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Psicoauditación - Sergio

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión del 02/06/2017 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 16/11/2020 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 25/11/2020 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 08/12/2020 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 11/12/2020 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 18/12/2020 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 13/01/2021 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 19/01/2021 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 28/01/2021 Aldebarán IV, Aksel

Sesión del 02/03/2021 Aldebarán IV, Aksel

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Sesión del 02/06/2017

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Relata que tuvo una vida en Umbro, como guerrero del norte, y que uno de la tribu mató a sus padres. A sus dieciséis se enteró de que fue un gran guerrero sanguinario. Se enfrentó a él, vengándolos. Más tarde, descontento, se iría del poblado.

Sesión en MP3 (2.616 KB)

 

Entidad: ¡Je, je! siempre pensamos que nuestra apariencia, nuestra manera de ser, cómo nos ven los demás, lo que mostramos o lo que tratamos de mostrar es lo que nos da la identidad, que hace que otros nos respeten, nos desprecien, nos ignoren o nos tengan temor. Seguramente tengo mucho ego porque hay una de las cosas que nunca soporté. A veces me han tenido miedo, a veces me han despreciado, a veces me han traicionado, ¡je, je!, más de una vez, pero nunca me han ignorado. Cuando te ignoran es como si no existieras, como si fueras transparente o invisible, y eso me ha molestado en varias vidas, no cabe duda de que es ego. No, no, no; no es buscar la aprobación de los demás, no quiero lecciones, quiero volcar lo que siento, lo que pienso. No, no, no, lecciones no, no por ahora.

 

Y tengo como ejemplo la vida en Umbro. Mi nombre era Aksel, con "k" y "s", Aksel. Era un guerrero nórdico, manejaba bien la espada, yo diría muy bien, pero me gustaba usar un hacha en cada lado del cinto, entonces cuando luchaba tenía las dos manos ocupadas con ambas hachas.

Pero mi historia no es fácil, ni gratis, ni sencilla. Sí, nací en el norte, uno de los lugares más salvajes del planeta, las tribus nórdicas asolaban todas las aldeas.

Reconozco que mataban ancianos, hombres, a veces hasta accidentalmente hasta mujeres y niños aunque generalmente, por conveniencia, los niños eran tomados como esclavos y las mujeres... bueno, para pasatiempo de los guerreros, pero era tonto matarlas. ¿Que éramos bárbaros? Sí. ¿Que éramos salvajes? Absolutamente. Éramos así, y no soy el único que lo digo que cuando naces en un lugar o vives en un lugar o en una región, te adaptas, si no te adaptas, mueres. Y como dice un Excelso Maestro, y no soy el único que lo digo, "Adaptarse es sobrevivir, acostumbrarse es sucumbir". El borrego se acostumbra, el lobo se adapta y sobrevive y vence.

 

El hecho de que seamos nórdicos no significa que seamos todos legales.

Yo era pequeño, era muy chico, padre murió en una batalla, no era el jefe de la tribu ni mucho menos, pero era un buen guerrero. Pero bueno, una flecha le atravesó el cuello. ¿Casualidad, causalidad? No sé. Era único hijo, madre quedó sola. Había dos guerreros que la pretendían, pero claro, viuda con un hijo... Los guerreros la pretendían, pero no para ningún compromiso serio. Varios amaneceres después la encontraron muerta cerca de un arroyo con sus vestiduras desgarradas.

 

Bastante más tarde, pero mucho más tarde, mucho, ya tendría dieciséis de vuestros años, el anciano, el más anciano -era tan anciano que nunca sabíamos su nombre, le decíamos directamente el anciano-, me dijo:

-Luber.

Luber era un guerrero bueno, pero no me gustaba, no era leal a nadie sino a sí mismo. Cuando iba a aldeas mataba gente a diestra y siniestra y buscaba botines, ni siquiera mujeres; botines, metales dorados, plateados, cobreados. Podía yacer con una mujer y después la mataba.

Y el anciano me dijo:

-Es hora de que lo sepas, casi todos lo saben, acá, en la tribu, Luber fue el que injurió a tu padre muchas veces diciendo que era cobarde y ultrajó a tu madre y luego la mató. -Me quedé pálido.

 

Desde muy pequeño practicaba, ¡je, je!, de pequeño, con espadas de madera o con pequeñas hachas. Todavía no era tan fuerte a mis dieciséis años pero ya pesaba casi ochenta kilos, medía un metro... un metro ochenta. A veces había desafíos por ofensas, era normal en nuestra tribu -pero no de un crío, porque dieciséis años en nuestra tribu era considerado un crío-, desafiar a un hombre grande. Y yo lo desafié. Le dije:

-Me enteré de lo que has hecho con mi madre.

¡Já! ¿Os pensáis que se arrepintió o que negó? Dijo:

-Al fin y al cabo no hubiera sobrevivido, le hice un favor. -En segundos tenía mis dos hachas en ambas manos.

-Puedes defenderte o morir.

Habló en voz alta:

-Gente, el crío me desafía, no soy responsable si le rebano el cuello.

 

Sacó una enorme espada y lo ataqué. Recibí un tremendo desgarrón en el estómago, prácticamente me dejó casi fuera de combate, pero mi instinto hizo que ambas manos, como aspas de molino volaran, y la derecha -de revés, ¿eh?, de revés-, le cortó el cuello y cayó sin vida.

Una mujer que sabía mucho de hierbas me dio a tomar una infusión caliente de hierbas y me dijo:

-Con esto te vas a dormir un poco. -Tenía un hilo vegetal y una aguja-. Te voy a coser el estómago.

-No necesito dormirme, soporto cualquier tipo de dolor.

 

Pero no, no lo soporté, me desmayé. Me dijeron que estuve por lo menos cuatro amaneceres, cuatro amaneceres con una altísima fiebre, no sabían si vivía o me iba con aquel que está más allá de las estrellas, pero viví, viví. De todas maneras, cuidado, ¿eh?, me costó un montón andar bien, caminar.

 

Los guerreros me miraban de otra manera, había vencido a un hombre grande y ducho en las armas. Sí, quizá revoleé los brazos al azar y el hacha le rebanó el cuello, no sé, pero lo hice, punto. No tengo porqué dar más explicaciones.

Estuve más de treinta amaneceres hasta que me sentí bien para volver a hacer ejercicios y el anciano me dijo:

-¿Te sientes orgulloso?

-Orgulloso, ¿por qué?

-Por haber matado a quien ultrajó a tu madre.

-Me siento tranquilo, por qué me voy a sentir orgulloso. ¿Pero acaso es un reproche? ¿Lo tenía que haberlo dejado pasar?

-No, pero hay muchos luego se la creen, creen que son grandes expertos guerreros.

-Yo no me considero nada.

-Mejor así, porque has luchado mal.

-¡Ja, ja, ja! ¿Mal? Lo vencí en segundos.

-Has tenido suerte, mucha suerte, mucha suerte. Primero porque él se confió porque eres un crío.

-Yo no soy ningún crío -le respondí.

-Has atacado ciegamente con las manos en alto, con las dos hachas, dejando todo el cuerpo expuesto. Si su metal hubiera entrado un poco más te sacaba todas las tripas afuera.

Me quedé pensando, seguramente el viejo tenía razón. Le argumenté:

-Pero de chico que vengo practicando.

-¿Con quién?

Con otros chicos.

¿Qué saben?, menos que tú. Practica con hombres.

-Los hombres no quieren practicar -negué, negué la situación-, los hombres quieren pelear directamente y me ven presa fácil seguramente.

-Te pueden entrenar, si tú se lo pides.

-No me gusta pedir, es como que después les debo un favor.

-¿Por qué eres tan crío? ¿Por qué eres tan tonto? -dijo el anciano-. A ellos les encanta enseñar porque se lucen, se sienten después maestros de la guerra.

 

Lo pensé, este viejo tiene razón. Y así fui pidiendo a uno y a otro, haciéndome el humilde, ¿eh?, porque en realidad no era humilde, yo en el fondo me la creía. Yo, no sé..., a ver cómo lo puedo explicar que se entienda, no me creía el gran guerrero, y sabía que era joven, pero me sentía fuerte, firme, había sido de suerte que había vencido a ese desgraciado, no sé, pero bueno, ya tenía una reputación. Y me fueron enseñando posturas, ejercicios, también practicar con espada. Con arco y flechas no me gustaba tanto. ¡Ah!, con las dos hachas me sentía..., no sé, el dios del norte -que me disculpe aquel que está más allá de las estrellas, que es el Invisible, el Eterno, el Creador-, pero bueno, aquí en el norte había leyendas de otros dioses en una cima de una altísima montaña que vivían y se mezclaban con los mortales, pero yo sabía que eso era un mito, un cuento, pero bueno, era una costumbre y la respetaba. Qué sé yo, qué quieren que les diga...

 

Y fui creciendo y fui aprendiendo y fui defendiéndome. No me quiero hacer el bueno, el magnánimo, el piadoso, ni, muchos menos. A medida que fui creciendo participé con los guerreros de varios asaltos, a distintas villas, a distintas aldeas, a distintos poblados. Y a los dieciocho de vuestros años quizá he matado gente inocente, lo reconozco y he secuestrado mujeres. Me llevé una aldeana a la tribu y era dócil, y era la primera vez que poseía a una mujer. Y me sentí mal, molesto, incómodo porque ella no reaccionaba, estaba como muerta en el catre, ahí. No sé, me hubiera gustado que me abrace, que me acaricie, que me bese pero era un cuerpo. La tomé de los pelos y la tiré afuera de mi vivienda.

-Vete, búscate comida por ahí.

 

Pero nadie la quería. Al poco tiempo me pidió disculpas y volvió, pero yo era distinto, o sea, le di un lugar pero no quería estar con ella, no quería, en realidad no me..., como decís vosotros, sentimentalmente no me atraía. En realidad no me atraía ninguna. Mi idea era satisfacer mis instintos, punto. No tengo que dar explicaciones.

Y estuve así hasta veinticuatro de vuestros años.

 

Y estaba cansado de batallas, de guerras. Hasta tenía una pequeña cicatriz en la cara, cabello claro, apenas rojizo.

Y cogí mi hoyuman, mi cabalgadura. Puse el botín que había escondido en mis alforjas y avisé que iba a explorar los alrededores. Pero se dieron cuenta, vieron que tenía dos alforjas, el caballo bien puesto... Y marché, me marché para el sur. Pasaba por distintos poblados, tenía bastantes metales dorados, plateados, cobreados. Mi hoyuman lo dejaba en la cuadra, le daba una moneda cobreada al que cuidaba y le digo:

-Aliméntemelo.

 

Y comía en la posada un guisado, tomaba una bebida espumante, pero veía que la gente no se me acercaba, como que me temía. Pero yo era..., si bien era de pocas palabras también era una persona que preguntaba, y punto.

Le dije al posadero:

-Vi un par de lugareños que se fueron, que dejaron sus mesas y se fueron cuando entré, y otros me miran y hablan en susurros. ¿Qué pasa?

-Es por su ropa, señor.

-¿Qué tienen mis ropas, están sucias?

-Bueno, los lugareños también tienen sus ropas desaseadas. No, es por sus ropas norteñas, se nota que usted es un guerrero del norte y son conocidos por saquear aldeas.

-Yo estoy solo -le dije.

-Claro, pero muchas veces vienen guerreros solos para ver el lugar y luego en las montañas está el resto de la gente escondida y vienen a saquear.

-No, no, no; yo estoy solo, yo me fui de mi tribu y no tengo nada que ver con nadie.

 

Pero el hombre no quedó tranquilo y me di cuenta de que mis ropas me vendían. Capaz que no se entienda la expresión, quiero decir mi ropaje les mostraba a los demás que yo podía ser un peligro. Un poco me molestaba porque si bien por un lado el hecho de que me tuvieran miedo hacía que estuviera seguro, que nadie me incomodara, hay mucha gente que es traicionera o que es cobarde directamente, puede haber algún aldeano experto en arco y de cien líneas de distancia, a escondidas, me dispara una flecha y me atraviesa el cuello, como pasó con mi padre. Entonces tenía que tener cuidado, mirar con cuatro ojos, no con dos.

 

Bueno traté de contar un poco como era mi vida, pero si pensáis que eso todo, ¡ja, ja, ja, ja!, os quedáis cortos. He pasado muchísimas cosas más pero quiero dejar descansar a este receptáculo que me alberga, no lo quiero agotar tanto.

 

Hasta todo momento.

 


Sesión del 16/11/2020

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Iba a empezar la batalla contra el rey Derian. Estaban todos atentos a su consejero, un mento-elfo poderoso, qué podría hacer. Preparando la estrategia una flecha cae en Fondalar. Aparte, influjos mentales del mento-elfo les trastornaba la mente. Reconsideraron el plan.

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Entidad: Verdaderamente estaba confundido, tranquilo. Principalmente porque estaba Fondalar, y también sabía lo que hacía Ezeven y hasta la pequeña Ciruela.

Me acerqué a la noble Diana:

-Disculpa, soy Aksel, entiendo que Aiken se había puesto en contra tuya por un influjo mental, pero nunca escuché hablar de un mento elfo.

Aiken interrumpió la conversación y dijo:

-Aparentemente Ábalor es de padre mento y de madre elfa, pero vaya a saber porqué razón tiene unos poderes extraordinarios, tiene a todos subordinados, a todos. -Fruncí el ceño.

-¿De qué estamos hablando? ¿De que el rey Bryce es inocente, de que todo lo que hizo lo hizo porque estaba manipulado por el mento Ábalor y mataron a la familia de la niña? O sea, todo es por una persona. De todas maneras, ¿cómo entramos al castillo?

Elefa dijo:

-Podemos enviar flechas incendiarias.

-Pero no es posible hacerlo. Adelante de todo, en la primera muralla y antes de la segunda, que protege el castillo en sí, está la feria feudal, morirían los inocentes, los que no tienen que morir.

Fondalar me dijo:

-Aksel, en la puerta principal hay soldados. El que haya una puerta gruesa de por medio, incluso una pared de una línea, no impide que me apodere de la mente de los soldados y abran la puerta. Podemos entrar pacíficamente y luego dominaría a los soldados con ayuda de Ezeven. Tú, pequeña Ciruela, te quedarás atrás, no quiero arriesgarte.

La pequeña dijo:

-Sabes que puedo defenderme.

-Sí, pero puede caerte una flecha de improviso.

 

En ese momento Fondalar pegó un grito: ¡Aaah! -Y le vi el cuello, tenía una especie de pluma con punta. Con mucho cuidado se la arranqué.

-¡Espera, espera, Aksel! -La miré a Elefa-. Déjamela ver. -La olió-. Tiene veneno. -Me puse pálido.

-¿Veneno que lo puede dejar desvanecido?

-No, veneno que lo puede matar. -Émeris se arrodilló al lado del desvanecido Fondalar.

 

Elefa dio orden a su gente:

-¡Mirad entre los árboles! Qué astutos, estamos rodeados.

Aranet dijo:

-Envío a los bárbaros...

-No, esperad irán mis elfos, que están acostumbrados al bosque y acabarán con todos los que están ahí adentro.

-Pregunto: ¿Los van a matar porque están influenciados?

-No, no están influenciados, están lejos del castillo. Deben ser mercenarios pagos. -Le hizo una seña con la cabeza a los elfos y se internaron en el bosque.

 

Se escucharon gritos, choque de espadas, pero en ese momento mi mente estaba en Fondalar.

-¿Qué hacemos?

-Antes que nada, un cuchillo, un puñal bien fuerte.

-Tengo el mío -dije. Tomó mi puñal y le abrió, en cruz, donde estaba el punto que se estaba enrojeciendo. Apretó fuerte.

-No hay ninguna arteria allí, pero hay que dejar que mane sangre. De todas maneras, el veneno ya se mezcló con su sangre. ¿Sabes que veneno es?

-Sí, anare. Es una hierba mortal el anare.

-Dejadme buscar. -Se acercó a las orillas del bosque-. Aquí hay unos fungi.

-¿Qué son fungi? -pregunté.

-Unos hongos, estos hongos blancos.

-¿Lo tiene que comer, le tienes que preparar un brebaje?

-No, no.

-Yo tengo una aguja hueca.

-¿Para qué?

-La usaba cuando se infectaban mis animales, mi pantero. -Cogió la aguja hueca, la incrustó en una especie de tubo y adentro sacó el jugo del fungi. Adentro puso algo más pequeño.

-¿Qué es esto? -pregunté.

-Un émbolo. -Elefa le tocó el cuello a Fondalar-. Aquí, aquí... -Y le pinchó.

-¿Qué haces? -Apretó el émbolo, todo el líquido que había largado el fungi entró en la sangre de Fondalar-. ¿Qué es eso? Nunca he visto hacer algo así, siempre he visto que le ponen plantas sanadoras en las heridas y luego le queman con un hierro candente. ¿Pero puede ser que le hayas aplicado con esa aguja una especie de antídoto en la propia sangre?

