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Psicoauditación - Rigular

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesiones

08/03/10 Rigular

09/03/10 Rigular

12/02/11 Rigular


 

Sesión del 8/3/10
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Rigular

 

Se le han reactivado muchos engramas de vidas anteriores, por ejemplo una en Egipto como Cirilo. Relató una vida relacionada con Sargón donde fue violada de pequeña y mató al violador. Estudió política y fue utilizada por el líder de la revuelta contra Sargón como espía.

 

 

Sesión en MP3 (2.850 KB)

 

            Entidad: Me comunico con el plano físico. Mi nombre como Thetán es Rigular y estoy en el plano Maestro 4, subplano 2. En este momento estoy encarnado en Sol III como femenina. He pasado por distintas situaciones muy delicadas que en esta misma vida me han causado engramas aunque, en realidad, el noventa por ciento de mis engramas se han reactivado porque ya venían de vidas anteriores.

 

Tuve vidas en Japón y en Egipto. No siempre estuve en el plano 4. He estado en el plano 2 -un plano de crueldad- debido a que en Egipto prácticamente di la orden de que lapidaran a Hipatia. Yo había encarnado como masculino y mi nombre era Cirilo.

 

Pero hay engramas que son más complicados. Me diréis: -¿Más complicados que ser el autor intelectual de una muerte? Seguramente que sí, como por ejemplo ser el responsable o el cómplice de miles de muertes en una guerra fratricida donde no hay ganadores, porque aún aquellos que se erigen en victoriosos llevan en su recuerdo el luto de las pérdidas.

 

Encarné hace 3.800 años terrestres en Dromo, un planeta de la periferia del brazo galáctico a siete años-luz de Ferro. Corría el año 6.200 de la Era Galáctica. Sargón 4 -a 12.000 años luz de distancia de Sol III- había creado un imperio que empezó a formar 400 años antes comenzando a anexar territorios de planetas de sistemas solares cercanos, llegando a formar una Federación de cincuenta mundos. Pero 100 años después se topó con el Imperio Mordon, una raza de reptiles que dominaba treinta sistemas planetarios sometiéndolos bajo el hambre, la opresión y el terror.

 

La Federación Sargón y el Imperio Mordon tuvieron cientos de batallas y recién 100 años después -en 6.000- la Federación Sargón acabó con el imperio reptiliano, sumando para sí los otros treinta mundos. Cincuenta años después hubo una rebelión con la consiguiente escisión y 35 planetas de la periferia declararon la guerra a Sargón, conflicto que dura hasta el momento del relato.

 

Ferro era el planeta principal de la rebelión. Su jefe rebelde era Airan, un hombre que comenzó con un tremendo ideal y luego se encontró con una batalla que no quería. Pero pasemos a mí, porque llegó todo.

 

Mi familia era muy humilde. Eran trabajadores en una pequeña plantación. Mi padre tenía tres hermanos más -eran cuatro hermanos varones-. Se llamaba Ribo Salvius. A mí me habían puesto Lorna. Mi nombre real era Lorna Salvius.

 

Me gustaba mucho disfrutar. Era feliz. Prácticamente Dromo no se metía en política. Si bien ya estábamos en batalla con la Federación de Sargón es como que Dromo se mantenía al margen, a pesar de estar apenas a 7 años luz de Ferro.

 

Cuando cumplí 16 años un capataz de mi padre, Rejo Tribo, me esperó en un granero. Sabía que yo iba por la tarde a recoger alimento para el ganado. Me dio distintos bofetones, me arrancó la ropa a tiras y abusó de mí. Nunca olvidaré el rostro de Rejo mientras se reía, mientras torpemente abusaba de mí. Y digo torpemente porque era tan dañino para conmigo…

 

¡La mente reactiva y sus roles es tan compleja! Ya lo dicen grandes Maestros de Luz en la actualidad. Rejo estaba dominado por el instinto y no razonaba en ese momento las consecuencias. Una vez que satisfizo su necesidad física se puso a pensar -con las pocas neuronas que tenía- lo que había hecho. En la parte de atrás de su cintura tenía un cuchillo y me dijo: -Lo lamento niña pero si te dejo viva pierdo mi empleo y yo tengo hogar e hijos.

 

Y yo pensé: "¿Cómo alguien que tiene hogar e hijos hace lo que hace? ¿Es toda mente reactiva? ¿O es la crueldad innata en el espíritu?”.

