal, maternal. Aunque tampoco podía quejarme porque mis amigos eran como mis hermanos.
Quizá todavía no pude superar esa sensación de soledad, de sentirme distinto y no sabía por qué. Mi primera prueba la tuve dos jornadas después yendo al paso con mi hoyuman. Se me aparecieron dos asaltantes, jamás había usado mi espada en un combate de verdad. Al ver su forma de montar, de portar la espada vi que no eran asaltantes comunes, parecían diestros en el uso del arma. Desmontaron y desmonté, a la vez saqué mi espada, solamente les dije:
-Anhelo continuar mi camino en paz, sin tener que mataros.
Ambos largaron una carcajada:
-El mozalbete se cree listo.
Me atacaron los dos a la vez. La sorpresa fue que algo en mi interior sabía con anticipación sus movimientos. Paré ambos golpes, los lastimé a los. Les dije:
-Ya está.
Se enfurecieron más al ver su sangre, siguieron atacándome. Frené sus golpes con anticipación, los seguí lastimando pero no paraban y los seguí lastimando.
Quedaron en el piso, en la tierra. Su vida se les escapó de a poco. No me sentí culpable. Busqué en sus alforjas, vi que tenían bastantes monedas plateadas y cobreadas. Obviamente las puse en mi alforja y continué el viaje hasta el pueblo cercano. Mi mente era todo ebullición, no entendía como podía haber, si se permite la palabra, "adivinado" los golpes que iban a lanzar, los movimientos que iba a hacer. Tal vez era instinto.
Llegué al poblado donde siempre había comprado víveres para la aldea. Compré en los almacenes algunas cosas que me faltaban, cambié la montura de mi hoyuman por una de cuero, me compré unas botas que me gustaban y ropa no llamativa. Comí algo en la posada, tomé una bebida espumante liviana y continué el viaje.
Recién al anochecer llegué a otro poblado, dejé mi cabalgadura, le di unas monedas el encargado de la cuadra para que alimente y cepille a mi hoyuman.
Cené y alquilé un cuarto, tenía bastantes, bastantes metales para sobrevivir muchísimos amaneceres. De todas maneras esa no era la idea, no era vagar y vagar, tampoco sabía que buscaba. Por la noche medité, me costaba dormir, quizá lo que buscaba era encontrarte a mí mismo, averiguar quién era Karas, el joven de cabello rubio un poco largo y los ojos claros, por qué esa angustia, qué me pasaba. ¿Si me acordaba del rostro de madre? No, honestamente no. Quizá mi anhelo era encontrar a mi padre, ¿pero cómo?, era imposible, no sabía quién era pero no cesaría en el empeño.
Hay un refrán vuestro que dice "Es como buscar una aguja en un pajar", pero no es así porque el pajar es limitado y tarde o temprano encuentras la aguja. Pero si no sabes quién es tu padre no vas a saber por donde empezar esa búsqueda. Pero antes de encontrarlo a él debía encontrarme a mí mismo, que creo que es lo más difícil, encontrarse a uno mismo.
Gracias.
Sesión 16/02/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Ricardo A.
En su camino, en un pueblo encontró a un joven con quien trabó amistad. Pero el joven tenía ciertos temores a la hora de empuñar una espada. Quería ayudarlo a descubrirlos y también los suyos.
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Entidad: A veces te cuesta encontrar tu destino cuando tienes dones que tú mismo desconoces, cuando ignoras quien fue tu padre, cuando ignoras tu ascendencia, cuando te sientes distinto, cuando sientes que hay algo en ti que te hace diferente. No es que me sintiera incómodo con mi capacidad de presentir el pensamiento de los demás sino que buscaba el por qué, y quizás ese por qué estaría en quién sería mi padre, si había heredado ese don.
Llegué a las afueras de un pequeño poblado, vi a un hombre joven labrando un pequeño campo. Le pregunté si a cambio de unos metales cobreados tendría algo para comer.
-Ven conmigo -me dijo-. Mi nombre es Cantas. Le preguntaré a los señores para los cuales trabajo.
Me presenté. Le dije:
-Mi nombre es Karas.
La gente dueña del campo era un matrimonio mayor, intuí que era gente muy noble. Me dieron un plato de comida caliente, me sirvieron bebida espumante.
Les dije:
-No, no, está bien. Tomaré un poco de agua. -No quisieron aceptar mis metales.
-No cobramos a los caminantes.
Les propuse:
-Está bien, les pagaré la comida con un día de trabajo.
Esa noche dormí en el corral y al día siguiente trabajé a la par de Cantas. Éste me comentó que los fines de semana en las afueras del poblado se armaba un torneo de lucha con espadas, el que ganara tenía tres metales dorados.
-¡Vaya recompensa! ¿Eres bueno con tu espada? -Le pregunté a Cantas.
Se encogió de hombros:
-Me defiendo.
-¿Y te vas a inscribir en el torneo? ¿Se lastiman?
-No.
-¿Esa primera herida?
-Claro...
Pero puede haber accidentes.