-Es exactamente lo que hice.

-¡Vaya! Y hay gente que tiene a los elfos por ignorantes.

Habló Figaret:

-También tenían a los lomantes por ignorantes y saben de matemáticas, y saben de geografía más que nosotros.

En ese momento se abrió el portón. Elefa le dijo a Émeris:

-Cuida a Fondalar, nosotros nos ocuparemos. Aranet, tienes a tus bárbaros.

 

Nos adelantamos con Aranet y Dexel a la cabeza. Salió un elfo oscuro, encapuchado. En ese momento Dexel se dio vuelta y me miró.

-Eres mi enemigo -Sacó su espada-, tengo que matarte.

-Te han manejado la mente, no me obligues a matarte, Dexel, por favor.

-Eres mi enemigo. Todos son mis enemigos.

 

Otro de los bárbaros sacó su espada y la apuntó hacia Aranet:

-Debo matarte.

Aranet me miró.

-Si domina a todos también nos puede dominar a nosotros dos, nos vamos a terminar matando entre nosotros. -Dexel seguía avanzando, yo retrocedía. Tenía mi espada en la mano, en la otra mano mi hacha. Le podía incrustar en el cráneo, pero mataría a mi amigo por nada.

 

-Apartaos. -Ezeven hizo que Dexel y el otro bárbaro cayeran de rodillas. Había cortado momentáneamente el influjo del elfo Ábalor, pero otros también se habían puesto en contra nuestra. Ábalor era muy potente, Ezeven hacía lo que podía, pero evidentemente Ábalor era más fuerte.

 

Una pequeña figura pasó por al lado mío, abrió sus manos, su vista se puso roja y vio como el cuerpo del elfo Ábalor se estaba poniendo incandescente. Inmediatamente el mento Ábalor corrió hacia atrás, los soldados cerraron el portón.

-¡Ah! Ciruela, no tienes idea las vidas que has salvado, nos hubiéramos matado entre todos. -Y lo abracé a Ezeven-. Y gracias a ti, también. Gracias a ti también. Lo que has logrado es que no matara a mi amigo, ni Aranet a uno de sus bárbaros. Estando Fondalar sin poder hacer nada, entre la vida y la muerte, en este momento el más fuerte es el elfo Ábalor, aún más que Ezeven.

-Podemos vencerlo -dijo la niña.

-No -negó Ezeven-. ¿Te acuerdas la batalla en Andahazi?

-Me acuerdo.

-¿Te acuerdas que estaba rodeado de gente que estaban por matarme?

-Así es -dijo la niña.

-¿Qué te dije? Que me lances llamas y tú titubeaste porque tenías miedo de quemarme y quemar a todos los que me estaban rodeando para matarme. ¿Qué pasó finalmente?

La niña le dijo:

-Te has protegido, has puesto una capa mental protectora para que mi fuego no te llegue. Y quemé a los otros, a los sicarios de Andahazi.

-Bien. Quiero que me entiendas. Mírame bien a los ojos, pequeña: Lo has tomado de sorpresa. Lo has cogido de sorpresa al elfo Ábalor. Adentro va a razonar, la próxima vez va a estar protegido. Y si es tan o más potente que yo, mentalmente, tu fuego mental no le va a llegar, no vas a incinerar su cuerpo. Si yo pude protegerme él también va a poder protegerse. Debe ser fuerte como Fondalar, y Fondalar es más fuerte que yo.

-¿Y entonces qué hacemos? -pregunté.

-Nos retiramos hasta que Fondalar esté mejor.

 

Volvieron los elfos y le dijeron a Elefa:

-Están todos muertos, eran como cuarenta mercenarios. No tenían flechas, tenían cerbatanas. Está mal dicho "por suerte", pero en este caso se diría por suerte le dieron solamente a uno -exclamó el elfo-. Lástima que haya sido este mento tan querido por vosotros.

-Se recuperará, se recuperará. El jugo del fungi, del fungi blanco, está en la sangre.

 

Pero no mejoraba, esa noche estuvo con una fiebre altísima. Émeris le daba a beber agua y la vomitaba, hablaba incoherencias, a cada rato le poníamos paños fríos en la frente. Temblaba, se movía, por momentos quería pararse y Émeris lo sujetaba.

 

Elefa dijo una frase brutal, pero que era la verdad:

-Si pasa de esta noche, va a vivir. -Y yo pensé "Por favor, a ti, a aquel que está más allá de las estrellas, haz que Fondalar pase la noche".

 

Nos habíamos retirado a más de mil líneas del castillo del rey Bryce. Diana, la noble, Camila con lágrimas en los ojos y yo el fuerte, el norteño, el de la cicatriz, el de el hacha invencible, también con lágrimas, con los ojos enrojecidos, porque todo esto era injusto y la noche era larga, larga.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión del 25/11/2020

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Todos pendientes de si el elfo-mento les generaría influjos mentales y acabaría con ellos. Aparte, Fondalar no volvía al mundo real. No había ideas que desbloquearan la situación.

Sesión en MP3 (4.092 KB)

 

Entidad: Si comento que me sentía bien estoy mintiendo. Si comento que me sentía expectante, a medias es cierto a medias no.

Miraba a la gente que estaba a mi alrededor. A Elefa obviamente la conocía, ella fue la que vengó en su momento a Aranet cuando la rubia norteña se aprovechó de su debilidad egoica de venganza y fue atravesado por una espada. Me asombra el pensar que cómo mínimo tres veces Aranet estuvo al borde de la muerte. Y no es que uno dice "Bueno, estuvo mal...". No, no, estuvo literalmente al borde de la muerte. Es más, murió uno de sus bagueones, pero pudo sobrevivir.

-¿En qué piensas, Aksel? -me preguntó Elefa.

-En todos vosotros, en las circunstancias que nos conocimos y los que estoy conociendo ahora. Me agradan el príncipe Gualterio, el otro joven, Rebel.

-¿En qué sentido? -Me encogí de hombros.

-Antes de venir para aquí (no en el caso de Gualterio, en el caso de Rebel, que nunca perdió un torneo a primera sangre), supe enseguida que se dejó vencer por Geralt, y luego me enteré que había sido su maestro cuando él recién era un adolescente. Pero ganar torneos a primera sangre no es un combate. Me enteré de que se enfrentó con uno de esos orcos gigantes y lo atravesó con su espada una o más veces y el orco seguía con toda su energía, y no sólo eso sino que lo atravesó con la espada a Rebel. No lo mató porque lo pudieron sanar con plantas medicinales, le cosieron la herida.

-¿A qué viene todo esto? -preguntó Elefa.

-A que una batalla de verdad no es lo mismo que un torneíto. Cuando estaba en el norte no tenía familia y me trataban mal, he tenido infinidad de heridas de las cuales me han quedado cicatrices, pero esas cicatrices quedan como recuerdos. Peor si te quedan en el rostro, pero en el cuerpo ni te das cuenta.

-También tienes una en el rostro.

-¡Aaah! Algún día te contaré mi vida si hay posibilidad de que sigamos vivos. En este momento me preocupa Fondalar.

-Hice lo más que pude.

-No te tienes que justificar, Elefa, para nada. Esto que has hecho con ese tubo todavía no entiendo cómo le has puesto en su propia vena un preparado de fungi como antídoto. No no no, es mucho más que...

-Sé que hay un valle de plantas sanadoras, pero no sé si las plantas sanadoras podían curar el anare.

-Por eso digo, lo que has hecho es extraordinario, independientemente del resultado. Me preocupo, sí, porque ya amaneció y lo veo como más rígido, como que su respiración se está debilitando. Y me duele el pecho de dolor, pero de dolor emocional, un dolor emocional tan grande de ver a Émeris, a su esposa, como tildada, como petrificada al lado de él poniéndole paños. No sé qué pasará por su mente porque me da la impresión que lo está haciendo de manera automática.

-Todos estamos mal, Aksel. Míralo a Aranet.

 

El gran guerrero seguía sentado en una roca con la espada en la mano clavada en tierra, parecía una estatua petrificada. Los jóvenes Gualterio y Rebel, la niña Ciruela abrazada con la adolescente Camila y la noble Diana. La amazona Kena, que tenía entendido que había sido muy amiga de Ligor, pero...

Y ese elfo-mento en cualquier momento puede salir y poner a todas nuestras tropas uno en contra del otro, con sus influjos mentales.

 

De repente Elefa se puso rígida.

-No está respirando. -Me quedé como parado en el aire, no entendiendo.

-¿De qué hablas? -Miré la dirección de su vista: Fondalar. Le puse el dedo índice y el pulgar en su garganta-. No late. -Émeris le acariciaba el rostro. Era la primera vez que la veía irresoluta, sin saber qué decisión tomar.

En ese momento me apartó Elefa.

-Déjame un lugar -le dijo a Émeris. Puso las manos en el pecho de Fondalar apretando una y otra vez-. Vamos, vamos con ese corazón, vamos con ese corazón, vamos con ese corazón, ¿qué pasa que no chupas aire?, ¿qué pasa que no chupas aire? Discúlpame -le dijo a Émeris. Lo tomó de la nariz, apretándolo la nariz a Fondalar. Abrió su boca (pensó que lo estaba besando). No, le estaba echando su aire, su propio aire para inflar los pulmones. Y otra vez la reanimación, apretándole el pecho acompasadamente. Estuvo así como cinco minutos. Y se sentó en la tierra, me miró a mí e hizo que no.

La miré a Elefa.

-¿Qué es no?, ¡no me digas que está muerto! -Elefa bajó la vista-. No me digas que está muerto, no me digas que el maestro está muerto. No quiero saber nada. Ya mismo desenfundo mi espada. No sé... Cerraré los ojos, no miraré al mento y le voy a atravesar mi espada en el corazón.

Elefa me dijo:

-Te estás cegando, Aksel, el influjo no llega por los ojos, llega por la mente. Va a hacer que cojas un puñal y te cortes el cuello. -Pero estábamos todos reactivos.

Émeris se quedó con el cuerpo de Fondalar.

Al lado Ciruela, llorando.

-Le voy a dar un poco de calor. No tengáis miedo, no lo voy a quemar. -Puso sus manos en el cuerpo de Fondalar, subiéndole un poco la temperatura, pero nada.

 

Nos acercamos con Aranet, los bárbaros, Elefa, los elfos, Dexel, Rebel, Gualterio y yo, atrás Kena, hacia el castillo. En ese momento salieron veinte arqueros y atrás el elfo-mento.

Sentí como un escalofrío en la espalda y me corrí. Detrás mío estaba Ezeven con los ojos en lágrimas pero con una mueca de odio mirando a los arqueros que apuntaban hacia nosotros. Tenía los puños cerrados, el pecho le temblaba. Cuál es mi sorpresa cuando veo titubear a los veinte arqueros que manipulaba el mento y se dan vuelta, estaba a diez y quince pasos del mento y lo atravesaron todos, algunas flechas se perdieron por el aire, pero por lo menos una docena de flechas se clavaron en el cuerpo del mento.

 

Lo miré con un tremendo asombro a Ezeven:

-¿Cómo has hecho, si él es más fuerte que tú? -Y el mento había caído muerto. Los arqueros desconcertados habían quedado libres, libre de toda manipulación mental, ni sabían qué hacían con los arcos en las manos en ese momento. Sí vieron al elfo caído, muerto-. ¿Cómo has hecho?

Ezeven me dijo:

-No sé. El odio, la impotencia, todo junto potenció mis dones, y pude hacer un giro de ciento ochenta grados.

-Libraste a los arqueros del poder de ese mento para ponerlos bajo tu manejo. -Se encogió de hombros.

-Quedé exhausto, quedé cansado pero lo pude lograr, lo pude lograr. -Me abracé con él y lo apreté con una fuerza tremenda, con un cariño tremendo. Ezeven tosió.

-Está bien, Aksel, está bien, no es necesario que me quiebres las costillas.

-¡Ja, ja, ja! -lancé una carcajada tremenda-. Ezeven, te adoro. Ezeven, eres una maravilla, has vencido al mento.

La miré a la noble Diana. Diana:

-Dime.

-Esto significa que ahora el rey Bryce y todos los demás están libres, no hay más influjos.

-Aparentemente no.

 

Nos acercamos al portal, los soldados nos miraban como no sabiendo quiénes éramos nosotros. Se acercó Diana, a ella la conocían.

-¿Qué pasó?

Diana les dijo:

-Han estados influenciados por un mento. ¿Y el rey?

Se encogieron de hombros: -En su cámara, supongo.

 

Entramos todos al castillo-fortaleza, atravesamos la feria feudal los bárbaros, los elfos. Y en la cámara principal, en la cámara real había un hombre semidesvanecido.

Diana se acercó.

-Mi rey... -El hombre abrió los ojos.

-Diana, ¿qué pasa?, estoy con un tremendo dolor de cabeza. ¿Qué pasa, por qué está todo desordenado...? ¿Dónde están los soldados? Estoy con otras ropas, ¿qué pasó?

Diana le dijo:

-Había un elfo.

-Sí, se ofreció de voluntario para ayudar... Y después no me acuerdo más nada.

 

-Diana le contó todo, le dijo que era un mento poderosísimo. El rey levantó la mirada y la vio a la joven Camila-: Camila, cómo has crecido. -Ella lo miró con odio.

-Tu ejército mató a mis padres.

-¿Cómo? ¿En qué momento? Me acuerdo que Diana me ayudó a recuperar el trono, luego me acuerdo que le di trabajo al elfo, y no me acuerdo de más nada. ¿Qué pasó en todo este tiempo?

Ezeven se acercó.

-Déjeme revisarlo, majestad. -El rey asintió. Le posó los dedos pulgares en cada una de las sienes-. ¿Cómo te llamas?

-Bryce.

-¿Qué intenciones tienes?

-Ahora nada, he recuperado mi reinado gracias a Diana y su gente. Y no hizo falta derramar sangre.

-¿Te acuerdas que tus soldados han atacado gente?

-No, mis soldados no han atacado a nadie.

-Mírame -dijo Ezeven-, ¿te acuerdas del elfo?

-Sí, me acuerdo.

-¿Te acuerdas qué quería?

-Sí, ayudar donde sea, no le importaba cobrar metales sino ser útil a mi reinado.

-¿Y qué más te acuerdas?

-No sé, tengo la mente en blanco.

-Te pido que me digas qué más te acuerdas -ordenó Ezeven.

-No sé, tengo la mente en blanco y me duele mucho la cabeza.

-Ahora ya no te duele. ¿Te está doliendo?

-Un poco.

-Ahora ya no te duele. Ahora estás bien. Ahora tienes la mente lúcida. ¿Te duele la cabeza?

-No.

-¿Te acuerdas qué pasó con el elfo?

-No.

-Está bien. Siéntate y respira hondo. -Nos miró a nosotros-. Lo influencié mentalmente para que diga la verdad. Y es cierto, es absolutamente inocente, al igual que sus tropas. Todo lo que han hecho fue por el mento. -Ezeven la miró a Camila-: Lo lamento por tu familia pero el rey es inocente. Directa o indirectamente he podido matar al culpable, los arqueros ni saben lo que ha pasado. Una vez que el elfo-mento murió ni sabían por qué tenían los arcos y las flechas en sus manos.

 

Aranet miró a sus bárbaros.

-Es hora de retirarnos, entonces.

Elefa le dijo lo mismo a sus elfos. La miró a Diana: -¿Qué harás?

-Me quedaré con Camila, acompañando al rey a rehacer todo, a ayudarlo a armar todo de nuevo. Es inocente.

 

Nos fuimos retirando. Obviamente nos llevamos un montón de comida en las alforjas y varias cantimploras con agua para el camino.

Y cuál es la sorpresa que la vemos a Émeris llorando. Nos acercamos donde estaba Fondalar.

-Mirad, mirad, está respirando.

La miré a Elefa.

-¿Cómo? -Elefa se encogió de hombros.

-¡No sé!

Ezeven dijo:

-Me imagino qué pasó, pero va ser mejor que lo explique Fondalar.

 

Fondalar abrió los ojos.

-¿Qué ha pasado en este tiempo? -Aranet le contó desde que recibió el dardo con anare en el cuello, lo que le aplicó en la vena Elefa. Le explicó que yo le tomé el pulso y no tenía pulso.

Aranet se sentó y le dijo:

-Te escuchamos.

Fondalar comentó:

-Nosotros, los mentos, tenemos otro don: ralentizamos nuestro estado corporal como si hibernáramos. No es que el corazón deje de latir ni que dejemos de respirar, pero es como que viviéramos en cámara lenta, como los peludos del norte que hibernan y están meses sin comer ni tomar agua, es una especie de defensa para que el cuerpo se recupere.

-Entonces no estabas muerto y resucitaste.