 

Cuando toma el cuchillo y se abalanza contra mí tomo de la parva un rastrillo con mis dos manos, clavo el mango contra la tierra y las cuatro puntas del rastrillo se clavan en el pecho del capataz, atravesándolo. Su mismo impulso lo hizo clavar porque yo solamente sujeté el rastrillo apuntándolo a su pecho. Sus ojos me miraban mientras se iban dilatando las pupilas. Me quedé mirándolo, temblando, hasta que me di cuenta de que no me veía. Quedé con un shock tan grande que estuve dos horas temblando mirando a nada.

 

Uno de mis tíos me encontró allí, al lado del cadáver del capataz, con la ropa desgarrada. Gritó pidiendo auxilio y vino un médico amigo. Tardé semanas en volver a recuperar la normalidad. La normalidad “relativa”, porque nunca iba a recuperarla del todo.

 

Cuando cumplí 18 años me fui para la ciudad principal de Dromo y conseguí un pequeño empleo. Estudié en un instituto. Me interesaba todo lo que era la política y os aseguro que en dos años tenía tanto conocimiento como el mejor de los estudiantes con seis o siete años de antigüedad. Conseguí un trabajo en el mismo lugar de estudio. Enseñaba a los alumnos más jóvenes mientras seguía aprendiendo. Siempre esquivaba las relaciones afectivas, hasta que conocí a Ovidio. Él era un joven más bien de rostro débil y de poco carácter.

 

El que no me conocía me tildaba de una persona amable, amorosa, de unos ojos -como diríais vosotros en Sol III- angelicales, pero tenía carácter y me cuidaba mucho.

 

Comencé a tomarle un tremendo cariño a Ovidio y al año empezamos a salir. Tardamos meses en intimar. Al comienzo intimábamos y él lo hacía con una dulzura extrema, como si yo fuera un cristal frágil. Y eso me hacía olvidar aquel abuso de casi 6 años atrás.

 

Pero luego es como que se despertó en mí la mujer, y si bien me gustaba la cortesía y la dulzura –incluso durante el acto- en determinado momento lo notaba demasiado pasivo. No es que extrañaba la brutalidad del capataz, no. Sentía que le tenía aprecio pero yo misma no sabía lo que quería, porque lo adoraba… Era la persona que más quería pero por la noche soñaba…

 

Empecé a estudiar historia de Sargón. Busqué distintos autores que no fueran nacionalistas a Ferro -autores revisionistas buenos-, aquellos que no se comprometían con una política y que eran objetivos. Empecé a admirar la disciplina, la forma de vida, cómo fue creciendo Sargón y su Federación de mundos.

 

Admiraba a Ascardín, el comandante de la flota principal. Supe que era hijo del ministro Obradín. Era hijo del mandamás, como si fuera el príncipe si Obradín hubiera sido el rey. Pero algo iba a cambiar mi vida.

 

Cuando Ovidio va a combatir y vuelve herido, en ese momento es como que odié a Sargón y a su Flota, porque no era objetiva. Ya sabían de mí en Ferro porque tres veces había viajado allí a seguir indagando en las distintas universidades sobre historia y política.

 

Y un día se contacta conmigo nada menos que Airan. Me dice: -¿Tú eres la pareja de Ovidio?

 

-No, señor, soy la novia. Me llamo Lina.

 

-Ajá, Lina. Bien. ¿De dónde eres?

 

-De Dromo, señor, a siete años-luz de aquí, pero no tengo familia. Soy huérfana.

 

Negué que me llamara Lorna Salvius. Era simplemente Lina, la huérfana.

 

Airan me dice: -Tú puedes ser muy útil para esta rebelión.

 

-¿Cómo? Si soy apenas una estudiante.

 

-No, tienes mucho potencial. ¿Conoces la historia de Sargón?

 

-Sí, señor, pero usted ya lo sabía.

 

-Por supuesto que sí. Te he mandado investigar desde hace por lo menos dos años. Sé que te llamas Lorna Salvius. No te asustes, no se trata de meterse con tu familia. Hay un refrán -que seguramente se utilizará en el futuro en muchos planetas- que dice: "Favor con favor se paga". Yo puedo hacer que Ovidio no vaya más a batallas y tú puedes ser espía mía.

 

-¿Cómo, señor?

 

-Llámame Airan. No soy tan mayor para que me digas señor.

 

-Me cuesta… Pero, ¿cómo?

 

-Tengo amigos espías en los planetas de la Federación Sargón o el Imperio Sargón -como le decimos nosotros ahora- y tú puedes dar allí conferencias en contra nuestra.

 

-¿En contra de Ferro?

 

-Por supuesto. Se trata justamente de que la gente se reúna.

 

-¿Y qué ganamos con ello?

