Índice

Psicoauditación - Vva

Grupo Elron
Sección Psicointegración y Psicoauditación - Índice de la sección - Explicación y guía de lectura de la sección

Si bien la Psicoauditación es la técnica más idónea para erradicar los engramas conceptuales del Thetán o Yo Superior de la persona, la mayoría de las veces se psicoaudita a thetanes que habitan en planos del Error y sus palabras pueden no ser amigables y/o oportunas para ser tomadas como Mensajes de orientación, algo que sí se da cuando se canaliza a Espíritus de Luz o Espíritus Maestros.
El hecho de publicar estas Psicoauditaciones (con autorización expresa de los consultantes) es simplemente para que todos puedan tener acceso a las mismas y constatar los condicionamientos que producen los implantes engrámicos.
Gracias a Dios, esos implantes son desactivados totalmente con dicha técnica.


Atte: prof. Jorge Olguín.

 

 

Sesión 18/5/09

Sesión 4/6/09


 

Sesión 18/5/09
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Vva.

 

Relató una vida en la que no encajaba en el negocio de su padre. Conoció a una chica y se fue a trabajar al negocio del padre de ella. Era una mujer dominante y no comprensiva, por lo que al final se fue pero se había generado diversos engramas por la forma en que fue tratado.

 

Sesión en MP3 (1.900 KB)

 

Entidad: No me pidáis que trate de entenderos porque apenas puedo entenderme a mí mismo como entidad espiritual. No recuerdo una vida en la que haya sido feliz, en la que haya tenido una justicia, justicia con mis hechos, con mis actitudes, con mi labor, con mi parte afectiva.

Recuerdo una vida en Escocia. Me llamaba John Maritz. Mi padre trabajaba como herrero en el poblado. Yo, más bien, a diferencia de mi padre, es como que salí a la familia de mi madre, pues medía un metro setenta y cuatro y pesaba sesenta y siete kilos. Mi padre medía uno ochenta y cinco con noventa kilos de peso, unos brazos que eran el doble de los míos. Siempre tuve como un complejo de inferioridad con respecto a eso. Me parecía trabajar en la herrería como algo muy bestial. Me gustaban más las cosas tranquilas y a veces me quedaba con madre ayudándola en costura.

 

Cuando conocí a Elizabeth -fue una joven que me encantó- nos pusimos de novios. Yo tenía diecinueve y ella tenía diecisiete y me preguntó si quería trabajar con su padre, que era artesano en cueros.

 

Le dije: -Sí, por supuesto, que me pague lo que desee, no importa.

 

Elizabeth se reía. Me dice: -Es como que quisieras salir de tu casa.

 

-No. Es que, de verdad, no me gusta la tarea que desarrolla mi padre, si bien es beneficiosa. Pero mira mi cuerpo, no soy fuerte.

 

Elizabeth me respondió: -Padre es más bajo que tú y también es delgado y, sin embargo, se acepta. O sea, ¿tú tratas de fijarte en mi buscando el espejo en los demás?

 

-No, de verdad que... A ver si entendí bien: ¿tú quieres decir como que yo me fijo en ti para sentirme más seguro yo?

 

-Claro, porque al fijar el espejo en mí es como que lo fijaras en ti.

 

-Mira, no entiendo frases tan raras.

 

-¿De verdad?

 

-Está bien. Me gusta lo que me ofrece y acepto.

 

Y empecé a trabajar con el señor Johnics. Fue algo, al comienzo, hermoso. El señor Johnics me apreciaba. Se llamaba Elmer Johnics. Era un hombre de calva incipiente, una mirada como dura. Tenía una sonrisa dibujada pero me sonaba a sonrisa implantada, nada que ver con Elizabeth, que era dulce, con esos ojos celestes tan bellos. Siempre, cuando terminaba de trabajar, íbamos a pasear hacia el bosque y a veces me sentía como que me presionaba demasiado. Yo no era muy compañero de mis amigos, no me gustaba tanto salir. Ellos gustaban de ir a la taberna, beber, pero sí es verdad que de vez en cuando me gustaba salir. La primera vez que se enteró que un fin de semana salí con mis compañeros fue un escándalo tremendo el que me hizo.