-No, no creo que eso exista, estaba en un estado de hibernación.

 

Émeris nos miró y dijo:

-Nunca habíamos hablado del tema, yo soy mitad menta y mitad norna y recién me entero de esto. Pero entiendo que Ezeven lo sabía.

-Sí. Alguna vez he ralentizado mi cuerpo a propósito, sin estar con ningún veneno, pero mi mente seguía lúcida. He bajado mis pulsaciones de sesenta y ocho por minuto a menos de seis por minuto.

-Claro -agregué yo-, pero en este caso directamente no latía.

-Seguramente sí -dijo Ezeven-, latiría una vez cada cinco minutos, y cómo lo iban a controlar.

-Permíteme. -Le toqué el cuello a Fondalar, su corazón latía normalmente. Entonces le contamos todo lo que pasó.

 

Primero le agradeció a Elefa:

-Te debo mi vida. Y a ti, Ezeven, que nos has salvado a todos. Te he enseñado muchas cosas desde que nos conocimos, ya prácticamente tus dones están casi a mi nivel, y encima puedes levitar.

Ezeven sonrió.

-Antes de conoceros a vosotros me ganaba la vida en un circo y en un teatro ecuatorial. La gente venía a verme porque era el último en actuar y levitaba hasta una línea del suelo. El maestro de ceremonias del teatro tenía una varita y la pasaba por encima mío para mostrar a la gente que no había hilos ni cables que me levantaran. Todos buscaban dónde estaba el truco y el dueño del teatro decía:

   -No lo vamos a decir porque entonces la gente no vendría más.

   Y a solas me preguntaba: A mí sí me lo puedes contar.

   -No, a ti tampoco.

   -Entonces puedo molestarme y despedirte.

   -Tampoco puedes hacer eso porque yo soy el que genero la mitad de toda la recaudación.

-Y así me ganaba la vida, hasta que conocí a vosotros. Y ahora tengo tan buenos amigos...

Lo abracé y le dije:

-Ahora no eres más un espectáculo de teatro, ahora eres un héroe. Fondalar estuvo fuera de servicio, y que me disculpe mi expresión. -El maestro se reía-. Y tú has tomado la posta y nos has salvado a todos. Lo único que espero, sé que tú, Aranet, y sé que tú, Elefa, no sé si sois amigos pero sí sois conocidos (Tú, Elefa, has llegado a tocar y a acariciar al bagueón de Aranet y Aranet, a su vez, acarició a tu pantero), tienen mucho en común, no perdamos contacto entre vosotros, los bárbaros, y vosotros, los elfos. Próximamente puede haber más batallas y más peligro.

Elefa dijo:

-Nunca perderemos el contacto, nunca.

 

No había posadas grandes para alojarnos a todos. Si bien habíamos traído en alforjas comida y bebida del castillo, mandamos a varios bárbaros y a varios elfos a buscar más comida. Nos sentamos en distintos troncos y comimos. Le dimos de pastar a los hoyumans, a las mulenas.

 

Y después Elefa se despidió y se fue con su gente, y nosotros regresamos para el castillo de Anán. Había tanto para contar, tanto para contar...

Pero lo más importante, por lo menos para mí, tíldenme de egoísta si quieren, no fue que el rey Bryce fuera inocente y que toda su tropa no tuviera culpa de nada, para mí lo más importante es que Fondalar estaba vivo, gracias a Elefa.

 

Hasta todo momento.

 


Sesión del 08/12/2020

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Tiempo de descanso tras los últimos acontecimientos. Pero un tipo peculiar con quien volvía tenía fama de buscarse problemas con su conducta, que ya muchos conocían. Por la noche se le coló en su habitación y tuvo que elegir si usar el puñal con él. Aunque su fama le precedía había gente que lo perseguía.

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Entidad: Volvíamos bastante fatigados regresando al castillo de Anán tras lo que se podía llamar la aventura con el rey Bryce, que finalmente resultó ser una víctima más del elfo mento.

 

Me fijé que otro joven venía con nosotros, lo acompañaba a Figaret.

-¿Tú quién eres?

-Mi nombre es Edmundo.

-¡Ah, ja, ja, ja! Te felicito. Con Figaret y el grupo de la etnia blanca han ayudado a los lomantes. Bien. Pero estabas radicado en un pueblo, ¿qué pasó?

-Tuve una mala experiencia con una joven llamada Greta -explicó Edmundo-, y las jóvenes del poblado son muy... cómo diría, no se toman las cosas en serio. Y eso es lo que yo busco.

Le expliqué:

-Eres joven, Edmundo.

 

Llegamos a un poblado bastante grande.

Hablé con Dexel y le dije:

-Vamos a alojarnos en la posada.

Edmundo dijo:

-Yo también. -Obviamente Émeris con Fondalar, que aún no estaba repuesto, también se alojarían.

-¿Y tú, Aranet?

-Hay un pequeño bosque a poca distancia del poblado, nos quedaremos con los bárbaros.

-Bien. ¿Ezeven, Ciruela?

-También en la posada.

 

De verdad que comí con un hambre tremenda; cogía el guisado con la mano y bueno, era un norteño, comía así y me satisfacía. Cogía la jarra con la bebida espumante y tragaba un poco y el resto caía por mi pecho. Figaret se reía.

Lo miraba al figurín, le digo:

-Claro, tú seguramente comes delicado.

El figurín levantó las manos diciendo:

-¿Yo?

-No dije nada, cada uno come como quiera. -Veía que Edmundo le reprochaba.

-¿Qué pasó ahora?

Edmundo dice:

-Figaret llega al poblado y ya se está fijando en mujeres. -Me encogí de hombros.

-No veo el problema.

-Claro, porque no lo conoces. Figaret ha ayudado a mucha gente pero tiene dos manías: Una, juega a las barajas y gana.

-¿Hace trampas?

-No. No sé si es suerte o intuición, pero gana siempre.

-Entonces está bien -expliqué-. ¿Y la otra manía?

-Las mujeres.

-Esa me parece una buena manía.

-Todas las que elije son casadas.

-Vaya, así que engaña a los maridos.

Intercedió Figaret:

-No, Axel, ellas engañan a los maridos, ellas, porque están desconformes.

-Algo escuché de ti -expliqué-, eres el que te metes por los balcones. -Hizo un gesto como diciendo "Qué voy hacer, es más fuerte que yo"-. ¿Nunca te han pescado?

-¡Ja, ja, ja! Si supieras, Axel, las veces que tuve que huir, porque algunos maridos tienen amigos y me persiguen de a cinco o seis.

Lo miré y le digo:

-Claro, y tú con ese espadín qué puedes hacer.

Edmundo se metió y dijo:

-No es así, con ese espadín ha vencido a gente con espadas más grandes.

Lo miré, y de forma escéptica:

-¡No lo creo, no lo creo!

 

Por la tarde vimos que hablaba con una tal Donata, una mujer bastante rellenita, muy bonita de cara, y ella le hablaba a Figaret.

Edmundo se tomaba la cabeza.

¿Y ahora qué pasa? -le pregunté.

-Donata es casada. Casada con un hombre llamado Mauricio que tiene muchos amigos que apuestan mucho dinero, y tienen poder porque el dinero da poder. Espero que no meta la pata.

-Es un problema de él. Si lo lastiman, él se lo buscó. Si lo matan, él se lo buscó. ¿Quién lo acompaña?

-No, ese es inofensivo, es un tal Bardol, que se le unió hace poco. Figaret toca instrumentos.

-¿Instrumentos, qué instrumentos?

-Toca una guitarra pequeña llamada mandolina, toca la flauta. A veces hace espectáculos en bares y le dan propina.

-O sea, que es un personaje de circo, por la forma que está vestido parece un arlequín.

-Sí, mucha gente le dice así.

 

Me había agarrado sueño pero no quería dormir, quería disfrutar un poquito el descanso, caminar por el poblado.

Pero ya llegando la noche cené algo liviano, elegí una habitación para mí solo. Cerré con una llave vieja que me había dado el posadero y la colgué de un perchero. Me saqué las botas, ¡por fin! Descansé los pies y me tiré en un camastro ¡Ah, qué alivio, por Dios! Por supuesto colgué el cinto con la espada pero debajo de la almohada tenía un puñal.

Mi sueño no era liviano, honestamente, era pesado. Me dormía, como decís vosotros, como un tronco, pero al menor ruido, aunque sea el vuelo de una mosca, ya me despertaba.

Y a media noche escucho un sonido de la cerradura. Me quedo tranquilo, cojo el puñal, me paro en la oscuridad. Entra una figura, era un hombre: ¿Algún asesino? Cojo el puñal, lo tomo al asesino por la espalda y le pongo el puñal en el cuello.

-Dame una excusa para que no te degüelle, una excusa para que no te degüelle. ¿Quién eres?

-¡Psss! Soy Figaret.

-Figaret. -No saqué la mano del cuello-. No sé qué buscas aquí pero me parece que te equivocaste de habitación. Soy Axel.

-¡Psss!, habla bajo.

-¿Por qué voy a habar bajo? ¿Qué intenciones tienes, a qué viniste a mi habitación?, eres un degenerado. ¿Qué pasa contigo? -Apreté más el puñal en el cuello.

-No aprietes tanto, me vas a lastimar.

-Entonces explícate.

-Me están persiguiendo. Suéltame, me están persiguiendo.

-¿Quién te está persiguiendo?

-Mauricio.

-¿Quién es Mauricio?

-El esposo de Donata.

-La que comentaba a la tarde Edmundo.

-Esa.

-¿Qué pasó?

-Me citó y me colé en el balcón. Se quejaba, dice que Mauricio no la atendía. ¿Y cómo me voy a negar?

-Claro. Pobre Figaret, cómo se va a negar.

-Estoy hablando en serio. Obviamente le tuve que hacer el amor, la mujer estaba desconsolada y yo la consolé. Lo que no supo ella que su marido había perdido una fortuna, le fue muy mal y volvió temprano y abrió la habitación y nos pescó en la cama. Apenas pude vestirme y escapar por el balcón, y vine corriendo para la posada.

-¿Cómo entraste?, está la puerta con llave.

-¡Ah! Yo tengo alambres que abren todas las puertas.

 

Se escuchó un golpe en una habitación, era la habitación de al lado, de Dexel.

-¡Estoy buscando un gusano!

-Aquí no hay nadie más. Vale que te vayas porque te voy a clavar un cuchillo.

Golpeó mi habitación.

-¡Abre, a ver si escondes al villano! -Abrí, la claridad del pasillo apenas iluminó la habitación.

El hombre miró para adentro: -¿No vino aquí un tal Figaret?

-Estaba durmiendo y me has despertado. Qué impide que te clave el cuchillo en el pecho.

-No quise molestarte. Han mancillado a mi mujer, una mujer a la que respeto y que me respeta. Y es un compañero de ustedes.

-No sé, yo no conozco a todos. En el bosque están los bárbaros, esa persona que dice no la conozco, habrá ido con los bárbaros a dormir por allí. Busca por ahí. -El hombre se marchó.

 

Cerré la puerta, encendí la lámpara de aceite. Figaret estaba en un rincón, que había un hueco donde se guardaban baldes y trapos.

¿Te das cuenta que Edmundo tenía razón, te das cuenta?

-Pero no te creo.

Figaret dijo:

-Axel, te digo la verdad.

-Yo creo que la forzaste a la mujer. Espera aquí.

Le golpeé la puerta a Dexel.

-¿Qué?

-Ven. -Se calzó las botas y vino-. Coge tu espada. Voy a buscar a Edmundo. No dejes que este figurín se escape.

-¿Qué hizo?

-Parece que violó a una mujer casada.

-¡Ah! -dijo Dexel-, ese tipo de gente hay que colgarla.

Figaret dijo:

-¿Colgarme a mí, a mí? ¡Los ayudé!

-No has hecho nada, el que salvó los papeles fue Ezeven.

-Pero yo ayudé a los lomantes.

-Nosotros no estábamos, no vimos nada. Cuídalo, Dexel.

 

Me calcé las botas. No sabía cuál era la habitación de Ezeven. Bajé y le pregunté al posadero.

Me dijo:

-La número once.

Golpeé. Lo busqué a Ezeven.

-¿Edmundo está contigo?

-Sí.

-Llámalo. -Salió Edmundo-. Tenemos un problema. -Le conté que Figaret se había colado en la habitación, que lo vino a buscar el hombre, Mauricio, y que había mancillado a Donata.

-No, no, Axel, por suerte tengo buen oído. ¿Qué te contó?

-Figaret me dijo que ella estaba desconsolada, que el marido no la atendía.

-Es lo que yo escuché. No te mintió Figaret, así que es inocente.

-¿Inocente? Yo no podría decir que es inocente, yo digo que es un pillo.

-Pero es un pillo bueno. ¿Dónde está?

-En mi habitación, lo dejé con Dexel.

-¡No!

-¿Tienes miedo de que Dexel le haga algo?

-No, al revés. -Fruncí el ceño y lo miré a Edmundo.

-¿Al revés?

 

Entramos en mi habitación, Edmundo detrás mío. Dexel estaba atado con las manos en la espalda y los pies atados-. ¿Me puedes decir qué pasó?

-¡Qué va a pasar! El figurín es rapidísimo con su espadín, apenas te fuiste me desarmó, me puso su espadín en la garganta, buscó unas sogas y me ató. Y se fue. -No quise largar una carcajada porque era de noche.

-Pero vaya con este figurín. ¿Y ahora qué hacemos?

-Nada. Vete a dormir, yo voy a seguir descansando. Tú, Edmundo, vete a dormir con Ezeven. ¡Ah! ¡Qué noche, por Dios, qué noche, qué noche! Figaret disfruta y a nosotros nos cortó el sueño a todos, a mí, a ti, a Dexel, a Ezeven. Y el pobre Fondalar todavía reponiéndose, todavía débil. No sé si mañana seguiremos camino, si no nos quedaremos un día más. Pero si nos quedamos en la posada un día más... Iba a decir que tú te quedes con Figaret, pero se te va a escapar de las manos; se quedará conmigo. Eso sí, si llega a acercarse a menos de medio metro de mi persona lo degüello. -Ahí largó la carcajada Edmundo.

-Quédate tranquilo, Figaret es muy mujeriego pero nada más que eso, no pienses mal de él, no tiene otra iniciativa.

-Mejor para él, mejor para él. -De verdad que dormí de corrido.

 

No era mediodía, obviamente, pero me levanté bastante tarde, la mayoría estaba desayunando.

-¿Figaret, dónde anda? -le pregunté a Edmundo.

-Ya desayunó, desayunó bien. ¡Je, je! Seguro que para reponer energías. -Y ahí estaba rodeado de cinco o seis aldeanas tocando la mandolina y cantando, todas lo miraban extasiadas.

-¿Siempre es así?

-¡Siempre! A veces es peor, a veces en las posadas o en los bares grandes atrae y junta un montón de metales dorados, y encima después juega a las barajas y gana.

-Es un personaje. Es de verdad un personaje. Ahora, ¿esas aldeanas son casadas?

-No.

-¿Y por qué no sale con una soltera? -Edmundo se encogió de hombros.

-Saldrá, pero nadie lo sabe, es muy discreto.

-Eso es bueno, eso es muy bueno.

Lo miré y le dije:

¿Y tú?

-Yo soy lo opuesto, yo no tengo suerte con las mujeres.

-Edmundo, no existe la suerte, tienes que tener intuición, saber quién es buena, quién no es buena, quién es pícara, quién no es pícara. ¿Por qué te fuiste del otro pueblo y viniste con nosotros?

-Había una tal Chelsea...

-¿Tuviste algo con ella?

-Sí, pero al día siguiente me miraba con indiferencia.

-Se ve que no la conformaste.

-Axel, no seas tan directo, yo pienso que sí pero, y disculpa lo que voy a decir, Chelsea no es una mujer de un solo hombre.

-Nunca digas eso. Nunca ofendas a una mujer aunque sea cierto, ten en cuenta eso. Chelsea tendrá sus razones.

-¿La conoces?

-No, no la conozco, conozco lo que tú me estás diciendo. Pero no opines nunca de una mujer ni para bien ni para mal, más vale... cierra la boca. Tuviste una mala experiencia con esa otra, Greta, y bueno está en su naturaleza ser mala. ¿Chelsea te traicionó?

-Nunca me prometió nada.

-Entonces no te traicionó, no puedes decir que es de cualquier hombre.

 

Dejé de hablar con Edmundo y miraba al figurín tocando la mandolina. Bardol atrás, con una flauta. Bardol era redondo, petizo y sin embargo tenía una dosis de simpatía, era como un complemento del figurín.

El figurín me miró y me saludó, le hice un gesto con mi cara como diciendo que no tenía cura.

 

Terminó la canción y las mujeres se le acercaron y lo abrazaron, lo besaban en la mejilla, en la boca. Ninguna tenía novio. Ya me veía al figurín corriendo para el bosque escondiéndose entre los bárbaros.

