Sesión 12/10
Médium: Jorge Raúl Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Thetán de Víctor
Relató una vida en Aldebarán IV donde tuvo una infancia dura. Mataron a su padre por una acusación injusta. Aprendió a luchar y quería vengarse, pero con la ayuda de su maestro pudo ver la inconveniencia del rencor.
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Entidad: Estoy aquí comunicado para conceptuar ideas controvertidas, conceptos que se contraponen. Se puede ser altruista y tener rencor, se puede intentar vivir el momento, y a su vez, preocuparse por los demás, se puede ser gentil, y a su vez, cruzarse inconscientemente en nuestro espíritu el acabar de la manera que sea con todo lo negativo. Podemos albergar en nuestro interior conceptos que se contraponen. Quien tiene arraigada la idea del Bien ¿Puede a su vez, quitar una vida, siglos atrás en un mundo lejano, sin inmutarnos? ¿De la misma manera que hoy, un cirujano puede extirpar un tumor? Quizás, un salvaje de siglos atrás si viese al cirujano abriendo el cuerpo con un bisturí, lo primero que se le cruzaría por su mente instintiva, es que lo está matando. . Como puedo haber yo hecho varias veces en ese mundo, siglos atrás, con el filo de mi espada. La noción del Bien y del Mal, el rencor arraigado, a veces por prejuicios externos, de mentes necias, obtusas y pequeñas. . Por qué deberían de afectar, por qué debería siquiera de regar esa planta del rencor, si hoy los Maestros de Luz pregonan que el poder de la palabra del otro, lo da uno, porque la palabra no hiere, no lastima… Pero disculpad si no estoy de acuerdo, porque una calumnia, una injuria por más pequeña que fuera, salpica lodo, lodo que a veces no te puedes limpiar en toda tu vida física.
Vosotros en Sol III habláis de genética, tú naces de tal padre, de tal madre y tienes características físicas similares. Bueno, no era mi caso en Umbro; mi padre era de contextura mediana, cabello oscuro; mi madre era morruda, baja, quizás algo obesa, ojos claros pero cabello oscuro. Y yo de niño era de cabellos muy claros, casi blancos, incluso se murmuraba en la aldea que mi madre había estado con algún hombre del Norte, y lo peor era que mi padre no tenía ni las agallas, ni la fuerza, ni el conocimiento del uso de la espada para cortar la lengua de esos calumniadores. Mi padre era trabajador, no se metía con nadie, quizá por eso lo calumniaban con mi madre. Una vez al patrón le faltó dinero y otros peones avasallaron mi casa, mi vivienda, como si fuera la Ley armada, dieron vuelta todo y, obviamente, no encontraron nada. Lo llegaron a golpear preguntándole donde había enterrado las monedas. Mi padre razonablemente le dijo al capataz: -Tú piensas que si yo hubiera robado una gran cantidad de dinero ¿estaría aquí? Estaríamos en una carreta tirada por dos Hoyumans a muchas líneas de distancia-. Obviamente le creyeron pero siempre, o por una cosa, o por la otra, lo calumniaban.
Mamá tenía problemas de salud, quizá por su obesidad que cada vez era mayor, y mi padre trabajaba desde al amanecer hasta el atardecer, y su único consuelo -porque con madre no podía hablar, vivía quejándose, haciendo lo que los Maestros dicen, el rol de víctima- se refugiaba en la bebida, iba a la posada, no tomaba bebida espumante, tomaba una bebida transparente que te quemaba el esófago y el estómago.
Una tarde encontraron en el camino una niña adolescente, ultrajada y degollada; y cerca de ella mi padre ebrio. Yo ya era casi adolescente. Claro que lo culparon a él. Me fijé que la joven tenía marcas en el cuerpo y que en sus uñas tenía la piel de quien la había violado, rasguñándolo.
Les dije: -¡Mirad el cuerpo de mi padre!- que todavía estaba bajo los efectos de la bebida -no tiene un solo rasguño ¡no fue él!-.
Pero, o bien la mentalidad bruta de ellos, no escuchaban mis palabras, mi razonamiento, o bien ya tenían al victimario ¿para qué iban a seguir buscando?
Lo colgaron. Me tuvieron que sujetar, a toda costa quería interrumpir, alguien me golpeó la cabeza y caí al fango sin conocimiento. No pasaron tantos amaneceres que mamá siguió su camino, y ambos estaban con aquél que está más allá de las estrellas.