 

-Tú, nada. Tú solamente haz eso y después de que termine la conferencia te vas. Nosotros nos encargaremos del resto.

 

Y el resto era detonar bombas para destruir los edificios de conferencias -las universidades donde yo daba las charlas-, matando a cientos de personas que se unían justamente para escucharme a mí. Me sentía la mensajera de la muerte. Si eso no es engrama, ¿es una excusa que haya sido abusada a los 16 años? ¿Es una excusa que quiera proteger a mi novio, la única persona que me trató con dulzura? ¿Es una excusa para todo lo que vino después que hasta llegué a conocer nada menos que a Ascardín, con quien hoy en Sol III otra vez estoy contactada? ¡Dios mío!

 

Gracias por escucharme.

 

 

 


Sesión del 9/3/10
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Rigular

 

Explicó circunstancias en diversas encarnaciones y su evaluación. Relató un episodio como amazona en Aldebarán IV donde se encontró con Lígor, también sus cuestionamientos al actuar como espía en la federación de Sargón.

 

 

Sesión en MP3 (2.530 KB)

 

            Entidad: Estoy de nuevo aquí, comunicado con vosotros. Mi nombre es Rigular. Estoy en el plano 4, subnivel 2. En esta vida -en Sol III- estoy encarnado como femenino, vida en la cual he tenido muchos altibajos, donde me cuesta a veces confiar en las personas pues hubo muchas de ellas que fingían en muchos aspectos ser leales, agradables, permisivos… Y fueron todo lo contrario. Se podría decir que fueron abusadores.

 

            Muchos de los trastornos de esta vida en Sol III reactivaron engramas de hace 3.800 años cuando estaba en la Federación Sargón. Yo había nacido en Dromo, el planeta central de la rebelión, a 7 años luz de Ferro. Fui abusada a los 16 años y me quedaron muchísimos engramas. Cuando conocí al que creí mi gran amor, Ovidio, es como que muchos de esos engramas creí haberlos erradicado sólo por el hecho de vivenciar una experiencia distinta con una persona dulce y tierna. Hasta que conocí a Ascardín, el comandante de la Flota de la Federación Sargón -nacido en Sargón 4- e hijo del ministro Obradín. Era la antítesis de Ovidio: un hombre de carácter, arrojado, valiente pero también profundo, inteligente, coherente -aunque a veces estaba reactivo y tenía ciertos impulsos, principalmente cuando discutía con su padre-.

 

            Los Maestros de Luz del 5º plano dicen que no existen los lazos kármicos, por lo tanto no es –entre comillas, como decís vosotros en Sol III- obligatorio encarnar con quien tuvimos una relación una y otra vez, porque si cometimos un acto hostil con el otro -o el otro lo cometió con uno- el karma se lo genera la propia persona y no le debe nada al otro. Es una cuestión de sentido común. Sin embargo, con quien es Raeldan, encarnamos en distintas oportunidades -entre ellas una en el mundo que conocéis como Aldebarán 4, y que nosotros le llamábamos Umro-.

 

            Yo encarné como una amazona. Me llamaba Azahara y conocí a quien fue el rol de Raeldan en esa vida -Ligor, el guerrero-, el que conquistó otro continente, el que venció a los nórdicos, el que venció incluso en Zardez a los samurais orientales… En definitiva, el que fue una leyenda en Umro cuyo padre manejaba las tormentas.

 

            Como Azahara tuve una experiencia distinta porque fui una joven que-tal vez por eso haya cogido muchos engramas- usaba a los varones a nivel íntimo. Era muy atractiva y robusta -medía lo que sería para el planeta Tierra 1.80 metros- y manejaba la espada, el arco y la flecha. También sabía utilizar cuchillos pequeños; o sea, conocía el arte de la lucha.

 

Tuve relaciones íntimas con infinidad de varones pero ninguno pudo dominarme puesto que a los pocos días me aburría y les decía que se fueran. Los que se resistían o trataban de imponerse conocían mi poder. Dos de ellos me desafiaron a espada y quedaron bajo tierra. Me gané una pequeña fama.

 

Ligor venía en una barcaza -no sé cómo se mantenía a flote de tan pequeña que era- del continente del oeste. Cuando lo conocí me preguntó de dónde era y le respondí: “De por ahí”.

 

Conversamos y fuimos a la taberna. Tomamos bastante bebida espumante -muy similar a la cerveza terrestre- y luego de varias copas –que, en realidad, eran latas metálicas- intimamos cerca de un arroyo. Me descolocó porque, a diferencia de otros hombres, no se sintió admirado por mí sino que lo tomó como algo natural. Al día siguiente preparaba la montura de su hoyuman y se iba. Yo quedé descolocada y le pregunté: -¿Qué haces?