 

-Me parece una falta tremenda de lealtad, John, lo que has hecho.

 

Y digo: -Pero, Elizabeth, he ido a la taberna a cantar un rato con los jóvenes.

 

-Y seguramente a mirar a las mujerzuelas porque, claro, evidentemente el hijo de un herrero tira para eso.

 

-¿Pero me lo dices en serio? ¿Me lo dices en serio? A mí no me interesa esa vida mundana, grosera, de beber, emborracharse y estar con mujerzuelas... No sé, creo que me conoces.

 

-No sé si te conozco. Estás con esos amigotes y eres igual a ellos. ¿Qué puedo pensar?

 

Y para evitar disputas empecé a frecuentarlos menos, aunque en realidad yo no los frecuentaba tanto, sino que sólo salía una vez al mes. Un día me sentía mal porque estaba mal del estómago. Aparte, había presenciado una discusión entre mis padres, donde padre le reclamaba a madre que era muy fría con él, muy poco cariñosa. Madre le decía "Es mi temperamento" y cosas que no entendía. Y me fui de vuelta a la taberna, con los jóvenes y, verdaderamente, esa vez sí bebí un poco de más.

 

Recuerdo que llegué tarde a casa y en la puerta, vestida con un abrigo con una capucha negra, estaba Elizabeth esperándome.

 

-¿Qué haces tan tarde?

 

-¿Qué haces tú tan tarde viniendo de la taberna con esos vagos? Y encima hueles a alcohol. Seguramente que te revolcaste con alguna cualquiera de ahí.

 

-No, no fue por eso, fue directamente porque tenía una discusión en mi casa y quise escaparme y olvidarme.

 

-¿Y porqué no has venido a verme? ¿O ya no te interesa? No te olvides que tienes ese trabajo por mí. Todo lo tienes por mí, tienes mejores modales por mí, eres más delicado por mí, todo es por mí y es gracias a mí.

 

-Me estás echando en cara lo que me has dado. En realidad no me has dado nada si vamos al caso, Elizabeth. Tu padre me paga pero yo le rindo. A veces paro veinte minutos para comer algo, un guisado caliente, y sigo trabajando. Ni agua tomo por la tarde. Mira mis manos.

 

-Lo único que huelo ahora es tu aliento a alcohol. Ve a acostarte. Mañana hablaremos.

 

-No, no es así, no es así. ¡Ya no soporto tus tonterías! No me interesa salir más contigo.

 

-Entonces, que no te interese tampoco trabajar con mi padre. Si te debe algo ve a buscarlo y...

 

Le cerré la puerta en la cara y no pude dormir. Tomé un recipiente con agua y me enjuagué la cara y la cabeza. Me sequé con un paño y me fui a mi camastro. Al día siguiente, cuando voy a la casa de Elizabeth, me estaba esperando el padre. Me tira tres monedas y me dice: -Esto es lo que se te debe, mal agradecido, se ve la clase que tienes.

 

-Mire, señor -le digo-, no me interesa faltarle al respeto pero a veces es mejor ser pobre y bruto que tener dinero, posición y ser un vil mezquino.

 

Quiso levantar la mano para abofetearme y le digo: -No lo haga porque no tengo por qué tenerle respeto. Lo puedo golpear.

 

-¡Lo único que faltaba! ¡Vete de esta casa! Elizabeth tenía razón cuando te decía que eras un cualquiera, un pueblerino.

 

Y me fui y perdí el trabajo.

 

Lo conversé con padre y padre me dice:

 

-Son aprendizajes, son aprendizajes. Yo sé que tú tienes como desprecio por tu físico porque piensas que no puedes hacer trabajo de herrería pero no todo el trabajo de herrería es pesado y tampoco te estoy convenciendo de que trabajes conmigo. Si quieres ayudar a madre con la costura, hazlo.