El dueño, no por piedad, por hacer negocio porque prácticamente no me pagó nada, me compró la pequeña vivienda en la cuarta parte de lo que costaba. Antes de irme, me fijé en el capataz, Gervasio, las cicatrices en su rostro, en su brazo, marcas de uña.
-¿Qué miras, Geralt? -me dijo.
Bajando la vista dije: -Nada-.
Marché con mi Hoyuman y las monedas bien guardadas, hacia el Norte.
Umbro era un planeta salvaje, no había escuelas que te enseñaran el arte de la espada pero sí había algunas comunidades, no en la parte Oriental pero en el camino medio a la parte Oriental, bastante debajo de la región de los Turanios; organizaban torneos. Había un Maestro Mayor, Orán; me asombraba su velocidad a pesar de su edad avanzada y le dije con todo respeto que tenía unas monedas, si me quería dar clases.
-No te cobraré nada -me dijo -Pero trabajarás varios amaneceres para mí hasta que estés listo-.
Amanecer tras amanecer, práctica, más práctica, ejercicios, velocidad, lucidez. Había pasado más del equivalente de medio año de Sol III y Orán no estaba conforme. Me decía: -Geralt, no estás alerta, no estás atento, no está mal que tengas fuego adentro pero el fuego te debe servir para el combate, y así el fuego te devora, es un fuego de recuerdos -.
-Es que guardo mucho rencor -Y por fin le conté lo que había pasado.
Lo único que me dijo el viejo fue: -Si tú quieres aprender el arte de la espada para vengarte, no tiene sentido, la espada tiene que ser justicia, no venganza. La venganza te lastima a ti.
Siempre admiré la sabiduría de ese Maestro, pero le dije: -Por un lado tiene razón pero por otro lado no estoy de acuerdo. Si usted ve que ultrajan a una joven, o asesinan a un granjero y no dice nada ¿no está siendo cómplice? ¿De alguna manera no está siendo tan perverso como el que cometió el acto hostil? -El Maestro me miró y asintió con los párpados.
-Entonces, entiende mi punto de vista, yo quiero cortar la raíz del mal, quiero buscar al capataz y cortarle el cuello, y no solo eso, hablar con el que era patrón de mi padre y dejar en limpio su nombre.
Orán me dijo: -Entiendo y avalo tu razonamiento pero sigo insistiendo, tienes tu mente dividida, vas en pos de no ser cómplice del mal, de no permitir que el mal se salga con la suya, de limpiar el nombre de tu padre; pero también vas por venganza, admítelo. Admite que tienes un fuego que te quema por dentro-.
-Lo tengo, tengo un tremendo rencor, un rencor que me lastima, que no me deja vivir.
Me interrumpió y me dijo: -Y que no te deja tener la mente lúcida. Todo sentimiento que abreva de la emoción, porque el Amor no abreva de la emoción-. El Maestro decía lo mismo que hoy dicen los Maestros de Luz, que el Amor impersonal, el verdadero Amor no abreva de la emoción, todo lo que abreva de la emoción es ego, todo lo que abreva de la emoción te obnubila, te ciega, no te permite pensar, estás reactivo.
-Pero es más fuerte que yo Maestro ¿cómo me saco ese fuego si no es acabando con la vida de esa persona? ¿Estoy preparado para irme?
-No.
-Lo lamento Maestro, voy a ir igual.
-Y te matarán.
-No soy un experto como usted Maestro pero creo que estoy absolutamente preparado para enfrentar al mal.
-Geralt, no puedes enfrentar al mal con rencor, el rencor también es mal, al mal se lo enfrenta con el bien.
-No lo entiendo Maestro, supongamos que apague mi fuego y luego quiera buscarlo para hacer justicia, y lo mato sin ningún fuego adentro que me consuma ¿no estoy quitando una vida igual? ¿O el bien es perdonarlo? ¿No seré cómplice de que el día de mañana no ultraje a otra joven, si no la ultrajó ya, en el tiempo que yo no estuve allí?
Pero, seguí medio de vuestros años terrestres allí, corriendo, haciendo ejercicios, manejando dos espadas; me había acostumbrado a tener una espada al cinto, al lado un puñal y detrás una espada más corta sobre mi hombro derecho para empuñarla rápidamente con mi mano izquierda, entonces tenía doble espada, y era casi invencible. Practicaba con mi Maestro y prácticamente le ganaba.