 

            -¿No lo ves? Me marcho.

 

            -Pensé que te quedarías unos días.

 

            -No te preocupes. Ya volveré. Preguntaré por ti y cuando queramos tener otra intimidad te lo haré saber.

 

            Siempre fui reactiva ante la demanda -nunca ante el desprecio- y le dije: -¿Tú me harás saber? ¡Yo soy Azahara, la amazona!

 

            -Sí. Y yo soy Ligor, el guerrero. Mucho gusto.

 

            Toqué el mango de mi espada. Me miró con sorna, como preguntándose: “¿Qué hace?”. Pero no habló.

 

            Le dije: -Me pareces muy impertinente y no sé si tienes la habilidad que se cuenta por ahí.

            Con cara de burla –y eso me ponía más reactiva- no monta el hoyuman, se acerca a mí, saca su espada y me dice: -¿Quieres jugar unos minutos? Pero sólo unos minutos porque después tengo que ir hacia la ciudad.

 

Fui irreflexiva porque ataqué de una manera reactiva -lo que no es correcto porque se debe tener la mente fría como en ese momento la tenía Ligor-. En menos de un minuto me tenía dominada y, burlonamente, me dice: -Eres bastante buena. ¿Puedo ya guardar mi arma?

 

            Mi impulso era seguir combatiendo. Pero en un momento analítico le dije: -Por supuesto. Cuando tú quieras nos vemos.

 

            Nos vimos otras veces. Quería comentar ese episodio del encuentro con Ligor en Umro -o como le decís vosotros, Aldebarán 4-.

 

            Me remito nuevamente a la Federación Sargón. Lorna era mi rol -aunque me hacía llamar Trina en la Federación Sargón o Lina, para Airan- y estaba dando una conferencia: “Todos los mundos de la Federación son mundos prósperos que en el pasado han estado divididos -incluso en los mismos mundos- en países con conflictos, enfermedades, desigualdades, etc. Había regiones pobres donde miles morían de inanición y en otros países sobraban la comida y los lujos. Demos gracias a Sargón porque en el pasado nos ha salvado del imperio reptiliano y ha logrado la igualdad en todos los mundos -igualdad para arriba, que es lo que muy pocas veces se consigue-. No hay un sólo mundo en la Federación Sargón que diga: “Estamos mal”. He estudiado mucho la historia de la Federación y de verdad no entiendo a los rebeldes del planeta Ferro, que han sumado mundos en una campaña de liberación. ¿Liberación de qué? ¿De la armonía? ¿Del orden? ¿De la prosperidad? ¿De la paz? ¿Para someter a esos mundos a sangrientas batallas involucrándonos a nosotros? Por supuesto que Sargón toma represalias pero no porque quiera sojuzgar o someter; simplemente porque busca que cada vez sean más mundos en este brazo de la galaxia donde puedan decir: “Vivimos en paz larguísimos años con una alta longevidad en amor, donde la familia se siente segura y los hijos están protegidos”. Por eso no entendemos el por qué de la rebelión, de qué se quiere liberar. ¿De qué yugo? ¿De tener un alimento? ¿De que me den un libro para instruirme? ¿De que me tiendan la mano? ¿De que no me falte nada? ¿De que cada uno tenga libertad espiritual? Porque sé que hay mundos donde tienen otras religiones y al Creador lo llaman de otras maneras. ¿Qué buscan? Nosotros somos el futuro. Pero somos el futuro porque brindamos armonía, paz, prosperidad e igualdad en este presente”. Un aplauso invadió la sala.

 

Un colaborador, Arverius, recogió mis notas, me llevó en el elevador hacia la terraza -en el piso 64- y un heliocoche nos llevó. No nos habíamos alejado ni 100 metros cuando se escucharon cuatro detonaciones. Miro espantada hacia atrás y veo que el edificio se desmorona en fuego y nubes de humo. Y me sentí mal porque sabía que Airan me utilizaba para dar charlas a favor de Sargón. En ese momento no sabía si era la gran patriota Trina, la gran traidora Lina o la desaparecida Lorna Salvius. ¿Lorna, la hija del humilde Salvius? ¿Lina, la creyente de la rebelión de Ferro, la que no quería que su novio Ovidio fuese a la lucha? ¿O era Trina, la que estaba convencida de todo lo que había dicho sobre Sargón?