¡Ah! Y yo pensé que lo conocía todo. Pero entre nosotros, este hijo de buena madre me resultaba simpático, me resultaba simpático. Esta noche dormiría en mi habitación, y por más que me resulte simpático al menor gesto raro lo iba a degollar. ¡Ja, ja, ja!

 

Gracias por escucharme. ¡Ja, ja, ja, ja!

 


Sesión del 11/12/2020

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Afortunadamente no había habido batalla, todo se resolvió gracias al poder de un mento. Pero no había descanso: Otra gran batalla estaba se estaba preparando mientras Ligor era apuñalado.

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Entidad: Regresábamos cansados tras la supuesta aventura de reponer al rey Bryce, que había estado bajo los influjos de ese elfo mento, y nos terminó salvando Ezeven.

 

Al lado mío íbamos al paso con hoyuman con Figaret. Figaret iba pensativo y yo lo miraba. Y digo:

-Al fin y al cabo él tuvo más historias para contar que nosotros porque con Edmundo fueron con la etnia de los blancos a salvar a los lomantes. Y luego todos pasamos por una tremenda agonía cuando pensábamos que Fondalar no se recuperaba. Hubiera sido una enorme pérdida por ser humano, por amigo y por un montón de factores.

 

La noble Diana y su gente se quedaron con Bryce. Todos estábamos cansados, Aranet, los bárbaros, y eso que no habíamos luchado.

 

Dexel, del otro lado me decía:

-No deja de haber sido una experiencia.

 

Lo miré a Edmundo:

-¿Así que finalmente te vienes con nosotros?

-Sí, quiero conocer por fin ese famoso castillo.

¿Y tú familia?

-A mí familia ya le dije que andaré por el mundo, que recorreré lugares.

 

Y finalmente llegamos, nos estaban esperando, los soldados nos abrieron el portón grande. Pero estaban todos con cara seria.

Fuimos directamente al salón del trono real y hablamos con el rey.

-¿Todo bien?

-No. -Nos miramos con Aranet.

Aranet, que tenía mucha más confianza que yo con el rey, le dijo:

-Cuéntame qué pasa.

-Ligor no se sabe si va a sobrevivir.

-¿Sobrevivir? -inquirió Aranet-, ¿en qué sentido?

-Está al borde de la muerte. Lo está cuidando Núria en una de las habitaciones. -En ese momento justo bajó Núria. Los bárbaros de Aranet se fueron al patio de armas, ya los soldados habían preparado víveres, comida, bebida. Nosotros también nos desfallecíamos de hambre pero preferimos esperar a que Núria cuente qué había pasado.

 

Núria se acercó con los ojos llorosos y nos contó la historia:

-Había venido Ligor, habían discutido, pero acordamos en que me acompañaba al castillo donde yo había estado tanto tiempo como "prisionera", como dama de compañía de la princesa Samia que luego fue reina. Me liberó ya en la mitad de mi vida, vida que había dejado en el camino entre cuatro paredes, con libertad para moverme adentro. Y verdaderamente le quería reclamar a su heredero, al rey.

 

Pero no alcanzamos a llegar al castillo con Ligor. En el camino había una aldea masacrada por completo: ancianos, niños, mujeres con cuellos cortados, con flechas en sus cuerpos, solamente había una joven vestida de marrón con la cara lastimada, morada.

Nos acercamos, desmontamos de los hoyumans, saqué mi cantimplora y le di de beber agua. Me agradeció.

-Gracias, gracias de corazón.

Ligor preguntó:

-¿Qué ha pasado?

-Nos atacaron. Y no es la primera vez que lo hacen, todas las aldeas de la región están saqueadas porque no pueden pagar impuestos, porque son pobres. Se llevan a los animales, queman las cosechas. Eso lo hacen de maldad. Y como no tenemos para pagar impuestos, ni siquiera un metal cobreado, yo digo por lo menos que nos lleven como esclavos. Pero no, los matan a todos. A mí me ultrajaron como cinco soldados, me dieron por muerta y logré salvar la vida.

-Núria dijo, sorprendida:

-¡Pero el castillo cercano es el del hijo de Samia!

-No. ¿Cuánto hace, señora, que no viene por aquí?

-¡Uf! No podría contarlo en tiempo, muchísimo.

-¿Y tu acompañante quién es?

-Ligor. -La esclava lo miró con sorpresa y con un poco de recelo.

-¿Tú eres Ligor?

-Sí, ¿me conoces de algún lado?

-No, escuché hablar de ti.

-Pero comenta qué pasó con el hijo de Samia.

-Tenía un regente, Sigmur, lo mató a él, a su hermana, se apoderó del catillo, se apoderó del reino. Un hombre de carácter, pero tirano, cruel. No sólo los soldados se pusieron a su disposición sino que encima alquiló también, alquiló es una manera de decir, pagó mercenarios y les dio ropa de soldados, no les importaba que estuvieran bien entrenados o no, basta que pudieran matar a todo el que se opusiera. Y empezó a reinar con terror, nadie se atrevía a desobedecerlo. Mandó emisarios a dos reinos cercanos, uno de ellos está cerca del rey Anán, que mucho tiempo atrás tuvieron una guerra y que la perdieron con Anán. ¿Lo ubicáis?

-De allí venimos -dijo Núria-. Contadme más de ese regente Sigmur.

-Bueno, esos dos emisarios fueron con la orden de decir "O se anexan al reino del regente Sigmur, prefiere decir regente y no rey, o directamente los invadirán y los atacarán a todos hasta matarlos. Y los reinos se anexaros y varios de los mercenarios se quedaron en los dos reinos anexos para vigilar. Es más, los dos reyes que anexaron los reinos vecinos le pagan impuestos, también al regente Sigmur. O sea, que ahora es poderoso. Hay tres castillos en la región y los tres prácticamente son del regente Sigmur, y quiere seguir extendiéndose.

Ligor dijo:

-Me hace parecer a Andahazi. ¿Cómo te llamas?

La esclava dijo:

-Me llamo Selena. Me llamo Selena y estuve prácticamente prisionera días de estos soldados que me ultrajaron a mansalva. Se reían, se burlaban, no les importaba. -Se subió parte del vestido.

-¡No, no hace falta! -dijo Ligor.

-Es para mostrarte. -Todas las piernas marcadas con moretones, heridas. La cara con hematomas.

 

 Núria relató que lo miró a Ligor y le dijo:

-Todo lo que iba a hacer no tiene sentido. Tenemos que volver.

Ligor le dijo a Selena:

-¿Quieres montar en mi hoyuman detrás mío?

-Por favor, por favor.

-Y allí te curaremos y tendrás una nueva vida tranquila.

-¡Ja, ja! -La joven rió-. ¿Tranquila? Tendréis que fortificaros, seguramente el castillo de vuestro rey será atacado también por el regente Sigmur.

 

Y volvimos. Volvimos al paso, si galopábamos el movimiento del hoyuman le hacía doler todo el cuerpo a Selena.

Pero yo era intuitiva, muy intuitiva, quizá demasiado intuitiva. Vi que por momentos la cara de Selena se transformaba, no la veía como a una víctima, como a alguien sufrida, doliente, la veía con una mueca como de... como de odio, como de desprecio. Ella estaba a las espaldas de Ligor, Ligor no la podía ver, yo trotaba a su lado y veía el gesto, se sujetaba de Ligor y en determinado momento, no me dio tempo a nada, sacó un puñal y se lo clavó a Ligor en la espalda, en la parte de los riñones, en la parte del pecho, otra vez en la parte del pecho.

-¿Qué haces? -Inmediatamente acerqué mi equino al de ella. Cuando le iba a clavar por cuarta vez el puñal en el cuello le lancé una descarga eléctrica y cayó del equino a tierra. Estaba semidesvanecida, le saqué el puñal. Ligor cayó de su equino casi inconsciente, sangrando-. ¿Por qué has hecho eso? -Su tono de voz era otro.

-Porque yo trabajo para el regente Sigmur, y haberme encontrado con Ligor es una enorme recompensa. Yo sé que él maneja dracons, sé que es un tremendo enemigo. Podréis matarme, pero el regente Sigmur me recordará como una heroína porque yo serví para la causa, para la gran causa.

-Estás loca -le dijo Núria-, estás loca. ¿Qué causa, la causa de un tirano?

-Es mi amo, lo respeto. Los débiles mueren, los poderosos vivimos.

 

Núria dijo:

-La miré. ¿Y tú te piensas que vivirás?

-No importa, pero por lo menos maté a uno de los... los llamados héroes. No va a sobrevivir con una puñalada en los riñones y dos en los pulmones. Y espero por aquel que está más allá de las estrellas haberle hincado el corazón.

 

-No la dejé hablar más -dijo Núria-, con el mismo puñal la degollé.

Lo subí como pude a Ligor, con su cuerpo de costado sobre el hoyuman y le até las manos y los pies. Subí a mi hoyuman, cogí las riendas del hoyuman de él. El cadáver de Selena lo dejamos para los buitres o los carroñeros, había hienas carroñeras.

 

Y así fue como llegamos a palacio, lo atendieron como pudieron, pero las heridas son muy graves.

 

Terminó de contar y Fondalar inmediatamente, ya repuesto del veneno arare subió con su mochila, él todavía tenía extracto de polvo de las plantas sanadoras. Sacó las vendas, le echó en las tres heridas, en la parte baja de la espalda donde estaban los riñones y en la parte alta donde estaban los pulmones.

-Respira débil. -Le tomó el pulso y el corazón latía muy débil. Fondalar dijo-: Pero no parece que le haya tocado el corazón, si no no estaría respirando.

 

Me atreví a subir, nunca había subido a esos aposentos. Y le pregunté a Fondalar:

-¿Lo curarás con esto?

-El problema no es las heridas, el problema son las heridas de los órganos internos. Le prepararé un caldo con este polvo que no es mágico, simplemente es de unas plantas sanadoras.

Aranet estaba a nuestro lado, pálido.

-No lo puedo creer, ha pasado por cien batallas y una esclava aparentemente inocente, inofensiva alcanza a darle tres puñaladas. -Me encogí de hombros, con impotencia, diciéndole a Aranet:

-Nos podía haber pasado a cualquiera. Mira a Fondalar, de repente un dardo en los bosques, con arare, estuvo a punto de matarlo. Fondalar, tú que sabes tanto...

-No, no sé nada, soy solamente un mento, pero no tengo poderes curativos. Puedo intencionarle ese amor de aquel que está más allá de las estrellas, esa energía de Luz de aquel que está más allá de las estrellas, pero más de eso no puedo hacer.

Aranet dijo:

-Y eso es mucho.

 

Entró otra vez Núria.

-Dame por favor, Fondalar, un poco de polvo, prepararé un caldo o algo que tome como pueda, porque apenas puede respirar.

Émeris dijo:

-Te acompaño, nos encargaremos las dos. -Ligor quedó al cuidado de Émeris, quedó al cuidado de Núria.

 

Aranet se abrazó con Mina, Mina se encontró con Figaret y le dijo:

-Nunca me voy a olvidar que me has salvado la vida.

 

Figaret se quedó conversando con el rey Anán, contando sus ocurrencias. Pero yo me sentía muy triste, no es que lo conocía tanto a Ligor pero sí había escuchado de sus aventuras.

Quería convencerme y le volví a preguntar por enésima vez a Fondalar:

-¿Podrá salir de esta? -y me respondió por enésima vez:

-No lo sé. Con mis manos le puse energía de aquel que está más allá de las estrellas, pero depende de él, no de mí. Y depende de nosotros. El polvo le puede cicatrizar las heridas externas pero si tiene órganos comprometidos puede colapsar. -Fondalar estaba molesto y tenía autoridad. Subió otra vez a la habitación de Ligor, yo me quedé un poquito atrás.

Y escuché que le dijo a Núria:

-¿Era necesario?

Núria le respondió:

-¿Acaso soy adivina de lo que iba a pasar? ¿Acaso soy adivina que un regente llamado Sigmur, en este momento tiene tres reinos y lo peor es que quiere venir a invadir este reino? Hay que hablar ya con Anán.

-Me encargaré yo -dije.

 

Bajamos con Aranet, hablamos con el rey.

-Si son tres reinos está bien, tenemos los soldados.

Aranet dijo:

-Y tengo los bárbaros. Pero son tres reinos.

Figaret dijo:

-Puedo hacer una cosa, puedo ir con Edmundo y buscar a Elefa, que venga con sus elfos. Te aseguro que ahí sí emparejaremos la cosa.

Anán dijo:

-Primero comed bien, llevad bastante agua y provisiones y caballos de repuesto.

-No -dijo Figaret-, no. Es perder tiempo. Tampoco iremos al galope todo el camino, pero llegaremos a tiempo.

 

Me quedé pensando. Un regente tirano quizá tan o más peligroso que Andahazi con tres reinos y fanatizaba a la gente como esa Selena que dio la vida con tal de matar a Ligor.

Me puse en lugar de Núria, no le tembló el pulso cuando la degolló. ¿Sentiría todavía algo por Ligor? Era un tema que a mí no me... a mí no me tenía que interesar, era un tema privado de ellos.

 

Hablé con Figaret y con Edmundo:

-Ustedes vinieron de una guerra.

-No -dijo Edmundo-, no fue guerra, evitamos una guerra, y gracias a Ezeven se evitó otra guerra. Y eso es lo importante, evitamos dos guerras. Esta es imposible. Comeremos rápido con Figaret y nos marcharemos.

Anán le preguntó:

-¿Por qué no cambias de vestimenta?

-Porque me encanta, querido rey, esta vestimenta. Me encanta, me hace distinto a los demás, no quiero ser igual a otros.

-Tengo que agradecerte porque has salvado muchas vidas. -Figaret se encogió de hombros.

-Soy lo que soy. Soy el tramposo que juega a las cartas, pero que nunca hago trampas, gano porque soy bueno. Soy el que se cuela por los balcones y soy el que no me tiembla el pulso para ir en batalla.

El rey lo miró y le dijo:

-¿Con ese espadín?

-Este espadín ha vencido a espadas más grandes.

 

Por la tarde se marcharon. Les dije:

-No les deseo suerte, simplemente que tengan precaución, que me parece que es más importante que la suerte. -Edmundo se dio vuelta.

-Mira, lo que he aprendido en este tiempo no lo he aprendido en todo el resto de mi vida.

Lo miré y le dije:

-Y eres joven. No tienes ni idea lo que te falta por aprender. Y si no, pregúntale a Rebel, que se creía la mejor espada.

Se marcharon en busca de Elefa

 

Comí en silencio con Dexel pensando en lo qué pasaría si moría Ligor. Aranet, que era siempre de bromear estaba comiendo con ese enorme perro, ese enorme guilmo echado a sus pies. Y como si presintiera la tristeza de todos no levantaba la cabeza, sacaba pedazos de carne de su plato y el guilmo le comía de la mano. Aranet le acariciaba la cabeza, era la única vez que le vi una pequeña sonrisa. Pero estaba triste.

Todos estábamos tristes, casi perdemos a Fondalar y ahora estábamos a punto de perder a Ligor, y encima una batalla que podía venir en cualquier momento. Sólo esperábamos que primero llegara la elfa Elefa, con sus elfos.

 

En tan poco tiempo ocurrieron tantas cosas...

Es cierto lo que dijo Edmundo, se ha evitado una batalla con los lomantes, gente tan buena, una etnia tan respetable. Se ha evitado una batalla contra el rey Bryce, que estaba dominado por un psicópata...

Y estábamos extenuados, pero ¿qué íbamos a descansar?, estábamos todos atentos a ver qué pasaba con Ligor.

 

No puedo evitar que me duela el pecho, es demasiado fuerte todo esto. Es demasiado fuerte lo que contó Núria. No puedo evitar que me duela el pecho.

 


Sesión del 18/12/2020

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Estaban juntando gran cantidad de guerreros porque se acercaba una batalla contra un regente que quería anexionar más reinos. Estaban en minoría pero una buena estrategia podría cambiar el resultado. Estaban todos menos Ligor.

Sesión en MP3 (3.585 KB)

 

Entidad: Me encontraba preocupado, daba vueltas y vueltas. Me decidí y hablé con Aranet:

-Voy a coger un hoyuman de la cuadra y voy a alcanzar a Figaret y a Edmundo.

Aranet me miró y me dijo:

-Aksel, ya están a medio día de camino.

-No sé, tengo un presentimiento, como que los pueden asaltar en el camino. Y si bien son dos, hay mucho en juego.

-Está bien. ¿Tienes algo en las alforjas?

-Sí, ya me preparé. Levo carne cocida, llevo dos cantimploras.

-Bueno. ¿Sabes por qué camino fueron?

