Sesión 05/01/2020
Sesión 05/01/2020
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Stephannie J.
Infancia, adolescencia dramática. No era querida, era despreciada por sus padres. Marchó de casa pero se llevó los miedos, la mala vida acumulada.
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Entidad: Recuerdo una vida pasada muy dura, difícil, convivencias que me han dejado infinidad de engramas, me han marcado por dentro de una manera muy fuerte. Y las heridas emocionales no cicatrizan, muchas veces, como las heridas físicas.
Nací al norte de la zona ecuatorial de Umbro, mi nombre era Delfina. El primer golpe psicológico lo recibí de pequeña cuando murió mi padre en circunstancias nunca aclaradas, lo encontraron muerto en el camino. Su montura estaba allí, llevaba dinero pero no se lo robaron, por lo tanto se descartó un robo. ¿Una muerte por venganza? Raro, extraño porque padre no tenía enemigos.
Al poco tiempo mamá Alesa forma pareja con Orlak, yo apenas tenía cuatro años iba a cumplir cinco. Con Orlak, que pasó a ser mi padrastro, las cosas se complicaron, no me pegaba pero me gritaba mucho, me tomaba del brazo y me zamarreaba, me sacudía cuando algo que yo hacía no le gustaba, y pasé a ser una especie de vuestra Cenicienta, vuestra Cinderella.
Padre tenía un comercio. Le decía "padre" porque madre me lo imponía:
-No le digas Orlak, dile padre.
-¿Por qué mamá? No es mi padre.
-Si omites decirle padre, te castigará mucho. -Y por temor le tuve que decir padre. Eso no impedía que siguiera maltratándome.
A madre la trataba bien pero él igual hacía su vida, iba a una casa de juegos donde había mujeres fáciles. Trabajaba bien comerciando telas pero a su vez gastaba en juego, en apuestas y en mujeres. Y madre, sometida, nunca se quejaba. Es más, ponía una mirada impávida, neutra cuando Orlak me maltrataba.
A medida que fui creciendo, tenía diez años, jamás me había acostumbrado, y menos adaptado, a ese monstruo. Alguna vez lo seguí sin que se diera cuenta e iba a una casa misteriosa donde acudía mucha gente. Las ventanas eran oscuras, con cortinas, no se podía ver adentro, pero las maderas tenían pequeños agujeros y podía mirar. Adentro había como prácticas religiosas, pero no adorando a aquel que está más allá de las estrellas sino a oscuros demonios. Me latía muy fuerte el corazón y huía corriendo a casa.
A madre no le decía nada por dos razones: miedo a que me castigue por espiar a su esposo o pánico, terror a que le cuente a él, a Orlak, que yo lo había espiado. Y cuando volvía de esas reuniones donde hacían ritos satánicos el rostro que traía era con una mirada perdida, los ojos vacíos, la frente con sudor y la mirada maligna.
Recuerdo que le serví un plato de guisado y me lo lanzó a la cara.
-Inútil.
Madre Alesa le preguntó:
-¿Qué pasó, mi vida?
-Tu hija, tu hija Delfina, me ha servido el guisado frío.
-Deja, mi amor, que te lo caliento, quédate tranquilo. Tómate una bebida espumante mientras tanto.
Con esa mirada demoníaca me miraba Orlak me decía:
-Vete. Afuera hay un abrevadero para los equinos, enjuágate y lávate la ropa.
Y objeté, lamentablemente objeté.
-¡Pero padre, es invierno, hace mucho frío! -Me cogió del cuello, me levantó y me tiró de bruces al abrevadero donde el agua estaba helada. Y madre con su impávida mirada no decía nada, o por miedo o porque yo no le interesaba.
Y fueron pasando los años y fui dándome cuenta de que los condicionamientos que tenía eran muchos. Desde que padre, cuando era pequeñita, había muerto me crié en un ambiente sin amor, con desprecio, limpiando las suciedades lo cual no me afectaba porque en eso sí estaba acostumbrada, a limpiar la mugre, la inmundicia que dejaba este hombre, hasta escupitajos en el piso tenía que limpiarle. Y le lavaba en un piletón grande su ropa sucia, transpirada, con vómitos y con alcohol. Pero eso no me molestaba porque al fin y al cabo lo tomaba como una tarea, como parte de mi trabajo, como Cenicienta de vuestros cuentos, como Cinderella de vuestros cuentos. Lo que me molestaba era el maltrato, el desprecio, la discriminación porque por ser niña cuántas veces Orlak decía:
-Tu madre hubiera tenido un varón, me hubiera ayudado con las telas. Tú, como mujer eres inútil, no sirves para nada. Es más, me tienes que agradecer que te doy de comer. -No respondía, asentía con la cabeza.
Mi cabello se fue aclarando, era casi rubio. Ya tenía catorce años. Y Orlak, mi padrastro, ya no me gritaba, me hablaba de una manera más condescendiente, más tierna, más dulce. Su misma mirada había cambiado, me recorría el cuerpo con su mirada y yo no entendía por qué era más condescendiente conmigo, hasta que después lo supe.
Tenía que ir hasta el poblado vecino en una calesa a buscar unas telas de un mayorista, pero en vez de ir yo la mandó a mamá Alesa y yo me quedé con él.
Me dijo:
-Ya eres grande, puedes tomar una bebida espumante.