 

            Tenía un gran admirador de mis charlas y se contactó conmigo. No podía creer ese contacto. Tenía frente a frente a un hombre imponente, que solamente su apostura hacía intimidar al otro. Pero yo -que era muy buena actriz- lo miré a los ojos fijamente, puse mi mejor sonrisa y percibí que fue él, el gran Ascardín, el comandante de la Flota, quien titubeó. ¿Sería yo la protagonista que cambiara la historia?

 

            Gracias por escucharme.

 

 

 


Sesión 12/02/11
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Rigular, thetán.

 

Relató un rol como Azahara, en Aldebarán 4, en el territorio de las amazonas, y cómo llegó a líder. Tuvo encuentros con Ligor, el guerrero, pero no quedó contenta. Más tarde, un grupo variado viajando hacia la región de los apartados cayó en su territorio y los apresó. Finalmente, permitió que el grupo continuara su viaje.

 

Sesión en MP3 (4.650 KB)

 

Entidad: En este momento, encarnada como femenino, me siento con muchos altibajos, insegura, incómoda, en una relación de pareja con idas y vueltas. Y no es en la única vida en la que me ha pasado el estar insegura, aun en vidas donde tenía una fortaleza, como femenina, por encima del común denominador.

Encarné en Sargón como Lorna. Adopté la identidad de Lina y luego Trina, luchando -obligada por Airan- como espía a favor de Ferro, en contra de Sargón.

Me encandilé con la figura de Ascardín, un rol importantísimo. Su thetán está encarnado en la actualidad y causalmente tengo relación con él, con idas y vueltas.

También, por causalidad, encarnamos juntos en Sol III, en vuestra región llamada Japón.

Encarnamos juntos en Egipto y encarnamos juntos en Umbro.

En Umbro encarné como una amazona. Me llamaba Azahara y conocí al que fue el rol de Raeldan en esa vida -Ligor, el guerrero-, el que la leyenda decía que conquistó otro continente, que venció a los nórdicos, que venció incluso en Zardez a los samuráis orientales. En definitiva, el que fue una leyenda en Umbro, cuyo padre le enseñó a manejar las tormentas y a montar en dragones.

Como Azahara -la amazona- tuve una experiencia distinta, quizás porque fui una joven que -tal vez por eso haya cogido muchos engramas- había tenido experiencias negativas.

Recuerdo que tuve una primera relación con Rolor, con el cual no pude quedar embarazada y lo dejé en libertad.

Salvé, siendo pequeña, a una líder que después se convirtió en la jefa de las amazonas y en la época de Rolor tuve una diferencia de conceptos porque quería dominar territorios teniendo poca vigilancia en ellos y le dije que era una mala estratega. Peleamos y acabé con su vida.

Me eligieron para que dirija a las amazonas y me negué. Era tan independiente que, aun siendo la más fuerte, decidí dejar de lado el liderazgo, liderazgo que cedí a otra amazona llamada Aldicar. Aldicar era una amazona rubia, leal a mí, muy fuerte, con una contextura quizá más fuerte que la líder anterior Senna. Obviamente no tenía mi agilidad.

Me sentí molesta que el tiempo que estuve con Rolor no hubiera quedado embarazada y quedé con engramas de que era yo y no él la que no tenía la semilla de la fertilidad y que era yerma en ese aspecto. Debido a esos engramas usaba a los varones a nivel íntimo una y otra vez. Obviamente que los varones me temían: yo era muy atractiva y robusta -media, para lo que sería Sol III 3, casi 1,80 metros-, y manejaba la espada, el arco y la flecha. También sabía usar cuchillos pequeños. O sea, no solamente conocía el arte de la lucha; tenía una vista aguda, un oído absolutamente sensitivo.

Reconozco que tuve intimidad con infinidad de varones pero ninguno pudo dominarme porque a los pocos días me aburría y les decía que se fueran. Los que se resistían o trataban de imponerse conocían mi poder. Dos de ellos, que se preciaban de guerreros, me desafiaron a espada y quedaron bajo tierra.

Fuera de las amazonas incluso me gané una pequeña fama pero por dentro me sentía mortificada, no con complejo de inferioridad -como decís vosotros en Sol III- pero es como que nada llegaba a conformar mi alma y mi carácter se había puesto duro como piedra.

Las amazonas me respetaban, en el poblado cercano me respetaban. Incluso, a veces, bañándome en el arroyo que separaba nuestra región con la región de los apartados me he cruzado con alguno de ellos y me saludaban con respetuosa inclinación de cabeza; los saludaba de la misma manera pero ninguno se atrevía ni siquiera a dirigirme la palabra. Lo mismo que los varones que estaban en nuestra región, quienes servían para procrear, nada más que para eso.