La misma… la misma rutina me había hecho descargar ese fuego, ya no lo sentía, o por lo menos ¡creía! que ya no lo sentía.
El viejo me abrazó y me dijo: -No estás preparado, pero ya por lo menos no te consume ese fuego. Ve y espero volver a verte.
No le pagué con monedas, aparte de trabajar con la espada, trabajaba con las herramientas de campo, en su pequeño terreno que tenía el Maestro en las afueras de la aldea. Y le fui muy útil, casi tanto como él a mí.
Volví en mi montura, impaciente, a donde yo tenía sin olvidar, mi niñez, mi juventud. Nadie me reconocía, veían un jinete alto, bronceado, el pelo totalmente blanco, un traje de cuero, botas, dos espadas, un puñal... me miraban con un respeto total y absoluto. Cuando golpeo la casa del patrón, me abre una sirvienta la puerta y pido hablar con el hombre, me recibe, al comienzo me mira y luego sonríe, y me reconoce. Le dije sin preámbulos que buscaba al capataz, que tenía que arreglar una cuenta con él, y llevo mi mano derecha a la empuñadura de mi espada. Con confianza me toca el hombro, poniendo la mano en lo alto porque yo le llevaba una cabeza, y me dice:
-Geralt, en el tiempo que tu no estuviste hubo dos niñas más ultrajadas, una muy pequeña y el que era mi capataz fue sorprendido con la más chica, lo torturamos, le dimos latigazos hasta que confesó que él también había sido quien había degollado a la joven por la que acusamos a tu padre. Lo lamento mucho, lo lamento mucho pero...
Saqué mi puñal y se lo apoyé en la garganta: -Usted también formó parte, yo vine con idea de vengarme, me han quitado ese derecho ¿lo han colgado?
-Sí, Geralt, lo hemos colgado y el nombre de tu padre está totalmente limpio, al contrario, fíjate que, en su tumba además del madero clavado hay flores, porque era querido.
-Tampoco me mienta ¡no sea hipócrita! Nunca lo quisieron, siempre le buscaban problemas. Recuerdo cuando a usted le desaparecieron monedas, no sé si fue el mismo capataz...
Le saqué el puñal del cuello y lo guardé.
Mi fuego negativo se había consumido, me quedaba el otro fuego, el fuego del combate; un fuego que no me impedía estar alerta; un fuego que estaba exento de rencor; un fuego que me hacía entender que el rencor era algo negativo; un fuego que me hacía entender que el rencor te obnubilaba, pero seguía teniendo el sentido de justicia.
Antes de irme, quien fuera el patrón de mi padre me preguntó si podía hacer algo más por mí.
-No, está todo bien, está todo bien. Lo importante es que las cosas salieron a la luz, hicieron justicia por mí.
Monté de un salto a mi Hoyuman que se encabritó, lo dominé enseguida y marché otra vez para el Norte. Volví a donde estaba Orán, le relaté lo acontecido.
-Me alegro -me dijo- que no hayas manchado tus manos con sangre por alguien que no lo valía-.
Le respondí: -Eso no quita que si se me cruza un salteador, o alguien provoque una reyerta en una posada, no lo haga callar para siempre. Quizá lo que me está faltando es paciencia, pero nunca voy a perder el sentido de la justicia, trataré de pensar antes de actuar y que los ojos de la persona que esté hablando conmigo me digan si su interior es bueno o malo, para saber qué hacer.
Le tendí la mano y nuevamente me dio un abrazo -algo que me ponía incómodo-.
Empecé a frecuentar algunas tabernas, sin buscar pleitos. A veces llevaba a mi cuarto a una de las posaderas del lugar que por dos monedas se quedaban contigo. Nunca me involucraba emocionalmente, era vivir el momento. Siempre entendí a partir de esa lección, de que el rencor, el odio, solamente te provocan impotencia, obnubilación, ceguera, incomprensión, y que no te llevaban a ningún horizonte; era un círculo vicioso, cerrado, sin abertura. Pero ahora era pasado, y yo en el rol de Geralt buscaba el futuro, sin dejar, sin dejar de vivir el presente.
Gracias por escucharme.
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