 

-Sí. Si tú me lo permites, padre, me sentiría más cómodo. Me sentí mal por la discusión vuestra del otro día.

 

-Eso no te interesa, hijo, eso es entre tu madre y yo. Tu madre tiene un temperamento que no tiene que ver nada conmigo.

 

-Bueno, me da vergüenza hablar contigo pero con Elizabeth nos llevábamos mal en todos sentidos. Ella tenía un temperamento fuerte, como si fuera ella el hombre, y yo te aseguro que no soy amanerado para nada pero sentía como que era el dominado, como que ella llevara los pantalones. Era mezquina, vil. El último día vi su mirada y era igual a la del padre y yo creía que no. ¿Cómo una persona se puede disfrazar? ¿Cómo puede disfrazar sus gestos, cómo puede disfrazar su personalidad?

 

-Vuelvo a decirte, hijo, que son aprendizajes. Son aprendizajes que a veces en una vida entera no aprendemos.

 

-¿Y si no lo aprendemos en una vida entera, cuándo, padre?

 

-Yo tengo una teoría, hijo. Pienso que Dios nos da una oportunidad de volver a estar en esta vida con otro nombre, con otra familia, y aprendemos de vuelta.

 

-Me sorprendes, padre, me sorprendes porque yo pienso algo parecido. Pero tú... no pensé...

 

-Claro, me ves fornido y te imaginas, como el resto del pueblo,  que soy un bruto porque solamente pulo espadas y armo herraduras y ya piensas que no tengo cerebro.

 

-No, padre.

 

-Sí, hijo, entre nosotros no debemos mentirnos. Pero bueno, si quieres sacar algo bueno de todo eso, aunque sea fuera de los horarios de trabajo, tomemos juntos una jarra de vino y considérame un compañero.

 

-No, padre. Y no me malentiendas. Tú eres más que un compañero. Tú eres el padre a quien amo y en quien confío. Y sí, acepto esas charlas que me van a enriquecer.

 

Y verdaderamente fueron charlas buenas pero me sentí decepcionado de Elizabeth, de su padre. Lo comenté con alguno de mis compañeros. Se rieron y me dijeron: -Eso es una tontería. No hagas caso. Mujeres hay a montones, trabajos hay a montones.

 

Yo les decía: -No se trata de trabajo, no se trata de mujeres. Se trata de desengaños, se trata de frustraciones.

 

Y aunque yo no conocía el término engramas mi espíritu había absorbido decenas de engramas de frustración, de deseos interrumpidos, de traiciones, de baja estima -como si yo no valiera nada- engramas de desprecio de parte de los demás, donde el único que podía apoyarme era mi propio padre, a quien yo nunca consideré una persona valiosa, pues siempre lo veía rudimentario, demasiado rudo como para mis gustos. Y vuelvo a insistir, no porque yo sea amanerado pero, ¿qué hay de los pintores? ¿Qué hay de los escultores? Porque yo tenía una mediana cultura, a pesar de ser de una pequeña aldea.

 

Quiero descansar ahora conceptualmente, luego de esta pequeña descarga. Me siento como en un sopor pero como en un sopor hermoso, armonioso, y lo quiero disfrutar.

 

Gracias a este receptáculo.

 


 

Sesión 4/6/09
Médium: Jorge Olguín
Entidad que se presentó a dialogar: Vva.

 

Se hace muchas preguntas. Relató una vida en Suecia. Su madre murió en el parto, su padre cuando sólo tenía un año. Sus tíos le cuidaron pero menos que a sus primos. Eran una familia pobre. Cuando se hizo mayor trabajaba en una herrería con sus primos. Estos le envidiaban por su destreza con la espada, y un día huyó, tomando algunas cosas. Estuvo en varios pueblos, estableciéndose en uno muy lejano donde también hizo de herrero pero al morir el dueño tuvo que irse por desavenencias con el hijo. En otro pueblo compró una casa e hizo de zapatero, pasando desapercibido. En esa vida se generó diversos engramas de soledad, de no pertenecer a nada ni tener nadie a quien importase. También se culpa por haber huido arrebatando cosas.