Nunca había sentido amor, pero Ligor... Ligor fue una experiencia distinta en mi vida. Recuerdo que me había alejado bastante de la región de las amazonas; estaba en el gran mar que separaba los dos continentes. Ligor venía en una barcaza que no sé cómo se mantenía a flote de tan pequeña que era. Cuando lo conocí me preguntó:

-¿De dónde eres?

Le respondí:

-De por ahí. Y tú, ¿de dónde vienes?

-Del continente del Oeste.

-¿En eso has atravesado el mar?

-Pues no. Hay otros barcos más allá; simplemente que soy muy independiente y quise alejarme un poco de mi gente.

Conversamos, fuimos a la taberna del poblado más cercano, tomamos bebida espumante -muy similar a vuestra cerveza- y, luego de varias jarras, intimamos cerca de un arroyo. Me descolocó porque, a diferencia de otros hombres, no se sintió admirado por mí sino que lo tomó como algo natural, como que yo era una más. Al día siguiente preparaba la montura de su hoyuman y se iba. Yo quedé descolocada.

Le pregunté: -¿Qué haces?

Me miró sonriente.

-¿No lo ves? -me respondió-. ¡Me marcho!

-Pero pensé que te quedarías unos días.

-Je je -sonrió-, no te preocupes, ya volveré; preguntaré por ti y cuando quiera tener otra intimidad contigo te lo haré saber.

Siempre fui reactiva ante la demanda; nunca ante el desprecio. Le dije:

-¿Tú me harás saber? ¡Yo soy Azahara, la amazona!

-Sí, y yo soy Ligor, el guerrero. Mucho gusto.

La ironía me molestaba. Toqué el mango de mi espada. Me miró con sorna como preguntándose "¿qué haces?", pero no habló.

Le dije:

-Pareces muy impertinente y no sé si tienes la habilidad que se cuenta por ahí.

Con cara de burla me miró, y eso me ponía mas reactiva.

No montó el hoyuman. Se acercó a mí, sacó su espada y me dijo:

-¡Je! ¿Quieres jugar unos instantes? Pero sólo unos instantes, ¿eh?, porque después tengo que ir hasta otro poblado.

De verdad que me sacó de las casillas, como decís vosotros. Fui irreflexiva porque ataqué de una manera reactiva, lo que no es correcto, porque se debe tener la mente fría como en ese momento la tenía Ligor. En menos de un instante me tenía dominada y burlonamente me dijo:

-¡Je! ¡Eres bastante buena! ¿Puedo guardar ya mi arma?

Mi impulso era seguir combatiendo pero en un momento analítico le dije:

-Por supuesto, cuando tú quieras nos vemos. Si bien estoy en la región de las amazonas suelo venir a este poblado y cuando no estoy cerca del mar estoy por este arroyo.

-Está bien.

Y se marchó.

Nos vimos otra vez más, una luna después. Él estaba con otro guerrero y cuando me vio le habló al oído y éste inmediatamente dio vuelta atrás a su cabalgadura y se fue.

-¿Otra vez tú, Azahara?

-Bueno, por lo menos te acuerdas de mi nombre.

-Ligor, ¿no?

Se rió de una forma muy impertinente, como diciendo "¿cómo no te vas acordar de mi nombre?". Sin pedir permiso, sin mirarme con ese respeto con el que me miraban todos, me atrajo hacia él, me atrajo y me besó de una manera que casi perdí el sentido. Me tocó, me acarició y, en ese momento, a orillas del arroyo, entró en mí nuevamente. Me olvidé de todo, me entregué a él, nos besamos. Cuando me quise dar cuenta estaba la luna.

Lo miro a los ojos en la oscuridad.

Me dice: -Sé lo que estás pensando.

-¿Qué pienso?

-¡Qué resistencia que tengo! No te olvides que vengo de mil batallas y el estar con una mujer es algo común.

Tenía el poder de sacarme todo lo reactivo. Cualquier hombre, cualquiera de los que conocí, temblaba ante mi presencia. Ligor se reía; para él era una más. Era lo que más me molestaba. ¿O sería que estaba sintiendo algo? Pero se fue nuevamente.

Pregunté lo que no debía preguntar:

-¿Nos veremos otra vez?

Y dije lo que no tenía que decir: ¡Porque me gustaría volver a verte!

Frenó su hoyuman, me miró y me dijo:

-¡Veremos mujer, posiblemente sí, posiblemente no!

No se le movía un pelo, no lo entendía. ¡Me descolocaba!