-Yo sé cómo llegar. Agarro por el camino de la cruzada, hay un valle, una hondonada, sé cómo llegar. Incluso voy por otro camino y puedo alcanzarlos, no importa que tengan medio día de ventaja a favor de ellos.

 

Monté mi hoyuman, lo espoleé y salimos al paso rápido, no lo quise llevara todo galope, no tenía sentido, pero fuimos a buena marcha. El día estaba bueno, habían salido muy muy temprano pero sabía dónde dirigirme.

 

Siempre hay contingencias, por llamarlas de alguna manera. En el camino me crucé con tres hombres mal vestidos, de mirada torva. Vieron que yo estaba vestido de norteño, vieron mi espada, vieron mi hacha, pero tontamente pensaron "Es uno, nosotros somos tres".

Se adelantó uno:

-Supongo que debes tener metales, nos vendría bien que nos des un poco.

Los miré y les dije:

-Les compartiría algo de mi comida, pero la necesito para el viaje. Y los metales... ¿Qué puedo deciros? Sois unos vagos, por lo menos eso es lo que mostráis, no tienen apariencia de ser trabajadores. Al contrario, seguramente se aprovechan de los viajeros.

 

Desmontaron, sacaron su espada. Desmonté, saqué mi hacha de doble filo.

-¿Seguro que queréis hacer esto?

-Somos tres.

-Lo que importa no es la cantidad.

 

Se acercó el primero: un movimiento de mi brazo y su cabeza rodó por el suelo. La sorpresa es mala consejera, se sorprendieron.

Le hundí al segundo mi hacha en el pecho.

El tercero quiso montar y escapar: le corté una pierna. El segundo movimiento acabó con su vida.

 

No tenía tiempo de enterrar los cadáveres. Hurgué en sus ropas y vi que tenían metales, los guardé, un muerto para qué los quería. Busqué en las alforjas, tenían algo más de comida, la guardé también. Saqué el recado, la montura de los hoyumans, y los dejé en libertad, no tenía sentido que estuvieran. Me daba pena dejar las sillas de montar, todos los cueros, pero... Tampoco sus botas, estaban arruinadas.

Quitar vidas no era mi intención pero no iba a perder la mía por tres malvivientes. Espoleé mi hoyuman y seguí viaje.

 

Anocheció. ¡Uf, costaba! Había un arroyo, le di de abrevar a mi hoyuman, aproveché para llenar mi cantimplora, la segunda la tenía llena. Comí, até mi hoyuman al árbol donde me recosté, dormité bastante.

Todavía no había salido el sol cuando monté y seguí viaje, no podía darme el lujo de dormir. A media mañana divisé dos figuras, lancé un silbido: eran Figaret y Edmundo. Se dieron vuelta, no me reconocieron pero pararon,

Cuando me acerqué el arlequín dijo:

-¿Qué haces aquí?

-Vengo a reforzar un poquito la compañía.

-Bienvenido ¿Saliste atrás nuestro?

-No, medio día después.

-¡Vaya! Mira que hemos ido a paso rápido.

-Fui por el valle y por la hondonada, corté camino. -Miró mi hacha, vio que tenía sangre.

¿Qué pasó?

-Tres malvivientes en el camino.

-¡Vaya! Y has acabado con los tres.

-Lo lamento por ellos pero querían metales, y seguramente hubieran acabado con mi vida. Dejé libres a sus hoyumans. Y bueno, aquí estoy.

 

Pero la suerte, llamémosle destino, aparecieron en ese momento cinco hombres bien armados, nada que ver con los que maté yo, tenían mejor apariencia y parecían mejores guerreros.

-¿Para dónde vais?

-Vamos hacia el castillo del rey Bryce.

-¿Para qué?

Déjame hablar a mí, le pedí a Figaret.

-¿Por qué preguntáis, sois de allí?

-No.

-Entonces no os importa. Dejad paso. -Los cinco se miraron, pusieron la mano en la empuñadura de la espada.

Figaret sonrió:

-¿Pensáis atacarnos?

-No vais a pasar -dijo uno de ellos.

Me acerqué a Edmundo.

-¿Estás preparado?

-Sí, aprendí bastante con Figaret.

-Bien.

 

El primero quiso desmontar: no alcanzó a desmontar. Figaret sacó su espadín y lo degolló. Al segundo, antes de que desmonte, le clavó su espadín en el corazón. Quedaban tres.

Figaret dijo:

-¿Seguro que queréis seguir? -Titubearon. Yo saqué mi hacha.

-Pensadlo bien. -Se abrieron, nos dejaron pasar.

Figaret dijo:

-Lamento sus muertos, pero nosotros no los provocamos. -Estaban pálidos. Nos dejaron paso.

Me sorprendió Figaret, y se lo dije:

-Más de una vez pensé que con ese espadín no ibas a hacer nada, y te has hecho cargo de dos de ellos. -Se dio vuelta sonriendo con esa sonrisa tan simpática, tan compradora.

Y me dijo:

-¡Je, je, je! Aksel, las apariencias engañan. De la misma manera que soy bueno con las cartas y con algunas pobres mujeres desconsoladas soy también bueno con el espadín. -Lancé una carcajada y seguimos viaje.

 

No tuvimos más contingencias en el camino, llegamos hasta dónde nos encontramos todos.

Edmundo dijo:

-¿Y ahora para dónde vamos?

-Ahora nos adentramos en el bosque, ahora vamos hacia el este, para allí fue Elefa con su gente. -No hizo falta andar mucho, a media tarde estábamos rodeados de elfos.

Habló Figaret:

-Somos amigos, estamos buscando a Elefa. -En ese momento se escuchó un rugido: un pantero negro, casi de piel azul oscura, y una elfa montada en la fiera.

-¿Qué pasó? -preguntó.

Me acerqué yo, obviamente tomando distancia del pantero.

-Elefa, estamos en aprietos. -Conté lo que había pasado, conté que había un regente, que dos reinos se habían unido y que querían invadir el reinado de Anán. -Elefa nos miró a los tres.

Habló con Edmundo:

-¿Qué dices?

-Mira, hay bastantes soldados, están los bárbaros de Aranet pero no alcanzan. ¿Cabría la posibilidad de que pudieran unirse a nosotros?

-De parte mía no tengo problemas, pero mi gente..., algunos tienen familia.

-Entiendo -dijo Edmundo-, no quieren arriesgar la vida.

-No -dijo Elefa-, no se trata de eso, no, para nada, se trata de que si entran en batalla algún botín va haber que llevar.

Hablé yo:

-Mira, estamos hablando de un regente y de dos reinos más. Si los vencemos, que los vamos a vencer, hay mucho para saquear.

Elefa dijo:

-Quizá pensáis que mi gente es interesada.

-Para nada. Los hombres de Aranet piensan igual, el botín los incentiva.

-Esperad. -Pasaron menos de cinco minutos-. ¿Cuándo partimos?

Figaret dijo:

-Descansemos, comamos algo y luego partimos.

 

Se unieron más elfos, por lo menos había como tres mil. Y fuimos caminando hasta la posada, y al lado los grandes almacenes, compré más provisiones para el camino de vuelta. Montamos y marchamos.

Le dije a Elefa lo mismo que le dije a Figaret:

-Hay una hondonada, un valle, podemos cortar camino.

-Haremos así. ¿A la ida todo bien?

-No, a mí me atacaron tres malvivientes, lamentablemente tuve que acabar con ellos. Cuando me uní a Figaret y a Edmundo, porque partí después, cinco hombres bien pertrechados nos cercaron, Figaret acaba con dos de ellos, los otros tres nos dejaron pasar.

Elefa dijo:

-Con el ejército de elfos que llevo, ¡je!, nadie se va a meter con nosotros.

 

Esa noche dormimos en el camino.

Recién al atardecer del día siguiente llegamos al castillo, imperaba la calma, todavía no había ninguna novedad con respecto al regente.

Se juntaron todos, había muchísima comida servida en el patio de armas y estaban todos juntos, soldados, bárbaros, elfos comiendo en paz, en compañía. Aranet me dijo:

-Hay más bárbaros, suman como tres mil. Tres mil también son los soldados que tiene el rey Anán.

-O sea que tenemos nueve mil hombres.

-Parece mucho pero no es así, entre los tres reinos debe haber como quince mil hombres, cinco mil en cada reino. Estamos en inferioridad numérica. -Elefa preguntó:

-¿Qué le pasa a Núria?

-No te contamos por el camino porque no tenía sentido. Una supuesta esclava que trabajaba para el regente se hizo pasar por una pobre mujer ultrajada y a traición le clavó varias veces el puñal en la espalda a Ligor, todavía sigue entre la vida y la muerte a pesar de que Fondalar le puso unos polvos sanadores en las heridas y le dio a beber té con polvos sanadores, pero no mejora. Y Fondalar a su vez al igual que Ezeven le enviaron esa energía para que se reanime, pero no hay caso.

-Elefa dijo:

-Nos hubiera venido bien que se reponga, él puede de alguna manera traer dracons que nos serían muy muy útiles para la batalla.

Le dije a Elefa:

-Ten en cuenta que tenemos a la pequeña Ciruela, que puede producir combustión instantánea, a Ezeven, a Fondalar, que ya está recuperado.

Elefa me miró y me dijo:

-Aksel, de todas maneras tienen ventaja, son casi el doble, quince mil hombres contra nueve mil.

-No es la primera vez que lucho en desventaja.

Elefa dijo:

-Yo tampoco. ¿Y tú, Aranet? -Aranet se encogió de hombros y mordió una pata gigante de algún mamífero, masticó, eructó y dijo:

-Es una batalla más. -Lo miraba a Aranet, trataba de descifrarlo si lo decía en serio, si estaba preocupado. Notar no se le notaba nada.

Lo miré al arlequín.

-¿Y tú qué dices?

-Bueno, de algo hay que morir. Obviamente no es lo mismo que morir en la cama con una apetitosa mujer casada. -¡Ah! Hasta en las peores circunstancias el arlequín bromeaba. Pero creo que era lo que nos hacía falta en ese momento, un poco de humor, un poco de humor para sacar tanta angustia.

 

El que nunca ha estado en batalla piensa que es todo sencillo, que todos pelean limpiamente; te matan tus hoyumans a flechazos para que te caigas y luego te parten el cráneo con un hacha o te clavan una espada. No les importa nada. Las batallas nunca son limpias, el que piensa eso es porque nunca estuvo en una o porque vio un simulacro de batalla en los teatros ecuatoriales. No. A veces es táctica, a veces es estrategia.

Los bárbaros comían con los elfos, con los soldados, se reían, contaban cosas, tomaban bebida espumante.

 

El rey Anán se acercó a nosotros.

-Dejemos que esta noche se distiendan, mañana será otro día.

 

Nos juntamos con Anán, con Aranet, con Fondalar, con Elefa, con Dexel, con Ezeven, con el príncipe Gualterio.

-Tenemos que planificar una estrategia.

-Lo sabemos, no es la primera vez que nos invaden. Ya pasó con Zizer, un mento de los más poderosos, que adelante ponía granjeros para que no los ataquemos.

 

Esa noche no dormimos, planificamos la estrategia. Lo único que yo les pregunté a todos es:

-¿Conviene esperar o conviene ir a atacar?

Aranet me miró y dijo:

-Seguramente ni una cosa ni la otra, emboscaremos en el camino. Obviamente no dejaremos el castillo desguarnecido. Hay un bosque bastante bastante espeso, los elfos son como peces en el agua en bosque, pueden camuflarse bien. Los bárbaros en la otra zona desértica. Los soldados darán la cara y el enemigo solamente verá a los soldados, nueve mil contra quince mil.

 

No estaba fácil la cosa, pero retroceder, nunca. Y en este tipo de batallas no servía rendirse porque la ley de Umbro decía: "Jamás dejéis prisioneros con vida porque el día de mañana te matan". Parece fuerte, ¿no?, pero uno se adapta a todo.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión del 13/01/2021

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Ligor estaba malherido, inconsciente, pero aquel que está más allá de las estrellas organizó que le llegara ayuda en forma de un ser desconocido. Los soldados le abrieron las puertas del castillo bien confiados.

Sesión en MP3 (3.322 KB)

 

Entidad: Estábamos todos muy preocupados, no por la inminente batalla.

Miraba el rostro del maestro Fondalar, me acordaba lo preocupado que estábamos cuando no sabíamos si sobrevivía al día siguiente por el veneno arare. Y se recuperó.

 

Y ahora, Ligor, con sus heridas. Evidentemente el extracto de plantas no estaba haciendo efecto, muchos órganos estaban comprometidos. Con su poderosa mente le estaba mandando una especie de Luz espiritual, no sé cómo expresarlo mejor, al cuerpo de Ligor. El mismo Ezeven, que alguna vez había salvado la vida del príncipe Gualterio, le mandaba a su cuerpo una débil electricidad, pero se cuidaba, porque tenía miedo de hacer daño en lugar de mejorar sus órganos lastimados. Le dimos incluso un poco de jugo de fungis en la boca, pero no reaccionaba. Sus heridas externas podían ir cicatrizando, pero el tema eran sus heridas internas.

 

El tema es que teníamos que tener la mente lúcida, completamente lúcida.

Aranet me dijo:

-Mira, Aksel, estando todos aquí no tiene sentido. Fondalar ya trabajó, que quede Núria. Lo que pasa que la habíamos reemplazado para que Núria descanse, pero descansó apenas media tarde y volvió otra vez.

Fondalar le dijo:

-Te duele lo que le pasa.

-Me duele porque es un ser humano, no porque nosotros todavía tengamos esa ligazón amorosa. -Fondalar asintió con la cabeza. Nos retiramos de la habitación.

 

En ese momento un vigía mandó una alerta. ¡Qué raro!, porque ya teníamos todas las trampas en un lado del bosque por si venía el ejército del regente, y del otro lado, en las rocas todos camuflados. De un lado bárbaros, del otro lado elfos. Pero no.

Subí hasta la torre, al lado del vigía. Hice una seña para debajo, que aparentemente no había peligro. Se veía una pequeña carreta llena de bártulos, estaban todos atados, por eso no se caían, y una cabra, una cabra extraña con cuernos extraños la tiraba. Y arriba un hombre diminuto, no se veía bien. Y se fue acercando. Vio a los vigías de las torres y saludó.

 

Bajé. Justo me crucé con Anán. Le digo:

-Mi rey, parece alguien inofensivo.

-Que abran entonces la puerta lateral para que pase la carreta. -Una carreta llena de bártulos, de objetos raros. Lo miré al hombre, era pequeñito, medía menos de una línea y media, tenía orejas puntiagudas como los elfos, pero pequeño.

 

Aranet se acercó a mi lado y me dijo:

-Aksel, es un gnomo.

-¿Un gnomo? -El hombre entró.

-¡Gracias por recibirme! Mi nombre es Olafo, soy un gnomo vendedor, tengo de todo lo que pueden pedir.

-¿De dónde vienes? -pregunté.

-Soy de las tierras que están más allá del oriente, tierras enormes que no conocéis.

-¡Vaya! ¿Y cuánto llevas viajando?

-¡Ja, ja, ja! Llevo viajando toda mi vida, desde que era niño.

-¿Eres un gnomo?

-Sí, pero mi gente no me quería, era díscolo, era travieso, y a decir verdad robaba cosas.

-O sea, que vendes objetos robados.

-¡Ah, no, no, no! -dijo Olafo-, esto es todo comprado de segunda mano, tengo de todo.

-Parecen cosas usadas.

-¡Ah! Pero tengo muchas cosas más en la parte de atrás.

-¿Podemos ver?

-¡Pero, claro! -En ese momento se acercó el maestro Fondalar.

El pequeño Olafo lo miró.

-No hice nada malo, ¿eh?, no hice nada malo.

-¿Lo conoces? -le pregunté al pequeño gnomo.

-No, pero sé lo que es.

-¿Qué es?

-Es un mento.

-¿Y cómo sabes?

-Porque lo siento. Igual que ese joven que está allí. -Lo miré, hablaba de Ezeven.

-¿No has visto nada en el camino?

-No.

-¡Qué raro que te hayan dejado pasar!

-¡Ah! Te refieres a los elfos del bosque. Los saludé y todo. -Me sorprendió.

-¿Los has visto?, están muy camuflados.

-¡Ah! Pero a mi edad...

-¿Qué edad tienes?

-Ni sé, es indefinida. Pero mirad, atrás tengo frascos con líquidos.

 

Fondalar se acercó.

-Quédate tranquilo, pareces buena persona.

-¡Eh! Soy buena persona y soy buen vendedor. Me gustan los metales, me gusta tomar alguna bebida.

-¿Bebida espumante?

-No, bebida espumante me hace mal, yo tomo la otra bebida, la oscura. Supongo que aquí tenéis parras. -Era un pillo, pero vi un montón de frascos atrás.

Fondalar le preguntó:

-¿Y esto de dónde lo has sacado?