 

Sesión en MP3 (2.350 KB)

 

Entidad: ¿Es posible que cada cosa que emprendas se frustre? Me llamo Bjorn y relato una vida en Suecia hace nueve siglos atrás.

¿Existe la fortuna? ¿Existe la mala suerte? ¿Somos circunstancias de un Dios ajeno a todo o simplemente hay un azar y somos como somos sin una razón demostrable?

 

Cuando nací mi padre ya era de muy endeble salud. Mi padre tenía treinta y seis años y mi madre treinta y dos, una avanzadísima edad en aquella época para tener familia, al punto tal de que murió en el parto y no entendía la señora vecina -que me tuvo- cómo sobreviví. Pesaba dos kilos cuatrocientos gramos y no había sido sietemesino ni nada; semana más semana menos estaba dentro el periodo de nueve meses pero había nacido con dos kilos cuatrocientos gramos.

 

De bebé no había cumplido un año cuando mi padre fallece. Quedo con mis tíos con una salud frágil, quienes me alimentaron y vistieron. Fui creciendo a la sombra de mis primos. No se trata de echar en cara las cosas pero a veces mientras ellos comieron una carne asada, como no alcanzaba para todos me daban un guisado de legumbres que yo comía con ansias porque no era de mal comer, al punto tal que, al contrario de como muchos pensaban -que iba a seguir frágil- me hice un joven fuerte y me gustaba hacer ejercicio. A diferencia de mis primos que en la herrería cobraban un dinero yo ayudaba porque me daban un lecho -que en realidad era un catre duro- y el guisado de legumbres que lo comía cuatro veces a la semana.

 

Pero qué puedo decir. En esa encarnación no me quejaba. Aprendí, me acostumbré a lo que tenía, no exigía más de lo que se me daba, o sea, nada. Sé que estoy siendo irónico pero, bueno, son distintos estados de ánimo en relatar las distintas vivencias.

 

Tal vez los malos tratos de parte de mis primos, el ignorarme directamente mi tío, que era poco menos que un empleado… Mi tía era la sombra de mi tío. Ella no opinaba y yo trataba de pasar inadvertido. Y, así como en una encarnación posterior no me sentía a gusto en el negocio de quien fuera mi padre biológico -también me pasó lo mismo en el negocio de quien era el padre de mi pareja-, aquí en la herrería de mi tío hacía un trabajo que no me gustaba. O quizá sí porque podía tener espadas en mi mano y me sentía como el gran guerrero, pero nada era mío, apenas el aire que respiraba.

 

A los dieciséis años tenía un físico privilegiado, pues medía un metro ochenta y cinco y pesaba ochenta y cinco kilos, y todavía me faltaba desarrollar. Manejaba la espada como los dioses. A veces, por la tarde mis dos primos practicaban conmigo y era fácil vencerlos, algo que no debí hacer porque el odio que sembré en ellos era tremendo y buscaban la manera de hacerme la vida imposible por cualquier cosa que sea, hasta el punto de que si algo se había roto en la casa había sido yo.

 

Me empujaron a hacer algo hostil, que es tomar una bolsa de monedas de la casa y marcharme, llevándome también un caballo pinto. Y era fácil para mí despistar -por si me seguían- porque tomé el curso de un río y trataba de no dejar huellas yendo kilómetros y kilómetros por el agua. No era una lumbrera pero me sentía listo -listo no en el sentido de presto, sino en el sentido de tener chispa- y en el siguiente poblado directamente lo pasé de largo. Paré en una casa de las afueras, donde di unas monedas y me dieron de comer. Mi caballo abrevó y se alimentó. Descansamos esa noche y al día siguiente seguí. Incluso tuve la perspicacia de marchar hacia el este, que me vieran ir hacia el este y a un kilómetro del pueblo hago un giro de noventa grados hacia mi izquierda y marcho para el oeste, por las dudas que llegaran a preguntar. Me anticipaba a la jugada del otro, como en el juego del ajedrez.