Pasó el tiempo y me olvidé. Me dediqué a perfeccionar mi arte en la batalla. Cada mañana luchaba con espadas de madera contra otras amazonas sin perder nunca mi mente analítica; nadie me podía vencer. Con la única que no cruzaba espadas, por respeto, es con la líder, Aldicar, que tampoco nadie la podía vencer.

Una mañana me dijo:

-Practiquemos, pero con espadas de verdad.

Las demás amazonas hicieron un silencio.

Me encogí de hombres y le dije:

-Como quieras.

No le tenía ningún respeto; yo era una líder natural. Estuvimos bastante tiempo intercambiando golpes con los hierros. Los metales sonaban, yo me medía, iba al ritmo de ella, si veía a que ella atacaba más fuerte me defendía más fuerte y contraatacaba en consecuencia, pero no me empelaba a fondo porque sabía que era superior a ella. Y seguimos intercambiando golpes una y otra vez. Yo trataba de no lastimarla. Ella no se media pero para mí era fácil parar sus golpes, hasta que vi que se quedaba sin aliento.

En un momento dado acercamos nuestras espadas y le digo al oído:

-Aldicar, paremos.

-¿Por qué me lo dices?

-Para que no te pierdan el respeto las demás.

Se puso reactiva, muy reactiva. Me empujó, me tomó de sorpresa, caí sentada en el barro, me atacó con toda la fuerza, me estiré y estando acostada con mi pie derecho estirado le pegué en el pecho. Cayó de costado. Me levanté casi inmediatamente y si bien me enfurecí traté de no estar reactiva. Le lastimé el brazo, la pierna, el costado.

-Cuando tú quieras paramos.

No me escuchaba. Su ego -como decís vosotros- no la dejaba escuchar más allá de su propia furia; se sentía humillada, pero todo provocado por ella, no por mí.

Verdaderamente me cansé y en uno, dos, tres movimientos le clavé la espada en el corazón. Se acercaron las demás amazonas. Limpié en su cuerpo mi espada y la enfundé.

-¡Enterradla! -les dije-, ¡enterradla!; no quiero más líderes. Me haréis caso a mí. Seguiré siendo independiente. Si salgo de la región y voy a algún arroyo designaré a alguna de vosotras y quedaréis a cargo, pero no tolero la tontería. Y vosotros, varones, ¿qué miráis? ¡A trabajar! ¡Juntad las semillas! ¡Vosotros, los del otro grupo, traed leña! ¡Vamos!

Y fueron pasando los amaneceres, más amaneceres, muchos amaneceres. Y pasaron dos de vuestros años. Había organizado la región de tal manera que en cada árbol había vigilancia.

Una de mis ayudantes me dijo:

-A lo lejos viene gente por el camino. Son varios guerreros y dos guerreras.

Me sorprendió esto último. Qué raro dos guerreras.

-¿Son amazonas?

-No.

-Bien.

Me subí a uno de los árboles y cuando vi quien venía delante se aceleró mi corazón: era Ligor.

-A ver, vosotras, arqueras, apuntad. ¿Veis al jinete de adelante? Disparad vosotras cuatro algunas líneas delante de su hoyuman. Si alguna llega a tocarlo equivocadamente con su flecha le cortaré el cuello con mi espada. ¡Disparad!

Volaron las flechas y cayeron delante del guerrero, que paró. Monté en mi hoyuman con dos guerreras más a mi lado y me acerqué al grupo.

Me miro sonriente:

-Azahara, ves que me acuerdo de tu nombre.

-Sois prisioneros nuestros, estáis rodeados. Hay decenas de flechas apuntando a vosotros. ¡Venid!

Nos siguieron. Salvo uno llamado Lormo, los demás es como que no les veía cara de temor. Había un joven, Jordi, que tenía una mirada bastante impertinente, igual que la joven Darvia. Desmontaron.

Le pregunté a Ligor:

-¿A qué venís?

-Azahara, no venimos a vuestra región; simplemente que adelante del camino había una bifurcación. Vamos a la región de los apartados.

-Miré su rostro y vi que decía la verdad, pero no se iban a ir así, sin más.

-¿Y estas mujeres?

-Son guerreras.

-¿La pequeña también?

Darvia habló por encima de Ligor y dijo:

-Por supuesto, y lo puedo demostrar.

-Bien, lo demostrarás conmigo. Si me vences, seguid en marcha a los apartados. Si te venzo, tú mueres y los hombres se quedan aquí.

Desenfundó su espada y empezamos a intercambiar golpes. Era bastante buena, mejor que la mayoría de mis guerreras, pero yo tenía cierta intuición y es como que una décima de segundo antes sabía qué golpe iba a dar. Le herí la muñeca derecha, le herí el muslo derecho y cayó sentada. No la iba a matar. Le iba a dar una pequeña estocada en el hombro cuando un acero paró mi espada: era la otra guerrera, la mayor.