Le dije:
-No tomo alcohol. -Con su puño golpeó la mesa de madera.
Y me dijo:
-Vas a tomar. -Y por primera vez tomé alcohol.
A un costado había un mullido sillón y me dijo:
-Ven, siéntate al lado mío. -Y me puso el brazo sobre mi cuello acercándome a él. Mientras colocaba su brazo derecho sobre mi cuello, con su mano izquierda me tocaba el muslo izquierdo y me lo acariciaba, cada vez más, hasta de pronto querer acercarse a mis partes íntimas, algo que me incomodaba muchísimo.
Me levanté presa de pánico:
-¿Qué haces?
Me miró con odio, con furia.
-¿Cómo qué hago, Delfina? Te trato de forma cariñosa, como la hija que nunca tuve, porque por fin reconozco que has sido buena con nosotros y quiero retribuirlo dándote todo mi afecto, todo mi cariño. ¿Eso te parece mal?
-No -negué con la cabeza-, pero me incomoda que me toques. -De vuelta su cara se puso demoníaca porque nunca dejó de ir a ese templo donde hacían rituales con magia y cosas que yo no entendía.
Y me dijo:
-Los toques son cariñosos, son de afecto, y si tú quisieras podría tocarte mejor.
No entendía muy bien, no conocía el mundo, nunca me permitieron tener amigas, pero por instinto, por intuición me daba cuenta que ese hombre perverso quería algo de mí. Y yo algo entendía porque cuando venía alcoholizado, beodo, borracho, en el cuarto con madre escuchaba sonidos, gemidos hasta gritos, jadeos y entendía lo que estaban haciendo, y ahora me estaba dando cuenta de que lo que había hecho con madre lo quería hacer conmigo, algo malévolo, algo censurable, algo que no podría soportar.
Por un momento miré hacia la parte donde se cocinaba, hacia la parte donde se cocía la comida y había una cuchilla grande, por mi mente se me cruzó cogerla y clavársela, pero me acusarían de un crimen; podría alegar ante las autoridades del poblado de que mi padrastro quiso abusar de mí.
Finalmente el hombre siguió bebiendo hasta que se durmió en el sillón y llegó mamá Alesa. Me preguntó:
-¿Está todo bien?
-No -negué con la cabeza-. Orlak me tocó mis partes íntimas y quiso abusar de mí. -Madre se puso tan molesta que con su mano derecha me dio una fuerte cachetada. La bofetada dejó roja mi mejilla y madre en ese momento me dijo:
-Eres una desagradecida lamento haberte parido, lamento haberte tenido. ¿Cómo osas acusar a un hombre tan bueno que nos da de comer, nos viste, nos mantiene y tienes un techo gracias a él?
Me molesté tanto que le respondí:
-Ese techo era de padre que murió en circunstancias extrañas. Hasta estoy pensado si Orlak no lo mandó matar para quedarse contigo. -Levantó de nuevo la mano para pegarme pero yo ya era fuerte y le sostuve la mano.
Me dijo, escupiéndome en el rostro, su saliva corriendo por mi mejilla:
-¡Vete! -La empujé a madre. Por suerte Orlak estaba tan bebido que no se despertó.
Entré a mi dormitorio, tenía una alforja grande donde puse mi ropa de abrigo, y había unas monedas que había juntado de propinas que me daban en el poblado, las puse en mis bolsillos. Tomé un equino, le puse la montura, puse sobre el equino mis alforjas, monté y le dije a madre:
-Alégrate, no me verás más. -A madre le entró terror.
-¿Y qué le digo a Orlak cuando despierte?
-Eso lo sabrás tú. Seguro que no te animarás a decirle que me quiso violar, no te animarás. -Y me marché.
Por el camino, como si aquel que estuviera más allá de las estrellas, había un niño llorando, desconsolado. Le dije:
-¿Quién eres?
-Mi nombre es Carlo, soy huérfano. Un herrero me tuvo con él pero huí porque quiso abusar de mí. -No traía ropa de repuesto, no tenía ninguna mochila ninguna alforja, solamente con lo puesto.
-Monta detrás mío. Si no te molesta te llevaré conmigo.
Y así una semihuérfana, una huérfana de padre, y un chico huérfano total escapamos de nuestros miedos. Pero en realidad eso es una manera de decir porque los miedos seguían con nosotros en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro interior en forma de engramas, engramas que nos condicionaban, engramas que no nos dejaban dormir de noche, engramas que nos cambiaban el temperamento, el carácter, la forma de ser. Y Carlo era más vulnerable, porque a veces mientras yo de noche lloraba, él murmuraba.
Me despertaba y le preguntaba:
-¿Qué te sucede?
-Siento odio, siento desprecio por todos.
Yo le respondía:
-Si ese herrero te maltrató y quiso abusar de ti, no todas las personas son como él, debe haber gente buena.
Carlo era muy cerrado y no escuchaba lo que yo le decía.
-No, tú eres buena, la mayoría son malos, perversos. He ido a hacer diligencias a otros poblados y he visto a gente que saquea aldeas y viola mujeres y niños. Es un mundo perverso, el mundo entero es perverso -decía Carlo.
Le acariciaba la cabeza y le dije:
-Vamos a salir adelante, lo vamos a lograr.
Gracias por permitirme relatar esta vivencia.
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