-¡Oh! Son pequeños extractos, es para todo. Algunos para hacer crecer el cabello, otros para dar fuerza, otros para curar los órganos internos.

-Repíteme este último -dijo Fondalar.

-Pero claro. -Y le mostró una botella con un líquido verde.

-¿Quién lo ha preparado esto?

-Yo, hace años.

-¿Cómo lo has preparado?

-Con plantas.

-¿Y quién te dio esas plantas?

-Una mujer de mediana edad.

-¡Una mujer!, ¿te acuerdas cómo se llama esa mujer?

-Ya debe ser una señora grande, se llamaba Areca. -Fondalar frunció el ceño.

-¿Has conocido a la anciana Areca?

-¡Cómo anciana, era una joven de mediana edad!

-¿Qué edad tienes?

-Ni me acuerdo, toda mi vida estuve andando. Nadie se mete conmigo, se han cruzado asaltantes de caminos, me ignoran. Llevo tratos viejos, ¿qué me van a sacar?

-Pero dices que te gustan los metales, debes tener en los bolsillos metales.

-¡Ah! Me los gasto en bebida. Me gusta beber mucho y obviamente comer.

¿Tendrán algo de comer aquí en este caserón?

-¡Ja, ja! -sonreí-. Pequeño gnomo, esto no es un caserón, esto es un castillo real, es un reino.

-¿Reino? ¡Je, je! Reinos los que vi pasando el oriente.

-¿Cuántas jornadas de viaje?

-¿Jornadas? Cientos y cientos. ¿Tendrán alguna fuente para darle de beber a mi cabra? Mi cabra tiene sed y yo, su amo, también tengo sed.

-Espera. -Le habló a unos soldados, Fondalar-: Desaten la cabra y llévenla al bebedero. Ahora dime de los frascos.

-Bueno, este frasco verde y otro frasco azul que tengo, esos líquidos fueron preparados con plantas que me dio la joven Areca. ¿Así que ya está vieja la mujer? ¡Vaya, cómo pasa el tiempo! -Lo miré.

-Tú no pareces una persona grande.

-¡Oh!, lo que pasa que nuestra raza de gnomos vive muchísimo más que vosotros los humanos. He visto tantas cosas... Denme de beber primero y les contaré.

-No -dijo Fondalar-. Tenemos una persona que está al borde de la muerte, dime si de verdad los líquidos son genuinos, si de verdad lo has preparado con plantas de la señora Areca.

-¿Pero por qué habría de mentir? ¡Me voy a ofender! -Fondalar lo tomó del hombro, le llegaba apenas por el pecho.

-Ven con nosotros.

 

Le conté a Aranet lo que pasaba.

-Es medio raro todo esto. -Subimos a la habitación.

Núria dijo:

-¿Quién es este?

-Yo me llamo Olafo y vendo cosas. Me gustan los metales y me gusta beber el jugo de la parra.

-¿Qué hace acá?

Fondalar le dijo:

-Ve con Émeris. Aparentemente tiene unos líquidos que él preparó.

-¿Cómo los has preparado?

-¡Ah! Con mi edad he conocido tantas cosas... Había un grupo de ancianos que hacían mezclas raras, les decían los alquimistas, y me han enseñado muchos trucos.

Fondalar le dijo:

-Yo tengo extracto en polvo de las plantas sanadoras.

-No no no no; eso es muy superficial. Dadle un pequeño trago del líquido verde, dejad pasar un rato y dadle otro pequeño trago del líquido azul.

-¿Y eso lo sanará?

-No, le irá mejorando los órganos. ¿Qué le ha pasado, lo han apuñalado?

-Así es.

-Dejad pasar un rato y dadle de vuelta de beber. Hasta la noche se tiene que beber los dos frascos, el verde y el azul.

-¿Tienes más?

-¿Tenéis plantas?

-Sí, yo tengo -dijo Fondalar.

-No hay problema, puedo preparar más pero no va a hacer falta más. -Nos miramos sorprendidos.

 

Vinieron Émeris y Núria:

-Nosotras nos encargaremos. -Llevamos al gnomo abajo.

Se acercó el rey Anán.

-¡Oh! -Se abrazó con una confianza tremenda con Anán.

-Está bien, está bien, está bien. -Anán lo separó-. Eres muy concienzudo.

-Me han prometido jugo de parra y me han prometido una buena comida. Yo le voy a salvar la vida a ese hombre que está ahí arriba.

-Si haces eso te daré muchos metales.

-No no no, una buena cama donde dormir, que me duele la espalda de tanto andar, y un buen alimento balanceado para la cabra.

 

Y pasó la tarde. Y a la noche Ligor despertó.

Émeris le dijo:

-¿Cómo te encuentras?

-Mucho mejor. Tengo muchísimo dolor, estoy como a punto de desmayarme de nuevo, pero me encuentro mucho mejor.

Bajé al comedor y le dije a Olafo:

-Ha despertado el herido.

-¡Eh! Te lo dije, te lo dije. Pero acá son mezquinos, me han servido una jarra nada más de jugo de parra.

-¿No te hace mal tomar tanto?

-No, me da vida, por algo vivo tanto. Denme más jugo.

-Espera, espera, el herido dice que le duele mucho la parte interna.

-¡Ay, qué tonto, qué tonto! Me faltó el líquido naranja, le duerme los órganos, pero no el corazón, ¡eh! Porque si se llega a parar el corazón se muere.

-No me digas, ¿de verdad se muere? ¡Estoy siendo irónico!

-No, no, yo no entiendo ironías, yo quiero jugo de parra.

-El líquido naranja primero. -Saltó de la silla, que era muy alta para él, fue hasta la vieja carreta y sacó un frasco-. ¿Y esto cómo se toma?

-Denle un poquito, solo un poquito, esto no tiene que tomarlo todo.

Le dije a la cocinera.

-Denle un poco más de jugo de parra y algo más de porcino si quiere comer.

Le alcancé a Émeris y a Núria y les dije:

-Tiene que tomar solamente un poco.

 

A la noche Ligor levantó mucha fiebre y deliraba y hablaba cosas sin sentido. Aranet y Fondalar no estaban, estaban con su mente en la batalla.

Por la mañana Ligor no solo se despertó si no que se levantó.

-Me siento bien, ¿qué me han hecho?

-Aparentemente aquel que está más allá de las estrellas te ha mandado un gnomo, llamado Olafo, que tenía frascos con líquido de plantas. Dice que conoció a la anciana Areca cuando era mucho más joven, así que no tengo la menor idea que edad tendrá el gnomo.

-Quiero verlo.

-¿Estás bien para bajar las escaleras?

-Estoy perfectamente.

-¡Vaya! -Bajamos las escaleras con mucha prudencia, yo delante de él temiendo que se maree y se caiga, pero no, Ligor estaba bien.

 

Lo vio al elfo.

-¡Ah! Te has repuesto, tenía yo razón, te han dado del líquido amarillo, no te duele nada ahora.

-Es increíble. ¿Y tienes más de esas cosas raras?

-No son cosas raras. Vi hace mucho tiempo unos ancianos alquimistas que me enseñaron a hacer pociones raras y tuve la suerte de que esta mujer, Areca, me diera unas plantas. Ella tenía un pequeño guilmo que estaba al borde de la muerte y se lo pude curar, ella ni siquiera podía curarlo con sus plantas. Vivió un tiempo más y después crió un cachorro, que no sé si estará vivo porque pasó mucho tiempo.

-¿Qué estás tomando? -preguntó Ligor.

-¡Ah! Jugo de parra, el favorito.

-Tengo hambre.

-¡Oh! -dijo Olafo-, eso es bueno. Come conmigo, come un poco de puerco conmigo y toma un poco de jugo de parra, te va a hacer bien. No bebida espumante, no no no no; bebida no, eso no. Jugo de parra, eso te va a hacer mucho mejor.

-¿A ti no te hace daño?

-¿Daño? Eso me da vida. ¡Ah! A los humanos los marea, se ponen borrachos. Claro. Bueno, pero puedes tomar una copa. Estos humanos son tan frágiles...

Ligor lo miró:

-Soy un guerrero.

-¡Oh, un guerrero! Así que un guerrero, un guerrero que si yo no venía se moría. -Ligor rió. Yo los dejé a los dos en la mesa.

 

Hablé con Aranet y con Fondalar:

-Ahora que Ligor está bien sería prudente que vayamos con los bárbaros y con los elfos a emboscar cuando vengan los soldados del regente. Ocupémonos de la batalla, si Ligor tuviera una recaída, Olafo estará aquí.

Olafo se quejaba:

-Mi cabra tiene más hambre. ¿Qué pasa que no le dan alimento balanceado?

 

Nos reímos. Era cómico, era cómico de verdad que era cómico. Pero había hecho lo que otros no habían podido, le había salvado la vida a Ligor.

 

Gracias por escucharme.

 


Sesión del 19/01/2021

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Antes de empezar la batalla una cerbatana ya produjo una baja, y al empezar bajaban miles de guerreros. En el primer encuentro pareció que las bajas eran parecidas, pero el regente tenía más guerreros.

Sesión en MP3 (3.290 KB)

 

Entidad: Ya se aproximaba la batalla. Aranet, Figaret y Fayden habían ido con los bárbaros. En un rato partiría para allí con Dexel. Ya estaban allí Gualterio, el príncipe. Ezeven había partido con Elefa hacia el bosque con los elfos. En un rato iría Fondalar. Undret y los blancos quedarían en el castillo ayudando a los soldados a sostener el lugar.

 

No podíamos contar con el rey Anán, preocupado por el embarazo de Marya, que sufría pérdidas. Núria, Émeris y Mina la atendían. El gnomo Olafo estaba buscando qué formula preparar para que no pierda el embarazo, o directamente Marya no pierda su vida.

 

Llegó un elfo al castillo, no lo había reconocido, no estaba en el grupo de Elefa.

-Vengo a traer un recado para Fondalar. -Se acercó Fondalar.

-Dime, ¿vienes del bosque?

-Lo siento señor, el regente Sigmur tiene de rehén a mi familia, siento mucho lo que voy a hacer. -Antes de que pudiéramos hacer nada nosotros se puso una cerbatana, "¡Ffff!", sopló y un dardo pegó en el cuello de Fondalar. Actué instintivamente, saqué mi espada y le separé la cabeza del cuerpo. Fondalar cayó desvanecido.

Subí las escaleras corriendo y llamé a Olafo.

-Estoy preparando unas especias para luego preparar un líquido. ¿Qué sucede?

-Le dispararon un dardo a Fondalar.

-¡Quién!

-Un elfo, tenían de rehén a su familia. Instintivamente lo maté. Tenía que haberle sacado más información, saber lo que fue que le inyectó con el dardo. -Le comenté que hace poco tiempo le habían inyectado arare y estuvo al borde de la muerte, y Elefa con un extracto de fungi, con una especie de aguja especial le inyectó un líquido fungi en las venas. El gnomo, que supuestamente sabía todo, se asombró.

-¡La elfa logró hacer eso, vaya! Pero no me puedo dividir en dos.

-Nada más fíjate cómo está Fondalar, por favor, si puedes darle algo mientras tanto.

-Yo no sé aplicar eso en las venas, pero puedo darle un líquido desintoxicante, y veremos qué pasa.

 

¡Justo Fondalar! Quizá mis palabras sonaban a egoísta pero era el mento más poderoso y podía diezmar tranquilamente la avanzada de las tropas causándoles pánico con su mente.

 

El gnomo tenía razón, no se podía dividir en dos. Le toqué la garganta y el corazón le latía firme a Fondalar, pero si era un veneno lo que tenía, era la segunda vez en muy poco tiempo. Subí a avisarle a Émeris.

Bajó pálida.

-¡Otra vez no, por favor! Le pido a aquel que está más allá de las estrellas que no me haga pasar otra vez por esto. El gnomo rápidamente le dio a beber una pócima y le dijo:

-Por ahora no puedo hacer más nada. Voy a seguir atendiendo a la esposa del rey.

 

Émeris me miró y me dijo:

-Ve con los bárbaros, ve, no puedes hacer nada aquí. -Asentí con la cabeza.

-Sé que no lo conozco ni la centésima parte de lo que le conoces tú, pero tengo un afecto muy grande por Fondalar. -Émeris hizo una mueca que pareció una sonrisa y asintió con la cabeza.

-Gracias, Aksel -me dijo.

 

Preparé mi hoyuman y me marché. Me encontré con Aranet, con Figaret, Fayden y con el príncipe Gualterio, y les dije la novedad.

Dexel comentó:

-¿Ya le había pasado antes algo así al señor Fondalar?

-Correcto. -Aranet y Figaret estaban con los rostros desfigurados de impotencia.

Se acercó a mí Aranet, me dijo:

-Aksel, lo que te dijo Émeris es cierto, allí no podías hacer nada más. Y aquí, si estás con la mente en lo que le puede pasar a Fondalar tampoco puedes hacer nada. -Asentí con la cabeza. Tenía del lado izquierdo mi espada, del lado derecho mi hacha de doble filo.

-Quédate tranquilo, arrancaré varias cabezas. El regente Sigmur se encontrará con una sorpresa, somos menos, pero somos mejores que ellos.

 

Pasado el mediodía, a la distancia se vieron miles de jinetes. Estábamos emboscados, y del otro lado del camino, en el espeso bosque los elfos.

Le dije a Aranet:

-Ezeven tendría que haber estado con nosotros, no con Elefa.

 

Vino el primer ataque, los sorprendimos. En ambos lados del camino los bárbaros de un lado, los elfos del otro atacamos a las primeras fuerzas causando infinidad de bajas. Actuamos distinto, nosotros con los bárbaros salimos a combatir, los elfos quedaron camuflados en el bosque esperando, tenían otra táctica.

 

Aproveché en medio de la batalla de acercarme al bosque. Me topé con Elefa.

-¿Dónde está Ezeven?

-Con vosotros.

-¡No, iba con vosotros, iba al bosque con vosotros!

-No, aquí no está.

 

Me quedé pensando. Pero despejé enseguida mi mente y fui otra vez a la batalla. Mi hacha de doble filo bajaba un jinete tras otro. Estábamos ganando, por lo menos habíamos causado bastantes bajas en la avanzada del regente Sigmur.

De repente se escuchó un galopar de hoyumans del lado de las piedras, otro ejército venía por el valle y atacó por la retaguardia a los bárbaros. No contábamos con eso, más de doscientos bárbaros cayeron y apenas tuvieron bajas las fuerzas del regente Sigmur. De la misma manera que nosotros habíamos planeado la estrategia de esconder entre las rocas a los bárbaros y a los elfos en el bosque, el regente Sigmur mandó por el camino una avanzada y por atrás de las rocas otra, previendo que podían estar camuflados soldados o bárbaros.

 

Las bajas ya eran bastante parejas, pero nosotros éramos muchos menos. Elefa no quería arriesgarse a un combate directo todavía y tenía razón, igual los elfos causaban bajas con sus flechas. Los soldados del regente Sigmur sabían que había enemigos camuflados en el bosque, pero no se veían y caían sin vida con flechas en su torso. Lo bueno que los elfos prácticamente no tenían bajas.

 

Aranet le dijo a Figaret y a Fayden, el elfo blanco:

-Tenemos que retroceder. -El príncipe Gualterio se molestó.

-Si retrocedemos tenemos que volver hacia el castillo.

-Gualterio, no tenemos otra. Viene más avanzada por la retaguardia, ya cayeron más de doscientos de los bárbaros. -Con toda la impotencia del mundo, Aranet, Figaret, Fayden, el príncipe Gualterio, Dexel y yo le hicimos una señal a los bárbaros de retirada.

Galopé hasta donde estaba Elefa y le dije:

-Hubo muchas víctimas de nuestra parte, iremos a fortalecernos. En último caso traemos algunos de los blancos de Undret.

-No pierdas tiempo, vuelve, son demasiados, si penetran al bosque, el bosque es bastante grande. Retrocederemos pero por lo menos de nuestra parte no perdimos elfos.

 

Y volvimos a todo galope hacia el castillo. Los vigías nos reconocieron y abrieron el portón grande. Entramos.

Les dijimos a los bárbaros:

-Aprovechen para comer algo, no tomen bebida con alcohol, tomen bastante agua, descansen.

 

Aranet y yo hablamos con Undret, el jefe de los blancos. Le contamos que nuestra estrategia dio resultado, al comienzo causamos bastantes bajas pero parte de las topas del regente Sigmur vinieron por la retaguardia y mataron más de doscientos bárbaros.

Undret dijo:

-No es ningún tonto ese hombre. Voy a mandar la mitad de mis blancos para reforzar a los bárbaros, pero que descansen un poco. No van a llegar hasta el castillo, de arriba les podemos causar muchas bajas.

Le comenté a Undret:

-No tienen catapultas, no tiene piedras de fuego para lanzar.