-¿Por qué no pruebas conmigo? -me dijo-. Yo me llamo Nadia.

Estaba algo cansada pero no iba a decir que no delante de mi gente.

Le dije a Ligor:

-¡Aparta a la joven!

Y empecé a cruzar espada con la otra. Era más experta y era muy buena, incluso mucho más buena que nuestra líder anterior Aldicar y que Xena. Estuvimos muchísimos instantes intercambiando golpes hasta que en un momento dado estuve en duda de si la podía vencer de tan buena que era pero vi que su misma contextura robusta también es que le hacia perder ritmo y yo, como practicaba a diario, no perdía la agilidad.

En un momento dado le hago un pequeño corte en el brazo izquierdo. Vi su gesto de asombro pero ella estaba entera, al igual que yo. En ese momento, dos de los guerreros, el propio Ligor y otro canoso- que supe que se llamaba Geralt- se interpusieron.

-Creo que ya es suficiente -dijo Ligor-. No hay que demostrar nada, no tiene sentido. Venimos en son de paz, simplemente queremos seguir el viaje. Al contrario, si queréis darnos un plato de guisado y algo de beber, tenemos metales para pagaros.

Estaba agitada, quizás algo reactiva por la misma pelea con las dos guerreras, y me sentía con cierto rencor con Ligor pero delante de toda la gente no estaba burlón. Tenía un aire de respeto hacia mí y lo admiré por eso; se ve que era ubicado (1). Si hubiéramos estado sin compañía, si hubiéramos estado solos hubiera sido el irónico de siempre pero se dio cuenta de que yo era la líder y me trató como tal. Eso lo valoré.

Acepté un par de sus monedas, que vi que eran doradas. Le dimos un plato de guisado a cada uno. Vi que estaban distendidos, menos el tal Lormo.

Me acerque a él y le pregunté: -¿Qué haces?

Me miró pero no con ese respeto de los varones en la tribu sino con recelo:

-Tomo apuntes. Soy como una especie de explorador. Me gustaría saber tanto de vosotras...

-¡Pues no sabrás! ¡Puedes escribir pero imagínate las cosas!

Antes del anochecer se marcharon. Nadia y Darvia se acercaron a mí, nos estrechamos la mano como vuestros saludos de la Roma antigua -mi mano en su antebrazo con ambas-.

-Sois buenas. Mereceríais ser amazonas.

Darvia con el ceño fruncido; Nadia, sonriendo. El hecho de ser más grande estaba como más curtida de la vida. Me cayeron bien.

Y se marcharon. Con dos de mis ayudantes acompañamos al grupo hasta el camino. Antes de que se fueran me acerqué al hombre que parecía al mayor.

-¿Y tú? No te veo con armas.

-Mi nombre es Fondalar. Soy un mento.

-Vaya, pensé que vosotros erais una leyenda. ¿Es verdad que podéis matar con vuestra mente?

-No, pero sí causar un desmayo. Pero somos pacíficos.

Miré los otros del grupo.

-¿Y aquél?

-Aquel es Marcel. También es un mento pero es absolutamente pacífico. Ha tenido altibajos en su vida, como cualquiera de nosotros. No somos tan distintos, estimada Azahara, no somos tan distintos.

Con el último que hablé fue con Ligor.

-Te deseo suerte.

-No se trata de suerte, mujer, se trata de estar alerta. Gracias por vuestra hospitalidad.

-¡Eres raro, Ligor, eres raro! Debes tener algún amor por ahí.

-Lo he tenido pero ella tiene una promesa de castidad. No hace falta ahondar en la historia.

Me reí para mis adentros pero se notó.

Me interroga con su mirada y le dije:

-Tú que pareces tan independiente, Ligor, pero tu corazón está preso de un amor y no soy yo. Puedes tener mujeres así como yo puedo tener hombres pero no les entregamos nuestro corazón, solo nuestro cuerpo, y a veces eso no significa nada.

Cuando se marchaba me dijo:

-No es tan así, no es tan así. A veces nos enamoramos más de una vez en la vida; no es tan así. Tú no me has sido indiferente, y no lo digo para que te pongas bien.

Dio vuelta a su hoyuman y se marchó detrás de su grupo. Les hice un gesto a mis compañeras y volvimos para la aldea. Ligor con su grupo y yo, Azahara, con mi soledad.

Gracias por escucharme.

 

(1) Ubicado: Sensato. Persona que sabe comportarse adecuadamente en cada situación.