-Así es la vida -dijo Cantas.
-Muéstrame.
Ambos sacamos nuestra espada. Por mi habilidad de presentir sus movimientos frenaba todos sus golpes pero también presentía algo, presentía como que Cantas se frenaba, como que había un miedo interno que lo corroía. Le hice un gesto con mi mano izquierda.
-¡Alto! ¿Por qué te frenas?
-Porque estamos practicando, Karas, es algo amistoso.
-Sí, pero aun siendo una práctica te frenas.
-Te parece a ti, Karas. ¿Te vas a inscribir tú también?
-No, no. No, yo miraré nada más.
Había muchos inscritos. Cantas venció a su primer contrincante con una pequeña herida en el muslo derecho. Sin dejar de prestar atención en el entorno, veía como que Cantas titubeaba décimas de segundo. Venció a su segundo rival, ya iban quedando menos. Al final de la tarde ya solo quedaban cuatro, de un lado dos gigantescos guerreros, del otro lado un hombre muy delgado pero muy rápido con la espada, y Cantas. Tres veces estuvo a punto de herirlo y titubeó hasta que finalmente el hombre delgado le lastimó su hombro izquierdo. No me perdí el gesto de Cantas ¡Aaah! Un suspiro de alivio.
Finalmente el ganador del torneo fue uno de los guerreros gigantes que prácticamente lo lastimó seriamente al hombre delgado.
Cantas me dijo:
-Lo lamento, no pude ganar.
-Te vi titubear, te vi dudar. Me da la impresión como que perdiste la semifinal por temor, pero no es que dudaste por miedo a perder, me di cuenta que dudaste por miedo a ganar, quizá no querías enfrentarte con él, con el otro finalista el gigante.
-¿Por qué dices eso?, puse todo mi empeño.
Me quedé unos días más en el campo de esta noble gente. En siete amaneceres habría otro torneo, tendría tiempo para estudiar a Cantas.
Es algo extraño, al estudiar a Cantas sus temores, sus dudas, el por qué el miedo a mostrarse a ser él, las dudas, el titubear, el perder a propósito porque un inconsciente dentro suyo lo hacía dudar. En la semana seguimos practicando y siempre intuía sus dudas, cuanto más lo estudiaba a Cantas más me estudiaba a mí mismo. Él tenía que vencer esos temores, yo tenía que vencer mis dudas de identidad. Sabía de dónde venía pero no sabía a dónde iba, para qué iba, qué buscaba. De la misma manera, de igual manera que Cantas, inconscientemente quizá sí, pero por fuera no sabía de dónde venían sus miedos, de la misma manera yo no sabía de dónde venían mis dones, por qué los tenía, en función de qué. ¿Los dones le hacen a uno mejor persona? No, el ser justo, injusto, egoísta, dadivoso, leal, traidor pasa por otro lado.
Yo sabía que era confiable, era enemigo de la traición pero sabía que había mucha gente que te vendía por unos metales a la menor oportunidad. Entonces, tú te crías en un mundo donde son pocos en los que puedes confiar y a veces hay seres lejanos que te tienden una mano, y seres a los que tú consideras íntimos, figurativamente, te dan la espalda. Y duele, pero no porque busques la aprobación del otro, no, porque no sabes a quien entregarte, a quien abrirte. Yo con mi don sí lo sabía porque en esa vida como Karas tenía el don. Había escuchado a hablar de los mentos, seguramente era hijo de un mento pero al ser solamente 50% mento quizá mi don no estaba tan desarrollado.
Toqué el tema de los mentos una tarde con Cantas. Se puso pálido y me dijo:
-En el poblado hay un hombre que domina a los demás.
-¿En qué sentido?
-Es como que tiene empatía con todos pero creo es una empatía forzada por la mente de ese hombre y presiento como que no es buena persona.
-Vamos a ir una tarde al poblado
-Te acompañaré.
-Siempre y cuando no busques problemas, Cantas.
-Nadie busca problemas, a veces los problemas vienen solos.
-Deja fluirte, es necesario que de una vez salgan tus miedos.
-No tengo miedo a nada, Karas.
-Está bien, entonces no le llamemos miedo, pero algo tienes que soltar.
Y quedamos en ir al poblado el próximo atardecer.
Gracias por escucharme.
Sesión 31/03/2016
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Ricardo A.
La entidad reflexiona acerca de los logros que uno puede esperar. No permitir que estar por debajo de las propias expectativas lo entendamos como un fracaso ni tampoco si estamos por encima nos sobrevaloremos, porque seríamos exitistas. Debemos ser neutros, estar alerta y tener la mente clara para lograr el objetivo.
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Entidad: A veces, cuando logramos un resultado o cuando obtenemos determinada satisfacción sobre algo que necesitábamos o bien algo que queríamos obtener y lo conseguimos, nuestro propio ego nos hace sentir más que autosuficientes. Eso fue lo que me ocurrió en el rol de Karas.