Undret me miró y me dijo:

-Quizá las tengan, quizá si se ven en apuro las traigan. Tenemos que contraatacar antes de que pase eso porque pueden llegar incluso a voltear las murallas del castillo. -Aproveché para comer algo rápido, me tomé una cantimplora entera de agua.

 

Me crucé con Olafo.

-¿Cómo está la dama Marya, cómo está Fondalar?

-Fondalar sigue inconsciente -me dijo el gnomo.

 

Miré hacia atrás y Aranet estaba recostado, sosteniéndole la cabeza a Fondalar, pensativo, se ve que lo quería mucho. Émeris estaba pálida, con lágrimas en sus mejillas, ya había pasado por el veneno arare, pero no sabíamos qué tipo de veneno era este. -En ese momento me sentí un tonto.

-Había hablado un par de veces con Elefa y no le comenté.

-Yo sí le comenté -me dijo Aranet-. De todas maneras no tiene en este momento fungi para preparar.

-Pero yo sí -dijo el gnomo-. Estoy improvisando alguna aguja hueca para hacer lo mismo que hizo Elefa. De todas maneras puedo decirles que no es arare, es otro tipo de veneno, quizá de algún ofidio. Pero tengo que estar en dos lados, me es imposible.

Émeris lo tomó de la cabeza al gnomo, le acarició la cabeza y le dijo:

-Quédate tranquilo, no tienes idea de tu importancia. Quédate tranquilo, haz lo que puedas.

Y el gnomo le contestó:

-Señora, lo que puedo es poco, tengo que hacer más de lo que puedo.

 

En ese momento bajó el rey Anán, estaba como hipnotizado, como con su mente perdida. Y reparó en Fondalar.

-¿Qué le pasó?

-Le dispararon un dardo.

-¡Otra vez!

-Bueno, tenemos a Olafo.

 

La primera envestida diríamos que fue un empate, acabamos con parte de la avanzada que vino por el camino principal. Pero el regente Sigmur no era ningún tonto, por la retaguardia, por el lado del valle atacó de atrás a nuestros bárbaros. Quizá fueron más bajas las de ellos, cerca de trescientas contra doscientos bárbaros, pero eran casi el doble que nosotros, y perder doscientos bárbaros era una pérdida considerable. Más que eran excelentes luchadores.

 

Lo vi pelear a Fayden, era una máquina, nunca había visto una persona con unos reflejos tan importantes. Lo habían rodeado en determinado momento: Ni siquiera vi de qué manera y cómo se movió para acabar con seis adversarios en instantes, y seguía luchando.

Pero ahora estábamos replegados recobrando fuerzas.

Aranet le dijo a Undret:

-Prepara a parte de tus blancos pero no saldremos todavía, quiero que mis bárbaros descansen. Saldremos a medianoche, los bárbaros se desempeñan bien en la oscuridad.

-Mis blancos también -dijo Undret.

 

Le comenté a Aranet.

-No está Ezeven, pensé que estaría con Elefa, y Elefa dijo que estaría con nosotros. Sé que montó un hoyuman y fue atrás de Elefa, y no se supo más.

 

Ervina, la madre, se acercó a mí y me dijo:

-¿Qué pasó con mi hijo?

-Tranquila, tranquila, señora, tranquila, está bien, se habrá camuflado en algún sitio para que no lo vean. Lo que pasa que es necesario porque es un mento, y por segunda vez no podemos contar con Fondalar.

 

Al regente no le importaban las trescientas bajas suyas, él tenía más tropas. Y no le importaba, aparte, la vida de sus hombres, le importaba ganar, más que otra cosa.

Esa era nuestra debilidad, que nuestra gente nos importaba, y nos dolía cada vida perdida. La bondad tiene debilidad, la maldad es insensible.

Pero teníamos algo que ellos no: Voluntad, temperamento y templanza. No iban a poder contra nosotros, ¡no iban a poder contra nosotros!

 


Sesión del 28/01/2021

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Ligor se recuperó y con dracons consiguieron derrotar al regente. Quedaban muchos heridos amigos en el campo de batalla, ¿qué había que hacer?

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Entidad: La cosa no pintaba bien, veíamos que las fuerzas del regente Sigmur seguían firmes. Habíamos cambiado la estrategia, habíamos hecho una especie de... de guerrilla, esto es, ir atacando estando camuflados y causando algunas bajas, pero no le hacía mella al regente perder cincuenta, cien hombres.

 

El mismo Aranet estaba preocupado.

Recuerdo que me dijo:

-Aksel, vamos a esperar otro ataque frontal con la misma técnica: Quedan los elfos en la parte del bosque, mis bárbaros en la parte de las rocas, los blancos defendiendo la retaguardia, para que no haya otra mala maniobra traicionera de Sigmur.

Le dije:

-Aranet, de todas maneras, en la guerra no podemos decir traiciones o no traiciones, cada uno se maneja de la manera que más le conviene. -Asintió con la cabeza.

-Me siento molesto por el tema de Fondalar, no fue un descuido fue prácticamente una sorpresa.

Le respondí:

-Es que hoy no podemos confiar en nadie. En nadie.

 

Salimos otra vez con las tropas. Hubo un nuevo enfrentamiento; hoyumans destripados, cadáveres, espadas con sangre, cuerpos mutilados, soldados que agonizaban quejándose, gritando, pidiendo por su familia. Viéndolos y no poder hacer nada y no tener tiempo, porque por el otro lado te seguían atacando. Me sentía impotente, porque le clavaba el metal a uno, aparecía otro y otro.

Sabíamos que nos superaban en número, pero atacaron con todo el grueso de su caballería. Los elfos ya no servían estando emboscados, porque si bien con sus flechas causaban bastantes bajas tuvieron que salir a campo a combatir con sus hoyumans, y cayeron también bastantes elfos. Nunca la vi a Elefa tan pálida perdiendo a su gente. También había muchas bajas entre los blancos.

Lo miré a Aranet.

-Es insostenible. ¿Qué hacemos?

-Vamos a retroceder.

-¿Otra vez en retirada?

 

Uno de nuestros vigías se había salido de la formación y había ido a una montaña muy alta. Bajó y le dijo a Aranet:

-A lo lejos, a miles de líneas de distancia ya saliendo del castillo de Sigmur, están trayendo cuatro plataformas de catapultas con aceite y van a tirar rocas, rocas de fuego.

-Eso va a ser irresistible, van a llegar hasta el castillo de Anán y van a derribar las murallas.

Me sentía muy molesto y le digo:

-Aranet, estamos los soldados, los bárbaros, los elfos, los blancos, ni siquiera con cuatro formaciones podemos contra el regente.

Aranet me dijo:

-Era mucho peor la batalla contra Andahazi, pero teníamos algo a favor, los dracons causaron muchas bajas y prácticamente nos sirvió para ganar aquella batalla.

Levanté la vista.

-¡Aranet!

Aranet levantó la vista.

-¿Qué ves?

-Mira para aquel lado, adelante, a la izquierda..., parecen dracons.

-Imposible.

-Hay tres dracons, Aranet, en dos va gente montada y uno está suelto.

 

Los dracons cayeron en picada y lanzaron su vapor candente sobre las tropas más avanzadas del regente Sigmur. Los invadió el pánico y huyeron despavoridos. Uno de los dracons bajó a tierra, miré a quien lo montaba.

-No lo puedo creer. -Aranet fue firme hacia él.

-Ezeven, ¿cómo lo has logrado?

-Recuerda, Aranet, que yo monté dracons con Ligor en la batalla contra Andahazi.

-O sea, que este tiempo que has desaparecido...

-Me fui a todo galope con un hoyuman a la región de los dracons, quería llegar a tiempo.

-El otro dracon era manejado por un hombre alado, y el tercero estaba sin jinete.

Ezeven dijo:

-Atravesaré el castillo por encima y bajaremos del otro lado para que los dracons se alimenten, al fin y al cabo se lo merecen. Se sacrificarán un par de reses, así los dracons se alimentarán.

 

Aranet habló con los bárbaros y con los blancos:

-No abandonen el campo de batalla, han retrocedido nuestros enemigos.

Habló con Elefa:

-Ha llegado a tiempo Ezeven, quédense en el campo de batalla. Dexel y yo volvemos al castillo, pero volveremos lo más rápido posible otra vez al frente. -Elefa asintió y regresamos.

-Voy con vosotros -dijo Gualterio, el príncipe.

-No, quédate, quédate, por lo menos que haya alguien que nos represente. Quédate con Dexel. -El príncipe asintió.

 

Volvimos a todo galope para el castillo. Los dracons habían quedado en la parte delantera del castillo.

Ezeven les dijo a los soldados:

-No se acerquen -Sacrificaron un par de reses-, déjenlos que se alimenten. Alucar es el hombre alado que me acompaña, es de confianza. -Lo miré, le extendí la mano. Me habló en una jerga que no entendía, pero tenía un gesto amistoso. Le dije:

-Gracias, gracias.

¿Dónde está Ligor, está mejor?

Aranet le dijo a Ezeven:

-Está mejor. Acompáñenme. -Subimos a la habitación.

-¿Por qué está encerrado, por qué no vino al frente de batalla?

-No está bien anímicamente, es como que le afectó la traición de esa joven, o quizás estar al borde de la muerte. -Entramos a la habitación.

Ezeven se dirigió a Ligor:

-¿Qué haces ahí, metido en la oscuridad? -Corrió las cortinas de tela, dejó entrar al sol.

-Dejadme con mis pensamientos.

-¡Qué pensamientos! Traje tres dracons. -Por primera vez Ligor levantó la vista y dijo:

-Me parece muy bien. Habrás venido con dos hombres alados y tú con el tercero.

-No, hay un dracon libre para ti.

-No sé si me hará caso. Soy otra persona en este momento, es como que mi ímpetu desapareció. -Aranet lo cogió del cuello y lo zamarreó. Algo nunca visto: Ligor no reaccionó.

-¡Pero qué te pasa, qué te pasa!

Ligor gritó:

-No me levantéis la voz, al fin y al cabo Ezeven es un niño todavía. -Ezeven lo empujó y lo tiró contra la cama.

-Eres un inútil.

-¿Inútil?, te voy a moler con mis puños tu cabeza. -Ezeven le levantó la mano y le lanzó un rayo, lo sacudió, lo hizo temblar a Ligor.

-Así que quieres jugar. -Ligor con las dos manos le lanzó descargas eléctricas. Pero se olvidaba de que Ezeven era un mento y se había envuelto en una especie de un campo de energía y la descarga no llegaba. A su vez, él siguió lanzando.

-Reacciona, reacciona. -Le disparó tanta carga que Ligor casi pierde el conocimiento. Volvió a levantarse. Ezeven le dijo-: ¿Quieres seguir?, ¿quieres seguir? -Lo tomó del cuelo y le pegó una, dos cachetadas en la cara-. Despierta, quiero ver a Ligor. -Ligor lo tomó del cuello y lo levantó dos palmos del piso y lo tiró a dos líneas de distancia.

-¿Te piensas que he perdido la fuerza?, ¿te piensas que he perdido el coraje?

Ezeven se levantó y le dijo:

-No, pienso que te ha afectado el verte al borde de la muerte, si no fuera por el gnomo Olafo no contarías el cuento. -Pero Aranet y yo miramos la cara de Ligor y era la cara de siempre, enojado, pero predispuesto. Pero no nos miró, lo miró a Ezeven:

-¿Quieres que monte un dragón?

-Sí, quiero que montes un dragón.

-¡Yo te montaré un dragón y yo te enseñaré cómo manejar un dragón! ¡Y yo te enseñaré cómo atacar a las filas del regente Sigmur! ¡Y yo te mostraré cómo se gana una batalla!

-¡A ver! Estoy esperando ansioso que hagas eso, porque de palabra cualquiera gana una batalla. ¡A ver!

Se calzó las botas, se arregló, se apretó el cinturón.

-¡Vamos!

 

Bajamos todos al patio delantero. Los dracons habían terminado de comer, habían dejado sólo los huesos de las reses. El dracon que estaba libre lo olfateó a Ligor y pegó un rugido. Ligor le hizo un gesto con las manos: El dracon bajó la cabeza, Ligor se montó.

-¿Qué esperas, Ezeven? ¿Qué esperas, Alucar?:

-Al hombre alado.

-Vamos. -Y nos miró a nosotros-: Vosotros, coged vuestros hoyumans, vamos a acabar con el regente.

 

Los dracons levantaron vuelo, salimos a todo galope del castillo con los hoyumans. Obviamente los dracons eran mucho más rápidos en el aire.

Le grité a Ezeven:

-Ten cuidado, los blancos están de nuestra parte, los bárbaros. Ten cuidado con los elfos.

Se dio vuelta y gritó:

-¡Sé distinguir, Aksel, sé distinguir!

Y atacamos. Los dracons adelante.

 

Me sorprendió ver a Ligor que manejaba su dracon con tanta facilidad como si al día anterior hubiera cabalgado sobre uno, quizá las descargas eléctricas de Ezeven le había acomodado la cabeza.

 

El vapor abrasivo acabó lamentablemente con miles de enemigos. Odiaba la guerra. Los soldados de Sigmur obedecían órdenes. Si no eran colgados, ellos no eran el enemigo. Se lo dije a Aranet.

Le digo:

-No seas tan comprensivo, Aksel, ten en cuenta que ellos, por órdenes de Sigmur, mataron a parte de mis bárbaros también y causaron bastantes bajas en los soldados. Está bien que obedecen órdenes, pero bueno, supongo que ellos pensaran lo mismo de nuestros bárbaros, de los blancos, de nuestros soldados. Es la guerra. Y así es, no hay piedad en una guerra.

-Algo nos diferencia; nosotros podemos hacer prisioneros. Sigmur no va a hacer prisioneros porque tiene miedo que luego lo maten.

Aranet me miró con una mirada congelada y me dijo:

-Ya veremos qué haremos nosotros.

 

Ezeven volvió con su dracon, bajó a una altura que lo podamos escuchar:

-Estuve viendo que hay plataformas con catapultas para lanzar piedras ardientes.

-Aprovechen los dracons con el vapor ardiente, pueden prender fuego al aceite y quemar las plataformas. Nada más tened cuidado que no las utilicen las piedras contra los propios dracons. -Asintió con la cabeza.

 

Y los tres dracons marcharon hacia las catapultas, las destruyeron en poco tiempo. Las tropas de Sigmur huían con pánico.

 

-¿Qué hacemos ahora?

-Atacamos, atacamos. -Había dos catapultas más y enormes contenedores de aceite.

Le grité a Ezeven.

-¡No los quemen, no los quemen!

 

Nos apoderamos de las catapultas, disparamos las piedras ardientes derrumbando parte de las murallas de la fortaleza de Sigmur.

Había montones de cadáveres y de soldados agonizantes quejándose, algunos con sus tripas desparramadas en el barro, una escena ingrata, tremendamente ingrata.

 

Se acercó Elefa y dijo:

-Ezeven llegó a tiempo, él nos dio la victoria.

-Sí, Elefa. Hay que agradecerle también a Alucar, que se prestó a traer a los dracons. Y a Ligor, que acomodó su mente a tiempo, gracias a Ezeven. Han causado muchísimas bajas.

 

Y veíamos a lo lejos que la pared del sur de la fortaleza había caído casi por completo. Las huestes de Sigmur, desparramadas corrían para un lado y para el otro, desarmados, buscando cuidar sus vidas.

 

Y avanzamos todos: soldados, bárbaros, elfos, blancos.

Ligor, Alucar y Ezeven se dieron cuenta que habíamos invadido la fortaleza y se cuidaron de atacar, no sea cosa que caigamos en fuego amigo. Aunque si bien los dracons no lanzaban fuego, el vapor ardiente era como si fuera un fuego que te derretía.

 

Logramos tomar la fortaleza. Lo vimos a Sigmur, estaba con una espada:

-Me rindo, tómenme prisionero.

Lo miré a Aranet, y Aranet dijo:

-No, defiéndete como un hombre.

No soy guerrero.

-Tienes una espada, ¿para qué la portas?

 

Avanzó hacia él. Sigmur levantó la espada y con un golpe de traición bajó su espada hacia la cabeza de Aranet, que levantó su espada y paró el golpe con una tremenda facilidad, hizo un medio giro con su espada y arrancó de raíz la cabeza del regente, que rodó por el piso manando sangre.

Como si fuese una especie de figurilla el cuerpo sin cabeza, me dio la impresión que hubiera dado un par de pasos y cayó. He presenciado muchas cosas pero el ver un cuerpo sin cabeza dando un par de pasos..., de verdad que me causó una impresión tremenda.

 

Habíamos vencido, habíamos ganado. Los dracons bajaron a tierra, lejos de la fortaleza.

Ezeven dijo:

-Adentro debe haber reses, sacrifiquen un par de reses más, que vuelvan a comer.