 

Tres poblados pasé y atravesé otro río, un pequeño arroyo, una pequeña cadena montañosa. Me establecí en un poblado tratando por fin de buscar cuál era mi lugar. En una posada trabajé limpiando jarros atrás del mostrador. Me quedé un tiempo. Luego seguí el viaje a otro poblado. Es como que en el fondo sentía como que alguien podía perseguirme y no quería darle el gusto de que me vieran.

 

Seguí para el este -a lo que hoy se conoce como Noruega-, atravesando una cadena montañosa y marché de vuelta para el sur. Paraba dos días en un poblado, descansaba, alimentaba a mi fiel caballo y seguía, siempre pasando inadvertido, tratando de no llamar la atención porque era lo que menos me interesaba.

 

Anduve kilómetros y kilómetros y llegué prácticamente al límite entre lo que era el mar de Noruega y el mar del Norte, a una aldea llamada Bergen, y me quedé allí. Allí me establecí y trabajé en lo que yo sabía. Me fui de ayudante del herrero -que ya era una persona mayor-. Se llamaba Kurk. Era un hombre noble y me dice: "La primera semana te pagaré de acuerdo a cómo te vea trabajar. No te diré cuánto pero confía en mí, que seré justo".

 

Verdaderamente trabajé bien, me dio un hospedaje y todo y me pagó más de lo que yo esperaba. Pero su hijo Drake -que también trabajaba con él- me veía como un invasor. Traté de hacerme amigo pero era corto de diálogo el joven. En seis meses que estuve se multiplicaron los clientes. Yo ya tenía brazos más fuertes, estaba en los noventa kilos, imponía respeto pero era muy amistoso de carácter.

 

Cuando el padre muere de un ataque repentino -tal vez su corazón- yo ya sabía que me tenía que marchar porque el hijo no me quería. Le dije de buen corazón: "Mira, tu madre es una persona mayor y tú solo no vas a poder. Déjame quedarme y págame menos de lo que me pagaba tu padre". Pero no hubo caso. Otra vez no tenía lugar de pertenencia. ¡Nunca tenía lugar de pertenencia! Siempre estaba yendo de un lado para el otro.

 

No gasté nada de mis ahorros. Tenía más dinero en mis alforjas y marché más al sur. Pasé por Haugesund, pero no me gustaba. Fui más abajo, a Egersund, y ahí me instalé. Era una aldea mucho más pequeña y no sabía qué más hacer, de verdad que no sabía qué más hacer.

 

Con los pocos ahorros que tenía compré un pequeño terreno y una casa de piedra. El hombre era un húngaro que se quería ir de la zona, de vuelta a su país. Le pagué al Mayer un dinero justo y me establecí ahí. Me dediqué a otra tarea que también conocía, que era la reparación de calzado, y siempre pasando inadvertido. Tenía una barba negra, tupida, mi aspecto había cambiado. No creo que mi ex familia me hubiera reconocido pero había quedado con muchísimos engramas, engramas de falta de lugar de pertenencia porque siempre sentía como que alguien me perseguía, tal vez por el complejo de culpa de haber tomado esas monedas y ese caballo que verdaderamente me los había ganado con creces trabajando para mi tío. Pero bueno, a veces la conciencia nos juega malas pasadas o a veces creemos que es la conciencia cuando son roles de ego.

 

No formé nunca pareja y trabajaba prácticamente en forma automática. Si bien era amistoso con la gente -porque le caía bien a muchos- me había recluido bastante hasta casi ser ermitaño. Cumplía con mi trabajo y al anochecer ponía una tranca en la puerta, otra donde estaban los animales y me dormía siempre con un sueño liviano porque pensaba que mi ex familia me venía a buscar.

 

Viví hasta los cuarenta y ocho años. Pasé inadvertido para casi todos pero el mayor engrama es que creo humildemente que en esa encarnación pasé inadvertido hasta para mí mismo. Creo que ése es el mayor engrama: el haber pasado inadvertido. Y no se trata de haber querido figurar sino de importarle a alguien.