No sabía quién era mi padre pero entendía que había heredado de él parte de sus dones. Si bien madre no tenía esos dones lo poco que había heredado me servía para tener una alta intuición que lo aplicaba a mis reflejos, no solamente podía percibir o captar lo que iba a hacer el otro sino que hasta podía intuir, no su pensamiento pero sí su intención, por así llamarlo, y eso me daba una ventaja. Cuando Cantas... Cantas, podría decir que su miedo lo dominaba, lo condicionaba y contrastaba con mi seguridad. Él me decía "Contigo me siento seguro. Si tú me acompañas al poblado, allí podré confrontar esos temores". Sus dudas no eran mis dudas, sus inquietudes no eran mis inquietudes.
Me había comentado que en el poblado había un hombre grande, de edad indefinida pero mayor al fin, y una joven de mirada misteriosa. Y Cantas pensaba, es más, estaba seguro que ellos también tenían ciertos dones mentales pero que entre sí no eran amigos. Y recuerdo que fuimos al poblado, él con sus inquietudes, yo con mi autosuficiencia, hasta que conocí a la mujer. En realidad, conocer, es una manera de decir. Era alta, cabello corto, moreno, ojos oscuros intensos. Me miraron fijamente y sentí una punzada de dolor en la cabeza y caí casi desvanecido.
No supe cuanto tiempo, si fue poco o mucho. Cantas me ayudó a incorporarme, estaba aturdido, vi su rostro más inseguro que nunca. Claro, su gran apoyo, su seguridad había caído como cualquier poblador, como cualquier lugareño, como cualquier aldeano indefenso.
Pero la mujer, yo entiendo que no intentó dañarme, yo interpreto como que sondeó, hurgó en mi mente con la suya para ver si yo le traía peligro. Sucede que no midió su energía, sus pseudópodos mentales, y de allí el dolor que sentí. No quiso lastimarme, interpreto, o por lo menos -quizá sea cruel mi respuesta- pero no le interesó si me lastimaba o no, simplemente quería saber qué riesgo podía traerle yo. Al captar que no tenía interés en dañarla me ignoró y siguió su camino.
Cuando volvimos, por el camino, Cantas prácticamente tenía su rostro compungido y más confundido que nunca. Quien hipotéticamente lo iba a respaldar en su seguridad había caído ante sus ojos. Y entendí que nunca hay que dar nada por sentado, ni una derrota ni una victoria. Que no nos podemos anticipar a los acontecimientos. Podemos tener expectativas pero si apuntamos más alto, figurativamente hablando, se van a transformar en falsas expectativas que nos pueden traer desilusión o condicionamientos. Condicionamientos porque algunos pueden transformar esa desilusión en obsesión, otros en miedo, otros en falta de seguridad, otros en baja estima.
Lo mismo pasaría al revés; pensamos que si hacemos tal cosa es imposible lograrlo y de repente lo conseguimos, y a nosotros mismo nos decimos "¿Has visto? ¿Has visto que podíamos?", y allí nos subimos en el carro de la victoria. Otro gran error, porque no hay un carro de la victoria o un carro de la derrota, son situaciones que van pasando, son momentos. Momentos en los que tenemos determinado objetivo, sea cual fuere, y debemos tener nuestra mente neutra, no pensar que ya lo hemos logrado o que directamente vamos al fracaso, porque eso es negativo, eso es una mala expectativa que nos va corroyendo por dentro. Ser neutros significa estar alerta a lo que pudiera pasar y que ello no impida buscar lo mejor y tener la mente clara para lograr el objetivo, sea cual fuere.
En el rol de Karas se había cruzado en mi camino alguien que sus dones eran completos, interpreto que la mujer sería una mento cien por ciento mientras que yo era solamente un cincuenta por ciento de parte de padre. Tenía que aprender a vivir con ello. Alguna vez me había subido a ese carro de la victoria considerándome, no sé si superior, pero sí con alguna ventaja sobre el resto y de repente te encuentras con alguien que te supera plenamente y ya te consideras casi nada, minúsculo, pequeño, y las dos cosas son negativas. Ni sentirte por encima de los demás, tengas el don que tengas, ni tampoco sentirte minúsculo porque alguien te haya superado en algo. Y peor sería que eso no te deje vivir, porque sería como querer competir con las aves que vuelan a tantas líneas de altura y tú apenas puedes saltar. Un ave es un ave, tú eres tú. Hay cosas que tú podrás hacer que el ave no, hay cosas que tú podrás hacer que un mento no.
Por otro lado, la vida no es una competición, y eso es lo que le tenía que explicar a Cantas. Porque yo no podía permitirme estar condicionado y de nada me servía explicarle a Cantas que sus miedos son condicionamientos si yo, a su vez, tenía los míos. El tratar de vencerme primero a mí en un sentido que no todos lo entenderían no es ser mezquino porque al encontrarme a mí mismo es una manera casi segura de poder ayudar a los demás a encontrarse a sí mismos. Entonces, pensar que todo empieza por mí no es mezquindad, es coherencia.
Gracias por escucharme.
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