El hombre alado, Alucar, sonriendo dijo:

-Ni siquiera en nuestra región comen tanto, no van a poder levantar vuelo.

Lo miré, yo no entendía.

-Lo dices en chiste.

-Sí, hombre, lo digo en chiste.

 

Bajó del otro dracon Ligor, sonriendo:

-Me siento como nuevo. -Se acercó a Ezeven-. ¡Y tú, y tú, y tú me debes algo!

Ezeven lo miró desafiante.

-¿Qué te debo? -Ligor se acercó y lo estrechó en un enorme y fortísimo abrazo. Yo digo, espero que no le crujan los huesos a Ezeven, que si bien era muy muy fuerte, Ligor era mucho más corpulento. Se abrazaron y sonrieron.

Ligor nos miró y nos dijo:

-Supongo que en la fortaleza habrá bebida espumante.

Aranet no sonrió y le dijo:

-No, ved vosotros. -Me miró a mí y me dijo-: Aksel, hay muchos malheridos, los que podemos salvar los salvamos, los que no podemos salvar no los dejemos sufrir. -Entendí perfectamente.

 

Pero había decenas y decenas y decenas de soldados, incluso de nuestro bando, quejándose con el vientre abierto.

-Aranet, imposible salvarlos.

Me miró con unos ojos helados y me dijo:

-Entonces sabes qué hacer.

-¡Ah! Son nuestros hombres.

-Aksel, están sufriendo. -Asentí con la cabeza y saqué mi espada.

 

 ¡Qué misión ingrata, darles fin a la vida a nuestros amigos! Pero cómo dejarlos sufrir, cómo dejarlos sufrir. Creo que esto era lo peor de la batalla.

Me había quedado paralizado y Aranet me dice:

-¡Hey! Cuánto antes terminemos mejor.

 

Era la otra cara de Aranet. No era el Aranet que comía y el guilmo comía de su plato, era un Aranet frío. Pero le entendía perfectamente, lo entendía perfectamente. ¿Qué es peor dejarlos sufrir en agonía, agonizantes?

 

Fui con Aranet a cumplir la tarea, la tarea más ingrata que tuve en mi vida.

 


Sesión del 02/03/2021

Médium: Jorge Raúl Olguín

Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Sergio

Estaban satisfechos, habían ganado la batalla contra el regente. Pero Núria necesitaba resarcirse de los años perdidos en el castillo. Le pidió que la ayudara, quería recuperar el castillo para ella sola.

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Entidad: Mira que yo me crié en el norte, he visto de pequeño saqueos de aldeas, raptos, ultrajes, pero nunca me pude acostumbrar a ese tipo de vida en la cual obviamente no participé porque era pequeño. Me quedaron cuentas pendientes, que en algún momento resolveré, con algunos de los que fueron parte del clan.

Y luego he vivido muchas cosas, he pasado por muchas historias que aún no he contado. Hasta que conocí a Aranet y luego a los demás, a los que considero más que amigos, mis hermanos.

 

En mi mente estaba reflejado el campo de batalla contra el regente Sigmur: cadáveres por doquier, equinos muertos, gente de nuestras filas saqueando cadáveres, metales que podían tener, botas, ropa de cuero. ¿Y qué les íbamos a decir, les íbamos a hablar del honor? ¿Estamos bromeando? ¿Les íbamos a hablar del honor? Nos podían haber masacrado y ellos hubieran hecho lo mismo con nosotros y mucho peor, porque hubieran ultrajado a las mujeres del castillo del rey Anán, sin ninguna duda.

 

Volvimos triunfantes pero con la cabeza gacha, por lo menos yo, asqueado de batallas, de muertes, de luchas. No reparé en quienes combatían con nosotros.

Llegamos al castillo y finalmente también vino Elefa, sorprendentemente acompañada de la guerrera Kena, que en algún momento había tenido alguna historia con Ligor, y otro hombre que en algún momento había sido su compañero. Recuerdo que con ellos había una niña, la habían dejado bajo la protección de la noble Diana en el castillo del rey Bryce.

 

Levanté la vista y lo vi al figurín, Figaret, con la ropa manchada de sangre, a Edmundo con algunas pequeñas heridas pero bien. Los blancos trayendo hoyumans del enemigo que habían quedado vivos, siempre es importante tener la caballeriza con hoyumans de repuesto, más las monturas que son tan valiosas, alforjas, cantimploras. Yo no traje nada, honestamente no estaba con ánimo.

 

Me puse contento en el castillo cuando vi que Fondalar se había recuperado, todo gracias a Olafo. Y más contento todavía cuando la reina Marya había estabilizado su salud y su embarazo.

El rey Anán estaba descansando, Olafo le había dado un tranquilizante muy poderoso, era tanta la situación de angustia que había pasado con Marya que él pensaba que perdía a Marya y al bebé. Y cómo no ponerse así, cómo no ponerse así.

 

Pero la vida continuaba y mientras el rey estaba descansando, Aranet armó una buena cena. Obviamente en el salón central no cabían todos, pusieron otra mesa más larga todavía en el patio de armas con los soldados compartiendo comida con los bárbaros y con los blancos.

Lo miré a Fondalar y le dije:

-Dos veces, dos veces, querido maestro, has estado al borde de la muerte. Dos veces.

Se rió y me dijo:

-¡Je, je! Todavía me falta una. -No entendí.

-¿Cómo te falta una?

-Aranet estuvo tres veces al borde de la muerte.

-No, no me causa gracia, maestro, no me causa gracia. Y creo que a tu esposa Émeris tampoco.

Émeris se encogió de hombros y me dijo:

-Apreciado Aksel, normalmente mi esposo no es de hacer bromas pero lo prefiero así y no... y no triste.

 

Aranet levantó una jarra con bebida espumante.

-Brindo por la iniciativa de Ezeven.

-¡Y por mí! -Saltó Ligor. Habéis dado vuelta a la batalla, os debemos mucho.

Ligor dijo:

-Me siento redimido de algunos errores cometidos buscando a esa zorra de Randora, el hecho de haber participado en lograr el triunfo me reconforta.

Ezeven no tenía pelos en la lengua y le dijo:

-Pero bien que te he tenido que sacudir, porque no querías saber nada, estabas como traumatizado.

-No me lo recuerdes, creo que me has lanzado rayos y yo reaccioné y te lancé a ti. Pero tú te has blindado, eres un pillo. -Se levantó Ligor en toda su estatura, más alto que Ezeven, y lo estrechó en un abrazo y brindaron.

 

Me serví una jarra grande con bebida espumante y me la tomé en dos tragos. Mi mente se acordaba todavía del campo sembrado de gente sin vida que había luchado bajo las órdenes de un desquiciado, por llamarlo de alguna manera.

Comí lo necesario, los bárbaros de Aranet, los blancos e incluso los soldados del castillo se atiborraron de comida y bebida. Iba a dormir quizás un día entero, pero no había nada que temer, no había enemigos a la vista.

 

Se acercó Dexel:

-Si no me equivoco somos los únicos del norte.

-No lo sé -le dije-, seguramente hay algunos más entre todos estos, mezclados.

 

Por la mañana se nos acercó la dama Núria:

-Necesito que me acompañéis. Coged dos hoyumans de la caballeriza, yo tengo el mío.

-¿Por qué nosotros? Tienes mucha más confianza con tu exmarido Ligor.

-No, no, no, tenéis que ser vosotros.

-¡O Aranet!

-No, no no. Aranet está con la dama Mina y hay que dejarlo. Hasta el mismo Ligor ha bebido más de la cuenta y el mismo Ezeven lo acompañó bebiendo. Nunca lo vi beber tanto. Si hasta su madre Ervina no lo conocía. -Sonreí.

-Dime qué deseas de nosotros.

 

Obviamente las reglas eran rigurosas, aquellos soldados que estaban de guardia habían comido bien y habían tomado lo necesario para estar siempre alertas por las dudas, uno nunca sabe.

Nos abrieron el portón pequeño y salimos los tres.

-¿Podemos rodear el campo?

-¿A dónde vamos?

-Al castillo donde estaba el regente Sigmur.

-¿Para qué? -pregunté.

-Ese castillo fue un claustro para mí, mi princesa que luego fue reina murió y tengo el rencor de que nunca me liberó.

-¿Y qué buscas -pregunté-, una reparación?

-¿Reparación? ¡Je! Los hijos de la reina Samia están muertos, el regente Sigmur los liquidó a todos. ¿Qué es la reparación?

-¿Quién te va a pedir disculpas?

-No quiero disculpas. Yo lo hablaré con el rey Anán cuando regresemos, y espero que esté en condiciones, con el somnífero que le dio Olafo.

-No estoy entendiendo.

-Yo tampoco -dijo Dexel.

-Os dije que fue mi claustro desde mi juventud hasta mi madurez. Recién cuando murió la reina quedé libre de la promesa y fue cuando pude casarme con Ligor.

-Todavía no entiendo.

-Yo conozco ese castillo más que nadie, los escondites, los pasadizos secretos que creo que ni siquiera el regente Sigmur llegó a descubrirlos de tan disimulados que están. Hay túneles, sótanos, pasadizos entre paredes y muchísimos metales escondidos.

-Continua.

 

En el camino encontramos infinidad de soldados vivos, del enemigo, que no se hicieron prisioneros porque honestamente no había lugar donde ponerlos.

A medida que íbamos pasando, Núria fue hablando con cada uno.

-Los que tenéis equinos disponibles seguidnos, los que no venid a pie.

-Apreciada Núria, ¿qué estás haciendo?

-Juntando mi tropa, la tropa heredada de Sigmur.

-Apreciada Núria, disculpa que sea atrevido, pero estás cometiendo un error. Somos dos, tú tienes dones eléctricos con tus manos, pero somos dos y nos están siguiendo de a cientos. ¿Cómo sabes que no te van a traicionar?

-Porque les prometí metales. -Fruncí el ceño.

-¿Qué piensas hacer?

-Rehacer la fortaleza y la habitaré yo.

-Pero..., ¿qué título ostentarás?

-Seré regente, no voy a ser reina, ocuparé el lugar que tenía Sigmur. Pagaré para que dejen la fortaleza en condiciones, la agrandaré aún más, la aseguraré aún más y pondré una buena feria feudal para dar trabajo a los campesinos de los alrededores, que deben estar famélicos de hambre porque no hay lugar ni para cazar, los elfos en el bosque mientras estaban camuflados, se alimentaron. Hay que ir más en lo profundo del bosque para cazar algunos pequeños animales, los campesinos no tienen comida. Armaré una buena feria feudal y seré la dueña de la región.

-De nuevo pido disculpas, ¿pero no habrá conflictos con el rey Anán?

-¿Conflictos? Ezeven, con mi exesposo le salvó el trasero a todos y yo voy a cobrar mi deuda del tiempo que estuve enclaustrada. Ya no voy a ser más una dama de compañía, voy a ser la dueña del lugar, y voy a adiestrar a los soldados para defender el lugar con uñas y dientes contra quien sea porque yo no voy a permitir traiciones, y aquellos que se rebelen serán colgados.

-Pero Núria, porqué te anticipas, si les vas a pagar los tendrás bien, como están bien los soldados del rey Anán. Pero el problema no es el rey Anán, están los elfos de Elefa, los bárbaros de Aranet, los blancos... Van a tener muchas dudas de tu persona, de que no pierdas el razonamiento y te transformes en una déspota. -Núria me miró con ojos serenos pero firmes. En realidad era una mirada dura, muy dura.

Y me dijo:

-Acá lo que importa es lo que yo piense, no lo que piensen los demás de mí.

 

Entramos al castillo, había desolación, pero había catapultas intactas. La miré a Núria.

¿Ves, Aksel?, tengo con que defenderme, que nadie se atreva a atacarme.

-¿A atacarte?, pero si ni siquiera te has establecido, los soldados te siguen y piensan que les vas a dar metales.

-Es que se los voy a dar, sé los pasadizos donde hay metales escondidos por lo menos en veinte lugares. Samia no iba a cometer la torpeza de poner toda la fortuna que había obtenido durante todos estos años en un sólo lugar, no era estúpida. Sí que era cruel pero lo disimulaba bien con su buen tono de voz, con su amabilidad, pero nunca me liberó de mi promesa.

-¿Y te hubieras marchado?

-No, había dado mi palabra.

-¿Y tu palabra es más valiosa que tu cautiverio?

-No lo tomaba como cautiverio, pero...

 

No tenemos comida, no tenemos nada. Mandaré a cazar a los más expertos que yo elegiré, y que vosotros dos, Aksel y Dexel, me ayudaréis para que tengan comida. Bebida no creo que haya pero la fabricaremos. Yo iré por los pasadizos. Quedaos con los soldados. ¿Decís me siguen cien?, yo voy a tener diez veces más, veinte veces más, voy a llegar a tener dos mil soldados y voy a tener por lo menos cuatrocientas personas trabajando en la feria feudal. Mi idea es la paz y la prosperidad, pero que nadie se meta conmigo.

-Pregunto: ¿y qué va a pasar con Ligor?

-¿Ligor? ¿Qué tiene que ver Ligor en todo esto?

-Bueno, él te esperó cuando tú estabas aquí en este claustro, como le llamas.

-Sí, pero mientras tanto estaba con fondaneras, con posaderas. ¿Te piensas que él me esperó como un santo? No, él vivió su vida. Fui yo la quien perdió un cuarto de mi vida o más. Ligor acá no tiene nada que ver. Ligor está bien, se redimió ante todos, incluso ante mí. Lo felicito. Pero no seamos hipócritas, el héroe fue Ezeven, no Ligor. Ligor prácticamente fue obligado. Obviamente después vio que había un dracon y se entusiasmó. Los tres dracons siguen estando. Yo escuché la conversación de que Ligor y el hombre alado van a volver al territorio de los dracons, y el otro dracon se lo van a llevar sin jinete porque Ezeven no va a ir con ellos.

La miré y le dije:

-Así que Ligor se va.

-Sí. Va a volver a sus andanzas, lo cual a mí no me interesa. Pero yo voy a hacer mi vida. Tú y Dexel pueden acompañarme.

-No, apreciada... No apreciada Núria, yo voy a tomarme unos días de descanso, a recorrer otros poblados, a despejar un poco la mente. Cuando cruzamos todo el campo de batalla viniendo para aquí, el olor fétido de los cadáveres..., los compañeros que quedaron vivos tendrían que enterrarlos.

-¿Para qué? Hay chacales y hay otras alimañas que van a dar buena cuenta de los cadáveres.

-Es muy crudo lo que dices.

-¿Crudo? ¡Es real lo que digo! No estás respondiendo como un guerrero del norte.

-Lo soy, apreciada Núria, pero también soy un ser humano.

-Bueno. No perdamos tiempo, organicemos todos. Elije los soldados que vayan a cazar algunos animales en el bosque y por ahora se conformaran con agua. Yo me encargaré de juntar algunos metales, nadie me seguirá, yo desapareceré entre las paredes y le repartiré lo necesario a cada uno para que vean que no miento, que los metales están.

-O sea, que compras la lealtad.

-Aksel, eres un crío, la lealtad siempre se compra.

-No. Yo fui leal en esta batalla, Dexel también, y no nos interesa cobrar metales.

-Bueno, sois especiales.

-Sí, como Ezeven, como los bancos, como los elfos de Elefa. Quién iba a decir que hasta el figurín Figaret iba a participar de la batalla, el joven inexperto Edmundo, y ninguno de ellos lo hizo por interés.

Núria me miró y me dijo:

-¿Y te piensas que estos soldados van a ser iguales?, adoctrinados por un loco, por un regente alienado, ¿y van a cambiar de costumbres de un día para el otro? Pero como dije antes, aún pagándoles metales, al que me traicione será colgado como ejemplo, y los demás se darán cuenta de que conmigo no van a jugar.

-¿Cuándo le comentarás a Anán?

-Anán no tiene nada que ver acá. Él tiene su reino, yo seré regente de este.

Me encogí de hombros y le dije:

-Bueno, pondremos manos a la obra, va tardar meses en reconstruirse todo. Lo único que puedo hacer es hablar con el rey Anán o con Aranet, y que mientras tanto nos den algunos porcinos, algunos cabríos para irlos sacrificando para que tengan para comer hasta que esté la feria feudal establecida. -Núria me miró, se encogió de hombros y no me respondió.

-Haced lo que os dije, que salgan a cazar, salvo que esta noche no quieran comer. -Y se marchó.

 

La seguí unos pasos en un salón lateral y desapareció entre los pasillos. ¿Habría pasadizos entre las paredes? No lo sé, pero ella conocía todos los secretos.

Le dije a Dexel:

-Hablemos con los soldados, al fin y al cabo somos los que ganamos.

-Lo que vos digas -me dijo Dexel.

 

Y pusimos manos a la obra. Pero preocupados por esa reacción tan extraña de Núria, que parecía alienada con su forma de pensar.